domingo, 26 de septiembre de 2021

«EL PEREGRINO» (Sevilla, 24 de septiembre de 2021)

Por Luis Miguel López Rojas

«Juan Ortega cuajó el mejor toreo a la verónica que se ha realizado en la Maestranza en el siglo XXI».
Texto del Diario ABC de Sevilla. Foto Raúl Doblado.

Camino de Sevilla me preguntaba qué motivo razonable pudiera existir para que yo, un toledano, solo y sin compañía, hubiera decidido hacer mil kilómetros en un día para presenciar una corrida de toros. Por más que el mano a mano improvisado entre Morante y Juan Ortega en la Maestranza fuera un gran aliciente. Alguna causa, que convenciera a mi mente de que no era una locura, y de mi propia cordura… La razón, mi razón, no aparecía. Y donde acaba la razón, para aquellos que somos creyentes, empieza la fe. Y me sentí peregrino. Y le dije a mi mente que desde ese mismo instante era un peregrino. No hay más motivos.

Me preguntaba también cómo Juan Ortega, un torero de Sevilla, de Triana, cuyo toreo parece haberse concebido expresamente para pisar el albero maestrante, ha tardado siete años en ser anunciado en los carteles que cuelgan en la Avenida de Colón. Y no encontraba respuesta. 

Juan Ortega meciendo el lance a la verónica.
Foto Plaza de la Maestranza
Me preguntaba si Gallito y Belmonte hubieran nacido en nuestros días, si también habrían tardado siete años en ser anunciados. Y qué habría pasado con la edad de oro a la que tantas páginas y lecturas hemos dedicado. Y no encontraba respuesta. 

Me preguntaba si Juan Ortega hubiera nacido un siglo antes, en los tiempos de Gallito, en el mismo sitio que nació, en Triana, y Belmonte no hubiera ido a la novillada de Valencia, si no seguiríamos hablando hoy de “José y Juan”, pero de otro Juan, de apellido como el segundo de Gallito: Ortega. Y tampoco encontraba respuesta.

Y llegó la hora y el reloj de Dios, ese que mide en fracciones exactas, el que hace que las cosas pasen cuando tienen que pasar, se sincronizó con el que corona el coso del Baratillo. Eran las seis y veinte de la tarde del 24 de septiembre de 2021… Y yo estaba allí para presenciarlo.

El milagro del toreo a la verónica de Juan Ortega, de esa fragua incandescente que surge de lo más profundo de su alma. De ese corazón que late a compás, como guitarra que toca para marcar el ritmo del cante grande. Y sus muñecas se convierten en pincel y cincel. Pincel que pinta con fuego eterno en el lienzo de nuestra memoria. Cincel que hace de aquello una escultura con la que no pueda el tiempo, para que se lo podamos contar a nuestros hijos, a nuestros nietos… 

Lo vi, juro que lo vi. Vi la verónica de Cagancho, de Curro Puya,  la media de Belmonte… La “otra orilla”. Ese toreo que solo vi en fotografía, por tanto que nunca vi, pero que tantas veces imaginé… Y la música de la Maestranza, esta vez sí, tocó para recibirlo, para dar la buena nueva: La VERÓNICA DEL SIGLO XXI está aquí. Y para decirnos que aquello no era un sueño.  

«¡¡¡Juan Ortega!!! Sinfonía pura», Apunte de Humberto Parra sobre el 
toreo a la verónica de Juan Ortega. Publicado en Diario ABC de Sevilla.

Del resto de poco me acuerdo, ni creo que merezca la pena acordarnos. Un  milagro, es un milagro. Y yo «peregrino» tuve la suerte de presenciarlo. Y es que el reloj de Dios mide en fracciones exactas.

En el tren de vuelta a casa ya no había preguntas, sólo respuestas. Pero preferí cerrar los ojos y volver a soñar con ese cuadro que pintó Juan Ortega en mi memoria. 

