miércoles, 24 de junio de 2020

LA ÚLTIMA ENTREVISTA A MANOLETE


Tomada del ensayo publicado en 2008 por la periodista Julia Rivera, «Manolete y la prensa. Cronología de una crítica relación», en la Revista de Asuntos Taurinos, editada por la Fundación de Estudios Taurinos de Sevilla.
Linares, la tarde triste. Óleo sobre lienzo de Diego Ramos
Hotel Cervantes, habitación nº 42, Linares, Jaén. 28 de agosto de 1947. Son las 12:30 de la mañana. La habitación de Manolete está llena de gente: el empresario taurino Pedro Balañá; el mozo de espadas del torero, Guillermo; el ayuda, Chimo; y algunos periodistas. 

Llega del apartado su apoderado José Flores Cámara, y despeja algo la habitación. Manolete se queda tumbado en la cama. Sólo viste el pantalón del pijama. Frente a él, la silla ya está “hecha” con un terno rosa pálido. Los críticos insisten —entre ellos sus íntimos: Bellón y K-Híto—, necesitan material porque los comentarios que circulan sobre la retirada de Manolete son casi hechos.

—No os demoréis mucho que tiene que comer ya, dice Cámara

Y Manolete contesta a las preguntas, en una pequeña e improvisada rueda de prensa:

Pregunta. Le encuentro cansado, a pesar de que este año está siendo menos agitado que los anteriores.
Respuesta. Me gustaría que este festejo fuera el cierre de la temporada. 

P. ¿Por qué?
R. Nunca me había pesado tanto como este año.

P. Quizá sea esta profesión, que es muy dura.
R. Estoy deseando tener un momento libre. Esta profesión lo absorbe todo. Desde que comienza la temporada hasta que termina está uno sujeto a una gran tensión. Viajar por la noche,  torear por el día, dormir poco. Yo me pongo aquí a torear y puedo estar hasta mañana por la mañana pero, amigo, a la cuarta vez que se pasa uno el toro por delante hay que abrir la boca en busca de aire. 

P. De todas formas, usted afirmó que si toreaba este año lo hacía al cien por cien.
R. Desde luego, no quería que fuese una temporada de sumar y sumar corridas. Si salgo al ruedo es para darlo todo, si no, me quedo en casa.

P. No hablamos de retirada, pero ¿no será esta su última temporada en activo…?
R. ¡Quién sabe! Lo que sí le aseguro es que esta temporada será la última oficial. A lo mejor la próxima toreo siete u ocho festejos.

P. ¿La presión del público le afecta cada vez más?
R. Cada vez se me exige más, y más no puedo dar. Es lógica esta exigencia, pero hasta cierto punto.
Manolete. Óleo sobre lienzo de Diego Ramos
P. A estas alturas, ¿qué le puede amedrentar?
R. Solo el toro.

P. ¿Le agrada la popularidad?
R. Nada.

P. Muchos aficionados le han acusado de torear toros chicos.
R. Lamento que haya gente que crea que siento reparos para torear el toro demasiado grande. Nunca lo pensé. Lo que procuro, dentro de lo posible, es elegir toros de buena casta, pero sin que su tamaño me haya impresionado. Además, en contra de lo que cree la afición, el tamaño de los toros no es siempre lo esencial en una buena tarde. Lo extraño es que los buenos aficionados estimen que el toreo que hoy piden los públicos se pueda hacer con toda clase de ganado. No es posible y, si fuese así, los toreros quedaríamos siempre bien porque nadie pasa una mala tarde por gusto. 

P. El toreo no se debe al volumen del animal…
R. El toro pequeño es mucho más nervioso, más rápido y se revuelve en menor espacio. Sin embargo, el toro grande, el de peso, es lento de movimientos y se asfixia rápidamente por los kilos.

P. ¿Cuál ha sido la mayor responsabilidad que ha tenido en su carrera?
R. Quizá haya sido la de torear en Madrid la única corrida en la que actué el año pasado. Fue una temeridad después de estar todo el año sin torear.

