sábado, 11 de julio de 2020

LA ESTOCADA DE LINARES

Por Antonio Luis Aguilera 
La última sonrisa de Manolete. Linares, 28 de agosto de 1947.
Foto Francisco Cano. Cortesía de la Revista "Aplausos"
Manolete no quería torear, pero Camará le había firmado una exclusiva de cuarenta corridas con el empresario Pedro Balañá, entre las que figuraba la tarde de Linares con un encierro de Miura. En Córdoba llevaba tres años sin hacer el paseíllo en el coso de Los Tejares, y se dijo que por ese motivo se desplazaron muchos de sus paisanos para meterse con él, lo que resulta difícil de entender en una época donde muy pocos cordobeses podían permitirse el lujo de salir de la ciudad para ir a los toros. La cizaña sembrada contra el torero había crecido incontroladamente en toda España. De haber sido cierto, los cordobeses que fueron a Linares para pitarle debieron ser los  que económicamente podían permitírselo, aquellos que tenían asegurado el sustento de sus familias, una gran minoría en la miseria de la posguerra, pero no la gente humilde que invadió la ciudad para llorar en su entierro, rompiendo con sus lamentos el proverbial silencio de las calles de Córdoba. 
"Presentimiento". Foto: Nicolás Müller.
Santander, 26 de agosto de 1947.
En la plaza de Linares, Manolete mostró su última sonrisa, magníficamente fotografiada por el inolvidable Francisco Cano Canito. En la foto, que no guarda relación con el patetismo de la imagen captada dos días antes por Müller en la corrida de Santander, Manolete saluda elegantemente, correspondiendo con una sonrisa de gratitud a la ovación del público, y mostrando un gesto de complacencia que gracias a Cano ha pasado a la historia. Pocos sabían que escasas fechas antes, acompañado por Camará, había acudido a la consulta del afamado doctor don Gregorio Marañón, que veraneaba en San Sebastián y por las tardes atendía a pacientes en el Hotel Reina Cristina, donde se alojaba. Tras explorarlo, este le prohibió expresamente que continuara toreando, por apreciar que su estado no era normal debido a una gran depresión nerviosa. Lo cuenta José Lara, en el libro «Manolete, yo me mando» (Ediciones Bellaterra, 2017). Pero el torero le contestó que no podía hacer eso, que tenía que continuar y cumplir los compromisos pactados. El doctor Marañón le insistió: «Mañana mejor que pasado». Cinco días después Manolete moría en Linares.
Guillermo entrega los trastos a Manolete en presencia de Camará.
Foto Francisco Cano. Cortesía de la Revista "Aplausos".
Todavía cuesta entender que el apoderado le hiciera esa corrida de Miura, en la feria de un pueblo, y anunciado con el polémico Luis Miguel Dominguín, con quien el cordobés llevaba tiempo distanciado, como reconoció el torero madrileño. A mediodía del 28 de agosto, alojados ambos en el Hotel Cervantes, cuando Manolete regresaba del cuarto de baño —entonces común para las habitaciones de la planta—, al ver abierta la habitación de Luis Miguel lo saludó y este le invitó a pasar. Manolete le dijo que estaba cansado, deseando de acabar la temporada para retirarse de los toros. También le hizo ver que cuando se marchara él heredaría todos sus enemigos. Era el corto diálogo de acercamiento, antes de desearse suerte, del hombre reflexivo que reinaba en el toreo con el joven provocador que quería reinar. Una profecía que el aspirante al trono no olvidaría jamás.
Por las afueras Islero embiste franco a la muleta de Manolete.
Foto Francisco Cano. Cortesía de la Revista "Aplausos".
Contaba Francisco Cano que Islero tenía querencia a chiqueros. Lo argumentaba con sus fotografías, donde puede verse que, cuando el torero lo pasa con la muleta en la diestra, el toro embiste franco por los terrenos de afuera hacia toriles, mientras que cuando embiste por los de adentro, entre las tablas y el torero, alejándose de su querencia, aprieta para afuera buscando la huida y obligando al diestro a rectificar su posición. 
Cuando Islero iba por los adentros Manolete tenía que rectificar. la posición
Foto Francisco Cano. Cortesía de la Revista "Aplausos".
Tras adornar con manoletinas una faena de máxima entrega, Manolete se perfiló para entrar a matar en la suerte contraria, dando al toro la salida hacia tablas, y atacó con una despaciosidad impropia, recreándose en la ejecución, para hundir el acero lentamente en el morrillo de Islero, que al sentir el estoque derrotó metiendo el pitón derecho en la ingle derecha del torero, que aún no había abandonado la suerte, y al que instintivamente halló al buscar la querencia, volteándolo y arrollándolosin hacer por él en la arena, cuando huía a morir a terrenos de toriles.
