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domingo, 8 de agosto de 2021

JOSÉ MARÍA MARTORELL EN EL RECUERDO

Por Antonio Luis Aguilera

El toreo de ajuste, temple y manos bajas de José María Martorell

Fue el torero de mi abuelo Luis Roldán Torres, al que no alcancé a conocer, y el de toda mi familia materna, a la que debo esta maravillosa afición al toreo, porque desde que levantaba dos palmos del suelo me hablaban de toros y de los toreros de Córdoba, desde el respeto profundo a la huella de Lagartijo y Guerrita, la veneración por Manolete, y la admiración por José María Martorell, torero —decían— de bragueta, muy cordobés, de valor seco y temple en el comprometido sitio que pisó Manuel, bajando los engaños como él. 

Me hablaban de la profunda huella que este torero dejó en la afición mexicana; también, que por su apellido revolucionó a la afición de Barcelona, que en sus inicios pensaba que era catalán, y al emocionarse con sus grandes éxitos en la Monumental lo adoptó como suyo.

Entrada dedicada por José María Martorell

Recuerdo aquella maravillosa aficionada que era mi abuela —estuvo abonada a la plaza de Córdoba con más de ochenta años cumplidos— que cuando iba y venía con los seis nietos al colegio de monjas de la calle Gondomar, al coincidir y saludar a Martorell por el centro de la ciudad nos repetía una y otra vez lo gran torero que fue, rememorando los lentos viajes en el tren de entonces para verlo en Sevilla. Así pues, desde que vestía babero de párvulo admiraba a José María, de quien veía las fotos en las revistas que testimoniaban su paso por el toreo, ejemplares que conservaba la familia, como también guardaba la entrada de la última tarde que el abuelo lo vio antes de morir en la plaza de Los Tejares —27 de septiembre de 1953. Toros de Ramos Paúl (Villamarta), para Martorell, Calerito y el mexicano Jorge Aguilar El Ranchero—, donde al dorso, José María escribió de puño y letra con su estilográfica: «Para el mejor amigo y admirador que tengo en Córdoba, Luis Roldán con un fuerte abrazo de José María Martorell».

Antonio L. Aguilera con José María Montilla y Alfonso Galisteo. Foto Marogo

Años después Alfonso Galisteo, otro gran aficionado, además de suegro y amigo, seguidor de Martorell y más tarde de José María Montilla, me confirmaba los juicios de mi familia al hablar de las excelencias del maestro cordobés. Y en los años ochenta, cuando a propuesta del periodista Pepe Toscano inicié una aventura no profesional de informador taurino, que habría de durar tres décadas y aún colea en los textos de este blog, conocí a José María Martorell, con quien tuve la fortuna de gozar de su amistad, y de muchas conversaciones taurinas privadas y públicas, en coloquios donde su presencia era requerida porque otorgaba categoría al acto. También tuve el privilegio de organizar un almuerzo donde conseguí sentarlo en la mesa con sus compañeros Agustín Parra Dueñas Parrita, su padrino de alternativa, y Manolo Vázquez, para que tan excelente terna protagonizara una inolvidable tertulia radiofónica, que comenzó a la hora del café y terminó bien entrada la tarde.  

Parrita, Manolo Vázquez, Aguilera y Martorell. Foto Marogo 

Son muchos los recuerdos que tengo de José María, como la entrañable anécdota con aires de profecía que le gustaba contar. Fue a un tentadero a la finca «Las Cuevas», en el término de Villarrubia (Córdoba la Vieja), donde estaba la ganadería que don Alfonso de Olivares y Bruguera había formado con reses de Juan Belmonte (encaste Gamero Cívico), y Manolete acudía siempre que estaba en la ciudad, atendiendo a la invitación de doña Concepción Gómez-Barzanallana«Conchita Olivares», viuda del ganadero desde el fatídico 1936, que además era aficionada práctica. Allí estaba de aficionado José María Martorell, que salió a torear cuando fue requerido y en quien se fijó el director de la faena campera, quien luego en Córdoba, al caer la noche, cuando Manolete subía desde la plaza de La Lagunilla hasta San Cayetano para ir al Campo de la Merced, junto a la Torre de la Malmuerta, donde estaba la Taberna de Paco Acedo se reunía con sus amigos, al observar que el muchacho del tentadero estaba sentado en la puerta de su casa, lo reconoció y se dirigió a él con una frase que el tiempo convertiría en sentencia: «¡Adiós, torero!». Así fue, en mayo de 1949, casi dos años después de la tragedia de Linares, Martorell tomaba la alternativa en la plaza de Los Tejares, para convertirse en el torero de mayor relieve que tuvo Córdoba en los años cincuenta. «¿Te imaginas lo que significó para mí, siendo un aficionado, que ese Monstruo me llamara torero?».

