martes, 18 de junio de 2019

JUAN ORTEGA PIDE SU SITIO EN EL TOREO

Por Antonio Luis Aguilera
Juan Ortega visto por el pintor Tico de la Rosa
Hubo toreros que sin llegar a ser figuras del toreo, por el concepto y belleza de su expresión artística, dejaron una huella indeleble entre quienes lo fueron y bebieron de sus fuentes. Sucedió, por ejemplo, con el novillero sevillano de los años cincuenta Antonio Gallardo, a quien el mismísimo Juan Belmonte pedía que lo anunciaran en la Maestranza para verlo torear a la verónica. El mismo a quien Curro Romero cita cuando se refiere a los grandes artífices del toreo a la verónica, como uno de los que se fijó en sus comienzos para expresarla. Antonio Gallardo no fue conocido por el gran público y el Cossío lo despacha pronto, lo que no quita que entre los profesionales del toreo y buenos aficionados de Sevilla su lance a la verónica cobrara veneración y se fuera transmitiendo a las nuevas generaciones, para que admirasen las pocas fotos de este sencillo pero magnífico torero.
Antonio Gallardo torea a la verónica en la Maestranza. Foto Arjona
Sacamos a colación a Antonio Gallardo por cierta similitud con otro magnífico torero sevillano, a quien el sistema que controla los entresijos del toreo ignora de forma injusta. Se llama Juan Ortega, nació en Triana, y aún no le han ofrecido la oportunidad de realizar su presentación como matador de toros en la Maestranza, a pesar de que en septiembre se cumplirá un lustro de su alternativa en la plaza de Pozoblanco. Juan Ortega no tiene ningún Belmonte que interceda para que lo anuncien en el coso del Baratillo. Y como los comisionistas que regentan el toreo son tan malos aficionados, lo ignoran, les importa poco que se aburra en su lucha, cuanto menos les moleste, mejor. A ellos les suenan a música celestial los ecos de ese joven espada del que dicen que expresa el toreo como solo lo hacen los elegidos. Y como los malos cocineros repiten en los carteles rancios menús de toreros caducos, cortados todos por el mismo patrón, violentos en el uso de los trastos, vistos feria tras feria y que no despiertan la menor ilusión entre la afición. El mismo sofrito malo de te pongo al tuyo y tú me pones al mío. 
Juan Ortega meciendo la verónica en Málaga. Foto Fidel Arroyo
El Domingo de Resurrección anunciaron a Juan Ortega en Madrid después de su reveladora actuación el día de la Virgen de la Paloma, cuando presentó ante la capital del reino sus elegantes credenciales y cortó una oreja. Y en una tarde antitaurina por ventosa y fría, el torero de Sevilla impresionó a la exigente afición de Las Ventas al ralentizar el toreo encadenando portentosas verónicas de manos bajas, mecidas con un capotillo que llevaba aromas de Triana e imponía un ritmo más lento a la embestida del noble ejemplar de la ganadería de El Torero, una velocidad menos a la que embrocaba, para llevarlo embebido en el vuelo de la tela acariciando su embestida con suavidad de terciopelo gracias a un temple superior, que lo conducía hacia detrás tan despacio y armoniosamente que en esos instantes eternos cristalizaron en el ruedo carteles de lances de la más profunda y pura torería.  
Juan Ortega el Domingo de Resurrección. Foto Rafael Villar
Madrid rugió de inmediato, la afición se levantó de los asientos sorprendida por esa luz cegadora que desde el ruedo relampagueaba iluminando los tendidos en la nublada tarde. Cómo sería que, cautivada por el hallazgo del mejor toreo a la verónica, ni protestó algunas claudicaciones del toro, procurando que sus contadas pero enclasadas embestidas permitieran entonar el cante a aquella pequeña muleta que ofrecía el sevillano -bien colocado, encajado, con las zapatillas enterradas, ofreciendo planchada la tela y conduciendo el viaje en rectitud, sin echarlo para afuera-, quien al expresarlo también erigió un monumento al pase natural, toreando con idéntico temple portentoso y sintiendo la suerte con el brazo desmayado y la muñeca rota, como expresando la liberación de un quejido del alma mientras apuraba con pulso sereno un toreo excepcional.  
