viernes, 14 de julio de 2023

VERGÜENZA NACIONAL (Charlas con Troylo)

Por Antonio Gala

Antonio Gala con Troylo

Muchas veces me has oído decir que hay en el mundo tres cosas que me gustaría no haber ido conociendo, poco a poco, desde niño, para encontrármelas de golpe ahora y comprobar el efecto que me harían en esta madurez, algo pocha, que tengo. Esas tres cosas son: la ciudad de Córdoba -recóndita y rezumante de historia-, el castellano de Santa Teresa -barroco e inmediato- y las corridas de toros. Pero, por fortuna o no, jamás he gozado de perspectiva bastante para contemplar ni juzgar tales dones: los tres han formado parte de mi vida desde que comenzó. En los muros milenarios de Córdoba he orinado cuando tenía dos años; en los rincones sorprendentes de Córdoba he quebrado el silencio jugando a policías y ladrones; en las altas callejas de Córdoba me ha escalofriado, adolescente, al cruzar, la belleza. Y, a los siete años, alguien me regaló las obras de Teresa de Cepeda, y yo anduve entre ellas, avanzando y retornando por sus largos periodos, tropezando y cayendo entre la plenitud y el grácil desenfado. ¿Cómo puede opinar nadie con objetividad de algo que ya es sí mismo? ¿Cómo conseguir uno alejarse de su propia mirada?

Plaza de Los Tejares de Córdoba

¿Y los toros?  De niño me llevaban a Los Tejares, la plaza cordobesa que ya no existe, mi padre y Machaquito. Me sentaban entre ellos, pensaba yo que para enseñarme la fiesta, sus complicados cánones, el rígido entresijo de la lidia, los minúsculos secretos de su trama. (Algunas veces, muy pocas, he escrito yo de toros. Y siempre me ha parecido tan difícil entenderlos, tan habitual confundir el griterío con la sabiduría, tan sencillo caer en la grosera estupidez de quien paga, por eso sólo, entiende). Jamás me compraron una gaseosa, ni un pestiño, ni un paloduz. Los dos estaban, uno a cada lado, dignos, erguidos, atentos y callados. No recuerdo haberles escuchado una palabra. No recuerdo haberles visto sacar el pañuelo para pedir una oreja. Cuando el graderío bramaba, subía yo los ojos en busca de uno y otro. Ni un gesto, salvo el ligero tic que aleteaba en la cara de Machaco. Entre mí me preguntaba yo cómo iba a aprender nada de aquellas dos esfinges. Sólo una tarde (toreando un torero que no tuvo futuro) los vi mirarse de reojo, y dejar caer los párpados en una levísima aquiescencia, y apuntar en sus labios algo relativamente semejante a una sonrisa. Al salir a la calle se despedían con el mismo desbordado entusiasmo: «Adiós, Rafael». «Don Luis, hasta la próxima». (¡Qué poco habla la hermosa gente de Córdoba, Troylo!). Y el niño que yo era se quedaba dudando si ellos estaban locos o los locos eran los vociferantes espectadores de la plaza. 

"Córdoba, recóndita y rezumante de historia"

No creo saber una palabra de toros. Después de mi experiencia infantil dudo que sean palabras lo que se necesiten. Lo cierto, Troylo, es que me pica la curiosidad de comprobar qué impresión me produciría una corrida sin haber visto ninguna previamente; qué me parecería ese espectáculo de activa participación, ese marchoso roce con la tragedia, ese riesgo asedado y dorado, esa inutilidad luminosa, ese aplomado aburrimiento -en que lo atroz se hace costumbre- del que se desprende, como una chispa, el arte y la belleza repentinos. En España, desde las seculares tradiciones hasta su mismo contorno geográfico; desde sus virtudes raciales, hasta el jocundo desgarro de su idioma, casi todo se halla, Troylo, en relación con los atributos y la figura del toro. No hay otro tótem que nos coja más cerca. En su doble manera, culta o popular, casi todas nuestras creaciones están empapadas de ese tema o de sus contigüidades.

"En ella el hombre es como el vaso de un dios"

Y es que la mitología entera se despeña sobre la fiesta. En ella el hombre es como el vaso de un dios; el sacerdote que reclama sobre si los pecados de todos, antes de iniciarse en el rito de la soledad y la proeza; Prometeo sacrificado; Orfeo, apaciguador de la fiera, descendiendo a las sombras; Dionisos inmóvil entre la danza de faunos, silenos, ménades y bacantes; Narciso virginal frente al doble unicornio. En ella, el toro significa la carne y sus poderes, el ímpetu desordenado y rebelde, la transgresión amenazadora, la víctima también propiciatoria, la hostia ofrecida, el raptor de Europa. Pero entremezclándose ambos símbolos de espíritu y materia, amándose, buscándose, dándose muerte, dándose victoria, dándose victoria en la muerte y viceversa. Es decir, con las contradicciones típicas -y tópicas- de lo más español… Acaso yo viese así -aterradora, enriqueciente, monstruosa, repugnante, obsesiva e hipnotizadora -mi primera corrida.

