jueves, 8 de septiembre de 2022

«MANOLETE» A 75 AÑOS DE SU MUERTE

Por Alejandro A. Arredondo Maldonado*

Panteón de «Manolete» en el cementerio de la Virgen de la Salud de Córdoba
 Fotografía: Juan García-Gálvez

 «Ven, muerte, tan escondida,

que no te sienta venir

porque el placer de morir

no me vuelva a dar la vida».

Anónimo. Cantar español siglo XVII 


«Manolete». Obra de Diego Ramos.

Confieso que, para mí, la figura de Manuel Rodríguez Manolete” por algún tiempo no me dijo mucho. Mi ya largo peregrinar por “el planeta de los toros” me limitaba un poco a ciertos personajes como Lorenzo Garza, primo y compadre de mi padre, y por supuesto muy familiares todas sus hazañas en los ruedos; y a Manolo Martínez, por contemporáneo y por crecer taurinamente de manera paralela, si no en conocimientos por lo menos en tiempo.

No por ello la figura del cordobés me era ajena, quizá se mantenía estática en espacio y tiempo, para en su momento explotar luminosamente en el panorama de la historia reciente de la entrañable España.

Tal vez estuvo en espera de que comprendiese más a fondo el devenir histórico español y el sentir de tan ilustre pueblo. Entender sus vectores y sus vertientes, su ser y su estar, sus objetivos y sus metas, su génesis, su cultura y su fiesta nacional; que, como pueblo prócer, origen de otros —entre ellos el mexicano—, nos heredaron gustos y costumbres. Todo esto en definitiva me imponía cierto proceso de aprendizaje, es probable que un tanto complicado, pero no dejó de ser un proceso de maduración.

Creo que la trascendencia de “Manolete” es única por muchos motivos —entre otros, ya lo dejé entrever líneas arriba—, porque Manuel Rodríguez Sánchez significa la España misma: la España invadida, la España conquistada, y creo lo más significativo, la España conquistadora, triunfante y trágica, porque al fin y al cabo tan singular personaje acabó conquistando al mundo y no solo el taurino, sino a todo lo que tuviese que ver con España a pesar de los no taurinos. Tan grande así es el significado de “Manolete” y lo anterior no es gratuito, ni la pasión taurina me lleva a manifestar (sustentar) tales conceptos, sólo habrá que ver cómo han sido sus vidas y como se han desarrollado para afirmar categóricamente que “Manolete” y España son mutuamente incluyentes, que en el espacio y en el tiempo no se da el uno sin el otro; afirmación temeraria sí, pero con una verdad de por medio: España y “Manolete” han escrito su propio destino y han salido renovados y agigantados de toda batalla, en particular la batalla con la muerte. 

«Vivo sin vivir en mí,

y tan alta vida espero,

que muero porque no muero».

Santa Teresa de Jesús

 

«Un solo pez en el agua.

Dos Córdobas de hermosura.

Córdoba quebrada en chorros.

Celeste Córdoba enjuta».

«San Rafael» (fragmento)

Federico García Lorca 

Busto a «Manolete» en la plaza de La Lagunilla de Córdoba.
Al paso del tiempo “Manolete” me confió su vida y su arte. Sí, me dijo muchas cosas, ahí en sus terrenos, en sus barrios, en sus plazas. Alguna vez, ahí estuve, en el barrio donde pasó su infancia, en Torres Cabrera, en la plaza de la Lagunilla con su pequeño busto; o más allá en la plaza del Conde de Priego —Alabados sean los dulces nombres de José y María—, donde pasó su juventud. Ahí junto al conjunto escultórico formado por caballos, ángeles, el toro y “Manolete” —a los hijos pródigos no se les olvida—, ahí en la Córdoba mora, majestuosa; en la Mezquita, en la Judería, ahí donde estuvo la antigua plaza de “Los Tejares”, en la plaza de “los Cuatro Califas”, junto a “Machaquito” “Lagartijo” “El Guerra”, en el museo taurino de Córdoba; junto al Guadalquivir; o en “el Cristo de los Faroles” y más allá en el Mausoleo, en el cementerio, me dijo muchas cosas, se sentía su presencia, ahí estaba para guiarme por esa tierra mágica y torera.

Me habló de la grandeza de su terruño, de la Guerra Civil, de su madre Doña Angustias, de su padre torero, de su toreo y de su destino, su sino y de Lupe Sino la mujer, su mujer, del whisky, del tabaco, de sus fatigas, de México; por cierto, no olvidó Monterrey en aquél diciembre frío y lluvioso.

