domingo, 16 de diciembre de 2018

EMBESTIR O DEFENDERSE

Por Antonio Luis Aguilera

Elegante torería de Juan Ortega ante un entregado ejemplar de 
Valdefresno  (encaste Atanasio-Conde de la Corte). Foto Plaza1
La mayoría de las ganaderías de toros de lidia españolas proceden de la que fundara en el año 1920 el Conde de la Corte, que adquirió la formada en 1912 por la marquesa viuda de Tamarón con reses de Parladé originarias de Ibarra. Esta procedencia siempre ha gozado de prestigio, debido a la bravísima historia de las reses condesas y los magníficos resultados obtenidos en la transmisión genética por los sementales que abandonaron los cerrados de Los Bolsicos para perpetuar su noble linaje en otras vacadas. 

El Juli doblándose con maestría ante un enrazado Alcurrucén (encaste Núñez).
Sin restar mérito alguno a un ganadero de la dimensión  histórica de don Agustín Mendoza Montero, conviene matizar que este adquirió una vacada que ya venía formada, como lo demuestran los éxitos logrados desde que empezó a lidiar a su nombre los toros que llegaron a la famosa dehesa extremeña de Jerez de los Caballeros. Esto indica la acertada selección de la anterior propietaria, la marquesa viuda de Tamarón, y más concretamente la de don Ramón Mora Figueroa, su hijo, excelente aficionado y experto criador de reses de lidia, que fue quien realmente manejó las riendas de la ganadería y supo descubrir en el semental Alpargatero y su línea de descendencia el verdadero filón de bravura de este encaste ganadero.

 Talavante conduce con firmeza la embestida de un Cuvillo (encaste Juan Pedro)
Si en principio el origen Conde de la Corte otorgaba un toque de distinción a las vacadas de esta procedencia, lógicamente con el paso del tiempo no todas las derivaciones de esta simiente lograron mantener el original sello de calidad, debido a los diferentes criterios de selección de los propietarios, que ofrecieron unos resultados morfológicos y de juego tan dispares como las pautas y normas aplicadas en el manejo y reproducción. Por otra parte, desde el fallecimiento de don Agustín Mendoza en 1964, la aristocrática vacada entró en una profunda crisis al cambiar de manos y ser administrada por los herederos, y aunque mantuvo éxitos aislados con algunos ejemplares, lo cierto es que perdió uno de los signos que la caracterizaba: la importante regularidad con que su bravura había reinado durante cuatro décadas en el panorama ganadero. 

Ejemplar de Juan Pedro Domecq, elegida como la mejor 
ganadería de la feria de San Isidro 2015. Foto Las Ventas.
Dicho esto, mientras la ganadería matriz conoce la decadencia, su extraordinario caudal genético adquiere relieve en otras divisas señeras como las de don Atanasio Fernández, y la que don Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio forma en 1930 comprando la del Duque de Veragua, cuyas reses elimina, reservando por su variedad cromática algunas hembras de contrastada bravura, para crear una nueva línea reproductora con vacas y sementales que adquiere al Conde de la Corte y a don Ramón Mora Figueroa, procedencia esta de don Francisco Correa y don Antonio García Pedrajas, a las que había agregado sementales del Conde de la Corte y Gamero Cívico

Toro de Parladé (Juan Pedro Domecq). Foto Las Ventas.
Mas si los toros de la acrisolada sangre condesa habían sido recibidos siempre con el agrado de la afición, a partir de los años setenta del pasado siglo resultó que por varias razones cambió la acogida con la derivación de juampedro. De una parte, el hostigamiento sistemático de un influyente sector de la crítica, que inició una cruzada regeneracionista para ensalzar las virtudes de otro encaste, sumado a la desafortunada calificación de artistas con que don Juan Pedro Domecq Solís definió a sus toros. Pero, sobre todo, debido a la proliferación de nuevas vacadas formadas con reses vendidas por este, que en poco tiempo invadieron las ferias con un toro de tanta nobleza como empalagosa obediencia y desesperante sosería, demandado por las figuras del toreo para sumar corridas de forma más fácil con ejemplares que no decían nada, sin valorar la repercusión negativa que la falta de emoción tendría para un espectáculo caro que aburría al público que lo sostiene.  

