domingo, 30 de enero de 2022

EL MAESTRO «JOSÉ ALAMEDA»

Por Paco Terán (*)

«José Alameda» y Paco Terán.

EN EL XXXII ANIVERSARIO LUCTUOSO DEL MAESTRO «PEPE ALAMEDA» 

El mejor analista taurino que ha existido


Se cumplen 32 años de la desaparición del maestro «PEPE ALAMEDA», cuya autoridad y sabiduría en materia taurina alcanzó el mayor rango que se puede lograr en la historia de esta Fiesta tan anciana y tan rica.

Nadie en el Planeta de los Toros le ha podido disputar al maestro «ALAMEDA» ni su erudición, inteligencia analítica, ni belleza de expresión; llegó a la cúspide en la investigación histórica seria y culta, en la crónica escrita y hablada inventando de paso la técnica de la narración televisiva, en la alta poesía (palabras mayores), en la disertación oral como conferenciante insuperable y particularmente en ese su magisterio que guiaba de manera artística e inmejorable la comprensión del anchísimo y viejo mundo de la tauromaquia.

Hablar de él me llevaría miles de cuartillas puesto que fueron muchos los años que, trabajando a su lado, me instruyó y formó en la más amplia gama de materias; no únicamente respecto a los toros, sino en literatura, filosofía, política, historia, apreciación artística y el conocimiento de las motivaciones psicológicas del ser humano.

Es verdad que alternaba yo los estudios universitarios con las férreas, estrictas, disciplinadas y casi dictatoriales lecciones diarias bajo la tutela del maestro «ALAMEDA»; pero puedo asegurar que fueron estas últimas las que tuvieron en mí una influencia mucho más decisiva.

Fueron necesarios innumerables días de trabajo en el periódico, de ayudarlo en la producción de su programa televisivo, de escucharle gloriosas conferencias y de acompañarlo en larguísimos viajes por carretera para que por fin me considerara apto para alternar con él en sus narraciones radiofónicas de corridas de toros en directo.

Mi mayor orgullo, no obstante, es haber contribuido de modo determinante en la gestación, investigación, elaboración y publicación del libro taurino que es hasta hoy el más valioso y prestigioso para entender la tauromaquia: «EL HILO DEL TOREO». Algún día relataré todo ese proceso; esta vez me basta con asegurar que su propósito es, mediante fundados argumentos, información responsable, ilustración y profunda reflexión, desbaratar el cúmulo de dogmas y mentiras que lastran la historia y los mecanismos de la fiesta brava.

Admirado maestro «ALAMEDA» seguiré agradeciéndole sus lecciones y tutoría, su rigor, paciencia y el abundante mundo de conocimientos al que me acercó con su inconfundible estilo, el de la CLASE, la CULTURA, la CATEGORÍA y el ARTE.


*Publicado en facebook


domingo, 23 de enero de 2022

OTRA VEZ JOSÉ Y JUAN

Por Antonio Luis Aguilera

Morante. Óleo de Diego Ramos

Casi un siglo después la historia reescribe en los carteles los nombres de dos toreros míticos de Sevilla: José y Juan. José no es de Gelves, sino de la Puebla del Río, y Juan no nació en Sevilla, sino en Triana. Morante luce los galones de un cuarto de siglo en el oficio; Ortega solo ha completado una temporada en las ferias, pues hasta la inolvidable epifanía de Linares fue ignorado por el «sistema» que ahora lo protege, al que no importaba que se marchara aburrido tras seis años de admirable e incansable lucha desde la alternativa.

José Antonio Morante Camacho y Juan Ortega Pardo están actualmente en el punto de mira de una afición selecta que busca el buen toreo. Son la pareja deseada para las grandes ferias y para cualquier acontecimiento importante de la temporada, la que otorga lustre al cartel y motiva al espectador para acudir pronto a las taquillas y comprar un boleto de esperanza, de los que invitan a soñar que salga premiado, para después guardarlo en las páginas de un libro y al encontrarlo poder recordar el delicado perfume de ese toreo singular, que por belleza y emoción eriza el vello y seca la garganta, cuando en el ruedo se manifiesta la magia de un instante único e irrepetible, de un calambrazo sensorial colectivo que provoca la estruendosa manifestación de jubilo en el público, que al liberar su ole coral quebranta el inquieto silbido de los vencejos en la hora de su vuelo rasante.

