domingo, 28 de agosto de 2022

MANOLETE: 75 AÑOS DE LA TARDE DE LINARES


«La Manoletina» en los pinceles toreros de Diego Ramos.

ELEGÍA A «MANOLETE»

ENSANCHA el verso, Córdoba, buscando las estrellas.

¡Nada de romancillos con ángeles toreros!

¡El que ha muerto tenía los ojos pensativos,

como dos pozos negros!


Hay que llorarlo, Córdoba, como pasa tu río,

bajo los arcos altos de tu puente, en silencio.

Y hay que estar en su muerte, como él ante los toros,

elegante y sereno.

 

Nada de romancillos, Córdoba, ni cantares.

Un medio tono lleno de tristeza en el verso.

 

Son las siete doradas de su tarde infinita.

Ha dejado el capote de brega, y, en silencio,

con un gesto tranquilo de victoria y descanso,

ha tomado el capote del último paseo.

 

Y se ha marchado erguido contra la tarde quieta

de espaldas a las rosas, y -¡por fin!-, sonriendo…

                                                                 JOSÉ MARÍA PEMÁN


PASODOBLE «MANOLETE» 

(Autores: Pedro Orozco González y José Ramos Celares)

Interpreta la Banda sinfónica de Algemesí


jueves, 18 de agosto de 2022

«MANOLETE» RECORDADO POR «GITANILLO DE TRIANA»

Rafael Vega de los Reyes «Gitanillo de Triana»

En una de las entrevistas recogidas en el libro «Mi ruedo ibérico», de Marino Gómez-Santos (Colección «La Tauromaquia». Editorial Espasa-Calpe, 1991), el periodista asturiano publica la que mantuvo con el matador de toros Rafael Vega de los Reyes «Gitanillo de Triana», quien fuera tantas tardes compañero en los ruedos de Manuel Rodríguez «Manolete».

No podía faltar en este blog manoletista el extracto que recoge la opinión sobre el espada cordobés de su compañero, amigo y compadre.

«Gitanillo de Triana torea en la corrida de toros en la cual Manolete tomaba la alternativa. Actuó como padrino Chicuelo y Rafael como testigo.

—Les cortamos las orejas a los toros Manolete, Chicuelo y yo.

 —¿Qué te dijo Manolete?

A Rafael se le alegra el semblante. Apoya el codo en el mostrador y me dice en tono confidencial:

Manolete me dijo que no era la primera vez que me veía, sino que me conocía de antes de la guerra, de un tentadero donde él estaba como aficionado, allí, en Córdoba. Se mostró muy agradecido, porque recordaba que yo le había dejado  torear una becerra. La verdad, no me acordaba.

Aquel año toreé otra vez muchas corridas de toros. Luego tuve otro bache y fue cuando empezó mi amistad con Manolete, que iba a la tertulia de Chicote con el señor Herrera, con Camará y mucha gente más que ahora no recuerdo. Manolo y yo salíamos juntos muchas veces. Empezó a ponerme de primer espada en los carteles donde él figuraba, y puedo decir que todas las corridas que toreé con Manolete, si no he cortado orejas, he quedado muy bien. Yo ponía interés para que me viera Camará. 

Arruza, Gitanillo y Manolete

—¿Cómo era Manolete de carácter?

—Muy simpático, aunque seco en apariencia. Para saber cómo era realmente, había que convivir con él. Dentro de aquella seriedad suya le gustaban las bromas y las chuflas a tiempo. Le gustaban el baile y el cante muchísimo. Íbamos mucho a Villa Rosa, donde pasaban todos los artistas de este género. A Manolo le gustaba mucho oír cantar a Caracol y, de mujeres, le gustaba ver bailar a mi suegra, Pastora Imperio. 

Gitanillo de Triana y Manolete iban a comer muchas veces a la Nicolasa y al frontón Recoletos.

