martes, 29 de junio de 2021

DIGNIDAD FRANCESA

Por Antonio Castillo Rebollo, aficionado. 

Plaza de Mont de Marsan, inaugurada el 21 de julio de 1889 por el 
espada de San Fernando (Cádiz) José Rodríguez Davié Pepete.

Es indudable que en el sur de Francia, la corrida de toros a la española alcanza hoy en día, cotas de inmensa popularidad y goza de una magnífica salud. Sin embargo, su devenir hasta la época actual, no ha sido precisamente un camino de rosas; al contrario, su curso estuvo plagado de incidentes, prohibiciones y campañas orquestadas que no lograron doblegar el ánimo del aficionado francés.

Hoy, quiero comentar un caso muy curioso del que fue protagonista en 1895, el torero sevillano Antonio Reverte en Mont-de-Marsan junto con Mr. Paul Dorian el alcalde de esta ciudad. Pero antes, el bondadoso lector me disculpará que lo haga navegar por mi personal y procelosa laguna Estigia, con el siguiente y largo preámbulo:

El sevillano Antonio Reverte  

Tanto en el sudoeste como en el sudeste francés viene de muy antiguo la costumbre de jugar con el toro -tauromaquia-. Se pierde en la noche de los tiempos la existencia de un toro salvaje en los pantanos de la Camarga, cerca de donde desemboca el Ródano. Es un toro pequeño, pero duro, muy ágil, con mucho brío y agresividad  y   descarado  de  pitones  en forma  de  lira -cornialto o cornipaso-.  Desde hace varios siglos, a este toro se enfrentan a cuerpo limpio unas cuadrillas de mozos que, con sus recortes, quiebros y saltos espectaculares burlan su codiciosa embestida. Según Cossío que se apoya en la información que le proporciona Auguste Lafront, “…a principios del siglo XIX, en Arlés, las fiestas taurinas continuaban con brillo una tradición, sin interrupción, desde hacía casi tres siglos…”. Sin embargo, la implantación de la corrida española con matadores de a pie y picadores es cosa mas reciente. Concretamente la primera de ellas se celebró el 21 de Agosto de 1853 en Saint-Esprit, un pequeño pueblo aledaño a Bayona y donde existía desde 1850 una pequeña placita destinada a ofrecer espectáculos de corrida a la landesa. La plaza se llenó de un público expectante que acudió a ver al famoso espada madrileño Cúchares, que se enfrentó él solo a cuatro toros navarros y dos andaluces. Este primer cartel, publicado por Pelletier, está cuidadosamente impreso en Bayona y con grandes caracteres tipográficos anuncia: “Grandes Courses Espagnoles de Taureaux”. A esta primera corrida, seguirán otras dos, los días 22 y 23 del mismo mes. El impacto de las corridas españolas con toros de muerte fue tremendo. Según Pelletier, periódicos locales como Le Courier exhortaban a sus lectores con estos términos tan ardorosamente beligerantes y combativos: “Appel est fait à la jeunesse bayonnaise; une brèche est déjà ouverte: à l’assaut, à l’assaut!” (Un llamamiento a la juventud de Bayona; se ha abierto una brecha: ¡Al asalto, al asalto!).

Toros de la Camarga francesa

Apoyando la implantación de la corrida española, como se le llamaba en Francia al nuevo espectáculo tauromáquico, Aguado de Lozar que había sido el avispado empresario navarro de estas primeras corridas en Bayona, bajo el seudónimo de M. Oduaga Zolarde, da a la imprenta el primer tratado de tauromaquia escrito en francés: “Les courses de taureaux expliquées”, libro rarísimo donde los haya, que se publicaría en Bayona en 1854, por la imprenta de Lamaignère, con 148 páginas más cuatro láminas grabadas a la litografía, con escenas taurinas. 

A partir de entonces, se fue extendiendo la corrida española por todo el sur de Francia: Andrés Fontela inauguró la primera plaza de Béziers en 1859, el novillero guipuzcoano Manuel Egaña (Relojero) pisó por primera vez las plazas de Mont-de-Marsan, Dax y Saint-Sever en 1860, el matador de toros catalán Pedro Aixelá (Peroy) lo hizo en la de Marsella en 1861.

En la década siguiente, matadores de cartel como Currito, Ángel Pastor, Gordito, se dejaron ver, especialmente en Nimes, donde en 1885, una muchedumbre enorme, se reunió para ver actuar al famoso espada Frascuelo.

