miércoles, 9 de septiembre de 2020

UN PICADOR DE TOROS CON TRATAMIENTO DE “SEÑOR”

 Por Rafael Sánchez González    
                    
Manuel de la Haba Bejarano Zurito: el señor Manuel de la Haba 
Sabido es que en la densa historia de la Tauromaquia hubo dos  toreros que ostentaron el tratamiento de “Don”. Fueron los diestros Luis Mazzantini y Eguía, italiano de nacimiento y elgóibartarra por adopción, hombre de refinados modales que paseaba por las calles de Sevilla su vestir currutaco, quien, ejerciendo como jefe de estación en la Compañía de Ferrocarriles Mediodía, decidió hacerse torero y alcanzó justa fama como certero estoqueador; y Antonio Gil Barrero, Don Gil en los carteles, alias que le aplicaron por lo atildado que iba siempre. Casi una anécdota del toreo puesto que se trataba de un señorito madrileño al que, animado por su amigo José Redondo el Chiclanero, se le metió en la cabeza tomar la alternativa y a quien el destino le tenía reservado un triste final, pues después de que por recomendación del rey Alfonso XII desempeñara un puesto en el Ministerio de Gobernación, olvidado por todos y arruinado, en su desesperación tomó la determinación de suicidarse disparándose dos tiros de revólver. Viene esto a cuento, porque quiero recordar que un torero cordobés, que también vestía de oro en los ruedos aunque no como espada, alcanzó el calificativo de “Señor” por su extraordinaria e indiscutible categoría como picador de toros. Me refiero a Manuel de la Haba Bejarano Zurito, el señor de la Haba, que es el personaje que hoy centra mi atención.
Lo correcto sería desgranar a continuación algunos pasajes destacados de su brillante ejecutoria  profesional, pero antes quiero exponer varias citas sobre su valía que vienen a demostrar el por qué de tan  merecido tratamiento. Así, en su monumental obra Los Toros dice José María de Cossío: “Aún Badila y Agujetas los dos picadores más cimeros de los últimos tiempos del siglo XIX recorrían en triunfo las plazas, y nuestro varilarguero contendió con ellos en multitud de ocasiones, y dio pruebas de ser un continuador dignísimo de las hazañas de estos”. A continuación añade: La plaza madrileña, teatro principal de las proezas y los fracasos de todos los toreros, retembló bajo las manifestaciones de entusiasmo por las labores admirables que en muchas tardes realizó Zurito”. Y concluye indicando: Con Manuel de la Haba se fue uno de los picadores verdaderamente extraordinarios que ha tenido el toreo. En la memoria de los actuales aficionados quizá ningún picador haya dejado una impresión más profunda. Hemos visto quienes hacían más daño a los toros, acaso jinetes con más alegría, pero artista tan completo como Zurito no se ha dado entre los piqueros de estos últimos tiempos. Decisión, valentía, habilidad, eficacia eran cualidades que Manuel de la Haba tenía dosificadas en justas proporciones. Sobre todas, o más bien fundiéndolas, estaba su conocimiento del toreo a caballo, que hacía que la preparación y preludio de la suerte fueran un recreo para el buen aficionado. Las varas en que para hacer arrancarse al toro había de abrir y cerrar, hacer avanzar y retroceder a su caballo para, al conseguirlo, agarrarse con él y quebrantarle a toda ley, fueron innumerables”.   
"Decisión, valentía, habilidad, eficacia...". El señor Manuel picando un toro. 
Estando todavía en activo, en 1913 escribió sobre él José Carralero y Burgos en su libro Los Califas de la Tauromaquia: “Zurito es un picador de lo mejor que haya podido haber; duro, valiente, manejando el caballo a la perfección, serio y de los que menos caballos se dejan matar, y de los que más castigan a los toros”. Y en idénticas circunstancias, en 1895 apunta el autor de Córdoba Taurina, José R. Alfonso Candela: “Picador que empieza ahora y ya ocupa un lugar preferente entre los mejores... El Zurito posee buen brazo derecho, buena mano izquierda, mucha valentía y una modestia excesiva”.