P. ¿Y debutar en la plaza monumental de México no le preocupo tanto?
R. No. Cuando llegué allí sabía a lo que iba: a triunfar o a la enfermería.

Manolete en la plaza de El Toreo de México (17-2-1946)
P. Por cierto, en México es considerado como una gran figura. ¿Qué le ha dado aquel público?
R. Allí la pasión por los toros es enorme, creo que más que aquí. La lucha es terrible, el público se divide en dos bandos y en medio están los toreros. Pero a mí me encanta aquello, aunque sea la guerra.

P. ¿Más pasión que en España, donde es el espectáculo por antonomasia?
R. No se explican un espectáculo sin lucha, sin ardor, sin sectarismos. A un mexicano una corrida en España le parecería algo frío. Son dos conceptos distintos de un mismo espectáculo.

P. De los matadores mexicanos que han actuado con usted, ¿a cuál destacaría?
R. Silverio Pérez. Como torero tiene momentos sublimes y como persona es único. Recuerdo una ocasión en la que le obligaron a saludar al terminar el pasillo y me propuso que compartiera la ovación. Yo le dije que no, que de ninguna manera, y él me dijo: "Pero hombre, nos vamos a pelear antes de empezar la corrida".

P. Recuerde una anécdota de su estancia en el país azteca.
R. La expectación era muy grande. Mi mozo de espadas, Chimo, siempre se ha sumaba la puerta del hotel para ver cuánta gente me estaba esperando. En una ocasión estaba un maestro de un colegio con toda la clase. Al profesor se le ocurrió que los niños me debían conocer en persona, porque no paraban de hablar sobre Manolete.

P. En sus viajes a América ha hecho escalas en Norteamérica, concretamente en Nueva York. Allí por lo menos habrá pasado desapercibido…
R. No crea. En algunos establecimientos en los que he entrado me ha sorprendido escuchar: «"¡Monster, Monster!», que es lo único que entiendo del inglés.

P. ¿Qué le dicen los periodistas norteamericanos?
R. Siempre me hacen las mismas preguntas: cuántas cornadas me han dado los toros y cuánto dinero tengo.

P. ¿Son muy raros?
R. Mire, un día estaba con el boxeador Joe Luis y su preparador se me acercó, me tocó los bíceps y me dijo: «Puaf». Por lo visto se creía que los toros se matan a puñetazos.

P. Defíname a Carlos Arruza, Pepe Luis Vázquez y Luis Miguel Dominguín, sus amigos y rivales en los ruedos.
R. Arruza es un gran torero. De Pepe Luis Vázquez bastará con que se quede quieto, en ese caso sobraremos los demás. Y a Luis Miguel Dominguín decirle que, cuando yo me vaya, heredará mis enemigos.

P. A los 11 años decidió ser torero. Sus primeros pases los da en una finca cercana a Córdoba.  ¿Cómo fue aquella experiencia?
R. Me supo a gloria. Era mi primer triunfo. Cuando llegué a mi casa me tiré toda la noche entrando a matar en un macetón que había. Me causaba una grata satisfacción tocar con la mano la tierra mojada de la maceta. 

P. ¿Recuerda su primera cornada?
R. Sí, fue una cogida sin importancia en un tentadero, que me convirtió en un personaje entre los chavales. Me acompañaban todos a la Casa de Socorro a curarme y, aunque me dolían mucho las curas que me hacían, aguantaba el dolor en silencio para que no dijesen que era un quejica.

P. La gente le admira pero, a veces, su carácter le impacta mucho. Le ven muy serio.
R. Lucho contra esta seriedad. La gente me cree huraño y orgulloso y soy, ciertamente, afectivo y sentimental; los que me tratan con asiduidad lo saben.

P. Se habla mucho de su relación sentimental con la actriz Lupe Sino, de la que media España cree que será su esposa. ¿Qué piensa usted del matrimonio?
R. No le tengo miedo. Creo que es el estado perfecto del hombre, pero yo no sé hasta qué punto sería un buen marido. Soy un poco dominante, absolutista, si se quiere. Quizá un poco chapado a la antigua. No me gusta que la mujer vaya a todos los lados con el marido, sino que sea más bien casera, que no salga mucho del hogar. Una esposa llamaría a esto egoísmo.

