martes, 10 de abril de 2018

¡SE ACABARON LOS TOROS!

Por Antonio Luis Aguilera

A orillas del río Urola, entre montañas y frondosa vegetación, se encuentra el balneario de Cestona, donde el último rey del toreo del siglo XIX, Rafael Guerra Bejarano, acudió en el verano de 1914 para comprobar si las famosas aguas termales mitigaban las molestias de antiguos golpes que certificaban su paso por los ruedos. La terapia incluía escapadas a San Sebastián, para presenciar las corridas anunciadas en el moderno coso del Chofre, donde dos años más tarde asesoraría al gobernador civil señor López Monis. Este recinto había sido inaugurado después de su encerrona en 1895 con una de Saltillo en la vieja plaza situada junto a la estación del ferrocarril, última ocasión que Guerrita mató seis toros como único espada, y las obras fueron dirigidas por el arquitecto Francisco Urcola, que también supervisó las del teatro Victoria Eugenia, proyectado conjuntamente con el Hotel María Cristina por el arquitecto francés M. Charles Meurres.

Balneario de Cestona
Joselito, que en abril había actuado dos tardes en El Chofre, regresaba a la ciudad donde las aguas del Urumea abrazan el mar a la sombra del Monte Urgull, para cumplir otro par de compromisos en la Semana Grande. El primero, el día de la Virgen de la Asunción, con ganado de Murube y Santa Coloma, junto a su hermano Rafael, Gaona y Belmonte; la tarde siguiente, con los dos primeros y Paco Madrid, para estoquear toros de Parladé. Tenía motivos Guerrita para acudir a la plaza, donde además de gozar de la admiración de los aficionados –“A tó nos gusta que nos rasquen”- podía observar la progresión del nuevo mandamás del toreo, el chiquillo de Fernando el Gallo, que siendo su jefe de filas le convenció para que dejara de apodarse Llaverito –antes lo hizo con El Airoso- y se anunciara con el que habría de inmortalizar en la historia de la Tauromaquia. También, quien antes de morir le envió una carta confiándole el cuidado de su prole: “A mi compadre Guerra, en la hora de mi muerte, le ruega que no deje sin pan a mis hijos. Se lo pide, medio moribundo, su compadre Gallito”.

Joselito y Belmonte
No tardó en reaccionar Guerrita, que en vida del amigo organizó una corrida a su beneficio en la que impuso como condición que nadie cobrara un céntimo –toreros, ganaderos, empleados de plaza, etc.-. Pero con independencia del cariño que sentía por los Gómez, el II Califa, tan parco en elogiar los méritos de otros coletas  -“Después de mí, naide...”-, no tenía recato a la hora de expresar su admiración por el benjamín del señor Fernando: “Ese niño ha hecho cosas que no las hemos hecho ná más que Lagartijo, yo y él. ¿Joselito? ¡Eso es un monumento!”. Claro que el sincero afecto por la familia no podía enmascarar su impetuoso carácter, y cuando algunos trataban de justificar las espantadas de Rafael, el Divino Calvo, argumentando que padecía neurastenia, Guerrita atajaba por el camino más corto y sin cortarse lo más mínimo sentenciaba: “Ése que va a tené nustenia, ni nustenia... Ése lo que tiene es mieo”.

