Por Rafael Sánchez González
Plaza de toros de Gijón |
Ana González, alcaldesa de Gijón, ha decidido de manera unilateral no prorrogar la contratación del arrendamiento de la plaza de toros de El Bibio, de propiedad municipal, y de esta forma poner punto final a la celebración de espectáculos taurinos en aquella ciudad. Según indicó, la decisión estaba tomada desde hacía tiempo, pero la gota que ha colmado el vaso ha sido el hecho de que dos de los toros lidiados en la última corrida de la pasada feria llevaban los nombres de Feminista y Nigeriano. Añadiendo, además, que una ciudad que cree en la integridad y la igualdad de hombres y mujeres no puede permitir este tipo de cosas, y que se han utilizado los toros para desplegar una ideología contraria a los derechos humanos. Asimismo, afirma que ella no prohíbe nada, “pero la plaza de toros será para conciertos”. A tal fin, cómo no, cuenta con el respaldo de Izquierda Unida y Podemos.
Con ser relevante, no es este precisamente el motivo fundamental que me induce a escribir estas líneas, aunque como aficionado a la Fiesta Nacional no deje de preocuparme. Voces vinculadas directamente con el entramado taurino ya han manifestado su repulsa ante tan arbitraria decisión por parte de la regidora del municipio gijonés, pero argumentar que con los nombres de los citados toros se insulta al mundo del feminismo y a las personas inmigrantes, me parece un pretexto bastante baladí para tomar tan tajante como injusta determinación.
Conviene recordar, no obstante, que según la jurisprudencia ninguna autoridad municipal o autonómica puede dejar de proteger una manifestación cultural legal mientras no se modifique la legislación en vigor. La Ley 18/2013 para la regulación de la Tauromaquia, configura a ésta como un patrimonio cultural “digno de protección en todo el territorio nacional”, estableciendo que todas las Administraciones Públicas tienen un “deber de protección y conservación, así como promover su enriquecimiento”. Y la Ley 10/2015, para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial establece que los poderes públicos deben ejercer en sus respectivos ámbitos de competencia, una acción de defensa sobre los bienes que integran el patrimonio cultural inmaterial, entre los cuales se encuentra la Tauromaquia. Dicho esto, vayamos al tema que motiva este artículo.
Cartel de la corrida de inauguración de la plaza de Gijón |
Al cumplirse el ochenta aniversario del fallecimiento de Rafael Guerra Bejarano, Guerrita (21/2/1941), bueno será recordar que la plaza de toros de El Bibio de Gijón, centro de la polémica suscitada por la susodicha alcaldesa, fue la primera de las cinco que a lo largo de su trayectoria profesional inauguró el diestro de Córdoba. Las cuatro restantes fueron: Zamora (22/6/1889), con Ángel Pastor y ganado de Juan Sánchez, de Carreros. Valladolid (20/9/1890), alternando con Rafael Molina, Lagartijo y Manuel García, Espartero, ante toros de Saltillo. Y las dos últimas en 1894, actuando como único espada en Mataró (27/7), frente a reses de Cámara; y Jerez (2/8), lidiando un encierro de Villamarta, mano a mano con Francisco Bonal, Bonarillo.
Aunque los primeros antecedentes taurinos de Gijón se remontan a 1660, año en el que la Corporación Municipal acordó que con motivo de la festividad del Santo de la Villa se celebrase un festejo de toros, que tuvo por escenario la plaza que después tomaría el nombre de la Soledad, bien puede decirse que fue a partir de la construcción del coso de El Bibio cuando los espectáculos taurinos adquirieron relevancia para los gijoneses. Quede constancia también del circo taurómaco de madera que en 1862 se improvisó en el Parque de Begoña, en cuyo ruedo actuaron los célebres espadas Antonio Sánchez, Tato y Ángel López, Regatero.