Una de las dos plazas de toros de París. La Torre Eiffel al fondo

En 1889, se llevó a cabo un esfuerzo muy importante para que arraigara la corrida de toros española en el corazón de Francia -París- con motivo de la Exposición Universal. Nada menos que se construyeron dos plazas de toros: una en terrenos de la propia Exposición y otra, mejor acondicionada, en el cruce de la rue Pergolèse y el boulevard de Lannes, bautizada en los carteles –en castellano- como “Gran Plaza de Toros du Bois de Boulogne”. Para la ocasión se tiraron carteles con gran lujo y tamaño, en cromolitografía, y que se hicieron tanto en España, por el pintor Daniel Perea (Lit. Palacios, de Madrid), como en París, donde el famoso cartelista Jules Cheret no desdeñó el realizar un atractivo affiche que se tiró en la imprenta de Chaix. En la extraordinaria colección de carteles del coleccionista catalán Jordi Carulla hay magníficos ejemplos de este artista y otros cartelistas franceses como Baylac, Million, Diffre. Ese mismo año, se dieron en la capital francesa nada menos que 28 corridas, con la participación de primeros espadas, tales como Ángel Pastor, Valentín Martín, Mazzantini, Lagartijo, Frascuelo, Cara Ancha, Guerrita y otros más. Curiosamente, durante estos cuatro años -de 1889 a 1893- se celebraron bastante mas de un centenar de corridas y estos festejos parisinos sirvieron para favorecer los intereses de muchas de las plazas del sur de Francia, ya que las empresas de las mismas aprovechaban el paso de los diestros contratados en París, para asegurarse su concurso, y así vieron torear en Marsella a Fernando el Gallo y Mazzantini. En Dax a Faico, Minuto y Guerrita, ó a Ángel Pastor en Mont-de-Marsan. 

Torerísimo quite de Fernando el Gallo en la plaza de Madrid
mientras acude el picador reserva. Fotografía Jean Laurent.

Sin embargo, en París, no todo fueron facilidades para la implantación de la corrida de toros -que nunca logró arraigar allí- y así, años mas tarde, también en París, el 5 de junio de 1900, el torero aragonés Ramón Laborda (el Chato) actuó en la corrida inaugural de la plaza de toros de “Arenas de Enghien”, construida con motivo de la nueva Exposición Universal, a las órdenes del matador francés Félix Robert. Camino de la plaza, un sicario contratado por la Sociedad Protectora de Animales, de nacionalidad sueca y llamado Ivon Aquelli, disparó varios tiros contra el coche de los lidiadores en protesta por la celebración de corridas de toros, alcanzando a “El Chato” en el brazo y costado izquierdos, aunque las heridas fueron afortunadamente muy leves. Esto dio motivo para que Roberto Casañal, en un raro y gracioso folleto “Romance, vida y retrato de Ramón Laborda (el Chato) editado en Zaragoza en 1913 y escrito en forma de romance, nos relate el atentado con su fina ironía, diciéndonos que: “como le apuntara a la nariz, ¡está claro! No le dio ninguna bala”.

Ramón Laborda "El Chato"

Y llegamos al nudo de nuestra historia. Ante el auge creciente de las corridas de toros, los años de persecución, que nunca habían desaparecido, se recrudecieron en 1894, con la aparición de continuas trabas administrativas y legales y prohibiciones gubernamentales procedentes de París. Esta situación aún empeoró más en 1895, pues el nuevo ministro del Interior, Mr. Georges Leynes había reanudado una lucha áspera a favor de la prohibición de las corridas, de modo tal que, si un matador de toros daba muerte a su toro durante la lidia del mismo, se le entregaba un decreto de expulsión que le impedía volver a Francia para una nueva corrida y entre los que figuraron expulsados Bombita (Emilio), Chicorro, Fabrilo, Minuto, Marinero, Fuentes, Lagartijillo, entre otros. De esta manera, las empresas francesas quedaban obligadas a contratar nuevos matadores que no estuviesen incursos en ningún decreto de expulsión. No se le ocultará al avisado lector que, ante la falta de matadores, por culpa de estas triquiñuelas legales (Ley del 2 de Julio de 1850. Ley Grammont), la corrida española, corría un serio riesgo de desaparecer en un corto plazo de tiempo de las arenes francesas.

El torero francés Félix Robert

Cualquier aficionado francés que sea conocedor de la historia taurina de su país -que son los más- se sabe deudor de personas como Paul Dorian y es gracias a él y a otras personas como él, que, con toda normalidad, se celebren tantas y tan buenas Ferias taurinas en nuestro país vecino. 

