Manuel de la Haba Bejarano Zurito: el señor Manuel de la Haba |
Sabido es que en la densa historia de la Tauromaquia hubo dos toreros que ostentaron el tratamiento de
“Don”. Fueron los diestros Luis Mazzantini y Eguía, italiano de
nacimiento y elgóibartarra por adopción, hombre de refinados modales que paseaba por
las calles de Sevilla su vestir currutaco, quien, ejerciendo como jefe de estación en la Compañía de
Ferrocarriles Mediodía, decidió hacerse torero y alcanzó justa fama como
certero estoqueador; y Antonio Gil
Barrero, Don Gil en los carteles, alias que le aplicaron por lo atildado
que iba siempre. Casi una anécdota del toreo puesto que se trataba de un
señorito madrileño al que, animado por su amigo José Redondo el Chiclanero, se le metió en la cabeza tomar la
alternativa y a quien el destino le tenía reservado un triste final, pues
después de que por recomendación del rey Alfonso
XII desempeñara un puesto en el
Ministerio de Gobernación, olvidado por todos y arruinado, en su desesperación
tomó la determinación de suicidarse
disparándose dos tiros de revólver. Viene esto a cuento, porque quiero recordar
que un torero cordobés, que también vestía de oro en los ruedos aunque no como
espada, alcanzó el calificativo de “Señor” por su extraordinaria e indiscutible
categoría como picador de toros. Me refiero a Manuel de la Haba Bejarano Zurito,
el señor
de la Haba, que es el personaje que hoy centra mi atención.
Lo correcto sería desgranar a continuación algunos pasajes destacados
de su brillante ejecutoria profesional,
pero antes quiero exponer varias citas sobre su valía que vienen a demostrar el
por qué de tan merecido tratamiento.
Así, en su monumental obra Los Toros
dice José María de Cossío: “Aún Badila
y Agujetas los dos picadores más
cimeros de los últimos tiempos del siglo XIX recorrían en triunfo las plazas, y
nuestro varilarguero contendió con ellos en multitud de ocasiones, y dio
pruebas de ser un continuador dignísimo de las hazañas de estos”. A
continuación añade: La plaza madrileña,
teatro principal de las proezas y los fracasos de todos los toreros, retembló
bajo las manifestaciones de entusiasmo por las labores admirables que en muchas
tardes realizó Zurito”. Y
concluye indicando: Con Manuel de la Haba se fue uno de los picadores verdaderamente
extraordinarios que ha tenido el toreo. En la memoria de los actuales
aficionados quizá ningún picador haya dejado una impresión más profunda. Hemos
visto quienes hacían más daño a los toros, acaso jinetes con más alegría, pero
artista tan completo como Zurito no
se ha dado entre los piqueros de estos últimos tiempos. Decisión, valentía,
habilidad, eficacia eran cualidades que Manuel
de la Haba tenía dosificadas en justas proporciones. Sobre todas, o más
bien fundiéndolas, estaba su conocimiento del toreo a caballo, que hacía que la
preparación y preludio de la suerte fueran un recreo para el buen aficionado.
Las varas en que para hacer arrancarse al toro había de abrir y cerrar, hacer
avanzar y retroceder a su caballo para, al conseguirlo, agarrarse con él y
quebrantarle a toda ley, fueron innumerables”.
"Decisión, valentía, habilidad, eficacia...". El señor Manuel picando un toro. |
En prensa no son menos elogiosos los comentarios de diferentes
periodistas y escritores especializados en la materia. Veamos algunas muestras
de ellos: Dulzuras (Los Toros 11/9/1910): “Se trata de uno de los buenos picadores que
en todo tiempo habría hecho excelente papel, aunque hubiera trabajado con los Corchado, Azaña, Coriano, Calderón y otros tantos que en la
historia tienen nombres famosos porque fueron los mejores de su época. Si Zurito, como digo antes, hubiera
trabajado con aquellos, se habrían repartido las palmas, y a él le habría
correspondido su parte, ganada en noble lid. Es un verdadero artista a caballo,
y cuando se le ve trabajar no se sabe qué admirar más, si la habilidad del
jinete, que lleva al caballo donde y como le place, o el conocimiento del torero, que pega a los toros mucho más que
otros muchos sin que su castigo revista el aparato que reviste el de los que
todo lo sacrifican al efecto escénico. Desde el momento en que comenzó su
carrera, no le cupo duda a nadie de que había en el picador cordobés uno de los
que ocuparían en la historia el lugar que corresponde a los escogidos”. Y
remata su semblanza con estas líneas: “Esta
es la figura torera del que en la actualidad es un verdadero maestro de
picadores, que posee el secreto del arte
de torear a caballo como no lo poseen más que los escogidos, que han nacido
para ser superiores entre los suyos”.
En la serie Remembranzas
Taurinas de Ventura Bagües Don Ventura en el semanario El Ruedo, al recordar a Zurito
(Núm. 105 con fecha 10/5/1957) escribe: “Dejó
huellas profundas de su paso por los ruedos; si fue poderoso auxiliar para su
matador, su brega magistral a caballo llamaba la atención de todos los
espectadores, por lo que bien puede decirse que fue extraordinario en todo lo
atinente a su profesión”. Y de la sabrosa biografía que Cambises
hace en la revista El Burladero (Núm.
80 de 20/10/1965), escojo estos párrafos: “Cuando
repicaban de gordo -se refiere a las ovaciones-, que no era todas las tardes, las
palmas echaban humo y el Señor de la
Haba, que fue un artista manejando el palo largo, así como un jinete
extraordinario y excelentísimo torero a caballo, las disputaba a los matadores
con tesorero empeño. Y conste que con el que más años fue encuadrillado, se
llamaba Rafael Guerra Guerrita”.
Y añado yo, que he leído reseñas de festejos en las que se dice que los propios
lidiadores se unían a la ovación que el público dedicaba a Zurito cuando al cambiarse de tercio
abandonaba el ruedo. Para cerrar esta
exposición de comentarios -podría seguir dando referencias en el mismo
sentido-, selecciono lo que Eduardo
Muñoz N.N. apunta en Fiesta Brava (13/3/1931): “El Señor
de la Haba, picaba todos los domingos y fiestas de guardar. Elegía, o le
daban, o exigía los caballos grandes de alzada, resistentes, poderosos. Lo
otro, esa su habilidad, su arte supremo que traía a las arenas el recuerdo de Paco Calderón, el arrojo del Chuchi, con la fe ciega con que iba al
toro siempre, y muchas veces a destiempo; de Paco Fuentes, con la conciencia del que va a pegar, y a eso se va;
lo ponía él con la destreza del toreo a caballo, que puede convertir para los
otros trances y lances de la lidia, un buey marrajo, en dominado, dócil y suave”.
El colofón lo pone en verso Baldomero
Muñoz Españita: “Era tan grande su destreza, / y tan fuerte
su estructura; / que convertía en fortaleza, / su débil cabalgadura”. Creo
que queda claramente justificado el tratamiento de “Señor” que con todo
merecimiento se le adjudicó a Manuel de
La Haba Zurito. Ahora vamos
con su ejecutoria profesional, reducida
a los datos más relevantes.
Antigua foto del torerísimo Campo de la Merced de Córdoba |
Sin antecesor familiar alguno que vistiera el traje de luces (el
apellido de la Haba, o del Haba
puesto que de ambas formas aparece, es de los más antiguos que encontramos en
los padrones vecinales de la época relacionados con el taurinísimo barrio del Campo
de la Merced) apenas era un muchacho cuando se colocó para animar el fuelle en una de las diversas fundiciones existentes en
aquella zona de Córdoba, alcanzando muy pronto la especialidad de forjador,
trabajo que motivó el origen de su apodo, por cuanto a consecuencia de las altas
temperaturas en las que desarrollaba su
labor había sufrido la quemadura de las cejas y en torno a los ojos tenía un
cerco blanco semejante al de los palomos zuritos.
Exteriores de la anterior plaza de toros de Córdoba, el coso de Los Tejares |
Picadores de la cuadrilla de Guerrita: Beao, Molina y Zurito |
Una vara de Zurito. Revista Sol y Sombra de 22 de agosto de 1901 |
Al cortarse la coleta Guerrita, seguidamente lo hicieron también
dos elementos de la cuadrilla, su hermano Antonio y el ya mencionado Beao, concuñado suyo al estar ambos
casados, respectivamente, con las hermanas Dolores y Francisca Sánchez Molina. Sucedió
entonces que el grueso de sus eficaces colaboradores en los ruedos pasó a las
órdenes de Antonio de Dios Moreno Conejito, matador de toros en plena
ebullición de su brillante carrera taurómaca, que dicho sea de paso, en Córdoba
no ha sido considerada en su justa medida. Cuadrilla que quedó configurada de la siguiente forma: Zurito
y Agustin
Molina varilargueros, a los que el año siguiente se unió Ricardo Moreno Onofre, conocido entre los cordobeses por Mediaoreja (no confundir
con el legendario Rafael Álvarez Onofre)
y como banderilleros Juan Molina, próxima
ya su retirada, Francisco González Patatero, que venía de las filas de José García Algabeño y no
precisa de presentación, Rafael Martínez
Cerrajillas, otro gran subalterno
que ya estaba y permaneció durante muchos años unido a Conejito, y Antonio García Zurdo, que realizaba también funciones de puntillero. Otra
formación mayoritariamente mercedaria,
que constituye una muestra más para reafirmar la importancia que justamente
disfruta Córdoba en la Historia de la Tauromaquia.
