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domingo, 18 de febrero de 2024

COINCIDENCIAS ENTRE DOS GENIOS DEL TOREO: «JOSELITO» Y «MANOLETE»

Por Antonio Luis Aguilera

José Gómez Ortega «Joselito»

Hace unos días, organizado por la Fundación del Toro de Lidia, se presentó en Córdoba el magnífico documental «Joselito el GalloEl torero sabio», una producción de Canal Sur Televisión y TVE1, que una vez estrenada desapareció de la carta de ambas cadenas y no puede ser visionada. Una pena. Y un despropósito más de estos medios, que con sus cómplices silencios condenan todo lo que tenga que ver con los toros y la historia de España, tan inseparables, en prevención de las descompuestas embestidas de los antitaurinos, que de esta manera seguirán medrando ante el silencio cobarde de la mediocre clase política que gobierna las televisiones públicas.

Este excelente documental, de momento secuestrado, nos hizo reflexionar sobre la vida del genio sevillano de Gelves y las coincidencias con otro rey del toreo, el cordobés Manuel Rodríguez «Manolete». 

Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete»

Los dos fueron hijos de toreros y quedaron huérfanos a corta edadJosé Gómez Ortega era hijo del matador de toros sevillano Fernando Gómez García «El Gallo», casado con la bailaora gaditana Gabriela Ortega Feria, que falleció el 2 de agosto de 1897, cuando su hijo menor, nacido el 8 de mayo de 1895, contaba dos años de edad. Del mismo modo, Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete», hijo del matador de toros de idéntico nombre, apellidos y apodo, casado con la albaceteña Angustias Sánchez Martínez, falleció en Córdoba en su domicilio de la calle Benito Pérez Galdós número 8 el día 4 de marzo de 1923, cuando su hijo, nacido el 4 de julio de 1917, tenía cinco años de edad. Conviene precisar que «Manolete» vivió en cuatro casas de Córdoba, aunque muchos aficionados solo conocen tres. Nació en el número 2A de la calle Conde de Torres Cabrera, de allí la familia se trasladó a la calle Benito Pérez Galdós número 8, y posteriormente, al fallecer su padre, a la Plaza de La Lagunilla, hasta que en 1942 el torero adquirió el palacete colonial de la Avenida de Cervantes.

 

Ambos vivieron una infancia con estrecheces económicas, las propias de las familias donde faltaba el soporte económico de un jefe abastecedor. Para los Gómez comenzaron a superarse cuando Rafael —el «Divino Calvo»—, hermano mayor de José tomó la alternativa como matador de toros y, definitivamente, cuando el benjamín de los «Gallo» ingresó en el escalafón superior para auparse vertiginosamente hasta lo más alto. Mientras, en el domicilio cordobés de la Plaza de la Lagunilla del barrio de Santa Marina, las dificultades desaparecieron cuando aquel muchacho flaco, de aspecto serio y triste, impuso en los ruedos el toreo que concebía desde su verticalidad de torre. 

 

«Joselito»

Tanto «Joselito» como «Manolete» fueron los amos del toreo de sus respectivas épocas y marcaron el rumbo de la Tauromaquia moderna, pues mientras que «Gallito» experimentó e incluyó en su modelo de faena habitual de muleta la ligazón en redondo de los pases naturales, concepto de toreo que habría de continuar y poner en valor con la singular belleza de su arte Manuel Jiménez «Chicuelo», que agrupando los pases en series crearía el modelo actual de faena ligada en redondo, para que años después «Manolete», que acortó las distancias con los toros para provocar las arrancadas, le otorgara continuidad al imponer el toreo ligado a la mayoría de los toros, hasta implantar definitivamente la línea de toreo gallista cuyo soporte histórico se sustenta en estos tres espadas citados. Cuidado con confundir el significado de concepto técnico con la expresión artística personal o acento de cada torero, que ahí es donde radica la confusión de los partidarios de Belmonte.

«Manolete»

A ninguno de los dos dejaron que fueran felices en sus relaciones sentimentales, pues mientras que «Joselito», enamorado de Guadalupe de Pablo Romero, tuvo que sufrir el rechazo del padre de esta y célebre ganadero, quien en los inicios del espada decía quererle como a un hijo, después, al ver que un gitano —Gabriela Ortega, la madre del torero lo era— pretendía casarse con su hija se opuso rotundamente al enlace. Según parece, finalmente y con la condición de que el espada dejara el toreo, estuvo dispuesto a consentir el enlace  que ya no llegaría porque un toro se cruzó en la toledana plaza de Talavera de la Reina. Por otra parte «Manolete», aunque en los difíciles años de censura franquista tuvo valor para ponerse el mundo por montera y vivir desde 1943 con su novia en Madrid, sufrió la irracional y cruel oposición de su madre, que nunca consintió que formalizara su noviazgo con la famosa actriz de cine Antonia Bronchalo Lopesino «Lupe Sino», boda que según confesó el torero al periodista de Diario «Pueblo» don Antonio Bellón, cuando en la madrugada del 28 de agosto de 1947 conducía su propio vehículo desde Manzanares a Linares, se iba a celebrar en Barcelona el 18 de octubre, con o sin el consentimiento de doña Angustias, sin imaginar que por la tarde un toro de Miura pondría el final a su vida en el coso de Santa Margarita de la localidad andaluza. «Bailaor» e «Islero», los toros de tan triste final, cargaron con las culpas inconfesables de quienes hicieron la vida imposible a estos toreros. 