—Le gustaba estar con amigos, en la intimidad, fuera del bullicio, porque su nombre ya era famoso y le traían frito con palmadas en la espalda, autógrafos. ¡Yo qué sé! 

Gitanillo de Triana está en casi todos los carteles en los que figura Manolete. También alterna con Juanito Belmonte, el Andaluz, Luis Miguel Dominguín

—Era una época en que el público exigía mucho a Manolete y todos los que toreábamos con él teníamos que arrimarnos mucho. Yo he visto salir por la puerta de los chiqueros toros que me parecían difíciles, y luego, cuando Manolete los toreaba, resultaban magníficos. Estoy seguro que Manolete entendía de toros muchísimo. 

Era compadre de Gitanillo de Triana. Apadrinó a su hijo Rafael.

—Celebramos el bautizo en la Ciudad Lineal, en una venta que tenía entonces mi suegra, que se llamaba La Capitana. La celebración del bautizo duró dos días.

—¿Qué le regaló Manolete al niño?

—Una medalla de oro, grande, con la imagen de San Rafael. 

Rafael recuerda a Manolete en México. La habitación del hotel estaba llena de gente de todas las clases sociales y políticas.

—Allí todo el mundo decía: «¡Viva España!» Recuerdo que en un banquete que le dieron a Manolo en Lima se levantó para hablar Agustín de Foxá. Dijo, entre otras cosas: «El mejor diplomático que ha podido mandar Franco a las Américas se llama a Manolete». 

Manolete en la plaza de Lima

Recuerda también como una noche fue con Manolete a un club típico de México y cómo lo reconocieron al entrar.

—El público se puso en pie y le hacían calle para que pasase, diciendo al mismo tiempo: «¡Viva el señor Manolete!» Porque en México le llamaban «el señor Manolete». 

Eran los tiempos en que Silverio Pérez era la figura del toreo mexicano. Le enfrentaron con el torero cordobés en los ruedos, y la plaza se llenaba de público cada tarde.

—Un día Silverio nos dio una comida en su casa. Recuerdo que me dijo: «Del esfuerzo que estoy haciendo con Manolete arrimándome, voy a enfermar». 

Rafael no es hombre de anécdotas ni de historias preparadas para ser publicadas en los periódicos. Él es un hombre sencillo, noble de alma y poco dado a la política publicitaria. 

—Y estamos ya en el año trágico para la suerte de Manolete y del toreo. Ese año toreamos en España. Manolo me decía muchas veces que era su último año de torero, porque pensaba retirarse. El público le exigía cada vez más, quizá mucho más de lo que puede darse. Yo he visto cómo ejecutaba treinta pases a un toro, cómo luego le cogía por el pitón y, a pesar de eso, la gente le gritaba desde los tendidos. 

Con Miuras en Valencia

Aquel 28 de agosto Gitanillo de Triana llegó de madrugada a Linares, pues el día anterior había toreado en otra plaza.

—Yo me encontré con Manolo en el Hotel de Linares. Vino a mi habitación a fumar un cigarro conmigo. Yo tengo una bata que conservo aún, que compré en Nueva York. Es muy florida, con muchos colores. Recuerdo que al verla colgada detrás de la puerta la cogió por un pico y me dijo, de chufla: «¡Compadre, que bata más gitana tienes!»

Hacía mucho calor en Linares aquel 28 de agosto. Manolete, sentado en una silla junto a la ventana, le dijo a Rafael, sin dejar el tono de broma:

—¿Qué, te vas a arrimar mucho esta tarde?

Rafael le contestó, siguiendo su mismo tono:

—Mira, Manolo, quien tiene que arrimarse eres tú. 

Rafael recuerda el traje que vestía aquella tarde el torero de Córdoba.

—Era un rosa claro y oro. Cano nos hizo una fotografía en la puerta de arrastre.

La tarde de Linares en los pinceles toreros de Diego Ramos

No es un tema de conversación agradable para Gitanillo de Triana, a quien se le pone la voz grave recordando cómo llegó la tragedia.