Verónica de manos muy bajas de Martorell. Foto Cano

En los años ochenta José María acudió con asiduidad a las reuniones de la cordobesa Tertulia Tercio de Quites. Le agradaba el ambiente de silencio con que el grupo acogía los recuerdos de su paso por el toreo. Fueron muchas las noches que gozamos de su presencia y amistad, pero recuerdo especialmente una de invierno, desapacible por fría y ventosa, donde tras una penosa jornada de tratamientos contra la enfermedad que le acosaba, el maestro se presentó por sorpresa, abrió la puerta y nos saludó diciendo: «Buenas noches, señores; vengo a tomarme un par de medios de vino y hablar de toros, que es lo que más me gusta, con este maravilloso grupo de aficionados». Damos fe que impresionaba escuchar sus palabras en el silencio creado en la sala, a veces roto por el tintineo del cristal de los catavinos, y ser testigos de la generosidad con que abría su alma para hablar de toros, bien fuera para recordar su concepto del toreo, para censurar modas propiciadas por sectores intransigentes de la afición —«echar la pierna de salida adelante no es cargar la suerte, sino quebrar al toro echándolo para afuera, una ventaja para el torero», para manifestar su profunda admiración por el toreo de Pepe Luis y por el de los toreros de México y la maravillosa fantasía de su manejo del capote, para  desvelar confidencialmente la «guasa» de Luis Miguel, que enseñaba la punta de la capa por el hueco del burladero para distraer a los toros de sus compañeros en plena faena, y la de veces que hubo de pedirle públicamente que se tapara, o para asegurar que los miuras eran los únicos toros que no dejaban cruzarse a los toreros, porque ellos lo hacían antes para impedirlo. En resumen, para hablar de toros con asombrosa amenidad cuando la vida ya se le escapaba. 

Tal fue el cariño de la Tertulia al maestro, que a su muerte se creó el trofeo que lleva su nombre e imagen, el magistral busto modelado por los escultores y aficionados cordobeses Rafael, Pepe y Pedro García Rueda, quienes por su admiración y amistad con el torero fallecido, colaboraron regalando su trabajo en la creación de la estatua con que la tertulia cordobesa desde 1996, el año siguiente de su muerte, reconoce el mérito taurino de personalidades o entidades, para honrar la memoria del maestro.

Trofeo Martorell

Ángel Mendieta Baeza, compañero durante muchos años en la crítica taurina de Córdoba, nos obsequió el pasado año con un ejemplar de su libro «Y después de Linares… Martorell: El torero de mano baja», que no ha sido publicado y por su interés debería encontrar respaldo editorial para ver la luz, pues recoge el testimonio personal de aquella bonita época del toreo cordobés. De la amena y documentada obra extraemos dos fragmentos que hablan de José María y de su tiempo. 

—«Tras la tragedia, Martorell».

Y como el destino es inexorable, llegó agosto de 1947 y en Linares se produjo la trágica cogida que dejó al toreo huérfano de la figura más grande de una época cuyo eco, como dijo aquel crítico madrileño, sigue siendo inalcanzable. Pero bueno, volviendo al momento de Linares, la muerte de Manolete debió ser como un mazazo que dejó traumatizado al mundo de la tauromaquia y, mientras tanto, Córdoba quedaba ayuna de toreros de alternativa que continuaran la historia escrita por los grandes toreros nacidos en esta tierra, que la representaran en los carteles de postín y en las ferias más señeras de la torería. En Córdoba se produjo un vacío, pienso que profundo, muy profundo. Pero pronto, si echamos mano de la historia, veremos que la pena se vio aliviada, pues la incorporación de los ya referidos Rafael Soria Molina “Lagartijo”, José Moreno “Joselete” y Martorell al escalafón de los novilleros con picadores fue como una puerta abierta a la esperanza, que sirvió para reforzar el entonces raquítico escalafón de novilleros de que Córdoba disponía.

