miércoles, 18 de abril de 2018

MOSAICO MANOLETISTA (I)


Por Antonio Luis Aguilera  
 Plaza Conde de Priego. Foto David Manolo Castilla.
          El recuerdo de Manolete sigue vivo en Córdoba. No hay barrio, clásico o moderno, desde Santa Marina a San Basilio, o desde San Lorenzo al Campo de la Verdad, cuyas tabernas no cuelguen fotos de Manuel Rodríguez, elegantemente vestido de calle o majestuosamente de torero. Fotos color sepia o blanco y negro, que son admiradas con renovado entusiasmo por quienes las han visto cientos de veces, y con profundo respeto por quienes visitan la ciudad y las observan por primera vez. La atracción del personaje sigue siendo irresistible por su porte señorial y torera distinción. Manolete fue un espada irrepetible y trascendental en la historia del toreo, por haber consolidado un concepto técnico que continúa proyectándose en los ruedos cada tarde de corrida: el toreo ligado en redondo.  


            Ocurrió en los años cuarenta del siglo XX. El valor sin fisura y la entrega absoluta de Manuel Rodríguez, le permitieron ejecutar a todos los toros la ligazón de los pases prescrita por Guerrita en su Tauromaquia, revelada por Gallito en los ruedos, y pulida con la gracia de Chicuelo en el sitio donde se paró y templó Belmonte. Desde entonces nadie ha podido robar a Manolete su auténtico protagonismo en la historia del arte de torear, aunque no faltaran los tristes intentos, de palabra y después de muerto el torero, de diestros que no le aguantaron el pulso, ni aceptaron que les adelantara la retirada de los ruedos, con el apoyo soterrado de una crítica influyente, cuya nostalgia por la «edad de oro» le impidió ver la evolución que sucedía ante sus ojos.  

La Lagunilla. Foto David Manolo Castilla

         Pero volvamos a Córdoba, serena, honda como un misterio, donde el silencio y autenticidad de sus rincones recuerdan la naturalidad en la vida y en los ruedos de Manuel, el hijo de doña Angustias, vecina de la recoleta plaza de La Lagunilla, frente a la ermita del Colodro, en la calle Mayor de Santa Marina. La ciudad de la Mezquita cala pronto en el alma del visitante. La profunda huella de varias civilizaciones se palpa en sus calles y plazas. En pocos lugares del mundo el silencio permite al caminante escuchar el sonido de sus propios pasos, mientras respira fragancias de azahar, celindas o jazmines, ni queda absorto ante la sencilla belleza de paredes encaladas, blancas como lienzos, donde parecen dibujadas en forja rejas y balcones, que muestran presumidos geranios, claveles o gitanillas, mientras el suave rumor de sencillos surtidores de agua descubre unos patios únicos en el mundo, declarados por la UNESCO Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.      
    

Manolete con sus padres
            Angustias Sánchez Martínez, la madre de Manolete, natural de Albacete,  contrajo matrimonio con dos matadores de toros cordobeses. En primeras nupcias lo hizo con Rafael Molina Martínez “Lagartijo Chico”, hijo del grandioso banderillero Juan Molina Sánchez -de quien se llegó a decir que un capotazo suyo era una lección de geometría-, y sobrino del magistral Rafael Molina Sánchez, el gran “Lagartijo”, proclamado “Califa del Toreo” por el ingenioso crítico aragonés don Mariano de Cavia y Lac. El matrimonio fijó su domicilio en la Plaza de Colón número 30 de Córdoba y de su unión nacieron tres hijos: Dolores, Angustias y Rafael Molina Sánchez. Tras el fallecimiento de “Lagartijo Chico”, ocurrido  el 8 de abril de 1910, Angustias Sánchez contrajo matrimonio en segundas nupcias con Manuel Rodríguez SánchezManolete”, con quien tuvo cuatro hijos: Ángeles, Teresa, Manuel y Soledad Rodríguez Sánchez   

          

Plaza de La Lagunilla. Foto Santiago Carrasco
          Manolete hijo vivió en cuatro casas de la Córdoba que lo vio crecer y hacerse torero, aunque generalmente los aficionados solo conocen tres. Nació en el número 2A de la calle Conde de Torres Cabrera. De allí la familia se trasladó a la calle Benito Pérez Galdós número 8, junto a la avenida del Gran Capitán, donde el 4 de marzo de 1923 falleció su padre, a los 39 años de edad. Posteriormente la madre fijó su domicilio en la Plaza de La Lagunilla, y en 1943 el torero adquirió el palacete de estilo colonial ubicado en la Avenida de Cervantes, que compró a la familia Cruz Conde y fue remodelado por el arquitecto don Carlos Sáez de Santamaría. Este palacete había pertenecido al periodista y escritor don José Ortega y Munilla, padre del filósofo don José Ortega y Gasset, que lo mandó construir en el año 1890.



        
Carmen Acosta. Foto Cuevas.
Contaba Carmen AcostaCarmeluchi”, que fue toda una institución manoletista del barrio de Santa Marina, que su madre sirvió en casa de Manolete padre (“Sagañón”), y vio nacer a Manolete hijo, como éste la vio nacer a ella, y trabajar en las labores domésticas de su casa durante los dieciséis años que la conoció. Recordaba emocionada, como su madre le contaba que siendo Manuel un niño escondía trapos y palos, con los que se hacía muletas para torear escondido en el “cuarto de los secretos”, la habitación donde la viuda de dos toreros guardaba bajo llave todo lo relacionado con el oficio de sus maridos. Un día que el chiquillo toreaba pensando que nadie lo observaba, miró por la cerradura para ver qué hacía, y quedó impresionada por los pases que dibujaba aquella muletilla. Algo extraño debió adivinar cuando buscó a doña Angustias y le dijo: «Señora, su hijo va a ser un torero muy grande».

No hay comentarios: