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martes, 30 de enero de 2024

CAMBIOS DE AFORO EN «LOS CALIFAS»

Por Antonio Luis Aguilera


Plaza de toros de Córdoba en el año 2019

La mayoría de páginas taurinas que hablan del aforo de la plaza de toros de «Los Califas» de Córdoba ofrecen un dato que nunca fue real. Sin embargo, este se ha ido reproduciendo de unas a otras por el prestigio de la fuente que lo recoge: la gran enciclopedia «Los Toros» de José María de Cossío, que lo cifra en 16.900 espectadores. Parece ser que era la capacidad prevista para el nuevo recinto taurino que se iba a levantar en la ciudad, cuando en los años sesenta del pasado siglo los propietarios de la plaza de «Los Tejares» decidieron vender el entrañable y céntrico inmueble, que sería derruido para levantar en su espacio unos grandes almacenes, y construir una nueva plaza —que ese fue su primer nombre «Nueva plaza de toros de Córdoba»— en terrenos de la «Huerta de la Marquesa», para el que se contemplaba el aforo antes referido, que definitivamente no fue ejecutado, al considerarse la opción de doblar los vomitorios de los tendidos para dotar al recinto de mejor accesibilidad y evacuación.

Esa modificación del proyecto no fue recogida en la célebre enciclopedia de la Editorial Espasa, de donde todos tomaban el dato de un aforo que nunca tuvo la plaza. El primer dato fidedigno de la capacidad de espectadores del nuevo coso taurino fue 14.842 localidades, y fue conocido quince años después de su inauguración. Lo proporcionó en los años ochenta el gran aficionado don Antonio Pérez-Barquero Herrera, que siendo empresario del coso en unión de sus cuñados don José y don Manuel Flores Cubero, los hermanos «Camará», se encargó de verificarlo personalmente.

Vano abierto en la estructura, sobre las antiguas
taquillas de la plaza, para instalar escaleras de 
evacuación en los conciertos de verano.

Posteriormente, en el año 2003, el coso disminuyó su capacidad hasta 14.621 localidades, debido a las reformas llevadas a cabo por los propietarios para facilitar el acceso a espectáculos taurinos a personas con discapacidad, así como para construir una meseta de toriles en el tendido 6 que ocuparían los encargados de ejecutar las ordenes presidenciales con clarines y timbales —hasta entonces los cambios de tercio eran ejecutados desde un palco por la banda de música que amenizaba el espectáculo—. Este nuevo dato nos fue comunicado por don Tomás González de Canales,  como presidente del Consejo de Administración de la Sociedad Propietaria de la plaza.

Escaleras colocadas en el hueco de la fachada
de la plaza sobre las antiguas taquillas.

El aforo volvería a disminuir en la temporada de 2022 por las obras llevadas a cabo en el recinto para celebrar conciertos musicales durante el verano, y obtener la licencia de la Gerencia Municipal de Urbanismo, que obligaba como medidas de seguridad, entre otras, elevar las barandillas de los balconcillos de tendido, y modificar los accesos de los tendidos en prevención de evacuaciones de emergencia. Ante este condicionamiento el coso fue objeto de unas agresivas reformas en su exterior, que derribaron parte de su fábrica para instalar escaleras de emergencia sobre las antiguas taquillas y abrir unas puertas de acceso en el muro de los corrales de la plaza, mientras que en su interior fueron eliminados asientos con objeto de ensanchar las escaleras de acceso a los tendidos, disminuyendo el aforo para la celebración de espectáculos taurinos al actual de 13.900 localidades.

Puertas construidas en el muro de corrales
y hueco abierto en la estructura de las gradas
para colocar escaleras metálicas durante la 
temporada de conciertos musicales.

lunes, 10 de abril de 2023

LA ESTOCADA

Por José María de Cossío


Estocada de Juan Ortega a "Lanudo" de la ganadería de Álvaro Núñez.
Foto: David Bracho. (Málaga, 8 de abril de 2023, corrida Picassiana).

En la estocada se necesita valor, decisión, seguridad, confianza ilimitada en el juego de la muleta con la mano izquierda, serenidad para afrontar ese momento tremendo en que al zambullirse sobre la res se pierde de vista su cabeza. Esa confianza valerosa, esa decisión sin vacilaciones, ese admirable juego de muñeca al vaciar al toro, medido y acompasado el empuje de su embestida, son virtudes de auténtico matador de toros.

José María de Cossío: Enciclopedia «Los Toros»

(Tomo IV: Reflexión sobre «Manolete») 

martes, 29 de junio de 2021

DIGNIDAD FRANCESA

Por Antonio Castillo Rebollo, aficionado. 

Plaza de Mont de Marsan, inaugurada el 21 de julio de 1889 por el 
espada de San Fernando (Cádiz) José Rodríguez Davié Pepete.

Es indudable que en el sur de Francia, la corrida de toros a la española alcanza hoy en día, cotas de inmensa popularidad y goza de una magnífica salud. Sin embargo, su devenir hasta la época actual, no ha sido precisamente un camino de rosas; al contrario, su curso estuvo plagado de incidentes, prohibiciones y campañas orquestadas que no lograron doblegar el ánimo del aficionado francés.