"se desprende, como una chispa, el arte y la belleza repentinos".

Sin embargo, leo en estos días con frecuencia que las corridas de toros son una vergüenza nacional. (Aquí somos propensos a calificar de vergüenza nacional todo lo que no nos hace individualmente gracia). Y bastantes cartas me piden, apoyándose en mi afecto por ti, Troylo, que escriba denigrando lo que se llamó siempre fiesta nacional, y procure su prohibición. Parece que a la democracia española le ha dado más por proteger a los animales que a las personas. Y hasta tú sabes, Troylo, que eso es comenzar la casa por el techo. Por descontado que percibo y me duele la pasión del toro en la arena (la activa y la pasiva, que también  la primera es pasión). Pero, sin las corridas, ni siquiera existiría ese toro de lidia, creado y conservado y dirigido para ellas; un animal tan majestuoso en libertad -en la relativa libertad de los campos- como ningún otro. Por descontado que veo el espeso chorreón de su sangre y escucho su mugido. Pero también me estremece el infinito balar de los corderos amontonados en las jaulas, camino de su muerte, carreteras alante. Y me estremece el atroz grito del cerdo en las matanzas, y el desorbitado terror de las terneras, y la candidez de los pavos navideños. El hombre mata y come (no creo que ni el comer sea  excusa suficiente para matar); el hombre caza también por gusto. El hombre, en definitiva, forma parte de la naturaleza- y su ritmo o su arritmia ecológicos.

"sin las corridas, ni siquiera existiría ese toro de lidia..."

¿Por qué no contestamos, Troylo tranquilizando a quienes se sonrojan del mundo de los toros? Si los españoles aparecemos ante ojos ajenos como incivilizados, o sangrientos, o rudos, no es por el hecho de la fiesta; es por la simple razón de que los somos. Más vergüenza nacional, muchísima más, producen otras cosas: desde el funcionamiento- si llamamos así a justamente lo contrario- de la Telefónica, hasta el de cualquier otro monopolio; desde el terrorismo de ETA hasta el de la ultraderecha; desde el espeluznante paro a la multiplicación de los atracos tan ligados a él. Suprímase, Troylo, antes que los toros el sudoroso esplendor del circo con sus niños entre aéreos y víctimas. Suprímase antes la percutante locura del boxeo. Suprímase antes la guerra que llega, pendularmente, desde hace siglo y medio, a anegarnos de odio. Porque es posible -¿verdad Troylo?- que para el toro de lidia, ancestral y mítico, sea su muerte menos incomprensible que para nosotros, cuidados y engordados para ser abatidos por una muerte sorda, sin nombre, indiferente y silenciosa. Más cruel, Troylo, cuanto más sorda e indiferente.

 

*Antonio Gala Velasco falleció en su querida Córdoba el 28 de mayo de 2023. El gran escritor, sin ser aficionado a los toros, respetó y defendió con la singular belleza de sus palabras la fiesta nacional. 

(Libro: "Córdoba de Gala". Caja Provincial de Ahorros de Córdoba. Año 1993)

domingo, 9 de julio de 2023

EL ÚLTIMO PASEO

Por Francisco Bravo Antibón

Manolete tras la cornada de Islero en la plaza de Linares. Foto Cano


La tarde noche del 28 de agosto de 1947, tras ser intervenido en la enfermería de la plaza de Linares, Manolete fue llevado en camilla por las calles de la localidad hasta el hospital de los Marqueses de Linares. 

Paco Bravo evoca con estos versos aquella tarde de feria, donde la alegría se tornó silencio ante la gravísima cornada sufrida por el espada cordobés. Los facultativos que le operaron, ante el temor de que el movimiento de la ambulancia pudiera repercutir en su delicado estado de salud, decidieron, a pesar del bullicio del pueblo en feria, que el torero fuera llevado por camilleros a pie y en parihuelas hasta el hospital donde de madrugada falleció.


EL ÚLTIMO PASEO

El reloj marcaba las diez,

tal vez minutos más… 

¡Y qué importa!,

señalaba inexorable

los primeros momentos 

de la angustiosa noche.

 

La trágica comitiva

iniciaba una siniestra marcha,

broche cruel y negro

de una tarde aciaga.

Manolete postrado

en la camilla, a hombros…

y cerca, muy cerca,

acechaba la parca…

 

El Califa se queja:

¡Qué salga la luna

 y que ilumine el sendero!

Quiero llegar cuanto antes,

no quiero morir hoy,

¡no quiero!...

