martes, 1 de noviembre de 2022

CONCHITA CINTRÓN, «LA DIOSA RUBIA DEL TOREO»

Por Alejandro A. Arredondo M.

Conchita Cintrón

“Sí; yo sé de toros. Los he visto embestir. Los he matado. Y los he visto matar hombres, y los he sentido mientras daban muerte al caballo que montaba. Sí; yo sé de toros. Y de públicos…”.     Fragmento del texto Sol y Sombra escrito por Conchita desde Lisboa en 1971.

El poeta español Gerardo Diego en unos versos del Madrigal dedicado a Conchita la retrata:

Tú sola, tú jinete, tú peona,

tú Conchita Excepción, tú iluminada

Juana de Arco a las voces de tu zona,

juraste la bandera desbocada

y abrazaste los votos del monjío

y el duro cuero, el hábito bravío.

En estos dos fragmentos escritos uno por ella y el otro por el poeta se atisba la personalidad de una mujer irrepetible, fuera de serie. 

No pretendo relatar una biografía fría y escueta de una mujer, sino que la intención es recordar a una mujer de carácter, figura del toreo, precursora del toreo a caballo y a pie, culta y sensible que supo sortear una y mil vicisitudes para conseguir su objetivo, siempre haciéndose respetar, siempre con dignidad y categoría, una mujer de una sola pieza. La recordaremos en esta semblanza con algunos pasajes que retratan su personalidad.

Su paso por el mundo, por el planeta de los toros fue un recorrido que inició desde su niñez; era hija de un militar portorriqueño (Puerto Rico estado libre asociado de USA) en retiro Francisco Cintrón Ramos y madre norteamericana Loyola Hyatt MaCarthy, nació el 9 de agosto de 1922 en Antofagasta, Chile; al poco tiempo, por el trabajo del padre en una compañía comercial norteamericana se trasladaron a Perú, la que Conchita consideró su patria. Cerca de su casa, en un barrio residencial de Lima había una escuela de equitación, por curiosidad pidió a su padre que la inscribiera en ella. Inició las clases con un maestro de origen aristocrático y rejoneador de profesión, el portugués Ruy de Cámara, bajo su influencia conoció y profundizó en el arte de Marialva y se prendió apasionadamente de dicha actividad, actividad en que su maestro como su sombra siempre la acompañó, a lo largo de su carrera de quince años en los ruedos, cuidando de ella y de sus caballos, educándola y dándole una formación integral, en rectitud en todos los aspectos de la vida. Relata Conchita en uno de sus libros, que muchos años después estuvo junto a su maestro en el lecho de muerte, y que este le murmuró con voz apenas audible: “es desagradable dar este salto a lo desconocido”, y sonriendo, previo a exhalar su último aliento, levantó la mano en el clásico gesto de un matador de toros y así se fue con ejemplar entereza, refiere Conchita.

La elegante monta de Conchita encabezando un paseíllo

Llegó a México en 1939, invitada y protegida por el matador Chucho Solórzano Dávalos, también amparada por los ganaderos de La Punta, los señores Pepe y Paco Madrazo. Toreó a caballo y a pie con pleno dominio y éxito; además aprendió y practicó las suertes de la charrería. Toreó por toda la República Mexicana, siempre en los mejores carteles y con las principales figuras de la época; aquí en Monterrey y en la región tuvo actuaciones formidables. Actuando en Guadalajara recibió su bautismo de sangre mexicano; en cinco años que permaneció en el país participó en 230 corridas; como ya decía gustaba de bajarse del caballo y echar pie a tierra, lo que realmente era su pasión, para eso se preparó. Después de tomar la alternativa como rejoneadora en la plaza de Acho el 28 de julio de 1938, ese mismo año se presentó como novillera con tan solo 15 años. El año 1936 torea por primera vez en Portugal en la plaza de Algez y en 1937 debutó en Lisboa. Se presenta en Madrid como rejoneadora el 13 de mayo de 1945.  En España en esa época a las mujeres no se les permitía torear a pie, y sin embargo, el día de su despedida, en una corrida formal en Jaén el 18 de octubre de 1950, alternando con Antonio Ordóñez y Manolo Vázquez, se bajó del caballo y se fue a los medios haciendo su faena con toda tranquilidad y sin temor a represalias del régimen franquista. Su gran referente taurino, aparte de Ruy de Cámara, fue el torero vasco Diego Mazquiarán “Fortuna”, que le compartió muchos secretos del toreo. En su vida dentro de los ruedos toreó 750 corridas y recibió tres cornadas graves; actuó de México a España, en su patria adoptiva el Perú, en Portugal, Francia, Colombia, Ecuador, y muchas plazas del mundo taurino disfrutaron de su tauromaquia.

