miércoles, 17 de noviembre de 2021

EL PULSO ENTRE «CAMARÁ» Y EDUARDO PAGÉS

Por Antonio Luis Aguilera

«Manolete» en la torerísima pintura de Diego Ramos

En la entrada anterior, titulada «Morante prescide de comisionistas», nos referimos a la figura del apoderado, que si bien existe desde el siglo XIX, entonces eran más bien los hombres que hacían los recados de los toreros y todas las gestiones que los espadas determinaran. La figura del apoderado independiente, tal como la conocemos, fue instituida por el cordobés José Flores «Camará» —influenciado en la negociación de asuntos taurinos por José Gómez «Gallito», por el que sentía gran admiración, y con el que en su etapa de matador de toros procuraba dialogar en los largos viajes de ferrocarril—, como hombre de absoluta confianza, estratega, psicólogo y consejero del torero, a quien se debía exclusivamente. Por tanto, la única semejanza del apoderado independiente con el «comisionista» de toreros es que ambos cobran un porcentaje por festejo contratado.

Para ilustrar la importancia del apoderado independiente rescatamos un magnífico texto que ofrece buena prueba de ello, donde podrán comprobar lo que verdaderamente significaba esta figura, entregada por completo a los intereses de su torero, como hizo «Camará» cuando apoderando al «gallo de pelea» que representaba, defendió, como no se había conocido en las contrataciones de toreros, a Manuel Rodríguez «Manolete». Esta figura del apoderado independiente se basó en una relación de mutua confianza, donde uno mandó en el toreo de tablas hacia afuera, y el otro en los asuntos de su torero de tablas hacia adentro.

El testimonio nos lo ofrece el periodista mallorquín Guillermo Sureda Molina en su libro «Tauromaguia» (Colección Austral de Espasa Calpe, 1978), donde al referirse a las oligarquías taurinas y su objetivo de eliminar la figura del apoderado independiente, saca a la luz el inmenso poder que tuvo «Camará» por la incontestable forma de imponerse en los ruedos de «Manolete»:


«Camará» y «Manolete». Dos «gallos de pelea» del toreo


«Voy a contar un ejemplo, muy poco conocido por el público. En 1942, están en primerísima línea Manolete y Pepe Luis Vázquez, que luego se diluirá en “detalles” y … quites, sin perder nunca su categoría de gran torero. Se rumorea que Domingo Ortega vuelve a los toros, por lo que Camará va a hablar con el mentor de Pepe Luis para decirle: «Mire usted, yo creo que Ortega volverá el año que viene. Nosotros vamos a decirle a Pagés, que será quien lo apodere, que el dinero que debe darle a Manolo y a Pepe Luis debe ser tanto, pero que si durante el transcurso de la temporada aparece algún torero cobrando más, nosotros debemos aumentar nuestros honorarios hasta cobrar tanto como él, y esa cláusula debe figurar en los contratos. ¿Qué le parece a usted?» Flores, entonces mozo de espadas del torero sevillano, mira al mentor del torero, que asiente con la cabeza: «Creo que tiene usted razón».

Pasan algunos meses y llega el invierno de 1942, Pagés llama a Camará, que está en Córdoba, y le dice: «Voy mañana a Córdoba a charlar con usted». Ya están Pagés y Camará frente a frente. Dos linces taurinos. Charlan, charlan, luego discuten. Pero Pagés, al ver lo terne que está Camará, le dice con gesto de quien tiene los triunfos en la mano: «Debo advertirle a usted, antes de proseguir las conversaciones, que aquí tengo el contrato de Pepe Luis, en el que, como usted puede comprobar, no figura esa cláusula a la que usted alude». Camará calla, acusa el golpe y firma unas corridas con Pagés, que le dice: «Usted comprenderá que los empresarios también tenemos nuestro amor propio y yo no puedo firmar una cosa así».


«Manolete» reza en la Maestranza de Sevilla (19-4-1944)


Pasa la temporada de 1942, en la que, en efecto, ya bastante avanzada, reaparece Domingo Ortega cobrando, como se suponía, más dinero que Manolete, sin que por eso el cordobés deje de cumplirle al señor Pagés ni un solo contrato de los estipulados. Llega el año 1943 y Pagés y Camará se reúnen de nuevo para hablar de los contratos de Manolete. Empiezan a hablar y Camará lo primero que le dice a Pagés es lo siguiente: «Mire usted, don Eduardo, antes de hablar de contratos debo decirle que si quiere usted contratar a Manolo tiene que abonarle tal cantidad de dinero, que es la diferencia entre lo que cobró Ortega y lo que cobró Manolete en las plazas de usted el año pasado. Si no se le abona, no importa seguir hablando de negocios». Y Pagés contesta: «Vuelvo a decirle a usted que los empresarios también tenemos nuestro amor propio y que yo no puedo pasar de ninguna manera por esa exigencia». Y no hubo acuerdo entre el empresario y el apoderado. Por tanto, Manolete no toreó aquel año ninguna corrida en la que Pagés fue empresario. Manolete volvió a estar sensacional durante toda la temporada, hasta el punto de que, ya en San Sebastián, el público coreó unánime el nombre de ¡Manolete! ¡Manolete! y Pagés se tuvo que ir de su burladero discretamente.


 «Manolete» enseñoreó el toreo


Llega el invierno de 1944 y Manolete está en la cumbre, solo en lo alto, mandón y amo y señor del toreo. Y Pagés, al fin y al cabo hombre práctico, va a Madrid, al Hotel Victoria, a hablar con Camará. Cuando entra en la habitación de éste, lo primero que le dice es lo siguiente: «Me he dejado mi amor propio de empresario en la puerta del hotel». Y Camará le contesta: «Entonces, antes de empezar las conversaciones, debo decirle que tiene usted que abonarle a Manolo esas cien mil y pico de pesetas que hubo de diferencia entre lo que le dio usted a Ortega y lo que le dio a él». Y Pagés le dice: «¿Es eso una cuestión de gabinete?». Camará contesta: «Sí, lo es». «Bueno, pues aquí tiene usted el dinero». Y le alarga a Camará un cheque por el importe de aquella cantidad. Camará y Pagés, dos linces, firmaron de nuevo numerosos contratos y Manolete volvió a torear en las plazas que el primero era empresario. ¿Se concibe hoy en día una anécdota así?».

Pues con esta interrogación que concluye Guillermo Sureda este valioso testimonio finalizamos la entrada, que como continuación a la anterior ha pretendido diferenciar entre dos figuras que, pareciendo similares, no tienen nada que ver entre ellas: el apoderado independiente y el comisonista de toreros. 

1 comentario:

Andrés Osado dijo...

ha quedado clarísimo, amigo Antonio.
Un abrazo