jueves, 8 de septiembre de 2022

«MANOLETE» A 75 AÑOS DE SU MUERTE

Por Alejandro A. Arredondo Maldonado*

Panteón de «Manolete» en el cementerio de la Virgen de la Salud de Córdoba
 Fotografía: Juan García-Gálvez

 «Ven, muerte, tan escondida,

que no te sienta venir

porque el placer de morir

no me vuelva a dar la vida».

Anónimo. Cantar español siglo XVII 


«Manolete». Obra de Diego Ramos.

Confieso que, para mí, la figura de Manuel Rodríguez Manolete” por algún tiempo no me dijo mucho. Mi ya largo peregrinar por “el planeta de los toros” me limitaba un poco a ciertos personajes como Lorenzo Garza, primo y compadre de mi padre, y por supuesto muy familiares todas sus hazañas en los ruedos; y a Manolo Martínez, por contemporáneo y por crecer taurinamente de manera paralela, si no en conocimientos por lo menos en tiempo.

No por ello la figura del cordobés me era ajena, quizá se mantenía estática en espacio y tiempo, para en su momento explotar luminosamente en el panorama de la historia reciente de la entrañable España.

Tal vez estuvo en espera de que comprendiese más a fondo el devenir histórico español y el sentir de tan ilustre pueblo. Entender sus vectores y sus vertientes, su ser y su estar, sus objetivos y sus metas, su génesis, su cultura y su fiesta nacional; que, como pueblo prócer, origen de otros —entre ellos el mexicano—, nos heredaron gustos y costumbres. Todo esto en definitiva me imponía cierto proceso de aprendizaje, es probable que un tanto complicado, pero no dejó de ser un proceso de maduración.

Creo que la trascendencia de “Manolete” es única por muchos motivos —entre otros, ya lo dejé entrever líneas arriba—, porque Manuel Rodríguez Sánchez significa la España misma: la España invadida, la España conquistada, y creo lo más significativo, la España conquistadora, triunfante y trágica, porque al fin y al cabo tan singular personaje acabó conquistando al mundo y no solo el taurino, sino a todo lo que tuviese que ver con España a pesar de los no taurinos. Tan grande así es el significado de “Manolete” y lo anterior no es gratuito, ni la pasión taurina me lleva a manifestar (sustentar) tales conceptos, sólo habrá que ver cómo han sido sus vidas y como se han desarrollado para afirmar categóricamente que “Manolete” y España son mutuamente incluyentes, que en el espacio y en el tiempo no se da el uno sin el otro; afirmación temeraria sí, pero con una verdad de por medio: España y “Manolete” han escrito su propio destino y han salido renovados y agigantados de toda batalla, en particular la batalla con la muerte. 

«Vivo sin vivir en mí,

y tan alta vida espero,

que muero porque no muero».

Santa Teresa de Jesús

 

«Un solo pez en el agua.

Dos Córdobas de hermosura.

Córdoba quebrada en chorros.

Celeste Córdoba enjuta».

«San Rafael» (fragmento)

Federico García Lorca 

Busto a «Manolete» en la plaza de La Lagunilla de Córdoba.
Al paso del tiempo “Manolete” me confió su vida y su arte. Sí, me dijo muchas cosas, ahí en sus terrenos, en sus barrios, en sus plazas. Alguna vez, ahí estuve, en el barrio donde pasó su infancia, en Torres Cabrera, en la plaza de la Lagunilla con su pequeño busto; o más allá en la plaza del Conde de Priego —Alabados sean los dulces nombres de José y María—, donde pasó su juventud. Ahí junto al conjunto escultórico formado por caballos, ángeles, el toro y “Manolete” —a los hijos pródigos no se les olvida—, ahí en la Córdoba mora, majestuosa; en la Mezquita, en la Judería, ahí donde estuvo la antigua plaza de “Los Tejares”, en la plaza de “los Cuatro Califas”, junto a “Machaquito” “Lagartijo” “El Guerra”, en el museo taurino de Córdoba; junto al Guadalquivir; o en “el Cristo de los Faroles” y más allá en el Mausoleo, en el cementerio, me dijo muchas cosas, se sentía su presencia, ahí estaba para guiarme por esa tierra mágica y torera.

