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sábado, 26 de abril de 2025

JUAN ORTEGA: «SE TOREA POR MIEDO»

Por Antonio Luis Aguilera 

Juan Ortega

Siempre hemos pensado que se torea por la necesidad de expresar un sentimiento inexplicable, de mostrar en público las formas de un acento propio que anhela escapar de la intimidad, para manifestarse en el vuelo de unas telas gobernadas por el temple, que reduce la embestida del toro y la somete. Es cierto que la historia está llena de hombres que torearon para escapar de la miseria, pero no olvidemos que tenían valor, porque por mucha hambre y necesidad que se tenga, sin ser capaz de ponerse delante para quedarse quieto, es imposible desafiar con un lienzo a un animal imprevisible, que busca derrotar a todo el que se cruce en su camino. Como aseguraba el maestro Paco Camino: «Las colas del paro estarían vacías si los que las forman fueran capaces de ser toreros». 

Nuestro pensamiento contemplaba que el miedo es el compañero inseparable en el viaje profesional del torero, pero no la motivación que lo impulsa a jugarse la vida. Sin embargo, en unas declaraciones realizadas por Juan Ortega para los informativos de Canal Sur Televisión, el torero de Triana explicaba que durante su estancia universitaria en Córdoba, compaginada con su paso por la Escuela del Círculo Taurino, aprendió de un profesor (Rafael Blancas) que se torea por miedo, algo que entonces no lograba entender con claridad, porque estaba convencido que el toreo es un sentimiento. Y cuando se comienza lo único que de verdad se piensa es formarse y asimilar enseñanzas para expresarlo. 

 Juan Ortega, un torero distinto.

A veces, los que no nos jugamos la vida ante el toro, ni sabemos lo que pasa por la cabeza de los toreros por muy aficionados que seamos, pecamos de irrespetuosos. A propósito de estas declaraciones conversamos con el torero para exponerle nuestro punto de vista. Y su contestación nos hizo recordar a otro genio de Triana, Juan Belmonte, quien afirmaba que «se torea cómo se es».

Porque Juan Ortega, el torero que más despacio hemos visto torear, y puede que el que más despacio lo ha hecho en la historia del toreo, nos razonó, con la elegancia y el temple con que muestra su arte, como el paso del tiempo le ha hecho ver que aquella frase, que en principio no entendía, estaba llena de sentido. Su forma de explicarse merece ser conocida por los aficionados que visitan esta recoleta «Plaza de la Lagunilla». Al fin y al cabo, la frase se pronunció en Córdoba, ciudad silenciosa donde el caminante escucha sus propios pasos, y las palabras adquieren aire de sentencia. De su gente la escuchó el maestro, que nos dijo:

«Así lo creía yo antes, pero con el paso del tiempo he ido descubriendo sensaciones nuevas. El toreo, como bien dices, es la expresión de un sentimiento, y cuando uno empieza torea simplemente por la necesidad de mostrarlo. Cuando las circunstancias cambian, cuando el animal deja de ser un becerro para convertirse en un toro, el instinto de conservación se dispara, y el sentido de la vida quiere imponer su ley. Ese miedo, es decir, superar ese miedo, vencer a ese instinto de conservación, es lo primero que uno necesita para poder luego expresarse. Y ese miedo es un cúmulo de miedos: miedo a perder la vida, miedo físico, miedo a hacer el ridículo, miedo a defraudarte, a defraudar…  Todos esos miedos hacen que generes en tu interior una fuerza mayor, que te hace tirar para adelante y expresar, e incluso llegar a disfrutar delante de la cara de un toro».

Ahí queda su lección, que nos hizo recordar al escritor José Alameda, cuando tras una conversación personal con Manolete le aseguró: «Todo lo que se aprende del toreo, se aprende de los toreros».

sábado, 14 de diciembre de 2024

REEDICIÓN DE DOS GRANDES LIBROS TAURINOS

Por Antonio Luis Aguilera

 

La editorial sevillana y cordobesa El Paseíllo ha reeditado dos grandes libros taurinos: «Historia del toreo de Néstor Luján, y «Los heterodoxos del toreo», de José Alameda. Además, según informan sus responsables, tienen el proyecto de perseverar esta política empresarial para rescatar otra obra de culto de José Alameda, «El hilo del toreo», agotada desde hace años y que ha alcanzado altos precios en el mercado de segunda mano, lo que evidencia el interés que levanta en muchos aficionados que anhelan conseguir este libro magistral, para conocer de primera mano el extraordinario relato que traza el escritor madrileño exiliado en México, un erudito que supo explicar como nadie el curso del arte de Cúchares, en su sinuoso y apasionante recorrido hacia el toreo moderno.   

Néstor Luján (Mataró 1922-Barcelona 1995) estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona, fue crítico de toros en la revista Destino y conocido por sus libros de Historia y Gastronomía, además de haber publicado varias novelas. En 1954 apareció su “Historia del toreo”, excelente obra con ameno y sutil relato, donde el escritor catalán inicia su explicación en las circunstancias sociales que en 1700 originaron el nacimiento del toreo a pie, así como su primera ordenación con diestros considerados primitivos, como los Palomo y los Rodríguez de Sevilla; José Cándido de Cádiz y los Romero de Ronda, estableciendo un discurso salpicado de anécdotas y hechos curiosos, que llega hasta la década de los sesenta del siglo XX, con Antonio OrdóñezEl Viti y El Cordobés. Este libro que ahora ve nuevamente la luz, fue editado por Ediciones Destino, y tal fue su aceptación entre los lectores que consiguió tres ediciones, la última en 1993. 


