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martes, 21 de mayo de 2024

DESDE EL TENDIDO 4

Por Antonio Luis Aguilera

La juventud saca a hombros a Roca Rey. Foto José Luis Cuevas.

Terminó la feria de Córdoba. Posiblemente la más extraña que desde 1965 se ha celebrado en la historia de la plaza califal. Una corrida de toros, otra anunciada como mixta, que parecía un festival pero cobrado a precio de corrida, y una novillada «mano a mano» que no era tal, porque carecía del fervor y demanda de la afición. Todo se anunció a lo grande, con una gala celebrada en el Gran Teatro de Córdoba como si se anunciara una de las ferias de once festejos que se celebraban en «Los Califas» en los años noventa. Y todo terminó en una gran decepción para los aficionados cordobeses, esos que ahora son menos que nunca, pero no son imbéciles, los que abandonaron la plaza cabreados, preguntándose donde está el filtro de la autoridad gubernativa para cumplir el reglamento y evitar que en un coso de primera categoría se lidien encierros propios de Andújar, Écija, Lucena o cualquier plaza de tercera.

En cuanto a la asistencia de público: media plaza para la novillada, otra media para el «festival» o mixta «XL», y tres cuartos para la corrida programada, aforos que considerando las 13900 localidades del coso y los precios de taquilla habrán permitido salvar con éxito el presupuesto de la miniferia. Destacar en lo positivo, como puede observarse en la fotografía de José Luis Cuevas, la gran afluencia de público joven.

La novillada no tuvo historia y el supuestamente reñido «mano a mano» quedó en nada. Si  en algo compitieron Manuel Román y Marco Pérez fue en torear sin ponerse, citando por fuera y abusando del pico para torear en oblicuo, desplazando las embestidas de un encierro noble y manejable de Jandilla que exigía algo más de compromiso.

En el «festival», el rejoneador Diego Ventura intercaló un poco de todo, a modo de menú de degustación, sin que su actuación alcanzara el grado de toreo ecuestre de otras tardes. Morante, con un lote manso de Román Sorando, evidenció su escaso compromiso, y el novillero Manuel Román, con utreros de El Parralejo, estuvo francamente bien con su primer oponente, con el que demostró que sabe torear de verdad, pues se colocó, lo enganchó y lo llevó hacía atrás en templados y hermosos muletazos —los mejores que ha dado en sus actuaciones en Córdoba—, mientras que con el segundo, más exigente, la cosa no pasó de intentos.  

La corrida programada fue la que congregó más público. El cartel interesaba y la gente evidenció que acude a lo bueno. Lástima que para la ocasión la empresa hubiera adquirido una impresentable corrida de Domingo Hernández, un encierro impropio para una plaza de primera, que en ningún momento debió superar el reconocimiento veterinario. Morante, que repitió actuación sustituyendo al lesionado Manzanares, demostró que había venido a cobrar; Juan Ortega dibujó los momentos más templados y toreros de la tarde; y Roca Rey, fue el triunfador y se marchó a hombros por la puerta grande tras cortar tres orejas, en una tarde con el fervor popular de su lado, donde hubo más toreo de efectos especiales, desplazando las embestidas hacia afuera, que de ese otro embraguetado de manos bajas y poderosos muletazos con el que ha conquistado a las aficiones más exigentes. Sería que la fácil y ruidosa plaza cordobesa invitaba al alivio.

Por lo demás, apuntar una mala organización en el acceso y evacuación de la plaza, donde por ajuste de presupuesto en porteros no se abrieron todas las alas de las puertas y se formaron largas colas para entrar y salir; una banda de música sin criterio, que tocaba a demanda para amenizar y desesperar; un callejón atestado de «beneficencia», y escasos momentos taurinos para recordar. Una feria sin historia, de las más decepcionantes en la presentación del ganado que se recuerdan en la plaza, donde si algo ha quedado de manifiesto es que Córdoba, con permiso de la autoridad competente, se ha convertido en un auténtico «coladero».

 

jueves, 26 de octubre de 2023

PROHIBIR EL ALCOHOL EN LOS TOROS

Por Antonio Luis Aguilera 

Jovenes en la plaza de Madrid reivindicando menos alcohol 

Cada día es más frecuente ver en las plazas de toros a gente que sale más perjudicada que entra. Acceden «petroleados» y salen borrachos, tras estar doblando el codo desde el paseíllo hasta el arrastre del último toro, fastidiando la corrida con gritos, risas inoportunas, improperios y faltas de respeto a los toreros y espectadores más próximos, esos que, además de pagar la entrada, se sienten indefensos al ver que les ha tocado la «pedrea» con unos impresentables, a los que tendrán que soportar hasta que abandonen el coso buscando tablas para echarse. ¿Por qué no se prohíbe la venta de alcohol en los espectáculos taurinos como en cualquier otro espectáculo público?

Tendido alto de la plaza de Sevilla

Recordamos una corrida en la Maestranza de Sevilla, tarde sublime de Morante en septiembre de 2022, cuando después de pagar un dineral por lo que siempre fue una grada de sombra localidad que para hacer más digerible su precio han rebautizado como tendido alto—, tuvimos el infortunio de tener que soportar a un grupo de impresentables, tan enchaquetados y encorbatados como perjudicados alcohólicamente, que llegaron dispuestos a no ver ni dejar ver la corrida. Imaginen, desde los sones del pasodoble «Plaza de la Maestranza», llamándose «compadre» y «miarma», lo que significó ver el concurso por ver quién era el más gracioso, en una chabacana escalada de chorradas y carcajadas compartidas por los colegas del club del gin-tonic —el vendedor ambulante tuvo más idas y venidas que el tronco de mulillas—. En fin, ya saben cuál es la diferencia entre un tío con gracia natural y un imbécil que se hace el gracioso, así que imaginen la maldita gracia que significó ver al mejor Morante, además de moviendo el cuello para esquivar la visión con los bonitos arcos de la plaza, soportando las «gracias» de aquellos borrachos, expresadas en un interminable rosario de burlas a toreros, músicos, autoridad y cualquier persona que les pidiera respeto.

