domingo, 26 de junio de 2022

El “SABORCITO”

Por Antonio Luis Aguilera 

Diego Urdiales al natural

Hablando de toros con un torero de dinastía y buen amigo, me decía que tener “sello propio” en el toreo es ser distinto a los demás. No dice ser mejor o peor, sino diferente, y afirma que el “sello” siempre ha sido valorado al alza por los buenos aficionados, por los pocos que de verdad saben paladear ese toreo único que se distingue de los demás.

Matiza que hay muy buenos toreros, profesionales excelentes, pero la mayoría se parece al expresar, que ves a uno y crees haber visto a todos ante una manifestación homogénea, despersonalizada, sin ese toque propio que marca la diferencia de los pocos que son distintos, que tienen personalidad y no están cortados por el mismo patrón. Y como habría hecho el mismísimo «Juncal», sentencia: “¡Ya está dicho!”.

Juan Ortega a la verónica

Reconoce que todos los toreros son unos fenómenos, pero afirma con gracia que la mayoría tiene un toreo sin “pringue”, sin ese regusto que deja aquello que es diferente y tanto agradece el paladar. Por eso le duele que “cenizos” y “agoreros” quieran cortar el cuello a los pocos toreros que tienen ese “saborcito”, a los que cuando se expresan en el ruedo levantan pasiones, defendiendo que merece la pena esperarlos y darles oportunidades.

Pablo Aguado en un cambio de manos

Considera que probablemente no serán figuras de las que tiren del carro, pero serán necesarios para otorgar aroma al cartel, y pone de ejemplo a un diestro tan respetado, admirado y agradable de ver por los aficionados como «Antoñete». En el toreo —asegura—, no basta anunciar a los que cortan orejas sin dejar ese “saborcito” bueno que tienen solo unos pocos, también deben tener sitio los que te hacen paladear “otra cosa” en la plaza, y luego, cuando te vas andando para tu casa, saboreas de forma placentera ese “regustito”.

martes, 7 de junio de 2022

LOS CHUFLAS QUE CHIFLAN

Por Antonio Luis Aguilera 

Andrés Roca Rey. Foto Plaza1

La Fiesta de los toros siempre ha sido la más democrática de todas las fiestas. En ella el espectador ha podido manifestarse con libertad —aunque a veces, confundida con libertinaje, no faltaron episodios donde los toreros temían más al desenfreno del público que al toro—. Excepciones aparte, en la afición siempre prevaleció el respeto a los hombres que se juegan la vida, aunque, como hemos apuntado, hubo épocas donde una sociedad que no tuvo oportunidades para educarse y formarse como la actual resultara temible. Mas por lo general, lo normal ha sido que una vez arrastrado el toro, el espada fuera ovacionado, silenciado o pitado.  

El Juli. Foto Plaza1

Cosa distinta es lo que ocurre en Madrid durante la lidia del toro, donde con manifiesta intención de alterar el ánimo del que se juega la integridad física, algunos maleducados chiflan reiteradamente, lo haga bien, mal o regular. Suele ocurrir especialmente cuando actúan las figuras, porque son en esas tardes donde buscan protagonismo personajes grises, sin valores, que amparados en el anonimato del público chiflan para reventar la actuación, incomodar al torero y, en caso de fracasar, gozar con el naufragio. Por cierto, sería interesante observar las caras de los chuflas que chiflan las tardes que tras su acoso llega la cornada, poderles ver la faz cuando toda la plaza enmudece y cambia de color, en esos segundos que el chiflado, mal herido y ensangrentado, es llevado urgentemente a la enfermería.   