Gregorio Corrochano, crítico taurino de ABC

«Joselito» y «Manolete» recibieron un trato despiadado de Gregorio Corrochano, crítico taurino del Diario ABC. La relación entre el crítico del periódico más influyente de España y el torero sevillano, que confesó haberle hecho muchos favores y se trataba de una persona insaciable, fue especialmente tensa desde que se llevó a cabo la construcción de la plaza de toros monumental en la capital hispalense. A «Joselito» le quitaba el sueño un acoso que consideraba cruel e injusto, mientras que desde su pedestal Gregorio Corrochano no tuvo el menor reparo en hacerle el mayor daño posible atacando por todos los frentes, incluidos los que trascendían de sus actuaciones en los ruedos, como insinuar la manipulación fraudulenta de los pitones de los toros en el cajón de curas del embarcadero ferroviario de «Los Merinales», o airear la tristeza de José por las dificultades que encontraba para formalizar su relación con Guadalupe de Pablo Romero.

Tratando de poner fin a tan áspera e insostenible relación, el matador de toros Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de «Joselito», mediaría para propiciar el acercamiento y firmar un armisticio entre el crítico y el espada, encuentro que sería conocido como el «Pacto de la Estrecha», por haberse celebrado en el restaurante de este nombre ubicado en la calle Mayor de Madrid, donde en un almuerzo José llegó a tocar el punto débil del crítico, es decir, acceder a lo que le pedía en ese momento, que era actuar por 5.000 pesetas —la mitad de los honorarios que cobraba por corrida— en la fatídica tarde del 16 de mayo de 1920 en Talavera de la Reina, localidad natal del crítico, en el festejo organizado por la propia familia del cronista de ABC, donde finalmente  hallaría la muerte en las astas del burriciego  "Bailaor", de la ganadería de la Viuda de Ortega, que era doña María Josefa Corrochano, tía de don Gregorio, en la corrida que organizaba su hijo Venancio, propietario de la plaza.

«Manolete»

Del mismo modo, «Manolete» no recibió mejor trato de don Gregorio. Narraba Guillermo Sureda que a su regreso a España en 1947, temporada que por voluntad propia no comenzaría hasta el 22 de junio en Barcelona, Manuel Rodríguez acudió como espectador a la corrida de Miura de la feria de Sevilla. En la crítica firmada por Corrochano en ABC pudo leerse: «Gitanillo de Triana» brindó a «Manolete», que estaba en un tendido. Desde lejos no se veía bien si brindaba a un torero o a un banquero. Realmente no es solo el indumento el que favorece en este caso la confusión, contribuye también que cuesta trabajo creer que en la feria de Sevilla, y particularmente en la corrida de Miura, el que es en la actualidad el primer torero de España está viendo toros desde la barrera». 

Sigue el relato de Guillermo Sureda: «Pero, en esta misma corrida Pepe Luis le brinda un toro a Rafael el Gallo, y Corrochano dice: “Cuando se levantó Rafael el Gallo al brindarle Pepe Luis Vázquez, toda la plaza vio que se levantaba un torero… Pepe Luis le llamó maestro y el maestro se puso en pie. Pepe Luis le dijo que sentía que por su edad estuviera en el tendido, porque tenía la seguridad de que con diez años menos estaría Rafael el Gallo en el ruedo con ellos, sin conformarse con verlos torear”. Marcial Lalanda estaba en el callejón, zona intermedia entre el público y los toreros. Se advertía marejadilla taurina... ¿Se puede aplaudir igual al torero que está en el tendido porque no puede ya torear que al que está en el tendido por qué no quiere torear?».

«Joselito»

José Gómez Ortega y Manuel Rodríguez Sánchez —que había dado orden a su apoderado José Flores «Camará» para que no le firmara ninguna corrida en la plaza de Talavera de la Reina— fueron víctimas del toro y, curiosamente, ambos resultaron corneados mortalmente por el quinto de la tarde —para que digan que «no hay quinto malo»—. El destino quiso que fuera el orden de lidia que habría de corresponder en el sorteo a “Bailaor” e “Islero”. 

 

La última coincidencia y la breve pero magnífica reflexión final que relatamos vienen de la pluma del grandioso historiador «José Alameda»: «los dos cubrieron ocho temporadas cada uno. «Gallito», de 1912 a 1920; «Manolete», de 1939 a 1947. Meses más, meses menos, pues la temporada de la alternativa y la de la muerte son en ambos incompletas. Corto tiempo para tan honda huella».

 

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EL PACTO DE LA ESTRECHA

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martes, 1 de noviembre de 2022

CONCHITA CINTRÓN, «LA DIOSA RUBIA DEL TOREO»

Por Alejandro A. Arredondo M.

Conchita Cintrón

“Sí; yo sé de toros. Los he visto embestir. Los he matado. Y los he visto matar hombres, y los he sentido mientras daban muerte al caballo que montaba. Sí; yo sé de toros. Y de públicos…”.     Fragmento del texto Sol y Sombra escrito por Conchita desde Lisboa en 1971.

El poeta español Gerardo Diego en unos versos del Madrigal dedicado a Conchita la retrata:

Tú sola, tú jinete, tú peona,

tú Conchita Excepción, tú iluminada

Juana de Arco a las voces de tu zona,

juraste la bandera desbocada

y abrazaste los votos del monjío

y el duro cuero, el hábito bravío.

En estos dos fragmentos escritos uno por ella y el otro por el poeta se atisba la personalidad de una mujer irrepetible, fuera de serie. 

No pretendo relatar una biografía fría y escueta de una mujer, sino que la intención es recordar a una mujer de carácter, figura del toreo, precursora del toreo a caballo y a pie, culta y sensible que supo sortear una y mil vicisitudes para conseguir su objetivo, siempre haciéndose respetar, siempre con dignidad y categoría, una mujer de una sola pieza. La recordaremos en esta semblanza con algunos pasajes que retratan su personalidad.

