domingo, 27 de agosto de 2023

MANOLETE: «LO PRIMO QUE HE SIDO…»

Por Antonio Luis Aguilera

Manolete obligando con firmeza a "Islero". Foto Cano

Nos contaba el matador de toros Rafael Soria Molina «Lagartijo», que en la noche de Linares, cuando la muerte de su tío Manolo se presentía inevitable, este inclinó la cabeza hacía él y le dijo: «Sobrino: Esto no me pasa más que a mí por lo primo que he sido…». Enigmática frase en aquellas horas de dolor, angustia, nervios, rezos desesperados y división de criterios médicos, que puede encerrar varias lecturas; entre ellas, la que hace pensar que en su final Manolete fue consciente de lo que ocurría, lo que había ocurrido, y lo que, por lo que observaba a su alrededor, iba a ocurrir. 

Dicen que en los últimos momentos de la vida, ante la evidencia del final, las personas que son conscientes repasan su existencia en un instante. Cierto o no, la frase delataba la honda decepción de quien en su agonía se sintió un «primo», la víctima de un engaño o manejo interesado. ¿Qué pasaría por la memoria de Manolete…? ¿Recordaría en el trance que no quería torear en 1947, y contra su deseo Camará le firmó una exclusiva de cuarenta corridas con Balañá, entre las que figuraba la tarde de Miura en Linares? ¿Pensaría por qué no decidió negarse para seguir sin torear en España, como hizo en 1946 —que solo actuó en la Beneficencia de Madrid, gratis como era su costumbre en esa corrida—, cuando roto el convenio forzaron su regreso de México, para que los intrigantes y envidiosos de aquí lo acosaran culpándole de todos los problemas del toreo y le echaran encima al público? ¿Se preguntaría amargamente decepcionado qué había hecho mal para que no le dejaran vivir en paz profesional, social ni familiarmente…? 

Entrega absoluta hasta el final con "Islero". Foto Cano

El torero era un apasionado de la lectura de la historia de Roma y conocía bien el significado de la frase latina: «Alea iacta est»... Todo hace pensar que en el hospital de Linares fue consciente de su muerte: «¡Qué disgusto se va a llevar mi madre!», angustia que debió aumentar cuando preguntó al doctor Jiménez Guinea «si no le metía mano», y este le contestó que «todo estaba bien». Pero bien no había nada dentro ni fuera de aquella habitación. Camará y Domecq no le informaron que Antoñita, su mujer —¿o no lo era la actriz con la que convivía feliz desde 1943?—, avisada por Máximo Montes «Chimo», su mozo de espadas, que tenía órdenes expresas del torero, había llegado al hospital, pero no le permitieron el paso a la habitación. La realidad es que nunca habían aceptado aquella relación, y con la excusa de que el nerviosismo de Lupe no era bueno para el torero, que «se recuperaba de la segunda intervención y estaba tranquilo», la acomodaron en una habitación contigua asegurándole que si Manolo preguntaba por ella la llamarían. ¿Cómo iba a preguntar por Antoñita quien nunca supo en su agonía que la tenía tan cerca...? 

La pareja rumbo a México en 1946. Foto José María Lara

Las horas que faltaban para el amargo desenlace pasaron sin que Antoñita reaccionara ante el engaño forzando su entrada en la habitación del torero, donde tantos sobraban y ella faltaba, para que el moribundo recibiera el consuelo de la mujer que amaba, la actriz que había elegido como compañera de vida e iba a ser su esposa —quede claro lo de actriz de cine, pues Lupe Sino nunca fue una "chica Chicote" o mujer de alterne, como se propagó para hacer daño—. Que iba a ser la esposa del torero quedó suficientemente claro la noche anterior, cuando Manolete conducía de Manzanares a Linares, y pidió a don Antonio Bellón, que ocupaba el asiento delantero a su lado, un favor que consideraba que sólo él podía hacerle: convencer a su madre para que acudiera a su boda, prevista para el 18 de octubre en Barcelona. ¿Qué pensaría el crítico al ver pocas horas después cómo impedían la entrada en la habitación del herido a su mujer? ¿O acaso no lo era porque estuviera sin oficializar el papeleo matrimonial...? 

