sábado, 26 de noviembre de 2022

LOS DE PLATA

Por Jesús Ferro

Abrahám Neiro, Jorge Fuentes y Curro Javier. Foto Plaza1

Te los encuentras en los patios de caballos a la hora del sorteo con su pelito repeinao, sus chaquetas entalladas, en un ir y venir por las cabeceras de los corrales dibujando con brazos y manos la semejanza de la encornadura de los lotes. Altivos, con aires de que aquí no se hace nada sin que yo lo sepa. Luego toda una sucesión de gestos, besomedallas y golpecitos en el sombrero del mayoral al sortear los lotes. Son los de plata.

Son los peones, banderilleros, subalternos, cada uno los llama a su manera, pero sin duda, por encima de todo son toreros. Escondidos en los rincones de los patios de cuadrillas, liándose el capote sin el rigor y la templanza del matador, y deseando suerte a diestro y siniestro en el estrés previo al paseíllo. Su papel como lidiadores, así a secas; sin referencias a lo artístico, ahí están los de plata. Paran al toro de salida, observan y corrigen sus querencias, lo ponen en suerte y lo quitan. ¡Qué destreza y qué belleza durante el tercio de banderillas, cuando lancean entre par y par! Descubren el poder del toro, la dimensión y profundidad de cada embestida, y en muchos casos el peligro oculto de sus intenciones.

Escalofriante par de banderillas de Iván García. Foto Plaza1

Agachados entre burladeros, corriendo de tronera en tronera, atentos al quite, consejeros sobre la marcha de la lidia; ¡cuidado que se vence del izquierdo!; ¡se vuelve como un hijo de…! Ahora ya no están altivos. Sumisos a las voces del matador que a veces les ordena a gritos. Felices acompañando la vuelta al ruedo, recogiendo puros, prendas, identificando el triunfo como propio. Son los de plata.

Son toreros que no figuran en las letras de oro de los carteles. Que ya dejaron su cabeza limpia de sueños de triunfos y gloria. Que siguen poniendo en juego su vida por su pasión. Son hombres que todas las tardes juegan con el miedo, con el toro que coge, que mata y con el triunfo de otro torero al que sirven. Gloria a los de plata.

domingo, 20 de noviembre de 2022

LUPE «CONTARÁ» LA HISTORIA

Por Antonio Luis Aguilera 

Paco Laguna, a la derecha, con los miembros de la mesa 
de presentación de su nueva obra. Foto José L.Cuevas

El pasado día 16 fue presentado en el Círculo de la Amistad de Córdoba el libro «Manolete: Leyenda viva en Villa del Río», cuyo autor es Francisco Laguna Menor. La obra, vigésima primera del extenso catálogo de este autor ecijano, que ha sido editada con lujo de detalles por la Diputación Provincial de Córdoba y el Ayuntamiento de Villa del Río, ofrece abundante información gráfica e interesantes documentos inéditos en las 400 páginas que proponen un recorrido por la vida del diestro cordobés, donde se pone en valor su huella como «rey del toreo» de la década de los años cuarenta del pasado siglo.

La huella de «Manolete» en el toreo no ha perdido actualidad, como lo demuestran sus fotos al ser comparadas con las de espadas de su tiempo y otros anteriores. Es un toreo que no está anticuado, a pesar de los 75 años que se han cumplido de su muerte, y su influencia, definitiva en la arquitectura del moderno, proclama a Manuel Rodríguez Sánchez como uno de los mejores toreros de la historia del «arte de Cúchares» —con permiso de los ditirambos que proclaman a un torero de nuestros días como «el más grande de la historia»—, esa que magistralmente fue redactada por otros grandes espadas, que no lo fueron menos en sus épocas, como Francisco Arjona Herrera «Curro Cúchares», Rafael Molina «Lagartijo», Rafael Guerra «Guerrita», José Gómez «Gallito», Juan Belmonte, Manuel Jiménez «Chicuelo», Manuel Benítez «El Cordobés», Paco Ojeda, o José Tomás Román Martín, por citar algunos ejemplos.

