jueves, 22 de noviembre de 2018

JOSÉ TOMÁS

Por Antonio Luis Aguilera
 José Tomás, vestido de purísima y oro.
Desde la gravísima cornada que Navegante, de la ganadería mexicana De Santiagoinfiriera a José Tomás el 24 de abril de 2010 en la plaza monumental de Aguascalientes, han sido escasas las comparecencias en los ruedos del diestro de Galapagar, pero seguidas por miles de espectadores que peregrinan desde cualquier punto del orbe taurino para no perderse ninguna actuación del espada. La expectación es tal que las taquillas agotan el papel el mismo día que se pone a la venta, los reventas se proveen de material para hacer el agosto, y los aficionados que adquieren localidades se consideran unos privilegiados por tener asegurado un asiento en la corrida del torero, aunque ello sea comprando el abono completo de la feria, cuyas entradas para los festejos a los que no acudan tendrán que malvender o regalar. En los tiempos tan complicados que corren para la Fiesta, con lo difícil que resulta llenar las plazas de espectadores llegados de otros lares, que además llenarán restaurantes, hoteles, bares o taxis, reactivando la economía de la ciudad, esto pone de relieve que la pasión por el toreo está viva, a la espera de que salgan toreros que verdaderamente interesen al público, de esos pocos escogidos que por su atracción y poder de convocatoria sean capaces de darle la vuelta a la tortilla, algo que parece muy difícil o imposible de conseguir de persistir la tónica empresarial que rige en la mayoría de las ferias de no organizar novilladas con picadores, criterio a todas luces erróneo que impide el relevo generacional, asfixia el toreo, e impide cualquier milagro.

Meciendo el toreo a la verónica con delicada naturalidad.
José Tomás es un torero diferente, único, de los que “rompe moldes” y moviliza al público. Profesionales del toreo, aficionados con experiencia y crítica especializada coinciden en este juicio. Todos convergen en que se trata de un auténtico figurón del toreo, que supo ganarse el respeto y la admiración general desde sus inicios, mucho antes de la cornada donde seriamente peligró su vida, el gravísimo percance que aún superado por el hombre hizo temer que no podría salvar el torero, pues un accidente vascular tan severo, con destrozos en femoral, ilíaca y safena, conlleva una medicación vitalicia para mantener un correcto flujo sanguíneo, tratamiento que de suspenderse para vestir el traje de luces conlleva un riesgo añadido. Puede que este plus de riesgo asumido conscientemente, unido al hermetismo del espada con la prensa, sin olvidar la indudable calidad de su toreo, haya mitificado en vida a un diestro del que muchos quisieran saber más y al que todos quieren ver. Valga como prueba el eco que adquieren sus actuaciones en importantes medios de comunicación que sistemáticamente ignoran la información taurina.  

Templando y cargando la suerte con el compás abierto.
No obstante, como en el servicio militar obligatorio cuando en el periodo de instrucción algunos reclutas marchaban con el paso cambiado, tampoco faltan en el toreo quienes ante la repercusión de esta gran figura se echan las manos a la cabeza e inician particulares y absurdas cruzadas para “devolver” la vista a tanto “ciego”. Algo que siempre ocurrió cuando algún espada interesó de verdad al público, al que paga y llena las plazas aunque vaya ¿equivocado?. Entre los argumentos de sus detractores están que se trata de un fenómeno social, que las legiones de espectadores que lo siguen no saben de toros, que un torero no puede resultar cogido tantas veces, que no se puede atropellar la razón, que la quietud que conmueve al público es fruto de su torpeza... En fin, para gustos los colores. 

 Sometiendo con gallardía y las zapatillas hundidas.
Por supuesto merecen todo respeto las opiniones de aficionados íntegros a los que puede que no agrade ese toreo y están en su derecho de manifestarse, pero no son dignos de crédito los juicios que provienen de partes interesadas en el negocio taurino, especializadas en manipular la realidad y propagar una imagen distorsionada o falsa del torero, por el hecho de que este no acepta imposiciones y decide libremente cómo han de ser sus contratos, excluyendo de forma determinante la televisión. Precisamente por esto, por defender sus derechos y plantar cara al orden establecido, ha sido objeto de laceradas críticas e injustas descalificaciones de revisteros bien conocidos entre los aficionados por su "ejemplar objetividad” y “ética profesional”. 

Majestuoso natural en la plaza de Jerez. Foto Arjona
Nada nuevo en el toreo. La perspectiva histórica recuerda que cuando aparece un torero excepcional se orquestan campañas para “desengañar” a la opinión pública. A veces se hizo de forma tan sibilina como cruel, en foros distinguidos y cuando el criticado no podía defenderse porque lo había matado un toro, como ocurrió con la "célebre" conferencia del Ateneo de Madrid, donde el maestro Domingo Ortega, que no había digerido ser relegado a un segundo plano durante el reinado de Manolete, pretendió restaurar la “verdad” del toreo explicando su propio concepto lidiador, en clara alusión crítica al instaurado por el inolvidable espada cordobés, mientras era arropado por una crítica adepta que propagó su discurso a modo de dogma. 