Sin control para acceder a la plaza con botellas

Al salir de la plaza tuvimos más claro que nunca que la permisividad alcohólica provoca incidentes, que no deben pasar inadvertidos para la autoridad competente en materia de espectáculos taurinos. Son demasiadas las corridas a las que asisten individuos perjudicados por el alcohol, a los que se debe cortar el grifo de la venta ambulante en la plaza. Hay que evitar riesgos y molestias a los espectadores que asisten a la corrida, sin imaginar que unos borrachos le van a fastidiar la tarde. Corresponde a la autoridad legislativa controlar las incidencias molestas para el público, y entre ellas están las alteraciones del orden causadas por los metepatas del vaso largo de plástico, esos que se burlan de todo y de todos con las desafortunadas gracias derivadas de la ingesta de alcohol.

Puestos a comparar, parece mentira el rigor que se extrema con los hombres de luces, a los que se exige minuciosamente cumplir el reglamento cuando se la juegan con un animal imprevisible, mientras se pasa por alto algo que con frecuencia ocurre en los tendidos, esos alborotos y grescas causadas por las permisivas borracheras, porque en las plazas no existe control alguno para acceder con bebidas, envases o neveras. Urge evitar molestias y accidentes ocasionados por personas sin control; urge por la seguridad de los que están en el ruedo o sentados en cualquier asiento. Los que entran a la plaza «calentitos» deben ser puestos inmediatamente de patitas en la calle por la seguridad contratada por las empresas. No hay que esperar a que causen molestias. Lo que está prohibido en un campo de fútbol, pabellón de deportes, teatro o cualquier espectáculo público, no debe estar consentido en las plazas de toros. 

Señores políticos, ¿tan complicado resulta modificar los reglamentos y prohibir el alcohol en las plazas de toros?

lunes, 22 de mayo de 2023

DESDE EL TENDIDO 4

Por Antonio Luis Aguilera

Andrés Roca Rey sale a hombros en Córdoba. Foto Manuel Murillo (Diario Córdoba)

El pasado fin de semana se celebraron las dos corridas de toros de feria programadas en el coso de «Los Califas». La empresa ofreció unos carteles atractivos que, a pesar de la incertidumbre meteorológica, llevaron hasta la plaza a un gran número de espectadores el sábado por la tarde, cuando el aforo se cubrió en más de tres cuartos de la totalidad, y que por la intensa lluvia caída fue aplazado hasta el domingo a las doce del mediodía. Menos tirón tuvo el programado para ese mismo día por la tarde, donde los espectadores solo cubrieron algo más de un cuarto del aforo. 

Lo primero a destacar es el considerable aumento de público y la gran respuesta a la oferta y trabajo previo de la empresa, que desde antes de Navidad puso a la venta los abonos con interesantes ventajas para quienes entonces los compraran, con garantía de devolución en caso de no estar de acuerdo con los carteles. Todo un acierto de «Lances de Futuro», que con esta atractiva forma de venta consiguió doblar el número de abonados de la plaza, que este año han rondado los 2.200. 

Lo segundo, que ese acierto puede durar poco ante la decepcionante presentación del ganado adquirido para Córdoba, donde se han lidiado toros impropios de una plaza de primera categoría, prevaleciendo en ambos encierros ejemplares sin remate, anovillados, indignos por su falta de trapío de saltar a una plaza de primera categoría, donde ha quedado de manifiesto la nefasta actuación de los equipos presidenciales, que han hecho un flaco favor a la historia taurina de la ciudad permitiendo encierros de plazas no de segunda, sino de tercera categoría. 

El domingo por la mañana se lidió la corridita de Domingo Hernández, una escalera presidida por dos zambombos y cuatro novilletes indignos del coso. «Morante de la Puebla» estuvo aseado con bellas reminiscencias gallistas ante el grandullón que abrió plaza, destacando un torerísimo y arriesgado  quite a cuerpo limpio que hizo a «Lili» a la salida de un par de banderillas; Juan Ortega, que no tuvo opciones con su lote y solo pudo dibujar alguna pincelada de su gran clase, estuvo francamente mal con la espada, dándose la circunstancia que su segundo, un manso de libro emplazado de salida en los medios, ante la escandalosa protesta del público no aficionado, fue devuelto antirreglamentariamente por eso, por ser manso, lo que manifiesta el escaso criterio del palco; y Andrés Roca Rey fue el gran triunfador del festejo, cortando tres orejas que debieron de ser cuatro, porque la faena y estocada al sexto era de dos y fue premiada con una. El peruano, que anda a gorrazos con los toros, le formó un alboroto a esos ejemplares que debieron recordarle su etapa de novillero, a los que estoqueó con la misma  contundencia que toreó, abandonando la plaza a hombros por la puerta grande.

En la plomiza y algo lluviosa tarde del domingo volvieron a lidiarse los toros de Álvaro Núñez Benjumea, corrida muy desigual, suelta y mansa en general, con cuatro ejemplares faltos de remate y anovillados, donde «Finito de Córdoba» dejó pinceladas de su clase en el saludo por verónicas al que abrió plaza, que acabó echándose antes de que el torero entrara a matar; Alejandro Talavante, que cortó una cariñosa oreja, demostrando que, aunque quiere, está lejos de ser el torero que dejó la profesión hace años en Zaragoza; y Pablo Aguado, que hizo el esfuerzo por volver a ser el torero que parece desaparecido y espera el aficionado. 