«La diosa rubia del toreo» en la plaza de Madrid

El crítico español Gregorio Corrochano dijo de ella: “El día que este torero se baje del caballo, se tendrán que subir al caballo muchos toreros”.

Tuve el honor de conocerla personalmente a principios de los años noventa en el Centro Taurino Potosino, en el tradicional Encuentro de Peñas, ya mayor y seguía manteniendo una personalidad impresionante. Su clase, su elegancia, sencillez y categoría se acentuaron con los años.

Escritora prolífica, culta, poeta, columnista en diversos periódicos nacionales entre otros El Porvenir en Monterrey y revistas como El Redondel, manejando la pluma con maestría y sapiencia, al igual que manejó sus caballos y el quehacer taurino en el ruedo, analizando siempre con objetividad y verdad los festejos que presenciaba, aplicando la capacidad y conocimiento que la caracterizaban. Escribió dos libros para editorial Diana, el primero en 1977 “Porqué vuelven los Toreros”, antología de crónicas como lo define la autora, y “Aprendiendo a Vivir” en 1979, más que una biografía es la historia de vida de una mujer triunfadora y figura del toreo, dos libros imperdibles que tanto los taurinos y los no taurinos deberían de leer. En los últimos años de vida desarrolló su veta creativa en la pintura llegando a exponer su obra.

El maestro Ángel Luís Bienvenida dijo de ella: “…ella ve, como pocos hombres lo que desarrolla el toro en la plaza, la actitud de los toreros, lo puro, lo auténtico; con una maestría, capaz de dar lecciones, a los grandes maestros del toreo. Mujer entendidísima, con personalidad arrolladora, inteligente, guapa, rebosante de señorío, con empaque único, que fue depositando en el mundo taurino la flor de su refinada elegancia”.

Al inicio de este texto, ella dice: “… yo sé de toros, porque los he visto matar hombres…”. Estuvo presente en una barrera de la plaza El Toreo aquél diciembre de 1940 cuando “Cobijero”, toro de Piedras Negras, hirió de muerte a Alberto Balderas, y tres días después debía alternar con él en Aguascalientes; en su crónica describe con exactitud esos duros momentos de la cornada mortal. Siete años después, el 15 de septiembre de 1947, en Villaviciosa en Portugal, una tarde donde alternaban ella y otro torero a caballo y dos más a pie, uno de ellos José González “Carnicerito”, su compañero de muchas tardes en los ruedos con ganado de Joaquín Esteban de Oliveira. El séptimo de la tarde “Sombrereiro” le infirió una cornada mortal en el muslo derecho destrozándole la femoral; Conchita le aplicó un torniquete en el ruedo y permaneció a su lado aún con el traje corto durante y después de la operación; cuando despertó el torero, ella le detenía la mano, hasta que expiró a las 8.30 de la mañana del día 16. Conchita avisó del deceso a la viuda del torero que vivía en Barcelona y corrió con todos los gastos del entierro provisional en la localidad lusitana.

