martes, 29 de junio de 2021

DIGNIDAD FRANCESA

Por Antonio Castillo Rebollo, aficionado. 

Plaza de Mont de Marsan, inaugurada el 21 de julio de 1889 por el 
espada de San Fernando (Cádiz) José Rodríguez Davié Pepete.

Es indudable que en el sur de Francia, la corrida de toros a la española alcanza hoy en día, cotas de inmensa popularidad y goza de una magnífica salud. Sin embargo, su devenir hasta la época actual, no ha sido precisamente un camino de rosas; al contrario, su curso estuvo plagado de incidentes, prohibiciones y campañas orquestadas que no lograron doblegar el ánimo del aficionado francés.

Hoy, quiero comentar un caso muy curioso del que fue protagonista en 1895, el torero sevillano Antonio Reverte en Mont-de-Marsan junto con Mr. Paul Dorian el alcalde de esta ciudad. Pero antes, el bondadoso lector me disculpará que lo haga navegar por mi personal y procelosa laguna Estigia, con el siguiente y largo preámbulo:

El sevillano Antonio Reverte  

Tanto en el sudoeste como en el sudeste francés viene de muy antiguo la costumbre de jugar con el toro -tauromaquia-. Se pierde en la noche de los tiempos la existencia de un toro salvaje en los pantanos de la Camarga, cerca de donde desemboca el Ródano. Es un toro pequeño, pero duro, muy ágil, con mucho brío y agresividad  y   descarado  de  pitones  en forma  de  lira -cornialto o cornipaso-.  Desde hace varios siglos, a este toro se enfrentan a cuerpo limpio unas cuadrillas de mozos que, con sus recortes, quiebros y saltos espectaculares burlan su codiciosa embestida. Según Cossío que se apoya en la información que le proporciona Auguste Lafront, “…a principios del siglo XIX, en Arlés, las fiestas taurinas continuaban con brillo una tradición, sin interrupción, desde hacía casi tres siglos…”. Sin embargo, la implantación de la corrida española con matadores de a pie y picadores es cosa mas reciente. Concretamente la primera de ellas se celebró el 21 de Agosto de 1853 en Saint-Esprit, un pequeño pueblo aledaño a Bayona y donde existía desde 1850 una pequeña placita destinada a ofrecer espectáculos de corrida a la landesa. La plaza se llenó de un público expectante que acudió a ver al famoso espada madrileño Cúchares, que se enfrentó él solo a cuatro toros navarros y dos andaluces. Este primer cartel, publicado por Pelletier, está cuidadosamente impreso en Bayona y con grandes caracteres tipográficos anuncia: “Grandes Courses Espagnoles de Taureaux”. A esta primera corrida, seguirán otras dos, los días 22 y 23 del mismo mes. El impacto de las corridas españolas con toros de muerte fue tremendo. Según Pelletier, periódicos locales como Le Courier exhortaban a sus lectores con estos términos tan ardorosamente beligerantes y combativos: “Appel est fait à la jeunesse bayonnaise; une brèche est déjà ouverte: à l’assaut, à l’assaut!” (Un llamamiento a la juventud de Bayona; se ha abierto una brecha: ¡Al asalto, al asalto!).

Toros de la Camarga francesa

Apoyando la implantación de la corrida española, como se le llamaba en Francia al nuevo espectáculo tauromáquico, Aguado de Lozar que había sido el avispado empresario navarro de estas primeras corridas en Bayona, bajo el seudónimo de M. Oduaga Zolarde, da a la imprenta el primer tratado de tauromaquia escrito en francés: “Les courses de taureaux expliquées”, libro rarísimo donde los haya, que se publicaría en Bayona en 1854, por la imprenta de Lamaignère, con 148 páginas más cuatro láminas grabadas a la litografía, con escenas taurinas. 

A partir de entonces, se fue extendiendo la corrida española por todo el sur de Francia: Andrés Fontela inauguró la primera plaza de Béziers en 1859, el novillero guipuzcoano Manuel Egaña (Relojero) pisó por primera vez las plazas de Mont-de-Marsan, Dax y Saint-Sever en 1860, el matador de toros catalán Pedro Aixelá (Peroy) lo hizo en la de Marsella en 1861.

En la década siguiente, matadores de cartel como Currito, Ángel Pastor, Gordito, se dejaron ver, especialmente en Nimes, donde en 1885, una muchedumbre enorme, se reunió para ver actuar al famoso espada Frascuelo.

Una de las dos plazas de toros de París. La Torre Eiffel al fondo

En 1889, se llevó a cabo un esfuerzo muy importante para que arraigara la corrida de toros española en el corazón de Francia -París- con motivo de la Exposición Universal. Nada menos que se construyeron dos plazas de toros: una en terrenos de la propia Exposición y otra, mejor acondicionada, en el cruce de la rue Pergolèse y el boulevard de Lannes, bautizada en los carteles –en castellano- como “Gran Plaza de Toros du Bois de Boulogne”. Para la ocasión se tiraron carteles con gran lujo y tamaño, en cromolitografía, y que se hicieron tanto en España, por el pintor Daniel Perea (Lit. Palacios, de Madrid), como en París, donde el famoso cartelista Jules Cheret no desdeñó el realizar un atractivo affiche que se tiró en la imprenta de Chaix. En la extraordinaria colección de carteles del coleccionista catalán Jordi Carulla hay magníficos ejemplos de este artista y otros cartelistas franceses como Baylac, Million, Diffre. Ese mismo año, se dieron en la capital francesa nada menos que 28 corridas, con la participación de primeros espadas, tales como Ángel Pastor, Valentín Martín, Mazzantini, Lagartijo, Frascuelo, Cara Ancha, Guerrita y otros más. Curiosamente, durante estos cuatro años -de 1889 a 1893- se celebraron bastante mas de un centenar de corridas y estos festejos parisinos sirvieron para favorecer los intereses de muchas de las plazas del sur de Francia, ya que las empresas de las mismas aprovechaban el paso de los diestros contratados en París, para asegurarse su concurso, y así vieron torear en Marsella a Fernando el Gallo y Mazzantini. En Dax a Faico, Minuto y Guerrita, ó a Ángel Pastor en Mont-de-Marsan. 

