miércoles, 2 de junio de 2021

TEMPLAR

Por Antonio Luis Aguilera 

Juan Ortega. Foto T. Moreno

En una revista taurina leí hace años las declaraciones del gran picador Alfonso Barroso, en las que aseguraba que el maestro Antonio Ordóñez había sido el único que él había visto cambiar con su temple la velocidad de las embestidas de los toros.

El pasado 14 de mayo, en un tentadero celebrado en la finca Villalobillos, donde tuve el honor de acudir invitado por el ganadero Ramón Sánchez Recio, fui testigo de la tienta de dos novillos de su ganadería, faena que corrió a cargo del matador Juan Ortega, y pude observar como la colocación en el cite del torero, siempre encajado, y su extraordinario temple sometían la brava embestida del exigente animal —¡qué seriedad y emoción la de este encaste cuando sale uno en Arranz pidiendo la documentación—, al que enganchó y llevó con ese toreo clásico y relajado, que por armonía, elegancia, belleza y acento personal concita actualmente las miradas de los aficionados de todo el orbe taurino.

Terminada la faena campera, mientras conversaba con Juan Ortega, se acercaron dos extraordinarios picadores cuyos nombres conocen bien los aficionados veteranos: los hermanos Ambrosio y Francisco Martín, ambos grandes figuras del toreo a caballo de su tiempo, que querían felicitar personalmente al matador por su buen hacer. Habló Ambrosio, mientras Francisco asentía a las sinceras palabras de su hermano:

—Enhorabuena, maestro. Por bravo no era fácil templar a ese toro cómo usted lo ha hecho. Tenía mucho que torear y se le ha venido con mucho poder a la muleta, pero ha terminado entregado por el temple que usted tiene, que no es fácil de ver en la profesión, porque esa cualidad no la tienen muchos. Siga usted en ese camino.

Recordando los comentarios de estos grandiosos profesionales sobre el temple, releemos al gran analista del toreo José Alameda, que en su obra «Los arquitectos del toreo moderno» (Editorial Bellaterra, 2010), escribe:

—«Templar es torear despacio. No hay un despacio absoluto, como no hay un deprisa absoluto. Son términos relativos. Templar es llevar al toro a menor velocidad que la suya natural».

Juan Ortega templando en Vistalegre. Foto Mundotoro.

Tras debatir las teorías de algunos escolásticos de la crítica, continúa explicando:

—«Un toro no pasa a igual velocidad si va en línea recta que en graduada curva, como no tiene la misma cuando lleva la cabeza alta, que si va con el hocico entre las pezuñas.

Hay toreros que, al desarrollar el movimiento de ir abriendo el engaño, tienen pulso para medir, de tal manera que dibujan una curva limpia, sobre la cual va como resbalando el toro. Al tomar un punto de esa curva, el astado se encuentra con que ese punto se le desplaza, por lo que tiene que descargar su impulso hacia el siguiente, ya más cerrado que el anterior y que, a su vez, se desplaza también. Y así, sucesivamente. De esta forma, su impulso se va reteniendo y concentrando, pierde velocidad, y la suerte toda se ahonda; la rotación, a la vez que se desarrolla, se intensifica; la suerte se prolonga, se demora, gana profundidad en el tiempo y en el espacio. Este es el temple».

Y como broche al magnífico apéndice sobre el temple que figura en el libro, José Alameda confirma los juicios de los excelentes picadores citados:

—«Torear templado es torear lento. Lento con relación a la velocidad natural del toro. El que templa —entiéndase bien— no es el que lleva el engaño más lento de lo que va el toro, sino el que logra que el toro cambie su velocidad, que la aminore, que vaya más despacio».

3 comentarios:

Andrés Osado dijo...

Así es como nos vamos enterando. Por supuesto, el que quiera.
Gracias Maestro.

Unknown dijo...

Templar es dulcificar y encadenar la embestida

Anónimo dijo...
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