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jueves, 28 de agosto de 2025

«MANOLETE»: 78 ANIVERSARIO DE LINARES

Por Antonio Luis Aguilera

 

"Suerte suprema". Óleo sobre lienzo de Diego Ramos

Se cumple un año más de la muerte de Manolete en Linares. Y en el toreo todo es su esencia y su presencia. La esencia de lo que en el arte de lidiar toros constituyó la naturaleza del toreo ligado en redondo, que permanece invariable 78 años después, y la presencia inalterable del concepto de Gallito, pulido y recreado por el arte de Chicuelo, creador de la faena moderna, que con Manolete adquiere su pleno desarrollo con una nueva forma de obligar a embestir, acortando las distancias para aguantar la acometida bajando la mano, y de esa forma perseverar cada tarde, con espeluznante serenidad y majestuosa elegancia, como el eje por donde gravitaba el toreo. Esa es la huella que desde entonces no ha dejado de ser respetada, admirada y soñada por todos los toreros. 

El tiempo borró las patrañas de que fue objeto un toreo que sigue vigente. Y los censuradores del arte del torero cordobés pasaron a la historia como envidiosos y mentirosos. Acusaron de ventajista, en clara insinuación de cobardía, a quien toreando desde su línea vertical y citando de perfil ofreció su vida al toreo, incluso desde doctas tribunas, cuando el inolvidable espada había muerto en las astas de un toro, trataron de explicar el “verdadero” arte del toreo con una engolada conferencia que nadie aceptó. Y lo que es peor, que ningún torero adoptó para expresar su toreo, porque el toreo, desde Manolete a nuestros días, no se concibió sin la ligazón de los pases en series, y la agrupación de estas armando la faena de muleta. 

El recuerdo de Manolete se mantiene de generación en generación, aunque hoy como ayer, no falte parte de la crítica concursando en ditirambos para proclamar a un torero contemporáneo como “el mejor de la historia”, “el mejor de todos los tiempos”, “el dios del toreo”… ¡Cómo si tan exaltados seguidores hubieran presenciado con sus ojos todos los capítulos de la historia del toreo!  ¡Cómo si hubiera posible comparación entre los toros de hoy con los de cada capítulo de la Tauromaquia! Por fortuna para el toreo, la Fiesta goza de excelentes toreros. Y de no menos importantes ganaderos, que perseverando en la crianza del toro han logrado magníficos resultados, para ofrecer al toreo un animal más bravo que nunca, con más fijeza, entrega, clase, ritmo y duración. Un animal que dista mucho de los ejemplares de otras épocas, donde prevalecía la brusquedad de la mansedumbre y el genio defensivo, y con los que hubieron de vérselas en la arena para expresar su arte los mejores diestros de cada tiempo.

Se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Manolete, al que nadie podrá arrebatar su auténtico lugar en la historia, como nadie tampoco podrá arrebatárselo, con irreflexivos ditirambos, a otros grandiosos toreros históricos; porque cada tiempo tuvo su toro, su torero, su público y hasta su prensa...

 

lunes, 11 de agosto de 2025

LA ÉPOCA DE MANOLETE Y ARRUZA

Por Néstor Luján

(Diario ABC: Madrid, 21 de Abril de 1957)

 

Manolete y Arruza se saludan en  Valencia,
la tarde del 7 de octubre de 1945. Foto Finezas.


«He de escribir sobre una etapa taurina a la cual me ligan no solamente unas marcadas diferencias de tipo estético, sino también de carácter sentimental. Es la comprendida entre 1939 a 1947, fecha de la muerte de Manolete, y, singularmente, los intensos años de la competencia entre Manolete y Arruza. Es decir, de julio de 1944 a la muerte del cordobés, en agosto de 1947. Esta época la contemplaré a través del acontecer taurino en Barcelona.

 

En las plazas barcelonesas que, como es bien sabido, son temperamentales, muy generosas, poco exigentes y heterogéneas en cuanto a la cantidad y calidad de aficionados, la época mencionada fue, sin lugar a duda, el último gran momento de una auténtica afición a los toros. Sin prejuzgar, porque sería absurdo hacerlo, las calidades de los toreros que precedieron a Manolete y las de los que le han seguido, hemos de señalar que, en ese lapso de tiempo, la afición permaneció en sus límites estrictos por lo que se refiere a la actitud estética y técnica. A la plaza iba el suficiente número de aficionados para contrapesar al cada vez mayor contingente de público. Después de esta etapa, cuando se perdió la fascinación del toreo de Manolete y la enajenación del toreo de Arruza, sobrevinieron unos años de crisis y de desgana, luego han llegado los opulentos años del turismo y la afición, ese grupo siempre minoritario, pero que es verdadero fermento de la plaza, ha dejado totalmente de tener influencia en ella. Conste que hablamos de la afición reflexiva, entendida y conservadora, que ha sido el núcleo que, desde siempre, ha mantenido los toros en sus magníficas proporciones y que ha permitido en el curso de la historia del toreo la necesaria, descrita y progresiva evolución.