José María en tertulia radiofónica. Foto Marogo

—«¿Quién fue Martorell?»

 Martorell, en aquel momento, cubrió el vacío que había dejado Manolete. Pero que nadie piense que al decir que Martorell cubrió el vacío dejado por Manolete quiero decir que ocupó el sitio de Manolete. No. Martorell ocupó su sitio, el suyo, el que supo ganar con su arte, con su valor y con su personalidad. El lugar de Manolete sigue vacante, porque torero con la fuerza de Manolete solo hubo uno y, por tanto, ese lugar, que es como un trono en la historia torera de nuestra Córdoba, quedará vacante por los siglos de los siglos. Sólo digo que Martorell cubrió, de forma muy digna, aquel vacío, porque supo mantener la ilusión de muchos aficionados, ya que su presencia en los ruedos sirvió para mitigar el desencanto provocado con la desaparición de aquel genial torero cordobés en aquel trágico agosto de 1947. 

I Coloquio organizado por la Tertulia Taurina Santamarina de Córdoba:
Alfredo Asensi, Ángel Mendieta, Antonio L. Aguilera, José Mª Martorell,
Antonio Cabanillas y Enrique Cabello. Foto José Luis Cuevas.

Finalizamos esta entrada donde hemos evocado con tanto cariño como admiración la figura de José María Martorell, el espada cordobés que en una época de tristeza ante una perdida irreparable fue capaz de abrirse paso en el toreo, para volver a entusiasmar a la afición de Córdoba tras el vacío dejado por la muerte de Manuel Rodríguez Manolete«¡Con lo difícil que era eso!»sentenciaba su amigo y padrino Agustín Parra "Parrita".

 TEXTOS RELACIONADOSEl toreo en los años cincuenta


viernes, 4 de diciembre de 2020

EL TEMPLE SE ENTRENA

Por Antonio Luis Aguilera 

Manolete engancha a la becerra con la misma panza de la muleta y la lleva embebida en los vuelos

La foto es de escasa calidad pero mantiene intacto su mensaje. Debe tener unos ochenta años y en ella observamos a Manolete interpretando el toreo actual, el de nuestro tiempo. Cuando se captó la instantánea, cuyo autor desconocemos, habrían transcurrido cinco a seis lustros de la revolución de Joselito y Belmonte. Pero el toreo ya era distinto al de su época, aunque algunos de los que escribieron la historia se habían apresurado en redactar el capítulo del toreo moderno atribuyendo "paternidades". Tenían un serio problema, pues la historia seguía su curso dejando en evidencia un relato inconcluso, para el que buscaron un titular rimbombante, que no ofreciera dudas, escogiendo la edad de oro del toreo, el mismo que en el siglo anterior había nominado la competencia entre Lagartijo y Frascuelo

Así las cosas, resultaba complejo reescribir la historia, y optaron por silenciar su curso, por esconder la evolución sin valorar un hecho que la cambiaba por completo, y lo que es peor, por ningunear al protagonista, el gran orfebre del toreo Manuel Jíménez Chicuelo, al que pretendieron envolver en el papel de regalo de la chicuelina, o catalogar como un fino torero sevillano. Pero no fue así, porque el torero de la torerísima Alameda de Hércules, aunque nacido en la trianera calle Betis, fue quien pulió y puso en valor el toreo de línea gallista, el ligado en redondo. Fue él quien con su gracia manifestó la geometría de la ligazón de los pases en redondo, demostrando que era posible alternando los terrenos de adentro y los de afuera, cuando entonces era habitual que el lidiador ocupara los de adentro -dando la espalda a tablas-, y el toro los de afuera, para dar dos pases: el natural y el cambiado o de pecho. Por tanto, Chicuelo fue el creador de la faena moderna, la que relaciona los pases y otorga cohesión a la lidia. Qué razón llevaba su banderillero Manuel González Buzón el Rerre, cuando la tarde del 24 de mayo de 1928 en Madrid, tras la apoteósica faena al toro Corchaíto, se dirigió a su maestro y le sentenció: "Manolo, hoy has cambiado el toreo".