 

Soliloquio postrero 

al filo ya de la muerte, 

imaginando estremecido, 

que le portan costaleros…,

de una procesión callada, 

la nuestra… ¡La del silencio!  

 

¡No soñamos! No es un sueño, 

acelerad el paso compañeros,

en nuestros hombros va,

el pintor de naturales,

el más grande del toreo. 

 

Manolete ensimismado 

sigue oyendo la cadencia

de zapatos y alpargatas,

rozando a compás el suelo.

 

Tristeza y dolor unidos, 

trance de Fiesta Nacional y oro,

y más tarde albero y sangre…

 

Donde el cadalso fue el coso..., 

convertido en pantalla y lienzo, 

siendo que antes fue silencio,

y ahora bullicio y jolgorio.

Tristeza por alegría, 

desventura y ventura

por momentos, cambia todo.

 

El torero salió en penumbra,

 y llegó de noche 

entre silenciosos quejidos, 

imagen desgarradora, 

con su cuerpo entumecido,

 sediento, desangrado,

roto y de muerte herido.

 

Aún restan minutos negros 

empapados de lágrimas

esperando con tristeza

el final de la tragedia,

cuando el reloj marque

las cinco y siete minutos… 

La madrugada implora

que no llegue la muerte,

¡Qué no llegue, que no llegue,

por Dios esa hora!

 

Pero la muerte se posó cerca, 

y su venganza entristeció al cielo, 

y rompió la rica cruz de caoba,

y llora el mundo entero, 

y sobre todo el mundo ¡Córdoba!

 

Manolete, juncal y torero

su pie derecho desliza

en el virtual albero,

y ante su postrer faena

se cala la montera

y al son de su pasodoble

se persigna e inicia solo

el último paseo…

 


domingo, 2 de julio de 2023

ANIVERSARIO DE LA ALTERNATIVA DE MANOLETE

Por José Alameda

Chicuelo otorga la alternativa a Manolete


Al cumplirse hoy el 84 aniversario de la alternativa de Manuel Rodríguez "Manolete", otorgada el domingo 2 de julio de 1939 por Manuel Jiménez "Chicuelo" en el incomparable marco de la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, queremos rendir homenaje a estos dos extraordinarios toreros, ambos definitivos en la historia del toreo moderno, con los magistrales comentarios de Luis Carlos Fernández López-Valdemoro "José Alameda", a quien consideramos el más prestigioso analista del toreo, publicados en el imprescindible libro «Los arquitectos del toreo moderno» (Ediciones Bellaterra, 2010).   


José Alameda

«A un torero como Chicuelo, tan importante históricamente que todavía estamos en la zona de su influencia, se le ha ignorado en este aspecto, limitándose a registrarlo como el creador de la «chicuelina», un lance gracioso, pero banal, que nació como un adorno y hoy se ha convertido casi en una plaga. Chicuelo estableció el toreo en redondo, creó la faena moderna. Y esto, en la evolución y desarrollo de la fiesta de toros, es un hecho de primer orden.

En cuanto los públicos vieron ese toreo en redondo, ligado, fluido, sin balbuceos, en que los pases se enlazaban constituyendo series de unidad perfecta, ya no quisieron otra cosa. Consecuencia: casi todos los toreros que vinieron después tuvieron que seguir por aquel camino que había iniciado Chicuelo y se ajustaron al patrón que él cortó, al plano trazado por su muleta para la faena moderna. Cada uno a su modo y con su estilo; unos más sobrios, otros más ligeros; éste, alto; aquel, menudo; el de más allá, seco y emotivo; el otro, pinturero y galán… Simples diferencias de expresión personal, según el sentimiento de la constitución física de cada cual… Pero la faena en su concepción y en su desarrollo, fue ya siempre la misma…».

Manuel Jiménez "Chicuelo" creó la faena moderna

«Pero ¿y Manolete?

Sin duda, el lector ya se había formulado esta pregunta. Porque Manolete cae de lleno en nuestro tema. Su toreo no tendría explicación, ni hubiera tenido posibilidad, sin el acortamiento de distancias de Belmonte, ni el trazado circular, con alternación de terrenos, de Chicuelo.

Ahora bien, la intención de la pregunta es ésta: ¿Aportó algo Manolete, dejó algo nuevo en el campo impersonal de la técnica, algo objetivo, separable de su persona, utilizable por los demás como sistema o modo de resolver algún problema de la lidia? ¿Añadió algo a la arquitectura que había tomado el toreo con BelmonteChicuelo y Ortega, o fue la suya una grandeza personal, residente en el tino para medir, en el temple para desarrollar, en la honradez para cumplir y en la expresión dramática que daba aquella trascendencia anímica a su toreo, cualidades geniales, pero que tenían que morir con él, porque sólo vivían con la presencia y la figura? 

¿Qué aportó Manolete?