Repaso apuntes de la única oportunidad que tuve de conversar con José
Zurito, hijo del Señor
Manuel y picador como él, acontecida en junio de 1964 en Casa Morales, cuidada taberna que con
otra denominación todavía permanece abierta, cercana al que fuera el último
domicilio de varios Zurito en la calle Hinojo, y vuelve a llamar mi atención el
hecho de que me afirmara que, aún reconociendo a Guerrita como el torero
más importante que había conocido, su padre citaba con frecuencia
acontecimientos vividos durante su etapa ligado a Conejito. Sirvan como
ejemplo (las fechas las pude añadir yo) la tarde (14/6/1900) que soltando las
bridas del caballo arrancó la vara que sobre el morlaco había dejado enhiesta
su paisano Comearroz, oyendo por su habilidad y arrojo una fuerte ovación.
O aquella otra en corrida de la feria de Vitoria (5/8/1901) cuando, si no se lo
impiden con fuerza sus compañeros, quería subir al tendido para ajustarle las cuentas a un desaprensivo espectador
que impactó una botella en el rostro de Conejito, causándole una brecha que
le obligó a tener que ser atendido en la enfermería de la plaza. Y muy
especialmente -me dijo José- dos
fechas en las que Alfonso XIII fue
protagonista de excepción en la desaparecida plaza de la Villa y Corte. El
domingo 16 de junio de 1901, por tratarse de la primera vez que siendo todavía
un niño presenció un festejo taurino en compañía de su madre y Reina Regente María Cristina de Habsburgo-Lorena; y
el viernes 16 de mayo de 1902, en corrida de toros extraordinaria programada
con motivo de su Proclamación, ceremonia que aconteció el día siguiente.
Antes de concluir la temporada de 1902, tanto Zurito como el Patatero
pasaron a engrosar la renovada cuadrilla de Rafael González Machaquito, alternativado dos años
atrás, quién en unión del sevillano de Tomares Ricardo Torres Bombita
acapararon la supremacía de la Fiesta hasta la apoteósica eclosión de Joselito y Belmonte.
Los años de 1912 y 1913 los cubrió Manuel
de la Haba junto a Manuel Rodríguez Manolete, teniendo después como
jefes de filas a Francisco Posada y Rafael Gómez Gallo, siendo José Gómez
Joseíto de Málaga el último
espada para el que prestó sus valiosos servicios antes de poner punto final a
una de las más recordadas ejecutorias taurinas entre los hombres de castoreño y
calzona, trayectoria que, al margen de fracturas, luxaciones y otras lesiones
óseas inherentes al desarrollo de su arriesgada profesión, también supo de
cornadas como las dos que recibió en el muslo izquierdo, el año 1894, actuando
en las plazas de San Sebastián (12/8) y Barcelona (7/10), esta última de
gravedad según la biografía que hace Cossío,
y “no fue cosa de cuidado, según el
doctor” si nos atenemos a la reseña de Palitroque en el diario La Vanguardia
(9/10). Las revistas taurinas El Toreo,
El Arte Andaluz y La Lidia, nada dicen al respecto en sus
crónicas. Sea cual fuere el alcance del accidente, la realidad fue que no pudo
salir con Guerrita en su siguiente actuación tres días después en Madrid.
El señor Manuel citando. Revista Sol y Sombra 4 de junio de 1903 |
En el terreno familiar, entre los hijos nacidos de su matrimonio con Antonia
Torreras Molina, tres de los
varones fueron toreros también. José
y Francisco que siguieron su estela
como picadores, y Antonio, matador
de toros con alternativa en la localidad valenciana de Gandia (26/10/1924),
quien a su vez tuvo tres hijos que ejercieron como toreros de a píe, Antonio, novillero y cumplido
banderillero después, Manuel,
subalterno con eficaz y lucido capote, y Gabriel,
gran estoqueador alternativado en
la Corrida de la Prensa celebrada en
Valencia el 24 de mayo de 1964. Sin que debamos olvidar a un sobrino-nieto
suyo, Paquito Zurito, prometedor novillero que
quizás decidiera demasiado pronto colgar
el traje de luces.
Escribir sobre un torero de las dimensiones profesionales y personales
de Manuel de La Haba Bejarano daría
para muchas páginas más, por la brillantez, efectividad y hombría que
atesoraba, justamente reconocida por profesionales y contada por los historiadores. Sin duda, un auténtico artista
tirando la vara de majagua y un consumado maestro castigando a los toros para
dejarlos al gusto del matador. Credenciales toreras que le hicieron merecedor
del calificativo de “señor”. Un tratamiento
desconocido entre los picadores en los anales de la Tauromaquia. EL SEÑOR
MANUEL DE LA HABA.
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