«Manolete». Obra de Diego Ramos

«Andar es muy fácil.

lo difícil es andar sin premura.

Pasear por el miedo del ruedo

grave y con figura. 

Cuando un cordobés es torero

su capa es la túnica.

Esencia y decencia:

las dos cosas juntas. 

¿Quién ha visto, si no es entre sueños,

la estatua segura,

arriscada de gracia, de arte y de celo,

crispada de angustia,

caminar paso a paso, despacio,

buscándole sitio a su tumba?».

«Manolete»

Pedro Garfias.

 

«Quiero dormir un rato,

un rato, un minuto, un siglo;

pero que todos sepan que no he muerto;

que haya un establo de oro en mis labios;

que soy el pequeño amigo del viento Oeste;

que soy la sombra inmensa de mis lágrimas».

«Gacela de muerte oscura» (fragmento)

Federico García Lorca

Si bien el semblante de Manuel Rodríguez Sánchez era trágico y en su mirada se percibía un dejo de tristeza, todo se conjuntaba produciendo una visión recurrente de martirio inevitable, cuya única constante sería una muerte gloriosa. Si bien esa visión no se manifiesta claramente desde el inicio de su carrera, si se fue acentuando en el transcurso de la misma hasta llegar a un clímax. Inconsciente “Manolete” intuía su destino, tenía prisa por morir.

Cruz de Mayo en el monumento a «Manolete». Foto Paco Zurera

Esa tarde de Linares “Manolete” abandonaría muchas cosas: la afición, el arte, el toreo mismo. Quedaron muchas preguntas sin respuestas ni razonamientos, lógicos e ilógicos —la vida de “Manolete” creo fue lógica—, mucho se perdió, pero sin lugar a dudas mucho se ganó. De hecho, se sacudió brutalmente la Fiesta y sus estructuras, dándose un parteaguas con el sacrificio de esa vida iniciándose así una nueva era en la tauromaquia moderna.

¿Lo ilógico? Quizá la orfandad misma del toreo, aunque temporal, en parte pudo superarse.

Sin embargo, dejó muchas citas pendientes en su agenda y un sinnúmero de páginas por escribir en la historia del toreo y de la España misma. Con todo queda una impresión ambivalente de que todo y nada quedó abandonado.

Posiblemente en esa tarde, toro y torero, compendio y síntesis del arte, se manifestaron sin velos protectores, con carencias y virtudes. 

«He venido a sembrar mis huesos otra vez

y a abrir las acequias de mis venas.

Estas son mis llaves:

sacad el trigo por la puerta.

El hombre está aquí para cumplir una sentencia,

no para imponerla.

Que suba al ara como la paloma y el cordero.

Y que hable el juez desde la cruz, no desde su silla». 

«Estas son mis llaves» (fragmento)

León Felipe 


«Ya hay un español que quiere

vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

y otra España que bosteza».

«Españolito» (fragmento)

Antonio Machado

«Manolete», sombra viva del toreo. Foto Ernesto Castillejo

Sin pretender un análisis de la tauromaquia “Manoletista” —que de esto se ha escrito bastante, aunque nunca lo suficiente—, si es interesante revisar un poco y como se fue desarrollando el concepto de esa particular manera de torear, en donde se da un común denominador de naturaleza intrínseca entre lo técnico y lo trágico.

Se dice que “Manolete” vino a implantar una característica esencial en el toreo moderno. Y esta era la quietud, digamos lo más peculiar de su toreo. Aquí se guarda un símil —quizá premonitorio—, su monumento fúnebre, su mausoleo, su perfil, el mármol estático y frío en su escultura; que se adivinaba, aún antes de su muerte. Esta percepción también sería manifiesta a través de su mirada, de su mirada que ha trascendido en imágenes fijas y de cine de la época hasta nuestros días. 

«Suerte suprema». Obra de Diego Ramos.

«Él, que templaba y mandaba

en la infernal embestida;

inconmovible y sereno,

clavado como una espiga;

su tronco, ritmo de palma

suave la mano corría,

quieto, erguido, irreprochable

como sombra cipresina;»

Elegía a Manuel Rodríguez «Manolete»

Abraham Domínguez 

El crítico y periodista español Vicente Zabala decía con respecto al cordobés: «Manolete impone algo que va a ser la ruina para todos los toreros que lo han sucedido. Implanta “la quietud” a toda costa y ante todos los toros. Esto es una enormidad, una barbaridad tan grande, que hace que el toreo entero se transforme». Continúa Zabala: «Desde Manolete no se tolera la faena de aliño. Todos los toreros se ven obligados, si no quieren recibir feroces broncas, a quedarse quietos, muy quietos, con todos los toros». 