Poca historia la de un ciclo corto donde hubo más sombras que luces, pues la empresa ha comprado un ganado impresentable para una plaza de primera categoría y, lo que es peor, la autoridad gubernativa se lo ha consentido. La ilusión de los aficionados que fueron al coso se tornó en decepción a la salida, esos pocos que, como sentenció «Jesulín de Ubrique», caben en un autobús. Así las cosas, vendiendo humo, como este año ha hecho el señor Garzón, Córdoba volverá a dar la espalda a esa plaza que la propiedad procura rentabilizar con conciertos musicales y bares ubicados en las antiguas taquillas, para aprovechar con veladores las amplias terrazas de los exteriores del inmueble. Una pena.

martes, 7 de junio de 2022

LOS CHUFLAS QUE CHIFLAN

Por Antonio Luis Aguilera 

Andrés Roca Rey. Foto Plaza1

La Fiesta de los toros siempre ha sido la más democrática de todas las fiestas. En ella el espectador ha podido manifestarse con libertad —aunque a veces, confundida con libertinaje, no faltaron episodios donde los toreros temían más al desenfreno del público que al toro—. Excepciones aparte, en la afición siempre prevaleció el respeto a los hombres que se juegan la vida, aunque, como hemos apuntado, hubo épocas donde una sociedad que no tuvo oportunidades para educarse y formarse como la actual resultara temible. Mas por lo general, lo normal ha sido que una vez arrastrado el toro, el espada fuera ovacionado, silenciado o pitado.  

El Juli. Foto Plaza1

Cosa distinta es lo que ocurre en Madrid durante la lidia del toro, donde con manifiesta intención de alterar el ánimo del que se juega la integridad física, algunos maleducados chiflan reiteradamente, lo haga bien, mal o regular. Suele ocurrir especialmente cuando actúan las figuras, porque son en esas tardes donde buscan protagonismo personajes grises, sin valores, que amparados en el anonimato del público chiflan para reventar la actuación, incomodar al torero y, en caso de fracasar, gozar con el naufragio. Por cierto, sería interesante observar las caras de los chuflas que chiflan las tardes que tras su acoso llega la cornada, poderles ver la faz cuando toda la plaza enmudece y cambia de color, en esos segundos que el chiflado, mal herido y ensangrentado, es llevado urgentemente a la enfermería.   

En la reciente feria de San Isidro, como en otras muchas anteriores, se han sucedido los chiflidos de “reprobación técnica” a los matadores durante la lidia. Poco importaba que la actuación fuera seguida con el entusiasmo del noventa por ciento de la plaza, como las tardes de la demostración del valor impactante de Andrés Roca Rey, de la magistral lección torera de Julián López, o de la maravillosa recreación artística de Morante, relación a la que podrían añadirse otros muchos nombres. El caso era que con toda la monumental pendiente de las actuaciones, fueran de mayor o menor calado, estos chuflas chiflaban, silbaban, gritaban y buscaban reventar la faena de quien estaba en el ruedo ante el toro. Y por supuesto, provocar al resto de los espectadores, para que la atención pasara del ruedo a los tendidos originándose la consiguiente bronca entre el público. 

Morante de la Puebla. Foto Plaza1

Según el aforismo popular: «cuando un tonto coge una linde, se acaba la linde y sigue el tonto». Desgraciamente así es, porque rara es la tarde que a un diestro se le guarda el debido respeto por parte de estos sujetos, que desde su estulticia creen saber de toros más que los toreros, los que de verdad, sin figuradas "tauromaquias" ni fantasias mentales, se la juegan ante el de los rizos. Penosa actitud la de estos inquisidores que tantas tardes secuestran la que indudablemente es la plaza determinante del toreo, la que da y quita importancia a los toreros por la categoría de su auténtica afición, no por la de estos chuflas integristas que aburren con los mantras del “crúzate”, “la pata palante”, “menos cuento”, “venga ya”, y otras letanías propias del talibanismo taurino. Como sabiamente enseñaba en sus clases de Retórica «Juan de Mairena», alter ego del genial Antonio Machado: «La verdad del hombre empieza donde acaba su propia tontería. Pero la tontería del hombre es inagotable». 

jueves, 2 de junio de 2022

MORANTE ABRIÓ TODAS LAS PUERTAS GRANDES

Por Antonio Luis Aguilera

Morante esculpiendo el toreo al natural. Foto Plaza1

Ver torear a Morante es tener ante nosotros la historia del toreo, poder mirar con nuestros ojos el acento artístico de Gallito, BelmonteChicuelo, PepínBienvenida Paula, ver lo mejor de todos los mejores desde principios del siglo XX a nuestros días, sin que José Antonio Morante Camacho pierda una pizca de su propia personalidad y genuina torería. Es poner en valor las grandes tauromaquias asimiladas, lo mejor de todas ellas, para crear una Tauromaquia personal, estremecedora, hermosa, sentimental, inolvidable por su belleza, capaz de iluminar la plaza con esa luz única, que desde el ruedo produce una sacudida que estremece al público de abajo a arriba, desde las tablas al tejado, para llevar la emoción a todos los espectadores ante la creación de un arte vivo, que nace y muere en cada pase, mientras cristaliza el milagro del toreo, como el revelado por el artista de La Puebla del Río en el palenque de Las Ventas el 1 de junio de 2022, ante un gran toro de Alcurrucén ("Pelucón", número 33, colorado, 590 kilos).

Cada suerte renovaba la pasión. Foto Plaza1

Ese toreo fluido y macizo que fue un milagro ante los ojos de una afición que no podía esperar jamás tanta emoción y belleza, la manifestada en una obra única e irrepetible, monumental como la plaza, que en cada suerte renovaba la pasión de los privilegiados espectadores del recinto. También, la que tuvieron todos aquellos que seguían la corrida por televisión, demostrándose que no es verdad que el vídeo no tenga sentimiento. Quien de verdad no tiene sentimiento es ese reglamento intervencionista y obsoleto, que penaliza una obra histórica por el fallo a espadas, impidiendo otorgar los trofeos al artista para que pueda salir a hombros por la puerta grande, algo que en otras épocas no fue así, cuando los apasionados aficionados se lo llevaban sí o sí en volandas hasta el mismo hotel.