En la reciente feria de San Isidro, como en otras muchas anteriores, se han sucedido los chiflidos de “reprobación técnica” a los matadores durante la lidia. Poco importaba que la actuación fuera seguida con el entusiasmo del noventa por ciento de la plaza, como las tardes de la demostración del valor impactante de Andrés Roca Rey, de la magistral lección torera de Julián López, o de la maravillosa recreación artística de Morante, relación a la que podrían añadirse otros muchos nombres. El caso era que con toda la monumental pendiente de las actuaciones, fueran de mayor o menor calado, estos chuflas chiflaban, silbaban, gritaban y buscaban reventar la faena de quien estaba en el ruedo ante el toro. Y por supuesto, provocar al resto de los espectadores, para que la atención pasara del ruedo a los tendidos originándose la consiguiente bronca entre el público. 

Morante de la Puebla. Foto Plaza1

Según el aforismo popular: «cuando un tonto coge una linde, se acaba la linde y sigue el tonto». Desgraciamente así es, porque rara es la tarde que a un diestro se le guarda el debido respeto por parte de estos sujetos, que desde su estulticia creen saber de toros más que los toreros, los que de verdad, sin figuradas "tauromaquias" ni fantasias mentales, se la juegan ante el de los rizos. Penosa actitud la de estos inquisidores que tantas tardes secuestran la que indudablemente es la plaza determinante del toreo, la que da y quita importancia a los toreros por la categoría de su auténtica afición, no por la de estos chuflas integristas que aburren con los mantras del “crúzate”, “la pata palante”, “menos cuento”, “venga ya”, y otras letanías propias del talibanismo taurino. Como sabiamente enseñaba en sus clases de Retórica «Juan de Mairena», alter ego del genial Antonio Machado: «La verdad del hombre empieza donde acaba su propia tontería. Pero la tontería del hombre es inagotable». 

jueves, 2 de junio de 2022

MORANTE ABRIÓ TODAS LAS PUERTAS GRANDES

Por Antonio Luis Aguilera

Morante esculpiendo el toreo al natural. Foto Plaza1

Ver torear a Morante es tener ante nosotros la historia del toreo, poder mirar con nuestros ojos el acento artístico de Gallito, BelmonteChicuelo, PepínBienvenida Paula, ver lo mejor de todos los mejores desde principios del siglo XX a nuestros días, sin que José Antonio Morante Camacho pierda una pizca de su propia personalidad y genuina torería. Es poner en valor las grandes tauromaquias asimiladas, lo mejor de todas ellas, para crear una Tauromaquia personal, estremecedora, hermosa, sentimental, inolvidable por su belleza, capaz de iluminar la plaza con esa luz única, que desde el ruedo produce una sacudida que estremece al público de abajo a arriba, desde las tablas al tejado, para llevar la emoción a todos los espectadores ante la creación de un arte vivo, que nace y muere en cada pase, mientras cristaliza el milagro del toreo, como el revelado por el artista de La Puebla del Río en el palenque de Las Ventas el 1 de junio de 2022, ante un gran toro de Alcurrucén ("Pelucón", número 33, colorado, 590 kilos).

Cada suerte renovaba la pasión. Foto Plaza1

Ese toreo fluido y macizo que fue un milagro ante los ojos de una afición que no podía esperar jamás tanta emoción y belleza, la manifestada en una obra única e irrepetible, monumental como la plaza, que en cada suerte renovaba la pasión de los privilegiados espectadores del recinto. También, la que tuvieron todos aquellos que seguían la corrida por televisión, demostrándose que no es verdad que el vídeo no tenga sentimiento. Quien de verdad no tiene sentimiento es ese reglamento intervencionista y obsoleto, que penaliza una obra histórica por el fallo a espadas, impidiendo otorgar los trofeos al artista para que pueda salir a hombros por la puerta grande, algo que en otras épocas no fue así, cuando los apasionados aficionados se lo llevaban sí o sí en volandas hasta el mismo hotel.

¡Qué más da...! Morante abrió ayer de par en par todas las puertas más grandes y nobles del toreo, las de los corazones de los aficionados de verdad, que felices, agradecidos y emocionados guardarán entre sus preciados recuerdos ese toreo único, inolvidable y sentido, que tuvo lugar en la corrida de Beneficencia celebrada en 2022 en la capital del reino ante el rey de España.