«Manolete, Manolete,

hijo y nieto de toreros,

de la raza de los bravos

que triunfaron en el ruedo.

Que lloren los olivares

y se enluten los chiqueros,

que en la plaza de Linares

murió el rey de los toreros».

Fandango anónimo. 

*Alejandro A. Arredondo Maldonado, aficionado mexicano de Monterrey (Nuevo León), nos envía este texto que rinde homenaje a quien considera un "cordobés universal", "al cumplirse los 75 años de su último paseíllo terrenal". Este trabajo, con el título «Manolete a 50 años de su muerte», fue publicado en el periódico «El Porvenir» de la citada localidad en el año 1997, al conmemorarse medio siglo de la muerte del espada cordobés. Al no haber perdido actualidad, nos lo remite por si consideramos oportuno editarlo en la manoletista «Plaza de La Lagunilla». Lo que hacemos con gusto, al tiempo que mostramos nuestra gratitud a su autor por expresar su hondo sentimiento sobre la figura del inolvidable torero cordobés, cuya huella en México, la nación que tanto quiso y donde fue feliz, sigue viva en la afición hermana. 

jueves, 1 de septiembre de 2022

TODO UN HOMBRE

Por Carlos Arruza* 

Valencia, 7 de octubre de 1945. "Manolete" y "Arruza". Foto Finezas.
Desde Junio de 1944, cuando en Lisboa le vi por primera vez, comprendí que Manolete era, sin duda alguna, uno de los mejores toreros de España. Yo había visto torear a varios en Portugal, pero Manolete me impresionó intensamente. Recuerdo que solo cambiamos unas frases, apenas un saludo antes de hacer el pasillo. Aunque se hablaba del próximo arreglo del pleito taurino entre España y México, yo no tenía todavía grandes esperanzas. Sin embargo, al ver a Manolete, creció en mí el deseo de poder alternar con él en los ruedos de España. Pocas semanas después comenzaba yo mi primera  campaña española. Recuerdo que alterné con el cordobés, por vez primera, en Cieza.

Aquel día figuraba en el cartel, además, Pepe Bienvenida. Cuando terminó en octubre la temporada, mi nombre, sin que yo hubiera hecho otra cosa que repetir en España lo que tantas veces había hecho en México, se manejaba como rival del gran torero desaparecido. Confieso que al comenzar el año siguiente andaba yo muy preocupado. Manolete era el primer torero de España y el intentar acercarse a él era, a mi juicio, una temeridad. A los públicos, en cambio, les parecía magnífico hallar un nombre que pudiera molestar a Manolete cuando no le salieran bien las cosas. Esto me dolía mucho.

Sevilla, 18 de abril de 1945. De izquierda a derecha, Pepe Luis
Vázquez, Carlos Arruza y Manolete. La primera tarde de la que
acabó conociéndose como «feria de las taleguillas rotas» por la
descarnada competencia entre el cordobés y el mexicano.
Foto Finezas.

En la feria sevillana de abril del 1945 fue donde nuestra rivalidad alcanzó, a mi juicio, su más alta cumbre. No estaba yo aún en la intimidad del torero, pero pude comprobar que si en el ruedo era un enemigo terrible, nunca dejaba de ser sinceramente cordial con sus compañeros. Fue naciendo entonces en mí una admiración que, si en el terreno profesional jamás dediqué a nadie, halló en él un afecto entrañable, su expresión más natural y afectiva. En Valencia, poco después de la feria sevillana, coincidimos en una típica paella. Allí sellamos nuestro pacto de amistad, que no rompió ni su muerte, porque para mí el recuerdo de Manolete no se extinguirá nunca.

«Allí sellamos nuestro pacto de amistad». Paella en 
los corrales de la plaza de toros de Valencia (1945)

En aquella temporada de 1945, la más larga y difícil para mí, coincidí con Manolete en numerosas ocasiones. Cuando le cogió el toro en Alicante yo le llevé en mi coche a Madrid. No olvidaré nunca el agradecimiento que por aquel pequeño favor, que yo hubiera realizado por cualquier otro compañero, me guardó siempre Manolete. A esas alturas ya éramos amigos de verdad, que nos confiábamos mutuamente nuestros gozos y amarguras. Si como torero Manolete alcanzó la más alta estimación de los tiempos modernos, por su arte excepcional y su estilo sobrio y auténtico, yo creo que su condición de caballero y amigo de verdad sobrepasaba en él su calidad profesional, con ser tan singular.