¡Qué más da...! Morante abrió ayer de par en par todas las puertas más grandes y nobles del toreo, las de los corazones de los aficionados de verdad, que felices, agradecidos y emocionados guardarán entre sus preciados recuerdos ese toreo único, inolvidable y sentido, que tuvo lugar en la corrida de Beneficencia celebrada en 2022 en la capital del reino ante el rey de España. 

martes, 24 de mayo de 2022

DESDE EL TENDIDO 3

Por Antonio Luis Aguilera

Andrés Roca Rey, triunfador de la feria de Córdoba.
Foto Arjona (Cortesía de "Lances de Futuro")

Terminada la feria taurina de Córdoba reflexionamos sobre lo visto en la plaza de «Los Califas», que abrió sus puertas con unas temperaturas de cuarenta grados a la sombra para celebrar las dos corridas programadas por José María Garzón, que esta ocasión no acertó a tocar la tecla que llevara al coso al difícil público cordobés, que solo cubrió algo más de un cuarto el aforo para ver a Diego Ventura, Morante y Pablo Aguado con los descastados y flojos toros de Juan Pedro Domecq, menos de media plaza en la tarde de Alejandro Talavante, Andrés Roca Rey y Javier Moreno “Lagartijo”, con el más que interesante y encastado encierro de Álvaro Núñez Benjumea, y algo menos de un cuarto para presenciar la buena novillada de Talavante con Daniel Luque, González Écija y Marcos Linares. Aforos que difieren mucho de los ofrecidos en los medios de información, y que por supuesto habría deseado la empresa “Lances de Futuro”.

Talavante otorga la alternativa a "Lagartijo" en presencia de
Roca Rey. Foto Arjona (Cortesía de "Lances de Futuro")

Tiene mucho mérito ser empresario taurino de la plaza cordobesa, jugarse el dinero y el prestigio, para después tener que andar con malabarismos en los ajustes de cuentas, que difícilmente podrán salir anunciando a las primeras figuras en las combinaciones, y por si fuera poco organizar una novillada con picadores, espectáculo ruinoso por los gastos que genera. Por tanto, vaya por delante nuestro respeto a José María Garzón.

En cuanto a lo ocurrido en el ruedo pasó lo que tenía que pasar con la ganadería de Juan Pedro Domecq, cuatro mulos con andares mortecinos, que vuelven a Córdoba año tras año sin otra justificación que el supuesto interés de los primeros espadas por actuar con un ganado que no molesta y permite sumar festejos sin grandes dificultades. Morante anduvo sobrado y artista con su lote, mientras Aguado mostró ante sus aburridos ejemplares que no está en su mejor momento. Esa tarde se lidiaron dos ejemplares para rejones de María Guiomar Cortés de Moura, resultando bravísimo el jugado en cuarto lugar, al que Diego Ventura desorejó por partida doble en una magistral actuación. Ya está bien de vetar a esta primerísima figura del rejoneo en las ferias importantes. Los toreros deben ajustar sus cuentas en los ruedos y ante el toro.

Diego Ventura, Morante y Pablo Aguado.
Foto Arjona (Cortesía de "Lances" de Futuro")

Los aficionados aguardaban con agrado la presentación en Córdoba como ganadero de Álvaro Núñez Benjumea, que tras distanciarse de la ganadería paterna de Núñez del Cuvillo, que tantos éxitos cosechó cuando la dirigía, decidió emprender en solitario la difícil tarea de formar una ganadería. Trajo un encierro encastado, desigual pero bien presentado, variado de pelaje, donde nadie se aburrió por el juego de las reses. Destacó por su clase el bravo y noble toro del debut, con el que tomó la alternativa y cortó las orejas Javier Moreno, tras una actuación de gran entrega; más tarde mostró las lógicas carencias del oficio con el complicado sexto. Para los estadísticos el toro de la presentación de Álvaro Núñez como ganadero y de la ceremonia de alternativa, se llamaba “Campanito”, marcado con el número 25, colorado, de 500 kilos. Andrés Roca Rey demostró la autenticidad de su valor y torería con el difícil y complicado salinero que hizo de tercero, y toreó a placer al reservón quinto tras corregir defectos. El peruano ha vuelto esta campaña con todo su esplendor. Talavante, con el bravo y exigente cuarto firmó momentos de reencuentro con su toreo, sin que ante el soso y noble segundo pasara de detalles. De los cinco espadas actuantes el triunfador de la feria ha sido con diferencia Andrés Roca Rey, que vino a Córdoba dispuesto a salir a hombros por la puerta grande o la del cuarto del hule.

La buena novillada de Talavante dio opciones a los tres novilleros. Tuvo mérito la actuación de Daniel de la Fuente, que con la grave cornada sufrida hacía veinte días, aún sin curar, reaparecía con el muslo abierto y visible cojera. Se entendió mejor y le pudo al exigente cuarto. Más verde pero con ganas de agradar estuvo el astigitano Jaime González Écija, que mostró buenas maneras en su actuación, premiada con un apéndice, y con el prestigioso premio "Oreja de oro" del "Club Calerito"; y muy decidido estuvo Marcos Linares, que pronto conectó con el público en su primero, al que cortó una oreja, valiéndole el premio de actuar en la novillada de Santander que organiza la empresa "Lances de Futuro".

martes, 19 de abril de 2022

UN «PETARDO» GRANDE

Por Antonio Luis Aguilera                       

De vuelta a corrales

El juego de la corrida era más que previsible ante el escaso juego de los encierros lidiados en las ferias precedentes, por eso pocos aficionados se sorprendieron del «petardo» que pegó la corrida de Juan Pedro Domecq el domingo en Sevilla. Díganme ahora con el ánimo que acudirán los abonados a los otros dos festejos contratados por este hierro en el coso del Baratillo, porque han sido tres las corridas firmadas en el abono a una divisa que no está en su mejor momento, como esas ofertas del 3 x 1 que hacen algunos supermercados. O digan qué ilusión genera para acudir a las taquillas de la plaza de Córdoba, para comprar entradas del festejo que anuncia con estos toros a Morante y Aguado. Luego dirán que la respuesta de la afición no estuvo a tono con la categoría del cartel, pero como decía el Guerra: «Lo que no puede ser, no puede ser... Y además es imposible».

