viernes, 12 de agosto de 2022

«LA FERIA DE LAS TALEGUILLAS ROTAS»

 

Manolete en la capilla de la Real Maestranza de
Sevilla, 19 de abril de 1944. Foto Santos Yubero.

En la entrada publicada en este blog el 14 de abril de 2019, con el título «Dos taleguillas rotas», se reproducía la crónica editada bajo este título por el crítico Don Fabricio en el periódico ABC de Sevilla el 19 de abril de 1945. Aquella feria sería recordada para siempre de esta forma por la afición hispalense, como «la de las taleguillas rotas», en recuerdo a la cruda rivalidad mantenida en el ruedo de la Maestranza entre Manolete y Carlos Arruza.

El escritor Guillermo Sureda, en la obra «Tauromaguia», editada por Espasa-Calpe en 1978, nos ofrece unas preciosas anécdotas sobre esa feria sevillana del año 1945, donde Manolete, tras el pulso mantenido con el empresario Eduardo Pagés, quiso demostrar por qué era el torero que más cobraba. Sencillamente, porque era el que más se arrimaba, aunque en esto último el grandioso espada mexicano no se le quedaba atrás.

Cartel de la feria de Sevilla de 1945

Cuenta así el recordado escritor Guillermo Sureda:

«Retrocedamos en el tiempo para recordar varias anécdotas de Manolete. En 1945, ya con Carlos Arruza a su lado, y, por tanto, sin esa fatiga que significa rivalizar cada día consigo mismo, Manolete decide torear en la feria de Sevilla cuatro tardes, dos más que Arruza y el mismo número que Pepe Luis Vázquez, aunque era Manolete quien salía con todo el peso de la feria sobre sus espaldas y no el de San Bernardo. Decide, digo, Manolete torear cuatro corridas, incluida la de Miura. Adelantemos que llenó la plaza las cuatro tardes, cortó orejas en las cuatro y estuvo hecho un coloso.

Manolete y Carlos Arruza

Silverio Pérez era, en aquel tiempo, la gran figura mexicana, y había venido a España con la pretensión de alternar de tú a tú, con Manolete y Arruza. Silverio ya había alternado con Manolete, cuando ambos eran aún novilleros en Tetuán de las Victorias. Pero ahora las cosas eran distintas. Silverio fue a Sevilla a ver aquella feria. Y después de la primera corrida le preguntó a un amigo si lo que habían hecho Manolete y Arruza aquella tarde era algo excepcional o, por el contrario, una actuación corriente en ambos. Su amigo, conocedor del toreo y de la velocidad triunfal de ambos toreros,  le contestó que “aquello era la tónica general tanto de uno como de otro torero”. Y Silverio Pérez respondió: “Entonces, me vuelvo a Méjico, porque si esto que dice usted es cierto, yo no tengo absolutamente nada que hacer en España”. Y en efecto, Silverio se volvió a su patria.

Sevilla, 18 de abril de 1945.

En la segunda corrida de toros de esa feria de Sevilla, tanto a Manolete como Arruza les volteó un toro. Después de la corrida, el Niño de la Palma quiso que su hijo Antonio conociera a Manolete. Fueron al hotel donde éste se hospedaba. Manolete estaba hablando con González Vera, que le reprochaba lo que él calificaba de “desmedido afán de triunfo”. Le decía a Manolete: “Así no se puede torear, Manolo”. Y en el momento en que Cayetano y Antonio entraban en la habitación, Manolete abría un armario, donde se veían dos vestidos de torear, y decía: “Aquí hay dos taleguillas que todavía me pueden romper los toros en esta feria, pero yo tengo que seguir toreando así, don Antonio”. 

El día siguiente toreaba Manolete la corrida de Miura. Mi inolvidable amigo, Antonio LabradorPinturas” que fue banderillero de Manolete durante muchos años, me cuenta una anécdota que por primera vez se publica en un libro. Sucedió ya en el coche, camino de la Maestranza. Cantimplas, que era otro banderillero de Manolo y primo suyo, llevaba un vestido de torear rosa y blanco, y Manolete uno rosa y plata. Cerca ya de la plaza, le dijo Cantimplas en broma a su primo Manolo: “Oye, primo, esta tarde no te acerques mucho a mí, no nos vayan a confundir”. Y Manolete, con aquella sonrisa triste y melancólica tan suya, le contestó: “Sí; lo mismito le vas a hacer tú a los toros que yo”. Velocidad.

Vamos a resumir. ¿A qué llamo yo velocidad en el toreo? Consiste en la capacidad que el torero tiene para arrimarse en ciertos momentos determinados, cosa dificilísima solo al alcance de unos pocos privilegiados —casi todos se arriman cuando pueden, cosa muy distinta—, y en querer arrimarse muchas veces. De donde se deduce que cada torero tiene eso que podemos llamar a un “tono medio”, es decir, lo que, en otros términos, podemos llamar a “velocidad de crucero”. Si como decíamos antes, hay toreros de mucha, poca o regular cuerda, diremos ahora que los hay capaces de aguantar un ritmo triunfal elevado y otros que, por el contrario, no pueden resistirlo, porque se ahogan en cuanto se arriman de verdad a un cierto números de toros». 

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1 comentario:

Andrés Osado dijo...

Cada día me dejas más y más sorprendido, querido amigo Antonio, de tu capacidad dialéctica a la vez que pedagógica. Incluso de una manera sencilla, como tú lo haces, eres capaz de argumentar, casi doctoralmente, lo que acontece o aconteció, en el mundo de toro.
A ti también se te puede aplicar, a tu forma de escribir, lo que has expuesto sobre:
"velocidad de crucero"

Un abrazo