Chicuelo otorga la alternativa a Manolete

Posteriormente vendría otro hecho determinante, la alternativa de Manolete, porque el 2 de julio de 1939 en la Maestranza de Sevilla, donde Chicuelo fue el gran triunfador cortando un rabo, el sevillano no solo entregaba al cordobés espada y muleta otorgándole el grado de matador de toros, sino que le cedía el testigo de su propio toreo, el que eslabona los pases, para que Manuel Rodríguez Sánchez, con el valor y la regularidad que atesoraba, lo implantara como el sistema al que habrían de adaptarse todos los toreros para expresar su arte. 

Manolete dio otra vuelta de tuerca a la ligazón con su forma de obligar a los toros quedados. Y toreó a la inmensa mayoría acortando las distancias con pasos laterales sin corregir su posición para provocar las embestidas. Pero los escolásticos le acusaron de perfilero, y organizaron campañas difamatorias que llegaron hasta después de su muerte, siendo una de las más tristes la engolada conferencia de un espada de distinta cuerda en el Ateneo madrileño, donde leyó lo que escribió o le escribieron, un manifiesto antimanoletista cuando ya el honrado y cabal torero de Córdoba no existía. Sin embargo, la lección de Manolete había sido suficientemente explicada en el ruedo y con el toro, por eso todos los toreros adoptaron el nuevo sistema para expresar su acento artístico. Además, el público no habría soportado el regreso de ese toreo de un pase aquí y otro allí, y exigía la ligazón de los pases en series en la faena de muleta. 

En la antigua fotografía vemos a Manolete entrenando en una placita campera en el marco de un paisaje otoñal. Relajado, con los botos clavados, el compás ligeramente abierto y desmayado el brazo que no torea. La escena expresa absoluta naturalidad. El torero ha enganchado la embestida con la panza de la muleta y lleva a la becerra embebida en los vuelos, mientras hundiendo el mentón acompaña el viaje con la cintura para sentir el temple con que somete a la res, que noblemente humilla siguiendo la bamba que suavemente la trae y la lleva en ese emocionante equilibrio de quietud de piernas, movimiento de brazos y goznes de muñecas que determina el toreo. ¿Entrenaba Manolete el temple...? 

Manolete descansa al sol en la plaza de tienta
Defendía el magistral escritor José Alameda que el temple se entrena, «que cuando se tiene un don, éste se acendra y afina con el ejercicio, no se entrenan sólo mecanismos concebidos, "se" entrena uno mismo, sus facultades, sus posibilidades, los niveles de su aptitud. El objeto del entrenamiento es el artista mismo». Y recordando una gélida mañana de invierno, que tuvo el orgullo de ser ayudante de Juan Belmonte en un tentadero celebrado en la ganadería de don Nemesio Villarroel, añadía: «Lejos del barullo de los cosos, y del delirio de los públicos, prácticamente sin ambiente, o digamos, en el ambiente neutral de la placita gris, de la mañana fría y del silencio, las formas esenciales del toreo de Belmonte, sus engranajes íntimos, sus goznes determinantes, cobraban un valor paradigmático y se veían, como en un cuadro "abstracto", los valores esenciales, despojados de la anécdota». 

Entendemos que para ser torero se necesitan dos cualidades con las que hay que nacer: el valor y el temple. Y consideramos que ambas se pueden entrenar por quienes las atesoran. Nos contaba Pascual Membrives, amigo entrañable de la Tertulia Tercio de Quites de Córdoba, una anécdota que vivió en su niñez y traemos a colación por la enseñanza que pueda aportar.