En la difícil y respetabílisima labor de selección del toro de lidia se ha echado demasiada agua al vino. De nada vale que el envase y etiquetado de la presentación sean bonitos si en el interior se ofrece un caldo sin color, olor ni sabor. No es algo reciente. Los toros del prestigioso hierro de Juan Pedro Domecq llevan años aburriendo por falta de raza, pero las figuras se los disputan, porque permiten sumar corridas de un modo fácil, pues no molestan y de vez en cuando salta algún toro enclasado que posibilita el triunfo. Demasiado poco para que el histórico hierro, como si estuviera en sus épocas de gloria, se repita en los mejores carteles de las plazas importantes, en lugar de pasar una rigurosa ITV que permita diagnosticar y corregir su manifiesta falta de casta antes de volver a circular en las grandes ferias. 

En todas las épocas de la historia los toreros que cortaron el bacalao exigieron las corridas que consideraban de mayores garantías para triunfar. En la actual el encaste favorito es Domecq y están en su derecho de pedirlo, pero por el bien del toreo deberían exigir lo de Domecq que está embistiendo. Y en esa línea ahora están con mejores resultados los hierros de Victoriano del Río, Garcigrande o Núñez del Cuvillo. ¿Acaso no tienen fuerza las figuras que marcan el paso para exigir que una fecha tan señalada como el domingo de Resurrección se lidie alguno de esos hierros en el coso del Arenal? Por supuesto ello no garantiza el resultado, pues los toros son como los melones, pero al menos el «petardo» no hubiera sido tan previsible como el que se adivinaba el pasado domingo con el antiguo hierro de Veragua. Para una fecha tan señalada, con las carísimas entradas agotadas más el plus de ingresos de televisión del canal de pago, debió ser otra la previsión de la empresa y del espada que comandaba el cartel. El «petardo» ha sido grande.

domingo, 23 de enero de 2022

OTRA VEZ JOSÉ Y JUAN

Por Antonio Luis Aguilera

Morante. Óleo de Diego Ramos

Casi un siglo después la historia reescribe en los carteles los nombres de dos toreros míticos de Sevilla: José y Juan. José no es de Gelves, sino de la Puebla del Río, y Juan no nació en Sevilla, sino en Triana. Morante luce los galones de un cuarto de siglo en el oficio; Ortega solo ha completado una temporada en las ferias, pues hasta la inolvidable epifanía de Linares fue ignorado por el «sistema» que ahora lo protege, al que no importaba que se marchara aburrido tras seis años de admirable e incansable lucha desde la alternativa.

José Antonio Morante Camacho y Juan Ortega Pardo están actualmente en el punto de mira de una afición selecta que busca el buen toreo. Son la pareja deseada para las grandes ferias y para cualquier acontecimiento importante de la temporada, la que otorga lustre al cartel y motiva al espectador para acudir pronto a las taquillas y comprar un boleto de esperanza, de los que invitan a soñar que salga premiado, para después guardarlo en las páginas de un libro y al encontrarlo poder recordar el delicado perfume de ese toreo singular, que por belleza y emoción eriza el vello y seca la garganta, cuando en el ruedo se manifiesta la magia de un instante único e irrepetible, de un calambrazo sensorial colectivo que provoca la estruendosa manifestación de jubilo en el público, que al liberar su ole coral quebranta el inquieto silbido de los vencejos en la hora de su vuelo rasante.

Juan Ortega, Foto Rafael Villar

Y como en el siglo anterior no solo hay dos, sino tres o cuatro para completar la terna o combinarla con los espadas que la afición selecciona por la clase de su toreo, por su concepto, por su línea de elegancia, como la que antaño encarnaba Rodolfo Gaona, o mostraba la fantasía de Rafael el Gallo, y un poco después, revelaba la gracia sevillana recreada en la faena nueva que alumbró el no menos grande Manuel Jiménez «Chicuelo». Ahí están hoy Diego Urdiales, Pablo Aguado, Emilio de Justo, Ginés Marín

La pandemia ha inclinado la sensibilidad del espectador —y lo que es más importante: de la juventud— hacia el toreo clásico, hacia la expresión personal del arte que fluye de la forma más natural, hacia el trazo sentido de la suerte manifestada con la sencillez del suave pulso en las telas, que llevan y traen al toro mecidas con la delicada y tremenda fuerza del temple que acaricia, atempera y crea obras efímeras en lances o pases, versificando en el albero trasteos y faenas que emocionan como los más bellos y profundos poemas. ¿Quién dice que el toreo se acaba…? Otra vez José y Juan, con Diego, Pablo, Emilio o GinésY con todos los que saben y quieren torear con la verdad por delante, con todos los que quieran sumarse para seguir alimentando la ilusión del público engrandeciendo el toreo, ese arte flexible capaz de acoger la diversa expresión de acentos interpretados con autenticidad, sin tamizar con las técnicas ventajistas que los adulteran. Como enseñaba el gran pensador del toreo José Alameda: «El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega». Alborea una temporada con un horizonte lleno de ilusión, de anhelos por contemplar la singularidad de esos privilegiados por su forma de hacer y expresar un arte único e irrepetible: el toreo. 

miércoles, 17 de noviembre de 2021

EL PULSO ENTRE «CAMARÁ» Y EDUARDO PAGÉS

Por Antonio Luis Aguilera

«Manolete» en la torerísima pintura de Diego Ramos

En la entrada anterior, titulada «Morante prescide de comisionistas», nos referimos a la figura del apoderado, que si bien existe desde el siglo XIX, entonces eran más bien los hombres que hacían los recados de los toreros y todas las gestiones que los espadas determinaran. La figura del apoderado independiente, tal como la conocemos, fue instituida por el cordobés José Flores «Camará» —influenciado en la negociación de asuntos taurinos por José Gómez «Gallito», por el que sentía gran admiración, y con el que en su etapa de matador de toros procuraba dialogar en los largos viajes de ferrocarril—, como hombre de absoluta confianza, estratega, psicólogo y consejero del torero, a quien se debía exclusivamente. Por tanto, la única semejanza del apoderado independiente con el «comisionista» de toreros es que ambos cobran un porcentaje por festejo contratado.

