martes, 20 de diciembre de 2022

¡FELIZ NAVIDAD!

 Por Antonio Luis Aguilera

Juan Ortega, plaza de toros de Ronda, 3 de septiembre de 2022. Foto ARJONA.
El arte fluye natural, el trazo sentido de la suerte se manifiesta en la sencillez
del suave pulso de la tela, que mecida lleva al toro embebido en la delicada y
tremenda fuerza del temple que acaricia, atempera y crea una obra efímera
expresando el toreo, versificando en el ruedo la belleza de un instante único e
irrepetible, que conmueve y emociona como el poema más profundo.

HACER el toreo despacio es lo más difícil en el trance de pasarse por la faja a un toro bravo. Torear encajado de verdad, con la pureza y el clasicismo que lo hace Juan Ortega es engrandecer el arte del toreo, elevarlo a un estado superior; es exaltar el efímero e inolvidable encuentro donde se ofrece la vida para crear una obra que exige entrega absoluta desde la colocación en la suerte, y calma interior para afrontar la angustia del riesgo al enganchar al toro y someter la embestida con las yemas de los dedos pulseando el suave vuelo de la tela, que termina por imponer otra velocidad al animal, otro ímpetu al mostrado en las primeras acometidas, graduando su celeridad con ese toreo de seda que acaricia y nace de un encuentro sin violencia, despacioso, de imágenes a cámara lenta. Atesorar la gracia para hacer inmenso el toreo, con esa calidad excelsa que no parece humana, es un don exclusivo de los toreros privilegiados de la historia.  

Con esta preciosa fotografía de ARJONA a modo de christma, que manifiesta la grandeza del toreo de Juan Ortega, el torero que mejor torea del escalafón, felicito a los amigos lectores de «Plaza de la Lagunilla». ¡Qué se cumplan vuestros mejores deseos!

 ¡Feliz Navidad y Paz en la tierra!

martes, 13 de diciembre de 2022

LOS TOROS NO SON LA ÓPERA

Por Antonio Luis Aguilera

Vista aérea de la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla

Los empresarios de Sevilla y Madrid, las dos plazas más importantes de España, llevan tiempo quejándose de los resultados económicos del negocio, pero ninguno deja el timón del coso, como ocurre con tantas otras actividades que han de bajar la persiana por falta de rentabilidad. En el toreo las quejas se reproducen con asiduidad, pero sin atisbo de cesar en la actividad para que un nuevo gestor con otras ideas y mayor carga de ilusión intente rentabilizar ese recinto. Todo lo contrario, si alguno demuestra una gestión exitosa en otras plazas, como hizo José María Garzón durante la pandemia en El Puerto de Santa María y Córdoba, mientras los arrendatarios de las dos grandes plazas decidían no ofrecer un pitón con aforo reducido, se le pone como un trapo llamándole de todo menos bonito, se le acusa gratuitamente de no cumplir las normas sanitarias establecidas, aunque después la autoridad gubernativa lo desmienta, y sin pedirle la menor excusa aguardarán para pasarle factura, incluyendo el recargo por inquina, para que «respete» un negocio regido por «familias».

A primeros del siglo XX, reinando en el toreo José Gómez Ortega, por iniciativa suya se comenzaron a construir las plazas de toros monumentales, con la finalidad de dar cabida a un mayor número de espectadores abaratando las entradas y que los toreros aumentaran sus honorarios. Un siglo después, lo verdaderamente monumental es el precio que han adquirido las localidades para sentar las nalgas en un estrecho escalón de piedra —la almohadilla se lleva de casa o se paga aparte—. Los toros, digámoslo de una vez, se han convertido en un espectáculo prohibitivo por su carestía para muchos aficionados. Lo contrario de lo ideado por el inolvidable «Gallito». 