Los aficionados cabales saben bien que cada tiempo tuvo su toro —los ditirambos también han proclamado este año al mejor ganadero de la historia—, sus toreros, su toreo, su público y sus propias circunstancias históricas y sociales. Y no olvidan que para que hoy se toree de la forma que se hace, fue indispensable el maravilloso y generoso magisterio, entre otros, de los maestros mencionados, además del sagrado testimonio de entrega, valor, dolor y sangre de una inmensa nómina de honorables toreros que nadie recuerda. «Amén de los amenes», habría añadido José Álvarez «Juncal»

«Manolete» y «Lupe Sino». Foto José María Lara

En la documentada obra de Paco Laguna, que ha investigado como pocos la vida e historia de Manuel Rodríguez Sánchez, también se recogen fotografías de los informes de la Jefatura Superior de Policía de Madrid sobre la conducta de Antonia Bronchalo Lopesino, la novia del torero, su inclinación política y la de sus padres, por supuesto redactados con el desprecio propio de su tiempo para los sospechosos de ser «rojos», su anterior matrimonio con un militar republicano, y la pretendida prohibición para que acompañara al espada a México. Pero «Manolete», elegante y valiente en la plaza y fuera de ella, defendió a la mujer con la que convivió durante más de tres años, y consiguió que lo acompañara al país hermano, donde nadie fisgaba en la vida de nadie, como en la España de la perturbadora posguerra, aquella represora en blanco y negro como los fotogramas del «NODO» que obligatoriamente prologaba todas las sesiones de cine.

Informes policiales a un lado, la documentación que ofrece este libro corrobora que «Manolete» y «Lupe» vivieron adelantados a su tiempo, a pesar de saberse «señalados» por «saltarse a la torera»  las normas de la cruzada Iglesia-Estado, donde de forma tan severa se combatían, además de otros frentes ideológicos, los pecados  que eran considerados inmorales e indecentes socialmente, como convivir con una mujer sin estar casados —otros tapadillos, como las habituales «queridas» de los ricos, o las «sobrinas» de los curas con hijos de increíble parecido al clérigo, eran silenciados de salir a la luz por tratarse de «debilidades humanas»—.

Antes de comenzar el acto de presentación del nuevo trabajo de Paco Laguna se nos acercó un señor que no conocíamos, que se identificó como Antonio Estévez Reyes y nos mostró su satisfacción por conocernos personalmente, al ser lector de «Plaza de la Lagunilla», blog que sigue por ser un apasionado del inolvidable torero cordobés. Nos informó que es autor de trabajos literarios, siendo su última novela «Cuando no exista el mañana», y nos adelantó que lleva varios años documentando y preparando la biografía de «Lupe Sino», que novelada editará la próxima primavera, donde Antoñita —como siempre la llamó «Manolete»— la guapísima alcarreña que tan feliz lo hizo, será quien narrará en primera persona su historia con el torero, la férrea oposición del entorno profesional y familiar, así como su vida antes y después de conocer a quien consideró el gran amor de su vida.

Antoñita y Manolo. Foto Santos Yubero (1947)

Nos sorprendió gratamente la información que nos facilitaba Antonio Estévez. También las fotografías inéditas que nos mostró de la protagonista de su próxima obra, tratadas con aplicaciones informáticas que las convierten en magníficas instantáneas a todo color, que sin duda resaltan la belleza de la mujer que enamoró a «Manolete». Nos habló de la importante documentación recopilada, los valiosos testimonios de familiares y amigos de España y México, y la colaboración con el proyecto de José María Lara, hijo del autor del mismo nombre del libro «Manolete, yo me mando», editado por Bellaterra en 2017 y prologado por Orson Welles, una de las escasas obras donde se habla sin tapujos de las personas y hechos que llevaron al fatal desenlace a un hombre hastiado del toreo, ante el inmoral acoso de la prensa influyente y su cruel repercusión en el público, y triste por la obstinada cerrazón de su madre a que formalizara su relación con Lupe, boda que definitivamente estaba prevista para el mes de octubre de 1947 en Barcelona, como reveló el torero al periodista don Antonio Bellón la noche antes de morir, mientras viajaban desde Manzanares a Linares, para pedirle que convenciera a su madre, al considerarlo la única persona capaz de hacerlo y llevarla a esa ceremonia.

Con gran interés aguardamos la nueva obra sobre el torero del que más libros se han escrito en la historia. Ahora será la pluma de Antonio Estévez la que prestará voz al testimonio de quien fue  su pareja de hecho, la mujer de su vida, novia, confidente, fuente de paz, ilusión y alegría… La protagonista de una historia moderna cuando la modernidad no existía, cuando estaba prohibido adelantarse al tiempo que tocaba vivir y no se comprendía, como ahora tampoco lo entienden muchos, que el sacramento es un signo sagrado, y en el matrimonio ese signo sagrado es el amor, no la bendición de un cura ni la anotación en un registro. Cuando el amor se acaba desaparece el signo sagrado, aunque la pareja siga casada de por vida «como Dios manda».