Juan Ortega, Foto Rafael Villar

Y como en el siglo anterior no solo hay dos, sino tres o cuatro para completar la terna o combinarla con los espadas que la afición selecciona por la clase de su toreo, por su concepto, por su línea de elegancia, como la que antaño encarnaba Rodolfo Gaona, o mostraba la fantasía de Rafael el Gallo, y un poco después, revelaba la gracia sevillana recreada en la faena nueva que alumbró el no menos grande Manuel Jiménez «Chicuelo». Ahí están hoy Diego Urdiales, Pablo Aguado, Emilio de Justo, Ginés Marín

La pandemia ha inclinado la sensibilidad del espectador —y lo que es más importante: de la juventud— hacia el toreo clásico, hacia la expresión personal del arte que fluye de la forma más natural, hacia el trazo sentido de la suerte manifestada con la sencillez del suave pulso en las telas, que llevan y traen al toro mecidas con la delicada y tremenda fuerza del temple que acaricia, atempera y crea obras efímeras en lances o pases, versificando en el albero trasteos y faenas que emocionan como los más bellos y profundos poemas. ¿Quién dice que el toreo se acaba…? Otra vez José y Juan, con Diego, Pablo, Emilio o GinésY con todos los que saben y quieren torear con la verdad por delante, con todos los que quieran sumarse para seguir alimentando la ilusión del público engrandeciendo el toreo, ese arte flexible capaz de acoger la diversa expresión de acentos interpretados con autenticidad, sin tamizar con las técnicas ventajistas que los adulteran. Como enseñaba el gran pensador del toreo José Alameda: «El toreo no es graciosa huida, sino apasionada entrega». Alborea una temporada con un horizonte lleno de ilusión, de anhelos por contemplar la singularidad de esos privilegiados por su forma de hacer y expresar un arte único e irrepetible: el toreo. 

sábado, 15 de enero de 2022

LOS AVÍOS DE «MANOLETE» A SUBASTA

 Por Antonio Luis Aguilera

Terno pusísima y oro de «Manolete». Foto Sala Ansorena

Ha sido la noticia de la semana. La sala Ansorena de Madrid sacará a subasta pública el próximo 26 de enero, varios enseres profesionales que pertenecieron al matador de toros Manuel Rodríguez «Manolete». En concreto, un traje de luces color purísima y oro (precio de salida fijado en 30.000 euros), dos capotes de brega, uno usado y otro sin estrenar (precio de salida 8.000 euros), dos muletas (precio de salida 6.000 euros), y el fundón de las espadas que acompañó al inolvidable torero por los callejones de todas las plazas de toros donde actuó (precio de salida 6.000 euros). 

Ante lo que es legal no hay nada que objetar. Cualquier persona es libre de hacer con su patrimonio lo que considere conveniente, aunque pueda tratarse, como en este caso, de un tema sensible para los aficionados, a los que cuesta aceptar el destino de parte de los avíos de quien ha sido una de las más grandes figuras del toreo de toda la historia. Pero los sentimientos no rentan y figuran en otro orden de valores.

Capotes de brega de «Manolete». Foto Sala Ansorena

Hechos como este otorgan mayor valor a quienes han levantado el chalet del torero en la cordobesa avenida de Cervantes, convertido gracias a la loable iniciativa del chef Juanjo Ruiz y de su directora Reme Romero, en un formidable y precioso restaurante: «La Casa de Manolete Bistró». Los herederos lo intentaron derribar, pero el inmueble fue protegido por el Plan General de Ordenación Urbana de Córdoba, tras el fallecimiento en noviembre de 1980 de la madre del torero, cuando se pretendió su demolición para levantar en su lugar un edificio de viviendas.

Era el lugar que la afición anhelaba para convertirse algún día en el gran museo del torero, el lugar donde confluyeran todos sus enseres, un reclamo de primer orden turístico para los miles de peregrinos que siguen buscando por Córdoba las huellas de «Manolete». Pero faltó cariño a su memoria y, por supuesto, iniciativa pública y privada, razón por la que la casa quedó abandonada a su suerte hasta que fue adquirida por una constructora, que al quebrar traspasó la propiedad a un banco, y finalmente fue adquirida por un empresa cordobesa que la arrendó a los propietarios del prestigioso restaurante que alberga. Gracias a ellos la casa está en pie y da gusto verla de lo bonita que la tienen.

Fundón de los aceros de «Manolete». Foto Sala Ansorena

Hace años la vida nos deparó la gran sorpresa de tener en nuestras manos varios de los objetos que salen a subasta el día 26, concretamente los capotes y muletas (1), junto al esportón del espada y el de su padre, ambos matadores del mismo nombre, apellidos y apodo profesional: Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete». Ingenuamente, aún queríamos pensar que algún día todos los enseres del matador podrían reagruparse y ser depositados en el lugar que por derecho propio merece su memoria. Pero la realidad es la que es, no nos engañemos. Desde la muerte del torero en la tierra donde nació ha faltado sensibilidad y cariño: ni los herederos, ni el Ayuntamiento, ni ninguna entidad privada decidieron aunar esfuerzos y dar un paso adelante. Ahora salen a subasta algunos de sus enseres profesionales, como antes salieron otros. Los propietarios están en su legítimo derecho, como también lo están quienes recuerdan al torero con sincera admiración por su obra y gran tristeza por el trato recibido, observando como chirría que unos lotes de sus avios hagan caja el año que se cumple el 75 aniversario de su muerte.