En ese momento llega el almuerzo solicitado y los periodistas cierran sus cuadernillos y se despiden. El torero come despacio y descansa un rato; ha concedido su última entrevista.

El crítico taurino Ricardo García “K-Hito así la transcribió ese mismo año en su libro Manolete ya se ha muerto: muerto está que yo lo vi. Medio siglo después, la revista Cambio 16 la evocó de la mano de Juan Lucio, y Francisco Narbona hizo lo propio en su obra Manolete, 50 años después de su muerte.

Magnífico reportaje sobre Manolete en México emitido por RTVE



martes, 16 de junio de 2020

VENCIDOS POR LA VIDA

Por Antonio Luis Aguilera
Joselito
No solo fueron los reyes del toreo de su época, sino de todas las que vendrían después. Joselito y Manolete cambiaron el curso del toreo, y sus enseñanzas siguen vigentes cada tarde de corrida en la manifestación del ligado en redondo, que preceptuó Guerrita en su Tauromaquia, implantó Gallito en su modelo de faena habitual, pulió con su arte Chicuelo, y elevó a definitivo Manolete. Del trasteo de muleta con un pase aquí y otro allí, o el clásico natural ligado con el de pecho, con el torero en el terreno de dentro y el toro en el de fuera, al intercambio de terrenos, que permite la ligazón de los pases en series estructurando la faena, como los versos componen las estrofas del poema. Fueron los arquitectos del nuevo toreo eslabonado, que relaciona los pases y otorga sentido de unidad a la faena de muleta, que habría de ser adoptado por todos los espadas para expresar su arte.  
A pesar de los que la escriben, la historia termina poniendo a cada uno en su sitio. De nada valen los libros cargados de patrañas, aunque lleven firmas famosas como la del crítico Gregorio Corrochano, que tanta influencia tuvo en su largo ejercicio profesional. Ni las magistrales conferencias académicas de respetados toreros como Domingo Ortega, que precisamente se olvidó de respetar a Manolete en su célebre alocución, el compañero que no podía defenderse, porque lo había matado un toro de Miura en Linares, cuando en el Ateneo madrileño, sin nombrar al cordobés, pretendió explicar que su toreo de pasos y pases al pitón contrario era el «de verdad», y no el de perfil o «de mentira», en clara alusión al majestuoso ciprés vestido de luces, que había instaurado definitivamente el toreo ligado en redondo. 
Manolete. Foto Ricardo
Joselito y Manolete coincidieron en su entrega absoluta a la profesión, incluso en las circunstancias más adversas de la vida, anteponiendo la vergüenza y dignidad a la conveniencia personal, para defender con gallardía, hasta el final, el cetro del toreo que sujetaban. Por eso sufrieron el peso de la púrpura, pues en el toreo nunca faltaron esos espectadores —sería impropio llamarles aficionados— que constituyen el grupo de reventadores, donde militan vehementes integristas que gozan acosando a las figuras que no ven fracasar. Un tipo de público fácil de manipular con titulares y arengas de esa prensa «seria y respetable», que en lugar de analizar cómo fue el toro —algo imposible para algunos por sus escasos conocimientos— y qué hizo el torero —para contar pases solo hace falta saber sumar, mas para analizar el planteamiento de una faena hay que saber de toros—, sistemáticamente denuncia la manipulación de las astas, los borregos de las figuras, o los altos precios que pagan los aficionados para que los engañen —algunos de los que escriben en periódicos antitaurinos, aunque mantengan sección taurina,  incluso han llamado cobardes a las figuras por no anunciarse con la ganaderías duras—. Algo inaceptable. Mas siempre ha ocurrido con estos mediocres personajes, cuya soberbia al ejercer la crítica —un "sacramento de muy difícil administración", decía Ortega y Gasset—, les hace creer que saben de toros más que los toreros. Pero volviendo al relato, lo curioso es que tanto Joselito como Manolete sufrieron el acoso del mismo personaje, Gregorio Corrochano, crítico de ABC, aunque realmente no fue el único que afiló la pluma en las postrimerías de tan grandiosas carreras, cuestión que es mejor no abordar, para que no afloren las tarifas que algunos célebres desvergonzados exigían por entonces. Así las cosas, desanimados por saber que eran el centro de una espiral de violencia y hostilidad que los desbordaba, ambos pensaron en dejar los ruedos cuando la muerte les sorprendió cumpliendo compromisos.  