En cuanto a la segunda obra, hemos de comenzar afirmando que son muy pocos los escritores que han pensado y comprendido la historia del toreo como Carlos Fernández López Valdemoro -José o Pepe Alameda- (Madrid 1912-Ciudad de México 1990), que tras licenciarse en Derecho en Madrid, por razones políticas marchó exiliado al país azteca en 1939, donde por sus conocimientos y experiencia como aficionado práctico -llegó a tentar con Juan Belmonte- fue conocido como El Maestro. Allí desarrolló una excelente labor como crítico y escritor taurino en radio, prensa y televisión. En «Los heterodoxos del toreo» (1979), el autor dedica una cruda introducción, que rotula como “la olla podrida de la crítica”, para denunciar un fenómeno específico de España, el sector de la crítica “terrorista" que tanto influjo negativo tuvo no hace tantos años en nuestra nación.

 Alameda inicia su relato con esta certera reflexión: 

«Si no hubiera hombres capaces de jugarse la vida frente a un toro, no habría corridas ni, por consiguiente, crítica taurina.

¿Cómo se ha podido llegar a la monstruosa deformación de que un sinvergüenza provisto de una pluma viva de insultar a quienes, con su arrojo, le dan la posibilidad de existir “profesionalmente”?

Todo el respeto para el que respeta, todo el desprecio para quienes empiezan por no respetar a la fiesta de los toros…».

Seguidamente, el lector se adentrará en un ameno ensayo, donde el  autor explica con conocimiento de causa el papel que desempeñaron en la historia espadas considerados diferentes, y por tanto cuestionados, advirtiendo que «… al torero no hay que preguntarle, hay que verlo, sabiéndolo ver, sin dejarse engañar por la corriente del toreo, donde se marea el que mira si en vez de atraparla mentalmente permite que se lo lleve el río». En su estudio de los diestros considerados heterodoxos, el escritor madrileño invita a analizar las figuras de CúcharesEl EsparteroReverteEl GalloBelmonteCarmelo PérezLa SernaArruzaProcuna, y El Cordobés, concluyendo con una llamada donde subraya la importancia histórica de los grandes toreros ortodoxos, “como cimiento y cúpula de esa rara hazaña de tres siglos que se llama el arte de torear”. Dice así:

«A pesar de la literatura belmontista (que, de hecho, es contra Gallito), la figura de José emerge y se robustece cada día. A pesar de la literatura antimanoletista (esta sí, declarada), no se desdibuja el perfil de Manolete.

Ya que hemos juntado sus nombres, obsérvese la coincidencia: solamente cubrieron ocho temporadas cada uno. Gallito, del 12 al 20; Manolete, del 39 al 47. Meses más, meses menos, pues la temporada de la alternativa y de la muerte son en ambos incompletas. Corto tiempo para tan honda huella».

A la amplia oferta de Editorial El Paseíllo se añaden ahora estos dos excelentes libros taurinos, ideales para aquellos aficionados que anhelan profundizar su formación con los grandes autores de la historia del toreo. 

 

 

sábado, 30 de noviembre de 2024

LA INFLUENCIA DE «CHICUELO» EN EL TOREO DE «MANOLETE»

Por Antonio Luis Aguilera 

Manuel Jiménez «Chicuelo»
(Foto familia Chicuelo)

Faltaban veinte años para la alternativa de Manuel Rodríguez «Manolete» cuando en el mismo palenque la recibió Manuel Jiménez Morenoel torero sevillano que sería su padrino de ceremonia, quien además de cederle muleta y espada, también le entregaría el testigo de su toreo, como si el histórico maestro presintiera que aquel espigado novillero cordobés, por su inmenso valor y el talento que atesoraba, sería capaz de imponerlo definitivamente en el orbe taurino. Aquella tarde del 28 de septiembre de 1919, en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, «Chicuelo», espada de dinastía, huérfano de padre torero desde la niñez —como lo fue «Manolete»—, fue investido matador de toros con el apretón de manos de Juan Belmonte. El  chaval nacido en la calle Betis tenía diecisiete años cuando «El Pasmo de Triana» le cedió la lidia y muerte del toro Vidriero, del Conde de Santa Coloma. Completaba el cartel Manolo Belmonte

En aquella época maravillosa y apasionante del toreo, cuando la afición estaba dividida en dos bandos irreconciliables, los partidarios de José Gómez Ortega y los de Juan Belmonte García, fantásticos y complementarios toreros que  protagonizaron la «edad de oro del toreo» —la segunda, pues este titulo había denominado el siglo anterior la mantenida por «Lagartijo» y «Frascuelo»—, el joven «Chicuelo», como todos los toreros de su tiempo, incluido Belmonte, sentía verdadera admiración por «Gallito», aquel genio al que veneraba desde niño, y ante el que lidió su primer becerro en la placita familiar de los «Gallo» en la Huerta del Lavadero. Tanto le agradó su toreo a «Joselito» que le regaló una propina, que el chaval pronto gastó en las taquillas de la Maestranza, adquiriendo la entrada para la corrida donde José alternaba con Ricardo Torres «Bombita», Rafael «el Gallo» y Juan Belmonte

