martes, 7 de junio de 2022

LOS CHUFLAS QUE CHIFLAN

Por Antonio Luis Aguilera 

Andrés Roca Rey. Foto Plaza1

La Fiesta de los toros siempre ha sido la más democrática de todas las fiestas. En ella el espectador ha podido manifestarse con libertad —aunque a veces, confundida con libertinaje, no faltaron episodios donde los toreros temían más al desenfreno del público que al toro—. Excepciones aparte, en la afición siempre prevaleció el respeto a los hombres que se juegan la vida, aunque, como hemos apuntado, hubo épocas donde una sociedad que no tuvo oportunidades para educarse y formarse como la actual resultara temible. Mas por lo general, lo normal ha sido que una vez arrastrado el toro, el espada fuera ovacionado, silenciado o pitado.  

El Juli. Foto Plaza1

Cosa distinta es lo que ocurre en Madrid durante la lidia del toro, donde con manifiesta intención de alterar el ánimo del que se juega la integridad física, algunos maleducados chiflan reiteradamente, lo haga bien, mal o regular. Suele ocurrir especialmente cuando actúan las figuras, porque son en esas tardes donde buscan protagonismo personajes grises, sin valores, que amparados en el anonimato del público chiflan para reventar la actuación, incomodar al torero y, en caso de fracasar, gozar con el naufragio. Por cierto, sería interesante observar las caras de los chuflas que chiflan las tardes que tras su acoso llega la cornada, poderles ver la faz cuando toda la plaza enmudece y cambia de color, en esos segundos que el chiflado, mal herido y ensangrentado, es llevado urgentemente a la enfermería.   

En la reciente feria de San Isidro, como en otras muchas anteriores, se han sucedido los chiflidos de “reprobación técnica” a los matadores durante la lidia. Poco importaba que la actuación fuera seguida con el entusiasmo del noventa por ciento de la plaza, como las tardes de la demostración del valor impactante de Andrés Roca Rey, de la magistral lección torera de Julián López, o de la maravillosa recreación artística de Morante, relación a la que podrían añadirse otros muchos nombres. El caso era que con toda la monumental pendiente de las actuaciones, fueran de mayor o menor calado, estos chuflas chiflaban, silbaban, gritaban y buscaban reventar la faena de quien estaba en el ruedo ante el toro. Y por supuesto, provocar al resto de los espectadores, para que la atención pasara del ruedo a los tendidos originándose la consiguiente bronca entre el público. 

Morante de la Puebla. Foto Plaza1

Según el aforismo popular: «cuando un tonto coge una linde, se acaba la linde y sigue el tonto». Desgraciamente así es, porque rara es la tarde que a un diestro se le guarda el debido respeto por parte de estos sujetos, que desde su estulticia creen saber de toros más que los toreros, los que de verdad, sin figuradas "tauromaquias" ni fantasias mentales, se la juegan ante el de los rizos. Penosa actitud la de estos inquisidores que tantas tardes secuestran la que indudablemente es la plaza determinante del toreo, la que da y quita importancia a los toreros por la categoría de su auténtica afición, no por la de estos chuflas integristas que aburren con los mantras del “crúzate”, “la pata palante”, “menos cuento”, “venga ya”, y otras letanías propias del talibanismo taurino. Como sabiamente enseñaba en sus clases de Retórica «Juan de Mairena», alter ego del genial Antonio Machado: «La verdad del hombre empieza donde acaba su propia tontería. Pero la tontería del hombre es inagotable». 

5 comentarios:

JAragon dijo...

Profunda reflexión sobre la falta de respeto y oposición a lo que sea, creyéndose entendidos, amparándose en el anonimato de una grada.
Mucho borrego sobre dos patas.
Como siempre, amigo Antonio,
analizas la fiesta desde todos los ángulos.
Gracias por tus artículos.

Manolo Osuna Ruiz dijo...