Arrancándose con fijeza, galopando descolgado. Foto Arjona.
No obstante, restar importancia a todo lo que se lidia de este origen, argumentando que en líneas generales se trata de un animal descastado y carente de emoción es faltar a la verdad. Actualmente existe un grupo de ganaderías de esta procedencia que se encuentran en un momento excelente, y sus ejemplares se cotizan al alza por la clase y bravura que mantienen desde hace varias temporadas en las grandes ferias e importantes plazas donde se lidian: Núñez del Cuvillo, Jandilla, Fuente YmbroGarcigrande o Victoriano del Río, por citar algunas, sin olvidar la vacada matriz que hoy día dirige don Juan Pedro Domecq Morenés, que también lidia con el hierro de Toros de Parladé, destacan por el elevado promedio de toros auténticamente bravos y con clase, que exigen compromiso y firmeza en la lidia para embestir entregados de verdad a los engaños que le presentan los toreros.  

Agitador, de Fuente Ymbro. (Jandilla-Juanpedro), lidiado por Paco Ureña.
 Premiado como toro más bravo de San Isidro 2015. Foto Las Ventas.
Lógicamente cada aficionado tiene sus inclinaciones por determinadas ramas del frondoso e histórico tronco de Vistahermosa, pero en la diversidad de este tesoro genético se encuentra la grandeza de los distintos tipos de hechuras y diferentes comportamientos del toro de lidia. Si hermoso resulta contemplar la acometida de un albaserrada arrastrando el hocico por el albero, no lo es menos la belleza de un santacoloma planeando en la muleta, o cómo se rebosa en los engaños la embestida de un núñez, o la pretérita e inquietante arrancada de un miura... Dicho esto, lo que resulta decepcionante y penoso son los juicios que por norma se vierten en conocidos medios de las ganaderías que derivan de juampedro, donde muchas veces silencian deliberadamente el excelente juego de toros que han sido bravos, y otras magnifican los aspectos negativos de los mansos, que por supuesto le saltan como a todas las ganaderías. De forma arbitraria se utiliza otra vara de medir en crónicas donde no se valora el comportamiento de cada ejemplar, y para no mojarse utilizan la socorrida muletilla de “mal presentados, aborregados, mansos y descastados”, que además de no informar, resulta estrafalaria por los insostenibles equilibrios de quienes no tienen reparos en mostrar su inquina al encaste Domecq.  

Diego Urdiales expresa el toreo con un bravo fuenteymbro. Foto Plaza1
El aficionado íntegro no tiene prejuicios y diferencia a la perfección entre dos tipos de casta: la buena y enrazada del toro que se entrega y va a más, para luchar hasta el final con clase y nobleza; y la defensiva, esa otra propia del genio que manifiesta el bravucón o el manso, cuando arrea violentamente, con ruido y sin entrega, frenándose, midiendo y echando miradas a las tablas, porque no tiene valentía para meter los riñones y empujar siguiendo las telas. No basta con que el toro se mueva, hay que saber distinguir cómo se mueve. Los mansos y bravucones solo engañan a los aficionados ingenuos, a esos que les pasa como a los esportones de los toreros, que  van a las plazas pero no se enteran de nada de lo que ocurre. Embestir o defenderse, esa es la cuestión que diferencia al aficionado que sabe ver los toros sin necesidad de leer lo que escriben algunos que olvidan que actualmente televisan con todo lujo de detalles las ferias más importantes. Ahora no cuelan historias.