En prensa no son menos elogiosos los comentarios de diferentes periodistas y escritores especializados en la materia. Veamos algunas muestras de ellos: Dulzuras (Los Toros 11/9/1910): “Se trata de uno de los buenos picadores que en todo tiempo habría hecho excelente papel, aunque hubiera trabajado con los Corchado, Azaña, Coriano, Calderón y otros tantos que en la historia tienen nombres famosos porque fueron los mejores de su época. Si Zurito, como digo antes, hubiera trabajado con aquellos, se habrían repartido las palmas, y a él le habría correspondido su parte, ganada en noble lid. Es un verdadero artista a caballo, y cuando se le ve trabajar no se sabe qué admirar más, si la habilidad del jinete, que lleva al caballo donde y como le place, o el conocimiento del  torero, que pega a los toros mucho más que otros muchos sin que su castigo revista el aparato que reviste el de los que todo lo sacrifican al efecto escénico. Desde el momento en que comenzó su carrera, no le cupo duda a nadie de que había en el picador cordobés uno de los que ocuparían en la historia el lugar que corresponde a los escogidos”. Y remata su semblanza con estas líneas: “Esta es la figura torera del que en la actualidad es un verdadero maestro de picadores,  que posee el secreto del arte de torear a caballo como no lo poseen más que los escogidos, que han nacido para ser superiores entre los suyos”.
En la serie Remembranzas Taurinas de Ventura Bagües Don Ventura en el semanario El Ruedo, al recordar a Zurito (Núm. 105 con fecha 10/5/1957) escribe: “Dejó huellas profundas de su paso por los ruedos; si fue poderoso auxiliar para su matador, su brega magistral a caballo llamaba la atención de todos los espectadores, por lo que bien puede decirse que fue extraordinario en todo lo atinente a su profesión”. Y de la sabrosa biografía que Cambises hace en la revista El Burladero (Núm. 80 de 20/10/1965), escojo estos párrafos: “Cuando repicaban de gordo -se refiere a las ovaciones-, que no era todas las tardes,  las palmas echaban humo y el Señor de la Haba, que fue un artista manejando el palo largo, así como un jinete extraordinario y excelentísimo torero a caballo, las disputaba a los matadores con tesorero empeño. Y conste que con el que más años fue encuadrillado, se llamaba Rafael Guerra Guerrita”. Y añado yo, que he leído reseñas de festejos en las que se dice que los propios lidiadores se unían a la ovación que el público dedicaba a Zurito cuando al cambiarse de tercio abandonaba el ruedo. Para cerrar  esta exposición de comentarios -podría seguir dando referencias en el mismo sentido-, selecciono lo que Eduardo Muñoz N.N. apunta en Fiesta Brava (13/3/1931): “El Señor de la Haba, picaba todos los domingos y fiestas de guardar. Elegía, o le daban, o exigía los caballos grandes de alzada, resistentes, poderosos. Lo otro, esa su habilidad, su arte supremo que traía a las arenas el recuerdo de Paco Calderón, el arrojo del Chuchi, con la fe ciega con que iba al toro siempre, y muchas veces a destiempo; de Paco Fuentes, con la conciencia del que va a pegar, y a eso se va; lo ponía él con la destreza del toreo a caballo, que puede convertir para los otros trances y lances de la lidia, un buey marrajo, en dominado, dócil y suave”. El colofón lo pone en verso Baldomero Muñoz Españita: “Era tan grande su destreza, / y tan fuerte su estructura; / que convertía en fortaleza, / su débil cabalgadura”. Creo que queda claramente justificado el tratamiento de “Señor” que con todo merecimiento se le adjudicó a Manuel de La Haba Zurito. Ahora vamos con  su ejecutoria profesional, reducida a los datos más relevantes.