Paseo de Begoña, donde se instaló una plaza de toros. |
En 1887 un grupo de ciudadanos de la localidad, con Florencio Rodríguez a la cabeza, constituyeron una sociedad cuya finalidad era dotar a Gijón de una plaza de toros con carácter permanente en consonancia con las del resto de España, en terrenos del parque conocido por El Bibio junto a la carretera de Villaviciosa. Con proyecto del arquitecto Ignacio Velasco se encargó la construcción de la obra a los señores Goyanes y Casanova, levantándose un edificio de estilo neomudéjar con capacidad para diez mil espectadores, que en 1888 estrenaron los diestros Luis Mazzantini y Rafael Guerra, Guerrita con ocasión de las Fiestas de la Virgen de Begoña. Sucedía esto cuando Guerrita cumplía su primera temporada completa como matador de alternativa y ya era el espada que acaparaba la máxima atención entre los aficionados de finales del siglo XIX, hasta llegar a convertirse en uno de los toreros más importantes en toda la historia de la Tauromaquia.
Un siglo, por cierto, de ingrato recuerdo, que para colmo de males culminó con la pérdida de las colonias de ultramar, que sellaría el final de lo que había sido el poderoso imperio español. Al comenzar la regencia de la reina María Cristina tras la muerte de Alfonso XII, Práxedes Mateo Sagasta y Antonio Cánovas del Castillo estaban al frente de los partidos liberal y conservador, respectivamente, quienes establecieron un turno de alternancia al frente del gobierno. Algo sumamente difícil en aquellos años, que, junto a los primeros del siguiente siglo significaron una grave crisis económica para el país. Hasta mediados de 1890 gobernó Sagasta, siguiéndole Cánovas hasta fines de 1892, y así venían sucediéndose cuando en agosto del 97 fue asesinado este último. Al margen de todos estos acontecimientos políticos, como queriéndose olvidar de la preocupante situación que se vivía, los españoles seguían entregados a los espectáculos taurinos. Su afición preferida.
Plaza de toros de El Bibio en el año 1888 |
Volviendo a la plaza de toros de Gijón, es fácil comprender que su inauguración constituyese un gran acontecimiento para la ciudad, que rebasando incluso el ámbito taurino se convirtió en un fenómeno social para los gijoneses. A tal fin, se confeccionaron lujosos programas editados en seda amarilla y rosa, en cuya cabecera aparecían orlados los retratos de los dos espadas actuantes y se detallaban los precios de las localidades (cuatro pesetas el tendido de sombra y tres el de sol), así como las pertinentes observaciones y los componentes de las cuadrillas. Con Guerrita figuraban los picadores Francisco Fuentes y Antonio Bejarano, Pegote, y como banderilleros su hermano Antonio, Miguel Almendro, Ricardo Verdute, Primito y Rafael Rodríguez, Mojino, anunciándose en funciones de puntillero Joaquín del Río, Alones.
Conviene aclarar que la primera intención de la empresa formada por los señores Goyanes, Canosa y Compañía fue contar con Lagartijo y Frascuelo, pero por coincidencia con la feria de San Sebastián no fue posible su contratación. Se pensó entonces en José Sánchez Cara-ancha y Guerrita junto con Fernando Gómez, Gallo como tercer espada, siendo al final Mazzantini quien acompañase al torero de Córdoba, al ser elegido por mayoritaria petición de personas influyentes de la ciudad.
Servicio de tranvías a la plaza de toros de Gijón |
Desde primeras horas de la mañana se produjo un desconocido aluvión de forasteros. Los trenes del norte dejaban gran cantidad de aficionados de la capital y otros pueblos de la provincia, y por el ferrocarril económico de Langreo, por los vapores y diligencias de localidades cercanas y demás medios de locomoción llegaron multitud de gente para presenciar el acontecimiento, haciendo intransitable la calle Corrida desde horas antes de la anunciada para su comienzo. Sobraría decir que la plaza, que se llenó a rebosar, presentaba un maravilloso aspecto y la aristocracia gijonesa ocupó mayoritariamente las localidades de palcos, en cuyos antepechos destacaban distinguidas y elegantes damas de la sociedad. También la literatura dramática estaba bien representada por los aplaudidos autores Vital Aza y Miguel Ramos Carrión, y en lo referente a la prensa local cabe citar al director del periódico tradicionalista El Cabecilla, señor Grande y a J. Flores, redactor de El Correo, a los que hay que añadir varios enviados especiales de la prensa taurina.