Su paso por el mundo, por el planeta de los toros fue un recorrido que inició desde su niñez; era hija de un militar portorriqueño (Puerto Rico estado libre asociado de USA) en retiro Francisco Cintrón Ramos y madre norteamericana Loyola Hyatt MaCarthy, nació el 9 de agosto de 1922 en Antofagasta, Chile; al poco tiempo, por el trabajo del padre en una compañía comercial norteamericana se trasladaron a Perú, la que Conchita consideró su patria. Cerca de su casa, en un barrio residencial de Lima había una escuela de equitación, por curiosidad pidió a su padre que la inscribiera en ella. Inició las clases con un maestro de origen aristocrático y rejoneador de profesión, el portugués Ruy de Cámara, bajo su influencia conoció y profundizó en el arte de Marialva y se prendió apasionadamente de dicha actividad, actividad en que su maestro como su sombra siempre la acompañó, a lo largo de su carrera de quince años en los ruedos, cuidando de ella y de sus caballos, educándola y dándole una formación integral, en rectitud en todos los aspectos de la vida. Relata Conchita en uno de sus libros, que muchos años después estuvo junto a su maestro en el lecho de muerte, y que este le murmuró con voz apenas audible: “es desagradable dar este salto a lo desconocido”, y sonriendo, previo a exhalar su último aliento, levantó la mano en el clásico gesto de un matador de toros y así se fue con ejemplar entereza, refiere Conchita.

La elegante monta de Conchita encabezando un paseíllo

Llegó a México en 1939, invitada y protegida por el matador Chucho Solórzano Dávalos, también amparada por los ganaderos de La Punta, los señores Pepe y Paco Madrazo. Toreó a caballo y a pie con pleno dominio y éxito; además aprendió y practicó las suertes de la charrería. Toreó por toda la República Mexicana, siempre en los mejores carteles y con las principales figuras de la época; aquí en Monterrey y en la región tuvo actuaciones formidables. Actuando en Guadalajara recibió su bautismo de sangre mexicano; en cinco años que permaneció en el país participó en 230 corridas; como ya decía gustaba de bajarse del caballo y echar pie a tierra, lo que realmente era su pasión, para eso se preparó. Después de tomar la alternativa como rejoneadora en la plaza de Acho el 28 de julio de 1938, ese mismo año se presentó como novillera con tan solo 15 años. El año 1936 torea por primera vez en Portugal en la plaza de Algez y en 1937 debutó en Lisboa. Se presenta en Madrid como rejoneadora el 13 de mayo de 1945.  En España en esa época a las mujeres no se les permitía torear a pie, y sin embargo, el día de su despedida, en una corrida formal en Jaén el 18 de octubre de 1950, alternando con Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez, se bajó del caballo y se fue a los medios haciendo su faena con toda tranquilidad y sin temor a represalias del régimen franquista. Su gran referente taurino, aparte de Ruy de Cámara, fue el torero vasco Diego Mazquiarán “Fortuna”, que le compartió muchos secretos del toreo. En su vida dentro de los ruedos toreó 750 corridas y recibió tres cornadas graves; actuó de México a España, en su patria adoptiva el Perú, en Portugal, Francia, Colombia, Ecuador, y muchas plazas del mundo taurino disfrutaron de su tauromaquia.

«La diosa rubia del toreo» en la plaza de Madrid

El crítico español Gregorio Corrochano dijo de ella: “El día que este torero se baje del caballo, se tendrán que subir al caballo muchos toreros”.

Tuve el honor de conocerla personalmente a principios de los años noventa en el Centro Taurino Potosino, en el tradicional Encuentro de Peñas, ya mayor y seguía manteniendo una personalidad impresionante. Su clase, su elegancia, sencillez y categoría se acentuaron con los años.

Escritora prolífica, culta, poeta, columnista en diversos periódicos nacionales entre otros El Porvenir en Monterrey y revistas como El Redondel, manejando la pluma con maestría y sapiencia, al igual que manejó sus caballos y el quehacer taurino en el ruedo, analizando siempre con objetividad y verdad los festejos que presenciaba, aplicando la capacidad y conocimiento que la caracterizaban. Escribió dos libros para editorial Diana, el primero en 1977 “Porqué vuelven los Toreros”, antología de crónicas como lo define la autora, y “Aprendiendo a Vivir” en 1979, más que una biografía es la historia de vida de una mujer triunfadora y figura del toreo, dos libros imperdibles que tanto los taurinos y los no taurinos deberían de leer. En los últimos años de vida desarrolló su veta creativa en la pintura llegando a exponer su obra.

El maestro Ángel Luís Bienvenida dijo de ella: “…ella ve, como pocos hombres lo que desarrolla el toro en la plaza, la actitud de los toreros, lo puro, lo auténtico; con una maestría, capaz de dar lecciones, a los grandes maestros del toreo. Mujer entendidísima, con personalidad arrolladora, inteligente, guapa, rebosante de señorío, con empaque único, que fue depositando en el mundo taurino la flor de su refinada elegancia”.

Al inicio de este texto, ella dice: “… yo sé de toros, porque los he visto matar hombres…”. Estuvo presente en una barrera de la plaza El Toreo aquél diciembre de 1940 cuando “Cobijero”, toro de Piedras Negras, hirió de muerte a Alberto Balderas, y tres días después debía alternar con él en Aguascalientes; en su crónica describe con exactitud esos duros momentos de la cornada mortal. Siete años después, el 15 de septiembre de 1947, en Villaviciosa en Portugal, una tarde donde alternaban ella y otro torero a caballo y dos más a pie, uno de ellos José González “Carnicerito”, su compañero de muchas tardes en los ruedos con ganado de Joaquín Esteban de Oliveira. El séptimo de la tarde “Sombrereiro” le infirió una cornada mortal en el muslo derecho destrozándole la femoral; Conchita le aplicó un torniquete en el ruedo y permaneció a su lado aún con el traje corto durante y después de la operación; cuando despertó el torero, ella le detenía la mano, hasta que expiró a las 8.30 de la mañana del día 16. Conchita avisó del deceso a la viuda del torero que vivía en Barcelona y corrió con todos los gastos del entierro provisional en la localidad lusitana.