Manolete ayudándose por alto en un tentadero

Recordaba que estaba en la tapia de un tentadero dirigido por Manolete en la finca Las Cuevas, en el término de Villarrubia (Córdoba la Vieja), donde pastaba la ganadería de don Alfonso de Olivares. Su viuda, doña Conchita Gómez-Barzanallana, era aficionada práctica y con frecuencia salía a torear. En ello estaba cuando una de sus becerras la derribó. Inmediatamente, los banderilleros salieron para hacer el quite, pero Manolete les ordenó que se detuvieran: «¡No corráis, dejarla ahí un momento para que se le quite el miedo!». A continuación fue él mismo para llevarse la vaca y cuando se la había quitado preguntó a la ganadera: «¿Te has asustado?».

La teoría del gran analista taurino parece cobrar vida en la fotografía que nos ha servido para recordar la evolución del toreo moderno, aquel del que hablaba Guerrita en su Tauromaquia, iniciara Joselito, puliera Chicuelo e implantara Manolete. Una foto que también invita a reflexionar sobre el importante trabajo de los ganaderos, que seleccionaron un animal con mayor entrega y fijeza que posibilitara ese nuevo toreo.  

TEXTO RELACIONADO CON LA EVOLUCIÓN DEL TOREO:

martes, 24 de abril de 2018

MOSAICO MANOLETISTA (y II)


Por Antonio Luis Aguilera                 
Manolete alumno salesiano (fila de abajo, 3º a la derecha)
       Manolete fue escolarizado en el Colegio de los Salesianos de Córdoba, ubicado en la calle María Auxiliadora, donde iba andando desde la plaza de La Lagunilla por las calles Mayor de Santa Marina, Zarco, Reja de Don Gome, Ocaña, Santa María de Gracia y plaza de San Lorenzo, colindante con el centro escolar. Como alumno salesiano rezó a María Auxiliadora, imagen que preside la capilla del colegio, pero también fue devoto del Cristo de los Faroles y de la Virgen de los Dolores, venerados en la plaza de Capuchinos, a la que gustaba rezar no solo en el interior del Convento de San Jacinto, sino ante el azulejo situado a la subida de la Cuesta del Bailío. En una ocasión, a la vuelta de un viaje de América, lo sorprendió en este lugar el hermano mayor de la cofradía, que le preguntó porqué no le rezaba dentro del templo. El torero le respondió: «esto es como los toros, antes de entrar a la plaza hay que entrenarse».  
          
Azulejo de la Virgen de los Dolores
       Pascual Membrives Martínez, fue un excelente aficionado cordobés, que contando más de ochenta años se emocionaba al hablar de Manolete, de la humanidad y sencillez de un hombre que era la máxima figura del toreo. Recordaba que, siendo él un niño, se orientó de la celebración de un tentadero dirigido por Manolete en la finca “Las Cuevas”, en Villarrubia (Córdoba la Vieja), donde pastaba la ganadería que don Alfonso de Olivares y Bruguera había formado con reses de Juan Belmonte (procedencia Gamero Cívico), y acudió al amanecer para subirse a la tapia. Ese día no solo quedó impresionado por el toreo de su ídolo, sino por las experiencias que vivió en la jornada campera.
 

       Rememoraba que doña Concepción Gómez-Barzanallana, «Conchita Olivares», viuda del ganadero desde 1936, era aficionada práctica y gustaba torear a las becerras. En ello estaba cuando una la tropezó y derribó. Los banderilleros acudieron de momento para hacer el quite, pero Manolete los frenó ordenándoles: «¡No corráis, dejarla ahí un rato para que se le quite el miedo!». Seguidamente acudió él para llevarse a la vaca y preguntaba a la ganadera: —¿Te has asustado? Después sería protagonista nuestro amigo. Finalizado el tentadero los empleados sirvieron un arroz a los invitados. Manolete observó que mientras comía el chaval no le quitaba el ojo de encima, y pensando que tenía hambre pidió para él un plato. Pascual, que no había probado bocado desde la noche anterior, quedó impresionado al ver que le hablaba el torero que tanto admiraba, con quien mantuvo este breve diálogo: —No señor, muchas gracias, ya he comido. Manolete sonrió al adivinar la justificación: —¡Tú cómo vas a haber comido, hombre... Venga, ponerle un plato ahora mismo al nene! —No señor, de verdad que sí he comido, muchas gracias...  —Como quieras... Pero tú no has comido y por vergonzoso te vas a ir sin comer.  

