martes, 24 de abril de 2018

MOSAICO MANOLETISTA (y II)


Por Antonio Luis Aguilera                 
Manolete alumno salesiano (fila de abajo, 3º a la derecha)
       Manolete fue escolarizado en el Colegio de los Salesianos de Córdoba, ubicado en la calle María Auxiliadora, donde iba andando desde la plaza de La Lagunilla por las calles Mayor de Santa Marina, Zarco, Reja de Don Gome, Ocaña, Santa María de Gracia y plaza de San Lorenzo, colindante con el centro escolar. Como alumno salesiano rezó a María Auxiliadora, imagen que preside la capilla del colegio, pero también fue devoto del Cristo de los Faroles y de la Virgen de los Dolores, venerados en la plaza de Capuchinos, a la que gustaba rezar no solo en el interior del Convento de San Jacinto, sino ante el azulejo situado a la subida de la Cuesta del Bailío. En una ocasión, a la vuelta de un viaje de América, lo sorprendió en este lugar el hermano mayor de la cofradía, que le preguntó porqué no le rezaba dentro del templo. El torero le respondió: «esto es como los toros, antes de entrar a la plaza hay que entrenarse».  
          
Azulejo de la Virgen de los Dolores
       Pascual Membrives Martínez, fue un excelente aficionado cordobés, que contando más de ochenta años se emocionaba al hablar de Manolete, de la humanidad y sencillez de un hombre que era la máxima figura del toreo. Recordaba que, siendo él un niño, se orientó de la celebración de un tentadero dirigido por Manolete en la finca “Las Cuevas”, en Villarrubia (Córdoba la Vieja), donde pastaba la ganadería que don Alfonso de Olivares y Bruguera había formado con reses de Juan Belmonte (procedencia Gamero Cívico), y acudió al amanecer para subirse a la tapia. Ese día no solo quedó impresionado por el toreo de su ídolo, sino por las experiencias que vivió en la jornada campera.
 

       Rememoraba que doña Concepción Gómez-Barzanallana, «Conchita Olivares», viuda del ganadero desde 1936, era aficionada práctica y gustaba torear a las becerras. En ello estaba cuando una la tropezó y derribó. Los banderilleros acudieron de momento para hacer el quite, pero Manolete los frenó ordenándoles: «¡No corráis, dejarla ahí un rato para que se le quite el miedo!». Seguidamente acudió él para llevarse a la vaca y preguntaba a la ganadera: —¿Te has asustado? Después sería protagonista nuestro amigo. Finalizado el tentadero los empleados sirvieron un arroz a los invitados. Manolete observó que mientras comía el chaval no le quitaba el ojo de encima, y pensando que tenía hambre pidió para él un plato. Pascual, que no había probado bocado desde la noche anterior, quedó impresionado al ver que le hablaba el torero que tanto admiraba, con quien mantuvo este breve diálogo: —No señor, muchas gracias, ya he comido. Manolete sonrió al adivinar la justificación: —¡Tú cómo vas a haber comido, hombre... Venga, ponerle un plato ahora mismo al nene! —No señor, de verdad que sí he comido, muchas gracias...  —Como quieras... Pero tú no has comido y por vergonzoso te vas a ir sin comer.  

José María Martorell. Foto Mateo
       En un tentadero celebrado en esta misma finca, donde Manolete acudía a prepararse cuando estaba en Córdoba, estaba como aficionado José María Martorell Navas, preparado para salir a dar unos pases cuando fuera requerido, previo permiso de la ganadera. Por la noche, cuando Manolete subía desde La Lagunilla a San Cayetano, para ir al Campo de la Merced, donde se juntaba con los amigos, observó que el aficionado del tentadero estaba sentado en la puerta de su casa, y mirándolo con una sonrisa le regaló una frase que el tiempo convertiría en sentencia: «¡Adiós, torero!». Casi dos años después de su muerte en Linares, en mayo de 1949, aquél muchacho tomaba la alternativa en la plaza de “Los Tejares”, y sería el torero más importante de Córdoba en los años cincuenta. José María lo recordaba con enorme orgullo: «¿Te puedes imaginar lo que significó para mí que ese Monstruo me llamara torero, cuando yo era un aficionado?».
 

Iglesia de San Miguel
     Otra simpática anécdota de Manolete, prácticamente desconocida, la contaba su íntimo amigo Manuel Sánchez de Puerta. Ocurrió en Córdoba una noche de invierno. Después de tomar unas copas de vino con los amigos, al pasar por la plaza de San Miguel -templo donde fue bautizado el torero-, vieron pasar a un señor bajito con sombrero. Al torero le hizo gracia el sombrero, se lo quitó para ponérselo y todos corriendo alrededor de la iglesia. El hombre siguió al grupo sin alcanzarlo gritando: «¡Sinvergüenzas...!». Ellos, muertos de risa, escondidos en un portal, lo veían pasar desorientado, hasta que dieron por terminada la broma. Saliendo del escondite, Manolete se acercó al señor: —Amigo, tome usted el sombrero y disculpe. Créame, solo ha sido una broma. ¿Sabe usted quien soy? Acalorado, contestó: —¡Usted es un sinvergüenza! —Hombre, no diga usted eso, yo no soy un sinvergüenza, soy Manolete, el torero. El hombre, que resultó ser un agente comercial de Barcelona que se alojaba en el Hotel Simón, replicó acalorado: —¡Usted que va a ser Manolete. Usted es un sinvergüenza! El torero, acercándolo a un farol de la plaza, le dijo: —¿Se convence? Al descubrirlo, aquél hombre, loco de alegría, no daba crédito a lo ocurrido, se disculpó en repetidas ocasiones, rieron la broma y charlaron un rato, quedando citados por la mañana siguiente para desayunar juntos. Aseguraba Manuel Sánchez de Puerta, que el hombre se marchó de Córdoba encantado de haber conocido a Manolete,  desayunar con el torero y ser protagonista de su broma.
 

Manolete por estatuarios. Foto Mateo
    Como final de este mosaico recomendamos la visita a los lugares citados, donde podrán encontrar tabernas clásicas cuyas paredes veneran el recuerdo del torero. En la plaza de San Miguel, próxima a la calle donde nació: Taberna “El Pisto”, ubicada en la misma casa donde en el siglo XIX se fundó el famoso Club Guerrita. En el barrio de Santa Marina: Taberna “La Sacristía”, calle Alarcón López, entre las plazas de La Lagunilla, donde vivió el torero, y Conde de Priego, donde se alza su monumento. Frente a esta taberna se halla la Casa de Hermandad del Señor Resucitado, donde se custodia el traje de luces que Manolete vistió en Santander la última tarde que salió a pie de una plaza. Bar “Santa Marina”, frente a la iglesia que da nombre al barrio, que guarda recuerdos del torero. En la plaza de San Agustín: Taberna “Rincón de las Beatillas”, visitada por Federico García Lorca y sede de las Tertulias “Manolete”, “Chiquilín” y “Fosforito”. En el barrio de Ciudad Jardín: Taberna San Cristóbal, en calle Rodolfo Gil, sede de la Tertulia “Tercio de Quites”, donde se exhiben fotos de Manolete, Martorell y otros espadas cordobeses.       

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