Juan Ortega. Foto Plaza1
Le quedaba otra cita el 16 de mayo, en su incomprensible única actuación en el larguísimo ciclo de San Isidro, donde tuvo el infortunio de vivir una tarde imposible para el toreo, propia de suspensión por el vendaval que azotaba Madrid con rachas de viento de cincuenta kilómetros por hora, que llegó a levantar por completo el capote por encima de la montera al recibir al segundo de su lote dejándolo indefeso. Y para rizar el rizo, en el ruedo polvoriento una descastada e infumable corrida de Valdefresno. Juan Ortega, cuando el viento lo permitió, solo pudo mostrar detalles de su torería, como el bello macheteo con que gobernó  a su segundo morucho. ¿Y después qué...? Pues después, el sistema que maneja el toreo debió responsabilizarlo del viento y de los arreones de los moruchos, y volvió a ignorarlo en los carteles de las ferias que iban tomando cuerpo. Como si nada importante hubiera pasado. Pero sí pasó, como escribió el respetado crítico Ignacio Álvarez Vara Barquerito en la crónica de ese día: De su brusco fondo dio cuenta con particular primor Juan Ortega en una faena de rico encaje, suavidad distinguida, asiento impecable y composición nada común. Tres tandas en redondo bastaron para dejar sello y huella a pesar de que, implacable, el viento se metió por donde y cuanto pudo. El manejo de avíos de Ortega llama la atención. Su colocación y postura natural también. La armonía toreando. Solo que protestó el toro antes de venirse abajo. Tras una estocada contraria, tres descabellos. Pareció que no había pasado nada. Pero pasó. Y volvió a pasar cuando, con decoro refinado, resolvió la papeleta del quinto, el peor de la corrida”.
Toreo por bajo de Juan Ortega el 15/8/2018. Foto Plaza1
El toreo no puede permitirse el lujo de ignorar a un espada como el de Triana, que maneja los engaños sin mentir con un temple nada común, sabe expresar el toreo con una belleza excepcional y se va derecho detrás de la espada. Al juzgar su tarde de Resurrección en Madrid el comentarista Domingo Delgado de la Cámara, lo comparó con toreros históricos como Curro Puya o Cagancho, y la periodista Rosario Pérez no tuvo reparos al titular así la crónica de ABC: "Juan Ortega y unas verónicas para resucitar a los muertos". Damos fe que aquella tarde los aficionados que sienten el toreo abandonaron la plaza impresionados por la inmensa capacidad del diestro sevillano. 
Pero en la Fiesta ya no existe el romanticismo. No quedan apoderados ni empresarios que valoren estos milagros -¿o no es un milagro ser un torero así hoy  día?-, y quienes manejan hasta la calderilla del negocio, los comisionistas que llevan plazas, toreros y ganaderías, e imponen favores, intercambios y recomendaciones, no escuchan a la afición y hacen oídos sordos cuando se habla que es necesario renovar el escalafón con toreros que sepan expresar el toreo. Por el bien de este arte es necesario abrir los carteles y retirar de las ferias a tanto torero caduco al que los comisionistas prolongan la agonía profesional. Junto a las figuras hay que dar sitio a toreros emergentes como Juan Ortega, para que cuando pasen los años no se les recuerde como a Antonio Gallardo, añorando a un magnífico intérprete del toreo al que aburrió el sistema, sino como un torero que pudo expresar las maravillosas cualidades que atesoraba cuando le ofrecieron ocasión de hacerlo. La Fiesta no está sobrada de toreros que sequen las gargantas, pongan el vello de punta y humedezcan los ojos a quienes admiran su arte. De esos pocos elegidos por el cielo que son capaces de devolver la ilusión por el toreo eterno.