 

"Manolete conoció la soledad en la cumbre del toreo"
Sevilla, 18 de abril de 1945. Foto Finezas.

Desde hace varios años, el aficionado pesa muy poco en la plaza. Exactamente, en las plazas barcelonesas, el aficionado está en tan penosa minoría, que las más de las veces deserta de su puesto. Hay demasiadas fiestas de toros, excesivos intereses creados, y, sobre todo, un público nuevo, deseoso solamente de espectáculo, que ha hecho desaparecer cualquier rigurosidad. Para este público extranjero o español que acompaña a extranjeros, conceder una oreja es tan gentil y prodigioso espectáculo como ver un buen natural.

 

Quede, pues, claro que, en Barcelona al menos, el viejo clima de la fiesta de los toros lo ofreció en todo su dorado prestigio, la extraordinaria figura de Manolete y su pugna con Arruza que en el momento en que surgió en estas plazas —exactamente en julio de 1944—, si no hubiese existido, hubiera sido necesario crearlo. Y Arruza con su fábula de valor, fue creado en diez corridas seguidas que toreó en la plaza Monumental catalana, de julio a septiembre de aquel año.

 

"Manolete devolvió la afición de los toros a Barcelona"  


Manolete apareció en Barcelona el día 1 de octubre de 1939, en una corrida de Curro Caro y Juanito Belmonte, y con reses de Atanasio Fernández. Desde el primer momento, los aficionados vieron algo excepcional en el torero cordobés y en aquel momento, Barcelona, que había pasado tres años sin ver toros, volvía a ellos mezclando la curiosidad con una especie de entusiasmo patriótico, retornaba las plazas. El momento era desconcertado y en toda España, por las circunstancias bélicas, había pasado por un momento letárgico. Cuando vino el sosiego, los toreros de preguerra tenían un prestigio lejano, nebuloso. Marcial Lalanda, Vicente Barrera, Domingo Ortega, Pepe Bienvenida y Nicanor Villalta monopolizaron los primeros carteles y representaron un arte conservador. Pero la afición estaba, ante la repetición de estos maestros, que no aportaban nada nuevo, como entumecida, sin recuperar la alegría cordial y desbordada que llena de sol todas las tardes de toros. 

 

 Manolete. "Desde el primer momento interesó".
Plaza México, 2 de febrero de 1947.


Por aquel tiempo, en Barcelona empezó a torear Manolete. Desde el primer momento interesó. Se le consideró un muletero con estilo pulimentado y duro, destellante en los naturales y lento y solemne los ayudados por alto. Como matador se le aplaudió mucho, pero le faltaba un descabello contundente y eficaz. Su toreo con la capa era fláccido y solo toreaba a la verónica. A pesar de todo, el público de sombra y gran parte de sol —que luego tanto le tenía que denostar— lo tomó como bandera de combate ante el toreo maduro y crepuscular de Marcial Lalanda. Quien tenga presente los “mano a mano” que se vivieron en Barcelona entre Manolete y el torero madrileño recordará con qué sencillo patetismo se desarrollaban. Lalanda produjo las faenas más grandilocuentes de su historia. Su esfuerzo fue agotador. Toda su capacidad de retorcimiento y de angustia artificiosa adquirió, por primera vez, un significado vivo y palpitante. Por última vez, su toreo, respondió a una sinceridad temperamental, porque se estrellaba ante un toreo natural y lógico, impecable y sin estridencias. Aquellos mano a mano fueron la gran campaña final de Marcial Lalanda. Acabó magníficamente, soberbio, en un acorde final de todas sus posibilidades.

 

Sevilla, 18 de abril de 1945. Primera tarde de la feria conocida 
como la de "las taleguillas rotas", por la encarnada competencia de
 Manolete y Carlos Arruza, que posan junto a Pepe Luis Vázquez.
Foto Finezas.