"Manolete" y "Arruza", rivales en el ruedo y amigos en la calle.

No quisiera desaprovechar la ocasión ofrecida por la amabilidad del autor de estas interesantes páginas sobre la vida de Manolete, para señalar cuánto cariño mostró a México el infortunado torero en cuantas oportunidades tuvo. No me refiero a su formidable actuación, sino a su actitud en el pleito taurino que mantiene, cuando escribo este prólogo, en suspenso el intercambio entre los toreros de España y México. Manolete, siguiendo el ejemplo de todos los grandes maestros españoles, estuvo siempre de nuestro lado, con una cordialidad que no le agradeceremos bastante. Cualquiera que sea la salida que el pleito tenga (y es de desear su pronto arreglo), habrá que agradecerle siempre sus buenos oficios por lograr una reconciliación que beneficia a los públicos de aquí y de allá.

Manolete estimaba que un torero español triunfase en México era de vital importancia para su fama. Era un empeño que deberían intentar todos. De la misma manera que no hay torero de acá que no sueñe con cortar una oreja en Madrid o Sevilla. El duelo que la muerte de Manolete causó en todo el territorio federal, me atrevería a decir en toda la América hispana que le vio torear, demuestra que había llegado al corazón de las multitudes.

El fraternal abrazo de dos matadores de toros inolvidables

Yo estaba en Francia cuando a Manolete lo mató un toro en Linares. La noticia me llegó envuelta en los zumbidos de una emisión de radio. Al principio me creí víctima de un mal pensamiento que hubiera cobrado voz en el aparato de mi coche. Después fueron surgiendo los detalles para dolor de todos… Creo que pocas veces había sentido yo pesar tan profundo. Lloré. No me avergüenza decirlo, porque Manolete merecía las lágrimas… Cuando días después estuve con mi madre y Andrés Gago en Córdoba, se avivó el dolor… Yo dejé sobre su tumba las mejores flores que encontré y las más fervorosas oraciones que han salido de mis labios. ¡Que la Virgen de Guadalupe, a la que Manolete profesó también gran devoción, le haya guiado hasta el Señor!

Creo que debo poner punto final aquí. En el libro que Francisco Narbona, firma joven pero bien prestigiada por sus innumerables artículos en las páginas de El Ruedo, ofrece ahora, hallará el lector una estampa muy completa del gran torero español. Con una preocupación loable por la fecha y la anécdota, creo que este libro contribuirá muy poderosamente a difundir la gloria y la fama de Manolete. Fama y gloria bien ganadas, porque fueron refrendadas por el más bello gesto. La muerte buscada, cuando nadie podía disputarle su puesto en la Fiesta. Él fue la máxima figura de nuestro tiempo. Fue el mejor torero de España. Y sobre eso, un amigo cabal y entrañable. Un caballero sin tacha ni doblez. Lo que se dice todo un hombre.

*Prólogo escrito por el espada mexicano Carlos Arruza para el libro «Manolete. Riesgo y gloria de una vida», de Francisco Narbonapublicado en 1948 por Ediciones Espejo (Madrid).

ENTRADA RELACIONADA: MANOLETE RECORDADO POR CARLOS ARRUZA

domingo, 28 de agosto de 2022

MANOLETE: 75 AÑOS DE LA TARDE DE LINARES


«La Manoletina» en los pinceles toreros de Diego Ramos.

ELEGÍA A «MANOLETE»

ENSANCHA el verso, Córdoba, buscando las estrellas.

¡Nada de romancillos con ángeles toreros!

¡El que ha muerto tenía los ojos pensativos,

como dos pozos negros!


Hay que llorarlo, Córdoba, como pasa tu río,

bajo los arcos altos de tu puente, en silencio.

Y hay que estar en su muerte, como él ante los toros,

elegante y sereno.

 

Nada de romancillos, Córdoba, ni cantares.

Un medio tono lleno de tristeza en el verso.

 

Son las siete doradas de su tarde infinita.

Ha dejado el capote de brega, y, en silencio,

con un gesto tranquilo de victoria y descanso,

ha tomado el capote del último paseo.