Por lo pronto, una manera de «obligar», o sea, de hacer arrancarse al toro que no viene. Y esto no sólo porque se le acercó más (que eso sería cuestión de grado y no de sustancia), sino porque lo hizo por el camino recto, reparando una desviación en la que habían caído los demás por vía imitativa: la de cruzarse mucho en el cite. La manera de «obligar» avanzando en sentido oblicuo, era apropiada en Belmonte, por la dramática contradicción interna de su toreo, ya explicada; pero vacía de sentido en los demás, que vinieron después a torear en redondo y que habían dado en ella por mimetismo. (Sólo tuvieron razón de usarla Ortega y Arruza, que torearon poco en redondo y caminaron por otras rutas de la arena, como también lo hemos señalado).

Manolete plantea bien la cuestión: si estoy centrado con el toro, en el sitio justo, lo que tengo que hacer es ir reduciendo la distancia, pero nunca corregir la posición, porque si ésta es la buena, cualquier otra que tome ha de ser necesariamente inexacta, y más si, al desplazarme, voy cambiando incesantemente de punto, porque entonces habré trocado mi punto bueno, mi justo centro, por un rosario de inexactitudes».    

«Ya hemos visto que aportó una forma de «obligar», acercándose al toro un paso más que sus predecesores. Ahora bien ¿de dónde procedía? ¿Cuál es, taurinamente, su origen? ¿Con qué corriente entronca? O, dicho de otro modo, ¿a qué línea pertenece Manolete

Manolete aportó una manera de obligar.  

Algunos, yéndose por la vertiente fácil de las apariencias, lo relacionan con Belmonte, sin duda porque ambos han sido los toreros con más expresión, lo que yo llamo «trascendencia anímica», en toda la historia del toreo. Pero, aparte de que en este aspecto arrojaban una tonalidad distinta, son, en cuanto a su técnica, más bien opuestos. Manolete no es afín a Belmonte, sino que, en cierto sentido, se contrapone a él.

La fuerza expresiva de Belmonte

Hechas las afirmaciones escuetas, procedemos a darles desarrollo.

El único parentesco entre Belmonte y Manolete es el de la fuerza espiritual que de ambos trascendía, cual si su toreo estuviese henchido de alma y este soplo interior escapara hasta rodearlos como un halo. Distínguense de los demás por su mayor fuerza expresiva, pero hemos de reconocer que la expresión de cada uno de ellos era de diversa índole y esto, creo yo, debíase a que también se originaba en distinta fuente. 

El matiz ya se ha advertido, ya se ha señalado con definiciones oportunas. En tanto que en Belmonte crepitaba una fuerza dramática, de Manolete parecía desprenderse una cierta llama mística.

En Belmonte había drama, porque había lucha interna.

Hemos examinado ya, al principio de este ensayo, la contradicción, diremos dialéctica, que hacía del toreo de Belmonte un drama técnico antes que humano. Y es natural que en esa pugna sin salida, su toreo, con la caldera a toda presión hasta llegar al rojo, adquiriese tonalidades dramáticas sin precedente. Belmonte era el torero problema. Por eso mismo, tan literario, pues no hay drama sin conflicto, ya sea el de Belmonte o el de Edipo.

Lo de Manolete era otra cosa. Torero lógico, sin conflicto alguno en el planteamiento técnico de su arte, tenía sin embargo una expresión de suma grandeza. Provenía ésta de su actitud moral, de la tensión sostenida, que lo mantuvo en perenne afán de cumbre, angustiosamente alargado hasta la cima. Manolete fue el torero aspiración, como una llama que asciende. Se le ha llamado alguna vez el torero de El Greco. Pues lo era, pero más que por su traza física por su ética estricta, que lo elevaba como puro espíritu como forma que se levanta. Belmonte mientras tanto tenía su drama en la tierra, «en los terrenos».      

«El hecho es que Manolete procedía de la misma línea que Chicuelo. Esta afirmación sin duda parecerá sorprendente a muchos. Pero yo no digo que sea una opinión mía, me pongo categórico y sostengo que es una realidad, por eso he empezado diciendo «el hecho es». Y tan lo es que el primero en saberlo era el propio Manolete.   

Corría el mes de febrero de 1946, cuando tuve ocasión de hablar con Manolete sobre este tema. Nos encontrábamos en el hotel Reforma, de la ciudad de México, charlando mientras él terminaba de vestirse para acudir a una cita. Estaba en mangas de camisa, anudándose la corbata y, al oírme decir que yo encontraba mucha similitud entre su forma de torear y la de Chicuelo, volvió hacía mí sus ojos que revelaban una complacida sorpresa:

—Así es —dijo sin titubear—. La gente no suele verlo, porque la gente no se fija en esas cosas, pero ese es mi toreo. Yo creo que el torero debe mantenerse lo más posible en su centro, en la línea. Y, en eso, el mejor que yo he visto ha sido Chicuelo».