lunes, 17 de abril de 2023

MEDIA OPORTUNIDAD

Por Antonio Luis Aguilera

Borja Jiménez, Lama de Góngora, Rafael Serna, Ángel Jiménez, 
José Ruiz Muñoz, y Juan Pedro García "Calerito". Foto Arjona

Si difícil es lograr que a los toreros sevillanos que no tienen padrino los pongan en la Maestranza, más lo es catalogar la idea empresarial de otorgarles media oportunidad, como el que ofrece un plato de lentejas por aquello de las tomas o las dejas, con una caridad impostada, fría, arrogante, insensible e irrespetuosa para el toreo y para los toreros que luchan por abrirse camino en el difícil mundo del toro, el que algunos empresarios como el sevillano convierten en el más difícil todavía para los que anuncia en ese cartel de la oportunidad, donde rifan seis toros para seis toreros, mientras en el amplio abono hispalense se contratan sí o también a espadas con más ferias que el teatro chino, aunque no interesen a nadie, al estar dirigidos por los influyentes comisionistas del toreo. 

Hablando en plata: ¿qué atractivo tiene para el público la inclusión en la feria de los diestros que han vuelto este año —sin que nadie los reclame— tras una fugaz retirada, o la de esos otros que retornan cada primavera como los vencejos sin llevar a nadie a la plaza? ¿Incluirían fuera del abono a tanto jeringo frío y olímpico velocista que repiten sin decir nada en una plaza tan sensible para el toreo como Sevilla? Rotundamente, no. Mas es primordial mantener las buenas relaciones con las familias del negocio, para que los comisionistas no tengan dificultades en obtener sus réditos en el coso del Baratillo, por mayo en Las Ventas, y después en el resto de ferias controladas por quienes se devuelven favores en el intercambio de cromos en que han convertido el toreo.

No es nuevo que las empresas taurinas ofrezcan oportunidades buscando su propia rentabilidad, bien sea para quitarse de en medio al humilde que les da la coña implorando como un martillo pilón, o para satisfacer al torerito del comisionista que no quiere abrir plaza, y para ello colocan en un cartel de figuras a un novillero al que dan la alternativa. De esta forma le toca la lotería al muchacho, sale rentable a la empresa y resuelve el capricho del comisionista y del comisionado. Pero generalmente toda la vida se ofrecieron oportunidades con una corrida de seis toros para tres matadores. Por eso debe de ser durísimo que a seis toreros que se han preparado a conciencia para estar en Sevilla les ofrezcan media oportunidad. El plato de lentejas, advirtiéndoles que hay cola esperando, la limosna que nunca darán a tanto comisionado protegido, que reaparece o vuelve cada año por abril sin interés para el aficionado, porque lleva temporadas sobreviviendo en las ferias por lo que fue en el toreo, mientras hoy no es capaz de preguntar ni a la hora que empieza la corrida. La media oportunidad es como la media verdad: media mentira. La que ayer hubieron de aceptar a la trágala seis toreros sevillanos a los que se ofreció la "piadosa" oportunidad de jugarse la vida con un solo toro. Igual que un festival, sin beneficio alguno, pero de luces y con el animal en puntas. ¿Eso es preocuparse por la Sevilla taurina y su cantera?

lunes, 10 de abril de 2023

LA ESTOCADA

Por José María de Cossío


Estocada de Juan Ortega a "Lanudo" de la ganadería de Álvaro Núñez.
Foto: David Bracho. (Málaga, 8 de abril de 2023, corrida Picassiana).

En la estocada se necesita valor, decisión, seguridad, confianza ilimitada en el juego de la muleta con la mano izquierda, serenidad para afrontar ese momento tremendo en que al zambullirse sobre la res se pierde de vista su cabeza. Esa confianza valerosa, esa decisión sin vacilaciones, ese admirable juego de muñeca al vaciar al toro, medido y acompasado el empuje de su embestida, son virtudes de auténtico matador de toros.