Juan Belmonte otorga la alternativa a «Chicuelo».
Sevilla, 28 de septiembre de 1919. (Familia Chicuelo)

«Chicuelo» pisaría por primera vez ese redondel el 28 de febrero de 1918, en un festival organizado por «Gallito». Rememoraba el maestro en una entrevista que cuando José le hablaba se ruborizaba, se ponía tan nervioso que no sabía qué decir, y si en un tentadero le cedía un capote o una muleta se le salía el corazón de felicidad. Si la participación del chaval en el festival de su debut de Sevilla fue gracias a José, es fácil deducir la empatía que existió entre ambos. «Chicuelo» consideraba a «Gallito» la máxima referencia del magisterio taurino, y procuró empaparse de sus enseñanzas en los tentaderos, donde pudo observar cómo José entrenaba la técnica de la ligazón del pase natural, procurando sujetar a las reses dejándole la muleta en la cara al terminar el pase en lugar de despedirlas, para así obligarlas a repetir la suerte. «Gallito» desarrolló en el campo la técnica de la ligazón, que después habitualmente incluía en las plazas en su modelo de faena. Fue el primero que mostró públicamente el germen de un toreo nuevo, que con el paso de los años, perfeccionado por «Chicuelo» y «Manolete», culminaría en el toreo de línea natural, el concepto que liga los pases agrupándolos en series: el toreo moderno. ¡Para qué algunos sigan diciendo que «Gallito» fue un torero antiguo!

No debe confundirse el concepto con la expresión o acento personal del torero. Conviene sacar esto a colación porque, ante la montaña de literatura que afirma lo contrario, Juan Belmonte no cambió el planteamiento del antiguo toreo de muleta. Sus faenas se desarrollaron según las normas clásicas, con el matador situado en los terrenos de adentro y el toro en los de afuera, y sus trasteos consistían en pases por alto, el natural ligado con el de pecho —no con otro natural o varios naturales—, molinetes, faroles y desplantes. Lo que de verdad hizo único a Juan Belmonte fue el sitio que pisó, pues  acortó las distancias con el toro, y su portentoso temple le permitió expresar un toreo de capa de prodigiosa belleza, donde el espada ejecutaba los lances a la verónica por ambos lados, hasta cerrar la serie enroscándose el toro a la cintura con media verónica escultural, que liberaba la emoción y el entusiasmo del público por la escalofriante conmoción de su toreo. Con la muleta, por ocupar el mismo sitio, su temple sujetaba al animal, que al terminar el pase natural comenzaba a trazar la línea curva hacia adentro, pero al mantener el torero su terreno, dando la espalda a tablas, entre cada pase tenía que cruzarse al pitón contrario para no quedar fuera de cacho. 

«Chicuelo» torea a Corchaito. Madrid, 24 de mayo de 1928.
(Foto familia Chicuelo)

Tras la tarde fatal de Talavera de la Reina, sería «Chicuelo» —que había toreado con José seis corridas de toros y un festival—, quien otorgaría continuidad a la técnica de la ligazón de los pases del inolvidable espada de Gelves. Él sería quien daría un nuevo giro de tuerca al concepto «gallista», y al curvar el animal la embestida al final del pase natural, en lugar de irse al pitón contrario, lo que hizo fue girar sobre su eje, para de esa forma, intercambiando los terrenos del toro y del torero, ligar los pases y agruparlos en series, estructurando así la faena moderna. «Chicuelo» fue el creador de la faena actual, que por su quietud, emoción y belleza pronto halló la calurosa acogida del público. 

Trascendente resulto para la historia la tarde del 24 de mayo de 1928 en Madrid, donde «Chicuelo», alternando con «Cagancho» y Vicente Barrera, deslumbró a la afición de la capital del reino ligando los pases en redondo por ambas manos al toro Corchaíto, de la ganadería de Graciliano Pérez Tabernero, al que toreó con tanta naturalidad, gracia y belleza que aquella faena —como sentenció su banderillero Manuel González Buzón «Rerre» al ir a dejar los trastos el maestro — «había cambiado el toreo». Fue también la gota de agua que colmaba el vaso de la injusticia, porque hasta entonces la carrera del espada sevillano había sido escrita con sordina por la “sobrecogedora” crítica española, que por no “trincar”, no tuvo escrúpulos en callar sus apoteósicos triunfos en México, donde logró éxitos de igual o mayor calado que el de Madrid. Históricas fueron por su repercusión las ejecutadas en la plaza de «El Toreo de la Condesa», donde en 1925 había inmortalizado a los toros Lapicero y Dentista, de San Mateo. En la nación hermana fue considerado máxima figura, y su concepto tuvo gran influencia en uno de los diestros más importantes de la tauromaquia azteca: el maestro de Saltillo Fermín Espinosa «Armillita». Aun así, la crítica española, más preocupada de ensalzar el toreo de avance buscando el pitón contrario, no tuvo reparos en ocultar el clamor levantado en América por «Chicuelo», donde aquella apasionada afición se entusiasmó con su toreo de reunión y quietud ligando los pases en redondo. La faena a Corchaíto no pudo eclipsar por más tiempo la realidad de su toreo en España.