La rejoneadora rompe plaza  

Célebre fue su encuentro con el General Maximino Ávila Camacho, Secretario de Comunicaciones del gobierno federal y hermano del presidente Manuel. Maximino era empresario, ganadero, dueño de vidas, mujeres y haciendas de aquél México todavía un tanto bronco, que apenas se asomaba a la modernidad; Conchita era una mujer muy bella, joven, alta, rubia, de ojos claros que llamaba la atención, y más por la actividad que desempeñaba. El general nunca se cansó de hacerle regalos. Caballos muy finos, una silla de montar, que nunca llegó a su destino porque el artesano era borracho y se gastaba el dinero en alcohol, por lo que cuando el general se enteró el pobre hombre fue a dar a la cárcel, donde acostumbraba terminar los encargos; además le otorgó prebendas, -beneficios o ventajas-, para que pudiera circular por las carreteras de México cualquier día de la semana, y que a su vehículo no le faltara la gasolina que en ese tiempo estaba racionada; también la nombró policía secreta del estado con su clásica charola (credencial). Tenía derecho de picaporte en las oficinas de la Secretaría, con solo mencionar la palabra “rejoneador” las puertas del despacho se abrían de par en par, cuando por algún motivo se presentaba en dicho lugar, citada o no. Nunca sola, siempre acompañada por su inseparable maestro Ruy de Cámara y la esposa de este. Una vez en el despacho, la orden del general a los subordinados era: “cierren las puertas, no estoy para nadie, estoy en Consejo de Ministros y empezaban a charlar de caballos”. Lo más seguro que Maximino con todas estas atenciones persiguiera otros fines, pero la rectitud e integridad de Conchita y su maestro nunca permitieron que se sobrepasara o insinuara alguna actitud insana; digamos que supieron aprovechar la oportunidad que se les presentó. Así lo cuenta ella en su libro.

Conchita toreando a caballo en la Real Maestranza de Sevilla

Una anécdota que habla de su responsabilidad y un tanto de sus “locuras”, como dijo su peón de brega y relatada por ella para un periódico, refiere más o menos lo siguiente:

Una ocasión viajando vía aérea desde Mérida a Villahermosa para actuar en un festejo en ese lugar, se enteró que no podían llegar desde México D.F. el resto de la torería ni sus caballos, por motivos de lluvias torrenciales que hacían imposible el paso hacia Tabasco; sus únicos acompañantes eran su maestro Ruy y su peón de confianza Fernando López, y al ver que no llegarían los demás actuantes, le comentó a Fernando que sería bueno que  ellos dos lidiaran a pie los cuatro toros, dos cada uno, haciendo uno de peón del otro, esto con el fin de que no se suspendiera el festejo, a lo que Fernando le comentó molesto: ¡son locuras! Ruy de Cámara apoyó a su alumna. Estando en la plaza viendo el ganado en los corrales; los toros no eran tales, sino ganado de media casta por decir algo; en presencia del hermano del gobernador del estado y el empresario de la corrida Conchita les dijo: -no se preocupen Fernando y yo, matamos dos toros cada uno, por lo que tanto el empresario y el hermano del ejecutivo estallaron de alegría; por la premura del tiempo para la celebración de la misma, el hermano del gobernador exclamó -haremos el festejo nocturno, el empresario contestó -señor, pero no tenemos alumbrado, ¡pongan focos! y los colocarían sobre el anillo; muy bien dice el empresario, pero no hay energía suficiente, si encendemos los focos el pueblo se queda sin alumbrado, -no me importa, por mis pistolas dejamos al pueblo sin luz y al que se oponga lo fusilo. El festejo se dio salvando una y mil vicisitudes, al batallar constantemente con un ganado que no se dejaba torear y rehuía dar pelea, y que cada vez que remataba en tablas queriendo huir se iniciaba un momento de apagón que hacía más difícil el intentar torear; apenas y lograron acabar con la vida de tres de los astados, ya que el último fue totalmente imposible dar cuenta de él, todo ante el enfado de Fernando López, un tanto cabizbajos regresaron al hotel; pasaje que recuerda la torera con nostalgia y sonrisas.

Belmonte y Conchita 

La culta rejoneadora, acuñó por decirlo de algún modo el término: Arquitectear y así lo refiere en uno de sus textos Arquitectura y Toros escrito en Lisboa en 1973; enseguida transcribo un fragmento publicado en el libro “¿Porque vuelven los toreros?”, partiendo de la premisa de que la arquitectura es el resumen de todas las artes: “Torear es arquitectear. El toreo puede ser romántico como el de Sánchez Mejías, sólidamente edificado sobre el valor; o gótico como el de Manolete tan esbelto y espiritual… un torero de luz ensombrecida por una mirada de penumbra; una luz semejante a las catedrales iluminadas por vidrieras. Y hay un toreo griego como el de Gaona, un toreo que banderilleando se desprende en vuelos inconcebibles, dignas de la Victoria de Samotracia. Y existe un toreo barroco, el triunfo de la línea curva y la exuberancia del adorno en la interpretación de Belmonte. Y nadie niega el toreo moderno, simple y funcional, que nos presenta “El Cordobés”. Todo esto es el toreo. Pero es mucho más aún: es Arquitectear, con la muerte, una forma de vivir…”.