Nuestra enhorabuena a Paco Laguna por esta interesante obra, y a Antonio Estévez por la iniciativa biográfica sobre la mujer que nunca tuvo voz en la narración de los hechos.

viernes, 11 de noviembre de 2022

AQUELLOS FESTIVALES BENÉFICOS

Por Antonio Luis Aguilera

Plaza de toros de Córdoba. Foto «Lances de Futuro»

Con el paso de los años se van perdiendo tradiciones que no hace mucho tiempo tuvieron especial relevancia, como aquellos festivales benéficos que propiciaban el generoso encuentro en el ruedo de espadas retirados con otros en activo, para lidiar una res —toro o novillo— a favor de los necesitados, cita que habitualmente tenía lugar al inicio o conclusión de la temporada. Siempre fue atractivo volver a ver en la arena a toreros de grato recuerdo en su paso por el toreo, que además los aficionados jóvenes no alcanzaron a ver en activo, compartiendo cartel con las figuras de hoy por una buena causa, reservando el último lugar del festejo para algún novillero que viniera destacando.

Desde su inauguración el 9 de mayo de 1965, en la plaza de Córdoba se han celebrado festivales taurinos durante 37 años para atender diversas causas, como campañas navideñas o de invierno para los pobres, a favor de cofradías de la Semana Santa, residencias de ancianos, asociaciones de padres con hijos disminuidos, Escuela Taurina del Círculo Taurino, viudas de mozos de espadas, obras de restauración de monumentos, Regimiento de Artillería, o asociación de Lucha contra el Cáncer, festejo que durante veinte años ha sido tradicional para inaugurar la temporada en la plaza de Ciudad Jardín. Por el contrario, durante 20 años (1970, 1971, 1973, 1974, 1975, 1976, 1980, 1983, 1984, 1986, 1991, 1993, 2001, 2015, 2018, 2019, 2020, 2021 y 2022), las puertas del recinto taurino han permanecido cerradas para este tipo de espectáculos benéficos.

Festival en la plaza de «Los Califas». Foto: FIT

Repasando nuestros archivos observamos la amplia relación de espadas que se han anunciado en festivales. Estos son los diez que en más veces lo han hecho: 1º: Juan Serrano «Finito de Córdoba» (16 actuaciones, 16 reses, 20 orejas, 1 rabo). 2º: Gabriel de la Haba «Zurito» (12 actuaciones, 17 reses, 24 orejas, 5 rabos). 3º: Enrique Ponce (12 actuaciones, 12 reses, 10 orejas). 4º: José Luis Moreno (8 actuaciones, 8 reses, 11 orejas). 5º: Manuel Cano «El Pireo» (7 actuaciones, 10 reses, 10 orejas, 2 rabos). 6º: Rafael González «Chiquilín» (7 actuaciones, 7 reses, 8 orejas). 7º: Manuel Díaz «El Cordobés» (7 actuaciones, 7 reses, 7 orejas). 8º: Manuel Benítez «El Cordobés» (5 actuaciones, 10 reses, 16 orejas, 2 rabos). 9º: David Fandila «El Fandi» (5 actuaciones, 5 reses, 7 orejas). 10º: «Jesulín de Ubrique» (5 actuaciones, 5 reses, 7 orejas).

Del mismo modo, en la extensa nómina de ganaderías que lidiaron sus ejemplares, estas son las diez que más reses han jugado: 1ª: Torrestrella (29 reses, 32 orejas, 2 rabos). 2ª: Ramón Sánchez (16 reses, 12 orejas, 2 rabos, 1 vueltas al ruedo). 3ª: Núñez del Cuvillo (14 reses, 15 orejas, 1 rabo, 1 vuelta al ruedo). 4ª: Francisca Marín (12 reses, 13 orejas, 1 rabo). 5ª: Zalduendo (12 reses, 9 orejas). 6ª: Manuel Benítez Pérez (11 reses, 12 orejas, 1 rabo). 7ª: Buenavista (11 reses, 7 orejas, 1 vuelta al ruedo). 8ª: Sayalero y Bandrés (10 reses, 11 orejas). 9ª: José Luis Marca (10 reses, 6 orejas). 10ª: Salvador Guardiola Fantoni (8 reses, 12 orejas, 2 rabos, 1 vueltas al ruedo).