 

Y se ha marchado erguido contra la tarde quieta

de espaldas a las rosas, y -¡por fin!-, sonriendo…

                                                                 JOSÉ MARÍA PEMÁN


PASODOBLE «MANOLETE» 

(Autores: Pedro Orozco González y José Ramos Celares)

Interpreta la Banda sinfónica de Algemesí


jueves, 18 de agosto de 2022

«MANOLETE» RECORDADO POR «GITANILLO DE TRIANA»

Rafael Vega de los Reyes «Gitanillo de Triana»

En una de las entrevistas recogidas en el libro «Mi ruedo ibérico», de Marino Gómez-Santos (Colección «La Tauromaquia». Editorial Espasa-Calpe, 1991), el periodista asturiano publica la que mantuvo con el matador de toros Rafael Vega de los Reyes «Gitanillo de Triana», quien fuera tantas tardes compañero en los ruedos de Manuel Rodríguez «Manolete».

No podía faltar en este blog manoletista el extracto que recoge la opinión sobre el espada cordobés de su compañero, amigo y compadre.

«Gitanillo de Triana torea en la corrida de toros en la cual Manolete tomaba la alternativa. Actuó como padrino Chicuelo y Rafael como testigo.

—Les cortamos las orejas a los toros Manolete, Chicuelo y yo.

 —¿Qué te dijo Manolete?

A Rafael se le alegra el semblante. Apoya el codo en el mostrador y me dice en tono confidencial:

Manolete me dijo que no era la primera vez que me veía, sino que me conocía de antes de la guerra, de un tentadero donde él estaba como aficionado, allí, en Córdoba. Se mostró muy agradecido, porque recordaba que yo le había dejado  torear una becerra. La verdad, no me acordaba.

Aquel año toreé otra vez muchas corridas de toros. Luego tuve otro bache y fue cuando empezó mi amistad con Manolete, que iba a la tertulia de Chicote con el señor Herrera, con Camará y mucha gente más que ahora no recuerdo. Manolo y yo salíamos juntos muchas veces. Empezó a ponerme de primer espada en los carteles donde él figuraba, y puedo decir que todas las corridas que toreé con Manolete, si no he cortado orejas, he quedado muy bien. Yo ponía interés para que me viera Camará. 

Arruza, Gitanillo y Manolete

—¿Cómo era Manolete de carácter?

—Muy simpático, aunque seco en apariencia. Para saber cómo era realmente, había que convivir con él. Dentro de aquella seriedad suya le gustaban las bromas y las chuflas a tiempo. Le gustaban el baile y el cante muchísimo. Íbamos mucho a Villa Rosa, donde pasaban todos los artistas de este género. A Manolo le gustaba mucho oír cantar a Caracol y, de mujeres, le gustaba ver bailar a mi suegra, Pastora Imperio. 

Gitanillo de Triana y Manolete iban a comer muchas veces a la Nicolasa y al frontón Recoletos.

—Le gustaba estar con amigos, en la intimidad, fuera del bullicio, porque su nombre ya era famoso y le traían frito con palmadas en la espalda, autógrafos. ¡Yo qué sé! 

Gitanillo de Triana está en casi todos los carteles en los que figura Manolete. También alterna con Juanito Belmonte, el Andaluz, Luis Miguel Dominguín

—Era una época en que el público exigía mucho a Manolete y todos los que toreábamos con él teníamos que arrimarnos mucho. Yo he visto salir por la puerta de los chiqueros toros que me parecían difíciles, y luego, cuando Manolete los toreaba, resultaban magníficos. Estoy seguro que Manolete entendía de toros muchísimo. 

Era compadre de Gitanillo de Triana. Apadrinó a su hijo Rafael.

—Celebramos el bautizo en la Ciudad Lineal, en una venta que tenía entonces mi suegra, que se llamaba La Capitana. La celebración del bautizo duró dos días.

—¿Qué le regaló Manolete al niño?

—Una medalla de oro, grande, con la imagen de San Rafael. 

Rafael recuerda a Manolete en México. La habitación del hotel estaba llena de gente de todas las clases sociales y políticas.

—Allí todo el mundo decía: «¡Viva España!» Recuerdo que en un banquete que le dieron a Manolo en Lima se levantó para hablar Agustín de Foxá. Dijo, entre otras cosas: «El mejor diplomático que ha podido mandar Franco a las Américas se llama a Manolete». 

Manolete en la plaza de Lima

Recuerda también como una noche fue con Manolete a un club típico de México y cómo lo reconocieron al entrar.

—El público se puso en pie y le hacían calle para que pasase, diciendo al mismo tiempo: «¡Viva el señor Manolete!» Porque en México le llamaban «el señor Manolete». 