¡Gracias, torero. Y viva Triana! 



jueves, 23 de septiembre de 2021

LA PLAZA DE TOROS DE GIJÓN Y RAFAEL GUERRA «GUERRITA»

Por Rafael Sánchez González      

Plaza de toros de Gijón

Ana González, alcaldesa de Gijón, ha decidido de manera unilateral no prorrogar la contratación del arrendamiento de la plaza de toros de El Bibio, de propiedad municipal, y de esta forma poner punto final a la celebración de espectáculos taurinos en aquella ciudad. Según indicó, la decisión estaba tomada desde hacía tiempo, pero la gota que ha colmado el vaso ha sido el hecho de que dos de los toros lidiados en la última corrida de la pasada feria llevaban los nombres de Feminista y Nigeriano. Añadiendo, además, que una ciudad que cree en la integridad y la igualdad de hombres y mujeres no puede permitir este tipo de cosas, y que se han utilizado los toros para desplegar una ideología contraria a los derechos humanos. Asimismo, afirma que ella no prohíbe nada, “pero la plaza de toros será para conciertos”. A tal fin, cómo no, cuenta con el respaldo de Izquierda Unida y Podemos.

Con ser relevante, no es este precisamente el motivo fundamental que me induce a escribir estas líneas, aunque como aficionado a la Fiesta Nacional no deje de preocuparme. Voces vinculadas directamente con el entramado taurino ya han manifestado su repulsa ante tan arbitraria decisión por parte de la regidora del municipio gijonés, pero argumentar que con los nombres de los citados toros se insulta al mundo del feminismo y a las personas inmigrantes, me parece un pretexto bastante baladí para tomar tan tajante como injusta determinación.

Conviene recordar, no obstante, que según la jurisprudencia ninguna autoridad municipal o autonómica puede dejar de proteger una manifestación cultural legal mientras no se modifique la legislación en vigor. La Ley 18/2013 para la regulación de la Tauromaquia, configura a ésta como un patrimonio cultural “digno de protección en todo el territorio nacional”, estableciendo que todas las Administraciones Públicas tienen un “deber de protección y conservación, así como promover su enriquecimiento”. Y la Ley 10/2015, para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial establece que los poderes públicos deben ejercer en sus respectivos ámbitos de competencia, una acción de defensa sobre los bienes que integran el patrimonio cultural inmaterial, entre los cuales se encuentra la Tauromaquia. Dicho esto, vayamos al tema que motiva este artículo. 

Cartel de la corrida de inauguración de la plaza de Gijón

Al cumplirse el ochenta aniversario del fallecimiento de Rafael Guerra Bejarano, Guerrita (21/2/1941), bueno será recordar que la plaza de toros de El Bibio de Gijón, centro de la polémica suscitada por la susodicha alcaldesa, fue la primera de las cinco que a lo largo de su trayectoria profesional inauguró el diestro de Córdoba. Las cuatro restantes fueron: Zamora (22/6/1889), con Ángel Pastor y ganado de Juan Sánchez, de Carreros. Valladolid (20/9/1890), alternando con Rafael Molina, Lagartijo y Manuel García, Espartero, ante toros de Saltillo. Y las dos últimas en 1894, actuando como único espada en Mataró (27/7), frente a reses de Cámara; y Jerez (2/8), lidiando un encierro de Villamarta, mano a mano con Francisco Bonal, Bonarillo.

Aunque los primeros antecedentes taurinos de Gijón se remontan a 1660, año en el que la Corporación Municipal acordó que con motivo de la festividad del Santo de la Villa se celebrase un festejo de toros, que tuvo por escenario la plaza que después tomaría el nombre de la Soledad, bien puede decirse que fue a partir de la construcción del coso de El Bibio cuando los espectáculos taurinos adquirieron relevancia para los gijoneses. Quede constancia también del circo taurómaco de madera que en 1862 se improvisó en el Parque de Begoña, en cuyo ruedo actuaron los célebres espadas Antonio Sánchez, Tato y Ángel López, Regatero.

Paseo de Begoña, donde se instaló una plaza de toros.