Hoy, quiero comentar un caso muy curioso del que fue protagonista en 1895, el torero sevillano Antonio Reverte en Mont-de-Marsan junto con Mr. Paul Dorian el alcalde de esta ciudad. Pero antes, el bondadoso lector me disculpará que lo haga navegar por mi personal y procelosa laguna Estigia, con el siguiente y largo preámbulo:

El sevillano Antonio Reverte  

Tanto en el sudoeste como en el sudeste francés viene de muy antiguo la costumbre de jugar con el toro -tauromaquia-. Se pierde en la noche de los tiempos la existencia de un toro salvaje en los pantanos de la Camarga, cerca de donde desemboca el Ródano. Es un toro pequeño, pero duro, muy ágil, con mucho brío y agresividad  y   descarado  de  pitones  en forma  de  lira -cornialto o cornipaso-.  Desde hace varios siglos, a este toro se enfrentan a cuerpo limpio unas cuadrillas de mozos que, con sus recortes, quiebros y saltos espectaculares burlan su codiciosa embestida. Según Cossío que se apoya en la información que le proporciona Auguste Lafront, “…a principios del siglo XIX, en Arlés, las fiestas taurinas continuaban con brillo una tradición, sin interrupción, desde hacía casi tres siglos…”. Sin embargo, la implantación de la corrida española con matadores de a pie y picadores es cosa mas reciente. Concretamente la primera de ellas se celebró el 21 de Agosto de 1853 en Saint-Esprit, un pequeño pueblo aledaño a Bayona y donde existía desde 1850 una pequeña placita destinada a ofrecer espectáculos de corrida a la landesa. La plaza se llenó de un público expectante que acudió a ver al famoso espada madrileño Cúchares, que se enfrentó él solo a cuatro toros navarros y dos andaluces. Este primer cartel, publicado por Pelletier, está cuidadosamente impreso en Bayona y con grandes caracteres tipográficos anuncia: “Grandes Courses Espagnoles de Taureaux”. A esta primera corrida, seguirán otras dos, los días 22 y 23 del mismo mes. El impacto de las corridas españolas con toros de muerte fue tremendo. Según Pelletier, periódicos locales como Le Courier exhortaban a sus lectores con estos términos tan ardorosamente beligerantes y combativos: “Appel est fait à la jeunesse bayonnaise; une brèche est déjà ouverte: à l’assaut, à l’assaut!” (Un llamamiento a la juventud de Bayona; se ha abierto una brecha: ¡Al asalto, al asalto!).

Toros de la Camarga francesa

Apoyando la implantación de la corrida española, como se le llamaba en Francia al nuevo espectáculo tauromáquico, Aguado de Lozar que había sido el avispado empresario navarro de estas primeras corridas en Bayona, bajo el seudónimo de M. Oduaga Zolarde, da a la imprenta el primer tratado de tauromaquia escrito en francés: “Les courses de taureaux expliquées”, libro rarísimo donde los haya, que se publicaría en Bayona en 1854, por la imprenta de Lamaignère, con 148 páginas más cuatro láminas grabadas a la litografía, con escenas taurinas. 

A partir de entonces, se fue extendiendo la corrida española por todo el sur de Francia: Andrés Fontela inauguró la primera plaza de Béziers en 1859, el novillero guipuzcoano Manuel Egaña (Relojero) pisó por primera vez las plazas de Mont-de-Marsan, Dax y Saint-Sever en 1860, el matador de toros catalán Pedro Aixelá (Peroy) lo hizo en la de Marsella en 1861.

En la década siguiente, matadores de cartel como Currito, Ángel Pastor, Gordito, se dejaron ver, especialmente en Nimes, donde en 1885, una muchedumbre enorme, se reunió para ver actuar al famoso espada Frascuelo.

Una de las dos plazas de toros de París. La Torre Eiffel al fondo

En 1889, se llevó a cabo un esfuerzo muy importante para que arraigara la corrida de toros española en el corazón de Francia -París- con motivo de la Exposición Universal. Nada menos que se construyeron dos plazas de toros: una en terrenos de la propia Exposición y otra, mejor acondicionada, en el cruce de la rue Pergolèse y el boulevard de Lannes, bautizada en los carteles –en castellano- como “Gran Plaza de Toros du Bois de Boulogne”. Para la ocasión se tiraron carteles con gran lujo y tamaño, en cromolitografía, y que se hicieron tanto en España, por el pintor Daniel Perea (Lit. Palacios, de Madrid), como en París, donde el famoso cartelista Jules Cheret no desdeñó el realizar un atractivo affiche que se tiró en la imprenta de Chaix. En la extraordinaria colección de carteles del coleccionista catalán Jordi Carulla hay magníficos ejemplos de este artista y otros cartelistas franceses como Baylac, Million, Diffre. Ese mismo año, se dieron en la capital francesa nada menos que 28 corridas, con la participación de primeros espadas, tales como Ángel Pastor, Valentín Martín, Mazzantini, Lagartijo, Frascuelo, Cara Ancha, Guerrita y otros más. Curiosamente, durante estos cuatro años -de 1889 a 1893- se celebraron bastante mas de un centenar de corridas y estos festejos parisinos sirvieron para favorecer los intereses de muchas de las plazas del sur de Francia, ya que las empresas de las mismas aprovechaban el paso de los diestros contratados en París, para asegurarse su concurso, y así vieron torear en Marsella a Fernando el Gallo y Mazzantini. En Dax a Faico, Minuto y Guerrita, ó a Ángel Pastor en Mont-de-Marsan. 

Torerísimo quite de Fernando el Gallo en la plaza de Madrid
mientras acude el picador reserva. Fotografía Jean Laurent.

Sin embargo, en París, no todo fueron facilidades para la implantación de la corrida de toros -que nunca logró arraigar allí- y así, años mas tarde, también en París, el 5 de junio de 1900, el torero aragonés Ramón Laborda (el Chato) actuó en la corrida inaugural de la plaza de toros de “Arenas de Enghien”, construida con motivo de la nueva Exposición Universal, a las órdenes del matador francés Félix Robert. Camino de la plaza, un sicario contratado por la Sociedad Protectora de Animales, de nacionalidad sueca y llamado Ivon Aquelli, disparó varios tiros contra el coche de los lidiadores en protesta por la celebración de corridas de toros, alcanzando a “El Chato” en el brazo y costado izquierdos, aunque las heridas fueron afortunadamente muy leves. Esto dio motivo para que Roberto Casañal, en un raro y gracioso folleto “Romance, vida y retrato de Ramón Laborda (el Chato) editado en Zaragoza en 1913 y escrito en forma de romance, nos relate el atentado con su fina ironía, diciéndonos que: “como le apuntara a la nariz, ¡está claro! No le dio ninguna bala”.