Eran los tiempos en que Silverio Pérez era la figura del toreo mexicano. Le enfrentaron con el torero cordobés en los ruedos, y la plaza se llenaba de público cada tarde.

—Un día Silverio nos dio una comida en su casa. Recuerdo que me dijo: «Del esfuerzo que estoy haciendo con Manolete arrimándome, voy a enfermar». 

Rafael no es hombre de anécdotas ni de historias preparadas para ser publicadas en los periódicos. Él es un hombre sencillo, noble de alma y poco dado a la política publicitaria. 

—Y estamos ya en el año trágico para la suerte de Manolete y del toreo. Ese año toreamos en España. Manolo me decía muchas veces que era su último año de torero, porque pensaba retirarse. El público le exigía cada vez más, quizá mucho más de lo que puede darse. Yo he visto cómo ejecutaba treinta pases a un toro, cómo luego le cogía por el pitón y, a pesar de eso, la gente le gritaba desde los tendidos. 

Con Miuras en Valencia

Aquel 28 de agosto Gitanillo de Triana llegó de madrugada a Linares, pues el día anterior había toreado en otra plaza.

—Yo me encontré con Manolo en el Hotel de Linares. Vino a mi habitación a fumar un cigarro conmigo. Yo tengo una bata que conservo aún, que compré en Nueva York. Es muy florida, con muchos colores. Recuerdo que al verla colgada detrás de la puerta la cogió por un pico y me dijo, de chufla: «¡Compadre, que bata más gitana tienes!»

Hacía mucho calor en Linares aquel 28 de agosto. Manolete, sentado en una silla junto a la ventana, le dijo a Rafael, sin dejar el tono de broma:

—¿Qué, te vas a arrimar mucho esta tarde?

Rafael le contestó, siguiendo su mismo tono:

—Mira, Manolo, quien tiene que arrimarse eres tú. 

Rafael recuerda el traje que vestía aquella tarde el torero de Córdoba.

—Era un rosa claro y oro. Cano nos hizo una fotografía en la puerta de arrastre.

La tarde de Linares en los pinceles toreros de Diego Ramos

No es un tema de conversación agradable para Gitanillo de Triana, a quien se le pone la voz grave recordando cómo llegó la tragedia.

—Esa tarde, el primer toro me cogió y me dio una voltereta, pero sin consecuencias. Estuve regular. Salió Manolete, y en su primer toro estuvo bien, pero sin cortar oreja. La gente se metió con él. Dominguín cortó las orejas del tercero de la tarde. El quinto era Islero. Salió manso, venciéndose mucho por un lado. Manolete se arrimó muchísimo. Entró a matar en la suerte contraria, y el toro tenía mucha tendencia a irse a los chiqueros. Se volcó encima del toro y le dio una estocada hasta la bola. Fue en ese momento cuando Manolete resultó empitonado por la ingle derecha. Ya herido el toro de muerte, saltó por encima de Manolete y se fue hacia los chiqueros.

—¿Os dísteis cuenta de que la cornada era grave?

 —Desde el primer momento. Yo cogí la espada de descabellar y la muleta. Me fui hacia el toro para rematarlo, pero no hizo falta, porque el toro dobló y lo apuntillaron. 

Terminada la corrida, Gitanillo de Triana salió inmediatamente para el hotel, donde se cambió para ir a la enfermería de la plaza. Todo el pueblo de Linares estaba ya sumergido en aquella tragedia, pues la noticia saltó a la calle y corrió por los colmados.

—De la enfermería de la plaza trasladaron a Manolete al sanatorio, donde le hicieron varias transfusiones de sangre. Yo le dije a Camará que me iba con el coche de Manolo al encuentro del doctor Giménez Guinea, a quien había avisado. Lo encontré en Manzanares, en un bar, donde se aprovisionaba de hielo en gran cantidad, que debía necesitar para conservar algún preparado que traía de Madrid. Don Luis pasó al coche de Manolete y juntos volvimos a Linares. 

Lo que ocurrió después ya se ha contado muchas veces. Hacia las tres de la madrugada, Camará le dijo a Gitanillo de Triana que se fuera, ya que tenía que torear al día siguiente en Almería.