Manolete tuvo entonces dos posibles rivales: Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez. Con el primero, la pugna no tuvo vitalidad; Ortega podía con todos los toros, la mayoría de ellos frágiles, que rompían plaza en aquellos años y explicaba su lección escuetamente como un lógico profesor. La pugna con Pepe Luis Vázquez se hundió en una ráfaga de abulia que se apoderó del gran torero sevillano. Recordaremos toda la vida el primer mano a mano Manolete-Pepe Luis Vázquez, que se celebró en Barcelona en 1942. Allí nos dimos cuenta que Pepe Luis no iba a plantarle cara a nada ni a nadie. Era un torero precioso, desdeñoso, mágico y alegre, extraordinario, pero sin la tensión del luchador. Entonces vinieron dos años en que Manolete conoció la soledad en la cumbre del toreo. Es aquella suprema soledad tan peligrosa, que acabó incluso con el hombre más macizo moralmente que han tenido los toros; nos referimos al Guerra. Por julio de 1944, en nuestra ciudad, que ha sido la que más veces vio torear a Manolete y la que más devotamente le había seguido, el público estaba ya de uñas con él. Recordamos aquella gran faena al toro de Miura del 4 de julio —la de la fotografía del natural, miles de veces repetida—, en la cual, después de la faena más clásica, parte del público, le silbó. A finales de aquel mes, por fortuna para Manolete, se presentaba Arruza en Barcelona, acompañado por un extraño y enigmático destino, del mismo Chicuelo que había asistido a Manolete en 1939. Carlos Arruza lo vulneró todo.

 

Rivales en el ruedo y grandes amigos en la calle.
Barcelona, 27 de junio de 1945. Foto Mateo.


Carlos Arruza fue exactamente una vitalidad pura. Con los toros de aquellos años, lo hizo todo, sin que nada se le antojara grotesco o impuro. Su visión deportiva y musculada de la fiesta, su limpieza aséptica en el adorno, su trasteo con la muleta, brutalmente acongojado, sin buscar otra cosa que la emoción, aunque viniera no importa por cualquier camino, aunque bordeara el ridículo, ha sido definitiva. Sus faenas de muleta recortadas, fogosas, en donde cada paso era un quiebro —cite con el cuerpo y un vaciado de un reflejo rapidísimo, infalible— llena de alardes a veces casi visibles, no produjeron otra cosa que un estupor profundo. Arruza ha tenido como ningún otro torero el don de producir una emoción arañada y súbita con los pases menos interesantes. Su personalidad lo ha superado todo, su sugestión para producir entusiasmo, la frescura fuerte y felina de su cuerpo han sido el suceso de esta época. En Arruza todo tenía un latido joven e incluso los menos arrucistas —entre los que me cuento yo— nos hemos dejado llevar en algún momento por el enardecido ambiente que creó este fabuloso torero. Ante él, Manolete reaccionó de una manera magistral. Creó un arte de contención que palpitaba de una manera impresionante. Recordamos los “mano a mano” con Arruza en las fiestas de la Merced de 1945. En ellos estallaban los variados quites del torero mexicano con una precisión seca y luminosa, y a cada quite correspondía Manolete del mismo modo, toreando con una capa lenta y enjabonada y trazando aquella media verónica, en la cual el capote parecía tener una circulación sanguínea, una red fina y angustiada de venas y arterias. Su último quite se esculpió siempre con el público enajenado, sin volver de su asombro. La afición se dividió y se vivieron días brillantísimos dentro del toreo de aquel momento. Barcelona vivió unos años entusiastas y vibrantes porque tuvo la sensación, además, de que ambos toreros habían salido al calor del entusiasmo. Ciertamente, tanto Manolete como Arruza fueron unos toreros barceloneses en el sentido de que en nuestras plazas fue donde torearon más, y fue nuestro público, con el de Valencia quizá, el que les hizo pareja. Con ello no queremos decir que no hubiese sucedido lo mismo en otras plazas. Pero Barcelona, por las especiales características del público y de su empresario de toros don Pedro Balañá, tuvo la oportunidad de lanzar estos toreros, de enfrentarlos luego, de discutirles y de aplaudirles.

 

"Después de la faena más clásica, parte del 
público le silbó". Barcelona, 2 de julio de 1944.
Foto Mateo.


Estamos a diez años del fin de aquella época taurina. Resulta curioso contemplar cómo pasa el tiempo en los toros. Esta época parece ya mucho más lejana y no puede mirarse sin una agridulce sensación de nostalgia. El toro ha cambiado mucho más de lo que creemos y el público también. No hemos de desconocer que muchas de las cosas que hoy nos desagradan de los toros estaban en germen entonces, o ya habían nacido. Pero todo ello estaba contenido por la enorme capacidad del arte de Manolete y por la extraordinaria vitalidad de Arruza. El despeñadero por el que han caído los toros luego, ellos lo contuvieron, con una evidente dignidad. Manolete devolvió la afición de los toros a Barcelona y Arruza añadió la polémica. Fueron unos años de una gran amenidad para quienes asistieron a las corridas. A partir de entonces el toreo ha empezado a hacerse en serie, se ha llegado a la monótona industrialización del espectáculo. En este momento, no queremos discutir sobre la calidad de los toreros ni de su toreo, pero sí decir que el público va a la plaza sin aquella ilusión, sin aquella esperanza, sin aquella profunda alegría que durante aquellos años tuvimos. El arte de torear estaba vivo, palpitante todavía…».