Para ilustrar la importancia del apoderado independiente rescatamos un magnífico texto que ofrece buena prueba de ello, donde podrán comprobar lo que verdaderamente significaba esta figura, entregada por completo a los intereses de su torero, como hizo «Camará» cuando apoderando al «gallo de pelea» que representaba, defendió, como no se había conocido en las contrataciones de toreros, a Manuel Rodríguez «Manolete». Esta figura del apoderado independiente se basó en una relación de mutua confianza, donde uno mandó en el toreo de tablas hacia afuera, y el otro en los asuntos de su torero de tablas hacia adentro.

El testimonio nos lo ofrece el periodista mallorquín Guillermo Sureda Molina en su libro «Tauromaguia» (Colección Austral de Espasa Calpe, 1978), donde al referirse a las oligarquías taurinas y su objetivo de eliminar la figura del apoderado independiente, saca a la luz el inmenso poder que tuvo «Camará» por la incontestable forma de imponerse en los ruedos de «Manolete»:


«Camará» y «Manolete». Dos «gallos de pelea» del toreo


«Voy a contar un ejemplo, muy poco conocido por el público. En 1942, están en primerísima línea Manolete y Pepe Luis Vázquez, que luego se diluirá en “detalles” y … quites, sin perder nunca su categoría de gran torero. Se rumorea que Domingo Ortega vuelve a los toros, por lo que Camará va a hablar con el mentor de Pepe Luis para decirle: «Mire usted, yo creo que Ortega volverá el año que viene. Nosotros vamos a decirle a Pagés, que será quien lo apodere, que el dinero que debe darle a Manolo y a Pepe Luis debe ser tanto, pero que si durante el transcurso de la temporada aparece algún torero cobrando más, nosotros debemos aumentar nuestros honorarios hasta cobrar tanto como él, y esa cláusula debe figurar en los contratos. ¿Qué le parece a usted?» Flores, entonces mozo de espadas del torero sevillano, mira al mentor del torero, que asiente con la cabeza: «Creo que tiene usted razón».

Pasan algunos meses y llega el invierno de 1942, Pagés llama a Camará, que está en Córdoba, y le dice: «Voy mañana a Córdoba a charlar con usted». Ya están Pagés y Camará frente a frente. Dos linces taurinos. Charlan, charlan, luego discuten. Pero Pagés, al ver lo terne que está Camará, le dice con gesto de quien tiene los triunfos en la mano: «Debo advertirle a usted, antes de proseguir las conversaciones, que aquí tengo el contrato de Pepe Luis, en el que, como usted puede comprobar, no figura esa cláusula a la que usted alude». Camará calla, acusa el golpe y firma unas corridas con Pagés, que le dice: «Usted comprenderá que los empresarios también tenemos nuestro amor propio y yo no puedo firmar una cosa así».


«Manolete» reza en la Maestranza de Sevilla (19-4-1944)


Pasa la temporada de 1942, en la que, en efecto, ya bastante avanzada, reaparece Domingo Ortega cobrando, como se suponía, más dinero que Manolete, sin que por eso el cordobés deje de cumplirle al señor Pagés ni un solo contrato de los estipulados. Llega el año 1943 y Pagés y Camará se reúnen de nuevo para hablar de los contratos de Manolete. Empiezan a hablar y Camará lo primero que le dice a Pagés es lo siguiente: «Mire usted, don Eduardo, antes de hablar de contratos debo decirle que si quiere usted contratar a Manolo tiene que abonarle tal cantidad de dinero, que es la diferencia entre lo que cobró Ortega y lo que cobró Manolete en las plazas de usted el año pasado. Si no se le abona, no importa seguir hablando de negocios». Y Pagés contesta: «Vuelvo a decirle a usted que los empresarios también tenemos nuestro amor propio y que yo no puedo pasar de ninguna manera por esa exigencia». Y no hubo acuerdo entre el empresario y el apoderado. Por tanto, Manolete no toreó aquel año ninguna corrida en la que Pagés fue empresario. Manolete volvió a estar sensacional durante toda la temporada, hasta el punto de que, ya en San Sebastián, el público coreó unánime el nombre de ¡Manolete! ¡Manolete! y Pagés se tuvo que ir de su burladero discretamente.


 «Manolete» enseñoreó el toreo


Llega el invierno de 1944 y Manolete está en la cumbre, solo en lo alto, mandón y amo y señor del toreo. Y Pagés, al fin y al cabo hombre práctico, va a Madrid, al Hotel Victoria, a hablar con Camará. Cuando entra en la habitación de éste, lo primero que le dice es lo siguiente: «Me he dejado mi amor propio de empresario en la puerta del hotel». Y Camará le contesta: «Entonces, antes de empezar las conversaciones, debo decirle que tiene usted que abonarle a Manolo esas cien mil y pico de pesetas que hubo de diferencia entre lo que le dio usted a Ortega y lo que le dio a él». Y Pagés le dice: «¿Es eso una cuestión de gabinete?». Camará contesta: «Sí, lo es». «Bueno, pues aquí tiene usted el dinero». Y le alarga a Camará un cheque por el importe de aquella cantidad. Camará y Pagés, dos linces, firmaron de nuevo numerosos contratos y Manolete volvió a torear en las plazas que el primero era empresario. ¿Se concibe hoy en día una anécdota así?».