Joselito
Además de las hostilidades del público y de la prensa, estos reyes del toreo sufrieron en su vida privada el rechazo ante el proyecto de llevar al altar a las mujeres que amaban. Joselito, enamorado de Guadalupe de Pablo Romero, joven de la alta sociedad sevillana, vio como el padre de esta y célebre ganadero, que tanto admiraba al torero hasta que conoció el romance, y que, según el espada, al principio lo quería como a un hijo pero después no quería que su hija se casara con un gitano. Manolete, vivió con una libertad inusual durante el franquismo su noviazgo con la actriz Lupe Sino, pero al pretender formalizar aquella relación halló la feroz oposición de su madre, Angustias Sánchez, que no autorizaba el matrimonio ni pensaba asistir a la boda —prevista a pesar de todo por el torero para octubre de 1947 en Barcelona—. Guadalupe y Lupe, qué curiosidad del destino, hasta rimaban  los nombres de las mujeres que conquistaron a los toreros más importantes de su tiempo.   
Monumento a Joselito en Gelves (Sevilla)
Joselito tiene un grandioso monumento en su Gelves natal, y para finales de este año está prevista la inauguración de otro en Sevilla, frente a la basílica de su hermandad de La Macarena, entidad que lo ha promovido. Pero no lo tiene en el entorno de la Maestranza, donde por el contrario existen los de otros grandes toreros sevillanos, que sin embargo nunca alcanzaron el relieve de José Gómez Gallito. La burguesía hispalense, entre títulos nobiliaros, también debió heredar el rechazo al diestro que se enfrentó a los maestrantes levantando otra plaza de toros en Sevilla, aquella monumental que ampliando el aforo abarataba los precios de las localidades, permitiendo la entrada de mayor número de espectadores y los altos honorarios de las figuras. La misma que desde su proyecto estaba condenada al derribo.
Monumento a Manolete en Córdoba. Foto David Manolo Castilla.
Manolete tiene en Córdoba los monumentos de las plazas del Conde de Priego y de La Lagunilla, ambas en el barrio de Santa Marina. Pero no tuvo el museo que anhelaba la afición en la casa que él compró y pagó para su madre, pues al fallecer esta, los herederos de la fortuna del espada decidieron incrementarla vendiendo parte del patrimonio —aún queda la explotación de El Alcaparro, finca agrícola situada en el kilómetro 28 de la carretera de Granada—, rechazando de plano la idea de convertirla en el lugar que recogiera los enseres y recuerdos del Monstruo, el santuario dedicado a su memoria al que habrían peregrinado miles de aficionados del mundo entero, para honrar el recuerdo del majestuoso torero.
Manolete. Bogotá 1946. Foto Manuel H.
Joselito y Manolete escribieron sus nombres con letras de oro en la Tauromaquia, pero terminaron sus vidas acosados por la hostilidad en el terreno profesional, y derrotados moralmente por las penosas circunstancias que pretendían impedir sus matrimonios con Guadalupe y con LupeBailaor e Islero solo fueron actores de reparto en ambos dramas, los verdugos que cargaron con las culpas. León Felipe, en los sentidos versos del poema «Vencidos», simboliza la derrota de don Quijote en la playa de Barcino —nombre romano de Barcelona—. Como expresa el poema dedicado al héroe cervantino, al final de sus carreras, Joselito y Manolete también parecían quijotes. Los dos llegaron «cargados de amargura» a las plazas de Talavera de la Reina y de Linares, «vencidos», para  «encontrar sepultura» a «su amoroso batallar». 

VENCIDOS 

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.

Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,
va cargado de amargura,
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar.
Va cargado de amargura,
que allá «quedó su ventura»
en la playa de Barcino, frente al mar.