En 1887 un grupo de ciudadanos de la localidad, con Florencio Rodríguez a la cabeza, constituyeron una sociedad cuya finalidad era dotar a Gijón de una plaza de toros con carácter permanente en consonancia con las del resto de España, en terrenos del parque conocido por El Bibio junto a la carretera de Villaviciosa. Con proyecto del arquitecto Ignacio Velasco se encargó la construcción de la obra a los señores Goyanes y Casanova, levantándose un edificio de estilo neomudéjar con capacidad para diez mil espectadores, que en 1888 estrenaron los diestros Luis Mazzantini y Rafael Guerra, Guerrita con ocasión de las Fiestas de la Virgen de Begoña. Sucedía esto cuando Guerrita cumplía su primera temporada completa como matador de alternativa y ya era el espada que acaparaba la máxima atención entre los aficionados de finales del siglo XIX, hasta llegar a convertirse en uno de los toreros más importantes en toda la historia de la Tauromaquia.

Un siglo, por cierto, de ingrato recuerdo, que para colmo de males culminó con la pérdida de las colonias de ultramar, que sellaría el final de lo que había sido el poderoso imperio español. Al comenzar la regencia de la reina María Cristina tras la muerte de Alfonso XII, Práxedes Mateo Sagasta y Antonio Cánovas del Castillo estaban al frente de los partidos liberal y conservador, respectivamente, quienes establecieron un turno de alternancia al frente del gobierno. Algo sumamente difícil en aquellos años, que, junto a los primeros del siguiente siglo significaron una grave crisis económica para el país. Hasta mediados de 1890 gobernó Sagasta, siguiéndole Cánovas hasta fines de 1892, y así venían sucediéndose cuando en agosto del 97 fue asesinado este último. Al margen de todos estos acontecimientos políticos, como queriéndose olvidar de la preocupante situación que se vivía, los españoles seguían entregados a los espectáculos taurinos. Su afición preferida.

Plaza de toros de El Bibio en el año 1888

Volviendo a la plaza de toros de Gijón, es fácil comprender que su inauguración constituyese un gran acontecimiento para la ciudad, que rebasando incluso el ámbito taurino se convirtió en un fenómeno social para los gijoneses. A tal fin, se confeccionaron lujosos programas editados en seda amarilla y rosa, en cuya cabecera aparecían orlados los retratos de los dos espadas actuantes y se detallaban los precios de las localidades (cuatro pesetas el tendido de sombra y tres el de sol), así como las pertinentes observaciones y los componentes de las cuadrillas. Con Guerrita figuraban los picadores Francisco Fuentes y Antonio Bejarano, Pegote, y como banderilleros su hermano Antonio, Miguel Almendro, Ricardo Verdute, Primito y Rafael Rodríguez, Mojino, anunciándose en funciones de puntillero Joaquín del Río, Alones.

Conviene aclarar que la primera intención de la empresa formada por los señores Goyanes, Canosa y Compañía fue contar con Lagartijo y Frascuelo, pero por coincidencia con la feria de San Sebastián no fue posible su contratación. Se pensó entonces en José Sánchez Cara-ancha y Guerrita junto con Fernando Gómez, Gallo como tercer espada, siendo al final Mazzantini quien acompañase al torero de Córdoba, al ser elegido por mayoritaria petición de personas influyentes de la ciudad.

Servicio de tranvías a la plaza de toros de Gijón

Desde primeras horas de la mañana se produjo un desconocido aluvión de forasteros. Los trenes del norte dejaban gran cantidad de aficionados de la capital y otros pueblos de la provincia, y por el ferrocarril económico de Langreo, por los vapores y diligencias de localidades cercanas y demás medios de locomoción llegaron multitud de gente para presenciar el acontecimiento, haciendo intransitable la calle Corrida desde horas antes de la anunciada para su comienzo. Sobraría decir que la plaza, que se llenó a rebosar, presentaba un maravilloso aspecto y la aristocracia gijonesa ocupó mayoritariamente las localidades de palcos, en cuyos antepechos destacaban distinguidas y elegantes damas de la sociedad. También la literatura dramática estaba bien representada por los aplaudidos autores Vital Aza y Miguel Ramos Carrión, y en lo referente a la prensa local cabe citar al director del periódico tradicionalista El Cabecilla, señor Grande y a J. Flores, redactor de El Correo, a los que hay que añadir varios enviados especiales de la prensa taurina.