 «El Pireo» recibe la alternativa de Antonio Bienvenida en
presencia de «Zurito» (26/9/1964). Fotografía Framar

Entre los muchos recuerdos agradables que guardamos de los festivales celebrados en la plaza califal —vistiendo pantalón corto alcanzamos a ver otros en «Los Tejares», con el aliciente de asistir el día anterior al desencajonamiento público de las reses—, por razones de espacio queremos elegir tres que por su huella destacan en nuestra memoria. El primero fue el celebrado el 18 de marzo de 1978 a beneficio de la Escuela de Tauromaquia del Círculo Taurino de Córdoba. Aquella tarde la plaza se llenó para ver un festejo que anunciaba la suelta de siete ejemplares —uno para rejones y seis para lidia a pie—, pero conforme avanzaba el espectáculo la emoción de la tarde fue creciendo debido a un sano pique entre los tres espadas actuantes, y también se lidiaron tres sobreros. El cartel anunciaba un novillo toro para rejones de la ganadería de don Ramón Sánchez y seis de don Francisco Galache para lidia ordinaria, de los que se jugaron solo cinco, y a los que se sumaron cuatro ejemplares de regalo del ganadero don Manuel Benítez Pérez (4º, 7º,8º y 9º). 

El rejoneador Álvaro Domecq Romero cortó dos orejas; en cuanto a los espadas, el balance fue el siguiente: Manuel Benítez «El Cordobés» oreja, dos orejas y rabo y dos orejas; Gabriel de la Haba «Zurito» dos orejas, vuelta al ruedo  y dos orejas; y Manuel Cano «El Pireo», oreja, ovación y dos orejas. Maravillosa la tarde ofrecida por los tres grandes espadas cordobeses, donde la locomotora Benítez mostró una vez más el inmenso poderío con el que remolcó el toreo de su tiempo, haciendo disfrutar al público en los tres novillos que mató, al pisar esos terrenos inverosímiles donde se colocaba para exhibir el excelente trazo de su toreo en redondo de manos bajas. «Zurito» mostró la seriedad de un toreo muy de Córdoba, seco, sin fantasía pero de una entrega y pureza irrefutables, volviendo a destacar poderosamente en el uso de la espada y la belleza de la suerte suprema, donde sin duda ha sido de los mejores matadores cordobeses. Y «El Pireo», como cuando vestía el traje de luces, volvió a enloquecer con sus finas maneras a esas legiones de partidarios que tuvo durante la hegemonia cordobesista, debido a la gracia y fino trazo de su artístico toreo. Al final la puerta grande se abría para homenajear con la salida a a hombros a tres grandes exponentes de la torería cordobesa de los años sesenta.

Ejemplar de don Ramón Sánchez. Foto Arse y Aazpi

También rememoramos la emoción que embargó al público en el festival celebrado el sábado 26 de octubre de 1985, a beneficio de la restauración de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que preside las Ermitas de la sierra cordobesa, que había sido seriamente dañada, por segunda vez e idéntico motivo, por la caída de un rayo. Aquella agradable tarde, con menos público del esperado, el aforo solo se cubrió algo más de la mitad, hicieron el paseíllo las cuadrillas encabezadas por los espadas Pedro Martínez «Pedrés», que cortó una oreja a un ejemplar de su ganadería; Antonio Chenel «Antoñete», que cortó las dos a un utrero de Aldeanueva tras exhibir una hermosa y magistral actuación; Diego Puerta, que paseó una de un ejemplar de su divisa; Gabriel de la Haba «Zurito», que cortó un apéndice a un utrero de Belén Ordóñez; Manuel Díaz «Manolo» —aún no se apodaba «El Cordobés»—, que cortó una a otro novillo de Belén Ordóñez; Fernando Cepeda, que paseó una del ejemplar de Carmen Villadiego; y el ganadero Ramón Sánchez Recio, que actuó en último lugar y cortó la oreja a un toro de su ganadería que sería el gran protagonista de la tarde.

Como hemos dicho, la afición vibró de emoción con la excepcional bravura del toro de don Ramón Sánchez. Fue tan bravo que durante la faena de muleta el público se puso en pie solicitando insistentemente su indulto, que desgraciadamente no fue concedido por el presidente don Antonio Aroca Guerrero, asesorado en el palco por el veterinario don José María Urbano Molina y el matador de toros Alfonso González «Chiquilín», al no estar entonces contemplado en el reglamento taurino de 1962. Una lástima, porque difícil será olvidar entre los grandes toros lidiados en la historia de la nueva plaza, a ese extraordinario cinqueño, de nombre “Delicioso”, número 92, de capa negra, que por terciado de trapío se había quedado en el campo, y para la ocasión fue lidiado por el propio ganadero Ramón Sánchez Recio, que en una sobria actuación campera quiso enseñar las cualidades de un animal que se fijó pronto y con clase en el capote, repitiendo y exigiendo compromiso a su lidiador, que en un descuido fue tropezado y terminó con las calzonas rotas. En el tercio de varas, bien colocado en suerte y graduando la dificultad de menos a más, el encastado «arranz» se arrancó con prontitud, galopando con fijeza y descolgado para entregarse en tres varas metiendo la cara abajo, con los dos pitones y apretando con los riñones a la cabalgadura que montaba el gran picador y jinete Ambrosio Martín. La tercera vara fue inolvidable, con la gente de pie viviendo una emoción indescriptible. Ramón colocó al bravísimo ejemplar en la boca de riego de la plaza mientras Ambrosio se hizo ver levantando el palo y moviendo el caballo; entonces, desde tan distante lugar, el animal se arrancó al cite con alegría de la forma que solo lo hacen los toros bravos de verdad, para ser señalado por su extraordinario comportamiento. En la faena continuó mostrando sus virtudes permitiendo al lidiador correr la mano a gusto por ambos pitones. Tras su muerte, el inolvidable Delicioso, que por bravura hizo honor a su nombre, fue premiado con una lenta y apoteósica vuelta al ruedo. 