Manolete entró a matar despacio en la suerte contraria.
Foto Francisco Cano. Cortesía de la Revista "Aplausos".
Ya no viven los protagonistas de la corrida, pero quedan sus testimonios en diferentes medios. Luis Miguel Dominguín, que siempre habló del torero de Córdoba con enorme respeto y admiración, receló sin embargo de sus conocimientos del toro: «... pero Manolete no conocía al toro y eso también lo mató. Por su jerarquía él tenía que conocer mucho más al toro, sus condiciones y dificultades». (Luis Miguel Dominguín, de Carlos Abella. Espasa Calpe 1995), y en varias ocasiones refirió su error técnico al elegir los terrenos en la última estocada. Sea lo que fuere, cómo sería de grandioso el torero de Córdoba, que setenta y tres años después de su muerte seguimos haciéndonos preguntas sobre la tarde de Linares. 
La suerte natural y la contraria. Dibujo de Enrique Moratalla
 Barba. Cuadernos Taurinos Diputación de Valencia, 1986
Parece lógico que habría sido más apropiado perfilarse en la suerte natural, para dar la salida al toro hacia su querencia. Pero si Manolete hubiera actuado así, arrancando con idéntica despaciosidad, se puede deducir que Islero no habría colisionado con él, pero el supuesto no garantiza que el torero, por la lentitud mostrada en la ejecución, hubiera salido de la suerte a tiempo de evitar el derrote del toro al sentir la espada. ¿Cuántas veces los diestros entran a matar en la suerte que aparentemente resulta menos indicada, no por desconocimiento de la técnica, sino porque en ese momento “ven clara la muerte”? Manolete, como antes y después tantos toreros, honró al toreo y recordó la tremenda verdad de la lidia al resolver "su" problema, no los que otros formularon después de arrastrado Islero cuestionando sus conocimientos. Las interrogantes son incógnitas por despejar, y aunque es preciso valorar con proporcionalidad las reglas del toreo, no es menos cierto que por muchas tauromaquias o “cartillas de torear” que se hayan escrito, la lidia de un toro nunca será una ciencia exacta. Los aficionados conocen bien lo que significa el célebre aforismo: «El hombre propone, Dios dispone y el toro descompone».
Islero huye, no hace por el torero y busca chiqueros para morir.
Foto Francisco Cano. Cortesía de la Revista "Aplausos".
Tanto los matadores de aquella época como los críticos que la contaron, incluidos los detractores del torero cordobés, coinciden en que Manolete fue un extraordinario matador de toros. Sin cuestionar su virtud, existe un testimonio de interés, escrito por José Alameda, posiblemente el mejor analista de la historia del toreo, que en el libro «Los heterodoxos del toreo» (Espasa Calpe 2002), plantea su íntima preocupación como aficionado por la forma de estoquear de Manolete en las temporadas de 1946 y 1947:
"Manolete llevaba hacia atrás el antebrazo, quedando la
mano pegada al cuerpo". José Alameda. Foto Espasa.
«Durante toda aquella temporada, en que lo vi muchas veces, como lo había visto en 1945-1946, sentí invariablemente cierta angustia de espectador en el momento en que Manolete reunía en la estocada. Siempre me pareció que «ahogaba» la suerte y que hacía un supremo esfuerzo de honradez para no salirse de la recta. Sin embargo, aunque casi imperceptiblemente, se salía y sus estocadas quedaban levemente tendenciosas —muy levemente, pero visiblemente para el ojo analítico.
Preocupado por este problema, reuní, después de muerto Manolete, algunas fotografías que pudieran ratificar o rectificar aquella impresión y en que aparecen, en contraste con el propio Manuel Rodríguez, matadores como Zurito, Freg, Villalta, Camino, Ostos, Cagancho, que, estos sí, me parecen, sino impecables, excelentes.
De las fotografías se deduce:
1. Los ejecutantes de mejor ley han metido la espada antes de que el toro llegue al punto que ocupa el torero.
2. Ello se logra, evidentemente, porque el diestro no retrae la muleta, sino que la lleva siempre delante, de modo que el toro, al hacer por ella, humilla a la distancia de poder meterle la espada con la debida anticipación.