La presencia de Lupe, a la que el torero siempre llamó por su nombre de pila, no fue recibida con agrado después de que Manolo hubiera confesado sacramentalmente por sugerencia de Domecq. Según el rejoneador, «ya había puesto en "orden" sus asuntos y estaba en paz con Dios». El caballero priorizaba su piadosa confianza en el ritual del sacramento a la compasión y humanidad sobre las personas que en esos momentos necesitaba Antoñita, rota por el dolor y el desprecio aquella noche del 29 de agosto, donde ningún samaritano pasó por su lado para aliviar sus heridas, hasta que poco después de las cinco y siete minutos de la madrugada le dijeron fríamente que ya podía pasar a ver a Manolete

Pasar a ver el cadáver de un hombre joven, de treinta años, que humanamente destacó por su nobleza y bondad, y toreramente por su dignidad, honradez y entrega absoluta a la profesión. Pasar para llorar sin consuelo ante el cuerpo sin vida de Manolo en aquella habitación donde entre lágrimas, sollozos, desesperación y amargura, quedaron solapadas aquellas enigmáticas palabras: «Esto no me pasa más que a mí por lo primo que he sido…». Se cumple el 76 aniversario de la muerte de Manuel Rodríguez «Manolete», el arquitecto definitivo del toreo moderno, cuya majestuosa huella permanece imborrable en los ruedos cada tarde de corrida. 

miércoles, 9 de agosto de 2023

¿INDIFERENTE EL TORERO QUE MÁS GENTE LLEVA A LAS PLAZAS?

Por Antonio Luis Aguilera

Andrés Roca Rey. Foto Arjona

Sentenció «Manolete» que los pleitos de los toreros deben resolverse en los ruedos. Fue en los inicios del acoso que hubo de sufrir en su último año, en la tormenta orquestada por la prensa influyente y algunos toreros españoles, que finalmente se desencadenó en las postrimerías del mes de agosto en la plaza de Linares. Los intrigantes de aquí decidieron romper el convenio taurino con México, para cortar las alas a dos pájaros que resultaban demasiado molestos, porque volaban más alto que todos los demás. Así, rotas las relaciones entre ambos países, con esa carambola Carlos Arruza no torearía en España ni «Manolete» en México, donde fue feliz profesional y personalmente, y tan honda huella dejó en aquella admirable afición. 

En el invierno de 1947, al regreso del último y triunfal viaje por tierras aztecas, le informaron de las declaraciones de Pepe Luis Vázquez para saber qué pensaba. El sevillano lo había retado a matar varias corridas duras en plazas incómodas, estrategia que por la timidez de su carácter es de suponer que fuera de Marcial Lalanda, su apoderado, quizás en complicidad con Gregorio Corrochano, el más influyente de los críticos de entonces, como pareció resolverse poco después, cuando en abril llamó banquero al espada cordobés, en la crónica de una corrida de Miura de la feria de Sevilla que no toreaba el espada ofendido, por recibir un brindis de su compadre «Gitanillo de Triana». Tanto Marcial como Domingo Ortega no aceptaron, ni muerto «Manolete», el relevo generacional en la capitanía del toreo impuesto por el torero cordobés, quien, con la elegancia que le caracterizaba, contestó a la prensa que  Pepe Luis lo habría retado a comer almejas, que sabía que le gustaban mucho, para de esta forma no herir a su admirado compañero, que retos a un lado, desde la temporada de 1942, por no aguantarle el pulso, había dejado de ser su rival en los ruedos.