lunes, 10 de diciembre de 2018

EL MIEDO DE LOS TOREROS

Por Antonio Luis Aguilera
Antiguo coche de cuadrillas, con el botijo en la fresquera
Como viene ocurriendo cada temporada, los matadores que encabezan el escalafón acaban la campaña habiendo participado en un considerable número de corridas. Decenas de tardes vividas con la preocupación atenazando el estómago ante la incertidumbre de los toros que han de lidiar, y de los miles de kilómetros que tantas veces después han de recorrer para cruzar la península de norte a sur y de este a oeste, con el fin de estar en la puerta de cuadrillas a la hora anunciada, tras largas noches de duermevela intentando conciliar el sueño en el furgón, que en los meses de mayor número de ferias será el improvisado hogar de la cuadrilla entre las localidades donde hay que torear. Intenso trasiego motivado por el lógico afán de ocupar siempre los primeros puestos en la privilegiada lista de espadas considerados figuras del toreo.

Juan Antonio Vallejo-Nágera
A mediados de octubre, cuando llega el momento de terminar con el trasiego de la temporada y encontrar el anhelado descanso, la tensión acumulada durante tantos meses suele pasar factura, y son varios los toreros aquejados de una serie de trastornos fisiopatológicos que son provocados en su organismo por el miedo, el respetabilísimo miedo de los toreros, esos héroes que cada tarde de corrida, en la tremenda soledad del redondel, con toros más grandes o chicos, más bravos o mansos, más cornalones o menos ofensivos, arriesgan su integridad física y ponen en juego el don más preciado para cualquier ser humano: la propia vida.

De este tipo de trastornos, que pueden ir desde úlceras de estómago, crisis asmáticas, calambres, algias musculares, insomnio hasta un largo etcétera, se hizo eco hace años en su página de la revista dominical del diario ABC el prestigioso psiquiatra y gran aficionado taurino don Juan Antonio Vallejo-Nágera, que por su estrecha amistad con destacadas figuras del toreo frecuentó el trato cercano con varios matadores de toros. A lo largo de tres magníficos artículos este facultativo analizó las consecuencias del miedo de los toreros, de esos hombres excepcionales que además de las cicatrices del cuerpo guardan otras en el alma.

Recordaba el eminente escritor y doctor que los toreros acudían al médico de cabecera buscando alivio a sus trastornos, pero este, tras las oportunas pruebas clínicas, concluía su consulta derivándolos a la del psiquiatra. Como se puede suponer, en un mundo tan cerrado como el del toro, donde todo suele exagerarse y las etiquetas se cuelgan con asombrosa facilidad, la prudencia aconseja silenciar este tipo de visitas, siendo lo más habitual que el propio torero concierte su cita con el especialista fuera de la consulta, para no compartir la sala de espera con otros enfermos. ¿Quién puede imaginar a un torero en la sala de espera de un psiquiatra rodeado de otros pacientes?

Pero acudirá, porque sabe que lo suyo es un problema personal, no clínico, como consecuencia del frecuente e intenso miedo soportado. Sospechaba el famoso psiquiatra que probablemente antes del año 1950 ningún torero había acudido a este tipo de consultas, pero estaba seguro de que la mentalidad de estos había cambiado y el boca a boca cumplía perfectamente la función de tranquilizar a más de un diestro que comprendía que él no era el único profesional del toreo con ese problema.

Luis Miguel Dominguín
Como podrán observar no todo es lujo y opulencia en la vida de las grandes figuras del toreo. El sufrimiento y la preocupación adquieren una dimensión desconocida por la mayoría de los aficionados. El doctor Vallejo-Nágera concluía con gran acierto que el mundo de los toros es un despiadado selector de superdotados, donde se elimina a todos los que no lo son tanto en el plano físico como en el intelectual. Y contaba una anécdota protagonizada con su amigo Luis Miguel Dominguín, cuando ambos contaban veintipocos años de edad. Le comentó el doctor al espada que por su juventud y fama el mundo se le presentaba como una alfombra persa desplegada a sus pies cargada de tesoros. El torero, tras unos instantes de reflexión, le contestó: “Sí, es cierto; pero tengo firmadas treinta corridas entre España y América, y eso significa que para estar vivo en Navidades debo haber matado antes sesenta toros con un estoque. Y si ahora entorno los párpados y miro el horizonte, los veo venir hacia mí en fila india, como un interminable tren de mercancías con todos los vagones cargados de muerte”.