Totalmente de acuerdo Antonio Luis. Lamentablemente al tendido 7 Suecia van esos talibanes taurinos -nunca mejor calificativo- que buscan que el comentarista de turno hable de ellos. Que el realizador de TV ponga una cámara en ellos. Chiflidos, bocanadas y falta e respeto sin los signos de identidad de una gente que más que personas, parecen borregos o cabestros

Andrés Osado dijo...

Amigo Antonio:
Perfecta y real semblanza de una de las estúpidas facetas de la persona que se cree la más entendida en el mundo taurino.
Un abrazo

Luis Miguel López R. dijo...

Antonio Luis, acertadísimo este análisis que hace del ambiente que se vive en la plaza de todos de las Ventas. Circunstancias que se acentúan especialmente en tardes de figuras y máxima expectación.
Definitivamente pienso que hay que cuidarse mucho del “público que necesita público”. Que es la forma con la que me gusta definir a aquellos que tratan de imponer de forma dictatorial su criterio al resto de la plaza. Para ello, utilizan el único momento en el que pueden captar la atención del resto del público y que coincide cuando un hombre se está jugando la vida delante de un toro. Circunstancia que les hace perder cualquier tipo de razón. Tratar de cambiar el centro de gravedad la atención del público, del ruedo al tendido, para provocar la bronca y reventar la faena, sin jugarse los muslos, carece de toda lógica y justificación.
Se basan en los cuatro tópicos (citados por Antonio en este artículo) que se aprenden al dedillo para acreditar su condición de grandes aficionados. Los aplican de forma sistemática, ocurra lo ocurra en el ruedo y sobre todo, tengan el toro que tengan delante los toreros, cosa más grave. La única circunstancia que tienen en cuenta es el torero que esté en el ruedo. Ese sí, es un factor determinante. El Juli, Roca Rey, Manzanares, Morante…
Curiosamente, cuando el torero ha acabado su actuación que es cuando realmente se deberían manifestar, estos mismos permanecen callados o comentando tranquilamente con sus vecinos de localidad, porque en ese momento, ya no pueden captar la atención de “su público”.
Sigue en el siguiente comentario.

Luis Miguel López R. dijo...

Como ejemplo, lo que viví en la pasada corrida de la Beneficencia cuando Morante estaba bordando el toreo con “Pelucón” de Alcurrucén. Al terminar la primera serie al natural, un señor se levanta y dirigiéndose al resto, grita: “¿ya estáis contentos? Ha dado sólo tres y con el pico”. Yo, que debo ser muy mal aficionado, cada serie que daba, más contento me sentía, y más me gustaba como toreaba con “el pico” (que para mí, son los vuelos de la muleta, que al final es con lo que se torea. Otra cuestión es cómo se utilice ese pico).
Ante la rotundidad de la obra, aquello se desbordaba y la emoción de la mayoría no se podía contener, ni manipular, aunque el torero no se hubiera “manchado de sangre” como le pedía otro.
Por último, un vecino de localidad, al terminar amargamente sólo le quedó refunfuñar “le han dado la oreja porque la plaza está llena, que asco venir los días de figuras”. A lo que ya no me pude contener y le respondí “es evidente que con la plaza vacía, ni petición de oreja, ni tiene sentido el toreo en la plaza”, pero “lo segundo, tiene fácil solución: no venir… Además si es abonado, con la modificación del cartel y en virtud de ese Reglamento que tanto tienen en cuenta cuando un picador pisa la raya, les daba derecho a haber devuelto su localidad, así que no tiene excusa en sus quejas”.
De vuelta a casa, pensaba como estos comentarios habían quedado grabados en mi memoria y en cierto modo contaminaban o habían tratado de contaminar lo que había sentido al presenciar la faena más rotunda de Morante de la Puebla en la monumental venteña.
Así que al leer este nuevo artículo de Antonio Luis en su “Plaza de la Lagunilla”, “Los chuflas que chiflan”, creo que no hay mejor forma de definirlo como menos palabras.
Una vez más, muchas gracias Antonio por deleitarnos con sus artículos.