Gran escritora, en un fragmento de una crónica suya, correspondiente a una corrida celebrada en Guadalajara, México, y publicada en la revista El Redondel en febrero de 1989, describe con sensibilidad y acento poético los sucesos en el ruedo y “celebra al mismo tiempo lo orgullosa que se siente el haber formado parte algún día de quienes saben pisar el ruedo ante un encierro encastado”: “…Era ganado fuerte, duro para los caballos, de buena estampa, astifino, entretenido. Y ese encierro obtuvo el milagro, en Guadalajara, de un respetuoso silencio en los tendidos… En el ruedo estaba Alejandro Silveti, deseando “romper” con calor primaveral. Se topó con Jorge Gutiérrez, verano del acontecimiento, quién trae lo suyo y cosechó los frutos del momento. Enseguida estaba Manolo Martínez –el ganadero- el de los momentos augustos del sereno otoño capaz de apagar, con su drama, a las más desbordantes primaveras… capaz de hincarse, como jamás lo ha hecho, en un lance afarolado que iluminó, aún más, la tarde esplendorosa, en que caían sombreros al paso –cada paso- de los toreros…”  ¿Acaso se puede escribir mejor de toros, y describir en unas cuantas líneas lo ocurrido en una tarde de toros? Conchita Cintrón sabía de toros. 

Conchita pie a tierra en la plaza de Oropesa-Toledo

Contrajo matrimonio con el portugués Francisco de Castelo Blanco, sobrino de su maestro Ruy de Cámara con quién tuvo seis hijos, vivió en Lisboa, donde se dedicó un tiempo a la crianza de caballos; regresó a México, vivió en Guadalajara, donde perdió uno de sus hijos en un accidente, y de nuevo volvió a Lisboa donde falleció el 17 de febrero de 2009. 

Decía que ella fue precursora del toreo a caballo y a pie, que se abrió paso en un mundo dominado por los hombres, por lo mismo también fue precursora del feminismo en una época que resulta difícil imaginar el término, una época que muchas actividades estaban vedadas para la mujer, resultaría ocioso enumerarlas. Baste decir que fue una mujer adelantada a su época, que abrió nuevos horizontes en las actividades que antes eran vedadas al sexo femenino.  

Para culminar esta semblanza conmemorativa a los 100 años de su natalicio, un poema de su autoría que publica al término en uno de sus libros:

Quisiera irme como la tarde,

entre aromas de jazmín y madreselva,

con el luto en los horizontes, y el pájaro cansado.

En el crepúsculo de mis horas, quisiera irme.

Quedo, muy quedo, en busca de la aurora.

Quedo, muy quedo, como se va la tarde.


                                                     Alejandro A. Arredondo M.

                                       Monterrey N.L. 13 de octubre de 2022 

1 comentario:

Luis Miguel López R. dijo...

Mi más sincera enhorabuena al autor de este magnífico texto, D. Alejandro A. Arreondo. La figura de esta extraordinaria mujer, rejoneadora y torera o torera y rejoneadora. Puesto que no llegamos a acertar el orden correcto. Dña. Conchita Cintrón, supera ampliamente el ámbito taurino.
Se abrió paso en el difícil mundo de la tauromaquia acotada exclusivamente para hombres, ganándose el respeto y la admiración. Delante del toro, que en el ruedo no entiende de sexos y fuera de la plaza, como mujer íntegra, culta y de una personalidad arrolladora.
Debería ser un icono del feminismo actual, pero por desgracia, las intoxicaciones de las corrientes ideológicas y la incultura actual de “las feministas de despacho ministerial”, hacen que incluso desde el feminismo, se desconozca la figura de esta extraordinaria MUJER.
Reitero mi agradecimiento al autor Alejandro A. Arreondo y a D. Antonio Aguilera por abrir su Plaza de la Lagunilla a la figura de Conchita Cintrón. Seguro que Manolete ha esbozado una sonrisa.