Con respecto al resultado del festejo bien puede decirse que no respondió a la expectación creada, y no precisamente por culpa de los toreros, que pusieron todo su empeño en lograr el triunfo y la complacencia del público, pero los toros de José Orozco no estuvieron a la altura que correspondía al reconocido prestigio de la sevillana divisa encarnada, blanca y caña. Un encierro al que le faltó poder y sobró mansedumbre, por lo que varios ejemplares fueron protestados desde los tendidos, hasta colmar la paciencia de gran número de espectadores en el sexto, arrojándose al ruedo almohadillas, botellas, bastones y cuantos objetos tenían a mano, por negarse el presidente, señor Rodríguez Sarmiento, a ordenar que el manso fuese fogueado. Vaya en descargo del ganadero que los animales llegaron en muy malas condiciones después de cincuenta y seis días de viaje y solo descansaron veinticuatro horas en los corrales de la plaza. Por orden de salida llevaban los nombres de Morito, Boyero, Brujito, Lechugo, Boñigo y Bollullero.

Rafael Guerra Bejarano «Guerrita». Foto Montilla.

Mazzantini, que vestía de verde botella y oro, fue aplaudido en dos de sus oponentes, mostrándose algo precavido a la hora de entrar a matar, suerte en la que basaba la mayoría de sus triunfos. Referente a Guerrita, que lucía un terno azul y oro, tampoco pudo sellar con éxito el final de sus intervenciones, viéndosele toda la tarde muy activo como lidiador frente a un ganado que requería muchos conocimientos para solventar las dificultades que sacaron de principio a fin. Las mayores ovaciones se oyeron durante el tercio de banderillas del quinto, rivalizando los dos espadas tanto al clavar, como en sus adornos jugueteos con el toro, sobre todo cuando Guerrita le arrancó la divisa al salir de un vistoso y arriesgado quiebro. Su segundo fue muy castigado en varas, por lo que llegó medio muerto a la muleta. Y poco pudo hacer con el bicho que cerraba el festejo, un manso de carreta, que en manos de otro espada sin los conocimientos técnicos del diestro de Córdoba hubiera hecho casi imposible acabar con su vida.

Luis Mazzantini y Eguía

Como colofón a estas líneas, apuntaré que en aquella temporada de 1888 Rafael Guerra sumó 71 corridas de toros en plazas españolas, a las que hay que agregar 9 de las 12 que toreó en La Habana, siendo el primer espada cordobés que actuó en cosos de Hispanoamérica. Lagartijo desestimó la oferta en dos ocasiones alegando que eso me cae mu lejos del barrio. Barrio del viejo matadero de Córdoba en el que por aquellas fechas se hizo muy popular esta coplilla: Ni me peino ni me lavo / ni me asomo a la ventana / hasta que no vea venir / a Guerrita de La Habana. Y volvió con un importante resultado artístico y económico y una cornada en el cuello que le infirió Boticario, marcado con el hierro de Saltillo, percance que con el paso del tiempo resultaría ser el origen del cáncer facial causante de su muerte, aunque no falten historiadores apuntando que el epitelioma de cuello que generaría el fatal desenlace fue la herida que en dicha zona sufrió en Murcia por un astado de Solís, de nombre Bragadito, el 7 de septiembre de 1893. Fallecimiento en definitiva del que, como ha quedado anotado anteriormente, se ha cumplido este año el ochenta aniversario. 

viernes, 3 de septiembre de 2021

MANOLETE

Por José Alameda

Suerte suprema. Óleo sobre lienzo de Diego Ramos

Si la preguerra la domina Ortega, la posguerra la enseñorea Manolete. Hay ocasiones en que las cifras cobran un especial valor, como es el caso de Manolete, quien por la relevancia de su figura induce a pensar, a los no iniciados en este punto, que toreó muchas corridas. En realidad, no fue así, pues nunca llegó a las cien por año. Como tampoco Domingo Ortega. En cambio, Joselito (que fue el primero en alcanzar la marca de las cien) sumó 102  en 1915; 104, en 1916; 103, en 1917, y otras tantas en 1918, aparte de haber aparecido también a la cabeza del escalafón (aunque sin llegar todavía a las cien) en 1913 y 1914. Belmonte sólo una vez, aunque con cifra récord hasta entonces, de 109 corridas en 1919. El que más veces ha figurado en toda la historia del toreo a la cabeza del escalafón ha sido Domingo Ortega, en siete temporadas. Manolete solamente en dos. Y sin embargo… 

Sin embargo, Manolete mandó en su época como no mandaron en la suya ni siquiera Guerrita, ni siquiera Joselito. Quizá por qué no ejercieron todo el mando que hubieran podido; en cambio, el de Manolete, dirigido por Cámara, fue muy ostensible.