—Yo no quería, porque lo que deseaba en aquellos momentos era estar al lado de Manolo. No tuve más remedio que tomar la carretera, y al día siguiente Parrita, Juanito Belmonte y yo, los tres que estábamos anunciados, fuimos a hablar con la autoridad para que suspendiera la corrida, pues Manolete había muerto aquella madrugada. Las autoridades nos dijeron que era imposible, porque estaban en ferias y no se podían quedar sin toros. ¡Lo que son los contrastes de la vida! ¡Aquella tarde le corté las dos orejas a un toro de Santa Coloma! 

Tan pronto como terminó la corrida, los tres toreros fueron a Córdoba para asistir al entierro. Rafael tenía la cabeza confusa por el choque violento de aquella horrible tragedia. Todo había sido demasiado inesperado y vertiginoso: bromear en su cuarto la mañana de la corrida a propósito de la «bata gitana», fumar un pitillo, comentar el calor que hacía en Linares...

Luego, la seriedad de Manolete en la puerta de arrastre, mientras se envolvía en el capote de paseo, y media hora después luchaba con la muerte en la cama de la enfermería.

—Aquella temporada toreé cuarenta corridas de toros. Después de esta desgracia de Manolo me vine completamente abajo. Tanto es así, que ya toreaba poco. Empezaba yo a pensar en montar un negocio, y así lo hice. Inauguré La Pañoleta, un bar-restaurante en la calle de Jardines. Este negocio lo conservo todavía. 

Al enterarse Gitanillo de Triana que se organizaba una corrida de toros pro monumento a Manolete, se apresuró a enviar un telegrama a la comisión organizadora para ofrecerse a torear. Se iban a lidiar once toros, que matarían once toreros. Después, Rafael se fue al casino de Biarritz, con el cuadro flamenco que había organizado.

—Cuando volví a Madrid vi en La Pañoleta un gran cartel de toros en el que se anunciaba la corrida; pero mi nombre no figuraba. Telefoneé a Andrés Gago, que era uno de los organizadores. Me dijo que si no me habían incluido era porque, en un festival que se dio después de la muerte de Manolete, mi cuenta de gastos por desplazamientos de Sevilla a Córdoba había sido grande. Me di cuenta de que no podía ser, y le envié un telegrama a Cruz Conde, alcalde de Córdoba, rogándole que mandara revisar mis cuentas de aquel festival. Recibí inmediatamente la contestación, en la que se decía que mi cuenta era inferior a la de los demás toreros que habían intervenido en el festival. 

Con este resultado, Rafael telefoneó a Andrés Gago. Le dijo que él pensaba torear de todas formas y, además, con su nombre en los carteles.

Monumento a Manolete 

—Entonces me llamó Carlos Arruza para decirme que había un toro de don José de la Cova, y que si lo quería matar. Se hicieron nuevos carteles en los que fue incluido mi nombre, y el día de la corrida llegué a Córdoba en el tren de la mañana. 

Fue al apartado. El toro que le habían destinado pesó 280 kilos en canal.  Y tenía dos respetables pitones.

—¿Y los toros de los demás toreros?

—Esos estaban convenientemente arreglados, porque así se había acordado, pues era una corrida de carácter benéfico. Yo entonces hablé para que me arreglaran el mío, y así quedamos. Cuando estaba ya en la plaza, vinieron a avisarme de que no había sido posible arreglar al toro. 

Le pregunto a Rafael que si sabe lo que allí había contra él. Se encoge de hombros.

—Nunca lo he sabido. El caso es que yo tenía que torear aquel toro con los pitones limpios. Lo toreé, me cogió; pero le corté las dos orejas. Me jugué la vida. Era lo mismo. Para mí, aquello se había convertido en una cuestión de honor y de amor propio, y yo iba a lo que pasara. 

El brindis de Gitanillo de Triana se comentaría mucho después. Salió a los medios con la montera en la mano, y alargando el brazo hacia el cielo, con la vista puesta en lo alto, dijo algo que nadie oyó, y dejó la montera en la arena». 

viernes, 12 de agosto de 2022

«LA FERIA DE LAS TALEGUILLAS ROTAS»

 

Manolete en la capilla de la Real Maestranza de
Sevilla, 19 de abril de 1944. Foto Santos Yubero.

En la entrada publicada en este blog el 14 de abril de 2019, con el título «Dos taleguillas rotas», se reproducía la crónica editada bajo este título por el crítico Don Fabricio en el periódico ABC de Sevilla el 19 de abril de 1945. Aquella feria sería recordada para siempre de esta forma por la afición hispalense, como «la de las taleguillas rotas», en recuerdo a la cruda rivalidad mantenida en el ruedo de la Maestranza entre Manolete y Carlos Arruza.

