lunes, 1 de noviembre de 2021

TOREAR DESPACIO: UN DON DE PRIVILEGIADOS

Por Antonio Luis Aguilera

«El temple somete y el sometimiento ralentiza la embestida». Foto Plaza1

«El temple somete y el sometimiento ralentiza la embestida». Son palabras del torero que más despacio he visto torear en mi vida: Juan Ortega.

Hacer despacio el toreo de verdad es lo más difícil en el trance de pasarse por la faja a un toro bravo. Requiere una fuerza interior, un don especial que sostenga la calma para mantener la pureza del compromiso sin recurrir a los alivios técnicos, a esas ventajas que ofrece el conocimiento del oficio y permiten aligerar el riesgo, las mismas que son válidas cuando permiten resolver situaciones comprometidas de la lidia ante la peligrosidad del animal, pero que últimamente son comunes en los ruedos ante cualquier res, hasta el punto de que el público no muy entendido las acepta como normales. Verbigracia, colocarse por fuera y aprovechar la inercia del animal para meter el pico de la muleta en el pitón contrario y aligerar el pase con impostada elegancia fotogénica, o torear en oblicuo echando hacia afuera la embestida.

Torear encajado de verdad, con la pureza y el clasicismo que lo hace Juan Ortega es engrandecer el arte del toreo, elevarlo a un estado superior; es exaltar el efímero e inolvidable encuentro donde se ofrece la vida para crear una obra que exige entrega absoluta desde la colocación en la suerte, así como calma interior para afrontar la angustia del riesgo al enganchar al toro y someter la embestida pulseando el suave vuelo de las telas, que terminan por imponer otra velocidad, otro ímpetu al mostrado en las primeras acometidas, graduando su celeridad con ese toreo de seda que nace de un encuentro sin violencia, despacioso, de imágenes a cámara lenta. Atesorar la gracia para hacer inmenso el toreo, con esa cualidad que no parece humana, es un don que solo han tenido algunos privilegiados en la historia, esos elegidos que recibieron «las bolitas» que según Rafael de Paula mandan desde el cielo al nacer. 

Juan Ortega, encajado de verdad, torea al natural en Sevilla.
Foto Emilio Méndez (Cultoro)

Pronto vio la afición de Madrid las cualidades de Juan Ortega, torero al que ha respetado y esperado desde su revelación en el ruedo venteño el 15 de agosto de 2018, adelantándose incluso a la hispalense, que por la «sensibilidad» de su empresario hubo de aguardar media docena de años, más otro por el maldito Covid, para verlo en su albero como matador de toros. Un largo y duro camino desde la tarde de la alternativa en Pozoblanco, sin que los grandes comisionistas del toreo dieran opciones a las cualidades que después, gracias a dos empresarios modestos, Juan Reverte y Alberto Garcíaiban a maravillar al orbe taurino al ser televisadas por Canal Toros de Movistar, que actuó como notario para dar fe de la epifanía de Linares ante el enclasado Nardito de Parladé, amenizada con las notas del pasodoble Manolete, y fechas después en la plaza de Jaén de la que fue considerada la faena del año, ante el exigente Basurilla del hierro de Victoriano del Río.

Entre la tristeza por la pandemia llegaba un canto a la esperanza por aquella bocanada de pureza, sensibilidad y excelencia del toreo. Tras desbrozar un espinoso camino sacando fuerza de flaqueza, el primer gran éxito de Juan Ortega fue creer en sus cualidades sin que «el sistema» lograra aburrirlo, y tener la certeza de que debía estar preparado para el día que la «suerte» apareciera por la puerta de chiqueros vestida de negro con dos pitones en el testuz. Cuando por fin le vimos «cambiar la moneda» y expresar el toreo clásico tan despacio, llevando la ilusión a los aficionados, recordamos una frase con aires de sentencia pronunciada por Curro Romero: «¡Qué difícil es comer despacio cuando se tiene mucha hambre!».

ENLACE RECOMENDADO: CRÓNICA DE VICENTE ZABALA PUBLICADA EN EL DIARIO «EL MUNDO» E IMÁGENES DEL CANAL TOROS DE MOVISTAR EDITADOS EN EL BLOG «LA RAZÓN INCORPÓREA» de JOSÉ MORENTE.

2 comentarios:

Luis Miguel López R. dijo...

Antonio, ¡qué forma más bonita de contarlo!, ¡qué clarividencia!, ¡qué disfrute leer esta nueva entrada! Resulta curioso que personas distintas, con sensibilidades distintas, viendo torear a Juan sintamos prácticamente lo mismo y nos podamos sentir identificados con lo que nos expresas en esta magistral entrada. Compendio de lo que sentimos al ver torear a Juan Ortega. Tan lento, tan despacio…que el reloj del corazón se para, como decían que lo paraba Cagancho.
El toreo es una arte que nació para ser visto, por eso debe ser lento. Torear deprisa no es torear, vivir deprisa no es vivir… Por eso nos llega al alma cuando vemos torear tan despacio. Despacio y lento, como se canta y se baila, como se anda a caballo… como se torea, como torea Juan Ortega.
Una vez más mi gratitud al autor del blog y mi más sincera enhorabuena, querido Antonio.

Andrés Osado dijo...

Este texto tuyo, sí que es para comerlo despacio, amigo Antonio.
Eres genial
Un abrazo