viernes, 3 de septiembre de 2021

MANOLETE

Por José Alameda

Suerte suprema. Óleo sobre lienzo de Diego Ramos

Si la preguerra la domina Ortega, la posguerra la enseñorea Manolete. Hay ocasiones en que las cifras cobran un especial valor, como es el caso de Manolete, quien por la relevancia de su figura induce a pensar, a los no iniciados en este punto, que toreó muchas corridas. En realidad, no fue así, pues nunca llegó a las cien por año. Como tampoco Domingo Ortega. En cambio, Joselito (que fue el primero en alcanzar la marca de las cien) sumó 102  en 1915; 104, en 1916; 103, en 1917, y otras tantas en 1918, aparte de haber aparecido también a la cabeza del escalafón (aunque sin llegar todavía a las cien) en 1913 y 1914. Belmonte sólo una vez, aunque con cifra récord hasta entonces, de 109 corridas en 1919. El que más veces ha figurado en toda la historia del toreo a la cabeza del escalafón ha sido Domingo Ortega, en siete temporadas. Manolete solamente en dos. Y sin embargo… 

Sin embargo, Manolete mandó en su época como no mandaron en la suya ni siquiera Guerrita, ni siquiera Joselito. Quizá por qué no ejercieron todo el mando que hubieran podido; en cambio, el de Manolete, dirigido por Cámara, fue muy ostensible.

Manolete formó un clan. Un clan que dominaba todas las ferias, que contaba con las mejores ganaderías y en el que, sobre todo, era muy difícil entrar.

Para formar un clan así se necesita imponerse a los demás toreros frente al toro. Es indiscutible. Ahora bien, ¿eso da al hecho título de legitimidad? Ahí está la piedra de discusión.

Por lo pronto, de ahí nace la primera reacción contra Manolete por un grupo de toreros y de periodistas, que se extremaría y se extendería (y esto es lo moralmente triste) después de muerto el gran torero.

«Dos son los puntos en que se basó la oposición 
a Manolete: el toro chico y el "afeitado"» 

El toro chico y el «afeitado».

Dos son los puntos —digamos, de orden administrativo— en que se basó la oposición a Manolete: el toro chico y el «afeitado».

Lo primero, que no fue una consecuencia de Manolete, sino de la guerra civil, que diezmó la ganadería española, se trató de prolongar, sin duda ventajosamente, pero no podía eternizarse. Aparte de que tampoco era un fenómeno total, pues en ocasiones salían toros de presencia y armadura muy dignos de tomarse en serio. Pero, sobre todo, hay un argumento serio también: el toro de aquel momento —fuese como fuese—, salía para todos, no sólo para Manuel Rodríguez. Pero éste se arrimaba más que todos, excepción hecha de Carlos Arruza y Domingo Ortega, que no cedían ante ningún rival.

El «afeitado» es otro asunto. No nació, sin duda, en la época de Manolete, pero es incuestionable que durante ella se sistematizó. Tengo por verosímil que esta práctica hubo de ser en su principio cosa de los ganaderos, para «igualar» algún «encierro» de cornamentas dispares. Pero de ahí se pasó al fraude tan cacareado y evidentemente cierto de aquel momento, y de otros posteriores, sin excluir, por desgracia, al actual.

Abordemos un problema interesante. Una de dos: el «afeitado» sirve o no sirve; es o no eficaz, evita el riesgo o no lo evita. Veamos, según cada hipótesis, la consecuencia.

Si evita el riesgo, no sólo es un fraude inmediato contra el público, sino algo de mayor trascendencia, una verdadera negación del fundamento del arte de torear.

El verdadero valor, la verdadera importancia del riesgo en el toreo, no estriba tanto en la entereza de ánimo que se necesita para afrontarlo cuanto en la exigencia de exactitud, de precisión que establece para el artista.

Un paso adelante y puede morir el hombre, un paso atrás y puede morir el arte.

«Manolete mandó en su época como no mandaron
en la suya ni siquiera Guerrita, ni siquiera Joselito»

El toreo se hace sobre una línea invisible, pero implacable.

Destruir esa línea, escamotearla, es, por lo tanto, negar la esencia misma del toreo. Quitado el riesgo, cualquiera puede entregarse a los intentos más aventurados, sin que ello tenga que ver con la hazaña del verdadero artista.

Queda la otra hipótesis: que el «afeitado» no sirva, en realidad, para una verdadera protección del torero.

A un matador de toros importante, cosido a cornadas, cuyo nombre omito por razones obvias, le pregunté un día:

—De los toros que te han herido, ¿cuáles crees que estuvieran «afeitados»?

—Todos  —Me respondió sin titubear.

—¿Entonces?