Ramón Laborda "El Chato"

Y llegamos al nudo de nuestra historia. Ante el auge creciente de las corridas de toros, los años de persecución, que nunca habían desaparecido, se recrudecieron en 1894, con la aparición de continuas trabas administrativas y legales y prohibiciones gubernamentales procedentes de París. Esta situación aún empeoró más en 1895, pues el nuevo ministro del Interior, Mr. Georges Leynes había reanudado una lucha áspera a favor de la prohibición de las corridas, de modo tal que, si un matador de toros daba muerte a su toro durante la lidia del mismo, se le entregaba un decreto de expulsión que le impedía volver a Francia para una nueva corrida y entre los que figuraron expulsados Bombita (Emilio), Chicorro, Fabrilo, Minuto, Marinero, Fuentes, Lagartijillo, entre otros. De esta manera, las empresas francesas quedaban obligadas a contratar nuevos matadores que no estuviesen incursos en ningún decreto de expulsión. No se le ocultará al avisado lector que, ante la falta de matadores, por culpa de estas triquiñuelas legales (Ley del 2 de Julio de 1850. Ley Grammont), la corrida española, corría un serio riesgo de desaparecer en un corto plazo de tiempo de las arenes francesas.

El torero francés Félix Robert

Cualquier aficionado francés que sea conocedor de la historia taurina de su país -que son los más- se sabe deudor de personas como Paul Dorian y es gracias a él y a otras personas como él, que, con toda normalidad, se celebren tantas y tan buenas Ferias taurinas en nuestro país vecino. 

Aquel año de 1895, en el apogeo de su fama, Antonio Reverte fue contratado en Mont-de-Marsan para torear dos corridas, una de Carreros y otra de Flores, los días 14 y 16 de Julio. En su primera -como veremos a continuación- y única corrida del día 14 Reverte, según la crónica que publica la revista madrileña El Toreo (núm. 1139 del 22 de julio de 1895) “estuvo regular en la muerte del cuarto toro y superior en al de los bichos segundo y sexto lo que le valió grandes ovaciones, así como entusiasmó a las masas con sus recortes capote al brazo y toreando de capa”. Estaba previsto que toreara de nuevo el día 16, pero una orden de expulsión del país, por haber consumado la mise a mort, se lo impedía. París había dispuesto que un comisario especial investido de los poderes pertinentes que le delegaba la Convención, para que se encargara personalmente de la expulsión inmediata del matador español. 

Antonio Reverte con su cuadrilla

Enterado el alcalde Paul Dorian, y en vez de obedecer la orden, decide esconder al torero en su propio domicilio, con el ánimo de hacer creer al comisario que el diestro ya había tomado el tren a Hendaya, de regreso a España y por el medio de los hechos consumados, hacer que este toreara de nuevo y por sorpresa el día 16. Noticioso el comisario de lo que sucedía, ordenó que Reverte fuese detenido y escoltado hasta la frontera. El alcalde puso en juego todas sus influencias para que no se diese cumplimiento al auto de expulsión y al no conseguir su revocación, acompañó al torero hasta la estación, suponemos que sería a altas horas de la noche, cuando el convoy que procedía de París y con destino a Hendaya, hacía su escala en Mont -de- Marsan y una vez que partió el tren hacia la frontera, regresó andando al Ayuntamiento, en cuyo tablón de anuncios fijó un aviso anunciando su dimisión, lo que le valió, dicen las crónicas, grandes y unánimes aplausos de todo el vecindario, que ya previamente, se había manifestado frente a la casa del mismo alcalde, pidiendo la celebración de la corrida del día 16 con Reverte en el cartel.  

miércoles, 9 de septiembre de 2020

UN PICADOR DE TOROS CON TRATAMIENTO DE “SEÑOR”