Aquel año de 1895, en el apogeo de su fama, Antonio Reverte fue contratado en Mont-de-Marsan para torear dos corridas, una de Carreros y otra de Flores, los días 14 y 16 de Julio. En su primera -como veremos a continuación- y única corrida del día 14 Reverte, según la crónica que publica la revista madrileña El Toreo (núm. 1139 del 22 de julio de 1895) “estuvo regular en la muerte del cuarto toro y superior en al de los bichos segundo y sexto lo que le valió grandes ovaciones, así como entusiasmó a las masas con sus recortes capote al brazo y toreando de capa”. Estaba previsto que toreara de nuevo el día 16, pero una orden de expulsión del país, por haber consumado la mise a mort, se lo impedía. París había dispuesto que un comisario especial investido de los poderes pertinentes que le delegaba la Convención, para que se encargara personalmente de la expulsión inmediata del matador español. 

Antonio Reverte con su cuadrilla

Enterado el alcalde Paul Dorian, y en vez de obedecer la orden, decide esconder al torero en su propio domicilio, con el ánimo de hacer creer al comisario que el diestro ya había tomado el tren a Hendaya, de regreso a España y por el medio de los hechos consumados, hacer que este toreara de nuevo y por sorpresa el día 16. Noticioso el comisario de lo que sucedía, ordenó que Reverte fuese detenido y escoltado hasta la frontera. El alcalde puso en juego todas sus influencias para que no se diese cumplimiento al auto de expulsión y al no conseguir su revocación, acompañó al torero hasta la estación, suponemos que sería a altas horas de la noche, cuando el convoy que procedía de París y con destino a Hendaya, hacía su escala en Mont -de- Marsan y una vez que partió el tren hacia la frontera, regresó andando al Ayuntamiento, en cuyo tablón de anuncios fijó un aviso anunciando su dimisión, lo que le valió, dicen las crónicas, grandes y unánimes aplausos de todo el vecindario, que ya previamente, se había manifestado frente a la casa del mismo alcalde, pidiendo la celebración de la corrida del día 16 con Reverte en el cartel.  

lunes, 21 de junio de 2021

EMILIO MUÑOZ Y LA HISTORIA DEL TOREO

Por Antonio Luis Aguilera

Joselito invita al toro a curvar la trayectoria y seguir la muleta.

En la corrida televisada ayer por Movistar Toros desde Granada, el matador de toros Emilio Muñoz, posiblemente dejándose llevar por su pasión trianera, no tuvo reparos en reproducir una herejía taurina que a buen seguro levantó de sus sillas a no pocos aficionados, cuando manifestó: «Dicen que Chicuelo fue el primero en ligar los pases con la muleta», para asegurar con rotundidad a continuación que la línea del toreo moderno viene de Belmonte, Chicuelo y Manolete. Y se quedaba tan tranquilo silenciando a José Gómez Ortega Gallito, lo que induce a pensar que, después de tantos años, la Sevilla taurina sigue dividida entre partidarios de Joselito y Belmonte.  

Los comentarios que se expresan en las corridas televisadas deben tener un sólido soporte, pues cuando se habla para una audiencia no sirven las historietas de andar por casa. Al explicar la evolución del toreo moderno se ha de saber de lo qué se está hablando, y poner en su sitio a los protagonistas que la hicieron posible, sin reproducir historietas que no son ciertas. Los panegiristas del belmontismo suelen recurrir a explicaciones ambiguas sobre el origen de la ligazón de los pases de muleta, utilizando malabarismos verbales de los que a veces no saben salir. Esta falta de rigor y fundamentos históricos molestan a quienes conocen la historia, razón por la que no debería olvidarse que se habla para aficionados de un canal de pago.        

Chicuelo, el creador de la faena moderna, al natural con Corchaíto.
Madrid, 24 de mayo de 1928

Para la evolución del toreo moderno resultó indispensable desarrollar la técnica dictada por Guerrita en su Tauromaquia, y esa fue desarrollada por Joselito, auténtico gozne del toreo contemporáneo. Guerrita no solo desterró la antigua verónica, el lance donde el torero citaba de frente y levantaba  ambos brazos para despedir al toro, sino que la colocó de perfil para jugarlos indistintamente. Del mismo modo, el cordobés vaticinó la ligazón del toreo en redondo, al prescribir que el pase regular se instrumentaría estirando el brazo hacia atrás, describiendo con los vuelos de la muleta un cuarto de círculo, y no se remataría necesariamente con el de pecho, sino que sería repetido las veces que el animal lo permitiera.

Chicuelo y el toro Dentista. México 25 de octubre de 1925.