Manolete formó un clan. Un clan que dominaba todas las ferias, que contaba con las mejores ganaderías y en el que, sobre todo, era muy difícil entrar.

Para formar un clan así se necesita imponerse a los demás toreros frente al toro. Es indiscutible. Ahora bien, ¿eso da al hecho título de legitimidad? Ahí está la piedra de discusión.

Por lo pronto, de ahí nace la primera reacción contra Manolete por un grupo de toreros y de periodistas, que se extremaría y se extendería (y esto es lo moralmente triste) después de muerto el gran torero.

«Dos son los puntos en que se basó la oposición 
a Manolete: el toro chico y el "afeitado"» 

El toro chico y el «afeitado».

Dos son los puntos —digamos, de orden administrativo— en que se basó la oposición a Manolete: el toro chico y el «afeitado».

Lo primero, que no fue una consecuencia de Manolete, sino de la guerra civil, que diezmó la ganadería española, se trató de prolongar, sin duda ventajosamente, pero no podía eternizarse. Aparte de que tampoco era un fenómeno total, pues en ocasiones salían toros de presencia y armadura muy dignos de tomarse en serio. Pero, sobre todo, hay un argumento serio también: el toro de aquel momento —fuese como fuese—, salía para todos, no sólo para Manuel Rodríguez. Pero éste se arrimaba más que todos, excepción hecha de Carlos Arruza y Domingo Ortega, que no cedían ante ningún rival.

El «afeitado» es otro asunto. No nació, sin duda, en la época de Manolete, pero es incuestionable que durante ella se sistematizó. Tengo por verosímil que esta práctica hubo de ser en su principio cosa de los ganaderos, para «igualar» algún «encierro» de cornamentas dispares. Pero de ahí se pasó al fraude tan cacareado y evidentemente cierto de aquel momento, y de otros posteriores, sin excluir, por desgracia, al actual.

Abordemos un problema interesante. Una de dos: el «afeitado» sirve o no sirve; es o no eficaz, evita el riesgo o no lo evita. Veamos, según cada hipótesis, la consecuencia.

Si evita el riesgo, no sólo es un fraude inmediato contra el público, sino algo de mayor trascendencia, una verdadera negación del fundamento del arte de torear.

El verdadero valor, la verdadera importancia del riesgo en el toreo, no estriba tanto en la entereza de ánimo que se necesita para afrontarlo cuanto en la exigencia de exactitud, de precisión que establece para el artista.

Un paso adelante y puede morir el hombre, un paso atrás y puede morir el arte.

«Manolete mandó en su época como no mandaron
en la suya ni siquiera Guerrita, ni siquiera Joselito»

El toreo se hace sobre una línea invisible, pero implacable.

Destruir esa línea, escamotearla, es, por lo tanto, negar la esencia misma del toreo. Quitado el riesgo, cualquiera puede entregarse a los intentos más aventurados, sin que ello tenga que ver con la hazaña del verdadero artista.

Queda la otra hipótesis: que el «afeitado» no sirva, en realidad, para una verdadera protección del torero.

A un matador de toros importante, cosido a cornadas, cuyo nombre omito por razones obvias, le pregunté un día:

—De los toros que te han herido, ¿cuáles crees que estuvieran «afeitados»?

—Todos  —Me respondió sin titubear.

—¿Entonces?

—El toro no hiere únicamente por lo agudo de sus puntas, sino principalmente por su fuerza. Pero pese a todo, el saber que está «arreglado» es un alivio psicológico, al que los toreros no podemos sustraernos. Pienso que el toro en esas condiciones puede ser menos certero, tener menos oportunidades, aunque no estoy muy seguro de ello.