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar.
Va cargado de amargura,
va, vencido, el caballero de retorno a su lugar.

¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,
en horas de desaliento así te miro pasar!
¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura,
caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar!

Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo,
y llévame a ser contigo
pastor.

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
León Felipe

Joan Manuel Serrat compuso la música y cantó Vencidos

martes, 9 de junio de 2020

MANOLETE VISTO POR RODOLFO GAONA

Por José Alameda
Rodolfo Gaona: "Lo que antes hizo Manolete, no se le podía hacer a aquel toro".
Solo una vez, y en película, vio Rodolfo Gaona torear a ManoleteY tuvo bastante para entenderlo. ¡Qué contraste con quienes tanto lo vieron y aún no lo han comprendido!
San Sebastián, plaza veraniega de lujo, fue escenario de algunos de los mayores triunfos de Gaona en España. Sin duda por eso bautizó con el nombre de El Choko (clara evocación donostiarra) al bar que tiene en su escondida residencia de Azcapotzalco, un torreón a la izquierda del jardín, donde gusta de aislarse para hablar de toros, cuando lo visitan sus íntimos.
A El Choko le llevé una tarde un rollo de celuloide, para saber qué impresión le producía El Monstruo.
El gran Rodolfo Gaona
Gaona había conocido personalmente a Manolete en una comida en que los reunieron los redactores del diario Excélsior. Pero no lo había visto torear. Cuando le pregunté el motivo, se encogió de hombros: «No tuve ocasión. Y además, esos toreros larguiruchos nunca me inspiraron confianza». Fue toda su respuesta. Gaona es así.
Pero yo monté el proyector y nos encerramos los dos a ver la película de la célebre corrida de diciembre de 1946 aquella con Garza y toros de Pastejé, que fue inolvidable para Manolete y lo es para todos. ¿Quién la vio y no la recuerda?
Al fondo del bar, junto a una mesita en la que apoyaba el codo izquierdo, se había sentado Gaona; una copa de ginebra al alcance de su mano y el sombrero de ala ancha todavía sobre la sien derecha.
Empezó a transcurrir la película. Muda y fría. Sin color y sin ambiente. Los toreros parecían fantasmas grises flotando por el ruedo. En lugar de pasodoble el ruido sordo del proyector. Pero era un documento.
Manolete, en la pantalla toreaba a un toro negro. Su primero de aquella tarde. Un toro largo y hondo (sobre los quinientos kilos), alto de agujas y delantero de pitones. Incierto y de sentido. Un toro con pólvora, para una faena de guerra.
Rodolfo Gaona: "Ahora comprendo porque Manolete fue lo que fue...". Foto Mari 
Manolete, erguido, la muleta en la zurda, luchaba con el toro y con la geometría. Para que el pitón izquierdo, que le pespunteaba el muslo derecho, no consiguiera alcanzarlo. Manteniéndole la distancia. En corto y sin echarle la muleta hacia adelante. Porque a los toros inciertos no se les puede adelantar el engaño. Eso se queda para con los toros claros, cuando el diestro quiere dar vistosidad y dimensión a la suerte, en alarde de templanza mientras atrae al toro. Pero a un toro incierto no se le puede avanzar la muleta, como no sea para torearlo de pitón a pitón. Solo lo intentaría un loco. Y solo puede aconsejarlo un Corrochano.