Plaza de toros de «Las Ventas». Madrid

Los nuevos idealistas han convertido el toreo en un espectáculo de élites, impopular por su carestía, donde cada vez son menos los aficionados que pueden pagar un abono de temporada, como ocurre en los últimos años en la plaza de Sevilla, que sin ser monumental ronda un aforo cercano a las 12.000 localidades, y donde la pasada temporada la entrada de un tendido de sombra costaba 102 euros y 85 una grada, que ahora le han cambiado el nombre por tendido alto. También la monumental de Madrid, desde la pasada feria de otoño, llevó a cabo a una desproporcionada política de precios para las entradas sueltas, con objeto de penalizar a quienes no adquieran el abono y facilitar el acceso a quienes acudan a Las Ventas con ánimo de presenciar algún festejo, aficionados que en las taquillas se sorprenderán de los precios que actualmente rigen en la que hasta el pasado año fue la plaza más barata de España —ahora 180 a 90 euros para las filas 1 a 15 de tendido de sombra—, y ante esta nueva política posiblemente desistirán del intento si no es para presenciar un cartel de relumbrón. Una confortable butaca para una función de teatro en un comodo recinto climatizado no alcanza esos precios, pero si los empresarios taurinos prefieren tomar como referencia los precios de un espectáculo de élite como la ópera con toda seguridad están errando el tiro.

Los tiempos han cambiado, y aunque los gestores de las plazas importantes aseguren con cierto desdén que también hay localidades más asequibles en la solanera, hace tiempo que salvo carteles puntuales de relumbrón el público comenzó a dar la espalda a esta sugerencia. El popular aforismo de «los toros con sol y moscas» resulta inadecuado en las circunstancias actuales, pues afortunadamente ha disminuido esa clase obrera curtida al sol que toleraba temperaturas inhumanas para asistir a las corridas. Las plazas del sur saben bien de los rigores de las altas temperaturas en los meses de temporada, no solo en verano, porque sin ir más lejos en Córdoba se celebraron las corridas de la última feria de mayo con más de cuarenta grados a la sombra, mientras se incrementaban las advertencias para no sufrir golpes de calor. Así pues, si se pretende que los toros no pasen a ser un espectáculo de minorías será necesario cuidar aquello de «siempre hubo ricos y pobres», adecuando a las circunstancias actuales los precios y los horarios de los festejos. La política de los gestores de las plazas de Sevilla y Madrid puede dar la puntilla a un espectáculo que ya no es tan popular como hace años.

Interior del coso maestrante

No vale desviar la atención del verdadero problema que tiene la Fiesta de los Toros, pues no se centra en el nefasto gobierno «frankenstein» que desprecia al toreo, ni en los antitaurinos sufragados por los lobbies que generan ganancias millonarias vendiendo alimentos para animales domésticos, sino en esos otros lobbies que controlan y fijan los precios de todos los segmentos del negocio taurino. Ese es el auténtico problema del toreo, por lo que sería necesario reflexionar e hilar fino para mejorar una gestión que está haciendo aguas colocando la soga en el cuello del aficionado. La subida desproporcionada de los precios de las localidades, unida a la confección de carteles que ofrecen pocos festejos atractivos con otros de mediano o nulo interés, por el debido respeto entre «familias» para colocar a sus espadas intercambiando favores y comisiones, mientras se ignoran a los diestros que de verdad se ganan un sitio en el ruedo, es un tiro en la línea de flotación de un espectáculo sostenido por el publico. Quienes mueven los hilos del negocio deben de tener mucho cuidado, no sea que olvidando a la afición cunda el ejemplo de Bilbao, otrora gran plaza del norte, donde un nefasto modelo de gestión ha aburrido a un selecto público que ha terminado dando la espalda a los toros. 


