jueves, 8 de noviembre de 2018

MANUEL BENÍTEZ "EL CORDOBÉS", UNO DE LOS MÁS GRANDES DEL TOREO.

Por Antonio Luis Aguilera

Manuel Benítez El Cordobés
Mi afición por los toros despertó a temprana edad. Apenas alzaba unos palmos del suelo y ya me interesaban las historias taurinas, especialmente las que hablaban de Manolete, el ídolo de mis mayores, que narraban sus hazañas con auténtica veneración. Escuchar la vida y proezas de aquella figura creaba un ambiente de mística taurina que no he olvidado a pesar de los años. En el Manolete contado convergían todas las virtudes de un hombre cabal y de un torero único: honradez, vergüenza profesional, elegancia natural, majestuosa personalidad, valor contrastado... Además, como vivía cerca del chalet de la avenida de Cervantes, la inclinación taurina me impulsaba a merodear por los alrededores de aquella casa que mi imaginación había convertido en santuario. ¡Cuántas veces quedaba absorto ante su cancela soñando su interior, adivinando los trajes de luces que estarían colgados en el dormitorio del torero! Manolete era el alfa y omega de un chiquillo que en los jardines de la Agricultura, frente a la casa del monstruo -¡qué apodo más horroroso para quién fue rey de los toreros!- toreaba a la verónica con el babero blanco de párvulo a la vuelta del colegio. 

Plaza de toros de Los Tejares de Córdoba
Lo mejor de acudir al colegio La Milagrosa, situado en la calle Conde de Gondomar, la misma donde años atrás Guerrita dictara sus célebres sentencias, era pasar cuatro veces al día por la plaza de Los Tejares. La verdad sea dicha, no sentía la menor atracción por los números quebrados ni el sistema métrico decimal, pero me encantaba estar al corriente de los espectáculos que se anunciaban en el entrañable coso donde viví mis primeros festejos. Allí tuve el honor de estrechar por primera vez la mano de un torero, fue la del gran estoqueador Antonio de la Haba Torreras, miembro de la célebre dinastía de los Zurito, cuando mi abuela, una aficionada excepcional, me llevó a presenciar mi primer espectáculo: una  becerrada de convite del Club Guerrita. Y si la enciclopedia Álvarez se me torcía cuando de memorizar cordilleras, ríos y afluentes se trataba, las páginas del Dígame me las sabía al dedillo. Naturalmente este cambio de papeles me costó más de un disgusto, pues mis padres veían como estaba todo el día toreando de salón o hablando de toros con aficionados que podían ser mis abuelos, sin prestar atención a las materias que resultaban indispensables estudiar para aprobar el ingreso en el bachillerato.

 El Cordobés y su descubridor, Rafael Sánchez Ortiz El Pipo
Una peseta era mi sueldo dominical, que bien administrada daba para un cartucho de pipas y cinco barritas de regaliz, mercancía que adquiría en el quiosco de la señora Manuela, frente a la taquilla de sol de la vieja plaza, pero ni en sueños para una entrada de toros, por muy económica que fuera. Así que cuando la abuela no se rascaba el bolsillo para costearme alguna novillada o festival -que cuando ocurría se guardaba en el más absoluto de los secretos para evitar las reivindicaciones de los otros cinco nietos-, si en la plaza de Los Tejares se celebraba alguna corrida procuraba vivirla a mi manera, que era gratis y también distraía. Mi manera era ver salir a los espadas del hotel Regina, situado frente a la plaza, para dirigirse a pie hasta la puerta de servicio; paseo que las cuadrillas ejercitaban desde el hotel Simón, emplazado en la avenida del Gran Capitán, frente a Dunia, cafetería donde decían que en vida acudía Manolete. Finalizado el espectáculo la bulla era impresionante, había gente por todos los alrededores de la plaza. Bares como Savarín, Toledo, Benítez y Rosales, se quedaban pequeños para atender a quienes anhelaban tomar un refresco y comentar las incidencias de la tarde. 