Manuel Benítez «El Cordobés» toreó así de bien con 78 años.

Y el tercer festival que rememoramos tuvo lugar el 5 de abril de 2014, que se celebró la vigésima edición del organizado a favor de la Asociación contra el Cáncer en Córdoba. Con tres cuartos del aforo cubierto, se lidió un ejemplar de Bohórquez para rejones, que fue lidiado por el propio Fermín Bohórquez y cortó una oreja. En lidia ordinaria se corrió un utrero de Garcigrande (1º) para Manuel Benítez «El Cordobés», que cortó las dos orejas; y cuatro de Fuente Ymbro para «Finito de Córdoba», que cortó una oreja; José Luis Torres —que sustituyó a Enrique Ponce— y paseó otro apéndice; Julio Benítez «El Cordobés», que cortó dos orejas; y el novillero «Israel de Córdoba», que también cortó dos orejas.

El magistral toreo al natural del veterano Benítez

Cuando se anunció este festejo algunos aficionados no daban crédito a que «El Cordobés», que contaba 78 años de edad, lidiara un utrero. Sin embargo, a la hora de la verdad, allí estaba el gran mandón del toreo, posiblemente la figura con más poder de convocatoria de toda la historia del toreo, para demostrar con la muleta en ambas manos porqué fue quien fue en la fiesta de los toros. Bien colocado, citó, bajó las manos, y embraguetado llevó con temple hacia atrás las bravas embestidas del utrero de Garcigrande, para vaciarlo con un poderoso toque de muñeca y, sin enmendar su terreno, presentarle nuevamente la muleta y encadenar los muletazos. Eso solo puede hacerlo un genio del toreo como Manuel Benítez Pérez, que a pesar de sus años no tuvo reparos en anunciarse y jugársela para poner, una vez más, su granito de arena en una buena causa. Al final del festejo el «Califa» abandonó su plaza a hombros de sus compañeros por la puerta grande, mientras los aficionados a la salida formaban corrillos para comentar la inolvidable tarde de toros ofrecida por un torero irrepetible: Manuel Benítez «El Cordobés».

martes, 1 de noviembre de 2022

CONCHITA CINTRÓN, «LA DIOSA RUBIA DEL TOREO»

Por Alejandro A. Arredondo M.

Conchita Cintrón

“Sí; yo sé de toros. Los he visto embestir. Los he matado. Y los he visto matar hombres, y los he sentido mientras daban muerte al caballo que montaba. Sí; yo sé de toros. Y de públicos…”.     Fragmento del texto Sol y Sombra escrito por Conchita desde Lisboa en 1971.

El poeta español Gerardo Diego en unos versos del Madrigal dedicado a Conchita la retrata:

Tú sola, tú jinete, tú peona,

tú Conchita Excepción, tú iluminada

Juana de Arco a las voces de tu zona,

juraste la bandera desbocada

y abrazaste los votos del monjío

y el duro cuero, el hábito bravío.

En estos dos fragmentos escritos uno por ella y el otro por el poeta se atisba la personalidad de una mujer irrepetible, fuera de serie. 

No pretendo relatar una biografía fría y escueta de una mujer, sino que la intención es recordar a una mujer de carácter, figura del toreo, precursora del toreo a caballo y a pie, culta y sensible que supo sortear una y mil vicisitudes para conseguir su objetivo, siempre haciéndose respetar, siempre con dignidad y categoría, una mujer de una sola pieza. La recordaremos en esta semblanza con algunos pasajes que retratan su personalidad.