 

lunes, 14 de abril de 2025

EL MÍTICO ADIÓS DE RODOLFO GAONA

Por Horacio Reiba 

(“La Jornada de Oriente”. Puebla-“altoromexico.com)

 


Aquella histórica tarde de 1925 en el antiguo Toreo de la Condesa

 

Durante su último viaje a México, la tierra que cuatro decenios atrás había conquistado con la finura de su arte y las primicias del toreo fluidamente ligado en redondo, un Manuel Jiménez "Chicuelo" ya sesentón declararía su admiración por el Rodolfo Gaona que conoció al presentarse aquí, coincidiendo con la temporada final del Indio Grande. "Torero de un garbo y un arte excepcionales", apostilló al aire José Alameda… "Un extraordinario artista, sí… pero sobre todo, ¡cómo les podía a los toros…!", repuso el ex niño de la Alameda de Hércules, entrevistado por televisión en aquel Brindis Taurino de 1962. 

 

Con Chicuelo, Gaona alternó en El Toreo durante la temporada de 1924-25 –la última del Indio Grande– hasta en ocho ocasiones. Y fueron de tal calibre sus continuas muestras de grandeza que, conforme la fecha del adiós se acercaba –había avisado con antelación que al final de esa campaña se retiraría–, los continuos prodigios que realizó más eran de torero en plenitud que de alguien a punto de irse. Pero tal como lo había anunciado lo cumplió. Y eso que la afición entera, en su fuero más íntimo –allí donde el deseo suele despreciar las evidencias– tan se resistía a creerlo que para la corrida del adiós –12 de abril de 1925– la multitud que llenaba el coso de La Condesa permaneció silenciosa y como en trance, presa de un estupor que ni se había visto antes ni se ha vuelto a sentir.

 

Rodolfo Gaona pintado por Ruano Llopis

La temporada de su vida

 

A esas alturas, la verdad es que nadie –ni Antonio Márquez ni los hermanos Pepe y Victoriano Valencia ni Luis Freg ni mucho menos Mariano Montes o Juan Armilla, al que concedió Rodolfo la última alternativa de su vida (30–11–24)– le habían hecho sombra. Si acaso Manolo Jiménez, que luego de un arranque más bien flojo era ya el principal contendiente del leonés la tarde en que el primero de San Mateo, "Vivelejos", sorprendió a Rodolfo en un desplante final y lo mandó a la enfermería, forzando a Chicuelo a despachar la corrida completa –toreaban mano a mano–, tarde en la que iba a cuajar con "Lapicero" la primera de sus grandes faenas mexicanas (01-02-25). La herida del Califa resultó leve, y siete días después le cortaba el rabo a "Turronero II" de La Laguna, reanudando su racha victoriosa de aquel invierno inolvidable. Si en años anteriores había alternado grandes faenas con reveses no menos célebres, en sus 16 presentaciones de 1924-25 redondeó la temporada cumbre de su vida, rozando casi la perfección. 

 

A lo largo de la misma fueron sucediéndose las más variadas lecciones magistrales bajo su acentuado sello de esteta inconfundible. Una lista que incluye a "Brillantino" de Piedras Negras (16-11-24), "Faisán" de Atenco (23-11-24), "Pavo" de Zotoluca (30-11-24), "Jorobado" de Piedras Negras (21-12-24), "Revenido II" de Zotoluca (11-01-25), "Cantarero" de Coaxamaluca (18–01–.25), "Cornetín" de Atenco (25-01-25), "Turronero" de La Laguna (08-02-25), "Azote" de San Diego de los Padres (15-02-25), "Hortelano" del Duque de Varagua (15-03-25)…

 

El Indio Grande

El cartel

 

Curiosamente, para su despedida prescindió Rodolfo del concurso de los ases de la temporada y se hizo acompañar por un diestro modestísimo, cuyo nombre ha perdurado gracias a ese simple azar: el albaceteño de La Roda Rafael Rubio "Rodalito". Para ellos reses de Atenco, Piedras Negras y San Diego de los Padres. Se comprende que Rodalito, bajo el peso de las circunstancias, pasara la tarde prácticamente inadvertido.

 

Una corrida histórica

 

Aquel 12 de abril de 1925 amaneció nublado, y una lluvia mansa se dejó sentir hasta poco después del mediodía. Conforme se aproximaba la hora de partir plaza, la bruma fue abriéndose a un sol tímido, mientras los aficionados, comidos por la ansiedad, formaban largas colas ante las taquillas y frente a los accesos al coso. Desde lo alto, la espléndida banda de Lerdo de Tejada empezó a sonar como con sordina, y la ovación que recibió a las cuadrillas tuvo que esforzarse para romper aquel velo de extraño pudor, antes de desbordarse en honor del ídolo hasta obligarlo a dar la primera vuelta al ruedo de la tarde. Vestía Rodolfo un terno celeste y oro "de la aguja".