Gallito abrazó esta técnica en su tauromaquia, y la desarrolló en la mayoría de sus faenas, donde al finalizar el pase natural dejaba la muleta en la cara del toro para conducirlo hacia atrás y repetir la suerte. Aquellos trasteos, ayunos de estética y quietud, tuvieron una enorme trascendencia histórica, pues estaban acunando un nuevo toreo, mientras que Belmonte, considerado por algunos el padre del toreo moderno, no incluyó en su faena, salvo por excepción debidamente contrastada en las hemerotecas, la ligazón del pase regular o natural. Sus faenas, de las más cortas del toreo, cobijaban el pase natural ligado con el de pecho, trincheras, ayudados por alto y molinetes.

Manolete torea al natural al toro Perfecto, de Miura.
Barcelona, 2 de julio de 1944. Foto Mateo.

El toreo de Joselito halló continuidad en Manuel Jiménez Chicuelo, que embellecería con la gracia de su arte la obra de José, pues el espada de la Alameda de Hércules consiguió dar otra vuelta de tuerca al planteamiento gallista de la ligazón al alternar los terrenos de adentro y los de afuera, para eslabonar los pases en series, creando con aquella sucesión de muletazos un nuevo modelo de faena, que por su belleza halló una inmediata acogida entre público, que aceptaba entusiasmado ese toreo de mayor quietud, reunión y  armonía. La historia demuestra que si José y Juan fueron grandiosos y complementarios, no lo fue menos Chicuelo, que influyó decisivamente en el curso de la faena moderna, la que elevó a definitiva Manolete, que con su valor y regularidad implantó su estructura para que fuera adoptada por todos los toreros para manifestar su arte.

Consideramos que para hablar de la historia del toreo es necesario dejar a un lado las rivalidades entre Triana y Sevilla. El curso de la creación, implantación y desarrollo de la faena ligada en redondo tiene tres nombres propios: Joselito, Chicuelo y Manolete. 

miércoles, 16 de junio de 2021

«LAGARTIJO»: APUNTES Y ANÉCDOTAS

 

Lagartijo. Óleo de Antonio Bujalance.

APUNTES:

—El primer Califa del toreo, Rafael Molina Sánchez, nació en el barrio de la Merced de Córdoba el 27 de noviembre de 1841. Era hijo del banderillero Manuel Molina Niño Dios y de María Sánchez, hermana del torilero cordobés Poleo. (Recomendamos por su valor histórico leer el documento “El barrio y la familia de los Poleo, de Rafael Sánchez González). PULSAR PARA VER

—Por la facilidad que de niño tuvo Rafael para trepar por las tapias del matadero de Córdoba, y esquivar con agilidad de lagartija al guarda del mismo (que era el padre de Guerrita), fue inmortalizado con el apodo que pasó a la historia del toreo. Aún así, entre sus familiares, siempre fue conocido como El Chico.

—Durante su niñez Lagartijo fue mozo de nave del Matadero de Córdoba, y fue por su afición a sortear las reses bravas que llegaban para el sacrificio lo que provocó su expulsión del mismo. La revista La Lidia de 27/10/1884 publicó el curioso oficio que la alcaldía de Córdoba dirigió al alcaide del Matadero: «Noticioso de que el mozo de nave Rafael Molina se permite saltar las tapias de los corrales del Matadero para lidiar las reses bravas destinadas al abasto público, infringiendo de este modo los preceptos reglamentarios y burlando las órdenes dictadas con repetición para impedir este abuso, he resuelto prevenir a usted que expulse del establecimiento al referido joven, prohibiéndole su entrada en lo sucesivo y deteniéndolo a disposición de esta alcaldía, si vuelve a saltar el edificio, para imponerle la corrección oportuna. Córdoba, 16 de mayo de 1857. - J. García Lovera».

Antiguo barrio del Matadero en el Campo de la Merced.

Rafael Molina se presentó como banderillero en Córdoba el 8 de septiembre de 1852, con tan solo diez años de edad, en la corrida mixta que con motivo de la Feria de la Fuensanta organizó el Ayuntamiento de la ciudad. Se lidiaron seis toros y dos novillos de don Rafael José Barbero, encargándose de la muerte de los toros José Carmona (el Panadero), que toreaba por primera vez en Córdoba, y Antonio Ortega. Ambos llevaban sus cuadrillas. El cartel anunciaba que para la lidia de los dos novillos eran espadas Antonio Luque y José Sánchez, de catorce años de edad; picadores, Juan de Dios Martínez (a) Riñones, y Rafael Álvarez (a) Onofre, de quince años ambos; y banderilleros Mariano Bejarano, Francisco Quesada, Manuel Fuentes (a) Bocanegra, de catorce años, y Rafael Molina (a) Lagartijo, de once años. Todos los lidiadores vecinos de Córdoba. El día 29 del mismo mes se verificó otra función de novillos de muerte lidiados por los mismos toreros, pero en ese cartel Rafael Molina ya ocupaba el primer puesto entre los banderilleros.