 Por Rafael Sánchez González    
                    
Manuel de la Haba Bejarano Zurito: el señor Manuel de la Haba 
Sabido es que en la densa historia de la Tauromaquia hubo dos  toreros que ostentaron el tratamiento de “Don”. Fueron los diestros Luis Mazzantini y Eguía, italiano de nacimiento y elgóibartarra por adopción, hombre de refinados modales que paseaba por las calles de Sevilla su vestir currutaco, quien, ejerciendo como jefe de estación en la Compañía de Ferrocarriles Mediodía, decidió hacerse torero y alcanzó justa fama como certero estoqueador; y Antonio Gil Barrero, Don Gil en los carteles, alias que le aplicaron por lo atildado que iba siempre. Casi una anécdota del toreo puesto que se trataba de un señorito madrileño al que, animado por su amigo José Redondo el Chiclanero, se le metió en la cabeza tomar la alternativa y a quien el destino le tenía reservado un triste final, pues después de que por recomendación del rey Alfonso XII desempeñara un puesto en el Ministerio de Gobernación, olvidado por todos y arruinado, en su desesperación tomó la determinación de suicidarse disparándose dos tiros de revólver. Viene esto a cuento, porque quiero recordar que un torero cordobés, que también vestía de oro en los ruedos aunque no como espada, alcanzó el calificativo de “Señor” por su extraordinaria e indiscutible categoría como picador de toros. Me refiero a Manuel de la Haba Bejarano Zurito, el señor de la Haba, que es el personaje que hoy centra mi atención.
Lo correcto sería desgranar a continuación algunos pasajes destacados de su brillante ejecutoria  profesional, pero antes quiero exponer varias citas sobre su valía que vienen a demostrar el por qué de tan  merecido tratamiento. Así, en su monumental obra Los Toros dice José María de Cossío: “Aún Badila y Agujetas los dos picadores más cimeros de los últimos tiempos del siglo XIX recorrían en triunfo las plazas, y nuestro varilarguero contendió con ellos en multitud de ocasiones, y dio pruebas de ser un continuador dignísimo de las hazañas de estos”. A continuación añade: La plaza madrileña, teatro principal de las proezas y los fracasos de todos los toreros, retembló bajo las manifestaciones de entusiasmo por las labores admirables que en muchas tardes realizó Zurito”. Y concluye indicando: Con Manuel de la Haba se fue uno de los picadores verdaderamente extraordinarios que ha tenido el toreo. En la memoria de los actuales aficionados quizá ningún picador haya dejado una impresión más profunda. Hemos visto quienes hacían más daño a los toros, acaso jinetes con más alegría, pero artista tan completo como Zurito no se ha dado entre los piqueros de estos últimos tiempos. Decisión, valentía, habilidad, eficacia eran cualidades que Manuel de la Haba tenía dosificadas en justas proporciones. Sobre todas, o más bien fundiéndolas, estaba su conocimiento del toreo a caballo, que hacía que la preparación y preludio de la suerte fueran un recreo para el buen aficionado. Las varas en que para hacer arrancarse al toro había de abrir y cerrar, hacer avanzar y retroceder a su caballo para, al conseguirlo, agarrarse con él y quebrantarle a toda ley, fueron innumerables”.   
"Decisión, valentía, habilidad, eficacia...". El señor Manuel picando un toro. 
Estando todavía en activo, en 1913 escribió sobre él José Carralero y Burgos en su libro Los Califas de la Tauromaquia: “Zurito es un picador de lo mejor que haya podido haber; duro, valiente, manejando el caballo a la perfección, serio y de los que menos caballos se dejan matar, y de los que más castigan a los toros”. Y en idénticas circunstancias, en 1895 apunta el autor de Córdoba Taurina, José R. Alfonso Candela: “Picador que empieza ahora y ya ocupa un lugar preferente entre los mejores... El Zurito posee buen brazo derecho, buena mano izquierda, mucha valentía y una modestia excesiva”.
En prensa no son menos elogiosos los comentarios de diferentes periodistas y escritores especializados en la materia. Veamos algunas muestras de ellos: Dulzuras (Los Toros 11/9/1910): “Se trata de uno de los buenos picadores que en todo tiempo habría hecho excelente papel, aunque hubiera trabajado con los Corchado, Azaña, Coriano, Calderón y otros tantos que en la historia tienen nombres famosos porque fueron los mejores de su época. Si Zurito, como digo antes, hubiera trabajado con aquellos, se habrían repartido las palmas, y a él le habría correspondido su parte, ganada en noble lid. Es un verdadero artista a caballo, y cuando se le ve trabajar no se sabe qué admirar más, si la habilidad del jinete, que lleva al caballo donde y como le place, o el conocimiento del  torero, que pega a los toros mucho más que otros muchos sin que su castigo revista el aparato que reviste el de los que todo lo sacrifican al efecto escénico. Desde el momento en que comenzó su carrera, no le cupo duda a nadie de que había en el picador cordobés uno de los que ocuparían en la historia el lugar que corresponde a los escogidos”. Y remata su semblanza con estas líneas: “Esta es la figura torera del que en la actualidad es un verdadero maestro de picadores,  que posee el secreto del arte de torear a caballo como no lo poseen más que los escogidos, que han nacido para ser superiores entre los suyos”.
En la serie Remembranzas Taurinas de Ventura Bagües Don Ventura en el semanario El Ruedo, al recordar a Zurito (Núm. 105 con fecha 10/5/1957) escribe: “Dejó huellas profundas de su paso por los ruedos; si fue poderoso auxiliar para su matador, su brega magistral a caballo llamaba la atención de todos los espectadores, por lo que bien puede decirse que fue extraordinario en todo lo atinente a su profesión”. Y de la sabrosa biografía que Cambises hace en la revista El Burladero (Núm. 80 de 20/10/1965), escojo estos párrafos: “Cuando repicaban de gordo -se refiere a las ovaciones-, que no era todas las tardes,  las palmas echaban humo y el Señor de la Haba, que fue un artista manejando el palo largo, así como un jinete extraordinario y excelentísimo torero a caballo, las disputaba a los matadores con tesorero empeño. Y conste que con el que más años fue encuadrillado, se llamaba Rafael Guerra Guerrita”. Y añado yo, que he leído reseñas de festejos en las que se dice que los propios lidiadores se unían a la ovación que el público dedicaba a Zurito cuando al cambiarse de tercio abandonaba el ruedo. Para cerrar  esta exposición de comentarios -podría seguir dando referencias en el mismo sentido-, selecciono lo que Eduardo Muñoz N.N. apunta en Fiesta Brava (13/3/1931): “El Señor de la Haba, picaba todos los domingos y fiestas de guardar. Elegía, o le daban, o exigía los caballos grandes de alzada, resistentes, poderosos. Lo otro, esa su habilidad, su arte supremo que traía a las arenas el recuerdo de Paco Calderón, el arrojo del Chuchi, con la fe ciega con que iba al toro siempre, y muchas veces a destiempo; de Paco Fuentes, con la conciencia del que va a pegar, y a eso se va; lo ponía él con la destreza del toreo a caballo, que puede convertir para los otros trances y lances de la lidia, un buey marrajo, en dominado, dócil y suave”. El colofón lo pone en verso Baldomero Muñoz Españita: “Era tan grande su destreza, / y tan fuerte su estructura; / que convertía en fortaleza, / su débil cabalgadura”. Creo que queda claramente justificado el tratamiento de “Señor” que con todo merecimiento se le adjudicó a Manuel de La Haba Zurito. Ahora vamos con  su ejecutoria profesional, reducida a los datos más relevantes.