Antigua foto del torerísimo Campo de la Merced de Córdoba 
Nacido el día 6 de octubre de 1868 en el barrio de Santa Marina, o lo que es igual en el entorno del torerísimo Campo de la Merced, fueron sus padres José de la Haba Citrón y Manuela Bejarano del Pino. José ejerció como mayoral en la ganadería de don Rafael-José Barbero, en tanto que un hermano de este, Francisco al que llamaban Curro Lavasia, lo fue en la vacada del marqués de los Castellones, cargo en el que le sustituyó Rafael Márquez Mazzantini, que llegó como vaquero y se convertiría después en un destacado varilarguero. Aún cabe añadir que a Rafael le relevó José Baena Puntas El Rubio, quien estando ya en la ganadería de don Florentino Sotomayor llegó a tener una de las paradas de cabestros mejor adiestrada del campo bravo andaluz, tan rico en jugosas historias camperas.
Sin antecesor familiar alguno que vistiera el traje de luces (el apellido de la Haba, o del Haba puesto que de ambas formas aparece, es de los más antiguos que encontramos en los padrones vecinales de la época relacionados con el taurinísimo barrio del Campo de la Merced) apenas era un muchacho cuando se colocó para animar el fuelle en una de las diversas fundiciones existentes en aquella zona de Córdoba, alcanzando muy pronto la especialidad de forjador, trabajo que motivó el origen de su apodo, por cuanto a consecuencia de las altas temperaturas en las que desarrollaba su labor había sufrido la quemadura de las cejas y en torno a los ojos tenía un cerco blanco semejante al de los palomos zuritos.
Exteriores de la anterior plaza de toros de Córdoba, el coso de Los Tejares 
Respecto a su  actividad en los ruedos, rara es la biografía en la que se dice que sus inicios, aunque de manera fugaz, fueron como torero de a pie, pero dada su fuerte complexión física y el dominio que tenía de las cabalgaduras, fruto de sus andanzas en las fincas en las que trabajaban su padre y su citado tío, le animaron a ejercer como picador y así se presentó ante sus paisanos el día 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, de 1884, función en la que con novillos de cinco años y desecho de tienta, de la ganadería de Rafael Molina Lagartijo, fueron espadas Antonio Fuentes Hito (hermano del matador de toros Bocanegra), Rafael Bejarano Torerito y Rafael Rodríguez Mojino. Añadir que un tal Saleri brindó el salto de la garrocha a Lagartijo que ocupaba un asiento en la meseta de toriles y que José Bejarano, hermano de Torerito, resultó herido en el muslo derecho al salir de un par de banderillas. Continuó trabajando Zurito para diferentes espadas hasta que José Rodríguez Bebe Chico, su amigo el Pijulin, le dio sitio en su cuadrilla y con ella debutó en Madrid el 28 de agosto de 1892, cartel que completaban el almadenense Manene (Eusebio Fuentes), José Martín Taravilla y reses desecho de tienta y defectuosas (ese era el ganado con el que generalmente tenían que apechugar los novilleros de entonces) de Manuel Bañuelos Salcedo, que mostraron bravura en el primer tercio. Zurito, que intervino en los tres primeros bichos, fue el único que entre los hombres con castoreño destacan las crónicas. Al terminar la temporada ya estaba su nombre en el punto de mira de varios espadas y fue Antonio Fuentes quien en 1893 le llevó con él pero, muy pesar suyo, cuando finalizó aquella campaña tuvo que prescindir de sus servicios al no poder costear tres picadores. 