 

El Indio Grande despachó entre palmas de aprobación a sus dos primeros adversarios, "Empresario" de Atenco, que abrió plaza, y "Bordador" de Piedras Negras, ambos de capa cárdena oscura y bien despachados de defensas. Pero no bastaba que el insigne torero, como culminación de su redondísima temporada, hubiese estado magistral con ambos. La afición esperaba una apoteosis a la altura del acontecimiento, y con "Veguero", de San Diego de los Padres –en teoría el último de su vida– Rodolfo salió apretando desde el principio, aunó eficacia e imaginación en quites y estuvo soberbio con los palos, sobresaliendo un tercer par de poder a poder. 

 

Brindó su faena al cronista Carlos Quirós "Monosabio" y a tres políticos prominentes: el general Arnulfo R. Gómez, el ingeniero Luis L. León y el abogado Miguel Alessio Robles. Se llevó al toro a los medios con asombrosa sencillez y le cuajó ahí una tanda de cinco naturales clásicos que pusieron al público de pie –muestra de la estética que Chicuelo venía realizando con cada vez mayor frecuencia–, entre música de dianas y revoloteo de sombreros. El resto fue un bello compendio de toreo al paso, de corte antiguo y armonía moderna. Pinchó antes de meter la espada, tardó “Veguero” en doblar y quedó en el aire una sensación de cosa inacabada. Gaona le salió al paso ofreciendo la lidia de un séptimo toro. Así fue como entró en la historia "Azucarero" de San Diego de los Padres, berrendo en negro, frontino, coletero, calcetero y veleto; cinco puyazos recibió de Adolfo y Juan Aguirre, y llegó franco al tercio mortal.     

 

Rodolfo Gaona: "El par de Pamplona" (8 de julio de 1915)

Faenón y adiós definitivo

 

Las crónicas de la época ensalzan unánimemente la faena de "Azucarero" sin revelarnos mayor cosa sobre su contenido. Pero existe una película más o menos completa de la lidia del berrendo que, con todas sus deficiencias, permite advertir la grandeza integral de Indio Grande, especialmente en los dos primeros tercios: asombrosa la elegancia de sus verónicas y gaoneras, su dominio absoluto para poner en suerte al animal y, sobre todo, la soberana naturalidad y versátil creatividad de remates tan diversos como suntuosos: recortes, medias verónicas con y sin giro, largas, molinetes a una mano... Con las banderillas, Rodolfo parecía no querer terminar nunca, pues prodigó pasadas en falso que resolvía en la propia cara con gracia sin par, galleos para cambiar de terreno al bicho –a partir de ahí, las cuadrillas desaparecen del campo visual, todo para el Califa en solitario–, pares al quiebro –uno en los medios por el pitón izquierdo–, al cuarteo y de poder a poder. 

 

Aun así, "Azucarero" llegó a la muleta con facultades para embestir unas treinta veces –faena inusualmente larga para la época—que Gaona aprovechó para adornarse de todas las formas posibles, derecho y mandón, y con un temple natural palpable tanto cuando se quedó quieto –en los pases altos del principio, rematados con uno colosal de pecho, y en una única tanda al natural, rematada con una especie de levísimo, deslizado desdén– que en toreo al paso de precisión y suavidad pasmosas. Como sus cambios de mano en la cara, doblones rodilla en tierra o erguidos kikirikíes. 

 

Se sabe que pinchó tres veces antes de la estocada, que el tendido se nubló de pañuelos blancos, más en plan de adiós que de petición de oreja, que unos pocos se lanzaron al ruedo e iniciaron un conato de salida en hombros, que muchos espectadores se dejaron abrasar por el llanto. Y que Rodolfo, luego de deshacerse de los que pretendían auparlo, se metió entrebarreras y con su capote de paseo en el antebrazo, enteramente solo, hizo apresurado mutis por la puertecilla falsa de cuadrillas sin poder, por única vez en su vida, contener las lágrimas. 

 

Dejaba, tendido arriba y palcos adentro, a una multitud estupefacta y contrita, a la que le llevaría años reponerse de aquella pérdida inconcebible. Lo consiguió merced al ímpetu de los grandes toreros mexicanos de la generación inmediata, brotes todos, dentro de una amplísima paleta de estilos y coloraturas, del árbol monumental que sembraron el arte y la personalidad señeras de Rodolfo Gaona. El hombre cuyo genio incorporó a su México a la historia mayor del toreo universal.


VIDEO: RODOLFO GAONA, EL TOREO MEXICANO MÁS TRASCENDENTAL


 

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Rodolfo Gaona, el protagonista mexicano de la Edad de Oro del Toreo.