sábado, 3 de diciembre de 2022

LAS LÁGRIMAS DE UN TORERO

Por Antonio Luis Aguilera 

¡Suerte...! Foto Plaza1

Por casualidad nos encontramos en la calle. Hacía tiempo que no se cruzaban nuestros caminos, concretamente desde que «las cosas» dejaron de salir bien en las escasas novilladas donde lo ponían. La alegría del encuentro fluyó en un sincero abrazo; instantes después, la breve charla delataba la fragilidad de un ánimo incapaz de articular palabras con la garganta rota y las lágrimas brotando en sus ojos. No recordaba una situación parecida. Semanas después necesito desahogar el sentimiento que me produjo el encuentro, porque las lágrimas de dolor de un torero causan un respeto imponente, sobre todo cuando, a veces, no aparecen porque «las cosas» han salido mal, o por la falta de resultados esperanzadores al esfuerzo de años; ni siquiera suelen brotar en los amargos momentos de las cornadas. Aparecen cuando llegan las «cornadas» que hieren el alma, los percances de la indiferencia, la soledad, la  falta de fe de quienes le apoyaban… Cuando aparece un rosario con tantas cuentas y letanías de desesperanza, que invita a reflexionar sobre la perspectiva de futuro que ofrece una vida entregada al toro desde poco después de la infancia.

Dicen que el toro pone a cada uno en su sitio, pero en el toreo, como en la vida, no hay verdades absolutas. No todos los que quieren «ser gente» gozan de idénticas posibilidades ni tienen la misma suerte, esa palabra pronunciada con veneración en el mundo del toreo, repetida como un «mantra» desde que un muchacho es capaz de dibujar sus primeros lances en la arena, soñando verse pronto liado en un  capotillo de luces en la puerta de cuadrillas. ¡Suerte…! Para que no flaquee el ánimo ante el de los pelos rizados, para poder aprender de quien realmente sepa enseñar, para asimilar los conocimientos y poder crecer, para que se fijen en ti y puedas figurar en un cartel, para que esa tarde el viento no ondee las telas y un animal de reacciones imprevisibles colabore noblemente, para aflojar los nervios y expresar un concepto que agrade al público, para salir ileso de la experiencia, para que cuando haya pasado el miedo de la plaza no aparezca el pavor en la pensión por la falta de dinero para pagar tanto gasto, para subir confiado una montaña de dificultades y madurar en un aprendizaje singular y exigente como pocos: el toreo. 

«... respeto para quien ha visto de cerca al toro...» Foto Plaza1

¡Suerte…! Pero cuando las casualidades no son favorables, cuando el número asignado en la lotería de la vida no aparece en la lista de premios y la suerte es esquiva llega el encadenamiento de adversidades: florecen las dudas, aparece el miedo, se manifiesta la inseguridad, el agarrotamiento, la pérdida de sensibilidad en el manejo de los chismes, la falta de sitio, el deseo de apremiar e irse… Las precauciones que detecta un terrible jurado que con su griterío machaca los tímpanos y con sus burlas el alma. Después, en el entorno aparecen caras largas, palabras gruesas y frases hirientes para decirle que se quede en su casa... Cuando la suerte deja ser una mera casualidad se pierde la fe para volver a buscarla y brotan las lágrimas del torero, amargas, dignas de auténtico respeto para quien por poco que haya sido ha hecho lo que los demás solo han soñado; respeto para quien ha visto de cerca al toro para saber lo que nunca aprenderán los que están en los tendidos, el enigma de esa mirada, el jadeo tras sus impetuosas embestidas, el sentido o listeza que desarrolla y ha de desengañar hundiendo las zapatillas, confiando en la firmeza del delicado trazo del lienzo, y cuando no queda saliva en la boca para tragar el miedo, adelantar la tela para enganchar, llevar, expresar y sentir en el serpenteo de redondos y naturales, mientras la inteligencia gana el pulso a la violencia con el manejo templado de una simple tela.

Las lágrimas de un torero producen un respetuoso silencio, el que merece un corazón que ha latido en los momentos críticos que solo los elegidos son capaces de afrontar. Son la muestra real del sentimiento herido de quien ha ofrecido su vida por un sueño que también se desvanece o se rompe. Solo los privilegiados de todas las épocas lograron ser figuras del toreo, pero todos los que lo intentaron, absolutamente todos los que abrieron cauces por las sinuosas sendas del toro, son dignos de la mayor consideración, porque todos, sin importar el precio a pagar, transitaron por un camino que no es capaz de pisar cualquier ser humano.