Picadores de la cuadrilla de Guerrita: Beao, Molina y Zurito
Esta circunstancia la aprovechó Guerrita, que conocía de primera mano la ascendente carrera de Manuel para, junto con su también paisano José Arana Agustín Molina (que ya trabajó con él en La Habana y por él intercedió a fin de que pudiera regresar a España, huido tras matar a un hombre en una reyerta) para renovar con ellos su personal de caballería, debido a  lo gastado que físicamente estaba ya Rafael Moreno Beao, muy castigado por los toros, y a la obligada baja de su primo Antonio Bejarano Pegote, recluido en la clínica madrileña del doctor Esquerdo dado el agravamiento de su enfermedad mental, decían que como consecuencia de los golpes recibidos en su de por sí trastornada cabeza por los constantes batacazos en los ruedos. Daba entrada a dos picadores de gran fortaleza, de los denominados con buen brazo, que en más de una ocasión dejaron al burel para pasar directamente a manos del puntillero, y a veces directamente para el arrastre, con la consiguiente bronca del público y la felicitación del jefe, que no les quería indicar tan duro castigo cuando  con machacona insistencia les decía: “agarrarlos lanterillos pa que descuelguen”. No debemos olvidar, que, bien durante su lidia o dándoles indicaciones a los ganaderos sobre la selección del ganado, Guerrita tenía especial empeño en  ahormar a los toros buscando mayor lucimiento y seguridad para los toreros. Podría decirse que fue el primer hombre de Marketing del toreo. El segundo califa, que conocía y dirigía la lidia de principio a fin, ponía a Juan Molina como ejemplo de buen peón de brega, sintió especial aprecio hacia el pobre  Pegote y no ocultaba su gran admiración por Zurito.  Al hilo de esto recuerdo una frase que  José María Gaona, inteligente y ameno escritor taurino gaditano que firmaba sus trabajos con el seudónimo de Tío Caniyitas, pronunció en una conferencia, toda ella en verso, que decía: “Por ver lo que yo no he visto / hubiera dado media vida, / tirar el palo al Zurito / y bregar, a Juan Molina”. 
Una vara de Zurito. Revista Sol y Sombra de 22 de agosto de 1901
Se cuenta, que en una novillada de convite organizada en
Los Tejares por varios  aficionados y a la que asistieron invitados Guerrita y varios componentes de su cuadrilla, saltó a la arena una res ante la que ninguno de los participantes mostró deseos de torear, y en esas estaban cuando Rafael, dirigiéndose a Zurito, le dijo: “¿a que no la matas tú?”. No había terminado la pregunta cuando ya había cogido el picador muleta y estoque, dando cuenta de la res con tan sobrada solvencia, que fue felicitado por su jefe de la siguiente forma: “Suri, vete a tu casa y machaca los jierros de picar, porque con una miaja de grasia puedes ser un mataor tan güeno, que muchos de los que habemos en el astual iban a comer de vigilia to el año”. Y a su lado permaneció hasta la retirada del famoso diestro en Zaragoza, el 15 de octubre 1899.
Al cortarse la coleta Guerrita, seguidamente lo hicieron también  dos elementos de la cuadrilla, su hermano Antonio y el ya mencionado Beao, concuñado suyo al estar ambos casados, respectivamente, con las hermanas Dolores y Francisca Sánchez Molina. Sucedió entonces que el grueso de sus eficaces colaboradores en los ruedos pasó a las órdenes de Antonio de Dios Moreno Conejito, matador de toros en plena ebullición de su brillante carrera taurómaca, que dicho sea de paso, en Córdoba no ha sido considerada en su justa medida. Cuadrilla que quedó configurada de la siguiente forma: Zurito y Agustin Molina varilargueros, a los que el año siguiente se unió Ricardo Moreno Onofre, conocido entre los cordobeses por Mediaoreja (no confundir con el legendario Rafael Álvarez Onofre) y como banderilleros Juan Molina, próxima ya su retirada, Francisco González Patatero, que venía de las filas de José García Algabeño y no precisa de presentación, Rafael Martínez Cerrajillas, otro gran subalterno que ya estaba y permaneció durante muchos años unido a Conejito, y Antonio García Zurdo, que realizaba también funciones de puntillero. Otra formación mayoritariamente mercedaria, que constituye una muestra más para reafirmar la importancia que justamente disfruta Córdoba en la Historia de la Tauromaquia.