El Cordobés. Foto Framar
A través de un vecino que no se perdía ni un festejo tuve mis primeras referencias de un novillero de Palma del Río que había hecho su presentación. Se apodaba El Cordobés. Decía que estaba entrado en años para ser torero y no sabía torear, pero que tenía un valor fuera de lo común; que lo cogían y sin mirarse se levantaba encorajinado para volver a la cara de los novillos; que se colocaba tan cerca que antes o después le iban a dar una cornada de las que desbaratan la ilusión del más optimista, pero que si tenía suerte y era capaz de hacerle lo mismo a los toros se llevaría todo el dinero del Banco de España. Pronto se fueron multiplicando las noticias sobre el nuevo novillero, confirmándose una línea ascendente impresionante. Todo el mundo estaba pendiente de El Cordobés, pues allá donde torease llenaba las plazas hasta el tejado y triunfaba clamorosamente, con una regularidad de éxito que producía vértigo. No tardó en correr el rumor de que cobraba un millón de pesetas por festejo, cifra que en billetes verdes de mil aseguraban que pesaba un kilo. Tras un intento pasado por agua en septiembre de 1962, Manuel Benítez tomó la  alternativa en la feria de mayo del siguiente año con toros de Samuel Flores, siendo sus compañeros de cartel Antonio Bienvenida y José María Montilla. Algunos decían que cuando tuviera que echar el paseíllo con la fabulosa nómina de figuras de entonces se iba a enterar... 

Manuel Benítez torea al natural en Sevilla
Pero quienes se enteraron fueron las figuras, que gracias al Pelos incrementaron sus honorarios, porque a él, convertido en un auténtico ídolo de masas, no había quien lo parase. Lo que sí paraban eran las obras de la construcción cada vez que televisaban sus corridas. Y el comercio, en cuyos escaparates se colocaba un cartel que decía: “Cerrado hasta las 7,30 de la tarde. Televisan al Cordobés". Todo el mundo procuraba liberarse de cualquier obligación laboral para sentarse ante ese moderno aparato llamado televisor, que aún no estaba al alcance de cualquiera. Los bares se llenaban a rebosar, y en las céntricas calles donde estaban las tiendas de electrodomésticos se aglomeraban personas de todas las edades, unas a pie y otras sentadas en sillas que habían llevado desde sus casas, para ver tras el escaparate cómo funcionaban esos aparatos que gentilmente eran conectados por los dueños del establecimiento, con objeto de ofrecer las actuaciones del torero y lucir las maravillas de esos receptores a los potenciales compradores que los miraban desde afuera.

Portada de ABC de la tarde de la confirmación
Fue en el telefunken de un vecino donde vi su confirmación de alternativa. Aquel 24 de mayo había llovido intensamente en Madrid y el festejo hubo de comenzar con algún retraso, una vez que los areneros acondicionaron el ruedo. El Cordobés, que en el paseíllo había sido saludado con acritud por un sector del público, recibió muleta y espada de manos de Pedrés, que en presencia de Palmeño le cedió la muerte del toro Impulsivo, de Benítez Cubero. La faena iba cobrando altura cuando el morlaco lo empaló en los medios y al derribarlo le hirió de gravedad en la arena, encelándose con su presa en los interminables segundos que tardaron las cuadrillas en llegar para hacer el quite. Al terminar la corrida la angustia se apoderó de las calles de Córdoba; en la ciudad no se hablaba de otra cosa y la gente aguardaba las noticias del parte de Radio Nacional de España, que confirmó la gravedad del percance. Y como de noche las cosas parecen más negras, algunos agoreros decían que era igual que la de Manolete en Linares, mientras los supersticiosos cruzaban los dedos tocando madera, y los más sensatos confiaban en los expertos cirujanos que asistieron al torero.