Sevilla, 1945. Manolete, Pepe Luis y Carlos Arruza.
"La feria de las taleguilas rotas"

Hemos rememorado este capítulo de la historia ante las inoportunas declaraciones de Alejandro Talavante sobre Andrés Roca Rey. Según el extremeño, torear con Roca Rey, el espada que actualmente lleva más gente a las plazas, le resulta indiferente. Dicho de otra forma, que le da igual torear la tarde que más dinero se ingresa en taquillas. ¿De verdad? No conforme con tan desafortunada afirmación, añadió «que es muy positivo toda la gente que está arrastrando, pero esa gente joven necesita también una educación taurina». 

Brindis de Talavante a Roca Rey

Días después, al coincidir ambos en los ruedos, vinieron los brindis de torero a torero. Primero fue el peruano, que debió «agradecer» al extremeño sus «entrañables» palabras; después, ante las cámaras de televisión, el de Alejandro, donde debió argumentar que sus palabras se habían mal interpretado, que lo admiraba mucho como torero, y esas lisonjas que se suelen decir tras meter la pata. Porque no deja de ser una inoportuna metedura de pata hablar tan despectivamente de quien, de momento, «corta el bacalao» y manda en el toreo. Algo que debiera considerar con más prudencia Alejandro, que desde su vuelta a los ruedos busca sin encontrar al Talavante que no se le adivinaba techo y dejó de torear hace años en Zaragoza, al parecer, por no ser atendidas sus pretensiones económicas, esas que con seguridad desde su regreso no puede ingresar con las taquillas del «educado» público que acude a sus actuaciones. 

Manuel Benítez "El Cordobés"

Llevaba razón «Manolete». Donde tienen que hablar los toreros es en el ruedo y ante el toro. Ahí es donde impondrán condiciones los que sean capaces de pilotar el tren del toreo, de ser la locomotora que tira de los vagones, en palabras de Manuel Benítez «El Cordobés», ese genio que mientras imponía a las empresas no cobrar menos de «un kilo» por tarde, elevaba al doble los honorarios del maravilloso elenco de toreros de los años sesenta, un buen ramillete de primeras figuras que se benefició de los llenazos del «melenas», ese pedazo de torero al que los muñidores de la ortodoxia ridículamente llamaron «payaso», ofensa que no tuvo la menor influencia en las legiones de seguidores que arrastró todas las tardes, desde 1963 a 1971, por todo el planeta de los toros.

Andrés Roca Rey

La historia permite observar con perspectiva la diferencia entre la fuerza taquillera de los espadas que llevan a las plazas a los «aficionados educados taurinamente», «los que caben en un autobús», según «Jesulín de Ubrique», y los que llevados por la pasión arrasan las taquillas, para seguir a esos toreros que, gusten o no, con más o menos arte, tienen  recursos y valor para pisar todas las tardes esa línea roja de la que hablaba Paco Ojeda, ese sitio donde queman las zapatillas y transmite de inmediato la emoción a quienes de otra forma no habrían ido a las plazas. Queremos decir que si los seguidores de Roca Rey, que además de tener un valor descomunal domina todas las suertes y torea magistralmente, son personas jóvenes, pues mucho mejor, porque una vez dentro de las plazas tendrán ocasión de aprender y perfeccionar sus conocimientos. Igual que nos ocurrió a todos. 

Francisco Arjona Herrera "Curro Cúchares"

Nadie nace sabiendo. Mucho menos los intríngulis y emocionantes modos de expresar el arte de Cúchares, torero a quien también los ortodoxos de su tiempo llamaron «ventajista», es decir, truculento,  por echarse la muleta a la mano derecha, entonces de uso exclusivo de la espada, para «animar la función», en palabras textuales del propio Curro. Curiosamente, de aquella licencia mal vista por los ortodoxos, «animando» a las gentes que según los educados taurinamente había que formar, por aquel desbordante entusiasmo popular habría de empezar a desarrollarse el toreo de muleta. Con razón el pueblo llano, que es bastante más listo de lo que suponen algunos sabios entendidos, acabó bautizando el toreo como «el arte de Cúchares».