Pues con esta interrogación que concluye Guillermo Sureda este valioso testimonio finalizamos la entrada, que como continuación a la anterior ha pretendido diferenciar entre dos figuras que, pareciendo similares, no tienen nada que ver entre ellas: el apoderado independiente y el comisonista de toreros. 

jueves, 11 de noviembre de 2021

MORANTE PRESCINDE DE «COMISIONISTAS»

Por Antonio Luis Aguilera

Morante dibuja el toreo en redondo. Foto Conchitina (Diario El Mundo)

Parece que ha pasado desapercibida una de las grandes faenas de Morante de la Puebla durante la pasada temporada. Fue el día en que el diestro reparó que los grandes toreros se firmaban ellos solos las corridas en los ruedos, y decidió que no necesitaba «tributar» a ningún «comisionista» por descolgar el teléfono; que eso sabía hacerlo él, y después, para cobrar las corridas, le bastaba con llevar a una persona de confianza. Posiblemente añoró que la figura del apoderado independiente, sobre todo si conocía a fondo la profesión por haber sido torero, fue instituida como hombre de plena confianza, estratega, psicólogo y consejero, es decir, una persona dedicada absoluta y exclusivamente a su matador. La única semejanza del «comisionista» con el apoderado es que ambos perciben un porcentaje por festejo contratado.

El torero sevillano ha decidido dejar de pagar una elevada suma a un señor por coger el teléfono a las empresas, acordar el compromiso y finalmente cobrarlo; un señor con el que además no existe una relación de amistad o confianza, y que ha de llevar entre los de su tropa torera pagándole los gastos de locomoción, alojamiento y manutención, para que vea el espectáculo en el callejón de la plaza y luego vaya a cobrarlo. Un oficio de privilegiado, para vivir a cuerpo de rey, cobrando los importantes porcentajes que les permiten adquirir las fincas, cortijos y ganaderías que, por regla general, no tienen los propios toreros.

Los «comisionistas» cobran entre el diez al quince por ciento de la cantidad íntegra ajustada por la actuación del espada, aunque los ha habido que han batido el récord de la usura, al «trincar» al torero hasta la mitad de los honorarios. No cabe duda de que estos altos porcentajes en las liquidaciones del matador han sido más duros en tiempos de pandemia, cuando los festejos se han celebrado con aforos reducidos, y las enjutas liquidaciones han resultado más dolorosas al comprobar el debe y el haber, pues el matador se ha ajustado para actuar a cantidades inferiores teniendo los mismos gastos.

Renunciar al «comisionista» es un privilegio de toreros como Morante, que por su categoría de primera figura del toreo tiene la certeza de que lo van a contratar en las plazas importantes, porque interesa artísticamente al que sostiene el espectáculo: el público. Los demás tienen que mantener al «comisionista» como intermediario que ha de contratarlo aquí o allí, sin que puedan preguntar mucho o poco sobre el ajuste, acordado en un manido intercambio de representados entre colegas de la comisión. Y si algún espada pregunta a qué hora comienza la corrida o frunce el ceño, pues lo abandonan por desagradecido, porque tienen cola entre los que anhelan estar en tal plaza o cual feria, confiando en un triunfo que les cambie el signo de la suerte, aunque en demasiados casos, tras jugarse la vida y pagar los gastos de la corrida, no les quede dinero ni para la cena.    

El capote de Morante vuela en Sevilla. Foto Arjona

Antes de la maldita Covid19, algunos representantes de las figuras del toreo aseguraban que sus matadores no se vestían de luces por menos de 60.000 euros en plazas de primera. Si estos privilegiados «comisionistas», en el mejor de los casos para el espada, detraían solo un diez por ciento por corrida, percibían no menos de 6.000 euros en cada una de las primeras plazas del circuito. No hay que saber mucho sobre cáculo para averiguar aproximadamente el importe anual que cobra el «comisionista» por coger el teléfono, echando un vistazo a las corridas que torea una primera figura en una temporada, que empieza en Castellón o Valencia por el mes de marzo, y acaba en Zaragoza o Jaén en el de octubre.

En un tema considerado tabú como el de las cuentas de los toreros, lo que sí trasciende es que después de jugarse la vida cada tarde, han de pagar los altos porcentajes de dos importantes «comisionistas»: el apoderado y Hacienda; sumen los sueldos de dos picadores, tres banderilleros, un mozo de espadas, un ayuda del mozo de espadas, un chófer, habitaciones de hoteles, desayunos, almuerzos, cenas, reposición de capotes, muletas y otros útiles del oficio, así hasta llegar a la nada despreciable gratificación exigida por los «costaleros profesionales» que en las tardes de triunfo los sacan a hombros de la plaza; también anoten, para las figuras del toreo, los gastos del «veedor», que acude a las ganaderías para informar al matador de las características de las corridas apartadas por las empresas.

Interminable la lista de gastos del matador, mientras el «comisionista», además de cobrar limpia la comisión, suele permitirse la licencia de representar a más toreros, sin reparar que sean dos, tres o media docena, a los que tratará exactamente por igual en un aspecto: el cobro de sus porcentajes, porque eso será lo primero que todos verán descontado en sus gastos. Este abuso de toreros representados nos recuerda una célebre frase del genial Groucho Mark: «Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros». Y ya que hablamos de principios, nos asaltan algunas interrogantes sobre estos taurinos: ¿De verdad es fiel un apoderado a su espada cuando lo contrata en precario para incluir en las ferias a otros representados y asegurar sus comisiones? ¿Acaso se pueden servir los intereses de varios toreros sin engañar a uno para favorecer a otro? Algo sí nos queda claro: algunos personajes del opaco mundo de la comisión han convertido a figuras del toreo en meros figurantes.