Con el ruedo lleno de sombreros, «Chicuelo» inmortaliza
al toro Dentista en México, el 26 de octubre de 1925.
(Foto familia Chicuelo)

Por su importancia en este asunto reproducimos unos párrafos del texto «Chicuelo, las sombras de un silencio», escrito por Federico Arnás para el interesante libro «Chicuelo, el arte de inventar», editado por la Fundación de Estudios Taurinos de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, donde el sagaz periodista madrileño busca documentación en la hemeroteca para iluminar esta triste historia:

«Llevaba pocos años de alternativa cuando en México costaba entender las razones para que la prensa española no reconociera con carácter de unanimidad el alcance innovador que su toreo traía atestiguado en aquellas plazas. Valga como apunte lo firmado por el mexicano Verduguillo en el semanario La Corrida: “Si los revisteros madrileños que tratan a toda costa regatear méritos a este torero y de empequeñecer su labor hubieran visto a Manolo esta tarde, tendrían que reconocer que están haciendo el ridículo a sabiendas, o que no tienen un tanto así de pudor profesional… Lo que hay es que el tío Zocato no ha querido resolver el problema que tiene más de financiero que de artístico, fiado en lo grande que es su sobrino”. El comentario fue recogido en el diario madrileño La Nación con esta consideración a modo de escozor patrio: “¿Tiene razón Verduguillo? Parece que sí, puesto que a la hora presente todos los revisteros madrileños han dado la callada por respuesta. (Entremos todos y que salga el que pueda). Se ofende a los revisteros españoles y nadie dice esta pluma es mía”». 

Queda por tanto suficientemente claro que la histórica faena realizada en la plaza madrileña no fue un hecho aislado, sino un eslabón más de la brillante y silenciada carrera de Manuel Jiménez «Chicuelo», que desde 1922 había conquistado a los públicos de Perú, México y Venezuela. En México, por su acoplamiento a los toros del encaste Saltillo, había protagonizado muchas tardes inolvidables en la plaza de «El Toreo de la Condesa», donde inmortalizó a ToledanoLapiceroDentistaTestaforteCarteroMelcocheroPeregrinoMezcaleroPintorDuendeSerranoPergamino y Zacatecano. Tampoco los aficionados de Venezuela pudieron olvidar la realizada a Carpintero en la Maestranza de Maracay. Mas  tantos triunfos no aparecieron en la prensa española, y tuvieron que  pasar más de cinco años para que el encuentro de «Chicuelo» y Corchaíto resultara determinante gracias a la influyente la afición madrileña. 

«Chicuelo» otorga la alternativa a «Manolete»
el 2 de julio de 1937 en la plaza de Sevilla.
(Foto familia Chicuelo)

Tras la década de los años treinta del siglo XX, dominada por el magisterio de Domingo Ortega y su toreo cambiado o de avance con el toro, quedó en segundo plano el toreo ligado en redondo, que después de la guerra española cobraría su más alto vuelo con la impresionante regularidad en el triunfo de Manuel Rodríguez «Manolete», que recibió la alternativa en Sevilla el 2 de julio de 1939 de manos de «Chicuelo». Por Comunista atendía el toro de la alternativa, pero lo rebautizaron con Mirador. «Manolete» hizo el paseíllo junto a Manuel Jiménez, su padrino, y Rafael Vega «Gitanillo de Triana», para lidiar un encierro de Clemente Tassara, antes Parladé, y la corrida fue a beneficio de la Asociación de la Prensa. Lo hizo con un traje heliotropo y oro, y cortaría las orejas, pero el gran triunfador de la tarde fue «Chicuelo», que cortaría las dos y el rabo del cuarto. «Gitanillo de Triana» paseó las del quinto. Aquella tarde no solo fue histórica por la alternativa del torero cordobés, sino porque «Chicuelo», al entregarle muleta y espada, también le cedió el testigo de su toreo, el que había aprendido de «Joselito» y pulido con la gracia de su arte. Se lo pasaba a «Manolete», que abrazando el concepto de la ligazón lo implantaría definitivamente durante su reinado. 