 

 

sábado, 30 de noviembre de 2024

LA INFLUENCIA DE «CHICUELO» EN EL TOREO DE «MANOLETE»

Por Antonio Luis Aguilera 

Manuel Jiménez «Chicuelo»
(Foto familia Chicuelo)

Faltaban veinte años para la alternativa de Manuel Rodríguez «Manolete» cuando en el mismo palenque la recibió Manuel Jiménez Morenoel torero sevillano que sería su padrino de ceremonia, quien además de cederle muleta y espada, también le entregaría el testigo de su toreo, como si el histórico maestro presintiera que aquel espigado novillero cordobés, por su inmenso valor y el talento que atesoraba, sería capaz de imponerlo definitivamente en el orbe taurino. Aquella tarde del 28 de septiembre de 1919, en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, «Chicuelo», espada de dinastía, huérfano de padre torero desde la niñez —como lo fue «Manolete»—, fue investido matador de toros con el apretón de manos de Juan Belmonte. El  chaval nacido en la calle Betis tenía diecisiete años cuando «El Pasmo de Triana» le cedió la lidia y muerte del toro Vidriero, del Conde de Santa Coloma. Completaba el cartel Manolo Belmonte

En aquella época maravillosa y apasionante del toreo, cuando la afición estaba dividida en dos bandos irreconciliables, los partidarios de José Gómez Ortega y los de Juan Belmonte García, fantásticos y complementarios toreros que  protagonizaron la «edad de oro del toreo» —la segunda, pues este titulo había denominado el siglo anterior la mantenida por «Lagartijo» y «Frascuelo»—, el joven «Chicuelo», como todos los toreros de su tiempo, incluido Belmonte, sentía verdadera admiración por «Gallito», aquel genio al que veneraba desde niño, y ante el que lidió su primer becerro en la placita familiar de los «Gallo» en la Huerta del Lavadero. Tanto le agradó su toreo a «Joselito» que le regaló una propina, que el chaval pronto gastó en las taquillas de la Maestranza, adquiriendo la entrada para la corrida donde José alternaba con Ricardo Torres «Bombita», Rafael «el Gallo» y Juan Belmonte

Juan Belmonte otorga la alternativa a «Chicuelo».
Sevilla, 28 de septiembre de 1919. (Familia Chicuelo)

«Chicuelo» pisaría por primera vez ese redondel el 28 de febrero de 1918, en un festival organizado por «Gallito». Rememoraba el maestro en una entrevista que cuando José le hablaba se ruborizaba, se ponía tan nervioso que no sabía qué decir, y si en un tentadero le cedía un capote o una muleta se le salía el corazón de felicidad. Si la participación del chaval en el festival de su debut de Sevilla fue gracias a José, es fácil deducir la empatía que existió entre ambos. «Chicuelo» consideraba a «Gallito» la máxima referencia del magisterio taurino, y procuró empaparse de sus enseñanzas en los tentaderos, donde pudo observar cómo José entrenaba la técnica de la ligazón del pase natural, procurando sujetar a las reses dejándole la muleta en la cara al terminar el pase en lugar de despedirlas, para así obligarlas a repetir la suerte. «Gallito» desarrolló en el campo la técnica de la ligazón, que después habitualmente incluía en las plazas en su modelo de faena. Fue el primero que mostró públicamente el germen de un toreo nuevo, que con el paso de los años, perfeccionado por «Chicuelo» y «Manolete», culminaría en el toreo de línea natural, el concepto que liga los pases agrupándolos en series: el toreo moderno. ¡Para qué algunos sigan diciendo que «Gallito» fue un torero antiguo!

No debe confundirse el concepto con la expresión o acento personal del torero. Conviene sacar esto a colación porque, ante la montaña de literatura que afirma lo contrario, Juan Belmonte no cambió el planteamiento del antiguo toreo de muleta. Sus faenas se desarrollaron según las normas clásicas, con el matador situado en los terrenos de adentro y el toro en los de afuera, y sus trasteos consistían en pases por alto, el natural ligado con el de pecho —no con otro natural o varios naturales—, molinetes, faroles y desplantes. Lo que de verdad hizo único a Juan Belmonte fue el sitio que pisó, pues  acortó las distancias con el toro, y su portentoso temple le permitió expresar un toreo de capa de prodigiosa belleza, donde el espada ejecutaba los lances a la verónica por ambos lados, hasta cerrar la serie enroscándose el toro a la cintura con media verónica escultural, que liberaba la emoción y el entusiasmo del público por la escalofriante conmoción de su toreo. Con la muleta, por ocupar el mismo sitio, su temple sujetaba al animal, que al terminar el pase natural comenzaba a trazar la línea curva hacia adentro, pero al mantener el torero su terreno, dando la espalda a tablas, entre cada pase tenía que cruzarse al pitón contrario para no quedar fuera de cacho. 