Guerrita
Cumplidos los ajustes del Chofre Joselito partió hacia Bilbao, donde en la plaza de Abando le aguardaban tres tardes consecutivas –17, 18 y 19 de agosto-. En la primera no ocurrió nada destacable, pero en la segunda, donde con su hermano Rafael y Belmonte despachaba una impresionante corrida de Miura, un ejemplar del legendario hierro lo trajo de cabeza. Para colmo, el genio de Triana estuvo sensacional y le ganó la pelea ante la exigente afición del Bocho. El maletilla que forjara sus primeros pasos taurinos a la luz de la luna en las dehesas de Tablada, del que Guerrita llegó a decir que a él no le hubiera durado ni dos minutos, iba adquiriendo la técnica que le permitía desarrollar su impresionante toreo y con su temple y escalofriante quietud conquistaba legiones de partidarios. Afortunadamente no hizo falta darse prisa para verlo, como también vaticinara el torero cordobés, y durante su carrera alternaría con Joselito 257 tardes, protagonizando ambos la edad de oro del toreo, título que también había sido utilizado el siglo anterior para definir la época de Lagartijo y Frascuelo.
Después de la miurada Joselito se mostraba preocupado. En sus oídos resonaban las protestas del público y no dejaba de pensar en el maldito toro. La bronca le había planteado dudas sobre su modo de actuar y como no hallaba respuestas a sus interrogantes decidió salir del alojamiento y desplazarse esa noche a Cestona, donde estaba Guerrita, para cambiar impresiones con quien consideraba una auténtica autoridad del toreo. Durante la cena le contó con detalle el comportamiento del marrajo y la lidia llevada a cabo. Quería saber si hizo lo correcto o debió haber hecho otra cosa, porque le inquietaba enormemente encontrarse con otro “regalo” parecido. El antiguo rey del toreo no tardó en desengañar al legítimo heredero del trono: “No le des más vueltas José, con esos toros tampoco podía yo.”
Rafael Guerra Bejarano
Las palabras de Guerrita tranquilizaron al joven maestro, que de madrugada  regresó a Bilbao, donde debía cumplir su último contrato con toros de Murube junto a su hermano Rafael, a quien había ajustado las tres tardes, Cocherito de Bilbao y Belmonte. La expectación era enorme, el público aguardaba la reacción del diestro y éste no esperó a que se escuchara ninguna guasa. Tenía herido el amor propio y necesitaba demostrar la clase de torero que llevaba dentro. Llegado su turno se hizo presente de inmediato en el ruedo para desplegar un muestrario de lances magistrales. Tras un primer tercio excepcional, arponó cinco soberbios pares de banderillas demostrando su proverbial conocimiento de terrenos y querencias. Un garboso trasteo de muleta, donde como era habitual en su repertorio toreó al natural llevando al toro hacia adentro, precedió a una estocada citando en la suerte de recibir, que vació tan despacio que el toro tuvo tiempo para hacer presa y cornearle en la axila.

Joselito: el poder de la lidia
Antes de entrar en la enfermería de la plaza, donde sería atendido de una herida que le haría perder una docena de compromisos, el torero saludó con la oreja otorgada y recibió una gran ovación que rubricaba su reconciliación con el respetable bilbaíno. Al abandonar el cuarto del hule, Joselito decidió convalecer en San Sebastián, la ciudad de los tamarindos y hermosos conjuntos florales, donde veraneaban su madre y hermanas, para recobrar fuerzas a la orilla de sus playas. Fue en esta ciudad donde una tarde se acercó a saludar a Guerrita tras una desafortunada actuación, y hubo de soportar su malhumorado juicio: “Habéis estao fatá”. “Ya lo sé –replicó disgustado Gallito- no es menesté que usté me lo recuerde”. También, donde un toro le deformó la medalla de la Virgen de la Esperanza que junto a una fotografía de su madre retiraron del cuello de su cadáver en la sala de curas de la plaza de Talavera de la Reina.

En tierras de Guipúzcoa tuvo lugar el encuentro íntimo entre dos toreros excepcionales que por inteligencia, arte y valor marcaron el rumbo de la tauromaquia contemporánea. Ambos sintieron la necesidad de ser los mejores de su tiempo para mandar en el toro y en el toreo. Joselito, a pesar de pertenecer a una familia de toreros, tenía una referencia: Guerrita. Analizada su figura con perspectiva histórica se observa que su linaje profesional no pertenece al de los Gallo, sino al de Rafael Guerra, que sin conocer descendencia en los ruedos pudo ver como Joselito abrazaba su tauromaquia, la refinaba y construía el armazón donde habría de descansar el toreo moderno Por eso, ante la tragedia de Talavera, el gran torero cordobés sintió que algo suyo también moría, como puso de relieve en el telegrama enviado a Rafael Gómez Ortega: “Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te envío mi más sentido pésame. Se acabaron los toros. Guerrita”.

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