Desde luego, sé que un toro «afeitado» me puede matar, pero lo toreo más tranquilo. Con razón o sin ella, así es la cosa.

El público, víctima del fraude, es el que menos se preocupa de él. Pero las autoridades están en su papel al prevenirlo y sancionarlo. Todo lo que va contra la naturaleza de las cosas debe combatirse.

Los enemigos de Manolete le reprochan a éste, principalmente, su
colocación "enfilada" con el toro. Plaza de Salamanca. Foto Hermer.
El toreo de perfil

En el orden técnico, los enemigos de Manolete le reprochan a éste, principalmente, su colocación «enfilada» con el toro.

Manolete fue un torero sumamente definido, casi exclusivamente de línea «natural». De ahí que, cuando remataba una serie en redondo, solía hacerlo con un molinete, suerte banal, en realidad una evasiva para evitar el pase de pecho, y que cuando por excepción daba éste, le resultase tan esquemático, tan rígido. Podía ejecutar, por supuesto, el toreo cambiado o contrario, pero no lo sentía, no le daba expresión.

Por lo que hace al toreo de perfil, me parece útil someter al juicio del lector las siguientes proposiciones:

1.  Al que torea de perfil, el toro le pasa por todo el frente.

2.  Al que torea de frente, el toro le pasa solamente por el flanco.

El argumento cimero de los antimanoletistas contra el toreo de perfil, lo expresa Gregorio Corrochano en su libro ¿Qué es torear?: 

Para torear hay que enfrentarse al toro.

Enfrentarse no es ir de costado.

Si al toro lo adormecieran con morfina, el torero avanzaría

y pasaría al lado del toro, en línea paralela, sin tropezar con él. 

Peregrina argumentación. Si lo malo es que toro y torero no puedan tropezar, de ahí parece seguirse que lo bueno ha de ser lo contrario es decir, que toro y torero tropiecen. Mas ¿en qué cabeza cabe que el toreo pueda basarse en el tropezón del toro con el torero?

El tropezón físico es la cogida.

Y el tropezón geométrico, o colisión de líneas, obliga a una de dos: o echar al toro por delante, desalojándolo con el engaño, o a irse el torero hacia atrás, «destoreando».

«Sentía y realizaba el toreo de línea natural, donde es fundamental que el
toro venga por su terreno, o se le haga venir por su terreno, sin expulsarlo»
Sevilla, 18 de abril de 1945. Foto Finezas.

Curiosamente, Corrochano agrega en el mismo libro: 

El paralelismo del toro y el torero —el perfil—, sólo debe darse

en el centro de la suertes, cuando el torero que tomó al toro de

frente, va girando y, en el momento que el toro le pasa,

 los dos estarán de perfil y en líneas paralelas, para que pueda cargarse

la suerte y el toreo adquiera más desarrollo,  más mando, más eficacia. 

Otra vez, una de dos: o el paralelismo es truco,  o no es truco. Pero no se ve por qué haya de ser truco en el cite, que es anterior a la suerte, preparación para ella, y no sea truco en la suerte misma, en su cogollo, en su centro.

Manolete indudablemente, no se situaba de perfil por «ventaja» —insinuación de cobardía, quiérase o no, por parte de los impugnadores de su arte—. Se situaba así por dos razones que me parecen claras.

Primera, que sentía y realizaba el toreo de «línea natural», en el que es fundamental que toro venga por su terreno, o se le haga venir por su terreno, sin expulsarlo. 

Segunda, que esa colocación era un medio para poder llegar más cerca, para aproximarse a un tipo de toros quedados, que requieren un cite sumamente en corto. Y así eran, en su mayoría, los que salían al ruedo en su época, en su momento.

Bueno es zanjar el paso a una posible objeción: la de que Manolete también se situaba así para citar de largo. Naturalmente, porque su toreo tenía unidad de sistema. No se ve por qué habría de utilizar un modo para torear de largo y otro para torear en corto. Lo técnico en un sistema es que, sin salirse de él, sirva para resolver todas las posibilidades.

