lunes, 8 de noviembre de 2021

TOREROS CON GAFAS EN LOS RUEDOS

Por Rafael Sánchez González

Manuel Rodríguez Sánchez «Manolete»

Me preguntan si es cierto que Manuel Rodríguez Sánchez Manolete (padre) llegó a torear usando gafas durante la lidia. No es la primera vez, y más concretamente en Córdoba, que sale a colación este tema y la realidad es que no se conocen datos que acrediten tal caso.

Allá por marzo de 1989, en compañía de mis recordados amigos Pepe y Rafael Guerra Montilla nos desplazamos a la localidad de Cabra, donde, por mediación de Manuel Mora, visitamos a José Pérez Polo, reconocido aficionado local que era poseedor de abundante material (carteles, fotografías, etc.) relacionados con la Fiesta de los toros. Entre otros documentos pudimos observar una foto en la que el referido diestro aparecía vestido de luces y provisto con gafas para la vista, junto a dos personas desconocidas para nosotros. Como fondo tenía una blanqueada pared, por lo que era imposible poder identificar el lugar donde pudo ser tomada dicha instantánea. Lo que estaba claro es que Manolete llevaba puestas las antiparras aun vestido de torero.

Antiguo barrio del Campo de la Merced de Córdoba

Asimismo y relacionado con este tema, entre los numeroso datos tomados en las amenas tertulias que hace años mantuve con antiguos vecinos del «Campo de la Merced», todos ellos veteranos aficionados con muchas vivencias que todavía recordaban, y poseedores por tanto de innumerables  episodios sucedidos en aquel taurinísimo barrio del viejo matadero cordobés, conservo un apunte en el que Rafael  Luque Flores (hijo del que fuera extraordinario subalterno Ricardo Luque González Curro Camará), me refiere cuando con otros chavales se asomaban a una ventana en la planta baja de la casa donde vivía Manolete, en la calle «Molina Sánchez Lagartijo», para verle vestirse de luces, llamándoles la atención que lo hiciera teniendo colocadas unas gafas, que -me dijo- dejaba luego sobre la mesita de noche antes de salir con dirección al coso de «Los Tejares». Sabido es y conviene recordarlo ahora, que como consecuencia de una enfermedad el Sagañón, apodo por el que era conocido entre sus vecinos Manuel Rodríguez, padecía una afectación en la vista que se fue agravando con el paso del tiempo, por lo que solía utilizar lentes en su vida cotidiana. 

Como última cita, en la página dedicada a Consultorio Taurino del semanario El Ruedo correspondiente al 20 de febrero de 1958, contestando a la misma pregunta con relación a Manolete ofrece la siguiente respuesta: Solo podemos decirle que en una ocasión le vimos hacer el paseíllo en Bilbao (solo el paseo) con gafas cuando era novillero todavía.

En cambio, respecto a Francisco Montes Paquiro, parecer ser que toreó con gafas en el festejo que se dio en Sevilla el 5 de noviembre de 1849, con motivo del feliz alumbramiento de la Infanta Luisa Fernanda, Duquesa de Montpensier, según afirmó Aurelio Ramírez Bernal P.P.T., en un trabajo que publicó La Lidia en su número 41 del año 1900, en el que dicho escritor hizo tal aseveración a la vista del cartel de aquella corrida.

La despedida del torero.
Museo Carmen Thyssen de Málaga

Indiquemos de paso que Francisco Montes fue el gran reformador de los festejos taurinos tal y como han llegado hasta nuestros días, sin más variaciones que las impuestas por la evolución de los tiempos. Una prueba concluyente de su poder creativo y organizador la encontramos en su original concepción del arte de torear, que Pedro Romero fundamentaba en la suerte de matar, pues si bien Costillares y Pepe-Illo se apartaron algo de tal concepción, fue Paquiro el que otorgó parecida transcendencia a las restantes suertes, tanto de capa, banderillas y muleta, de manera definitiva. Su inteligencia y buen gusto fueron las bases en que se apoyó para lograr su propósito, sin que podamos olvidar que también ordenó la composición de las cuadrillas e influyó sobre el cambio en la ropa de torear. Sus amplios conocimientos de la lidia los dejó reflejados en su Tauromaquia Completa. Por algo Ortega y Gasset al proyectar un estudio, que no llegó a desarrollar, sobre la Fiesta de los toros lo titulaba Paquiro o el arte de torear

Corría el año 1846 y Montes, ya envejecido prematuramente por culpa de una vida alocadamente entregada  a diversos excesos, seguía con el mismo valor y entusiasmo de los días de su poderosa juventud, sosteniendo con hechos asombrosos el prestigio conquistado a base de arte y maestría, pese a sufrir un varetazo en la ingle toreando en Jerez de la Frontera y una cornada en el muslo que le infirió un astado de Durán, percances que le indujeron a tomar la determinación de que en el curso siguiente limitase  sus intervenciones a las plazas de Andalucía y algunas del norte, y cuando en septiembre del 48 fue a Sevilla, accediendo a los deseos de los Duques de Montpensier, tras actuar  junto a Curro Cúchares y el Chiclanero, optó por dejar el toreo. Retirada que habría de durar poco tiempo, dado que en 1850, aceptando una sustanciosa oferta que le presentó la empresa de la Villa y Corte volvió nuevamente a los ruedos. 

Procedente de La Coruña, donde había participado en dos corridas, Francisco Montes llegó a Madrid el día 20 de julio de aquel año a fin realizar el paseíllo el día siguiente en el ruedo madrileño, no sin antes apadrinar a un hijo del famoso banderillero Nicolás Baro, fausto acontecimiento que con todo rumbo se celebró hasta bien entrada la noche, pero decidido a continuar la fiesta, en lugar de marcharse a descansar Paquiro quiso  prolongar su particular juerga hasta el día siguiente, acudiendo a tan importante cita con evidentes pruebas de la alegre jornada vivida.

Francisco Montes «Paquiro»

Acartelado con José Redondo el Chiclanero y Cayetano Sanz se enfrentaron a toros de la antiquísima ganadería de casta jijona que a la sazón poseía en Ciempozuelos don Manuel de Torre y Rauri, cuyas reses lucían ya en su divisa los colores amarillo y encarnado. En primer lugar, salió Rumbón, retinto y aldinegro ejemplar que manseó en varas por lo que fue fogueado. Tan solo le había dado Montes tres pases con la muleta cuando el jarameño, en una colada, le volteó y corneó produciéndoles una herida a la altura del tobillo y otra de mayor extensión en la pantorrilla del muslo izquierdo, además de contusionarle en la cabeza y en el pecho. Al incorporarse con el rostro ensangrentado miró a su paisano diciéndole: encárgate de él, que estoy jerío. Después de curado en la enfermería de la plaza fue trasladado a su domicilio en la calle Amor de Dios. No volvería a torear más.

Retirado definitivamente en su casa de Chiclana de la Frontera, cuando apenas había cumplido cuarenta y seis años de edad, el 4 de abril de 1851 dejo de existir aquel buen mozo que iniciado en el oficio de albañil, tras pasar por la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla, alcanzó a ser un torero de enorme popularidad y, sobre todo, uno de las más importantes en la historia del toreo, a cuya memoria y amparado en el tema  que motiva estas líneas, he querido recordar brevemente, cuando se ha cumplido este año el 170 aniversario de su muerte, y al que García Tejero le dedicó estos versos:  

                              «El rey de los toreros se apellida

                               y con justa razón rey se proclama…

                               Su nombre ya no muere, pues su vida

                               en letras de molde se verá esculpida

                                y tanto durará como su fama».  

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