Antonio de Dios  Moreno Conejito
Repaso apuntes de la única oportunidad que tuve de conversar con José Zurito, hijo del Señor Manuel y picador como él, acontecida en junio de 1964 en Casa Morales, cuidada taberna que con otra denominación todavía permanece abierta, cercana al que fuera el último domicilio de varios Zurito en la calle Hinojo, y vuelve a llamar mi atención el hecho de que me afirmara que, aún reconociendo a Guerrita como el torero más importante que había conocido, su padre citaba con frecuencia acontecimientos vividos durante su etapa ligado a Conejito. Sirvan como ejemplo (las fechas las pude añadir yo) la tarde (14/6/1900) que soltando las bridas del caballo arrancó la vara que sobre el morlaco había dejado enhiesta su paisano Comearroz, oyendo por su habilidad y arrojo una fuerte ovación. O aquella otra en corrida de la feria de Vitoria (5/8/1901) cuando, si no se lo impiden con fuerza sus compañeros, quería subir al tendido para ajustarle las cuentas a un desaprensivo espectador que impactó una botella en el rostro de Conejito, causándole una brecha que le obligó a tener que ser atendido en la enfermería de la plaza. Y muy especialmente -me dijo José- dos fechas en las que Alfonso XIII fue protagonista de excepción en la desaparecida plaza de la Villa y Corte. El domingo 16 de junio de 1901, por tratarse de la primera vez que siendo todavía un niño presenció un festejo taurino en compañía de su madre y Reina Regente María Cristina de Habsburgo-Lorena; y el viernes 16 de mayo de 1902, en corrida de toros extraordinaria programada con motivo de su Proclamación, ceremonia que aconteció el día siguiente.
Antes de concluir la temporada de 1902, tanto Zurito como el Patatero pasaron a engrosar la renovada cuadrilla de Rafael González Machaquito, alternativado dos años atrás, quién en unión del sevillano de Tomares Ricardo Torres Bombita acapararon la supremacía de la Fiesta hasta la apoteósica eclosión de Joselito y Belmonte. Los años de 1912 y 1913 los cubrió Manuel de la Haba junto a Manuel Rodríguez Manolete, teniendo después como jefes de filas a Francisco Posada y Rafael Gómez Gallo, siendo José Gómez Joseíto de Málaga el último espada para el que prestó sus valiosos servicios antes de poner punto final a una de las más recordadas ejecutorias taurinas entre los hombres de castoreño y calzona, trayectoria que, al margen de fracturas, luxaciones y otras lesiones óseas inherentes al desarrollo de su arriesgada profesión, también supo de cornadas como las dos que recibió en el muslo izquierdo, el año 1894, actuando en las plazas de San Sebastián (12/8) y Barcelona (7/10), esta última de gravedad según la biografía que hace Cossío, y “no fue cosa de cuidado, según el doctor” si nos atenemos a la reseña de Palitroque en el diario La Vanguardia (9/10). Las revistas taurinas El Toreo, El Arte Andaluz y La Lidia, nada dicen al respecto en sus crónicas. Sea cual fuere el alcance del accidente, la realidad fue que no pudo salir con Guerrita en su siguiente actuación tres días después en Madrid.