Antigua foto del torerísimo Campo de la Merced de Córdoba 
Nacido el día 6 de octubre de 1868 en el barrio de Santa Marina, o lo que es igual en el entorno del torerísimo Campo de la Merced, fueron sus padres José de la Haba Citrón y Manuela Bejarano del Pino. José ejerció como mayoral en la ganadería de don Rafael-José Barbero, en tanto que un hermano de este, Francisco al que llamaban Curro Lavasia, lo fue en la vacada del marqués de los Castellones, cargo en el que le sustituyó Rafael Márquez Mazzantini, que llegó como vaquero y se convertiría después en un destacado varilarguero. Aún cabe añadir que a Rafael le relevó José Baena Puntas El Rubio, quien estando ya en la ganadería de don Florentino Sotomayor llegó a tener una de las paradas de cabestros mejor adiestrada del campo bravo andaluz, tan rico en jugosas historias camperas.
Sin antecesor familiar alguno que vistiera el traje de luces (el apellido de la Haba, o del Haba puesto que de ambas formas aparece, es de los más antiguos que encontramos en los padrones vecinales de la época relacionados con el taurinísimo barrio del Campo de la Merced) apenas era un muchacho cuando se colocó para animar el fuelle en una de las diversas fundiciones existentes en aquella zona de Córdoba, alcanzando muy pronto la especialidad de forjador, trabajo que motivó el origen de su apodo, por cuanto a consecuencia de las altas temperaturas en las que desarrollaba su labor había sufrido la quemadura de las cejas y en torno a los ojos tenía un cerco blanco semejante al de los palomos zuritos.
Exteriores de la anterior plaza de toros de Córdoba, el coso de Los Tejares 
Respecto a su  actividad en los ruedos, rara es la biografía en la que se dice que sus inicios, aunque de manera fugaz, fueron como torero de a pie, pero dada su fuerte complexión física y el dominio que tenía de las cabalgaduras, fruto de sus andanzas en las fincas en las que trabajaban su padre y su citado tío, le animaron a ejercer como picador y así se presentó ante sus paisanos el día 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, de 1884, función en la que con novillos de cinco años y desecho de tienta, de la ganadería de Rafael Molina Lagartijo, fueron espadas Antonio Fuentes Hito (hermano del matador de toros Bocanegra), Rafael Bejarano Torerito y Rafael Rodríguez Mojino. Añadir que un tal Saleri brindó el salto de la garrocha a Lagartijo que ocupaba un asiento en la meseta de toriles y que José Bejarano, hermano de Torerito, resultó herido en el muslo derecho al salir de un par de banderillas. Continuó trabajando Zurito para diferentes espadas hasta que José Rodríguez Bebe Chico, su amigo el Pijulin, le dio sitio en su cuadrilla y con ella debutó en Madrid el 28 de agosto de 1892, cartel que completaban el almadenense Manene (Eusebio Fuentes), José Martín Taravilla y reses desecho de tienta y defectuosas (ese era el ganado con el que generalmente tenían que apechugar los novilleros de entonces) de Manuel Bañuelos Salcedo, que mostraron bravura en el primer tercio. Zurito, que intervino en los tres primeros bichos, fue el único que entre los hombres con castoreño destacan las crónicas. Al terminar la temporada ya estaba su nombre en el punto de mira de varios espadas y fue Antonio Fuentes quien en 1893 le llevó con él pero, muy pesar suyo, cuando finalizó aquella campaña tuvo que prescindir de sus servicios al no poder costear tres picadores. 
Picadores de la cuadrilla de Guerrita: Beao, Molina y Zurito
Esta circunstancia la aprovechó Guerrita, que conocía de primera mano la ascendente carrera de Manuel para, junto con su también paisano José Arana Agustín Molina (que ya trabajó con él en La Habana y por él intercedió a fin de que pudiera regresar a España, huido tras matar a un hombre en una reyerta) para renovar con ellos su personal de caballería, debido a  lo gastado que físicamente estaba ya Rafael Moreno Beao, muy castigado por los toros, y a la obligada baja de su primo Antonio Bejarano Pegote, recluido en la clínica madrileña del doctor Esquerdo dado el agravamiento de su enfermedad mental, decían que como consecuencia de los golpes recibidos en su de por sí trastornada cabeza por los constantes batacazos en los ruedos. Daba entrada a dos picadores de gran fortaleza, de los denominados con buen brazo, que en más de una ocasión dejaron al burel para pasar directamente a manos del puntillero, y a veces directamente para el arrastre, con la consiguiente bronca del público y la felicitación del jefe, que no les quería indicar tan duro castigo cuando  con machacona insistencia les decía: “agarrarlos lanterillos pa que descuelguen”. No debemos olvidar, que, bien durante su lidia o dándoles indicaciones a los ganaderos sobre la selección del ganado, Guerrita tenía especial empeño en  ahormar a los toros buscando mayor lucimiento y seguridad para los toreros. Podría decirse que fue el primer hombre de Marketing del toreo. El segundo califa, que conocía y dirigía la lidia de principio a fin, ponía a Juan Molina como ejemplo de buen peón de brega, sintió especial aprecio hacia el pobre  Pegote y no ocultaba su gran admiración por Zurito.  Al hilo de esto recuerdo una frase que  José María Gaona, inteligente y ameno escritor taurino gaditano que firmaba sus trabajos con el seudónimo de Tío Caniyitas, pronunció en una conferencia, toda ella en verso, que decía: “Por ver lo que yo no he visto / hubiera dado media vida, / tirar el palo al Zurito / y bregar, a Juan Molina”. 
Una vara de Zurito. Revista Sol y Sombra de 22 de agosto de 1901
Se cuenta, que en una novillada de convite organizada en
Los Tejares por varios  aficionados y a la que asistieron invitados Guerrita y varios componentes de su cuadrilla, saltó a la arena una res ante la que ninguno de los participantes mostró deseos de torear, y en esas estaban cuando Rafael, dirigiéndose a Zurito, le dijo: “¿a que no la matas tú?”. No había terminado la pregunta cuando ya había cogido el picador muleta y estoque, dando cuenta de la res con tan sobrada solvencia, que fue felicitado por su jefe de la siguiente forma: “Suri, vete a tu casa y machaca los jierros de picar, porque con una miaja de grasia puedes ser un mataor tan güeno, que muchos de los que habemos en el astual iban a comer de vigilia to el año”. Y a su lado permaneció hasta la retirada del famoso diestro en Zaragoza, el 15 de octubre 1899.
Al cortarse la coleta Guerrita, seguidamente lo hicieron también  dos elementos de la cuadrilla, su hermano Antonio y el ya mencionado Beao, concuñado suyo al estar ambos casados, respectivamente, con las hermanas Dolores y Francisca Sánchez Molina. Sucedió entonces que el grueso de sus eficaces colaboradores en los ruedos pasó a las órdenes de Antonio de Dios Moreno Conejito, matador de toros en plena ebullición de su brillante carrera taurómaca, que dicho sea de paso, en Córdoba no ha sido considerada en su justa medida. Cuadrilla que quedó configurada de la siguiente forma: Zurito y Agustin Molina varilargueros, a los que el año siguiente se unió Ricardo Moreno Onofre, conocido entre los cordobeses por Mediaoreja (no confundir con el legendario Rafael Álvarez Onofre) y como banderilleros Juan Molina, próxima ya su retirada, Francisco González Patatero, que venía de las filas de José García Algabeño y no precisa de presentación, Rafael Martínez Cerrajillas, otro gran subalterno que ya estaba y permaneció durante muchos años unido a Conejito, y Antonio García Zurdo, que realizaba también funciones de puntillero. Otra formación mayoritariamente mercedaria, que constituye una muestra más para reafirmar la importancia que justamente disfruta Córdoba en la Historia de la Tauromaquia.
