Por Antonio Luis Aguilera
«Manolete» entrando a matar a «Islero». Foto Francisco Cano. Cortesía de la revista «Aplausos» |
Al conmemorarse este año el 200 aniversario de la fundación del Cuerpo Nacional de Policía, vamos a recordar un importante hecho donde fue protagonista uno de estos servidores públicos, que manifiesta el ejemplar altruismo y entrega de sus agentes a la ciudadanía. Ocurrió en Linares la tarde del 28 de agosto de 1947, antesala de la larga y agónica madrugada del inolvidable torero Manuel Rodríguez «Manolete», donde sabemos que no faltaron protagonistas que manejaron con mano de hierro la dramática situación, esa que luego contaron a su antojo, después de haber controlado el duelo con un desprecio y frialdad inhumanos, lo que no merecía el hombre que agonizaba desconociendo que en una habitación cercana a la suya habían escondido a «Lupe Sino», su pareja de hecho, la mujer que amaba, con la que convivía desde 1943, a la que no dejaron entrar para acompañarlo en sus últimas horas. Como hemos escrito otras ocasiones, el toro Islero pasaba por allí, y arrebatándole la vida cargó con muchas culpas inconfesables de lo que era una muerte anunciada.
Pero desde que Islero y «Manolete» se encontraron a muerte en la última suerte suprema del formidable estoqueador cordobés, hubo otros personajes menos conocidos y llenos de humanidad, que sin afán de protagonismo ni ánimo de pasar a la historia con ninguna etiqueta afectiva, en todo momento estuvieron dispuestos a colaborar en lo que fuera necesario para recuperar al torero, a quien al caer aquella tarde de corrida se le escapaba la vida por la tremenda hemorragia que le produjo la cornada del toro número 21, negro entrepelado y bragado de Miura. Fueron sus donantes de sangre.
Juan Sánchez Calle. Foto Cano |
El primero fue Juan Sánchez Calle, cabo de la Policía, que conocía al matador de toros desde que juntos sirvieron como artilleros en el destacamento de El Carpio (Córdoba), y que antes del paseíllo se fotografió con el torero en la puerta de cuadrillas. Después vio la corrida desde el callejón y en tan privilegiado como cercano lugar pudo observar la cornada a pocos metros de donde el torero se perfiló para entrar a matar. Tras el percance acudió con el herido a la enfermería, donde los médicos pidieron inminentemente sangre al ver la hemorragia. Juan Sánchez se ofreció y fue elegido. Despojándose de la guerrera y remangándose la camisa, ocupó una silla junto a la mesa de operaciones para que los médicos practicaran, de su brazo al del torero, la primera transfusión.
Al llegar la noche, trasladado el herido al Hospital de los Marqueses de Linares, la severa debilidad obligaba a volver a operar y transfundir nuevamente. En esta ocasión, el segundo y último donante elegido fue el matador de toros de La Carolina (Jaén) Pablo Sabio González «Parrao», que a mediodía en el Hotel Cervantes había conversado con su compañero sobre la maravillosa experiencia vivida en México, el país cuya afición adoraba a «Manolete» tanto como el torero amaba a esa nación, a la que llevaba en el alma por el cariño y la admiración tan grande que su afición le hizo sentir. En principio «Parrao» pensaba que su sangre no sería útil, pero analizada por la farmacéutica de Linares y transfusora doña María Luisa López Jiménez, se comprobó que era del grupo universal, la idónea para auxiliar a su compañero.
Así lo recordaba Pablo González en el libro «Vida y tragedia de Manolete», escrito por Filiberto Mira y publicado en 1984 por la revista «Aplausos»:
Pablo González «Parrao» junto al cadáver de «Manolete». Foto Francisco Cano. Cortesía de la revista «Aplausos» |
—«Pasé al quirófano donde estaban operándole. Me sacaron los primeros 350 centímetros cúbicos de sangre, y vi perfectamente lo bien que reaccionó «Manolete» cuando se los pusieron. Serían las diez y pico de la noche, y lo seguían operando. Después hice otras dos donaciones. Fueron tres en total y todas en el hospital.
Me pusieron en una habitación, junto a la de «Manolete». Me dieron ponche con yemas bebidas. Vendaron a Manolo y lo pusieron en una habitación; que como digo estaba junto a la que yo ocupaba.
Había pasado una hora después de esa primera transfusión; cuando me volvieron a sacar otros 350 c.c. de sangre. Yo vi cómo se la pusieron a «Manolete»; que conmigo no habló. Volví a darme cuenta que mi sangre le reanimaba.
Un par de horas después -ya de madrugada- por tercera vez me extrajeron 350 c.c. de sangre. Esta tercera no se la vi poner a «Manolete». Entré en su cuarto, y noté que quiso decirme algo, estaba muy débil. Me miró de una forma especial, como queriéndome dar las gracias».
La farmacéutica doña María Luisa López Jiménez sujeta el instrumento que sirvió para hacer las transfusiones. Foto Francisco Cano. Cortesía de la revista «Aplausos» |
En declaraciones para el libro citado, la farmacéutica doña María Luisa López Jiménez afirmaba: «Preparé tres transfusiones para «Manolete». Se le aplicaron un total de 1.750 c.c. entre sangre y compuestos. Toda la sangre que preparada por mí y se le puso a «Manolete» en el hospital fue universal y la donó «Parrao». Personalmente, fue al único que se la extraje. «Parrao» estuvo hecho un héroe. Ya que dijo que no le importaba quedarse sin sangre con tal de salvar la vida de «Manolete».
El desenlace de aquel drama resulta conocido por los aficionados. En la bochornosa madrugada de las postrimerías de agosto los doctores don Fernando Garrido Arboleda, don Julio Corzo López y don Manuel Tamames mostraron su disconformidad con el criterio mantenido por don Luis Jiménez Guinea, partidario de una nueva transfusión. Le argumentaron que en la operación hospitalaria al torero tuvieron que suspender la segunda transfusión por dolor en los riñones, lo que consideraban signo de rechazo. Pero el cirujano llegado expresamente desde Madrid la consideró idónea y ordenó una nueva transfusión al herido, que este volvió a rechazar momentos antes de su muerte. La polémica de la última transfusión continúa a pesar de los años transcurridos.
La última sonrisa de «Manolete» obligado a
saludar por el público de Linares tras el paseíllo
la tarde del 28-8-1947. Foto Francisco Cano.
Sin embargo, el propósito de estas líneas es recordar y homenajear el altruismo de los dos donantes de sangre que tuvo el torero cordobés Manuel Rodríguez Sánchez, cuyos nombres suelen ignorarse en muchos de los reportajes escritos y documentales grabados sobre la fatídica tarde-noche de Linares. Por eso queremos recordar a esos personajes tan humanos que fueron el cabo de la Policía Juan Sánchez Calle y el matador de toros Pablo S. González «Parrao», que generosamente, ofreciendo su propia sangre, hicieron todo lo que estuvo en sus manos por salvar la vida de «Manolete».