A la mitad de la faena, vi que la silueta de Rodolfo Gaona se desprendía de la sombra, avanzando. Se había puesto de pie, como el espectador que se levanta en el tendido por el resorte de la emoción. Ahora, junto al haz blanco del proyector, estaba con las manos a la espalda, el pecho hacia adelante, el cuello tenso, bebiéndose aquella faena de El Monstruo al toro negro de Pastejé.
Rodolfo Gaona: "Cuando se hace eso, se tiene que ser un torero de época"
Así estuvo hasta que cayó el toro. Y allí se quedó. Pero, después, soltó las manos y aflojó el cuerpo para ver al toro siguiente. Fue Buen Mozo, aquel toro ancho y noble, al que Garza le dio pases imponentes y le cortó las orejas y el rabo.
De pronto, Gaona se volvió hacia mí: —«Fíjate —me dijo— este narizón (así acostumbra llamarle a Garza), está toreando muy bien, pero el toro es bueno. Lo tremendo fue lo otro, porque, lo que antes hizo Manolete, no se le podía hacer a aquel toro».
—«Ahora comprendo porque Manolete fue lo que fue: cuando se hace eso, se tiene que ser un torero de época».
Terminó la película. Se prendieron de nuevo las luces de El Choko. Y, sobre los muros, brillaron los colores barnizados de los viejos carteles… 1912… 1914… Sevilla… Madrid… Rafael Gómez El GalloRodolfo Gaona, José Gómez Gallito y Juan BelmonteRecuerdos que conserva El Indio Grande de su hora estelar, en la época estelar del toreo… Al frente de ellos, un cartel del año catorce: Plaza de toros de San Sebastián. Seis toros de Santa Coloma. Gaona y Gallito. Mano a mano.
Rodolfo Gaona: El Indio Grande de su hora estelar, en la época estelar del toreo... 
Acaso este cartel explica el nombre de El Choko. Como el historial de Gaona explica porque un hombre puede comprender a Manolete con un solo trozo de película.
Gaona sigue viendo y sintiendo el toreo desde el terreno dramático que va del muslo de oro, al diamante del pitón. Por eso, de golpe y sin más, entendió a Manolete. Y, por eso, algunos no lo entenderán nunca.
"Algunos no lo entenderán nunca" (Pepe Alameda). Manolete por Enrique Moratalla Barba
Gregorio Corrochano ha escrito un libro en el que le llama a Manolete torero de trucos. Y eso no puede pasarse por alto. Porque toca no solo un problema de técnica taurina, sino un problema moral. Vale tanto como decir que el torero, a sabiendas, se dedicaba a engañar al público, que fue un defraudador y, por ende, que el público todo (no solo el de España, para el que escribe Corrochano, sino el del ancho mundo taurino) está formado por bobos y por papanatas. Tales afirmaciones no pueden soltarse impunemente y menos así, de pasada como, como quien no quiere la cosa, cual deslizada mercancía de contrabando. Ni Manolete fue un sinvergüenza, ni los demás somos idiotas. Hay que calibrar el alcance de lo que se escribe.
La propensión de algunos a esgrimir el llamado argumento de autoridad, el me dijo Fuentes, o me contó Joselito, recurso admitido aunque secundario, suele combinarse con la coincidencia de invocar casi exclusivamente testimonios de toreros ya desaparecidos.
No es, por fortuna, el caso de Rodolfo Gaona, que vivo está y sea por muchos años. 
Pero, además, creo que bien valía la pena esta evocación. Junto a los viejos carteles de El Choko, fue bello aquel mano a mano entre los ojos de Rodolfo Gaona y el espectro de Manolete.
Por eso no he resistido a la tentación de contarlo.