«Chicuelo» torea a Corchaito. Madrid, 24 de mayo de 1928.
(Foto familia Chicuelo)

Tras la tarde fatal de Talavera de la Reina, sería «Chicuelo» —que había toreado con José seis corridas de toros y un festival—, quien otorgaría continuidad a la técnica de la ligazón de los pases del inolvidable espada de Gelves. Él sería quien daría un nuevo giro de tuerca al concepto «gallista», y al curvar el animal la embestida al final del pase natural, en lugar de irse al pitón contrario, lo que hizo fue girar sobre su eje, para de esa forma, intercambiando los terrenos del toro y del torero, ligar los pases y agruparlos en series, estructurando así la faena moderna. «Chicuelo» fue el creador de la faena actual, que por su quietud, emoción y belleza pronto halló la calurosa acogida del público. 

Trascendente resulto para la historia la tarde del 24 de mayo de 1928 en Madrid, donde «Chicuelo», alternando con «Cagancho» y Vicente Barrera, deslumbró a la afición de la capital del reino ligando los pases en redondo por ambas manos al toro Corchaíto, de la ganadería de Graciliano Pérez Tabernero, al que toreó con tanta naturalidad, gracia y belleza que aquella faena —como sentenció su banderillero Manuel González Buzón «Rerre» al ir a dejar los trastos el maestro — «había cambiado el toreo». Fue también la gota de agua que colmaba el vaso de la injusticia, porque hasta entonces la carrera del espada sevillano había sido escrita con sordina por la “sobrecogedora” crítica española, que por no “trincar”, no tuvo escrúpulos en callar sus apoteósicos triunfos en México, donde logró éxitos de igual o mayor calado que el de Madrid. Históricas fueron por su repercusión las ejecutadas en la plaza de «El Toreo de la Condesa», donde en 1925 había inmortalizado a los toros Lapicero y Dentista, de San Mateo. En la nación hermana fue considerado máxima figura, y su concepto tuvo gran influencia en uno de los diestros más importantes de la tauromaquia azteca: el maestro de Saltillo Fermín Espinosa «Armillita». Aun así, la crítica española, más preocupada de ensalzar el toreo de avance buscando el pitón contrario, no tuvo reparos en ocultar el clamor levantado en América por «Chicuelo», donde aquella apasionada afición se entusiasmó con su toreo de reunión y quietud ligando los pases en redondo. La faena a Corchaíto no pudo eclipsar por más tiempo la realidad de su toreo en España.

Con el ruedo lleno de sombreros, «Chicuelo» inmortaliza
al toro Dentista en México, el 26 de octubre de 1925.
(Foto familia Chicuelo)

Por su importancia en este asunto reproducimos unos párrafos del texto «Chicuelo, las sombras de un silencio», escrito por Federico Arnás para el interesante libro «Chicuelo, el arte de inventar», editado por la Fundación de Estudios Taurinos de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, donde el sagaz periodista madrileño busca documentación en la hemeroteca para iluminar esta triste historia:

«Llevaba pocos años de alternativa cuando en México costaba entender las razones para que la prensa española no reconociera con carácter de unanimidad el alcance innovador que su toreo traía atestiguado en aquellas plazas. Valga como apunte lo firmado por el mexicano Verduguillo en el semanario La Corrida: “Si los revisteros madrileños que tratan a toda costa regatear méritos a este torero y de empequeñecer su labor hubieran visto a Manolo esta tarde, tendrían que reconocer que están haciendo el ridículo a sabiendas, o que no tienen un tanto así de pudor profesional… Lo que hay es que el tío Zocato no ha querido resolver el problema que tiene más de financiero que de artístico, fiado en lo grande que es su sobrino”. El comentario fue recogido en el diario madrileño La Nación con esta consideración a modo de escozor patrio: “¿Tiene razón Verduguillo? Parece que sí, puesto que a la hora presente todos los revisteros madrileños han dado la callada por respuesta. (Entremos todos y que salga el que pueda). Se ofende a los revisteros españoles y nadie dice esta pluma es mía”». 

Queda por tanto suficientemente claro que la histórica faena realizada en la plaza madrileña no fue un hecho aislado, sino un eslabón más de la brillante y silenciada carrera de Manuel Jiménez «Chicuelo», que desde 1922 había conquistado a los públicos de Perú, México y Venezuela. En México, por su acoplamiento a los toros del encaste Saltillo, había protagonizado muchas tardes inolvidables en la plaza de «El Toreo de la Condesa», donde inmortalizó a ToledanoLapiceroDentistaTestaforteCarteroMelcocheroPeregrinoMezcaleroPintorDuendeSerranoPergamino y Zacatecano. Tampoco los aficionados de Venezuela pudieron olvidar la realizada a Carpintero en la Maestranza de Maracay. Mas  tantos triunfos no aparecieron en la prensa española, y tuvieron que  pasar más de cinco años para que el encuentro de «Chicuelo» y Corchaíto resultara determinante gracias a la influyente la afición madrileña. 