Torerísimo quite de Fernando el Gallo en la plaza de Madrid
mientras acude el picador reserva. Fotografía Jean Laurent.

Sin embargo, en París, no todo fueron facilidades para la implantación de la corrida de toros -que nunca logró arraigar allí- y así, años mas tarde, también en París, el 5 de junio de 1900, el torero aragonés Ramón Laborda (el Chato) actuó en la corrida inaugural de la plaza de toros de “Arenas de Enghien”, construida con motivo de la nueva Exposición Universal, a las órdenes del matador francés Félix Robert. Camino de la plaza, un sicario contratado por la Sociedad Protectora de Animales, de nacionalidad sueca y llamado Ivon Aquelli, disparó varios tiros contra el coche de los lidiadores en protesta por la celebración de corridas de toros, alcanzando a “El Chato” en el brazo y costado izquierdos, aunque las heridas fueron afortunadamente muy leves. Esto dio motivo para que Roberto Casañal, en un raro y gracioso folleto “Romance, vida y retrato de Ramón Laborda (el Chato) editado en Zaragoza en 1913 y escrito en forma de romance, nos relate el atentado con su fina ironía, diciéndonos que: “como le apuntara a la nariz, ¡está claro! No le dio ninguna bala”.

Ramón Laborda "El Chato"

Y llegamos al nudo de nuestra historia. Ante el auge creciente de las corridas de toros, los años de persecución, que nunca habían desaparecido, se recrudecieron en 1894, con la aparición de continuas trabas administrativas y legales y prohibiciones gubernamentales procedentes de París. Esta situación aún empeoró más en 1895, pues el nuevo ministro del Interior, Mr. Georges Leynes había reanudado una lucha áspera a favor de la prohibición de las corridas, de modo tal que, si un matador de toros daba muerte a su toro durante la lidia del mismo, se le entregaba un decreto de expulsión que le impedía volver a Francia para una nueva corrida y entre los que figuraron expulsados Bombita (Emilio), Chicorro, Fabrilo, Minuto, Marinero, Fuentes, Lagartijillo, entre otros. De esta manera, las empresas francesas quedaban obligadas a contratar nuevos matadores que no estuviesen incursos en ningún decreto de expulsión. No se le ocultará al avisado lector que, ante la falta de matadores, por culpa de estas triquiñuelas legales (Ley del 2 de Julio de 1850. Ley Grammont), la corrida española, corría un serio riesgo de desaparecer en un corto plazo de tiempo de las arenes francesas.

El torero francés Félix Robert

Cualquier aficionado francés que sea conocedor de la historia taurina de su país -que son los más- se sabe deudor de personas como Paul Dorian y es gracias a él y a otras personas como él, que, con toda normalidad, se celebren tantas y tan buenas Ferias taurinas en nuestro país vecino. 

Aquel año de 1895, en el apogeo de su fama, Antonio Reverte fue contratado en Mont-de-Marsan para torear dos corridas, una de Carreros y otra de Flores, los días 14 y 16 de Julio. En su primera -como veremos a continuación- y única corrida del día 14 Reverte, según la crónica que publica la revista madrileña El Toreo (núm. 1139 del 22 de julio de 1895) “estuvo regular en la muerte del cuarto toro y superior en al de los bichos segundo y sexto lo que le valió grandes ovaciones, así como entusiasmó a las masas con sus recortes capote al brazo y toreando de capa”. Estaba previsto que toreara de nuevo el día 16, pero una orden de expulsión del país, por haber consumado la mise a mort, se lo impedía. París había dispuesto que un comisario especial investido de los poderes pertinentes que le delegaba la Convención, para que se encargara personalmente de la expulsión inmediata del matador español. 

Antonio Reverte con su cuadrilla

Enterado el alcalde Paul Dorian, y en vez de obedecer la orden, decide esconder al torero en su propio domicilio, con el ánimo de hacer creer al comisario que el diestro ya había tomado el tren a Hendaya, de regreso a España y por el medio de los hechos consumados, hacer que este toreara de nuevo y por sorpresa el día 16. Noticioso el comisario de lo que sucedía, ordenó que Reverte fuese detenido y escoltado hasta la frontera. El alcalde puso en juego todas sus influencias para que no se diese cumplimiento al auto de expulsión y al no conseguir su revocación, acompañó al torero hasta la estación, suponemos que sería a altas horas de la noche, cuando el convoy que procedía de París y con destino a Hendaya, hacía su escala en Mont -de- Marsan y una vez que partió el tren hacia la frontera, regresó andando al Ayuntamiento, en cuyo tablón de anuncios fijó un aviso anunciando su dimisión, lo que le valió, dicen las crónicas, grandes y unánimes aplausos de todo el vecindario, que ya previamente, se había manifestado frente a la casa del mismo alcalde, pidiendo la celebración de la corrida del día 16 con Reverte en el cartel.  

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