—Esa tarde, el primer toro me cogió y me dio una voltereta, pero sin consecuencias. Estuve regular. Salió Manolete, y en su primer toro estuvo bien, pero sin cortar oreja. La gente se metió con él. Dominguín cortó las orejas del tercero de la tarde. El quinto era Islero. Salió manso, venciéndose mucho por un lado. Manolete se arrimó muchísimo. Entró a matar en la suerte contraria, y el toro tenía mucha tendencia a irse a los chiqueros. Se volcó encima del toro y le dio una estocada hasta la bola. Fue en ese momento cuando Manolete resultó empitonado por la ingle derecha. Ya herido el toro de muerte, saltó por encima de Manolete y se fue hacia los chiqueros.

—¿Os dísteis cuenta de que la cornada era grave?

 —Desde el primer momento. Yo cogí la espada de descabellar y la muleta. Me fui hacia el toro para rematarlo, pero no hizo falta, porque el toro dobló y lo apuntillaron. 

Terminada la corrida, Gitanillo de Triana salió inmediatamente para el hotel, donde se cambió para ir a la enfermería de la plaza. Todo el pueblo de Linares estaba ya sumergido en aquella tragedia, pues la noticia saltó a la calle y corrió por los colmados.

—De la enfermería de la plaza trasladaron a Manolete al sanatorio, donde le hicieron varias transfusiones de sangre. Yo le dije a Camará que me iba con el coche de Manolo al encuentro del doctor Giménez Guinea, a quien había avisado. Lo encontré en Manzanares, en un bar, donde se aprovisionaba de hielo en gran cantidad, que debía necesitar para conservar algún preparado que traía de Madrid. Don Luis pasó al coche de Manolete y juntos volvimos a Linares. 

Lo que ocurrió después ya se ha contado muchas veces. Hacia las tres de la madrugada, Camará le dijo a Gitanillo de Triana que se fuera, ya que tenía que torear al día siguiente en Almería.

—Yo no quería, porque lo que deseaba en aquellos momentos era estar al lado de Manolo. No tuve más remedio que tomar la carretera, y al día siguiente Parrita, Juanito Belmonte y yo, los tres que estábamos anunciados, fuimos a hablar con la autoridad para que suspendiera la corrida, pues Manolete había muerto aquella madrugada. Las autoridades nos dijeron que era imposible, porque estaban en ferias y no se podían quedar sin toros. ¡Lo que son los contrastes de la vida! ¡Aquella tarde le corté las dos orejas a un toro de Santa Coloma! 

Tan pronto como terminó la corrida, los tres toreros fueron a Córdoba para asistir al entierro. Rafael tenía la cabeza confusa por el choque violento de aquella horrible tragedia. Todo había sido demasiado inesperado y vertiginoso: bromear en su cuarto la mañana de la corrida a propósito de la «bata gitana», fumar un pitillo, comentar el calor que hacía en Linares...

Luego, la seriedad de Manolete en la puerta de arrastre, mientras se envolvía en el capote de paseo, y media hora después luchaba con la muerte en la cama de la enfermería.

—Aquella temporada toreé cuarenta corridas de toros. Después de esta desgracia de Manolo me vine completamente abajo. Tanto es así, que ya toreaba poco. Empezaba yo a pensar en montar un negocio, y así lo hice. Inauguré La Pañoleta, un bar-restaurante en la calle de Jardines. Este negocio lo conservo todavía. 

Al enterarse Gitanillo de Triana que se organizaba una corrida de toros pro monumento a Manolete, se apresuró a enviar un telegrama a la comisión organizadora para ofrecerse a torear. Se iban a lidiar once toros, que matarían once toreros. Después, Rafael se fue al casino de Biarritz, con el cuadro flamenco que había organizado.