José María de Cossío: Enciclopedia «Los Toros»

(Tomo IV: Reflexión sobre «Manolete») 

martes, 4 de abril de 2023

LA PASIÓN NO DEBE ECLIPSAR LA OBJETIVIDAD

Por Antonio Luis Aguilera 

Escultura de Juan Belmonte en Triana.
Obra de Venancio Blanco

No es fácil estudiar a fondo la historia del toreo. Como todos los estudios, requiere objetividad, cualidad que por lo difícil que resulta armonizar con la pasión no han sabido aplicar muchos de los escritores. Un siglo después de la competencia de José, Juan y Rodolfo el grandioso torero mexicano que trajo de cabeza a «Joselito» y todos dejan fuera del relato—, se sigue discutiendo sobre la «paternidad» del arte del toreo, como si el toreo hubiera tenido un solo padre. Hay aficionados que les encanta expedir partidas de nacimiento del registro civil que solo existe en su imaginación. ¿Así las cosas, a qué padre se refieren cuando tratan de explicar el toreo anterior a «Gallito», Belmonte y Gaona?

¿O es que no existió el arte de «Cúchares», como la sabiduría popular llamó con acierto al nuevo modo de hacer de Francisco Arjona Herrera, cuando el madrileño tenido por sevillano se echó la muleta a la mano derecha —reservada exclusivamente para el uso del estoque—, y marcó el punto de partida del desarrollo creativo de la lidia, ese arte que la gente llana inmortalizó con su apodo? ¿O acaso no existió manifestación artística en el toreo del también madrileño Cayetano Sanz, a quien se atribuye la invención del lance de frente por detrás —que refinaría Gaona de tal forma que sería conocido por su apellido—, y de quien se escribió que dio siete naturales seguidos? ¿Y si la palabra arte la sustituimos por elegancia, acaso no es «Lagartijo» el que pone a todos de acuerdo en el refinamiento que aportó a las suertes del toreo el inolvidable espada cordobés? ¿No fue el señor Fernando «el Gallo», padre de la célebre dinastía formada por Rafael, José y Fernando, el espada del que todos los toreros de su tiempo decían que por la belleza de su arte daba gusto verlo torear? Sirvan estos ejemplos para afirmar que cada época tuvo su toro, su torero y su público. Y por supuesto, su manifestación artística, condición sin la que el toreo no habría apasionado a tantas generaciones de españoles, que con rotunda seguridad no habrían pagado una entrada para presenciar labores exclusivas de matarifes.

Recorte del señor Fernando «el Gallo» en la plaza de Madrid

Pero centrándonos en quienes pretenden expedir la partida de nacimiento «al arte del toreo» en un imaginario registro civil, sorprenden las declaraciones del catedrático y filósofo Francis Wolff, recogidas en el diario ABC del 22 de marzo, donde el prestigioso aficionado francés señala la fecha del 11 de abril de 1913 como punto de partida artística de la Tauromaquia, cuando el «Pasmo de Triana» intercaló varias verónicas sin enmendar la plana en la plaza de toros de Madrid: «Juan Belmonte es el inventor del toreo como arte. Aquello se consideró una “revolución belmontina”. Y lo fue porque sus innovaciones se impusieron como cánones hasta hoy».

Juan Belmonte torea por verónicas en Madrid

Pensamos que nadie en su sano juicio puede cuestionar el singular magnetismo del toreo de capa de Belmonte. Con razón recurrieron a la hipérbole para calificarlo y le llamaron «Terremoto», pues era tal la fuerza telúrica de ese toreo que fue considerado como un «fenómeno», porque por primera vez, tras reducir las distancias con el animal, el torero conservaba su terreno para ejecutar la verónica como nadie lo había hecho, cuadrando el capote para que el toro lo tomara como una golosina, donde Juan lo envolvía en un temple portentoso que lo traía, llevaba y sujetaba para repetir la suerte, resolviendo con el gozne de un giro de muñeca que lo conducía hasta detrás de la cadera, proclamando así la ligazón del lance a la verónica.