La rejoneadora rompe plaza  

Célebre fue su encuentro con el General Maximino Ávila Camacho, Secretario de Comunicaciones del gobierno federal y hermano del presidente Manuel. Maximino era empresario, ganadero, dueño de vidas, mujeres y haciendas de aquél México todavía un tanto bronco, que apenas se asomaba a la modernidad; Conchita era una mujer muy bella, joven, alta, rubia, de ojos claros que llamaba la atención, y más por la actividad que desempeñaba. El general nunca se cansó de hacerle regalos. Caballos muy finos, una silla de montar, que nunca llegó a su destino porque el artesano era borracho y se gastaba el dinero en alcohol, por lo que cuando el general se enteró el pobre hombre fue a dar a la cárcel, donde acostumbraba terminar los encargos; además le otorgó prebendas, -beneficios o ventajas-, para que pudiera circular por las carreteras de México cualquier día de la semana, y que a su vehículo no le faltara la gasolina que en ese tiempo estaba racionada; también la nombró policía secreta del estado con su clásica charola (credencial). Tenía derecho de picaporte en las oficinas de la Secretaría, con solo mencionar la palabra “rejoneador” las puertas del despacho se abrían de par en par, cuando por algún motivo se presentaba en dicho lugar, citada o no. Nunca sola, siempre acompañada por su inseparable maestro Ruy de Cámara y la esposa de este. Una vez en el despacho, la orden del general a los subordinados era: “cierren las puertas, no estoy para nadie, estoy en Consejo de Ministros y empezaban a charlar de caballos”. Lo más seguro que Maximino con todas estas atenciones persiguiera otros fines, pero la rectitud e integridad de Conchita y su maestro nunca permitieron que se sobrepasara o insinuara alguna actitud insana; digamos que supieron aprovechar la oportunidad que se les presentó. Así lo cuenta ella en su libro.

Conchita toreando a caballo en la Real Maestranza de Sevilla

Una anécdota que habla de su responsabilidad y un tanto de sus “locuras”, como dijo su peón de brega y relatada por ella para un periódico, refiere más o menos lo siguiente:

Una ocasión viajando vía aérea desde Mérida a Villahermosa para actuar en un festejo en ese lugar, se enteró que no podían llegar desde México D.F. el resto de la torería ni sus caballos, por motivos de lluvias torrenciales que hacían imposible el paso hacia Tabasco; sus únicos acompañantes eran su maestro Ruy y su peón de confianza Fernando López, y al ver que no llegarían los demás actuantes, le comentó a Fernando que sería bueno que  ellos dos lidiaran a pie los cuatro toros, dos cada uno, haciendo uno de peón del otro, esto con el fin de que no se suspendiera el festejo, a lo que Fernando le comentó molesto: ¡son locuras! Ruy de Cámara apoyó a su alumna. Estando en la plaza viendo el ganado en los corrales; los toros no eran tales, sino ganado de media casta por decir algo; en presencia del hermano del gobernador del estado y el empresario de la corrida Conchita les dijo: -no se preocupen Fernando y yo, matamos dos toros cada uno, por lo que tanto el empresario y el hermano del ejecutivo estallaron de alegría; por la premura del tiempo para la celebración de la misma, el hermano del gobernador exclamó -haremos el festejo nocturno, el empresario contestó -señor, pero no tenemos alumbrado, ¡pongan focos! y los colocarían sobre el anillo; muy bien dice el empresario, pero no hay energía suficiente, si encendemos los focos el pueblo se queda sin alumbrado, -no me importa, por mis pistolas dejamos al pueblo sin luz y al que se oponga lo fusilo. El festejo se dio salvando una y mil vicisitudes, al batallar constantemente con un ganado que no se dejaba torear y rehuía dar pelea, y que cada vez que remataba en tablas queriendo huir se iniciaba un momento de apagón que hacía más difícil el intentar torear; apenas y lograron acabar con la vida de tres de los astados, ya que el último fue totalmente imposible dar cuenta de él, todo ante el enfado de Fernando López, un tanto cabizbajos regresaron al hotel; pasaje que recuerda la torera con nostalgia y sonrisas.

Belmonte y Conchita 

La culta rejoneadora, acuñó por decirlo de algún modo el término: Arquitectear y así lo refiere en uno de sus textos Arquitectura y Toros escrito en Lisboa en 1973; enseguida transcribo un fragmento publicado en el libro “¿Porque vuelven los toreros?”, partiendo de la premisa de que la arquitectura es el resumen de todas las artes: “Torear es arquitectear. El toreo puede ser romántico como el de Sánchez Mejías, sólidamente edificado sobre el valor; o gótico como el de Manolete tan esbelto y espiritual… un torero de luz ensombrecida por una mirada de penumbra; una luz semejante a las catedrales iluminadas por vidrieras. Y hay un toreo griego como el de Gaona, un toreo que banderilleando se desprende en vuelos inconcebibles, dignas de la Victoria de Samotracia. Y existe un toreo barroco, el triunfo de la línea curva y la exuberancia del adorno en la interpretación de Belmonte. Y nadie niega el toreo moderno, simple y funcional, que nos presenta “El Cordobés”. Todo esto es el toreo. Pero es mucho más aún: es Arquitectear, con la muerte, una forma de vivir…”.