—En 1862 Lagartijo entró a formar parte de las cuadrillas de los hermanos Carmona, Manuel y Antonio. Un año antes ya figuró en la del infortunado José Dámaso Rodríguez Pepete (tío abuelo del histórico Manuel Rodríguez Manolete).

Rafael Molina Lagartijo

—Lagartijo echó su primer paseíllo en la plaza de Madrid el 13 de septiembre de 1863, actuando como banderillero de Antonio Carmona el Gordito. De aquella actuación se hico eco J. Pérez de Guzmán: «...apenas tocaron a banderillas en el segundo toro, se adelantó para realizar esta suerte; una parte del público concurrente al tendido 5, en cuya localidad el Gordito contaba con un inmenso partido, gritó “el quiebro” “el quiebro” y, en efecto Lagartijo echose hacia los tercios y alegrando al toro lo aguantó hasta el momento de meterle la cabeza, en cuyo acto se cambió con tal aplomo, arte y serenidad, metiendo los brazos y resultando un par tan perfectamente puesto y en tan buen sitio, que el público no pudo por menos de admirarse de quien aquello hacia hubiera estado alejado del circo de Madrid hasta aquel día».


—Tomó la alternativa en Úbeda (Jaén), el 29 de septiembre de 1865. Su maestro Antonio Carmona el Gordito le cedió la muerte del toro Carabuco, de la marquesa viuda de Ontiveros. Confirmó en Madrid el 15 de octubre del mismo año. Cayetano Sanz fue el padrino, completando el cartel el Gordito. El toro de la ceremonia atendía por Barrigón y pertenecía al hierro de doña Gala Ortiz, ganadería que lidió tres reses junto a otras tres del hierro de  la viuda de Benjumea. Así rezaba el cartel, que años más tarde copiaría Guerrita: “Espadas: Cayetano Sanz, Antonio Carmona (el Gordito) y Rafael Molina (Lagartijo), que alternará por primera vez en esta plaza, confiando, más bien en la indulgencia del público que en sus propios merecimientos, y procurará desempeñar con el mayor lucimiento, desde esta corrida, las obligaciones que le impone su nueva categoría”.  

Salvador Sánchez Frascuelo

—Lagartijo mantuvo con Frascuelo una competencia que duró veintidós años. La rivalidad comenzó en la feria del Corpus granadina de 1868 y duró hasta que el torero granadino se retiró en el año 1890. Ambos espadas torearon juntos en Madrid los años 1869, 1871 a 1876, 1878, 1880, 1885, 1887 y 1889. Rafael fue contratado veintiún años en esta plaza, y Salvador diecisiete.

—Tras actuar en la feria de abril de Sevilla del año 1884, cansado de la hostilidad del público hispalense, Rafael Molina decidió no volver a hacerlo en la plaza de la Real Maestranza.

—Lagartijo tuvo el triste honor de rematar al toro Peregrino, de la ganadería de don Vicente Martínez, causante de la cornada que dejó inútil para el toreo a Antonio Sánchez el Tato. El hecho ocurrió en la plaza de Madrid el 7 de junio de 1869. Lagartijo y Frascuelo torearon las corridas contratadas por el Tato para aquella temporada y le entregaron los honorarios íntegros. En agradecimiento, el infortunado matador regaló al diestro cordobés el estoque de aquella tarde, que está depositado en el Museo Taurino de Córdoba, con la siguiente dedicatoria grabada en ambas hojas: «Si como dicen los filósofos, la gratitud es atributo de las almas nobles, acepta, querido Lagartijo, este presente y consérvale como sagrado depósito, en gracia a que simboliza el recuerdo de mis glorias y representa a la vez el testigo mudo de mi desgracia. Con él maté el último toro, llamado Peregrino, de don Vicente Martínez, cuarto de la corrida verificada en Madrid el 7 de junio de 1869, en cuyo acto recibí la cogida que me ha producido la amputación de la pierna derecha. Ante los designios de la Providencia, nada puede la voluntad de los hombres. Sólo le resta conformarse a tu afectísimo amigo, Antonio Sánchez Tato».