—Cuando volví a Madrid vi en La Pañoleta un gran cartel de toros en el que se anunciaba la corrida; pero mi nombre no figuraba. Telefoneé a Andrés Gago, que era uno de los organizadores. Me dijo que si no me habían incluido era porque, en un festival que se dio después de la muerte de Manolete, mi cuenta de gastos por desplazamientos de Sevilla a Córdoba había sido grande. Me di cuenta de que no podía ser, y le envié un telegrama a Cruz Conde, alcalde de Córdoba, rogándole que mandara revisar mis cuentas de aquel festival. Recibí inmediatamente la contestación, en la que se decía que mi cuenta era inferior a la de los demás toreros que habían intervenido en el festival. 

Con este resultado, Rafael telefoneó a Andrés Gago. Le dijo que él pensaba torear de todas formas y, además, con su nombre en los carteles.

Monumento a Manolete 

—Entonces me llamó Carlos Arruza para decirme que había un toro de don José de la Cova, y que si lo quería matar. Se hicieron nuevos carteles en los que fue incluido mi nombre, y el día de la corrida llegué a Córdoba en el tren de la mañana. 

Fue al apartado. El toro que le habían destinado pesó 280 kilos en canal.  Y tenía dos respetables pitones.

—¿Y los toros de los demás toreros?

—Esos estaban convenientemente arreglados, porque así se había acordado, pues era una corrida de carácter benéfico. Yo entonces hablé para que me arreglaran el mío, y así quedamos. Cuando estaba ya en la plaza, vinieron a avisarme de que no había sido posible arreglar al toro. 

Le pregunto a Rafael que si sabe lo que allí había contra él. Se encoge de hombros.

—Nunca lo he sabido. El caso es que yo tenía que torear aquel toro con los pitones limpios. Lo toreé, me cogió; pero le corté las dos orejas. Me jugué la vida. Era lo mismo. Para mí, aquello se había convertido en una cuestión de honor y de amor propio, y yo iba a lo que pasara. 

El brindis de Gitanillo de Triana se comentaría mucho después. Salió a los medios con la montera en la mano, y alargando el brazo hacia el cielo, con la vista puesta en lo alto, dijo algo que nadie oyó, y dejó la montera en la arena». 

viernes, 12 de agosto de 2022

«LA FERIA DE LAS TALEGUILLAS ROTAS»

 

Manolete en la capilla de la Real Maestranza de
Sevilla, 19 de abril de 1944. Foto Santos Yubero.

En la entrada publicada en este blog el 14 de abril de 2019, con el título «Dos taleguillas rotas», se reproducía la crónica editada bajo este título por el crítico Don Fabricio en el periódico ABC de Sevilla el 19 de abril de 1945. Aquella feria sería recordada para siempre de esta forma por la afición hispalense, como «la de las taleguillas rotas», en recuerdo a la cruda rivalidad mantenida en el ruedo de la Maestranza entre Manolete y Carlos Arruza.

El escritor Guillermo Sureda, en la obra «Tauromaguia», editada por Espasa-Calpe en 1978, nos ofrece unas preciosas anécdotas sobre esa feria sevillana del año 1945, donde Manolete, tras el pulso mantenido con el empresario Eduardo Pagés, quiso demostrar por qué era el torero que más cobraba. Sencillamente, porque era el que más se arrimaba, aunque en esto último el grandioso espada mexicano no se le quedaba atrás.

Cartel de la feria de Sevilla de 1945

Cuenta así el recordado escritor Guillermo Sureda:

«Retrocedamos en el tiempo para recordar varias anécdotas de Manolete. En 1945, ya con Carlos Arruza a su lado, y, por tanto, sin esa fatiga que significa rivalizar cada día consigo mismo, Manolete decide torear en la feria de Sevilla cuatro tardes, dos más que Arruza y el mismo número que Pepe Luis Vázquez, aunque era Manolete quien salía con todo el peso de la feria sobre sus espaldas y no el de San Bernardo. Decide, digo, Manolete torear cuatro corridas, incluida la de Miura. Adelantemos que llenó la plaza las cuatro tardes, cortó orejas en las cuatro y estuvo hecho un coloso.