Gran escritora, en un fragmento de una crónica suya, correspondiente a una corrida celebrada en Guadalajara, México, y publicada en la revista El Redondel en febrero de 1989, describe con sensibilidad y acento poético los sucesos en el ruedo y “celebra al mismo tiempo lo orgullosa que se siente el haber formado parte algún día de quienes saben pisar el ruedo ante un encierro encastado”: “…Era ganado fuerte, duro para los caballos, de buena estampa, astifino, entretenido. Y ese encierro obtuvo el milagro, en Guadalajara, de un respetuoso silencio en los tendidos… En el ruedo estaba Alejandro Silveti, deseando “romper” con calor primaveral. Se topó con Jorge Gutiérrez, verano del acontecimiento, quién trae lo suyo y cosechó los frutos del momento. Enseguida estaba Manolo Martínez –el ganadero- el de los momentos augustos del sereno otoño capaz de apagar, con su drama, a las más desbordantes primaveras… capaz de hincarse, como jamás lo ha hecho, en un lance afarolado que iluminó, aún más, la tarde esplendorosa, en que caían sombreros al paso –cada paso- de los toreros…”  ¿Acaso se puede escribir mejor de toros, y describir en unas cuantas líneas lo ocurrido en una tarde de toros? Conchita Cintrón sabía de toros. 

Conchita pie a tierra en la plaza de Oropesa-Toledo

Contrajo matrimonio con el portugués Francisco de Castelo Blanco, sobrino de su maestro Ruy de Cámara con quién tuvo seis hijos, vivió en Lisboa, donde se dedicó un tiempo a la crianza de caballos; regresó a México, vivió en Guadalajara, donde perdió uno de sus hijos en un accidente, y de nuevo volvió a Lisboa donde falleció el 17 de febrero de 2009. 

Decía que ella fue precursora del toreo a caballo y a pie, que se abrió paso en un mundo dominado por los hombres, por lo mismo también fue precursora del feminismo en una época que resulta difícil imaginar el término, una época que muchas actividades estaban vedadas para la mujer, resultaría ocioso enumerarlas. Baste decir que fue una mujer adelantada a su época, que abrió nuevos horizontes en las actividades que antes eran vedadas al sexo femenino.  

Para culminar esta semblanza conmemorativa a los 100 años de su natalicio, un poema de su autoría que publica al término en uno de sus libros:

Quisiera irme como la tarde,

entre aromas de jazmín y madreselva,

con el luto en los horizontes, y el pájaro cansado.

En el crepúsculo de mis horas, quisiera irme.

Quedo, muy quedo, en busca de la aurora.

Quedo, muy quedo, como se va la tarde.


                                                     Alejandro A. Arredondo M.

                                       Monterrey N.L. 13 de octubre de 2022 

lunes, 1 de agosto de 2022

MANOLETE RECORDADO POR PEPE LUIS

Por Antonio Luis Aguilera

Manolete y Pepe Luis en San Sebastián. Foto José Lara

El pasado 21 de diciembre se cumplieron cien años del nacimiento de una grandiosa figura del toreo: Pepe Luis Vázquez, que falleció en su Sevilla natal el 19 de mayo de 2013. Fue el espada que más ocasiones actuó con Manolete, de quien en este mes de agosto se cumplen 75 años de la trágica tarde de Linares. Entre ambos diestros existió un estrecho vínculo profesional y personal; en la profesión compartieron 135 paseíllos, distribuidos en 120 corridas de toros, 8 novilladas con picadores y 7 festivales benéficos; en lo personal existió una sincera y recíproca admiración como toreros entre José y Manolo —de esta forma se llamaban ellos—, que afortunadamente estuvo por encima de las absurdas estrategias y "duros" desafíos ideados por Marcial Lalandaapoderado del prudente diestro sevillano —quien nunca perdonó a Manolete que le anticipara su retirada—, para erosionar las amargas postrimerías del indiscutible rey del toreo de los años cuarenta, con la connivencia del crítico del diario ABC Gregorio Corrochano, el más influyente de la época. 

Chicuelo al natural con el toro Corchaíto. Madrid 24/5/1928. Foto familia Chicuelo

Abrimos un paréntesis para recordar que años antes, el célebre Corrochano, como el perejil de todas las salsas, se había despachado a su gusto contra Joselito "el Gallo" —a quien hizo la vida imposible hasta el pacto de "La Estrecha", un restaurante de Madrid donde se celebró un almuerzo a instancias de Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de Joselito, para lograr un armisticio con el crítico, que desgraciadamente conduciría al grandioso torero a la muerte en la plaza de Talavera de la Reina, donde para reconducir las relaciones acordó torear ganado de María Josefa Corrochano, viuda de Ortega y tía del crítico, siendo empresario del festejo un hijo de esta, Venancio Ortega Corrochano, con quien acordaría actuar cobrando la mitad de sus honorarios en esas plazas—. De igual forma, Corrochano ninguneó a un torero de la tremenda importancia histórica de Manuel Jiménez "Chicuelo", el creador de la ligazón del toreo en redondo, que agrupa los pases en series alternando los terrenos de adentro y de afuera, es decir, la faena actual. Y por si fuera poco, se cebó en sus delirantes juicios sobre el toreo de perfil, el de Manolete, a quien no tuvo el menor reparo de calificar como "ventajista", en clara insinuación de cobardía, y al que con verdadero desprecio también llamó «banquero» en sus crónicas. Curiosamente, durante tres décadas de la historia del toreo, Gregorio Corrochano, utilizando la fuerza del medio donde escribía, estableció hostilidades contra los tres toreros considerados como auténticos arquitectos del toreo actual, aunque por fortuna la historia acabó poniendo a cada uno en su sitio. Cerramos paréntesis.