El heterodoxo Manuel Benítez hace el toreo más ortodoxo en Madrid
He dado rienda suelta a los recuerdos de mi niñez y adolescencia. Ahora, muchos años después, aprovechando la perspectiva que ofrece el paso del tiempo, observo la verdadera dimensión de quien figura en la historia del toreo como uno de los espadas más importantes de todos los tiempos, aunque siga siendo cuestionado por un sanedrín de aficionados y críticos que lo despachan etiquetándolo como un fenómeno social, y le culpan de todos los fraudes del toreo de su época, acusación que también hubieron de soportar toreros como Guerrita, Gallito y Belmonte, Manolete...  Sería absurdo ocultar que durante el reinado de El Cordobés pudieron cometerse abusos con la intención de proporcionar cierta comodidad al torero. Mas ello siempre ocurrió y ocurrirá con los matadores que han mandado de verdad en el toreo, y no debe ocultar que Benítez, aceptando su condición de máxima figura, dio la cara en todas las plazas y ferias importantes, tiró del carro de la Fiesta como nadie jamás lo hizo, y triunfó clamorosamente allá donde actuó, sin que se le resistiera ninguna puerta grande, incluidas las del Príncipe en Sevilla, plaza donde además cortó un rabo, o la de Las Ventas, cuyo umbral cruzó cinco ferias de San Isidro, dos de ellas en 1970 tras cortar ocho orejas en dos tardes.  

Sevilla 1964. El Cordobés corta un rabo en La Maestranza
El Cordobés fue la locomotora que remolcó el toreo de su tiempo. Y lo hizo con una fuerza arrolladora que no nacía de su simpatía natural, ni de los chispazos de humor que intercalaba en algunas actuaciones, ni del desenfadado salto de la rana... Si prescindimos de la puesta en escena del genio y analizamos objetivamente el fondo de su obra, comprobaremos que la verdadera energía que lo propulsó hacia la cúspide del firmamento taurino fue su propio toreo. Así de simple. ¡Y de difícil! Un toreo que conectaba inmediatamente con el  público, que aguardaba expectante la llegada del último tercio de la lidia. Era en ese momento cuando el genial torero tomaba los trastos para dirigirse a los medios con pases por alto sin dar importancia a la conducción del animal, y una vez allí, centrado con el toro, lo citaba para dejarlo venir por su terreno natural, entonces, con espléndida flexibilidad de cintura y portentoso juego de muñecas, lo llevaba hacia atrás, hacia el terreno de su espalda, donde lo recogía nuevamente para ligar interminables series de muletazos en redondo, técnicamente resueltas con el de pecho, que por cierto era auténticamente obligado. De esta forma tan ortodoxa fue como el heterodoxo Manuel Benítez rompió todos los moldes tremendistas con que los escolásticos pretendieron encasillar su toreo.

El Cordobés por la Puerta del Príncipe de La Maestranza 

VER IMÁGENES DE LA ALTERNATIVA DE MANUEL BENÍTEZ "EL CORDOBÉS"

4 comentarios:

magui dijo...

ME HA ENCANTADO ANTONIO. GRACIAS POR COMPARTIR TUS RECUERDOS.

Rafael Jurado dijo...

Que bien descrito y escrito. Enhorabuena Antonio.

Andrés Osado dijo...

MAGISTRAL FAENA, LLENA DE SENTIMIENTOS, ANTONIO

Luis Miguel López R. dijo...

Doble enhorabuena D. Antonio Luis. La primera por transmitirnos esas vivencias de su niñez. Como nació su afición a los toros, esa descripción tan bonita y tan pura de la Córdoba de su infancia. De la forma que se fue impregnando de todo lo que supone la ciudad de los Califas en la historia del toreo. Como casi tocó a los mitos y sus rincones. Guerrita y la calle Gondomar, el chalet de Manolete en la Avenida Cervantes, el hotel Regina, la plaza de los Tejares… Ha sido capaz de revivir y hacernos partícipes con esta bella descripción de algo maravilloso. Dudo mucho que mi generación y las posteriores, con todos los adelantos que tenemos y las últimas tecnologías, seamos capaces de transmitir algo que pueda estar a la altura de lo que aquí se relata.
La segunda felicitación por utilizar el bello relato de sus vivencias, como hilo conductor para el análisis de la figura del Cordobés. Alejada de tanto prejuicio y mucho más allá de lo superficial. Un heterodoxo pero muy cercano a las fuentes más puras de toreo ligado en redondo (línea Guerrita, Gallito, Chicuelo, culmen de Manolete…). Ahí radica la verdadera importancia y dimensión de este torero histórico.
Muchas gracias D. Antonio Luis. Reciba un fuerte abrazo, mientras dura la espera impaciente de una nueva entrada de su blog.