Un reinado donde el torero cordobés, dirigido astutamente por José Flores «Camará», mandó sin contemplaciones dentro y fuera de las plazas, entre otras cosas, porque nadie le aguantaba el pulso, lo que provocó el adelanto de la retirada de toreros como Marcial Lalanda y Domingo Ortega, que nunca se lo perdonarían, y en complicidad con el influyente crítico Gregorio Corrochano lanzaron una feroz campaña para erosionarlo, a la que tristemente también se sumaron otros toreros. Lo acusaron de torear animales chicos y afeitados, cuando el mayor escándalo sobre este fraude lo provocó Marcial Lalanda en Valencia, y lo etiquetaron como un torero corto, perfilero y ventajista, en clara insinuación de cobardía. Ya se sabe que los rayos siempre fueron a las cumbres, pero lo inmoral fue que ese acoso continuó después de muerto el inolvidable torero, como quedó de manifiesto en la conferencia que leyó Domingo Ortega en el Ateneo de Madrid en 1950, cuando los restos de Manuel Rodríguez estaban enterrados en el cementerio de “Nuestra Señora de la Salud” de Córdoba, tras haber dado su vida por el toreo. Pero tanta patraña no pudo cambiar la historia, «Manolete» había mostrado su verdad en los ruedos, donde deben de hablar los toreros, y lo hizo todas las tardes —no aguardó a que le saliera "su" toro— con admirable honestidad, majestad y gallardía. Por otra parte, es importante subrayar que el público no estaba dispuesto a tolerar la vuelta de aquellas faenas pretéritas, las de un pase aquí y otro allí buscando el rabo, y exigió la faena con sentido de unidad que liga los pases agrupándolos en series, el toreo que Manuel Rodríguez defendia que era el de su padrino. Lo hizo en el invierno de 1946, en su última campaña mexicana, conversando con «José Alameda». El escritor le habló de la similitud de su toreo con el de «Chicuelo», y «Manolete» no tuvo reparos en confirmarlo: «Así es, la gente no suele verlo, porque la gente no se fija en esas cosas, pero ese es mi toreo. Yo creo que el torero debe mantenerse lo más posible en su centro, en la línea. Y en eso el mejor que yo he visto ha sido «Chicuelo».

Natural de «Manolete» al toro Perfecto,
de Miura. Barcelona, 2 de julio de 1944.
(Foto Mateo)

La gran aportación de «Manolete» al torero moderno la explica el historiador «José Alameda»Manuel Rodríguez creó una nueva forma de obligar. Con la mano muy baja, situado en línea con el animal, acortaría las distancias con pasos laterales hasta provocar la arrancada. De esa forma fue como el torero cordobés consiguió sacar partido a la mayoría de los toros quedados de su época, que eran la mayoría, hasta instaurar de forma definitiva la ligazón revelada por «Joselito» —el toreo que deja venir al toro por su línea natural para obligarlo a ir hacia atrás y hacia adentro—, pulido y perfeccionado con el arte de «Chicuelo», que alternando los terrenos del toro y del torero creó la faena moderna, la que aceptó y adoptó «Manolete» para aguantar, obligar, ligar y expresar desde su majestuosa verticalidad de torre su señorial e inolvidable toreo de manos bajas.  

sábado, 5 de octubre de 2024

«MANOLETE» RECORDADO POR ANTONIO BELLÓN


Portada del libro

En 1990 fue publicado «PASEILLO DE LUCES Y SUEÑOS CALIFALES», libro del compañero en la información taurina Ángel Mendieta Baeza, crítico del «Diario Córdoba», que fue editado por Cajasur. Se trata de una amena obra que inserta entrevistas a toreros cordobeses, aunque la encabeza la realizada a D. Antonio Bellón Uriarte, quien fuera crítico taurino de la célebre revista Dígame, y acompañante de viaje de Manuel Rodríguez Manolete en la temporada de 1947: un documento desconocido para muchos aficionados, que por el interés de su testimonio sobre el inolvidable torero cordobés, por encima de otras consideraciones técnicas sobre los toreros clave en la evolución histórica del toreo, se asoma para quedarse en esta manoletista Plaza de la Lagunilla, gracias a la autorización del autor.


Ángel Mendieta entrevista a don Antonio Bellón. Foto G. Ruiz


"DON ANTONIO BELLÓN, COMPAÑERO EN EL ÚLTIMO VIAJE"

«Una de las personas que convivió más íntimamente con Manolete en su última etapa fue Antonio Bellón, crítico taurino del prestigioso semanario Dígame. Bellón acompañó en su último viaje a Manuel Rodríguez Sánchez desde Madrid a Linares. Con él vivió sus últimas preocupaciones, sus últimas alegrías, sus últimas esperanzas y sus últimos miedos. Habrá que decir que Antonio Bellón es un venerable joven de ochenta y bastantes años. Sí, decimos bien, joven, porque sus muchos años no le impiden ser un hombre con ilusión, con espíritu emprendedor.

Antonio Bellón sabe la realidad de su momento y no es ningún cascarrabias, más bien todo lo contrario. No se cree superior a nadie y sabe respetar a todo el mundo.

Antonio Bellón pasa largas temporadas en su casa de Baena, donde nos recibe con talante abierto y coloquial. Él sabe que puede enseñar mucho y no tiene inconveniente alguno en prestarse al diálogo. El tema, lógicamente, no puede ser otro que el de Manolete. Están presentes en la entrevista nuestro corresponsal en Baena, Antonio Alarcón, que lo es del “Diario Córdoba”; Paco Laguna, autor del libro Tauromaquia de Manolete y el fotógrafo J. Ruiz.

Ni que decir tiene que la conversación transcurrió en un ambiente distendido, y en el inicio de la misma nos contó que él había conocido a Manolete cuando este fue a Madrid a torear en la plaza de Tetuán de las Victorias:  “Fui a verle con mi maestro K-Hito. Lo que más nos impresionó fue su quietud. Más incluso que sus condiciones como matador… Actuó con Silverio. Nos gustó la esbeltez de Manolete, su valor sereno y su majestuosidad”.

—¿Se pudo adivinar en aquella actuación la figura que Manolete llevaba dentro? 