Excelso natural de Pepe Luis Vázquez en Sevilla

Manuel Rodríguez Sánchez jamás tuvo reparos en manifestar su profunda admiración por Pepe Luis, en elogiar su arte y ponerlo como ejemplo del bien torear en las conversaciones donde se hablaba del espada sevillano, y no solo por su exquisito acento artístico, sino por la cabeza privilegiada que tenía para adivinar las condiciones de los toros. Pepe Luis fue, sin la menor de las dudas, el torero que más le gustaba a Manolete, que dicho sea de paso admiraba a todos sus compañeros, porque según él todos tenían algo, y nunca permitió —lo repetía Guillermo González Luque, su fiel mozo de espadas— que en su presencia se hablase mal de ninguno. Nos contó Manuel Sánchez de Puerta, amigo íntimo del «monstruo», que cada vez que alguien del grupo de amigos le ponía reparos al torero sevillano, Manolo atajaba pronto diciendo: «¡Ustedes no tienen ni idea de lo que dicen, porque no han visto torear bien a Pepe Luis, que de verdad chorrea almíbar toreando. Cuando a José se le cae el mechón de pelo a la frente no hay nadie que pueda torear mejor».

Dos jovenes novilleros que harían historia: Manolete y Pepe Luis

En el año 1997, dentro del programa de actos programados para conmemorar el cincuenta aniversario de la muerte de Manolete, se celebró en el Salón Liceo del Círculo de la Amistad de Córdoba, una charla coloquio donde intervino el maestro Pepe Luis, desplazado expresamente desde la ciudad hispalense para recordar a Manuel. Aquella noche, el «Sócrates de San Bernardo» manifestó que Manolete “era el torero que más quieto se quedaba y eso impresionaba”, y quiso matizar que fue “el que mejor mataba a los toros, según él, el mejor de todas las épocas”. En una entrañable intervención, a veces visiblemente emocionado, aseguró que Manolete dejó la impronta de una casta torera de las más importantes, rubricando que sin Córdoba y Sevilla no se podría escribir la historia del toreo. Recordó una anécdota que definía la pureza de Manuel, al referir que una tarde, en la plaza de Palencia, cuando cosa rara en el espada cordobés no hallaba forma de matar a un toro, él le dijo desde tablas: “¡Manuel, a los bajos…!”. Y Manolete, que seguía pinchando arriba, le contestó: “¡José, si no sé tirar a los bajos!”.

Manolete viendo doblar al toro. Foto Gonsanhi

Para conocer mejor el testimonio de Pepe Luis sobre Manolete, recurrimos a la extensa entrevista que ofrece uno de los mejores libros escritos sobre la figura del torero cordobés: «Vida y tragedia de Manolete», del periodista Filiberto Mira, editado en 1984 por la revista taurina “Aplausos”. Al ser preguntado Pepe Luis cómo pensaba él que lo valoraba Manolete, contestó: «Pues la verdad, sin jactancia, debo decirte que tanto como yo a él. Esa mutua admiración era consecuencia de la forma diferente que teníamos de entender el toreo. Yo creo que nos complementábamos. Recuerdo que una tarde toreamos una corrida “muy en tipo Parladé”, en Algeciras. Alternó con nosotros Domingo Ortega. Ellos esa tarde no tuvieron suerte, y yo mucha. Me parece que le corté las orejas y los rabos a mis dos toros. Todavía estaban ellos en la plaza al terminar la corrida. Manolete le dijo a Domingo, para que lo oyera yo: “Menos mal, Domingo, que a este le falta algo de bragueta como dicen. Si tuviera todavía más, nos mandaba a ti y a mí a los albañiles”».

También quiso Pepe Luis expresar en esta entrevista la categoría humana de Manolete como compañero, recordando esta preciosa anécdota:

«Lo que más le repugnaba a Manolete era verse en ridículo. Un día, por ayudarme a mí, pasó en la plaza un rato malísimo. Fue aquí en Sevilla. Era una extraordinaria corrida de la Cruz Roja. Toreábamos toros de Saltillo (con el hierro de doña Enriqueta de la Cova), Álvaro Domecq, Manolete, El Andaluz y yo. Álvaro, Manolete y El Andaluz habían triunfado y yo no cuando salió el quinto toro, que desgraciadamente me tocó a mí. Fue un «saltillo» burriciego y con mucha «malaje». Matar aquel toro fue una «agonía» para mí. No encontraba la fórmula de meterle como fuera la espada. Temí que me lo echaran al corral. Eso, y en Sevilla, me descompuso los nervios. Había sonado ya el primer aviso. Estaba a punto de sonar el segundo. Yo y mi cuadrilla estábamos agotados del esfuerzo. Sentí junto a mí la voz de Manolete. Había cogido un capote y se puso a mi vera, como si fuera mi peón de confianza. Intentaba que aquel toro humillara para que yo lo pudiera descabellar. Como el toro era burriciego, en un instante dejó de verme a mí, pero se fijó en Manolete que tenía el cuerpo flexionado para obligarlo a humillar. Se le arrancó de improviso a Manolo, que no tuvo más remedio que correr de espaldas, para no perderle la cara al toro. Como no sabía correr, lo hizo de una forma rara y perdió las dos zapatillas. Tuvo que meterse en un burladero como pudo. La gente se rió, pero a mí fue el día que mayor admiración me causó. Nunca, ningún otro compañero me demostró, en la plaza, ser tan humano».