IMÁGENES DE LA ACTUACIÓN DE JUAN ORTEGA. PROGRAMA TENDIDO CERO DE RTVE


martes, 11 de junio de 2019

¡EL MONSTRUO!

Por Antonio Luis Aguilera
Manolete, dibujo de Enrique Moratalla Barba
Ricardo García K-Hito, director de la revista taurina Dígame, bautizó a Manolete como el monstruo en la corrida celebrada en Alicante el 28 de junio de 1943, tarde en que se lidió un encierro de la ganadería del Conde de la Corte para la terna formada por el torero cordobés, Antonio Bienvenida y Manolo Escudero.
Manolete cortó cuatro orejas y dos rabos a los toros Tolosano y Afligido, brindando su segundo, el lidiado en cuarto lugar, al crítico de Villanueva del Arzobispo (Jaén), que al dar el torero la vuelta al ruedo le arrojó su cuaderno de notas, en cuya primera página había escrito ¡Monstruo!, el titulo de la crónica de ese día. La hipérbole quedaría incorporada para siempre a la jerga taurina para designar a los espadas auténticamente grandes en el toreo.
Ricardo García K-Hito
Esta es la histórica crónica de Ricardo García K-Hito:
“El Monstruo ha surgido con todo su esplendor, con maravillosa potencia, en esta plaza recoleta e íntima de Alicante. Ha sido hoy, 28 de junio de 1943. Vaya la fecha con versales de oro al libro de las grandes efemérides. ¡El Monstruo, el Monstruo!, creado por el Greco, estilizado hasta dejar solo en su línea sintética el trazo preciso que resume el más grande torero de todas las épocas.
Manolete ha revuelto la afición dormida de este pueblo mediterráneo, que desborda sus galas en el mar azul. No se habla más que de su arte ingente. Contra los ventanales del hotel donde Manolete firma autógrafos aplastan las gentes las narices para ver mejor al torero de Córdoba.
—¿Qué ha pasado? —preguntan los que no fueron a los toros—. ¿Qué ha sucedido? Dígame usted la verdad por terrible que sea.
—La verdad, señor, es esta: que Manolete, el Monstruo, ha tenido una de sus mejores tardes, que ha cortado las orejas de sus dos toros, provocando el delirio popular, que los espectadores, ebrios de entusiasmo, gesticulaban, más que gritaban, en los tendidos. Ha pasado que hemos visto lo que la más delirante imaginación no puede concebir. Es preciso más tiempo para hablar serenamente de lo ocurrido. El público, y con el público la crítica, está aún bajo los efectos de un colapso, de un traumatismo enorme, enorme. 
Alicante, 28 de junio de 1943. De la pluma de K-Hito nace ¡El Monstruo! Foto Cano
¡Manolete con los toros bravos y nobles, pastueños y suaves, del Conde de la Corte, las reses de lidia que lucen en los ijares zarcillos de oro! ¡Manolete con el toro grande, con el toro de peso, toreando al natural con la languidez de las veintiséis dinastías de los Faraones!
—Bueno, pero ¿qué ha pasado?
—Espere, que aún no hemos recuperado el habla. Hay quien ha salido de la plaza a las ocho y cuarto, y a las nueve, por efectos de la con conmoción sufrida, sigue diciendo tonterías.
—¡El Monstruo, señor!
 Manolete ha toreado prodigiosamente de capa y muleta a sus dos toros y los ha matado de sendas estocadas en el hoyo de las agujas. Manolete toreó con esa suavidad y maestría que le ha llevado a la cumbre del Himalaya taurino.
El cuarto toro tuvo la gentileza de brindármelo. No pude tomar notas ni en el primero ni en el cuarto; absorto contemplando al descomunal torero, se me cayó el cuadernillo, perdí el lápiz… ¡El Monstruo, el Monstruo!
¡Y qué, qué corrida la del Conde de la Corte, el mejor ganadero de reses bravas! Toros con tipo y arrobas, con empuje, con genio y con nobleza. Día 28 de junio de 1943, en Alicante. Apunte usted esa fecha.”