sábado, 1 de diciembre de 2018

"CHICUELO", UN TORERO GRANDIOSO SILENCIADO POR LA HISTORIA


Por Antonio Luis Aguilera

Manuel Jiménez Moreno Chicuelo
Los aficionados aguardan con expectación los actos conmemorativos que en la ciudad hispalense se organicen para rememorar el centenario de la alternativa de un espada realmente grande en la historia del toreo: Manuel Jiménez Chicuelo, otorgada el 28 de septiembre de 1919 por Juan Belmonte en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, cuando el toricantano nacido en la trianera calle Betis tenía diecisiete años de edad. Aquella tarde el Pasmo de Triana le cedió la muerte de Vidriero, del Conde de Santa Coloma; completaba la terna Manolo Belmonte

Chicuelo sentía verdadera pasión por Gallito, el torero que admiraba desde que siendo un niño estoqueó un becerro en su presencia  en la Huerta del Lavadero, donde la familia de los Gallo, de los que era amigo, tenía una plaza. Joselito valoró positivamente su actuación y le animó haciéndole un regalo con el que pudo adquirir la entrada para verlo torear en la Maestranza, en una corrida de ocho toros donde alternó con Bombita, Rafael el Gallo y Belmonte. Precisamente sería en esa plaza donde el 28 de febrero de 1918 Chicuelo actuó por primera vez en un festival organizado por el propio Gallito.

Su primer becerro en la Venta de la Huerta del Lavadero
Recordaba en una entrevista Manuel Jiménez que cuando le hablaba José se ruborizaba y no sabía qué decir, y que si en algún tentadero le dejaba un capote o una muleta se le salía el corazón del pecho de lo feliz que era. Esta declaración, además de revelar la mutua simpatía que ambos llegaron a tenerse, también ofrece un dato enormemente significativo: Chicuelo, que consideraba a Gallito la máxima referencia del toreo, vio y compartió con él en las placitas del campo la experimentación de la embrionaria ligazón de los pases naturales del torero de Gelves, que después en las plazas de toros ante el público incluía en su habitual repertorio de faena. 

Chicuelo y Corchaíto cambian el rumbo del toreo. Madrid, 24 de mayo de 1928. 
Esta vivencia fue importantísima, porque influyó en el concepto de Chicuelo de forma determinante. Además, Manuel Jiménez iba a dar continuidad, pero hermoseándola con la gracia natural de su arte, a la obra de José, con quien llegó a torear seis corridas de toros y un festival antes de la infausta tarde del 16 de mayo de 1920 en Talavera de la Reina. Y conviene precisar que el torero de la Alameda de Hércules siguió experimentando el toreo gallista, consiguiendo dar un nuevo giro de tuerca al planteamiento de la ligazón, al alternar los terrenos de adentro y de afuera para estructurar los pases en series, creando con la sucesión de muletazos un nuevo modelo de faena que por su belleza de expresión halló la inmediata y cálida acogida del público, que aceptaba con agrado ese toreo de mayor quietud, reunión y  armonía. Tan bien recibido fue que el respetable empezó a exigirlo a todos los toreros. 

 Chicuelo y Dentista con los sombreros rendidos al arte del toreo. México 25-10-1925
Para ello resultó trascendente su actuación del 24 de mayo de 1928 en Madrid, donde, alternando con Cagancho y Vicente Barrera, Chicuelo deslumbró a la afición de la capital del reino ligando de forma primorosa el toreo en redondo por ambas manos al toro Corchaíto, de Graciliano Pérez Tabernero, al que toreó con tanta ligazón y belleza que se puede asegurar que aquella faena marcaría de forma definitiva un antes y un después en la historia del toreo. No fue la primera, otras tan importantes o más que la reseñada tuvieron lugar anteriormente en la plaza de México, donde en 1925, ante una afición apasionada que inundó la arena de sombreros, inmortalizó a los toros Lapicero y Dentista, de San Mateo, con un toreo que además de llevar el entusiasmo a los tendidos habría de tener una influencia decisiva en uno de los espadas más grandiosos de la tauromaquia azteca, el inolvidable maestro de Saltillo Fermín Espinosa Armillita. Por tanto, conviene subrayar que ese toreo de línea gallista, el ligado en redondo, que estructura los pases en series y crea la faena moderna, fue perfeccionado y revelado por el gran Manuel Jiménez Chicuelo en España, México y, consecuentemente, en todo el orbe taurino.