Lagartijo en la plaza de Madrid

—Rafael Molina toreó su última corrida en la plaza de Madrid el día el 1 de junio de 1893, festividad del Corpus Christi. Debido a la enorme expectación del festejo, las autoridades eclesiásticas accedieron a que la procesión del Santísimo se celebrara por la mañana.

—Durante su vida profesional Lagartijo actuó en 1.632 corridas, de ellas 404 en la plaza de Madrid, y estoqueó 4.867 toros.

Rafael Molina Fue proclamado Califa del toreo por el crítico aragonés don Mariano de Cavia y Lac.

Lagartijo ostentó el cargo de Hermano Mayor, entre los años 1880 a 1890, de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Caído, popularmente conocida como la cofradía de los toreros. Rafael regaló al sagrado titular una túnica de terciopelo morado, bordada en oro. De esta Hermandad, anterior y posteriormente, también fueron Hermanos Mayores los espadas José Dámaso Rodríguez Pepete y Manuel Rodríguez Manolete.     

Busto de Lagartijo en la calle Osario de Córdoba
                                              

Lagartijo falleció en Córdoba el 1 de agosto de 1900, a los 58 años de edad, en su domicilio de la calle Osario, número 10. El funeral se ofició en la iglesia de San Miguel. Ocho días después de la muerte del Califa, abandonaba el toreo para siempre su hermano Juan Molina Sánchez, quien está considerado uno de los mejores peones de brega de todos los tiempos, conocido entre sus familiares como el Bolé, y de quien llegó a decirse que un capotazo suyo era una lección de geometría.  Después de treinta y dos años de toreo activo, y con cuarenta y nueve de edad, dejó que su hija Luisa le cortara la coleta. Después de la retirada de su hermano, tan excepcional banderillero había bregado a las órdenes de Mazzantini, Guerrita y Conejito.

ANÉCDOTAS:

—A nivel personal Rafael Molina destacó por su sencillez y humildad. En cierta ocasión, cuando Frascuelo echaba sapos y culebras contra sus detractores, el cordobés le susurró: «A ti te va a perder la boca»

—Otra vez, a un banderillero que blasfemaba en la puerta de cuadrillas, le dijo, mirándole a los ojos: «Compadre, si nos engancha un toro dentro de media hora ¿sería usted capaz de repetir eso mismo a ese Señor del que ahora está diciendo tantas cosas malas?».

—En otra ocasión, camino de la plaza, Lagartijo comprobó que no llevaba el escapulario de San Rafael. El torero ordenó a los miembros de su cuadrilla que fueran a buscarlo: «Yo no puedo torear si no me acompaña mi paisano».    

Despacho de Lagartijo expuesto en el Museo 
Taurino de Córdoba, antes de ser remodelado.

—Como siempre ocurrió con las rivalidades, el público pretendió enemistar a Lagartijo y Frascuelo, rivales en el ruedo pero entre los que siempre existió una noble y entrañable amistad. Lo prueba la anécdota protagonizada por ambos en Madrid el 13 de julio de 1873, cuando Rafael se encontraba convaleciente de la cornada más grave que sufrió como torero, ocurrida en esta plaza el 22 de junio del mismo año (al entrar a matar muy en corto y despacio al primer toro de Bermúdez, este le suspendió del brazo derecho, ocasionándole en el mismo una penetrante y gravísima herida, de la que no curó completamente hasta el mes de septiembre). El cordobés acudió al coso para presenciar la actuación de Salvador, que cosechó un gran triunfo. Frascuelo le brindó la muerte del toro Cantarillo, al que realizó una gran faena que el público premió lanzando sombreros, puros y hasta una petaca. Rafael, puesto en pie, envolvió su reloj de oro en un pañuelo y se lo arrojó a su compañero.

—En una ocasión preguntaron a Lagartijo en San Sebastián quiénes eran, a su juicio, los mejores matadores. El cordobés contestó: «Primero Salvador; luego, Frascuelo».

—No era menor el afecto de Salvador por Rafael. En otra ocasión un empresario regateaba al granadino la contratación de tres corridas de toros y Frascuelo no bajaba un céntimo de lo pedido. “No sea usted tirano -le dijo el empresario- y tenga en cuenta que Lagartijo me ha rebajado quinientos reales. Frascuelo le respondió: “¿Pero es que torea conmigo Rafael? ¡Entonces ponga usted lo que quiera!”.