Manolete y Carlos Arruza

Silverio Pérez era, en aquel tiempo, la gran figura mexicana, y había venido a España con la pretensión de alternar de tú a tú, con Manolete y Arruza. Silverio ya había alternado con Manolete, cuando ambos eran aún novilleros en Tetuán de las Victorias. Pero ahora las cosas eran distintas. Silverio fue a Sevilla a ver aquella feria. Y después de la primera corrida le preguntó a un amigo si lo que habían hecho Manolete y Arruza aquella tarde era algo excepcional o, por el contrario, una actuación corriente en ambos. Su amigo, conocedor del toreo y de la velocidad triunfal de ambos toreros,  le contestó que “aquello era la tónica general tanto de uno como de otro torero”. Y Silverio Pérez respondió: “Entonces, me vuelvo a Méjico, porque si esto que dice usted es cierto, yo no tengo absolutamente nada que hacer en España”. Y en efecto, Silverio se volvió a su patria.

Sevilla, 18 de abril de 1945.

En la segunda corrida de toros de esa feria de Sevilla, tanto a Manolete como Arruza les volteó un toro. Después de la corrida, el Niño de la Palma quiso que su hijo Antonio conociera a Manolete. Fueron al hotel donde éste se hospedaba. Manolete estaba hablando con González Vera, que le reprochaba lo que él calificaba de “desmedido afán de triunfo”. Le decía a Manolete: “Así no se puede torear, Manolo”. Y en el momento en que Cayetano y Antonio entraban en la habitación, Manolete abría un armario, donde se veían dos vestidos de torear, y decía: “Aquí hay dos taleguillas que todavía me pueden romper los toros en esta feria, pero yo tengo que seguir toreando así, don Antonio”. 

El día siguiente toreaba Manolete la corrida de Miura. Mi inolvidable amigo, Antonio LabradorPinturas” que fue banderillero de Manolete durante muchos años, me cuenta una anécdota que por primera vez se publica en un libro. Sucedió ya en el coche, camino de la Maestranza. Cantimplas, que era otro banderillero de Manolo y primo suyo, llevaba un vestido de torear rosa y blanco, y Manolete uno rosa y plata. Cerca ya de la plaza, le dijo Cantimplas en broma a su primo Manolo: “Oye, primo, esta tarde no te acerques mucho a mí, no nos vayan a confundir”. Y Manolete, con aquella sonrisa triste y melancólica tan suya, le contestó: “Sí; lo mismito le vas a hacer tú a los toros que yo”. Velocidad.

Vamos a resumir. ¿A qué llamo yo velocidad en el toreo? Consiste en la capacidad que el torero tiene para arrimarse en ciertos momentos determinados, cosa dificilísima solo al alcance de unos pocos privilegiados —casi todos se arriman cuando pueden, cosa muy distinta—, y en querer arrimarse muchas veces. De donde se deduce que cada torero tiene eso que podemos llamar a un “tono medio”, es decir, lo que, en otros términos, podemos llamar a “velocidad de crucero”. Si como decíamos antes, hay toreros de mucha, poca o regular cuerda, diremos ahora que los hay capaces de aguantar un ritmo triunfal elevado y otros que, por el contrario, no pueden resistirlo, porque se ahogan en cuanto se arriman de verdad a un cierto números de toros». 

ENTRADAS RELACIONADAS CON ESTE TEXTO:

«DOS TALEGUILLAS ROTAS».