Antonio de Dios  Moreno Conejito
Repaso apuntes de la única oportunidad que tuve de conversar con José Zurito, hijo del Señor Manuel y picador como él, acontecida en junio de 1964 en Casa Morales, cuidada taberna que con otra denominación todavía permanece abierta, cercana al que fuera el último domicilio de varios Zurito en la calle Hinojo, y vuelve a llamar mi atención el hecho de que me afirmara que, aún reconociendo a Guerrita como el torero más importante que había conocido, su padre citaba con frecuencia acontecimientos vividos durante su etapa ligado a Conejito. Sirvan como ejemplo (las fechas las pude añadir yo) la tarde (14/6/1900) que soltando las bridas del caballo arrancó la vara que sobre el morlaco había dejado enhiesta su paisano Comearroz, oyendo por su habilidad y arrojo una fuerte ovación. O aquella otra en corrida de la feria de Vitoria (5/8/1901) cuando, si no se lo impiden con fuerza sus compañeros, quería subir al tendido para ajustarle las cuentas a un desaprensivo espectador que impactó una botella en el rostro de Conejito, causándole una brecha que le obligó a tener que ser atendido en la enfermería de la plaza. Y muy especialmente -me dijo José- dos fechas en las que Alfonso XIII fue protagonista de excepción en la desaparecida plaza de la Villa y Corte. El domingo 16 de junio de 1901, por tratarse de la primera vez que siendo todavía un niño presenció un festejo taurino en compañía de su madre y Reina Regente María Cristina de Habsburgo-Lorena; y el viernes 16 de mayo de 1902, en corrida de toros extraordinaria programada con motivo de su Proclamación, ceremonia que aconteció el día siguiente.
Antes de concluir la temporada de 1902, tanto Zurito como el Patatero pasaron a engrosar la renovada cuadrilla de Rafael González Machaquito, alternativado dos años atrás, quién en unión del sevillano de Tomares Ricardo Torres Bombita acapararon la supremacía de la Fiesta hasta la apoteósica eclosión de Joselito y Belmonte. Los años de 1912 y 1913 los cubrió Manuel de la Haba junto a Manuel Rodríguez Manolete, teniendo después como jefes de filas a Francisco Posada y Rafael Gómez Gallo, siendo José Gómez Joseíto de Málaga el último espada para el que prestó sus valiosos servicios antes de poner punto final a una de las más recordadas ejecutorias taurinas entre los hombres de castoreño y calzona, trayectoria que, al margen de fracturas, luxaciones y otras lesiones óseas inherentes al desarrollo de su arriesgada profesión, también supo de cornadas como las dos que recibió en el muslo izquierdo, el año 1894, actuando en las plazas de San Sebastián (12/8) y Barcelona (7/10), esta última de gravedad según la biografía que hace Cossío, y “no fue cosa de cuidado, según el doctor” si nos atenemos a la reseña de Palitroque en el diario La Vanguardia (9/10). Las revistas taurinas El Toreo, El Arte Andaluz y La Lidia, nada dicen al respecto en sus crónicas. Sea cual fuere el alcance del accidente, la realidad fue que no pudo salir con Guerrita en su siguiente actuación tres días después en Madrid.
El señor Manuel citando. Revista Sol y Sombra 4 de junio de 1903
Zurito hacía gala de un desmedido amor propio, cualidad que queda manifiestamente clara con el siguiente ejemplo. Informado de que D. Pío Diego Madrazo (casado con D.ª Mercedes Hernández viuda de D. Victoriano Ripamilán) había dicho que ya no quedaban picadores para “sus toros”, los llamados miuras de Aragón, le solicitó a Machaquito que, aun estando ya fuera de su cuadrilla, lo incluyera en ella el día que en fecha próxima iba a enfrentarse en Madrid a ganado de dicha divisa. Aceptó el diestro por paisanaje y amistad, y llegado el momento fue tal la fuerza y el empeño con que picó al animal que Rafael no tuvo más remedio que decirle a gritos: “déjalo ya Manuel, no lo des más que me lo vas a matar”. Demasiado tarde, cuando sacaron al bicho del caballo iba ya muerto. Salió trastabillado y cayó abatido. Y en la misma medida valoraba Zurito la labor que los toreros de a caballo realizaban durante la lidia. A tal efecto resumo lo que escribió J. Franco del Río (Sol y Sombra, 16/5/1901) sobre la corrida celebrada en la Nueva Plaza barcelonesa de Las Arenas el 5 de mayo de 1901. Ocurrió que en la  acostumbrada prueba de caballos matinal, Zurito, Agustin Molina y Onofre, picadores de Conejito, se negaron picar con los que presentaba Algabeño en sustitución de Badila y Moreno, argumentando los cordobeses que de los suplentes tan solo Macipe tenía reconocida categoría. Como no se salía del atasco intervino la autoridad, amenazándoles con detenerlos si no eran aceptados por ellos los sustitutos y se daría la corrida con Algabeño como único espada, y además exigiría una indemnización al diestro de Córdoba, llegándose al acuerdo final de que cada trío de varilargueros interviniese solamente en los toros de su matador. El remate lo puso Zurito con esta sentenciosa frase: “digo yo, que no vamos a venir desde Córdoba palternar con el primer gachó que se suba a un caballo”. Por si no fueran suficientes las citadas cualidades que hablan de su acusado  estímulo profesional, añadiré que cuidaba con celo su atuendo, encargándole la ropa torera al acreditado sastre Retana, cuidando después de limpiarla y tenerla siempre a punto su amigo y vecino el Rubito Laureano. Preocupado también por la seguridad de sus compañeros, al fundarse la Asociación de Picadores bajo la presidencia de Agujetas, ocupó él una vocalía. Y como punto final a esta semblanza de Zurito, diré que era muy aficionado al pájaro, a cuyo fin se pasaba días en la finca Los Riscos. Decían, que para llevar su cuenta particular, por cada pieza lograda marcaba un palote en una de las blanqueadas paredes de su habitación. Como consecuencia de su afición a la escopeta, durante una jornada de caza en la finca La Posada, en el término de Villaviciosa de Córdoba, tuvo la desgracia de recibir tres perdigonadas de un cazador furtivo aunque afortunadamente solo le alcanzó una.
Zurito citando. Revista Sol y Sombra 19 de septiembre de 1901
En el terreno familiar, entre los hijos nacidos de su matrimonio con Antonia  Torreras  Molina, tres de los varones fueron toreros también. José y Francisco que siguieron su estela como picadores, y Antonio, matador de toros con alternativa en la localidad valenciana de Gandia (26/10/1924), quien a su vez tuvo tres hijos que ejercieron como toreros de a píe, Antonio, novillero y cumplido banderillero después, Manuel, subalterno con eficaz y lucido capote, y Gabriel, gran estoqueador alternativado  en la  Corrida de la Prensa celebrada en Valencia el 24 de mayo de 1964. Sin que debamos olvidar a un sobrino-nieto suyo, Paquito Zurito, prometedor novillero que quizás decidiera demasiado pronto  colgar el traje de luces.
Escribir sobre un torero de las dimensiones profesionales y personales de Manuel de La Haba Bejarano daría para muchas páginas más, por la brillantez, efectividad y hombría que atesoraba, justamente reconocida por profesionales y contada por los  historiadores. Sin duda, un auténtico artista tirando la vara de majagua y un consumado maestro castigando a los toros para dejarlos al gusto del matador. Credenciales toreras que le hicieron merecedor del calificativo de “señor”. Un tratamiento  desconocido entre los picadores en los anales de la Tauromaquia. EL SEÑOR MANUEL DE LA HABA
 