Me habló de la grandeza de su terruño, de la Guerra Civil, de su madre Doña Angustias, de su padre torero, de su toreo y de su destino, su sino y de Lupe Sino la mujer, su mujer, del whisky, del tabaco, de sus fatigas, de México; por cierto, no olvidó Monterrey en aquél diciembre frío y lluvioso.

«Manolete». Obra de Diego Ramos

«Andar es muy fácil.

lo difícil es andar sin premura.

Pasear por el miedo del ruedo

grave y con figura. 

Cuando un cordobés es torero

su capa es la túnica.

Esencia y decencia:

las dos cosas juntas. 

¿Quién ha visto, si no es entre sueños,

la estatua segura,

arriscada de gracia, de arte y de celo,

crispada de angustia,

caminar paso a paso, despacio,

buscándole sitio a su tumba?».

«Manolete»

Pedro Garfias.

 

«Quiero dormir un rato,

un rato, un minuto, un siglo;

pero que todos sepan que no he muerto;

que haya un establo de oro en mis labios;

que soy el pequeño amigo del viento Oeste;

que soy la sombra inmensa de mis lágrimas».

«Gacela de muerte oscura» (fragmento)

Federico García Lorca

Si bien el semblante de Manuel Rodríguez Sánchez era trágico y en su mirada se percibía un dejo de tristeza, todo se conjuntaba produciendo una visión recurrente de martirio inevitable, cuya única constante sería una muerte gloriosa. Si bien esa visión no se manifiesta claramente desde el inicio de su carrera, si se fue acentuando en el transcurso de la misma hasta llegar a un clímax. Inconsciente “Manolete” intuía su destino, tenía prisa por morir.

Cruz de Mayo en el monumento a «Manolete». Foto Paco Zurera

Esa tarde de Linares “Manolete” abandonaría muchas cosas: la afición, el arte, el toreo mismo. Quedaron muchas preguntas sin respuestas ni razonamientos, lógicos e ilógicos —la vida de “Manolete” creo fue lógica—, mucho se perdió, pero sin lugar a dudas mucho se ganó. De hecho, se sacudió brutalmente la Fiesta y sus estructuras, dándose un parteaguas con el sacrificio de esa vida iniciándose así una nueva era en la tauromaquia moderna.

¿Lo ilógico? Quizá la orfandad misma del toreo, aunque temporal, en parte pudo superarse.

Sin embargo, dejó muchas citas pendientes en su agenda y un sinnúmero de páginas por escribir en la historia del toreo y de la España misma. Con todo queda una impresión ambivalente de que todo y nada quedó abandonado.

Posiblemente en esa tarde, toro y torero, compendio y síntesis del arte, se manifestaron sin velos protectores, con carencias y virtudes. 

«He venido a sembrar mis huesos otra vez

y a abrir las acequias de mis venas.

Estas son mis llaves:

sacad el trigo por la puerta.

El hombre está aquí para cumplir una sentencia,

no para imponerla.

Que suba al ara como la paloma y el cordero.

Y que hable el juez desde la cruz, no desde su silla». 

«Estas son mis llaves» (fragmento)

León Felipe 


«Ya hay un español que quiere

vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

y otra España que bosteza».

«Españolito» (fragmento)

Antonio Machado

«Manolete», sombra viva del toreo. Foto Ernesto Castillejo

Sin pretender un análisis de la tauromaquia “Manoletista” —que de esto se ha escrito bastante, aunque nunca lo suficiente—, si es interesante revisar un poco y como se fue desarrollando el concepto de esa particular manera de torear, en donde se da un común denominador de naturaleza intrínseca entre lo técnico y lo trágico.

Se dice que “Manolete” vino a implantar una característica esencial en el toreo moderno. Y esta era la quietud, digamos lo más peculiar de su toreo. Aquí se guarda un símil —quizá premonitorio—, su monumento fúnebre, su mausoleo, su perfil, el mármol estático y frío en su escultura; que se adivinaba, aún antes de su muerte. Esta percepción también sería manifiesta a través de su mirada, de su mirada que ha trascendido en imágenes fijas y de cine de la época hasta nuestros días. 

«Suerte suprema». Obra de Diego Ramos.