(1) ENLACE RELACIONADO: «Carmeluchi»

viernes, 7 de enero de 2022

«MANOLETE» ENSEÑOREÓ EL TOREO

Por Antonio Luis Aguilera 

«¡Manolete!». Gouache sobre papel de Roberto Domingo

El señorío y la dignidad de aquel torero permanecen intactos en el recuerdo imborrable de su paso por los ruedos. Su personalidad y entrega con todos los toros, su saber estar dentro y fuera de las plazas, su ejemplar respeto a los compañeros de profesión —a todos sin excepción, porque «Manolete» jamás consintió que se hablara mal de ninguno en su presencia; para  él todos eran buenos—, incluso de los que no disimularon la inquina que por envidia los carcomía. Fue el mejor de su tiempo. El mejor por la extrema sinceridad de su torería y entrega, por perseverancia, respeto, honradez, bondad y generosidad. Por el señorío y la elegancia irrepetibles, que un anochecer sepultaron junto a su cadáver en el cementerio de la «Virgen de la Salud» de Córdoba, cuando «Islero» pasó por Linares para poner el punto final a su historia y cargar con tanta culpa inconfensable...

La historia que luego narraron a modo de novela, con los supervisados tintes melodramáticos de aquella época en blanco y negro, ensalzando incluso a quienes hicieron de su vida un calvario, una auténtica sucesión de adversidades y pesadumbres. O la que en engolados actos académicos, argumentandos en invenciones urdidas con propósito de engañar, se propagaron de forma inmoral, para censurar las ventajas del toreo de perfil —en clara insinuación de cobardía— y realzar la pureza del clásico o de avance al pitón contrario. Ni siquiera muerto el gran torero, aquellos que no le aguantaron el pulso, aceptaron que no pudieron arrebatar el cetro al dueño y señor de su época, al torero que implantó definitivamente el toreo ligado en redondo revelado por Manuel Jiménez «Chicuelo», el que sigue vigente cuando se cumple el 75 aniversario de la muerte del espada cordobés. 

Como proverbialmente escribió Fernando Claramunt en su «Historia Ilustrada del Toreo» (Editorial Espasa-Calpe): «Nadie ha vuelto a pasear aquella dignidad vestida de luces, aquel saber estar ante el toro y ante el público. Entrega absoluta. Vergüenza profesional a carta cabal». 

sábado, 1 de enero de 2022

GAONA Y «JOSELITO» EN 1915

Por «Don Justo»

Portentoso par de banderillas, cuadrando en la misma cara, de
Rodolfo Gaona. Temporada de 1917. Foto "Al Toro México".

Releyendo la magnífica «Historia Ilustrada de la Tauromaquia» del gran aficionado y escritor Fernando Claramunt (Espasa-Calpe. Madrid 1992), nos detenemos en la más que interesante comparación que en ella se reproduce del cronista «Don Justo» (Isidro Amorós Manso), que fue publicada en la obra «Gaona-Joselito» (Madrid 1916). Siempre es un gozo leer e imaginar cómo fueron aquellos portentosos toreros. Veamos cómo se expresaba «Don Justo» en 1916: 

«Rodolfo Gaona con sus alzas y bajas y los alejamientos de la plaza madrileña por problemas con las empresas, afianza su prestigio en plazas de provincias en las principales ferias del año. Pese a todo en 1915 actuó nueve veces en Madrid justificando su fama con lo que realizó en los tres tercios.

Y no menos portentoso par de Joselito por los adentros 

De los dos toreros de la sevillana escuela, el de Gelves es más dominador y el de México más elegante y artista. No se trata de “borrar a Joselito” sino de contrastar su repertorio variado, fácil, de dominio, con el clasicismo de Gaona que practica un toreo de brazos más depurado, exquisito, menos basado en las facultades físicas.

¿Qué resulta de comparar uno y otro torero?

El dominio de la verónica de Joselito 

En el primer tercio se vislumbraría el dominio de Joselito. Recoge su capote inmediatamente los toros abantos. Recuerda mucho a Ricardo Torres Bombita con el compás muy abierto, cargando mucho la suerte pero echando hacia afuera el toro, con lo que la suerte pierde emoción. Rara vez intercala navarras o faroles en sus verónicas. El repertorio de quites es mucho más variado en Rodolfo Gaona, sobresaliendo el lance que Don Pío bautizó como “gaonera”. Uno y otro matador practican el quiebro de rodillas con limpieza, a la altura de la cintura (no la larga afarolada “mixtificación sin mérito alguno”). Pero los dos realizan con galanura cuantas largas clásicas, galleos, quites a punta de capote, medias verónicas y otros adornos se propongan. Joselito tiene gran habilidad para el recorte capote al brazo, al estilo de Reverte.

La elegancia del «Indio Grande» en la hora estelar de su toreo.

Con las banderillas José tiene todo el repertorio alegre y lleno de facultades de Guerrita mientras Gaona parea con la soberana elegancia y la majestuosidad de Lagartijo. José banderillea más “a la carrera”. En los pares de Gaona hay templanza, menos prisa y sobre todo más elegancia. José pasa ante la cara más rápido, no para, no cuadra lo debido “robando a la suerte lo que sólo saben apreciar los buenos aficionados”.  Se deja ver desde muy lejos, anda despacio hasta emprender la carrera iniciando ya el cuarteo con suma habilidad. Abusa de clavar por el lado derecho, por lo cual ha sufrido luego cogidas al entrar a matar.

La maestría de Joselito en el segundo tercio de la lidia

Gaona por su parte es en el segundo tercio un dechado de vistosidad y elegancia. Banderillea lo mismo por un lado que por otro con enorme facilidad. Camina hacia el toro con los brazos abiertos y la espalda ligeramente inclinada hacia atrás con pasos suaves y rítmicos. Da un golpecito con los palos antes de clavar, sin perder ningún tiempo y sin que padezca la reunión de los rehiletes. Es una costumbre clásica de los grandes banderilleros. Cuadra muy bien ante el toro. Uno y otro  torero son “tan excelentes rehileteros que podrían actuar con los ojos vendados y no desmerecen ante el recuerdo de Lagartijo y Guerrita”.

El escalofriante «par de Pamplona» de Rodolfo Gaona (8-7-1915)

En el último tercio sobresale el dominio de José con la muleta con el toro de peligro. El macheteo, toreo por la cara, la vista y las facultades son algo portentoso. No hay toro que se resista, por quebranto o por fascinación; agotado y entregado permitirá el adorno final y el entusiasmo del público.

La clase, el dominio y la seguridad de Joselito 

En las primeras temporadas de matador toreaba menos erguido, menos derecho, cargaba demasiado los pases.

Rodolfo, con sello propio, cuando le sale un toro bravo y codicioso se hace aplaudir como nadie. Los cambios de mano de la muleta en la misma cara del toro tienen gran precisión y sorprenden al público. A uno y otro torero se les acusó de manejar en exceso la mano derecha, pero saben torear al natural con gran pureza. Los naturales de Gaona, “impecables y de artística y soberana ejecución no los mejoraría nadie ni aún el mismísimo Cayetano Sanz o Lagartijo”.

José domina a los toros mansos. Rodolfo luce mucho con los bravos y pastueños.

Adorno de Rodolfo Gaona en la plaza de Madrid

Con la espada Rodolfo es superior a José. El diestro de Gelves suele no matar en la suerte natural, da la salida a las tablas con lo que el toro “hace mucho por el matador” y a menudo le quita la espada o le hace pasar dificultades alargándose mucho la faena. Por su parte Rodolfo mata bien, arranca derecho, lleva el estoque bien montado, dobla la cintura por el pitón y sale por los costillares. Sin ser un purista del volapié es notoria su superioridad en esto sobre Joselito. La suerte de recibir la han ejecutado uno y otro en pocas ocasiones.

Joselito en Santander (1912). Foto Francisco Goñi (El País)

De las corridas que torearon juntos en la temporada de 1915, Gaona quedó mejor en las tres tardes de Granada. En Mérida, el 24 de junio triunfo Gaona en todos los tercios. En Pamplona el 8 de julio Gallito sobresalió en quites y matando, pero Gaona estuvo mejor con las banderillas y la muleta. El 9 de julio en la misma plaza Joselito fue el triunfador, así como el Santander el 8 de agosto y en San Sebastián, donde Gaona, volteado, fue a parar a la enfermería. En Salamanca el 11 de septiembre Gaona superó a Joselito. Alternaban ese día con Gallo. El 13 de septiembre, también en Salamanca, estuvieron los dos igual de bien. En Valladolid con toros de Saltillo para Gaona, Joselito y Belmonte, tuvo más suerte Joselito y quedó mejor en general.

Estocada de Rodolfo Gaona

La última del año, la de Granada, fue con miuras pedidos expresamente por Joselito para alternar con Gaona y Belmonte. Gaona estuvo colosal en todo y Joselito mal».

Interesante e histórico testimonio. Posteriormente, pese a continuar obteniendo triunfos importantes, aquel soberbio torero mexicano que fue Rodolfo Gaona que demasiadas veces se olvida que encarnó un papel de primer protagonista en la «Edad de oro del toreo», como también lo hizo Rafael el Gallo—, tendría un desafortunado contratiempo privado, convertido en público, que marcaría dolorosa y cruelmente su imparable carrera en los ruedos.