—No. Eso era muy difícil. El toreo es una cosa magníficamente desorganizada, pero con una organización perfecta. Y el escalafón novilleril es el cernedero para dejar atrás a los que no valen. No hubo tiempo para verle cernirse. Luego, durante la guerra fue cuando Manolete se hizo. Yo en aquella época ejercía de digno barrendero.

—¿Sabe usted si le fue a Manolete fácil su paso por el escalafón novilleril?

 —Manolete tuvo un inconveniente y es que tenía su lado a los niños más bonitos del mundo: Antonio Bienvenidael GallinoPaquito Casado y a Pepe Luis. Eran cuatro pinturas de niños vestidos de torero y, claro, a su lado Manolete era un desangelado  y un desgalichado. En la España de aquella época poco tenía que hacer.

—Usted le conoció muy de cerca. Háblenos de las cualidades humanas que descubrió en él.

Manolete tuvo un problema de timidez, aunque tuvo unas cualidades humanas estupendas. Con Manolete se daba un caso similar al de Joselito. Fueron como dos vidas paralelas. En la plaza eran fenomenales. Ambos fueron maravillosos creadores. Pero, sin embargo, en la vida particular eran unos desdichados. Los dos fueron unos enamorados de su madre y fracasaron en sus amores. Manolete, mientras se movió en el ambiente de sus amigos de Córdoba, fue como son los cordobeses. Sin embargo, cuando empezó a salir por el mundo, se dejó influir un poco por el ambiente relajado del mundillo del toro.  Pero nunca perdió su magnífico talante y su respeto por todos.

En una ocasión en que estábamos comiendo -recuerda- Domingo Ortega le dijo que le hablara de tú. Sin embargo, Manolete contestó que no, que Domingo era un maestro y que jamás le hablaría de tú. En otra ocasión me enseñó el barrio donde él vivía, Santa Marina, vimos la casa de paso y luego me llevó a una capilla —Antonio Bellón se refiere a la capilla del Colodro— en la que había dos monjitas vestidas de radiante blanco en adoración permanente al Santísimo. Manolete me dijo: “Aquí es donde yo vengo a ponerme a bien con Dios, pero no se lo digas a nadie para que no me quiten la intimidad”. Eso da idea de cuál era la forma de ser de Manolete.

—¿Le vio usted torear muchas tardes?

—Yo vi como el sesenta por ciento de las corridas que toreó.

—¿Y cuáles eran las virtudes toreras de Manolete

—Era un poco rutinario en sus costumbres. Por ejemplo, los machos se los tenía que atar Camará.  Usaba la misma camiseta, la misma montera que cuando empezaba en Los Califas. Era un hombre clásico, aunque puede que algo supersticioso. Con Camará se entendía perfectamente, dialogaban con un simple gesto cuando uno estaba en el ruedo y el otro en el burladero del callejón.  La simple mirada del torero era contestada por un gesto casi imperceptible para los que estaban allí. Manolete tenía un gran dominio de las distancias y se arrimaba a todos los toros. Mientras que los demás andaban probando, él ya estaba dando naturales.

Antonio Bellón nos dice que el toreo es hasta Belmonte y desde Belmonte y que Manolete fue el continuador del sevillano. “Tan es así que Joselito es el sumun de la perfección de todo lo que se había hecho en el toreo. Sin embargo aparece Belmonte y hace lo que no había hecho nadie. Y Manolete, a la nueva verdad del toreo de Belmonte lo que hace es darle continuidad, que a mi juicio es lo más difícil, y luego vino su cosa personal de majestuosidad. Prueba de ello es que el mismo Belmonte fue un profundo admirador de Manolete. En una ocasión, Juan me dijo que él disfrutaba viéndole torear. No olvidemos que Manolete le hacía la faena al ochenta por ciento de los toros a los que se enfrentaba. Camará lo cuidó bastante bien y, en el aspecto artístico le aconsejaba. Manolete toreaba muy bien con el capote a la espalda y daba muy buenas gaoneras y, sin embargo, Camará se las quitó. Pero le dijo que tenía que torear al natural a todos los toros, y, claro, lo que hizo fue cambiar una filigrana por una verdad inmensa”.

—¿Qué aportó Manolete al toreo?

 —Hay quien le criticó a Manolete que hiciera la misma faena a todos los toros. Y esa es una de las cosas más importantes que él hizo. Pues es dificilísimo el poder imponer la faena al toro.

A nuestra pregunta sobre los defectos artísticos de ManoleteAntonio Bellón piensa y reflexiona antes de contestar. Cuando lo hace, se expresa en los siguientes términos:  “Pues…, es muy difícil encontrar defectos en el toreo de Manolete. La verdad, yo no se los encuentro. Si acaso, podemos decir que era algo ingenuo. Le aconsejaban que, en determinadas circunstancias, se aliviara. Pero como lo que le gustaba era torear, no se aliviaba”.

—¿Qué tarde fue en la que Manolete le impresionó más?