Chicuelo cortó cuatro rabos en Sevilla
Sin embargo, a pesar de que el fabuloso artista sevillano hizo y mostró ese toreo a los demás toreros, poniendo en valor una arquitectura maravillosa que sigue vigente en nuestros días, merecimientos más que suficientes e incuestionables para analizar y estudiar su figura, tratando con rigor y respeto su paso por el toreo y la grandeza de su legado, algunos de los que contaron la historia lo despacharon a la ligera como "un fino torero sevillano", y el inventor de la vistosa chicuelina. Pero Manuel Jiménez Moreno fue mucho más que eso en el toreo, fue el creador de la faena moderna, y no debe pasar inadvertido en una historia donde sus postulados cobran protagonismo cada tarde de corrida. Y si como torero artista pudo adolecer de regularidad, no es menos cierto que cuando los toros le embistieron alcanzó éxitos clamorosos con un toreo que enamoraba a los públicos, y que creó escuela en grandes espadas sevillanos de los considerados artistas que habrían de sucederle. Traemos a colación la confidencia protagonizada por Enrique Ortega El Almendro, primo de Gallito y miembro de su cuadrilla, quien le comentó a Joselito que era una lástima que teniendo Manolo tanto arte no tuviera más valor para ser un figurón del toreo, a lo que el inolvidable José respondió: “Chicuelo tiene tanto arte que no necesita tener valor para ser un figurón del toreo”. No se equivocó en su juicio el menor y más grande de los Gallo, porque Manuel llegó a torear como nadie lo había hecho jamás. 


Juan Belmonte otorga la alternativa a Chicuelo en la Maestranza de Sevilla. 
José y Juan fueron dos toreros grandiosos que protagonizaron la segunda edad de oro del toreo, pero no lo fue menos Manuel Jiménez en la edad de plata, porque influyó decisivamente en el curso de la historia creando la faena moderna. Solo por esta razón Sevilla y el toreo deben de recordar al torero y homenajear su legado recreando su imagen en el  cartel que anuncie la temporada de 2019 en el coso del Baratillo, donde realizó 98 paseíllos, para torear 76 corridas de toros –otras 2 las toreó en la plaza monumental de Sevilla-, 8 novilladas con picadores y 14 festivales benéficos. En la Maestranza, donde aseguró que nunca había estado a gusto de verdad con un toro, llegó a cortar cinco rabos (1919, 1924, 1928, 1939 y 1942), el penúltimo en una fecha trascendente, el 2 de julio de 1939, cuando al otorgar a Manolete la alternativa le cedió también el testigo de su toreo, para que el nuevo rey de los toreros -que defendía que su concepto era el mismo de Chicuelo-, perseverando todas las tardes con todos los toros, impusiera definitivamente ese modelo de faena con sentido de unidad, ligada y seriada, cuya estructura habrían de aceptar y adoptar todos los toreros para manifestar su arte. Sevilla debe iluminar los oscuros silencios que algunos proyectaron sobre la excelsa figura de Manuel Jiménez, y proclamar al mundo que Chicuelo fue un torero grandioso que resultó determinante en la vertebración del toreo. Ya es hora de revisar la historia y situarlo en el lugar que con su inteligencia y su arte se ganó en los ruedos. 

Fotografías cortesía de la familia Chicuelo (chicuelodinastia.com)