Su paso por el mundo, por el planeta de los toros fue un recorrido que inició desde su niñez; era hija de un militar portorriqueño (Puerto Rico estado libre asociado de USA) en retiro Francisco Cintrón Ramos y madre norteamericana Loyola Hyatt MaCarthy, nació el 9 de agosto de 1922 en Antofagasta, Chile; al poco tiempo, por el trabajo del padre en una compañía comercial norteamericana se trasladaron a Perú, la que Conchita consideró su patria. Cerca de su casa, en un barrio residencial de Lima había una escuela de equitación, por curiosidad pidió a su padre que la inscribiera en ella. Inició las clases con un maestro de origen aristocrático y rejoneador de profesión, el portugués Ruy de Cámara, bajo su influencia conoció y profundizó en el arte de Marialva y se prendió apasionadamente de dicha actividad, actividad en que su maestro como su sombra siempre la acompañó, a lo largo de su carrera de quince años en los ruedos, cuidando de ella y de sus caballos, educándola y dándole una formación integral, en rectitud en todos los aspectos de la vida. Relata Conchita en uno de sus libros, que muchos años después estuvo junto a su maestro en el lecho de muerte, y que este le murmuró con voz apenas audible: “es desagradable dar este salto a lo desconocido”, y sonriendo, previo a exhalar su último aliento, levantó la mano en el clásico gesto de un matador de toros y así se fue con ejemplar entereza, refiere Conchita.

La elegante monta de Conchita encabezando un paseíllo

Llegó a México en 1939, invitada y protegida por el matador Chucho Solórzano Dávalos, también amparada por los ganaderos de La Punta, los señores Pepe y Paco Madrazo. Toreó a caballo y a pie con pleno dominio y éxito; además aprendió y practicó las suertes de la charrería. Toreó por toda la República Mexicana, siempre en los mejores carteles y con las principales figuras de la época; aquí en Monterrey y en la región tuvo actuaciones formidables. Actuando en Guadalajara recibió su bautismo de sangre mexicano; en cinco años que permaneció en el país participó en 230 corridas; como ya decía gustaba de bajarse del caballo y echar pie a tierra, lo que realmente era su pasión, para eso se preparó. Después de tomar la alternativa como rejoneadora en la plaza de Acho el 28 de julio de 1938, ese mismo año se presentó como novillera con tan solo 15 años. El año 1936 torea por primera vez en Portugal en la plaza de Algez y en 1937 debutó en Lisboa. Se presenta en Madrid como rejoneadora el 13 de mayo de 1945.  En España en esa época a las mujeres no se les permitía torear a pie, y sin embargo, el día de su despedida, en una corrida formal en Jaén el 18 de octubre de 1950, alternando con Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez, se bajó del caballo y se fue a los medios haciendo su faena con toda tranquilidad y sin temor a represalias del régimen franquista. Su gran referente taurino, aparte de Ruy de Cámara, fue el torero vasco Diego Mazquiarán “Fortuna”, que le compartió muchos secretos del toreo. En su vida dentro de los ruedos toreó 750 corridas y recibió tres cornadas graves; actuó de México a España, en su patria adoptiva el Perú, en Portugal, Francia, Colombia, Ecuador, y muchas plazas del mundo taurino disfrutaron de su tauromaquia.

«La diosa rubia del toreo» en la plaza de Madrid

El crítico español Gregorio Corrochano dijo de ella: “El día que este torero se baje del caballo, se tendrán que subir al caballo muchos toreros”.

Tuve el honor de conocerla personalmente a principios de los años noventa en el Centro Taurino Potosino, en el tradicional Encuentro de Peñas, ya mayor y seguía manteniendo una personalidad impresionante. Su clase, su elegancia, sencillez y categoría se acentuaron con los años.

Escritora prolífica, culta, poeta, columnista en diversos periódicos nacionales entre otros El Porvenir en Monterrey y revistas como El Redondel, manejando la pluma con maestría y sapiencia, al igual que manejó sus caballos y el quehacer taurino en el ruedo, analizando siempre con objetividad y verdad los festejos que presenciaba, aplicando la capacidad y conocimiento que la caracterizaban. Escribió dos libros para editorial Diana, el primero en 1977 “Porqué vuelven los Toreros”, antología de crónicas como lo define la autora, y “Aprendiendo a Vivir” en 1979, más que una biografía es la historia de vida de una mujer triunfadora y figura del toreo, dos libros imperdibles que tanto los taurinos y los no taurinos deberían de leer. En los últimos años de vida desarrolló su veta creativa en la pintura llegando a exponer su obra.

El maestro Ángel Luís Bienvenida dijo de ella: “…ella ve, como pocos hombres lo que desarrolla el toro en la plaza, la actitud de los toreros, lo puro, lo auténtico; con una maestría, capaz de dar lecciones, a los grandes maestros del toreo. Mujer entendidísima, con personalidad arrolladora, inteligente, guapa, rebosante de señorío, con empaque único, que fue depositando en el mundo taurino la flor de su refinada elegancia”.