Frascuelo

—Tampoco faltaba el buen humor entre ambos toreros. Los hermanos de Rafael y Salvador, Manuel Molina y Paco Sánchez, gozaron de escasa fortuna en el toreo. Frascuelo dijo a Lagartijo: «Los mejores matadores, tú y yo. Los peores, tu hermano y el mío».

—Rafael desplazó a todos los toreros de su época, excepto a Frascuelo, con quien entabló una rivalidad artística que fue bautizada como La edad de Oro del Toreo. Y aunque ciertamente nadie pudo competir con ellos, cuando el señor Fernando el Gallo se sentía inspirado y toreaba como sabía y los duendes le dictaban, el cordobés decía al de Churriana: «Vamos a sentarnos en el estribo a ver torear».

—Cuando falleció la esposa de Lagartijo, los familiares de esta reclamaron al torero los bienes gananciales. Rafael se desplazó a Madrid para consultar al jurista don Manuel Alonso Martínez, amigo y partidario del torero, quien le dijo: “Sí, es duro, pero yo lo he hecho y es legal”. A lo que el torero contestó: «¡De modo y manera, don Manuel, que mi suegro en     el tendido y yo en el redondel, hemos toreado a medias!».

Panteón de Lagartijo. Cementerio Virgen
de la Virgen de la Salud de Córdoba.

—La muerte de Rafael Molina se venía venir en sus últimos meses de vida; ya no caminaba con su habitual garbo, sino ausente. Guerrita la adivinó en una de sus sentencias: «No le digo a usted más que le andan las moscas por la cara y no se las quita. Para mí que el pobre no vive un mes».También el propio torero llegó a intuir su final. Pocos meses antes de su muerte le visitó su pariente Rafael Bejarano Carrasco Torerito, que también se encontraba enfermo de una grave dolencia hepática, y el Califa, presintiendo el inmediato final de ambos, le dijo: «Rafael, prepara las maletas que vamos a hacer un viaje muy largo».

Antonio Carmona el Gordito, maestro de Rafael Molina a quien llevó fijo en su cuadrilla y cedió en ocasiones la muerte de algún toro, sobrevivió a su discípulo. En el entierro del inolvidable torero cordobés, el viejo maestro lloró ante los restos de Lagartijo y llegó a decir noblemente entre lágrimas: «Nunca pude vencerte».

BIBLIOGRAFÍA:      

-“Lagartijo y Frascuelo y su tiempo”. Antonio Peña y Goñi. Espasa-Calpe 1994.

-“Historia Ilustrada de la Tauromaquia”. Fernando Claramunt. Espasa-Calpe 1992.     

 -“Los Toros”. Enciclopedia Taurina. José María de Cossío. Espasa-Calpe.

-“Toreros Cordobeses”.  J. Pérez de Guzmán. Córdoba 1880.

-“Antes y después del Guerra”. F. Bleu. Colección Austral. 1983

-“Paseos por Córdoba”. Teodomiro Ramírez de Arellano. Librería Luque 1976.

-“Dos siglos de Tauromaquia Cordobesa” (Siglos XVIII-XIX). Ayuntamiento de Córdoba.  Museo Municipal Taurino. 1990.

-“Tauromaquia Cordobesa”. José Luis de Córdoba. Everest 1978.

martes, 8 de junio de 2021

GARZÓN APUESTA POR LOS AFICIONADOS

Por Antonio Luis Aguilera

Cartel de la corrida de Morón de la Frontera
 

José María Garzón ha vuelto a confeccionar un espectáculo de los que pone de acuerdo a los aficionados, programando para el viernes 18 de junio una atractiva corrida en la plaza de Morón de la Frontera (Sevilla), donde se jugarán toros de las divisas de Murube y Juan Pedro Domecq, por el riojano Diego Urdiales y los sevillanos Juan Ortega y Pablo Aguado, terna que por concepto, temple y acento personal la afición anhelaba ver reunida en un cartel. 

Presidido por una fotografía del legendario Curro Romero, para que no haya dudas de que se trata de una corrida de marcada inclinación artística, Garzón ofrece un cartel de auténtica categoría, válido para cualquier feria importante si se hicieran las cosas como se tendrían que hacer, es decir, pensando en la afición, la que sufraga el espectáculo pagando en taquilla, aunque hace tiempo que los comisionistas que surcan los oscuros mares del toreo le perdieron el respeto, y en lugar de ofrecerle menús de su gusto, acordes al elevado precio de las entradas, le impusieron el plato de lentejas programando rancias combinaciones de sus representados, en un intercambio de espadas amortizados por vistos o caducos, que como los malos sofritos se repiten cansinamente por los ruedos de la antigua Iberia.