«Él, que templaba y mandaba

en la infernal embestida;

inconmovible y sereno,

clavado como una espiga;

su tronco, ritmo de palma

suave la mano corría,

quieto, erguido, irreprochable

como sombra cipresina;»

Elegía a Manuel Rodríguez «Manolete»

Abraham Domínguez 

El crítico y periodista español Vicente Zabala decía con respecto al cordobés: «Manolete impone algo que va a ser la ruina para todos los toreros que lo han sucedido. Implanta “la quietud” a toda costa y ante todos los toros. Esto es una enormidad, una barbaridad tan grande, que hace que el toreo entero se transforme». Continúa Zabala: «Desde Manolete no se tolera la faena de aliño. Todos los toreros se ven obligados, si no quieren recibir feroces broncas, a quedarse quietos, muy quietos, con todos los toros». 

«Manolete, Manolete,

hijo y nieto de toreros,

de la raza de los bravos

que triunfaron en el ruedo.

Que lloren los olivares

y se enluten los chiqueros,

que en la plaza de Linares

murió el rey de los toreros».

Fandango anónimo. 

*Alejandro A. Arredondo Maldonado, aficionado mexicano de Monterrey (Nuevo León), nos envía este texto que rinde homenaje a quien considera un "cordobés universal", "al cumplirse los 75 años de su último paseíllo terrenal". Este trabajo, con el título «Manolete a 50 años de su muerte», fue publicado en el periódico «El Porvenir» de la citada localidad en el año 1997, al conmemorarse medio siglo de la muerte del espada cordobés. Al no haber perdido actualidad, nos lo remite por si consideramos oportuno editarlo en la manoletista «Plaza de La Lagunilla». Lo que hacemos con gusto, al tiempo que mostramos nuestra gratitud a su autor por expresar su hondo sentimiento sobre la figura del inolvidable torero cordobés, cuya huella en México, la nación que tanto quiso y donde fue feliz, sigue viva en la afición hermana. 

jueves, 1 de septiembre de 2022

TODO UN HOMBRE

Por Carlos Arruza* 

Valencia, 7 de octubre de 1945. "Manolete" y "Arruza". Foto Finezas.
Desde Junio de 1944, cuando en Lisboa le vi por primera vez, comprendí que Manolete era, sin duda alguna, uno de los mejores toreros de España. Yo había visto torear a varios en Portugal, pero Manolete me impresionó intensamente. Recuerdo que solo cambiamos unas frases, apenas un saludo antes de hacer el pasillo. Aunque se hablaba del próximo arreglo del pleito taurino entre España y México, yo no tenía todavía grandes esperanzas. Sin embargo, al ver a Manolete, creció en mí el deseo de poder alternar con él en los ruedos de España. Pocas semanas después comenzaba yo mi primera  campaña española. Recuerdo que alterné con el cordobés, por vez primera, en Cieza.

Aquel día figuraba en el cartel, además, Pepe Bienvenida. Cuando terminó en octubre la temporada, mi nombre, sin que yo hubiera hecho otra cosa que repetir en España lo que tantas veces había hecho en México, se manejaba como rival del gran torero desaparecido. Confieso que al comenzar el año siguiente andaba yo muy preocupado. Manolete era el primer torero de España y el intentar acercarse a él era, a mi juicio, una temeridad. A los públicos, en cambio, les parecía magnífico hallar un nombre que pudiera molestar a Manolete cuando no le salieran bien las cosas. Esto me dolía mucho.

Sevilla, 18 de abril de 1945. De izquierda a derecha, Pepe Luis
Vázquez, Carlos Arruza y Manolete. La primera tarde de la que
acabó conociéndose como «feria de las taleguillas rotas» por la
descarnada competencia entre el cordobés y el mexicano.
Foto Finezas.

En la feria sevillana de abril del 1945 fue donde nuestra rivalidad alcanzó, a mi juicio, su más alta cumbre. No estaba yo aún en la intimidad del torero, pero pude comprobar que si en el ruedo era un enemigo terrible, nunca dejaba de ser sinceramente cordial con sus compañeros. Fue naciendo entonces en mí una admiración que, si en el terreno profesional jamás dediqué a nadie, halló en él un afecto entrañable, su expresión más natural y afectiva. En Valencia, poco después de la feria sevillana, coincidimos en una típica paella. Allí sellamos nuestro pacto de amistad, que no rompió ni su muerte, porque para mí el recuerdo de Manolete no se extinguirá nunca.