Al inicio de este texto, ella dice: “… yo sé de toros, porque los he visto matar hombres…”. Estuvo presente en una barrera de la plaza El Toreo aquél diciembre de 1940 cuando “Cobijero”, toro de Piedras Negras, hirió de muerte a Alberto Balderas, y tres días después debía alternar con él en Aguascalientes; en su crónica describe con exactitud esos duros momentos de la cornada mortal. Siete años después, el 15 de septiembre de 1947, en Villaviciosa en Portugal, una tarde donde alternaban ella y otro torero a caballo y dos más a pie, uno de ellos José González “Carnicerito”, su compañero de muchas tardes en los ruedos con ganado de Joaquín Esteban de Oliveira. El séptimo de la tarde “Sombrereiro” le infirió una cornada mortal en el muslo derecho destrozándole la femoral; Conchita le aplicó un torniquete en el ruedo y permaneció a su lado aún con el traje corto durante y después de la operación; cuando despertó el torero, ella le detenía la mano, hasta que expiró a las 8.30 de la mañana del día 16. Conchita avisó del deceso a la viuda del torero que vivía en Barcelona y corrió con todos los gastos del entierro provisional en la localidad lusitana.

La rejoneadora rompe plaza  

Célebre fue su encuentro con el General Maximino Ávila Camacho, Secretario de Comunicaciones del gobierno federal y hermano del presidente Manuel. Maximino era empresario, ganadero, dueño de vidas, mujeres y haciendas de aquél México todavía un tanto bronco, que apenas se asomaba a la modernidad; Conchita era una mujer muy bella, joven, alta, rubia, de ojos claros que llamaba la atención, y más por la actividad que desempeñaba. El general nunca se cansó de hacerle regalos. Caballos muy finos, una silla de montar, que nunca llegó a su destino porque el artesano era borracho y se gastaba el dinero en alcohol, por lo que cuando el general se enteró el pobre hombre fue a dar a la cárcel, donde acostumbraba terminar los encargos; además le otorgó prebendas, -beneficios o ventajas-, para que pudiera circular por las carreteras de México cualquier día de la semana, y que a su vehículo no le faltara la gasolina que en ese tiempo estaba racionada; también la nombró policía secreta del estado con su clásica charola (credencial). Tenía derecho de picaporte en las oficinas de la Secretaría, con solo mencionar la palabra “rejoneador” las puertas del despacho se abrían de par en par, cuando por algún motivo se presentaba en dicho lugar, citada o no. Nunca sola, siempre acompañada por su inseparable maestro Ruy de Cámara y la esposa de este. Una vez en el despacho, la orden del general a los subordinados era: “cierren las puertas, no estoy para nadie, estoy en Consejo de Ministros y empezaban a charlar de caballos”. Lo más seguro que Maximino con todas estas atenciones persiguiera otros fines, pero la rectitud e integridad de Conchita y su maestro nunca permitieron que se sobrepasara o insinuara alguna actitud insana; digamos que supieron aprovechar la oportunidad que se les presentó. Así lo cuenta ella en su libro.

Conchita toreando a caballo en la Real Maestranza de Sevilla

Una anécdota que habla de su responsabilidad y un tanto de sus “locuras”, como dijo su peón de brega y relatada por ella para un periódico, refiere más o menos lo siguiente:

Una ocasión viajando vía aérea desde Mérida a Villahermosa para actuar en un festejo en ese lugar, se enteró que no podían llegar desde México D.F. el resto de la torería ni sus caballos, por motivos de lluvias torrenciales que hacían imposible el paso hacia Tabasco; sus únicos acompañantes eran su maestro Ruy y su peón de confianza Fernando López, y al ver que no llegarían los demás actuantes, le comentó a Fernando que sería bueno que  ellos dos lidiaran a pie los cuatro toros, dos cada uno, haciendo uno de peón del otro, esto con el fin de que no se suspendiera el festejo, a lo que Fernando le comentó molesto: ¡son locuras! Ruy de Cámara apoyó a su alumna. Estando en la plaza viendo el ganado en los corrales; los toros no eran tales, sino ganado de media casta por decir algo; en presencia del hermano del gobernador del estado y el empresario de la corrida Conchita les dijo: -no se preocupen Fernando y yo, matamos dos toros cada uno, por lo que tanto el empresario y el hermano del ejecutivo estallaron de alegría; por la premura del tiempo para la celebración de la misma, el hermano del gobernador exclamó -haremos el festejo nocturno, el empresario contestó -señor, pero no tenemos alumbrado, ¡pongan focos! y los colocarían sobre el anillo; muy bien dice el empresario, pero no hay energía suficiente, si encendemos los focos el pueblo se queda sin alumbrado, -no me importa, por mis pistolas dejamos al pueblo sin luz y al que se oponga lo fusilo. El festejo se dio salvando una y mil vicisitudes, al batallar constantemente con un ganado que no se dejaba torear y rehuía dar pelea, y que cada vez que remataba en tablas queriendo huir se iniciaba un momento de apagón que hacía más difícil el intentar torear; apenas y lograron acabar con la vida de tres de los astados, ya que el último fue totalmente imposible dar cuenta de él, todo ante el enfado de Fernando López, un tanto cabizbajos regresaron al hotel; pasaje que recuerda la torera con nostalgia y sonrisas.