Con respecto al resultado del festejo bien puede decirse que no respondió a la expectación creada, y no precisamente por culpa de los toreros, que pusieron todo su empeño en lograr el triunfo y la complacencia del público, pero los toros de José Orozco no estuvieron a la altura que correspondía al reconocido prestigio de la sevillana divisa encarnada, blanca y caña. Un encierro al que le faltó poder y sobró mansedumbre, por lo que varios ejemplares fueron protestados desde los tendidos, hasta colmar la paciencia de gran número de espectadores en el sexto, arrojándose al ruedo almohadillas, botellas, bastones y cuantos objetos tenían a mano, por negarse el presidente, señor Rodríguez Sarmiento, a ordenar que el manso fuese fogueado. Vaya en descargo del ganadero que los animales llegaron en muy malas condiciones después de cincuenta y seis días de viaje y solo descansaron veinticuatro horas en los corrales de la plaza. Por orden de salida llevaban los nombres de Morito, Boyero, Brujito, Lechugo, Boñigo y Bollullero.
Rafael Guerra Bejarano «Guerrita». Foto Montilla. |
Mazzantini, que vestía de verde botella y oro, fue aplaudido en dos de sus oponentes, mostrándose algo precavido a la hora de entrar a matar, suerte en la que basaba la mayoría de sus triunfos. Referente a Guerrita, que lucía un terno azul y oro, tampoco pudo sellar con éxito el final de sus intervenciones, viéndosele toda la tarde muy activo como lidiador frente a un ganado que requería muchos conocimientos para solventar las dificultades que sacaron de principio a fin. Las mayores ovaciones se oyeron durante el tercio de banderillas del quinto, rivalizando los dos espadas tanto al clavar, como en sus adornos jugueteos con el toro, sobre todo cuando Guerrita le arrancó la divisa al salir de un vistoso y arriesgado quiebro. Su segundo fue muy castigado en varas, por lo que llegó medio muerto a la muleta. Y poco pudo hacer con el bicho que cerraba el festejo, un manso de carreta, que en manos de otro espada sin los conocimientos técnicos del diestro de Córdoba hubiera hecho casi imposible acabar con su vida.
Luis Mazzantini y Eguía |
Como colofón a estas líneas, apuntaré que en aquella temporada de 1888 Rafael Guerra sumó 71 corridas de toros en plazas españolas, a las que hay que agregar 9 de las 12 que toreó en La Habana, siendo el primer espada cordobés que actuó en cosos de Hispanoamérica. Lagartijo desestimó la oferta en dos ocasiones alegando que eso me cae mu lejos del barrio. Barrio del viejo matadero de Córdoba en el que por aquellas fechas se hizo muy popular esta coplilla: Ni me peino ni me lavo / ni me asomo a la ventana / hasta que no vea venir / a Guerrita de La Habana. Y volvió con un importante resultado artístico y económico y una cornada en el cuello que le infirió Boticario, marcado con el hierro de Saltillo, percance que con el paso del tiempo resultaría ser el origen del cáncer facial causante de su muerte, aunque no falten historiadores apuntando que el epitelioma de cuello que generaría el fatal desenlace fue la herida que en dicha zona sufrió en Murcia por un astado de Solís, de nombre Bragadito, el 7 de septiembre de 1893. Fallecimiento en definitiva del que, como ha quedado anotado anteriormente, se ha cumplido este año el ochenta aniversario.
1 comentario:
Excelente lo que nos transmites, amigo Antonio.
En mi humilde y nada docta opinión, si se hubiese querido celebrar el festejo, podría haberse rechazado esos dos toros por falta de trapío, o exceso de peso (entiendase nombre, en lugar de peso)
Mis respetos a todas las opiniones.
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