«Allí sellamos nuestro pacto de amistad». Paella en 
los corrales de la plaza de toros de Valencia (1945)

En aquella temporada de 1945, la más larga y difícil para mí, coincidí con Manolete en numerosas ocasiones. Cuando le cogió el toro en Alicante yo le llevé en mi coche a Madrid. No olvidaré nunca el agradecimiento que por aquel pequeño favor, que yo hubiera realizado por cualquier otro compañero, me guardó siempre Manolete. A esas alturas ya éramos amigos de verdad, que nos confiábamos mutuamente nuestros gozos y amarguras. Si como torero Manolete alcanzó la más alta estimación de los tiempos modernos, por su arte excepcional y su estilo sobrio y auténtico, yo creo que su condición de caballero y amigo de verdad sobrepasaba en él su calidad profesional, con ser tan singular.

"Manolete" y "Arruza", rivales en el ruedo y amigos en la calle.

No quisiera desaprovechar la ocasión ofrecida por la amabilidad del autor de estas interesantes páginas sobre la vida de Manolete, para señalar cuánto cariño mostró a México el infortunado torero en cuantas oportunidades tuvo. No me refiero a su formidable actuación, sino a su actitud en el pleito taurino que mantiene, cuando escribo este prólogo, en suspenso el intercambio entre los toreros de España y México. Manolete, siguiendo el ejemplo de todos los grandes maestros españoles, estuvo siempre de nuestro lado, con una cordialidad que no le agradeceremos bastante. Cualquiera que sea la salida que el pleito tenga (y es de desear su pronto arreglo), habrá que agradecerle siempre sus buenos oficios por lograr una reconciliación que beneficia a los públicos de aquí y de allá.

Manolete estimaba que un torero español triunfase en México era de vital importancia para su fama. Era un empeño que deberían intentar todos. De la misma manera que no hay torero de acá que no sueñe con cortar una oreja en Madrid o Sevilla. El duelo que la muerte de Manolete causó en todo el territorio federal, me atrevería a decir en toda la América hispana que le vio torear, demuestra que había llegado al corazón de las multitudes.

El fraternal abrazo de dos matadores de toros inolvidables

Yo estaba en Francia cuando a Manolete lo mató un toro en Linares. La noticia me llegó envuelta en los zumbidos de una emisión de radio. Al principio me creí víctima de un mal pensamiento que hubiera cobrado voz en el aparato de mi coche. Después fueron surgiendo los detalles para dolor de todos… Creo que pocas veces había sentido yo pesar tan profundo. Lloré. No me avergüenza decirlo, porque Manolete merecía las lágrimas… Cuando días después estuve con mi madre y Andrés Gago en Córdoba, se avivó el dolor… Yo dejé sobre su tumba las mejores flores que encontré y las más fervorosas oraciones que han salido de mis labios. ¡Que la Virgen de Guadalupe, a la que Manolete profesó también gran devoción, le haya guiado hasta el Señor!

Creo que debo poner punto final aquí. En el libro que Francisco Narbona, firma joven pero bien prestigiada por sus innumerables artículos en las páginas de El Ruedo, ofrece ahora, hallará el lector una estampa muy completa del gran torero español. Con una preocupación loable por la fecha y la anécdota, creo que este libro contribuirá muy poderosamente a difundir la gloria y la fama de Manolete. Fama y gloria bien ganadas, porque fueron refrendadas por el más bello gesto. La muerte buscada, cuando nadie podía disputarle su puesto en la Fiesta. Él fue la máxima figura de nuestro tiempo. Fue el mejor torero de España. Y sobre eso, un amigo cabal y entrañable. Un caballero sin tacha ni doblez. Lo que se dice todo un hombre.

*Prólogo escrito por el espada mexicano Carlos Arruza para el libro «Manolete. Riesgo y gloria de una vida», de Francisco Narbonapublicado en 1948 por Ediciones Espejo (Madrid).

ENTRADA RELACIONADA: MANOLETE RECORDADO POR CARLOS ARRUZA