Esa fue la clave: la forma de hilvanar los lances a la verónica, con un acento personal único e intransferible, y la manera de rematar con media verónica escultural, liándose el toro a la cintura, que liberaba la emoción en los tendidos y provocaba el jubileo universal de la plaza ante ese toreo nuevo, excepcional por su temple y por la quietud del torero en la ejecución de la suerteY del magnetismo de aquel toreo y la locura provocada por la emoción levantada, vino la repercusión literaria del personaje, en una carrera de ditirambos donde compitieron por no quedarse atrás los intelectuales y los revisteros de la época, que fue consensuada sin mucho rigor con la proclamación del «padre» del toreo moderno. No del toreo de capa moderno, sino del toreo en toda la extensión de la palabra.

El toreo de muleta de Juan, en la pintura de Adolfo Durá Abad

Juan Belmonte fue un genio que por torear más cerca y disputarle los terrenos al toro de su tiempo, más seleccionado y con mayor fijeza, que ya empezaba a consentir que le disputaran su terreno, permitió que pudiera revelar el temple el trianero, su portentosa virtud, definitiva para  expresar un hondo sentimiento artístico, tan extraordinario que aún parece latir en las fotografías que recuerdan su paso por el toreo. Como decía el propio torero: «Para mí, aparte de las cuestiones técnicas, lo más importante en la lidia, sean cuales sean los términos en que ésta se plantee, es el acento personal que en ella pone el lidiador. Es decir, el estilo. El estilo es también el torero. Se torea como se es. Esto es lo importante: que la íntima emoción traspase el juego de la lidia: que al torero, cuando termine la faena, se le salten las lágrimas o tenga esa sonrisa de beatitud, de plenitud espiritual, que el hombre siente cada vez que el ejercicio de su arte, el suyo peculiar, por ínfimo o humilde que sea, le hace sentir el aletazo de la Divinidad».

Sin embargo, los panegiristas del torero omiten que Belmonte no cambió el planteamiento del antiguo toreo de muleta. Sus faenas se desarrollaban según las normas clásicas, con el diestro en los terrenos de adentro y el toro en los de afuera, la misma preceptiva anterior, y consistían en pases por alto, un natural ligado con el de pecho con la misma mano, molinetes, faroles y desplantes, con la diferencia que al ceñirse más con el toro, al torear más cerca y empaparlo de muleta, conseguía sujetarlo al terminar el pase, pues el animal no abandonaba la suerte en línea recta, sino que al ir toreado comenzaba a describir una línea curva, y como el torero permanecía en los terrenos de adentro, para no quedarse fuera de cacho entre pase y pase, no tenía más remedio que cruzarse en busca del pitón contrario, mientras el toro en su trayectoria entre pases por las afueras iba describiendo ochos en la arena.

«Chicuelo» inmortaliza a "Dentista" en México el 25/10/1925

La ligazón del toreo de muleta vendría posteriormente con «Chicuelo», que toreando en la distancia establecida por Belmonte, y sujetando de igual forma al toro, al curvarse el animal al final del muletazo, en lugar de irse al pitón contrario, para torear por los terrenos de afuera, resolvió el problema girando sobre su eje para permutar los espacios y así, al dejar al toro pasar por adentro, ligar el siguiente muletazo. Y como lo hizo con la muleta en la mano izquierda, en lugar de la combinación del toreo anterior del natural ligado con el de pecho con la misma mano, el genio de la Alameda de Hércules enseñaba que con la alternancia de espacios se ligaban los pases naturales en series.

«Chicuelo» cambia el toreo en España la tarde del 24/5/1928

«Chicuelo» versificó el toreo moderno agrupando los pases de muleta en series como los versos lo hacen en estrofas. Manuel Jiménez Moreno, poseedor de una gracia y expresión artística simpar, fue el inventor de la faena moderna. Una faena que en su evolución requirió la selección de un toro distinto al del siglo anterior, el ceñimiento de las distancias de Belmonte, la ligazón revelada por «Joselito», esa que tras la tarde de Talavera de la Reina continuó y embelleció «Chicuelo» puliéndola con su arte. Años después vendría «Manolete», que con su valor, regularidad y solemnidad la consagraría definitivamente como la arquitectura que habría de acoger cualquier expresión artística. Así las cosas nos preguntamos: ¿Y con la muleta, no hubo «inventores» del toreo como arte?