Manolete y Pepe Luis, Zaragoza 1943, Foto José Lara

Preguntado Pepe Luis donde situaba a Manolete en relación con los toreros que él había visto torear, manifestó:

«Aunque solo alterné en festivales con Belmonte, te diré las equivalencias que tenían, en mi opinión, Juan Belmonte y Manolete. Belmonte tuvo más sentimiento, pero menos verticalidad que Manolete. Para mí Manolete tuvo una mayor pasión por el toreo, y superó a Belmonte en afán. Claro que el sentimiento y el temple de Juan

Siempre pondré como ejemplo de técnicas toreras las de Marcial Lalanda, Domingo Ortega y Armillita. Por su parte, Luis Miguel compendió mucho de estos tres. Marcial era perfecto en cómo se administraba el valor. Ninguno hemos superado a Domingo en el arte suyo de andarle a los toros. Armillita era un prodigio de facilidad en todas las suertes. Lo que pasa es que la técnica de Manolete era más personal, más solo suya. Se le podía copiar la forma, pero no el fondo.

Te voy a decir algo —continúa Pepe Luis— que te va a sorprender. Para mí, con la capa y con la muleta era Chicuelo la maravilla de las maravillas. Fíjate que Chicuelo, creo yo, aportó al toreo la verticalidad y el parar, templar y mandar con los pies juntos. Algo de lo de Chicuelo influyó en Manolete. Lo que pasa es que, cómo te diría yo, digamos tenían muy distintas arquitecturas y temperamentos. Considero a Chicuelo mi principal modelo y lo fue también para los Bienvenida, Pepín, Manolo González, Diego Puerta, Paco Camino e incluso para algunos que no lo vieron (te acabo de citar a los que creo que hemos sido más afines). Tú mismo lo has citado este año en tus crónicas, al referirte a los éxitos de mi hermano Manolo en sus despedidas.

Bueno, bueno, no sigo… Pero yo también alcancé a ver a El Gallo, y para hablar de su estilo no encuentro palabras.

Otros toreros importantes que he admirado mucho quedan fuera de la época de Manolete, tales como pueden ser Ordóñez, El Viti, Rafael Ortega y hasta El Cordobés.

Sevilla, feria de abril 1945, Manolete, Pepe Luis y Carlos Arruza.

Finalmente, al ser preguntado Pepe Luis por Filiberto Mira cuál fue el último encuentro que tuvo con Manolete, contestó:

«Quizá la última tarde que toreamos juntos fue en México, en la plaza de «El Toreo». Debió ser en febrero de 1946, toreamos con Luis Procuna, una magnifica corrida de Coaxamalucan. Nos salió a cada uno un toro muy bueno y estuvimos de «superiores para arriba». En México alcanzó Manolete su plenitud. El toro de allí le prestaba mucha colaboración. Fue allí donde hable con él por última vez. No recuerdo que después de esa corrida triunfal volviera a alternar con él en ninguna otra. Lo que sí recuerdo muy bien es la que fue nuestra última conversación. Me dijo textualmente: «José, ¡qué harto estoy de responsabilidad. Tengo muchas ganas de vivir con paz!».

No podía faltar en este blog manoletista el extraordinario y valioso testimonio del inolvidable matador del barrio sevillano de San Bernardo, cuya magistral carrera estuvo repleta de paseíllos compartidos con el irrepetible torero cordobés, aquel que de niño soñó con alcanzar las glorias del toreo jugando al toro en la Plaza de la Lagunilla. Gloria a Manolete y Pepe Luis, dos maravillosos toreros que llenaron de contenido un apasionante capítulo de la historia del toreo. 

jueves, 25 de noviembre de 2021

JOSELITO Y CORROCHANO: «EL PACTO DE LA ESTRECHA»

Por Antonio Luis Aguilera

El dominio de Joselito. Foto Serrano

El pasado mes de octubre fallecía en Madrid a los 89 años de edad Gonzalo Sánchez Conde, conocido en el mundo taurino por Gonzalito, descubridor de toreros como Víctor Mendes o El Cid, y mozo de espadas y hombre de confianza durante tres décadas de Curro Romero. Este andaluz de Gibraleón (Huelva), hombre afable y ameno, gran conversador sobre ese mundillo que tan bien conocía, contaba entre sus muchas anécdotas una que no es conocida por la afición: la causa de la estancia en Tánger de Gregorio Corrochano, crítico taurino del diario ABC.

Gregorio Corrochano

Manifestaba Gonzalito que entre los toreros a los que don Gregorio «zurraba la badana» estaba el malogrado espada valenciano Manolo Granero. En un encuentro del matador con el obispo de la ciudad del Turia, ante la extrañeza de la autoridad eclesiástica sobre la inquina que intuía en los afilados comentarios del redactor taurino, fue interpelado por la razón de esta, a lo que el torero contestó que él no se plegaba a ciertas pretensiones. El señor obispo, aficionado y seguidor del torero, elevó su queja e informó de la conversación a la dirección de ABC, que destinó temporalmente al cronista a Tánger como corresponsal de guerra. Sea como fuere, lo cierto y verdad es que el periodista dejó de escribir crónicas taurinas el 23 de julio de 1921 y marchó a Marruecos como corresponsal de guerra, retornando a la información taurina de ABC el 25 de octubre de 1922 (Manuel Granero fue corneado mortalmente en Madrid por el toro Pocapena, del Duque de Veragua, el 7 de mayo de 1922, cuando contaba veinte años de edad).

Excelente par de banderillas de Joselito en Madrid

Llama la atención de don Gregorio Corrochano, pródigo por su fecunda obra taurina en la tribuna más influyente de España —no menos pródiga en subjetividad y dogmatismo—, que durante su ejercicio en la crítica se posicionara contra tres toreros que resultaron determinantes en la Tauromaquia: Joselito, Chicuelo y Manolete, ni más ni menos que la terna que configura la columna vertebral del toreo moderno: el ligado en redondo, el sistema técnico que desde los años cuarenta del siglo XX sería adoptado definitivamente por la inmensa mayoría de los toreros para manifestar su arte. Podría decirse que los tuvo ante sus ojos, los miró y no los supo ver. No entendió su dimensión histórica. 