(El movimiento de retracción del brazo izquierdo, lo que algunos llaman malamente «vaciar», es indicado en la suerte de recibir, suerte en que pasa el toro, no en la del volapié, o sus variantes, en que pasa el torero. Domingo Ortega tiene una frase muy gráfica al respecto: «La muleta, siempre delante; hay que dársela al toro para que "la muerda"».)
3. Manolete quebraba el brazo izquierdo y llevaba hacia atrás el antebrazo, de modo que muchas veces la mano quedaba pegada al cuerpo, a nivel del hígado o de la cintura; consecuentemente, el toro alargaba el cuello en proporción a ese movimiento y, en vez de humillar y entregarse antes de llegar al torero, le llegaba con la cabeza a media altura, a nivel de la ingle o cadera, habiéndole ganado un tiempo que «ahogaba» la suerte y la  hacia anginosa, constreñida.
Queda así expuesta la hipótesis, la sospecha, la congoja. Con todo el respeto que me ha merecido siempre la figura de Manolete, y sin más propósito que el de plantearle al lector aficionado un problema de apreciación técnica, para que lo considere y, si quiere y puede, lo resuelva por su cuenta. Como dice Ortega (don José), lo importante no es tanto resolver los problemas, cuanto plantearlos, que es por donde hay que empezar».
Majestuoso como un ciprés, Manolete se pasa muy cerca a Islero.
Foto Francisco Cano. Cortesía de la Revista "Aplausos".
Durante la angustiosa temporada de 1947, en la mente de Manolete se acumulaban problemas de toda índole: familiares, personales y profesionales. Demasiados para tener las ideas claras y enfrentarse a los toros. Era una temporada de hartazgo ante el calvario de circunstancias que no le dejaban ser feliz. Agobiado por todo y por todos, el torero se consideraba esclavo de una vida profesional que le impedía disfrutar de su juventud y de la fortuna ganada. A esas alturas de su carrera no le quedaba nada por demostrar, pero su espartana entrega en los ruedos pareció acentuarse la tarde de Linares, pues la faena a Islero fue de una exposición increíble, por su cercanía agobiante al toro a pesar de las dificultades que planteaba. 
La muleta chica y vertical, la mano bajísima, y muy cerca de Islero.
Foto Francisco Cano. Cortesía de la Revista "Aplausos".
Ahí está para dar fe en la historia el extraordinario reportaje gráfico de Francisco Cano, que vio la luz en el libro «Vida y tragedia de Manolete», de Filiberto Mira, editado por «Aplausos» en 1984, y que insertamos por gentileza de esta revista taurina, donde el fotógrafo de Alicante captó la pureza del concepto vertical de bragueta y zapatillas hundidas de Manolete, que majestuoso como un ciprés aguanta el encuentro, sin dejar apenas espacio entre él e Islero, para bajar la mano y someterlo con los espeluznantes derechazos que templan una pequeña muleta. Esa tarde Canito supo captar magistralmente la entrega hasta el final del diestro que enseñoreó el toreo. En Linares fue la última estocada, y la plaza enmudeció al presenciar el lento encuentro del torero con el miura. La cornada golpeó la tarde como un relámpago y cegó de inquietud a todo el orbe taurino. Llegaba la tormenta que se venía formando desde hacía tiempo, la que horas después provocaría la riada de protagonismos e infortunios médicos que terminarían por llevar a la tumba al irrepetible torero de Córdoba. Al amanecer, cuando los rayos del día iluminaban un inmenso mar de olivos, Islero había cargado con todas las culpas. 

2 comentarios:

Alfredo Asensi dijo...

Excelente artículo. Enhorabuena, querido Antonio Luis. De lo mejor que he leído de aquella tarde.

franmmartin dijo...

Estimado amigo.Después de tantas peripecias vividas por todos en los últimos tiempos,abro tu cuaderno y me alegra volver a esta "normalidad" por lo menos en los cuadernos amigos.
Espero y deseo que hayas superado esto y estes en la mejor forma como demuestra tu artículo.
Yo,evidentemente no ví a Manolete,pero su figura y su tiempo han sido siempre del mayor interés para mí.
Por eso guardo libros y vídeos de todo ello y he sido un asiduo durantes bastantes años de la Feria de Linares y de la taberna de Lagartijo,cosas que me han permitido recorrer la Plaza una y otra vez,gracias a mi amigo el conserje de Puente Genil del que hace años,como de todo aquel ambiente,que no tengo noticias.
Por eso me agrada leer artículos tan bien documentados como todos los tuyos.
Perdona la extensión del comentaro,sin duda motivado por esta larga temporada de siliencio.
Un cordial saludo