La prueba de que estaba en lo justo es que su colocación primitiva le servía para torear desde cualquier distancia, incluso la mínima, sin que para ello tuviera que corregir ni su postura ni su línea de colocación con el toro. A un palmo, o a diez metros, su sistema era igualmente valedero.

«El toreo de perfil de Manolete era un riguroso
sistema, no una pícara estratagema». Foto Mari

En cualquier disciplina, un principio se revela como justo cuando, al aplicarlo, sirve para resolver todos los aspectos de un problema, no unos sí y otros no.

Por donde quiera que se le vea, el toreo de perfil de Manolete era un riguroso sistema, no una pícara estratagema.

Tengo a Manuel Rodríguez Sánchez por uno de los toreros más inteligentes con quienes he hablado en mi vida. No siempre los grandes actores conocen, y menos explican con justa visión, el sentido, los límites, el alcance de su arte.

De la clarividencia de Manolete me había yo dado cuenta al verlo torear y antes de hablar con él.

«Manolete no prejuzgaba, le preguntaba al toro»
México, 2 de febrero de 1947.

Recuerdo que, acostumbrada mi sensibilidad de aficionado a los ayudados por alto de Belmonte, en que «barría los lomos», me dejó frío el primer ayudado alto que le vi a Manolete, un pase «de telón», sin acompañar al toro, elemental y esquemático. Pero pronto caí en la cuenta de que aquello tenía una intención funcional. Belmonte, por darle belleza al pase, sujetaba el toro, lo retenía, lo determinaba; Manolete lo que hacía era dejarlo, para que el toro revelara su condición. De este modo, con el solo muletazo inicial de la faena, tenía ya los datos esenciales sobre el toro. En efecto, como se colocaba perfilado y fuera de distancia, para ir ganando los pasos laterales rumbo al toro, era éste el que le decía cuál era su distancia de arrancada. Después, dejándolo suelto en el pase alto, el propio toro le revelaba también en qué proporción se revolvía.

Manolete no prejuzgaba: le preguntaba al toro.

«Manolete fue un torero sin fantasía, pero con una lógica
irrefutable». Alicante, 29 de junio de 1947. Foto Finezas.

Todo eso, y lo demás, era tan lógico como la colocación perfilada. Manolete fue un torero sin fantasía, pero con una lógica irrefutable. Y al servicio de ella, un valor y una fuerza de carácter que llevaron un sistema, y hasta una línea completa del arte —el toreo «natural»— a una cúspide de eficacia hasta entonces no sospechada: esa línea del toreo cuyo desarrollo hemos visto a través de la historia, del silencio de Pedro Romero al silencio de Manolete. 

Manolete en el cuadro de Daniel Vázquez Díaz
Suplemento literario 

A Manuel Rodríguez «Manolete»


Estás tan fijo, ya, tan alejado,

que la mano del Greco no podría

dar más profundidad, más lejanía

a tu sombra de mártir expoliado.

 

Te veo ante tu Dios, el toro al lado,

en un ruedo sin límites, sin día,

a ti que eras una epifanía

y hoy eres un estoque abandonado.

 

Bajo el hueso amarillo de la frente,

tus ojos ya sin ojos, sin deseo,

radiográfico, mítico, ascendente.

 

Fiel a ti mismo, de perfil te veo,

como ya te verás eternamente,

esqueleto inmutable del toreo. 

                             JOSÉ ALAMEDA 


«José Alameda», seudónimo de Luis Carlos Fernández López-Valdemoro (1912-1990), fue un escritor, periodista taurino y poeta madrileño, que residió y murió en México, donde desarrolló su magistral obra como escritor y crítico taurino.

El texto anterior es el capítulo dedicado a Manolete de su excepcional libro «El Hilo del Toreo», obra agotada de la colección «La Tauromaquia» (Editorial Espasa Calpe, Madrid 1989), que por su importante valor histórico rescatamos, con intención de facilitar su lectura a los aficionados que no han tenido la posibilidad de adquirirlo para acceder al magisterio de sus páginas.    

VER ENTRADA RELACIONADA: «EL QUEHACER DE REGULAR EL ARTE» de Germán Lebatard