—Son muchos los momentos importantísimos que le vi. Recuerdo aquella tarde…, la del año que toreó una sola corrida. Fue en Madrid. Alternó con Antonio Bienvenida y Luis Miguel. Era un toro que se le iba, y precisamente, en la puerta de chiqueros, dio como un librazo y dejó la muleta en el suelo. El toro se le fue unos diez o doce metros. Manolete aguantó, sin moverse, la figura un poco flexionada, impávido y con mucha gallardía, a que el toro volviera. Él sabía que el toro volvería porque le había marcado el camino. El toro reculaba un poco y se le volvía arrancar, y el tío allí.  ¡La plaza se venía abajo! Son muchos los momentos. Porque matando, eso era a diario. Era una delicia verle matar. Tenga en cuenta que Manolete ha sido el último gran matador que ha habido. 

Antonio Bellón, Ángel Mendieta, Paco Laguna y Antonio Alarcón
 Foto G. Ruiz

Sobre este aspecto en la vida torera de ManoleteAntonio Bellón nos refiere una anécdota que aconteció con motivo de una corrida de la feria de Córdoba: “Manolete había hospedado en su casa a Juan Mari Pérez Tabernero y a Juanito Belmonte que toreaban con él. Por la noche, con unos colchones que había montado a modo de toro, enseñaba a sus compañeros a entrar a matar. Mientras tanto, su madre, que era una mujer admirable, le recriminaba y en broma le decía a su hijo que eso lo aprendieran aquellos señores de otra manera”.

—¿Es cierto que adaptaron y disminuyeron el tamaño de los toros para que Manolete pudiera triunfar con ellos?

—Esa es una de las muchas pamemas que andan por ahí. Cuando salimos de la guerra el toro estaba mermado o disminuido. Pero es cierto que aquel toro no se caía tanto como el de ahora. Lo que quiere decir que tenía más fuerza. También es verdad que cuando hay un torero bueno y que interesa, es el mismo público, el que quiere que el toro sea apto para poder disfrutar viendo al torero. Cuando los toreros son malos es cuando el público, para no aburrirse, exige el toro grande.

Manolete. Foto Mateo

—De entre los compañeros que tuvo Manolete) ¿se vislumbraba alguno capaz de complicarle la vida?

—No. Todos se entregaban. Los primeros admiradores de Manolete fueron sus propios compañeros. El que más daño podía haberle hecho fue Arruza. Sin embargo, el mexicano tenía una debilidad tan grande por Manolete,  que él mismo le evitaba las cosas ajenas al toreo que le perjudicaban. Luis Miguel Dominguín preparó una batalla “política y de reportaje”. Pepe Luis, por aquello de ser sevillano…, pero no estaba dispuesto a jugársela como lo hacía Manolete.

—¿Cuánto tiempo estuvo Manolete mandando en el toreo?

—Él mandaba en la plaza todo el tiempo que estuvo toreando. Prueba de ello es que, como no tuvo competidor, el público empezó a ponérsele un poco en contra.

—¿Como fueron las relaciones entre el torero y su apoderado Camará?

—Siempre fueron admirables hasta que surgió mi tocaya Antoñita Bronchalo Lupe Sino. Con esa no pudo Camará. Llegó el momento en que Pepe tiró por la calle de enmedio. Ella intentaba desbancar a Camará y que el apoderado fuera su padre. Entonces Pepe dijo: “A mí que me ajuste Bermúdez”, que era el administrador que ellos tenían. Manolete trataba de aliviar aquella situación. También le sentó muy mal a Camará que Manolete la llevara a México.

Manolete. Foto Mateo

—¿Cómo vivió usted todo aquello?

Manolete me dijo un día que él quería que yo estuviera a su lado y que le acompañara. Yo serví, un poco, como árbitro entre el torero y el apoderado. No estuve en las últimas corridas, las de Gijón y Santander. Sin embargo, sí le acompañé de Madrid a Linares. Yo salí de la redacción de Dígame y emprendimos aquel viaje. Íbamos en el coche CamaráGuillermo, el mozo de espadas, Manolete y yo.  Cenamos en Manzanares, y, desde allí, hasta Linares trajo el coche el propio torero. Detrás durmiendo como benditos, venían Camará y Guillermo. Delante, junto al torero, iba yo.

—¿De qué hablaron durante el viaje?

—En ese viaje Manolete me dijo una de las cosas que más me emocionaron.

—¿Que fue?

 —Me dijo: “Es usted la única persona que puede hacer por mí lo que más deseo en este mundo”. Le pregunté y me contestó: “Mi madre le respeta y quiere muchísimo. Yo quiero que la lleve usted a ella a mi boda a Barcelona, donde me caso con el demonio de su tocaya. Usted no le comente nada a nadie, nada más que a ella.  Ella va con usted”.

—¿Se casaba Manolete con Lupe Sino?

—La boda estaba fijada para el 18 de octubre.

—¿En qué circunstancias llegó el torero a Linares? 

—Llegó un poco pachucho. Algo de lo que había cenado en Manzanares le debió de sentar mal y tenía la tripa suelta. Me fui a por Tanager y parece que se mejoró. Durmió bastante. Cuando volvimos del sorteo ya estaba despierto y me pidió por favor que le confeccionara la lista de las llamadas telefónicas para después de la corrida. En primer lugar puso a Bermúdez, después a su madre, que estaba en San Sebastián y en tercer lugar a la Bronchalo. Cuando yo salía de la habitación, me dijo: “Oiga, don Antonio, póngamela a ella primero”. Son cosas humanas. Luego, sin embargo, ya no dio tiempo a nada. Solamente llamamos a Bermúdez, que era el fundamental.