«EL PULSO ENTRE CAMARÁ Y EDUARDO PAGÉS»

lunes, 1 de agosto de 2022

MANOLETE RECORDADO POR PEPE LUIS

Por Antonio Luis Aguilera

Manolete y Pepe Luis en San Sebastián. Foto José Lara

El pasado 21 de diciembre se cumplieron cien años del nacimiento de una grandiosa figura del toreo: Pepe Luis Vázquez, que falleció en su Sevilla natal el 19 de mayo de 2013. Fue el espada que más ocasiones actuó con Manolete, de quien en este mes de agosto se cumplen 75 años de la trágica tarde de Linares. Entre ambos diestros existió un estrecho vínculo profesional y personal; en la profesión compartieron 135 paseíllos, distribuidos en 120 corridas de toros, 8 novilladas con picadores y 7 festivales benéficos; en lo personal existió una sincera y recíproca admiración como toreros entre José y Manolo —de esta forma se llamaban ellos—, que afortunadamente estuvo por encima de las absurdas estrategias y "duros" desafíos ideados por Marcial Lalandaapoderado del prudente diestro sevillano —quien nunca perdonó a Manolete que le anticipara su retirada—, para erosionar las amargas postrimerías del indiscutible rey del toreo de los años cuarenta, con la connivencia del crítico del diario ABC Gregorio Corrochano, el más influyente de la época. 

Chicuelo al natural con el toro Corchaíto. Madrid 24/5/1928. Foto familia Chicuelo

Abrimos un paréntesis para recordar que años antes, el célebre Corrochano, como el perejil de todas las salsas, se había despachado a su gusto contra Joselito "el Gallo" —a quien hizo la vida imposible hasta el pacto de "La Estrecha", un restaurante de Madrid donde se celebró un almuerzo a instancias de Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de Joselito, para lograr un armisticio con el crítico, que desgraciadamente conduciría al grandioso torero a la muerte en la plaza de Talavera de la Reina, donde para reconducir las relaciones acordó torear ganado de María Josefa Corrochano, viuda de Ortega y tía del crítico, siendo empresario del festejo un hijo de esta, Venancio Ortega Corrochano, con quien acordaría actuar cobrando la mitad de sus honorarios en esas plazas—. De igual forma, Corrochano ninguneó a un torero de la tremenda importancia histórica de Manuel Jiménez "Chicuelo", el creador de la ligazón del toreo en redondo, que agrupa los pases en series alternando los terrenos de adentro y de afuera, es decir, la faena actual. Y por si fuera poco, se cebó en sus delirantes juicios sobre el toreo de perfil, el de Manolete, a quien no tuvo el menor reparo de calificar como "ventajista", en clara insinuación de cobardía, y al que con verdadero desprecio también llamó «banquero» en sus crónicas. Curiosamente, durante tres décadas de la historia del toreo, Gregorio Corrochano, utilizando la fuerza del medio donde escribía, estableció hostilidades contra los tres toreros considerados como auténticos arquitectos del toreo actual, aunque por fortuna la historia acabó poniendo a cada uno en su sitio. Cerramos paréntesis.

Excelso natural de Pepe Luis Vázquez en Sevilla

Manuel Rodríguez Sánchez jamás tuvo reparos en manifestar su profunda admiración por Pepe Luis, en elogiar su arte y ponerlo como ejemplo del bien torear en las conversaciones donde se hablaba del espada sevillano, y no solo por su exquisito acento artístico, sino por la cabeza privilegiada que tenía para adivinar las condiciones de los toros. Pepe Luis fue, sin la menor de las dudas, el torero que más le gustaba a Manolete, que dicho sea de paso admiraba a todos sus compañeros, porque según él todos tenían algo, y nunca permitió —lo repetía Guillermo González Luque, su fiel mozo de espadas— que en su presencia se hablase mal de ninguno. Nos contó Manuel Sánchez de Puerta, amigo íntimo del «monstruo», que cada vez que alguien del grupo de amigos le ponía reparos al torero sevillano, Manolo atajaba pronto diciendo: «¡Ustedes no tienen ni idea de lo que dicen, porque no han visto torear bien a Pepe Luis, que de verdad chorrea almíbar toreando. Cuando a José se le cae el mechón de pelo a la frente no hay nadie que pueda torear mejor».

