Por Rafael Sánchez González
Rafael Molina Lagartijo |
Desde que muy joven me inicié como
aficionado a la Fiesta de los toros, sentí gran interés por conocer la enorme
riqueza que encierra la historia de la Tauromaquia, y uno de sus personajes que
más me cautivaron fue Rafael Molina
Sánchez Lagartijo, de quién el pasado día 27 se cumplieron ciento
ochenta años de su nacimiento.
Introducirnos en el aluvión de datos
que aporta su densa biografía, ni es mi intención ahora ni sabría en este
momento por cuál de ellos declinarme, puesto que solo trato dedicar unas líneas
en recuerdo de tan inmenso torero.
Lagartijo El Grande |
Había en toda su figura tales
atractivos, existía tal relación entre la suerte ejecutada, los medios de
ejecución y la manera de practicarla, que no quedaba al espectador otro recurso
que entregarse ante aquel artista incomparable y batir palmas a la serenidad,
valor, aplomo y elegancia, a la maestría en una palabra, de tan incomparable
coloso del toreo. El fondo y la forma se daban la mano para hacer de Lagartijo la personificación del
torero más perfecto que hasta su retirada se había conocido y uno de los más
completos que han existido. Hablar de la historia del Toreo y no citarle en
primer término sería imperdonable, porque su señera figura alcanzó relieve de
grandeza. La traza y la silueta de su cuerpo, hasta la elegancia de sus
movimientos y la armonía de sus acciones en el ruedo, envolvían de plasticidad
la lidia. Solo por verle hacer el paseíllo valía la pena pagar la entrada,
llegó a decir de él Guerrita.
Como también se decía, que componía una obra de arte cada vez que desplegaba
su capote. Belleza helénica encarnada y viviente en su toreo. Tras los
esbozos artísticos del patilludo diestro madrileño Cayetano Sanz, Lagartijo
pasa por ser el torero de mayor arte que hasta entonces, e incluso muchos años
después, han conocido los públicos. Lagartijo
el Grande le llamaban en su tierra.
Piconera con burro. Foto: Blog Notas Cordobesas de Paco Muñoz |
Porque, Rafael Molina no solo fue grande como torero. En lo personal fue un
hombre honrado y bueno; serio, pero ocurrente; altivo con los grandes y
colaborador con los humildes. Que les preguntasen a los piconeros cordobeses de
los que fue su ángel protector. Aquellos humildes hombres de un gremio muy
extendido entonces en la ciudad siempre encontraron amparo en él, desde
pagarles los borriquillos con los que portaban sus pesadas cargas, hasta
bautizarles los hijos con la sola condición de que se les impusiera el nombre
del Arcángel San Rafael. Asimismo, durante los últimos años de su vida mantuvo
la costumbre de repartir todos los martes un plato de comida a los pobres que
se acercaban a su domicilio. Y esa misma condición de generosa entrega personal
la tuvo igualmente hacia sus compañeros. Quien desde su alejamiento de la
profesión apenas salió de Córdoba, no dudó en viajar a Madrid para dar su
último adiós al único espada que fue capaz de rivalizar firmemente con él
durante veintitrés temporadas, Salvador
Sánchez Frascuelo, ante cuyo cadáver se postró arrodillado, y sin
poder evitar que unas lágrimas rodaran por su rostro exclamó: pobre Salvaór…
tanto luchá pa esto.
Salvador Sánchez Frascuelo |
Sobre tan extraordinario personaje
¿cómo podría yo resumir siquiera en el breve espacio de un artículo las hazañas
de aquel torero excepcional, que comenzó a torear a los once años de edad y se
alejó de los ruedos cumplidos ya los cincuenta y dos? Por cierto, enfrentándose
en solitario a seis ejemplares de Veragua
en la plaza de Villa y Corte. Si acaso, indicar que a lo largo de las
veintiocho temporadas que ininterrumpidamente estuvo en activo, es decir, desde
el 29 de septiembre de 1865 que recibió la alternativa en Úbeda (Jaén), al
primer día de junio de 1893 que por última vez vistió el traje de luces,
totalizó 1.632 corridas en las que estoqueó 4.867 toros, cifras de las que 404
y 894, respectivamente, corresponden a Madrid.
Aun cuando he dicho que no intentaría
relatar ningún acontecimiento de su vida torera, permítaseme referir un breve
suceso, al menos curioso, encontrado entre la documentación que sobre el primer
califa tengo recogida.
Festejos en honor del príncipe Federico Guillermo |
Funciones de teatro, revistas
militares, recepciones y banquetes y hasta una corrida de toros se celebraron
en Madrid, en noviembre de 1883, para festejar la visita del príncipe imperial Federico Guillermo, que sería último
emperador de Alemania (1888-1918) y rey de Prusia. A tal fin, el domingo 25 de
noviembre se organizó una función extraordinaria, que solo vino a engrosar las
ganancias de la empresa, indemnizada además de manera oficial con diez mil
pesetas, puesto que el ganado lidiado no añadió gloria alguna a la divisa de Veragua y, por lo tanto, aportaron muy
poco al lucimiento de Lagartijo,
Francisco Arjona Currito y Fernando Gómez Gallo, diestros cabeceros
de aquella temporada en el coso matritense, festejo en el que Miguel Almendro, a la sazón
banderillero a las órdenes de Fernando,
mató en último lugar un sobrero de Eduardo
Schelly, tan manso como los ejemplares del señor duque. Baste decir, que,
según un revistero de la época, hubo momentos en que los espectadores que
ocupaban las localidades altas se entretuvieron tratando de coger al vuelo,
como si de moscas se trataran, los jilgueros que sobre sus cabezas
revoloteaban.
Sonaron himnos nacionales y hubo
brindis para el egregio forastero, que, junto a los reyes de España, Alfonso XII y María Cristina de Absburgo-Lorena,
presenciaron el festejo desde el palco real, al que fueron invitados los
cuatro espadas junto con un representante de sus respectivas cuadrillas, para
saludar a Federico Guillermo, que,
muy agradecido expresó su admiración hacia ellos, recibiendo de Lagartijo el estoque con el que
había dado muerte a sus dos oponentes, obsequio que recogió manifestando que
figuraría entre las espadas de Napoleón
III y otros distinguidos militares
en una vitrina de palacio, indicándole al conde de Solm que le facilitara los nombres de los cuatro matadores para
poderles corresponder con un regalo personalizado.
Lagartijo en la plaza de Madrid |
Al despedirse con unas palabras de
elogio estrechó la mano a los ocho lidiadores presentes, y entendiendo Currito que les ofrecía su casa,
respondió resuelto: en San Bernardo tiene usté la suya, donde quiera que
pregunte le darán rasón. La cosa no deja de tener su gracia, pero es que,
cuando ya regresaban en jardinera camino de la fonda, según se cuenta, Lagartijo le preguntó a su
hermano: ¿tu crees que el hijo del Curro
ha entendío al príncipe ese? Juan
Molina, que en perspicacia superaba a Rafael, le contestó sorprendido: pero Rafaé,
¿tu va a jasé caso de un endividuo que está más volao que la veleta una torre?
Rafael Molina Sánchez Lagartijo. Un torero que no invadió normas ni borró jurisdicciones, sino que se atuvo a ellas y dentro de ellas fue un consumado maestro y la melodía torera más inspirada y bella vestida de luces. Fue el torero que, sin darse cuenta, promovió el renacimiento de la literatura taurina. Su nombre, escrito con letras de oro, engalana la historia del Toreo y es orgullo y gloria para la tierra que le vio nacer, hace ahora ciento ochenta años.
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