Bastantes años después de la muerte de José en Talavera, a modo de homenaje —eso sí, compartido—, escribiría el libro «Qué es torear. Introducción a las tauromaquias de Joselito, El Gallo y Domingo Ortega (1953)». También, ante la cogida mortal de Manolete solicitaría la gran Cruz de Beneficencia para el torero al que había llamado ventajista por torear de perfil, en clara insinuación de cobardía. Anteriormente, al gran Chicuelo, creador de la faena moderna, lo había envuelto en el papel de regalo de una chicuelina con el rótulo de fino torero sevillano. Inevitablemente hemos de recordar la acertada reflexión del gran pensador del toreo José Alameda: «¿Por qué en la historia se establecen dogmas? La historia no los establece. Los crean algunos críticos y, lo que es más grave, algunos profetas».

Plaza de toros Monumental de Sevilla

La ácida campaña contra Joselito se recrudeció desde la poderosa tribuna taurina de don Gregorio en 1919. Las aguas bajaban turbias desde la construcción de la plaza de toros Monumental de Sevilla, cuando la ciudad tenía su coso de ilustre abolengo, y la familia Luca de Tena, propietaria del diario ABC, mantenía estrechos lazos con los miembros de la Real Maestranza, que no veían con agrado la puesta en escena de otro palenque taurino que les hiciera la competencia. Así las cosas, influenciado o no por la dirección del periódico, Corrochano se posicionó abiertamente contra el espada sevillano, entusiasmado con el proyecto de levantar plazas de toros monumentales en España, para aumentar la capacidad de los recintos, y facilitar el acceso a las localidades baratas del público con escasos recursos económicos.

Gracias a la brillante idea de Joselito aún celebran corridas las plazas de Madrid o Pamplona —esta última réplica de la hispalense—. La plaza Monumental de Sevilla, con capacidad para 23.055 espectadores, fue inaugurada el 6 de junio de 1918 en terrenos de la zona de Nervión, clausurada el 8 de abril de 1921, tras la muete del torero, y derribada definitivamente en 1930. El Gobierno Civil firmaría la sentencia de una condena impuesta desde que fue proyectada. Después de tres años de competencia de ambos cosos, Sevilla recuperaba la normalidad con su plaza, la Real Maestranza, por la que había tomado partido don Gregorio cuando en ambas se celebraban funciones taurinas: «La Maestranza tiene la lozanía de una mujer joven; la Monumental es una jamona; guapa pero una jamona».

Desplante de Joselito en la plaza Monumental de Sevilla

La relación entre el influyente crítico y el grandioso torero era demasiado tensa. A Joselito le quitaba el sueño un acoso que consideraba tremendamente cruel e injusto, mientras desde su pedestal Corrochano no tuvo reparos en atacar al torero por todos los frentes, incluso aquellos que trascendían de la narración de los hechos en los ruedos, al insinuar la manipulación fraudulenta de los pitones de los toros en el cajón de curas del embarcadero ferroviario de «Los Merinales», o airear la tristeza que embargaba al joven diestro ante su amor imposible con Guadalupe de Pablo Romero, hija del famoso ganadero, quien se oponía a esta relación.

En la magnífica obra del periodista Paco Aguado «Joselito El Gallo, rey de los toreros» (publicada por Espasa Calpe en 1999, y reeditada por Editorial El Paseo en 2020), se cuenta que el cronista Don Justo reveló a finales de 1920 en la revista taurina The Times, la conversación íntima que mantuvo con el torero, cuando indignado por la despectiva crónica de Corrochano «Joselito torea en el patio de su casa», de la última corrida de la feria de San Miguel de Sevilla, le dijo:

 «—Es que es insaciable, ¡insaciable! —se quejaba José—. ¡Qué mala persona es ese hombre, Don Justo, qué mala persona!

—¿Pero no le has hecho muchos favores?

—Muchos, pero le vuelvo a decir que es insaciable. Yo no me merezco que me trate así. Ese hombre es mi sombra negra, me quita el sueño (…) No sé lo que quiere, pero le vamos a quitar la cabeza Don Justo».

Natural de Joselito en Barcelona. Foto Mateo

Tratando de reconducir la insostenible relación Ignacio Sánchez Mejías, matador de toros y cuñado de Joselito, propició un acercamiento entre el crítico y el torero para firmar la paz, encuentro que se conoce como el «Pacto de la Estrecha», porque tuvo lugar en el restaurante de este nombre, ubicado en la calle Mayor de Madrid, donde en un almuerzo José llegó al acuerdo de actuar por 5.000 pesetas —la mitad de sus honorarios por tarde— en la fatídica corrida del 16 de mayo de 1920 en Talavera de la Reina, localidad natal del crítico, organizada por unos familiares de este, y donde desgraciadamente  hallaría la muerte en las astas de Bailaor, de la ganadería de la Viuda de Ortega, que era doña María Josefa Corrochano, tía de don Gregorio, en un festejo que organizaba su hijo Venancio, propietario de la plaza.

No cabe la menor duda de que el destino de las personas no está en manos de los hombres, pero resulta penoso recordar que Joselito decidiera ir a torear a Talavera de la Reina para poner fin a un hostigamiento cruel e injusto, a un acoso periodístico que lamentable y accidentalmente acabó en fatal derribo, en el insospechado final de uno de los toreros determinantes y más importantes de la historia.

TEXTO RELACIONADO: VENCIDOS POR LA VIDA.