viernes, 14 de agosto de 2020

EL RESPETO DE LOS GALLO POR LAGARTIJO Y GUERRITA

Por Antonio Luis Aguilera 

Portada del libro

El verano es época propicia para releer antiguos libros de toros, cuyos autores han sido olvidados y sus obras están agotadas. Al volver a leerlos reflexionamos sobre lo mucho que se han perdido los aficionados jóvenes, aquellos que no han tenido oportunidad de acceder a los valiosos testimonios que en ellos se expresan, pues algunos, como los que en esta entrada se recogen, fueron emitidos por espadas considerados definitivos en el toreo, al resultar determinantes en el curso de la historia.
Siguiendo el hilo de la vinculación de la familia Gallo con varios toreros cordobeses, que el bibliófilo y gran aficionado Rafael Sánchez González desarrolló en la entrada anterior con lujo de detalles, vamos a continuar ocupándonos de los estrechos lazos que unieron a la célebre dinastía sevillana con destacados protagonistas de la fecunda torería cordobesa.
Nos situamos en la otra orilla, en la de la dinastía Gallo, para poner de relieve la profunda admiración de esta grandiosa familia de toreros sobre sus compañeros cordobeses. Y para ello rescatamos el libro «Mi paso por el toreo», editado en 1980 por AGLI, que fue escrito por el matador de toros Rafael Ortega Gómez Gallito, hijo de Enrique Ortega Fernández El Cuco y Gabriela Gómez Ortega, sobrino por tanto de Rafael, Fernando y José Gómez Ortega -Joselito-, y nieto del señor Fernando Gómez García el Gallo y la señá Gabriela Ortega.
En esta sencilla y amena obra, Rafael Ortega Gallito, remacha algo que hemos narrado en entradas anteriores, la profunda admiración de su abuelo, el señor Fernando el Gallo, y de toda la dinastía por la excelsa figura de Rafael Molina Lagartijo, corroborando que cuando su abuelo hablaba de toros en tertulias con los espadas de su época, era costumbre que todos se levantaran y se quitaran el sombrero cuando se citaba al primer Califa del toreo cordobés.
A quien si conoció personalmente Rafael Ortega Gallito y con quien tuvo una cordial relación, fue a Rafael Guerra Bejarano, el gran Guerrita, rey del toreo de su tiempo y, para algunos historiadores como José María de Cossío, posiblemente el torero más completo de la historia.
Rafael Ortega Gómez Gallito, Dibujo de Pepe Sala
En este libro Rafael escribió un capítulo titulado «Mis conversaciones con Guerrita», del que vamos a extraer algunos párrafos de interés sobre la figura del segundo Califa del toreo de Córdoba, que ponen de manifiesto el sincero testimonio de cariño y amistad que profesó a  los Gallo.
Por ejemplo, al ser preguntado por Rafael Ortega sobre el origen del sorteo de los toros, impuesto en su reinado por la presión de Mazzantini según la mayoría de los libros de historia, las declaraciones de Rafael Guerra aportan datos que revelan un protagonismo compartido con otros espadas de su tiempo.
Dice así Rafael:
«Guerrita mandaba en el toreo tan ferozmente —ya es sabido que en aquel entonces no había sorteo— que cuando los ganaderos proporcionaban una corrida, de los seis toros, ponían cuatro corrientes y seleccionaban los dos más bonitos para él.
Como Guerrita casi siempre era el segundo espada, el toro que le merecía al ganadero más garantías lo dejaba para quinto lugar.
De aquí nació la frase: «no hay quinto malo», pues entonces el ganadero era quien establecía el orden de salida de los toros.
Así ocurrió durante casi todo su reinado.
Como yo esto lo conocía, le pregunté a Guerrita:
—Dígame, maestro, la verdad de lo que pasó para que se estableciera el sorteo, pues he oído que Mazzantini fue quien más influyó.
Guerrita me contestó:
—No hagas caso. Fue Reverte
Reverte era un hombre muy rebelde, y se pasó las últimas corridas enfrentándose conmigo. Qué te voy a contar… Cuando salía el primer toro se tiraba al suelo y simulando dolor se iba para la enfermería haciéndose el cojo. Cuando pasaba por el burladero, camino del callejón, me decía enfadado: «los toros bonitos para usted…, y también los dos malos míos». Y esto pasaba muy frecuentemente. Claro, todo ello fue creando un clima muy difícil.