José María Martorell. Foto Mateo
       En un tentadero celebrado en esta misma finca, donde Manolete acudía a prepararse cuando estaba en Córdoba, estaba como aficionado José María Martorell Navas, preparado para salir a dar unos pases cuando fuera requerido, previo permiso de la ganadera. Por la noche, cuando Manolete subía desde La Lagunilla a San Cayetano, para ir al Campo de la Merced, donde se juntaba con los amigos, observó que el aficionado del tentadero estaba sentado en la puerta de su casa, y mirándolo con una sonrisa le regaló una frase que el tiempo convertiría en sentencia: «¡Adiós, torero!». Casi dos años después de su muerte en Linares, en mayo de 1949, aquél muchacho tomaba la alternativa en la plaza de “Los Tejares”, y sería el torero más importante de Córdoba en los años cincuenta. José María lo recordaba con enorme orgullo: «¿Te puedes imaginar lo que significó para mí que ese Monstruo me llamara torero, cuando yo era un aficionado?».
 

Iglesia de San Miguel
     Otra simpática anécdota de Manolete, prácticamente desconocida, la contaba su íntimo amigo Manuel Sánchez de Puerta. Ocurrió en Córdoba una noche de invierno. Después de tomar unas copas de vino con los amigos, al pasar por la plaza de San Miguel -templo donde fue bautizado el torero-, vieron pasar a un señor bajito con sombrero. Al torero le hizo gracia el sombrero, se lo quitó para ponérselo y todos corriendo alrededor de la iglesia. El hombre siguió al grupo sin alcanzarlo gritando: «¡Sinvergüenzas...!». Ellos, muertos de risa, escondidos en un portal, lo veían pasar desorientado, hasta que dieron por terminada la broma. Saliendo del escondite, Manolete se acercó al señor: —Amigo, tome usted el sombrero y disculpe. Créame, solo ha sido una broma. ¿Sabe usted quien soy? Acalorado, contestó: —¡Usted es un sinvergüenza! —Hombre, no diga usted eso, yo no soy un sinvergüenza, soy Manolete, el torero. El hombre, que resultó ser un agente comercial de Barcelona que se alojaba en el Hotel Simón, replicó acalorado: —¡Usted que va a ser Manolete. Usted es un sinvergüenza! El torero, acercándolo a un farol de la plaza, le dijo: —¿Se convence? Al descubrirlo, aquél hombre, loco de alegría, no daba crédito a lo ocurrido, se disculpó en repetidas ocasiones, rieron la broma y charlaron un rato, quedando citados por la mañana siguiente para desayunar juntos. Aseguraba Manuel Sánchez de Puerta, que el hombre se marchó de Córdoba encantado de haber conocido a Manolete,  desayunar con el torero y ser protagonista de su broma.
 

Manolete por estatuarios. Foto Mateo
    Como final de este mosaico recomendamos la visita a los lugares citados, donde podrán encontrar tabernas clásicas cuyas paredes veneran el recuerdo del torero. En la plaza de San Miguel, próxima a la calle donde nació: Taberna “El Pisto”, ubicada en la misma casa donde en el siglo XIX se fundó el famoso Club Guerrita. En el barrio de Santa Marina: Taberna “La Sacristía”, calle Alarcón López, entre las plazas de La Lagunilla, donde vivió el torero, y Conde de Priego, donde se alza su monumento. Frente a esta taberna se halla la Casa de Hermandad del Señor Resucitado, donde se custodia el traje de luces que Manolete vistió en Santander la última tarde que salió a pie de una plaza. Bar “Santa Marina”, frente a la iglesia que da nombre al barrio, que guarda recuerdos del torero. En la plaza de San Agustín: Taberna “Rincón de las Beatillas”, visitada por Federico García Lorca y sede de las Tertulias “Manolete”, “Chiquilín” y “Fosforito”. En el barrio de Ciudad Jardín: Taberna San Cristóbal, en calle Rodolfo Gil, sede de la Tertulia “Tercio de Quites”, donde se exhiben fotos de Manolete, Martorell y otros espadas cordobeses.