Morante manda a callar a la música en Sevilla

Afortunadamente, a Morante no solo da gusto verlo torear expresando su genuino acento personal con la confianza que otorgan los veinticuatro años de oficio. También da gusto ver cómo coloca en su sitio a los que buscan protagonismo, sin vivir el trance de matar dos toros cada tarde. Verbigracia, mandar a callar a los directores de las bandas de música de Sevilla y de Jaén, que «le tocaron los costaos», y tras los sonoros y televisados «petardos» deberían ceder a otro la batuta; o ahorrarse los importantes gastos que le suponían los porcentajes del último «comisionista» por ponerse al teléfono y ajustar las contrataciones. También Groucho Mark tuvo una mención para los «comisionistas» en otra de sus frases: «Cuando muera quiero que me incineren y que el diez por ciento de mis cenizas sean vertidas sobre mi representante».

Genio y figura el gran torero de la Puebla del Río. Claro que para actuar así hay que llamarse José Antonio Morante Camacho, y tener la certeza de saber resolver en el ruedo para contratarse él solo. De lo contrario sería imposible navegar en libertad por los complicados mares que manejan los «clanes» del toreo.

jueves, 14 de octubre de 2021

LA GENTE JOVEN HA VUELTO A LAS PLAZAS

Por Antonio Luis Aguilera

La increíble despaciosidad de Juan Ortega.
 Foto Arjona (Revista Aplausos)

De los aspectos más importantes de la temporada que está a punto de concluir nos quedamos con la vuelta de la gente joven a las plazas. Da gusto ver los tendidos con tanta juventud, que acude sin complejos a presenciar un espectáculo profundamente arraigado en nuestras costumbres, y que desde hace siglos forma parte de la cultura de España, a pesar del desprecio actual de los políticos ignorantes que gobiernan la nación, quienes tratan de hundirlo con conductas prevaricadoras, como la denegación del subsidio por Covid a los profesionales del toreo, a pesar de las terribles circunstancias económicas, que tuvieron que acudir a los tribunales de Justicia para que estos les reconocieran su derecho a percibirlo, algo increíble en un gobierno de izquierdas que no respeta la diversidad ni el derecho.

El mismo que pretende prohibir la asistencia a los espectáculos taurinos de los menores de 16 años, propuesta que fue llevada el pasado fin de semana al congreso del partido en Valencia; y el que ha sacado de la chistera del dinero público un bono cultural de 400 euros para los jóvenes que cumplan los 18 años en 2022, con el que sin el menor escrúpulo busca la compra de votos, y que con deliberada desvergüenza excluye a la fiesta de los toros, curiosamente a propuesta de la misma ministra —ahora vicepresidenta del gobierno— que tanto daño moral y económico causó a los profesionales del toro denegando las ayudas Covid.

El hermoso trazo del toreo de Morante. Foto Plaza1

Es decir, un nuevo acto de presunta prevaricación gubernamental —que afortunadamente va a ser llevada a los tribunales por la Fundación del Toro de Lidia—, tratando de orillar desde el Estado la ley 18/2013, de 12 de noviembre, para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural. Otro obstáculo en el camino del toreo de un gobierno que lo odia y lo margina, no respeta a sus profesionales, ni acepta la libertad consagrada en la Constitución para que la ciudadanía haga y elija lo que le plazca dentro de los límites de legalidad. Otro impedimento más al toreo de esa mediocridad política a la que se le llena la boca hablando de libertad y respeto.   

Pero a pesar de este sucio acoso del gobierno a los profesionales taurinos y a los aficionados, la respuesta de la gente joven ha sido la contraria a lo pretendido y esta temporada ha vuelto con fuerza a las plazas, como ha podido verse en las corridas televisadas por el Canal Toros de Movistar, y de forma especial a las corridas donde tomaban parte toreros considerados artistas por la bella y singular manifestación de su acento personal, ese que cuando se expresa ilumina el ruedo con la cegadora fuerza del relámpago para que los tendidos, asombrados ante el fenómeno, liberen el estruendo del ole seco y profundo, la catarsis ante la experiencia vital profunda y comunitaria, que únicamente se desencadena ante unas verónicas ralentizadas, o unos naturales que no terminan en la despaciosa y serpenteante embestida que rodea la cintura del artista que cita, trae, pasa y lleva una amenaza de muerte hasta detrás de su cintura para poder ligar otra embestida.

La belleza dibujada por Diego Urdiales

La gente joven ha elegido bien rechazando debates estériles de confrontación política —¡qué lejos quedan los tiempos de consenso y debate de aquellos políticos de talla de cualquier formación en la transición!— y siendo testigos de una temporada fecunda en el toreo de arte, ese que permanece siempre en la mente de la afición, y que será recordado como el suceso de tal plaza o cual feria, porque la firma de su autor no se difuminará con el paso del tiempo, como sí lo harán con toda seguridad los discursos fatuos de la vigente clase política, que tanto hartazgo, desazón y malestar provoca en la ciudadanía.

¿O es que puede olvidarse el hermoso trazo del toreo de Morante, la belleza dibujada por Diego Urdiales o la increíble despaciosidad de Juan Ortega…? Tres nombres propios de la temporada para elegir una terna soñada, a los que cada aficionado podrá añadir algunos más, de esos héroes que jugándose la vida cada tarde han reivindicado en la arena la belleza del toreo en su más excelsa expresión. Y lo han hecho con tanta intensidad que otras manifestaciones artísticas, que antes del Covid estaban de moda, las catalogadas en el concepto del «más difícil todavía», han pasado a un segundo plano ante la poesía del toreo sin estridencias, el de manos bajas, trazos de seda y templado compás, que por su inolvidable plasticidad y verdad eriza el vello, humedece los ojos y seca las gargantas cuando un artista se juega la vida ante un toro bravo. 

Eso sí que es arte de verdad y no los groseros ataques y censuras del gobierno de España a la Tauromaquia. Sin bono cultural o pretendida compra anticipada del voto, la gente joven ha vuelto a los toros haciendo uso de su libertad y de su sensibilidad. A pesar de tanta hostilidad los aficionados estamos de enhorabuena.