«Chicuelo» otorga la alternativa a «Manolete»
el 2 de julio de 1937 en la plaza de Sevilla.
(Foto familia Chicuelo)

Tras la década de los años treinta del siglo XX, dominada por el magisterio de Domingo Ortega y su toreo cambiado o de avance con el toro, quedó en segundo plano el toreo ligado en redondo, que después de la guerra española cobraría su más alto vuelo con la impresionante regularidad en el triunfo de Manuel Rodríguez «Manolete», que recibió la alternativa en Sevilla el 2 de julio de 1939 de manos de «Chicuelo». Por Comunista atendía el toro de la alternativa, pero lo rebautizaron con Mirador. «Manolete» hizo el paseíllo junto a Manuel Jiménez, su padrino, y Rafael Vega «Gitanillo de Triana», para lidiar un encierro de Clemente Tassara, antes Parladé, y la corrida fue a beneficio de la Asociación de la Prensa. Lo hizo con un traje heliotropo y oro, y cortaría las orejas, pero el gran triunfador de la tarde fue «Chicuelo», que cortaría las dos y el rabo del cuarto. «Gitanillo de Triana» paseó las del quinto. Aquella tarde no solo fue histórica por la alternativa del torero cordobés, sino porque «Chicuelo», al entregarle muleta y espada, también le cedió el testigo de su toreo, el que había aprendido de «Joselito» y pulido con la gracia de su arte. Se lo pasaba a «Manolete», que abrazando el concepto de la ligazón lo implantaría definitivamente durante su reinado. 

Un reinado donde el torero cordobés, dirigido astutamente por José Flores «Camará», mandó sin contemplaciones dentro y fuera de las plazas, entre otras cosas, porque nadie le aguantaba el pulso, lo que provocó el adelanto de la retirada de toreros como Marcial Lalanda y Domingo Ortega, que nunca se lo perdonarían, y en complicidad con el influyente crítico Gregorio Corrochano lanzaron una feroz campaña para erosionarlo, a la que tristemente también se sumaron otros toreros. Lo acusaron de torear animales chicos y afeitados, cuando el mayor escándalo sobre este fraude lo provocó Marcial Lalanda en Valencia, y lo etiquetaron como un torero corto, perfilero y ventajista, en clara insinuación de cobardía. Ya se sabe que los rayos siempre fueron a las cumbres, pero lo inmoral fue que ese acoso continuó después de muerto el inolvidable torero, como quedó de manifiesto en la conferencia que leyó Domingo Ortega en el Ateneo de Madrid en 1950, cuando los restos de Manuel Rodríguez estaban enterrados en el cementerio de “Nuestra Señora de la Salud” de Córdoba, tras haber dado su vida por el toreo. Pero tanta patraña no pudo cambiar la historia, «Manolete» había mostrado su verdad en los ruedos, donde deben de hablar los toreros, y lo hizo todas las tardes —no aguardó a que le saliera "su" toro— con admirable honestidad, majestad y gallardía. Por otra parte, es importante subrayar que el público no estaba dispuesto a tolerar la vuelta de aquellas faenas pretéritas, las de un pase aquí y otro allí buscando el rabo, y exigió la faena con sentido de unidad que liga los pases agrupándolos en series, el toreo que Manuel Rodríguez defendia que era el de su padrino. Lo hizo en el invierno de 1946, en su última campaña mexicana, conversando con «José Alameda». El escritor le habló de la similitud de su toreo con el de «Chicuelo», y «Manolete» no tuvo reparos en confirmarlo: «Así es, la gente no suele verlo, porque la gente no se fija en esas cosas, pero ese es mi toreo. Yo creo que el torero debe mantenerse lo más posible en su centro, en la línea. Y en eso el mejor que yo he visto ha sido «Chicuelo».

Natural de «Manolete» al toro Perfecto,
de Miura. Barcelona, 2 de julio de 1944.
(Foto Mateo)

La gran aportación de «Manolete» al torero moderno la explica el historiador «José Alameda»Manuel Rodríguez creó una nueva forma de obligar. Con la mano muy baja, situado en línea con el animal, acortaría las distancias con pasos laterales hasta provocar la arrancada. De esa forma fue como el torero cordobés consiguió sacar partido a la mayoría de los toros quedados de su época, que eran la mayoría, hasta instaurar de forma definitiva la ligazón revelada por «Joselito» —el toreo que deja venir al toro por su línea natural para obligarlo a ir hacia atrás y hacia adentro—, pulido y perfeccionado con el arte de «Chicuelo», que alternando los terrenos del toro y del torero creó la faena moderna, la que aceptó y adoptó «Manolete» para aguantar, obligar, ligar y expresar desde su majestuosa verticalidad de torre su señorial e inolvidable toreo de manos bajas.