miércoles, 2 de mayo de 2018

TERCIO DE BANDERILLAS

Antonio Luis Aguilera

  
Rodolfo Gaona
 Quienes hemos conocido otras épocas del toreo sabemos que cada día acuden menos aficionados a las plazas de toros. Se trata de una evidencia preocupante, porque los pocos entendidos que van quedando, los que saben interpretar el toreo, porque lo mamaron de sus mayores desde la infancia, son minoría y peinan canas. Basta escuchar los comentarios de quienes ocupan los tendidos para comprobar los escasos conocimientos sobre la lidia en general. Pocas plazas se salvan, incluso las más importantes, de la escasa capacidad para saber ver lo que miran la mayoría de sus espectadores.

            No hay más que observar el nulo interés que despierta el tercio de varas, en otros tiempos crisol de la bravura y muestrario de los quites más variados. Actualmente es un trámite dónde lo importante es que el picador termine pronto su trabajo, sin que se repare, ni mucho ni poco, el modo de ejecución de la suerte o la proporcionalidad del castigo. Los picadores son los subalternos más pitados de la cuadrilla, pero no por tapar la salida del toro o picar defectuosamente, sino porque al público le molesta que permanezcan mucho tiempo en el ruedo. De ahí las extrañas ovaciones que reciben cuando simulan la suerte señalando el puyazo sin manchar el encordado.

        Mayor respaldo popular adquiere el tercio de banderillas, donde el respetable manifiesta un agrado especial si es ejecutado por los propios espadas. Ver al matador exhibir sus cualidades atléticas con los garapullos entusiasma a los tendidos. Tanto gusta, que hasta no faltan quienes se ponen de pie, para subrayar con su gesto la grandeza del par, aunque el tercio gravite exclusivamente sobre el alarde físico del espada, que corre de espalda o cruza el ruedo a una velocidad que quisieran algunos delanteros para encarar la puerta contraria. Lo de menos es la ejecución de la suerte o el lugar dónde quedan arponados los palos. 

       
Manolo Bienvenida
 Pero
no solo es el respetable quien manifiesta su ardor cuando el diestro que banderillea exhibe sus dotes olímpicas, aunque los avivadores se alojen en el chaleco o se hayan arponado "asomándose al pescuezo". Lo peor es que algunos comentaristas de importantes medios también eleven el tono de voz para exaltar pares vulgares, como si hubieran entrado en trance y visto a Guerrita, Gallito, Gaona o los hermanos Bienvenida cuadrar en la cara, clavar arriba y salir andando de la suerte. Esto sí es grave, porque se trata de un desconocimiento que hace daño a una audiencia a la que se desorienta, y que además puede alterar el ritmo cardíaco de los aficionados que conocen el paño, todos mayores de edad, que se preguntan cómo es posible tal disparate en personas supuestamente cualificadas para explicar los entresijos de la lidia.

Gallito por los adentros
Siempre hubo excepciones y las habrá entre los espadas banderilleros, a las fotografías que ilustran esta entrada nos remitimos, pero pensamos que los grandes banderilleros predominan entre los toreros que visten de plata. Y no resulta extraño que en las corridas donde banderillea un espada, los subalternos de otras cuadrillas se hagan notar en su turno para realizar la suerte cómo muchos desconocen. ¿Cómo es eso?  Pues con pureza y verdad, como mandan las normas y la tradición, que en el toreo son sagradas, por el tremendo respeto con que se transmiten entre los toreros.  
         
      
Gallito reuniendo el par
La condición esencial que ha de reunir un buen rehiletero es saber parear por ambos pitones, porque si el animal plantea dificultades por un lado es necesario ir por el otro, y porque a los toros se les debe entrar por los dos para que no tomen resabios. No olvidemos que mientras se desarrolla el tercio, el matador estará pendiente de cómo el toro toma el capote del peón que brega, y es su último estudio de la res antes de torear con la muleta. De ahí la importancia de la cuadrilla en economizar capotazos y conocer los terrenos y querencias, para que el tercio se ejecute con seguridad, eficacia y brillantez, evitando riesgos innecesarios por desconocimiento de las reglas del toreo.

            Independientemente de la expresión de cada torero, el par debe ejecutarse cuadrando y clavando en la cara del toro, es decir, que en la reunión el torero se halle frente al toro, porque si la ejecución se realiza desde el costado, ganada la cara y fuera de los pitones, la suerte pierde valor al haberse realizado a toro pasado. En el cuarteo, el modo más frecuente de banderillear, con el toro colocado en la segunda raya, el torero debe de ir de frente, dejándose ver, y esperar la arrancada, para entonces comenzar a describir un semicírculo hasta que se produce la reunión, instante en que sacará los brazos de abajo, juntará el par arriba, arponará y apoyándose en los palos procurará salir de la suerte con torería.

Manuel Escribano parea al quiebro
Finalizamos este apunte con una recomendación. Por más que escuchen comparar el par al quiebro con el par al cambio, hagan caso omiso a tan grave error del entendimiento. Sencillamente, porque el par al cambio no existe. Como ya explicaba Francisco MontesPaquiro” en su tauromaquia, “consiste el cambio en marcar la salida del toro por un lado de la suerte y dársela por otro. Por consiguiente, sólo puede hacerse con la capa, con la muleta o con otro cualquier engaño, que así como estos puede dirigirse con facilidad y se lleve al toro metido en él”. Debe quedar claro que en el quiebro solo hay una salida del toro, porque quien se pone y se quita es el torero, mientras que en el cambio hay dos salidas, la propuesta en el cite y la definitiva, por donde, con el auxilio de las telas, se vacía la embestida del toro. 

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