Se creó un clima muy difícil. Llegaron a Madrid para torear una corrida Reverte, Mazzantini y Guerrita. Los dos primeros se negaron a torear si no se establecía el sorteo. Como Guerrita se negaba a ello se generó tal conflicto que tuvo que intervenir el gobernador. Para no quitar a Guerrita su fuerza y para no desmerecer a los otros, se colocaron dos papeletas en el mismo sombrero del gobernador: Una con «sorteo» y otra con el «no sorteo». Una mano las escogió y salió la del «sorteo». Así fue; esta es la verdadera historia del establecimiento del sorteo».
El autor del libro, Rafael Ortega Gallito con Rafael Guerra Guerrita
También Gallito quiso conocer la opinión del Guerra sobre los toreros que más admiraba, y sobre el poderío que ostentó el propio Rafael en el toreo de su tiempo:
«Maestro, dígame, ¿quienes son los mejores toreros que usted ha visto?
—Yo he visto muy buenos toreros.
Pero ¿quienes son los que más le han sorprendido?
—Los dos mejores que he visto y admirado han sido tu tío José y Lagartijo; pero el que mejor ha toreado ha sido, sin duda, tu tío Rafael Gómez el Gallo.

Me han dicho que usted ha sido el banderillero más tremendo de la historia.
—Puede que sea verdad -me respondió-.
—¿Le importaría explicarme lo que hacía usted a los toros con las banderillas?
—Tú sabes que había toros que se quedaban a lo mejor sin picar, y sabes que muchos pasaban crudos al segundo tercio. Bueno, pues yo era capaz de dominarlos con las banderillas.
—¿Cómo?
—Mira. Cogía las dos banderillas; me iba para atrás, luego para adelante, hasta que me metía en el cuello del toro y pasaba. Y los toros, sin picar, los armaba y los dejaba dominados… Otras veces dejaba el toro en el tercio y caminando derecho hacia él, me detenía a dos o tres metros de la cara. Y había momentos en que el público se ponía en pie. Con muchos toros que tardaban en embestir, o no se venían pronto, la gente, que no sabía para donde me iba a ir, se hacía hasta apuestas de que si me iba por el izquierdo o por el derecho… Y cuando yo quería me arrancaba al toro y daba la gente un ¡ay!, porque algunos toros me esperaban hasta su misma cara.

—Un día, me acuerdo que un toro de Veragua, en Madrid, no igualaba y permanecía con la cara vuelta para atrás. Me acerqué y le pegué dos banderillazos en el culo. El toro se volvió impetuoso. Yo pensé que se iba a parar, pero se me vino encima repentinamente y la gente pegó un alarido, yo creo que más que de susto, de gusto, porque se imaginaban todos que me cogía. Le pegué un cambio y le dejé las dos banderillas encima. Entonces me volví al tendido y les dije: «¿Qué  creían ustedes…, que me iba a coger?».
Guerrita entra a matar en la plaza de Madrid
En sus conversaciones con Guerrita, Rafael Ortega debió caer bien al torero cordobés, tan sentencioso y parco siempre en palabras, e incluso alcanzó un grado de confidencialidad que llama la atención al leer su obra.

«Maestro, me ha contado mi tío Rafael el Gallo como usted se cuidaba y vivía nada más que para el toreo.
—Para ser figura del toreo y estar en la cima no se puede pensar más que en el toro y vivir para el toro.
Los dos toreros que se han cuidado más en la historia hemos sido tu tío José y yo. Por eso llegamos a ser lo que fuimos.

Me contaba mi tío Rafael que usted, durante la temporada, no entraba nunca en Córdoba a dormir en su casa.
—Eso es verdad -me dijo sonriendo-; casi nunca.
Cuando toreaba por Andalucía le mandaba un telegrama a Dolores y salía ella a la estación  con mis hijos y estaba con ellos un rato. Luego les daba un beso y seguía yo mi viaje; la razón es clara: como quería tanto a Dolores, si me quedaba dormir en casa «pecaba» y yo no podía hacerlo… Porque te voy a decir algo que no debes olvidar nunca: a los toreros se les va el valor por la picha».
La firmeza y torería de Joselito en un desplante
En una de las preguntas Gallito quiso saber de primera mano el concepto que Guerrita tenía de uno de sus toreros más admirados, su tío Joselito. Y no dudó en efectuar una pregunta atrevida, que imaginamos debió propiciar un tenso silencio en tan inmenso maestro del toreo:
«Le pregunté a Guerrita quien fue mejor, si él o Gallito. Se me quedó mirando y pensé que me iba a pegar; verdaderamente me asusté.
Pero se conoce que recapacitó y me dijo:
—«A ti te lo puedo contar, pero a nadie más… Con el capote y la muleta fue mejor que yo, pero con las banderillas y la espada se la gané yo». 

Con el testimonio de Rafael Ortega Gómez Gallito, esta entrada pretende subrayar la inmensa torería, camaradería, cariño y sincera admiración de la dinastía de los Gallo con dos de los más importantes toreros cordobeses: Lagartijo y Guerrita.