Dos jovenes novilleros que harían historia: Manolete y Pepe Luis

En el año 1997, dentro del programa de actos programados para conmemorar el cincuenta aniversario de la muerte de Manolete, se celebró en el Salón Liceo del Círculo de la Amistad de Córdoba, una charla coloquio donde intervino el maestro Pepe Luis, desplazado expresamente desde la ciudad hispalense para recordar a Manuel. Aquella noche, el «Sócrates de San Bernardo» manifestó que Manolete “era el torero que más quieto se quedaba y eso impresionaba”, y quiso matizar que fue “el que mejor mataba a los toros, según él, el mejor de todas las épocas”. En una entrañable intervención, a veces visiblemente emocionado, aseguró que Manolete dejó la impronta de una casta torera de las más importantes, rubricando que sin Córdoba y Sevilla no se podría escribir la historia del toreo. Recordó una anécdota que definía la pureza de Manuel, al referir que una tarde, en la plaza de Palencia, cuando cosa rara en el espada cordobés no hallaba forma de matar a un toro, él le dijo desde tablas: “¡Manuel, a los bajos…!”. Y Manolete, que seguía pinchando arriba, le contestó: “¡José, si no sé tirar a los bajos!”.

Manolete viendo doblar al toro. Foto Gonsanhi

Para conocer mejor el testimonio de Pepe Luis sobre Manolete, recurrimos a la extensa entrevista que ofrece uno de los mejores libros escritos sobre la figura del torero cordobés: «Vida y tragedia de Manolete», del periodista Filiberto Mira, editado en 1984 por la revista taurina “Aplausos”. Al ser preguntado Pepe Luis cómo pensaba él que lo valoraba Manolete, contestó: «Pues la verdad, sin jactancia, debo decirte que tanto como yo a él. Esa mutua admiración era consecuencia de la forma diferente que teníamos de entender el toreo. Yo creo que nos complementábamos. Recuerdo que una tarde toreamos una corrida “muy en tipo Parladé”, en Algeciras. Alternó con nosotros Domingo Ortega. Ellos esa tarde no tuvieron suerte, y yo mucha. Me parece que le corté las orejas y los rabos a mis dos toros. Todavía estaban ellos en la plaza al terminar la corrida. Manolete le dijo a Domingo, para que lo oyera yo: “Menos mal, Domingo, que a este le falta algo de bragueta como dicen. Si tuviera todavía más, nos mandaba a ti y a mí a los albañiles”».

También quiso Pepe Luis expresar en esta entrevista la categoría humana de Manolete como compañero, recordando esta preciosa anécdota:

«Lo que más le repugnaba a Manolete era verse en ridículo. Un día, por ayudarme a mí, pasó en la plaza un rato malísimo. Fue aquí en Sevilla. Era una extraordinaria corrida de la Cruz Roja. Toreábamos toros de Saltillo (con el hierro de doña Enriqueta de la Cova), Álvaro Domecq, Manolete, El Andaluz y yo. Álvaro, Manolete y El Andaluz habían triunfado y yo no cuando salió el quinto toro, que desgraciadamente me tocó a mí. Fue un «saltillo» burriciego y con mucha «malaje». Matar aquel toro fue una «agonía» para mí. No encontraba la fórmula de meterle como fuera la espada. Temí que me lo echaran al corral. Eso, y en Sevilla, me descompuso los nervios. Había sonado ya el primer aviso. Estaba a punto de sonar el segundo. Yo y mi cuadrilla estábamos agotados del esfuerzo. Sentí junto a mí la voz de Manolete. Había cogido un capote y se puso a mi vera, como si fuera mi peón de confianza. Intentaba que aquel toro humillara para que yo lo pudiera descabellar. Como el toro era burriciego, en un instante dejó de verme a mí, pero se fijó en Manolete que tenía el cuerpo flexionado para obligarlo a humillar. Se le arrancó de improviso a Manolo, que no tuvo más remedio que correr de espaldas, para no perderle la cara al toro. Como no sabía correr, lo hizo de una forma rara y perdió las dos zapatillas. Tuvo que meterse en un burladero como pudo. La gente se rió, pero a mí fue el día que mayor admiración me causó. Nunca, ningún otro compañero me demostró, en la plaza, ser tan humano».