El señor Manuel citando. Revista Sol y Sombra 4 de junio de 1903
Zurito hacía gala de un desmedido amor propio, cualidad que queda manifiestamente clara con el siguiente ejemplo. Informado de que D. Pío Diego Madrazo (casado con D.ª Mercedes Hernández viuda de D. Victoriano Ripamilán) había dicho que ya no quedaban picadores para “sus toros”, los llamados miuras de Aragón, le solicitó a Machaquito que, aun estando ya fuera de su cuadrilla, lo incluyera en ella el día que en fecha próxima iba a enfrentarse en Madrid a ganado de dicha divisa. Aceptó el diestro por paisanaje y amistad, y llegado el momento fue tal la fuerza y el empeño con que picó al animal que Rafael no tuvo más remedio que decirle a gritos: “déjalo ya Manuel, no lo des más que me lo vas a matar”. Demasiado tarde, cuando sacaron al bicho del caballo iba ya muerto. Salió trastabillado y cayó abatido. Y en la misma medida valoraba Zurito la labor que los toreros de a caballo realizaban durante la lidia. A tal efecto resumo lo que escribió J. Franco del Río (Sol y Sombra, 16/5/1901) sobre la corrida celebrada en la Nueva Plaza barcelonesa de Las Arenas el 5 de mayo de 1901. Ocurrió que en la  acostumbrada prueba de caballos matinal, Zurito, Agustin Molina y Onofre, picadores de Conejito, se negaron picar con los que presentaba Algabeño en sustitución de Badila y Moreno, argumentando los cordobeses que de los suplentes tan solo Macipe tenía reconocida categoría. Como no se salía del atasco intervino la autoridad, amenazándoles con detenerlos si no eran aceptados por ellos los sustitutos y se daría la corrida con Algabeño como único espada, y además exigiría una indemnización al diestro de Córdoba, llegándose al acuerdo final de que cada trío de varilargueros interviniese solamente en los toros de su matador. El remate lo puso Zurito con esta sentenciosa frase: “digo yo, que no vamos a venir desde Córdoba palternar con el primer gachó que se suba a un caballo”. Por si no fueran suficientes las citadas cualidades que hablan de su acusado  estímulo profesional, añadiré que cuidaba con celo su atuendo, encargándole la ropa torera al acreditado sastre Retana, cuidando después de limpiarla y tenerla siempre a punto su amigo y vecino el Rubito Laureano. Preocupado también por la seguridad de sus compañeros, al fundarse la Asociación de Picadores bajo la presidencia de Agujetas, ocupó él una vocalía. Y como punto final a esta semblanza de Zurito, diré que era muy aficionado al pájaro, a cuyo fin se pasaba días en la finca Los Riscos. Decían, que para llevar su cuenta particular, por cada pieza lograda marcaba un palote en una de las blanqueadas paredes de su habitación. Como consecuencia de su afición a la escopeta, durante una jornada de caza en la finca La Posada, en el término de Villaviciosa de Córdoba, tuvo la desgracia de recibir tres perdigonadas de un cazador furtivo aunque afortunadamente solo le alcanzó una.
Zurito citando. Revista Sol y Sombra 19 de septiembre de 1901
En el terreno familiar, entre los hijos nacidos de su matrimonio con Antonia  Torreras  Molina, tres de los varones fueron toreros también. José y Francisco que siguieron su estela como picadores, y Antonio, matador de toros con alternativa en la localidad valenciana de Gandia (26/10/1924), quien a su vez tuvo tres hijos que ejercieron como toreros de a píe, Antonio, novillero y cumplido banderillero después, Manuel, subalterno con eficaz y lucido capote, y Gabriel, gran estoqueador alternativado  en la  Corrida de la Prensa celebrada en Valencia el 24 de mayo de 1964. Sin que debamos olvidar a un sobrino-nieto suyo, Paquito Zurito, prometedor novillero que quizás decidiera demasiado pronto  colgar el traje de luces.
Escribir sobre un torero de las dimensiones profesionales y personales de Manuel de La Haba Bejarano daría para muchas páginas más, por la brillantez, efectividad y hombría que atesoraba, justamente reconocida por profesionales y contada por los  historiadores. Sin duda, un auténtico artista tirando la vara de majagua y un consumado maestro castigando a los toros para dejarlos al gusto del matador. Credenciales toreras que le hicieron merecedor del calificativo de “señor”. Un tratamiento  desconocido entre los picadores en los anales de la Tauromaquia. EL SEÑOR MANUEL DE LA HABA
 

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