—¿Cómo vivió Manolete los momentos anteriores a la corrida? ¿Le preocupaba algo?

—No, en absoluto. Los Miuras no le preocupaban. Prueba de ello es que todos los años mataba una corrida de ese hierro en la feria de Sevilla. Luis Miguel tampoco le preocupaba. Manolete le gastaba bromas y él, que presumía de irónico, lo respetaba tremendamente. El padre le había dicho: “Niño, tú a este lo que tienes que hacer es darle coba porque es el que puede darte cartel”. Lo del vientre era una simple molestia de verano.

—¿Qué ambiente se vivió durante aquel día en torno a Manolete

—Por allí apareció un grupo de cordobeses, sudosos, flamencotes y tal, y le llevaron un cuadro en que se veía a Manolete toreando desnudo y con sus atributos.  Él me dijo: “Guarde usted eso, que es una guarrería”. Por cierto, ese cuadro, con el barullo del regreso, desapareció. Luego llegó Balañá, que hablaba de contratos y liquidaciones con Camará. Cuando se aproximó la hora de la corrida, el problema de la tripa estaba totalmente solucionado. Lo único que le disgustó fue el vestido de torear que le prepararon. Ese traje lo había usado una tarde en México y no había estado bien. Al Chimo le dijo: “¿Cómo es que has traído este traje? Ese traje tiene mala sombra”. Fue precisamente el traje con el que murió.

—Cuando se produjo la cornada ¿descubrieron enseguida la gravedad?

—Cuando le dieron la cornada el torero que más cerca estaba de él fue Pinturas, que me hizo una seña advirtiéndome de la gravedad. Las asistencias equivocaron el camino y yo salté al ruedo para decirles por donde era.

—¿Cómo fue la llegada a la enfermería?

En la enfermería se formó un barullo tremendo. Allí se coló todo el mundo. Tuve que enfadarme y ¡hasta maldije! para echar a toda aquella gente a la puñetera calle. Mientras le cortaban los machos para desnudarlo, tenía una cierta ansiedad respiratoria. En un momento se miró y vio como sangraba por el vientre. Aunque la hemorragia era grande, lo que él veía era relleno del vestido empapado.  Le dije: “Na, maestro, esto es empapado, ¿no lo ve usted?”. Entonces, para que no viera más, le tape la cara con un paño del bote que allí había para las operaciones. A Manolete ya se le había empezado a poner la cara verde, y es que estaba entrando en ese schock traumático que se lleva a la gente. Sin embargo me tranquilizó comprobar que se repuso de él. Procuré distraerle la atención e incluso, aunque era muy difícil, le gasté alguna broma.

—¿Se restableció el orden en la enfermería?

—Yo me hice un poco el dictador de todo aquello. Pepe Camará hablaba de traerle a Córdoba, a la Cruz Roja, pero viendo la gravedad, se decidió que lo operara en la enfermería el doctor Garrido, un magnífico cirujano que hizo todo lo que pudo y más.  Llegó Luis Miguel, que le dio la mano y lo besó en la frente. Manolete se emocionó y Luis Miguel estaba muy afectado. Luego vino el traslado al hospital, el médico le levantó el apósito, pues la ligazón que le hicieron cuando la anterior cornada no estaba muy firme. Y el apósito no dio sangre. De madrugada, cuando vino Guinea, el tono cardíaco de Manolete bajó muchísimo y empezó a fallar el corazón. Todas estas circunstancias contribuyeron a que este hombre desapareciera. Pienso que de una forma providencial, porque ahí queda su gloria. Y sobre todo en un día en que se había toreado bien». 


Paco Laguna homenajea a Manolete en Linares. Foto Framar

Recordamos especialmente el día 28 de agosto de 1987, Paco Laguna Menor, autor de la Tauromaquia de Manolete, quiso dedicar al torero su obra, depositando el primer tomo de la colección en el lugar donde Manuel Rodríguez fue herido de muerte por el toro Islero. En la foto de FRAMAR aparece don Antonio Bellón aplaudiendo al autor, rodeado de un grupo de aficionados cordobeses, entre los que figuran Pepe ToscanoCarlos ValverdeJesús Fernández, y el sacerdote salesiano don Evaristo Sánchez, que fue profesor de Manolete en el colegio salesiano de Córdoba. Nosotros, micrófono en mano, grabábamos las palabras de aquel entrañable momento.

 

Grupo de aficionados cordobeses en la plaza de Linares. Foto Framar

Posteriormente, en la puerta del patio de arrastre de la plaza de Linares, FRAMAR volvió a fotografiar el inolvidable encuentro de aficionados cordobeses que quisieron rendir homenaje a Manolete en el 40 aniversario de su muerte. En la foto del grupo figuran, entre otros: Jesús FernándezRafael TorrerasCarlos ValverdeEloy TorrerasCarlos Valverde hijo, Paco LagunaÁngel Mendieta, don Evaristo Sánchez, don Antonio BellónLuis RodríguezRafael MangasÁngel DelgadoPepe ToscanoAntonio Luis AguileraJosé Luis Rodríguez AparicioAndrés DoradoRafael de la Haba Rodríguez, y Francisco de la Haba Martínez.