Manolete y Pepe Luis, Zaragoza 1943, Foto José Lara

Preguntado Pepe Luis donde situaba a Manolete en relación con los toreros que él había visto torear, manifestó:

«Aunque solo alterné en festivales con Belmonte, te diré las equivalencias que tenían, en mi opinión, Juan Belmonte y Manolete. Belmonte tuvo más sentimiento, pero menos verticalidad que Manolete. Para mí Manolete tuvo una mayor pasión por el toreo, y superó a Belmonte en afán. Claro que el sentimiento y el temple de Juan

Siempre pondré como ejemplo de técnicas toreras las de Marcial Lalanda, Domingo Ortega y Armillita. Por su parte, Luis Miguel compendió mucho de estos tres. Marcial era perfecto en cómo se administraba el valor. Ninguno hemos superado a Domingo en el arte suyo de andarle a los toros. Armillita era un prodigio de facilidad en todas las suertes. Lo que pasa es que la técnica de Manolete era más personal, más solo suya. Se le podía copiar la forma, pero no el fondo.

Te voy a decir algo —continúa Pepe Luis— que te va a sorprender. Para mí, con la capa y con la muleta era Chicuelo la maravilla de las maravillas. Fíjate que Chicuelo, creo yo, aportó al toreo la verticalidad y el parar, templar y mandar con los pies juntos. Algo de lo de Chicuelo influyó en Manolete. Lo que pasa es que, cómo te diría yo, digamos tenían muy distintas arquitecturas y temperamentos. Considero a Chicuelo mi principal modelo y lo fue también para los Bienvenida, Pepín, Manolo González, Diego Puerta, Paco Camino e incluso para algunos que no lo vieron (te acabo de citar a los que creo que hemos sido más afines). Tú mismo lo has citado este año en tus crónicas, al referirte a los éxitos de mi hermano Manolo en sus despedidas.

Bueno, bueno, no sigo… Pero yo también alcancé a ver a El Gallo, y para hablar de su estilo no encuentro palabras.

Otros toreros importantes que he admirado mucho quedan fuera de la época de Manolete, tales como pueden ser Ordóñez, El Viti, Rafael Ortega y hasta El Cordobés.

Sevilla, feria de abril 1945, Manolete, Pepe Luis y Carlos Arruza.

Finalmente, al ser preguntado Pepe Luis por Filiberto Mira cuál fue el último encuentro que tuvo con Manolete, contestó:

«Quizá la última tarde que toreamos juntos fue en México, en la plaza de «El Toreo». Debió ser en febrero de 1946, toreamos con Luis Procuna, una magnifica corrida de Coaxamalucan. Nos salió a cada uno un toro muy bueno y estuvimos de «superiores para arriba». En México alcanzó Manolete su plenitud. El toro de allí le prestaba mucha colaboración. Fue allí donde hable con él por última vez. No recuerdo que después de esa corrida triunfal volviera a alternar con él en ninguna otra. Lo que sí recuerdo muy bien es la que fue nuestra última conversación. Me dijo textualmente: «José, ¡qué harto estoy de responsabilidad. Tengo muchas ganas de vivir con paz!».

No podía faltar en este blog manoletista el extraordinario y valioso testimonio del inolvidable matador del barrio sevillano de San Bernardo, cuya magistral carrera estuvo repleta de paseíllos compartidos con el irrepetible torero cordobés, aquel que de niño soñó con alcanzar las glorias del toreo jugando al toro en la Plaza de la Lagunilla. Gloria a Manolete y Pepe Luis, dos maravillosos toreros que llenaron de contenido un apasionante capítulo de la historia del toreo.