jueves, 12 de abril de 2018

LA TRISTE REPERCUSIÓN DE UNA CONFERENCIA

Por Antonio Luis Aguilera

Domingo Ortega. Foto Cano
Cargar la suerte. He aquí un aspecto técnico del toreo, que suele presentarse como canon de autenticidad y pureza, pero se presta a confusión y polémica. Existe entre la afición una corriente de opinión extendida, que considera que es otorgar profundidad a los lances o muletazos, y se consigue echando la “pata pálante”. Dicho más claro: cuando el torero en la suerte adelanta la pierna contraria, la que coincide con la salida del toro, obligándolo a desviar su trayectoria hacia afuera, para salvar el obstáculo que encuentra en su viaje. Quienes aceptan esta teoría entienden que ello tiene mayor mérito que torear con la pierna de salida retrasada, porque  entonces la trayectoria del animal es rectilínea, al no encontrar ningún impedimento en su camino. Pero como el arte del toreo no es una ciencia exacta, conviene recordar que no estamos ante un teorema, sino ante una interpretación que, como tal, puede ser cuestionada.
Conferencia del Ateneo de Domingo Ortega
Nunca la conferencia de un torero había tenido tanto eco, pues no era frecuente, tampoco hoy lo es, que un matador de toros exprese públicamente sus ideas en un oratorio. No obstante, amplia fue la repercusión de la pronunciada por Domingo Ortega en el Ateneo de Madrid, titulada “El arte de torear”, y que fue editada por la Revista de Occidente en 1950, pues indudablemente tuvo mucho que ver en el tema que tratamos, al influir poderosamente en la crítica de la época y, a través de ésta, en la afición. El maestro de Borox sostuvo que cargar la suerte no es abrir el compás, porque así el torero alarga el viaje del toro, pero no profundiza, y afirmó que la profundidad la otorga el lidiador cuando la pierna avanza hacia el frente, no hacia el costado. Por razones demasiado tristes, en esa época era el argumento esperado por algunos críticos muy influyentes para proclamar “la verdad del toreo”, y “restaurar el orden taurino”, al parecer hecho añicos por la implantación del toreo ligado en redondo, impuesto definitivamente en los ruedos por Manolete, quien ya no tenía opción de defenderse. Se trataba del mismo torero que pocos años antes había sido etiquetado de perfilero y ventajoso -de mentiroso, hablando claro,- por el “sanedrín” de la crítica conservadora.
Manolete toreando a Islero. Foto Cano
Restaurar la “verdad del toreo”, en un oratorio y ante un público adepto, que estaba mancillada por “el gran estoqueador” que murió en el ruedo -¿de mentira?- ante un toro de Miura. Y para restituirla, “cargar la suerte”, la fórmula idónea para recuperar la “profundidad” que le había sido hurtada. Domingo Ortega, sabiendo que nadaba a favor de corriente, y sin nombrar al matador que acusaba -el mismo al que no aguantó el pulso en los ruedos-, incluso se permitió regañar a la afición, a la que culpó de no haber sido fiel a las normas clásicas: parar, templar y mandar. Le reprobaba su entrega absoluta al torero que enseñoreó toda una época, eclipsando a todos los demás espadas. Amonestado el “respetable”, sugirió propósito de enmienda, recomendando, a modo de penitencia, profesar fidelidad a las normas clásicas que él, corregidas y aumentadas, se permitía actualizar con la bendición de un poderoso sector de la crítica: parar, templar, ”cargar” y mandar. Lo demás quedaba en manos de los que habrían de escribir la historia. Ya tenían “argumento” para “demostrar” que Manolete, el arquitecto que ensambló y desarrolló los preceptos gallistas y belmontintas, había trucado el toreo auténtico. Pero la historia no lo consintió.
Domingo Ortega adelanta la pierna contraria
Cargar la suerte adelantando la pierna contraria para otorgar profundidad al toreo. He ahí el dogma. Pero, ¿a qué tipo de toreo se refiere: al de avance, ganando pasos al toro, o al de reunión? Pasos y pases, he aquí la clave para entender dos formas diferentes del arte de torear. ¿Pretendía demostrar el maestro de Borox que la profundidad es exclusiva del toreo de avance? Ante esta argumentación no faltan  quienes piensan que así se desvía hacia fuera el viaje del toro al entrar en jurisdicción, o sea, que se le quiebra la embestida ganándole la acción. Y que esta “profundidad”, ¿o avance?, es una ventaja del torero, que se para en el cite, pero no espera la acometida para reunirse con ella, sino que la despide hacia fuera en el momento del embroque. Puede, incluso, que quienes así piensan otorguen mayor importancia al torero que, con el compás abierto y la pierna de salida desplazada hacia el costado, o ligeramente retrasada, deja venir al toro por su línea natural para terminar rompiéndola, una vez que lo ha pasado por la barriga, al obligarle a ir hacia atrás y hacia dentro, y resuelve la ligazón de los pases sin enmendar la posición, girando sobre su eje. Indudablemente, de esta forma se apura la suerte en un palmo de terreno. Aunque, según la teoría de Ortega, no se “profundiza”.
Manolete al natural, Foto Mateo.
¿Acaso “cargar la suerte” no es aumentar el riesgo cuando el torero carga el peso de su cuerpo sobre la pierna de salida, independientemente de que esta se encuentre adelantada, desplazada hacia el costado o ligeramente retrasada, y en ese preciso instante resuelve el lance o muletazo? ¿Puede afirmarse escolásticamente que en una sola acción se concentra la “profundidad” del toreo? ¿Quién puede definir la “profundidad” en un arte vivo como el toreo, capaz de emocionar al público y provocar su manifestación espontánea? Si de algo estamos convencidos es que la “profundidad” del toreo no la otorga echar la “pata pálante”. Como enseña quien a nuestro juicio ha sido el mejor analista de la historia del toreo, Carlos Fernández López-ValdemoroPepe Alameda”, en su extraordinaria obra “El hilo del toreo” (Espasa-Calpe 1989), existe una ley de gravitación universal a la que no escapa el toreo: “Hay en toda suerte, necesariamente, un punto de sustentación, un punto de apoyo sobre el cual gravita. Cargar la suerte: darle su gravitación. Bien entendido que en el toreo esto puede hacerse de modo muy visible o de modo casi imperceptible, pero necesario. Cuestión de grado.”
Manolete y Domingo Ortega
El maestro Domingo Ortega abogó por modificar las normas clásicas con claras referencias al toreo de Manolete. Una lástima, porque él también fue un gran torero, único en su estilo, que no necesitaba ofrecer argumentos para que otros sentenciaran el toreo de perfil del inolvidable espada cordobés, quién sí demostró, en el ruedo y todas las tardes, que a la famosa trilogía       –parar, templar y mandar-, le faltaban los verbos -“aguantar y ligar”-, para instaurar definitivamente el toreo ligado en redondo que anhelaban los públicos, porque ya se lo habían visto al grandioso torero sevillano Manuel JiménezChicuelo”, y cuya evolución estaba supeditada al ánimo de los espadas, que aguardaban a que saliera el toro idóneo para realizarlo. Cuestión de perseverancia. O de bragueta, para ser más taurinos. Esto lo entendieron todas las generaciones de toreros que llegaron después, que aceptaron el encadenamiento de los pases, el modelo de faena estructurada en series, que nada tenía que ver con el toreo de avance propugnado por Ortega, que no alcanzó descendencia. La historia no permitió que quienes la escriben oscurecieran la legítima herencia cordobesa. Tal injusticia era insostenible, y el tiempo terminó por otorgar a Manolete su verdadero e incuestionable sitio en el toreo.

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