Por el bien del toreo anhelamos que la corrida anunciada en Morón de la Frontera culmine con éxito, con el triunfo que merece el loable gesto de apostar por la afición, por ofrecerle lo que de verdad quieren ver los catadores del buen toreo clásico y templado, ese que por la verdad y belleza de su expresión emociona y hace que salgan de las plazas locos de contentos si los espadas se acoplan con los toros. Otro paso firme en la valiente y brillante gestión empresarial de José María Garzón, que sigue haciendo camino al andar en su apuesta por el toreo, mientras quienes lo pusieron como un trapo el pasado año, los altos cargos del sindicato de empresarios —que aún no se han disculpado de esas acusaciones que fueron desmontadas por la Unidad de Policia Nacional de la Junta de Andalucía por la corrida de El Puerto de Santa María—, ni dieron toros en 2020 ni se han estrenado en 2021.  «Obras son amores, y no buenas razones».

miércoles, 2 de junio de 2021

TEMPLAR

Por Antonio Luis Aguilera 

Juan Ortega. Foto T. Moreno

En una revista taurina leí hace años las declaraciones del gran picador Alfonso Barroso, en las que aseguraba que el maestro Antonio Ordóñez había sido el único que él había visto cambiar con su temple la velocidad de las embestidas de los toros.

El pasado 14 de mayo, en un tentadero celebrado en la finca Villalobillos, donde tuve el honor de acudir invitado por el ganadero Ramón Sánchez Recio, fui testigo de la tienta de dos novillos de su ganadería, faena que corrió a cargo del matador Juan Ortega, y pude observar como la colocación en el cite del torero, siempre encajado, y su extraordinario temple sometían la brava embestida del exigente animal —¡qué seriedad y emoción la de este encaste cuando sale uno en Arranz pidiendo la documentación—, al que enganchó y llevó con ese toreo clásico y relajado, que por armonía, elegancia, belleza y acento personal concita actualmente las miradas de los aficionados de todo el orbe taurino.

Terminada la faena campera, mientras conversaba con Juan Ortega, se acercaron dos extraordinarios picadores cuyos nombres conocen bien los aficionados veteranos: los hermanos Ambrosio y Francisco Martín, ambos grandes figuras del toreo a caballo de su tiempo, que querían felicitar personalmente al matador por su buen hacer. Habló Ambrosio, mientras Francisco asentía a las sinceras palabras de su hermano:

—Enhorabuena, maestro. Por bravo no era fácil templar a ese toro cómo usted lo ha hecho. Tenía mucho que torear y se le ha venido con mucho poder a la muleta, pero ha terminado entregado por el temple que usted tiene, que no es fácil de ver en la profesión, porque esa cualidad no la tienen muchos. Siga usted en ese camino.

Recordando los comentarios de estos grandiosos profesionales sobre el temple, releemos al gran analista del toreo José Alameda, que en su obra «Los arquitectos del toreo moderno» (Editorial Bellaterra, 2010), escribe:

—«Templar es torear despacio. No hay un despacio absoluto, como no hay un deprisa absoluto. Son términos relativos. Templar es llevar al toro a menor velocidad que la suya natural».

Juan Ortega templando en Vistalegre. Foto Mundotoro.

Tras debatir las teorías de algunos escolásticos de la crítica, continúa explicando:

—«Un toro no pasa a igual velocidad si va en línea recta que en graduada curva, como no tiene la misma cuando lleva la cabeza alta, que si va con el hocico entre las pezuñas.

Hay toreros que, al desarrollar el movimiento de ir abriendo el engaño, tienen pulso para medir, de tal manera que dibujan una curva limpia, sobre la cual va como resbalando el toro. Al tomar un punto de esa curva, el astado se encuentra con que ese punto se le desplaza, por lo que tiene que descargar su impulso hacia el siguiente, ya más cerrado que el anterior y que, a su vez, se desplaza también. Y así, sucesivamente. De esta forma, su impulso se va reteniendo y concentrando, pierde velocidad, y la suerte toda se ahonda; la rotación, a la vez que se desarrolla, se intensifica; la suerte se prolonga, se demora, gana profundidad en el tiempo y en el espacio. Este es el temple».

Y como broche al magnífico apéndice sobre el temple que figura en el libro, José Alameda confirma los juicios de los excelentes picadores citados:

—«Torear templado es torear lento. Lento con relación a la velocidad natural del toro. El que templa —entiéndase bien— no es el que lleva el engaño más lento de lo que va el toro, sino el que logra que el toro cambie su velocidad, que la aminore, que vaya más despacio».