Belmonte y Conchita 

La culta rejoneadora, acuñó por decirlo de algún modo el término: Arquitectear y así lo refiere en uno de sus textos Arquitectura y Toros escrito en Lisboa en 1973; enseguida transcribo un fragmento publicado en el libro “¿Porque vuelven los toreros?”, partiendo de la premisa de que la arquitectura es el resumen de todas las artes: “Torear es arquitectear. El toreo puede ser romántico como el de Sánchez Mejías, sólidamente edificado sobre el valor; o gótico como el de Manolete tan esbelto y espiritual… un torero de luz ensombrecida por una mirada de penumbra; una luz semejante a las catedrales iluminadas por vidrieras. Y hay un toreo griego como el de Gaona, un toreo que banderilleando se desprende en vuelos inconcebibles, dignas de la Victoria de Samotracia. Y existe un toreo barroco, el triunfo de la línea curva y la exuberancia del adorno en la interpretación de Belmonte. Y nadie niega el toreo moderno, simple y funcional, que nos presenta “El Cordobés”. Todo esto es el toreo. Pero es mucho más aún: es Arquitectear, con la muerte, una forma de vivir…”.

Gran escritora, en un fragmento de una crónica suya, correspondiente a una corrida celebrada en Guadalajara, México, y publicada en la revista El Redondel en febrero de 1989, describe con sensibilidad y acento poético los sucesos en el ruedo y “celebra al mismo tiempo lo orgullosa que se siente el haber formado parte algún día de quienes saben pisar el ruedo ante un encierro encastado”: “…Era ganado fuerte, duro para los caballos, de buena estampa, astifino, entretenido. Y ese encierro obtuvo el milagro, en Guadalajara, de un respetuoso silencio en los tendidos… En el ruedo estaba Alejandro Silveti, deseando “romper” con calor primaveral. Se topó con Jorge Gutiérrez, verano del acontecimiento, quién trae lo suyo y cosechó los frutos del momento. Enseguida estaba Manolo Martínez –el ganadero- el de los momentos augustos del sereno otoño capaz de apagar, con su drama, a las más desbordantes primaveras… capaz de hincarse, como jamás lo ha hecho, en un lance afarolado que iluminó, aún más, la tarde esplendorosa, en que caían sombreros al paso –cada paso- de los toreros…”  ¿Acaso se puede escribir mejor de toros, y describir en unas cuantas líneas lo ocurrido en una tarde de toros? Conchita Cintrón sabía de toros. 

Conchita pie a tierra en la plaza de Oropesa-Toledo

Contrajo matrimonio con el portugués Francisco de Castelo Blanco, sobrino de su maestro Ruy de Cámara con quién tuvo seis hijos, vivió en Lisboa, donde se dedicó un tiempo a la crianza de caballos; regresó a México, vivió en Guadalajara, donde perdió uno de sus hijos en un accidente, y de nuevo volvió a Lisboa donde falleció el 17 de febrero de 2009. 

Decía que ella fue precursora del toreo a caballo y a pie, que se abrió paso en un mundo dominado por los hombres, por lo mismo también fue precursora del feminismo en una época que resulta difícil imaginar el término, una época que muchas actividades estaban vedadas para la mujer, resultaría ocioso enumerarlas. Baste decir que fue una mujer adelantada a su época, que abrió nuevos horizontes en las actividades que antes eran vedadas al sexo femenino.  

Para culminar esta semblanza conmemorativa a los 100 años de su natalicio, un poema de su autoría que publica al término en uno de sus libros:

Quisiera irme como la tarde,

entre aromas de jazmín y madreselva,

con el luto en los horizontes, y el pájaro cansado.

En el crepúsculo de mis horas, quisiera irme.

Quedo, muy quedo, en busca de la aurora.

Quedo, muy quedo, como se va la tarde.


                                                     Alejandro A. Arredondo M.

                                       Monterrey N.L. 13 de octubre de 2022