El escritor Guillermo Sureda, en la obra «Tauromaguia», editada por Espasa-Calpe en 1978, nos ofrece unas preciosas anécdotas sobre esa feria sevillana del año 1945, donde Manolete, tras el pulso mantenido con el empresario Eduardo Pagés, quiso demostrar por qué era el torero que más cobraba. Sencillamente, porque era el que más se arrimaba, aunque en esto último el grandioso espada mexicano no se le quedaba atrás.

Cartel de la feria de Sevilla de 1945

Cuenta así el recordado escritor Guillermo Sureda:

«Retrocedamos en el tiempo para recordar varias anécdotas de Manolete. En 1945, ya con Carlos Arruza a su lado, y, por tanto, sin esa fatiga que significa rivalizar cada día consigo mismo, Manolete decide torear en la feria de Sevilla cuatro tardes, dos más que Arruza y el mismo número que Pepe Luis Vázquez, aunque era Manolete quien salía con todo el peso de la feria sobre sus espaldas y no el de San Bernardo. Decide, digo, Manolete torear cuatro corridas, incluida la de Miura. Adelantemos que llenó la plaza las cuatro tardes, cortó orejas en las cuatro y estuvo hecho un coloso.

Manolete y Carlos Arruza

Silverio Pérez era, en aquel tiempo, la gran figura mexicana, y había venido a España con la pretensión de alternar de tú a tú, con Manolete y Arruza. Silverio ya había alternado con Manolete, cuando ambos eran aún novilleros en Tetuán de las Victorias. Pero ahora las cosas eran distintas. Silverio fue a Sevilla a ver aquella feria. Y después de la primera corrida le preguntó a un amigo si lo que habían hecho Manolete y Arruza aquella tarde era algo excepcional o, por el contrario, una actuación corriente en ambos. Su amigo, conocedor del toreo y de la velocidad triunfal de ambos toreros,  le contestó que “aquello era la tónica general tanto de uno como de otro torero”. Y Silverio Pérez respondió: “Entonces, me vuelvo a Méjico, porque si esto que dice usted es cierto, yo no tengo absolutamente nada que hacer en España”. Y en efecto, Silverio se volvió a su patria.

Sevilla, 18 de abril de 1945.

En la segunda corrida de toros de esa feria de Sevilla, tanto a Manolete como Arruza les volteó un toro. Después de la corrida, el Niño de la Palma quiso que su hijo Antonio conociera a Manolete. Fueron al hotel donde éste se hospedaba. Manolete estaba hablando con González Vera, que le reprochaba lo que él calificaba de “desmedido afán de triunfo”. Le decía a Manolete: “Así no se puede torear, Manolo”. Y en el momento en que Cayetano y Antonio entraban en la habitación, Manolete abría un armario, donde se veían dos vestidos de torear, y decía: “Aquí hay dos taleguillas que todavía me pueden romper los toros en esta feria, pero yo tengo que seguir toreando así, don Antonio”. 

El día siguiente toreaba Manolete la corrida de Miura. Mi inolvidable amigo, Antonio LabradorPinturas” que fue banderillero de Manolete durante muchos años, me cuenta una anécdota que por primera vez se publica en un libro. Sucedió ya en el coche, camino de la Maestranza. Cantimplas, que era otro banderillero de Manolo y primo suyo, llevaba un vestido de torear rosa y blanco, y Manolete uno rosa y plata. Cerca ya de la plaza, le dijo Cantimplas en broma a su primo Manolo: “Oye, primo, esta tarde no te acerques mucho a mí, no nos vayan a confundir”. Y Manolete, con aquella sonrisa triste y melancólica tan suya, le contestó: “Sí; lo mismito le vas a hacer tú a los toros que yo”. Velocidad.

Vamos a resumir. ¿A qué llamo yo velocidad en el toreo? Consiste en la capacidad que el torero tiene para arrimarse en ciertos momentos determinados, cosa dificilísima solo al alcance de unos pocos privilegiados —casi todos se arriman cuando pueden, cosa muy distinta—, y en querer arrimarse muchas veces. De donde se deduce que cada torero tiene eso que podemos llamar a un “tono medio”, es decir, lo que, en otros términos, podemos llamar a “velocidad de crucero”. Si como decíamos antes, hay toreros de mucha, poca o regular cuerda, diremos ahora que los hay capaces de aguantar un ritmo triunfal elevado y otros que, por el contrario, no pueden resistirlo, porque se ahogan en cuanto se arriman de verdad a un cierto números de toros». 

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