Por PEPE ALAMEDA, de “El Redondel”

NOTA: El magnífico texto que reproducimos fue editado en Bilbao por el Grupo Amigos de Manolete. Nos lo envía desde México el aficionado manoletista y amigo David Manolo Castilla Bustamante.



MANOLO CARACOL CANTA A MANOLETE



martes, 2 de junio de 2020

RODOLFO GAONA, EL PROTAGONISTA MEXICANO DE LA EDAD DE ORO DEL TOREO

Por Antonio Luis Aguilera
Rodolfo Gaona
El mexicano Rodolfo Gaona, por sus portentosas cualidades técnicas y elegancia natural, fue de los toreros que dejó una profunda huella en el toreo de su tiempo, nada más y nada menos que la edad de oro protagonizada por Joselito y Belmonte, con los que echó el paseíllo abriendo plaza en numerosas ocasiones. Gaona, que tomó la alternativa en Tetuán de las Victorias (Madrid) el 31 de mayo de 1908, de manos de Manuel Lara El Jerezano, con quien actuó mano a mano, fue un lidiador formidable, cuya carrera, marcada por altibajos de carácter personal y de forma más concreta por el desafortunado matrimonio contraído en nuestro país, cruelmente tomado a burla por el público para humillarlo en las tardes menos afortunadas, no tuvo el máximo nivel de regularidad, lo que no impide que sea considerado el primer torero importante de la historia sin haber nacido en España, una primerísima figura del toreo de las que marcan diferencias por su templanza en el ruedo, conocimiento del oficio y magníficas condiciones artísticas.
Rodolfo Gaona en la plaza de Madrid. Foto Espasa Calpe.
En un texto editado el pasado mes de octubre en este blog (ver entrada), nos hicimos eco de la influencia de Lagartijo en la famosa dinastía de los Gallo, familia que siempre veneró y respetó como modelo magistral de elegancia taurina la figura de Rafael Molina Sánchez. En esta ocasión cruzamos imaginariamente el charco para seguir buscando la huella del genial espada cordobés, que también tuvo continuidad en México, donde Saturnino Frutos Ojitos, antiguo banderillero en la cuadrilla de Frascuelo, conocedor por tanto en primera persona de la noble competencia mantenida entre Salvador y Rafael, creó una escuela taurina en León de los Aldama, localidad natal de Rodolfo Gaona, por la que pasó como alumno mostrando unas cualidades nada frecuentes, que serían pulidas por el experto y exigente banderillero madrileño, quien inculcaría al Indio Grande las elegantes enseñanzas del Califa de Córdoba para que terminara convirtiéndose en el Califa de León.  
Rodolfo Gaona ejecuta la gaonera, lance de frente por detrás de Cayetano Sanz.
Una vez más recurrimos a la célebre sentencia del genial José Alameda: "La historia no establece dogmas, los establecen quienes la escriben". Efectivamente, como ocurriera con Manuel Jiménez Chicuelo, a quien algunos quisieron despachar históricamente en dos renglones, envuelto en el bonito papel de regalo de la chicuelina, a Rodolfo Gaona se le conoce poco más que como el inventor de la gaonera —el lance de frente por detrás del madrileño Cayetano Sanz, que por la soberana elegancia y ajuste del torero de México sería rebautizado definitivamente con el derivado de su apellido—. Mas Gaona también fue ninguneado por algunos de los plumillas que escribieron la historia, que no incluyeron al grandioso diestro azteca como el tercer hombre de la edad de oro del toreo. Desviando la atención a otra historia, la de su desafortunado matrimonio, no todos vieron para contar la inmensa torería del Indio Grande, que tanta inquietud despertó en los primeros años de ascensión al trono del toreo del magnífico Joselito —con quien finalmente llegaría a torear 139 corridas, cifra solo superada por Belmonte (258) y su hermano Rafael El Gallo (185)—, que conociendo mejor que nadie que no se trataba de ningún cualquiera, procuró orillarlo de las corridas en que actuaba con Juan, pues sabía que Gaona era un torero completo, con sello propio, de largo repertorio, conocedor de todas las suertes de capote, excelente banderillero por ambos lados, armonioso muletero y eficaz estoqueador. 
Para el gran escritor José Alameda, el espada mexicano fue insuperable en banderillas, pero también le andaba a los toros con la muleta, no solo para ir al animal o para citarlo, sino dentro del desarrollo de la faena, para mantener la reunión entre suerte y suerte, en el enlace de ellas, andándole, recolocándose sobre la marcha, siempre armónicamente.    
La gaonera en los pinceles de Ruano Llopis