sábado, 1 de junio de 2019

RÉQUIEM POR LAS PLAZAS DE LOS PUEBLOS

Por Antonio Luis Aguilera
Plaza de toros de Cabra. Foto Antonio Mesa
Cuando el efímero grupo de figuras conocido como G5 –El Juli, Morante de la Puebla, José María Manzanares, Miguel Ángel Perera y Alejandro Talavante- boicoteó la feria de Sevilla de 2014, argumentando que no torearían en la Maestranza mientras el coso del Baratillo continuara en manos de la empresa Pagés, batalla que consiguió retirar de la primera línea de gestión a Eduardo Canorea, que previamente había declarado chulesca y groseramente: Si José Tomás va a venir con la canción de la recaudación, que se vaya a Senegal”, fueron varios los comunicados  emitidos por los toreros integrantes. Todos exigían respeto y dinero, alguno aseguraba no haber cobrado en Sevilla lo pactado, y otro decía sentirse respetado pero firmaba por solidaridad con sus compañeros.
Se comenta que antes del feo plantón de las figuras a la afición sevillana, se celebró una reunión del G5, a la que acudió el torero destinado a África por la incontinencia verbal de Canorea, quien había sido invitado por si estimaba oportuno adherirse al acuerdo del grupo. Al ser preguntado si lo firmaba contestó que lo haría con la condición de que se añadiera que las figuras solo se anunciarían en las plazas de primera y segunda categoría, liberando el resto de cosos menores en beneficio de los compañeros de la zona baja del escalafón, que también necesitaban torear y vivir de la profesión.
Al parecer, la propuesta fue objetada por el líder del grupo, argumentando que en esas plazas cobraba ocho kilos por corrida, y replicada por el torero invitado, que aseguró que a él no le ofrecían ocho, sino más del doble de esa suma y sin embargo no iba, porque lo consideraba una cuestión de respeto a la profesión. Como el G5 no la aceptó, el torero que calla y se manifiesta en los ruedos, cuyos aforos revienta cada tarde que se anuncia, abandonó el lugar para continuar navegando con vientos de libertad e independencia.
Plaza de toros de Priego de Córdoba
Esta leyenda, que pronto circuló por lo bajini entre la gente del toro, sirve para recordar que las plazas de los pueblos, antes de ser invadidas por las figuras, fueron verdaderos centros de formación profesional del toreo, escuelas para becerristas y  novilleros, y ruedos propios para que adquirieran oficio los nuevos matadores. Además, esas escuelas de aprendizaje también ayudaban a los ganaderos a limpiar las dehesas, lidiando en ellas como utreros a los ejemplares desechados de tienta y cerrado -que de esta forma se anunciaba en los carteles de las novilladas-, así como comprobar los resultados de la selección de toros defectuosos de pitones o bastos de hechuras, que, si bien no servían para igualar corridas en plazas de ferias, eran aptas para formar encierros que compraban los empresarios modestos que organizaban los festejos de los pueblos, y montaban carteles en las ferias o fiestas del patrón para ofrecer espectáculos taurinos a los aficionados de estas localidades. 
Novillada en Cabra año 1965
Las plazas del segundo circuito de la temporada española eran gestionadas por empresarios románticos, que oteaban las ganaderías y los chavales que destacaban en los tentaderos, para después atreverse a montar los festejos que facilitaban el aprendizaje –así fueron los inicios de Emilio Muñoz, Morante de la Puebla y otros toreros-. Con mucho esfuerzo y  habilidad llenaban las calles de publicidad e incluían a los espadas del pueblo o localidades próximas, a los que anunciaban buscando el apoyo del paisanaje. De esta manera, no había día del patrón o feria de pueblo sin toros, con precios adecuados a las enjutas economías de los ciudadanos de la España rural, que si por razones económicas no podían acudir a la capital para ver a las figuras, iban a las que organizaban en sus pueblos, esas localidades entrañables que tanto bien hicieron al toreo, porque en ellas los novilleros y los nuevos espadas iban madurando, adquiriendo oficio, sumando festejos y sintiendo el calor de los aficionados, que normalmente, si triunfaban, volvían a repetirlos  en las fiestas de la recolección de la cosecha, en las postrimerías de la temporada.
Lamentablemente, desde los años ochenta del pasado siglo, por el afán de sumar festejos y hacer caja, las figuras decidieron anunciarse en los pueblos, e inmediatamente cambió el panorama rompiéndose la cuerda por el lado más débil. ¿Cuál fue el resultado? Pues los empresarios modestos fueron marginados, muchas ganaderías con mercado en palenques rurales desaparecieron, los toreros que empezaban fueron ignorados para poner los comisionistas a los que ellos apoderaban, y los novilleros olvidados. Con el oropel de las figuras  y la codicia de representantes y representados menguaron alarmantemente los festejos del segundo circuito, el de  la España rural, donde echaban la temporada los sencillos del toreo. En muchas de esas localidades ya no se celebran festejos, porque no se pensó en el relevo generacional, en los jóvenes que no podían pagar las entradas de las figuras, quienes crecieron sin entrar en sus plazas, sin vivir el ambiente único y festivo de un día de toros en el pueblo. Sin aficionarse. Para colmo de males, más recientemente habrán escuchado los falsos discursos animalistas de quienes llegaron a la política con una mano delante y otra detrás, y ahora viven en chalets de lujo escoltados por la guardia civil. 
Plaza de toros de Belmez. Foto Belmez taurino
Pero con la Fiesta de los Toros no terminarán los animalistas, ni los discursos fatuos de dictadores bolcheviques residentes en urbanizaciones de lujo, los que hablan de libertad y quieren cercenar la de los aficionados para ir a las corridas. No, la Fiesta terminará antes aniquilada por la falta de escrúpulo y valores éticos de los taurinos, de los piratas que manejan y controlan todos los hilos del negocio, por los comisionistas y cambistas de cromos que, repitiendo carteles de espadas caducos y vistos, que no despiertan interés alguno, han arrasado las plazas sencillas, esas donde tuvieron cabida los humildes del toreo.  
El torero que no quiso firmar el manifiesto llevaba más razón que un santo, aunque su propuesta no gustara a las figuras que no quieren recordar cómo fueron sus principios en el oficio, y ven las plazas de pueblos como un filón donde se cumple el aserto de "billete grande y toro chico". A ellos no les importa que hace años a esas plazas acudiera la gente sencilla, atraída e ilusionada por los montajes de los empresarios románticos, para gastar sus honrados jornales ayudando a ganaderías que ya dejaron de existir, becerristas, novilleros y toreros nuevos. Para invertir en el futuro de la Fiesta y hacer posible ese segundo circuito que durante tanto tiempo alimentó la base del toreo.