Toreando hasta donde acaba el juego del brazo y la muñeca.
Pero el tiempo vino a demostrar que esa “verdad” no tuvo descendencia, porque todos los toreros aceptaron y adoptaron el sistema censurado por ¿mentiroso?, el toreo ligado en redondo revelado por Chicuelo e  impuesto de forma definitiva por Manolete. Lo que confirmaba el acierto de esa frase en forma de sentencia del gran escritor taurino Pepe Alameda, quien aseguraba que la historia no establece dogmas, los establecen los que la escriben. También se organizaron "cruzadas" para desengañar a las legiones de seguidores de Manuel Benítez Pérez, el torero más taquillero de la historia del toreo, que mandó sin contemplaciones en su época abarrotando las plazas de miles de ¿equivocados?, cualquier día de la semana durante nueve años consecutivos y en todo el planeta taurino al reclamo de "El Cordobés y dos más". Debe ser que cuando la fuerza de un torero supera todas las previsiones, bate todas las marcas en honorarios e incluso obliga a incrementar los de sus compañeros, las empresas procuran estabilizar un negocio pensado para que siempre gane la banca y controlar el quebranto que causan los genios. 

Solemne verticalidad y dominio en el toreo de manos bajas. Foto Arjona
Los aficionados saben bien que los toros hieren a los toreros, sobre todo a los que se arriman de verdad, porque una cosa es que la cornada llegue encajado y toreando, y otra que sorprenda al espada por una mala colocación, falta de ajuste, dar tirones o no llevar toreada la embestida, por ventajas que no perdona el toro encastado. Y aunque es indudable que todas las figuras del toreo lo son por méritos propios, pues ese rango no es hereditario y se lo han ganado en el ruedo, no es menos cierto que en algunas, exceptuando tardes y ferias determinantes de la temporada donde hay que estar de verdad sí o también, prevalece la técnica sobre el toreo auténtico, el armazón de los mecanismos de defensa sobre la entrega con pureza, sea porque no encuentran mayores exigencias o por la seguridad que ofrecen los contratos ajustados al inicio de la campaña, que no sufrirán merma alguna por esas tardes insulsas donde realmente no pasa nada.

Soberano y ceñido pase de pecho de pitón a rabo.

No es el compromiso de José Tomás, que siempre se ha arrimado como pocos, colocando el cuerpo donde otros ponen las telas, para torear con suavidad de seda y conducir las embestidas con las manos bajísimas hasta donde acaban el recorrido del brazo y de la muñeca. Encajado con una pureza increíble ante el toro, el madrileño ha ligado el toreo en redondo dibujando en la arena carteles de toros, hilvanando sinfónicamente series de naturales como se engarzan las perlas de un collar, o rimando con majestuosos pases desmayados las estrofas más emocionantes y conmovedoras del toreo de verdad. José Tomás habla y se expresa en la arena con ese aire de dignidad que lo hicieron las más grandes figuras de la historia, las que imaginamos asomadas al balcón celestial batiendo palmas cuando lo ven torear, entre ellos Joselito, Chicuelo y Manolete, los precursores de su cuerda artística. 

José Tomás, un gran torero con aire de leyenda.
Las legiones de aficionados que le siguen en peregrinación abandonan las plazas cada vez más entusiasmadas, anhelando una nueva cita que nadie sabe cuándo o dónde llegará, si es que llega, mientras algunos detractores se obcecan en buscarle vicios porque no soportan la grandeza de su dignidad como torero, que libremente decide su destino sin dejarse manipular por el orden establecido, el tutelado por esos clanes de comisionistas que manejan ganaderías, plazas y toreros, los que mueven todos los hilos del negocio y acaparan las fortunas que antes atesoraban las figuras del toreo, muchas convertidas en un cuerpo de funcionarios al que de marzo a octubre asignan ferias y honorarios que cumplen sin preguntar siquiera a qué hora comienza la corrida. No vayan a molestar.

1 comentario:

Luis Miguel López R. dijo...

Bonita entrada sobre José Tomás, D. Antonio Luis. Definitivamente los rayos siempre fueron a las cumbres y el coloso de Galapagar no iba a ser excepción.
De lo que estoy seguro es que Manolete vive en José Tomas. Y José Tomás…en Manolete.
Muchas gracias por su entrada, que nace en la tierra del Monstruo cordobés, dedicada a otro monstruo. Un monstruo que hemos tenido la suerte que viva en nuestro tiempo. El que tenga ojos que vea… y el que no sea capaz de verlo, en el pecado lleva la penitencia.
Un fuerte abrazo.