Pero es Néstor Luján quien en su "Historia del toreo" nos ofrece un retrato radiográfico del Califa de León: “Gaona fue un artista extraordinario. Con el capote, en su época, tan solo le pudo superar en finura y fantasía Rafael el Gallo, aunque Gaona era más clásico y tenía un retoque más perfecto. Cultivaba unas verónicas elegantes y paradas, parecidas a las de Fuentes, aunque templando más que él, e imprimiéndoles una majestad menos rebuscada. Las daba generalmente con los brazos muy levantados. Sus faroles y navarras eran limpios e impecables. Su repertorio de largas era soberano, y entre todas, resaltaba como una joya la sobria y majestuosa larga cordobesa del gran LagartijoSus floreos en las largas cambiadas, afaroladas, revoleras y serpentinas eran de una efervescencia inaprensible. Su tijerilla de rodillas y su célebre gaonera, que resucitó del ya desvanecido repertorio de Cayetano Sanz, eran modélicas, y como tales han quedado.
Impresionante par de Rodolfo Gaona. Pamplona, 8 de julio de 1915. 
Pero lo prodigioso era su modo de banderillear. En nuestro siglo solo le igualó Joselito, pues ambos clavaron rehiletes en todas las suertes y terrenos, y de un modo perfecto. Sus preparaciones, hechas con una consciente distinción, su presteza en ejecutar la suerte, su incomparable seguridad al clavar y su perfección impecable le colocan entre los mejores banderilleros que han existido. Con la muleta, fue un portentoso muletero con los toros suaves y nobles; con los toros difíciles, se amilanó y no tuvo la precisa y férrea exactitud de Joselito, ni la acongojada belleza de Belmonte, ni la frenética temeridad de Sánchez Mejías, pero cuando el toro era suave no conocía parigual su delicadísima y aquilatada maestría. Con la espada mató, algunas temporadas, muy bien a volapié. Pero, por lo general, no estaba la altura de su altísima categoría. Tal ha sido el torero que México ofreció al toreo en estos años tan intensos en que Joselito y Belmonte disputaban su hegemonía sobre las viejas arenas del ruedo ibérico”.
Adorno de Gaona en la plaza de Madrid. Foto Espasa Calpe.
Paco Aguado en su magnífico libro "Joselito El Gallo, rey de los toreros", reeditado recientemente por Editorial El Paseo, escribe refiriéndose al espada mexicano: "...el elegante Rodolfo hubiera sido, de llegar a mayor regularidad, el rival más natural del sabio de Gelves. Con un similar concepto del toreo, derivado de la línea lagartijista, y con el mismo aprendizaje clásico por distintas vías, Gaona tenía más clase que José y más poder que Belmonte. El mexicano, además, no basaba tanto su toreo en las facultades físicas como en un depurado juego de brazos. Era tan largo como Gallito pero más puro y más artista, con más prestancia y más temple. Y mucho mejor con las banderillas y con la espada. Cuña de la misma madera, podía ser, desde luego, un molestísimo enemigo. Pero a Gaona le faltó, en general, capacidad de lucha, la fibra suficiente para mantener el ritmo de los dos colosos...".
Las imágenes del video que insertamos al final de este texto hablan por sí mismas de la inmensa capacidad y torería del espada mexicano, de quien Juan León (Julio Fuertes), reivindicó su figura en la revista El Ruedo de Madrid en una editorial titulada “La terna de la Época de Oro”:
“Ya dejé apuntado que en la edad de oro del toreo, así llamada por los furibundos partidarios de Joselito y Belmonte, con estos dos diestros sevillanos se completaba una terna que hoy me parece justo llamar de oro, con el mexicano Rodolfo Gaona. Es indudable que Rafael el Gallo y Vicente Pastor, entre otros, también “cortaban el bacalao” y con los cuales y algún otro diestro de la terna de oro, se montaban carteles de gran atractivo para el público… Pero el cartel máximo de la segunda década de este avanzado siglo XX era el mencionado Gaona, Joselito y Belmonte”. 
Rodolfo Gaona en el célebre "par de Pamplona".
Terminamos esta evocación homenaje al inolvidable torero mexicano con la belleza de los versos del gran escritor y poeta José Alameda


Estampa de Gaona con Gallito

Huraño, cenceño, altivo,
quieto en la estampa te veo,
como cuando estabas vivo
en la suma del toreo.

Te da los palos José
—las banderillas, tu suerte—
Él lo sabe —y yo lo sé—
no por competir, por verte.

Por ver en tiempo y espacio
el milagro de ajustar
los pies al verso de Horacio.

Y salir como al entrar,
andando, abriendo despacio
tu gloria, de par en par.



 "Rodolfo Gaona, el toreo mexicano más trascendental", de Elías Ruvalcaba.