—El toro no hiere únicamente por lo agudo de sus puntas, sino principalmente por su fuerza. Pero pese a todo, el saber que está «arreglado» es un alivio psicológico, al que los toreros no podemos sustraernos. Pienso que el toro en esas condiciones puede ser menos certero, tener menos oportunidades, aunque no estoy muy seguro de ello.

Desde luego, sé que un toro «afeitado» me puede matar, pero lo toreo más tranquilo. Con razón o sin ella, así es la cosa.

El público, víctima del fraude, es el que menos se preocupa de él. Pero las autoridades están en su papel al prevenirlo y sancionarlo. Todo lo que va contra la naturaleza de las cosas debe combatirse.

Los enemigos de Manolete le reprochan a éste, principalmente, su
colocación "enfilada" con el toro. Plaza de Salamanca. Foto Hermer.
El toreo de perfil

En el orden técnico, los enemigos de Manolete le reprochan a éste, principalmente, su colocación «enfilada» con el toro.

Manolete fue un torero sumamente definido, casi exclusivamente de línea «natural». De ahí que, cuando remataba una serie en redondo, solía hacerlo con un molinete, suerte banal, en realidad una evasiva para evitar el pase de pecho, y que cuando por excepción daba éste, le resultase tan esquemático, tan rígido. Podía ejecutar, por supuesto, el toreo cambiado o contrario, pero no lo sentía, no le daba expresión.

Por lo que hace al toreo de perfil, me parece útil someter al juicio del lector las siguientes proposiciones:

1.  Al que torea de perfil, el toro le pasa por todo el frente.

2.  Al que torea de frente, el toro le pasa solamente por el flanco.

El argumento cimero de los antimanoletistas contra el toreo de perfil, lo expresa Gregorio Corrochano en su libro ¿Qué es torear?: 

Para torear hay que enfrentarse al toro.

Enfrentarse no es ir de costado.

Si al toro lo adormecieran con morfina, el torero avanzaría

y pasaría al lado del toro, en línea paralela, sin tropezar con él. 

Peregrina argumentación. Si lo malo es que toro y torero no puedan tropezar, de ahí parece seguirse que lo bueno ha de ser lo contrario es decir, que toro y torero tropiecen. Mas ¿en qué cabeza cabe que el toreo pueda basarse en el tropezón del toro con el torero?

El tropezón físico es la cogida.

Y el tropezón geométrico, o colisión de líneas, obliga a una de dos: o echar al toro por delante, desalojándolo con el engaño, o a irse el torero hacia atrás, «destoreando».

«Sentía y realizaba el toreo de línea natural, donde es fundamental que el
toro venga por su terreno, o se le haga venir por su terreno, sin expulsarlo»
Sevilla, 18 de abril de 1945. Foto Finezas.

Curiosamente, Corrochano agrega en el mismo libro: 

El paralelismo del toro y el torero —el perfil—, sólo debe darse

en el centro de la suertes, cuando el torero que tomó al toro de

frente, va girando y, en el momento que el toro le pasa,

 los dos estarán de perfil y en líneas paralelas, para que pueda cargarse

la suerte y el toreo adquiera más desarrollo,  más mando, más eficacia. 

Otra vez, una de dos: o el paralelismo es truco,  o no es truco. Pero no se ve por qué haya de ser truco en el cite, que es anterior a la suerte, preparación para ella, y no sea truco en la suerte misma, en su cogollo, en su centro.

Manolete indudablemente, no se situaba de perfil por «ventaja» —insinuación de cobardía, quiérase o no, por parte de los impugnadores de su arte—. Se situaba así por dos razones que me parecen claras.

Primera, que sentía y realizaba el toreo de «línea natural», en el que es fundamental que toro venga por su terreno, o se le haga venir por su terreno, sin expulsarlo. 

Segunda, que esa colocación era un medio para poder llegar más cerca, para aproximarse a un tipo de toros quedados, que requieren un cite sumamente en corto. Y así eran, en su mayoría, los que salían al ruedo en su época, en su momento.

Bueno es zanjar el paso a una posible objeción: la de que Manolete también se situaba así para citar de largo. Naturalmente, porque su toreo tenía unidad de sistema. No se ve por qué habría de utilizar un modo para torear de largo y otro para torear en corto. Lo técnico en un sistema es que, sin salirse de él, sirva para resolver todas las posibilidades.

La prueba de que estaba en lo justo es que su colocación primitiva le servía para torear desde cualquier distancia, incluso la mínima, sin que para ello tuviera que corregir ni su postura ni su línea de colocación con el toro. A un palmo, o a diez metros, su sistema era igualmente valedero.

«El toreo de perfil de Manolete era un riguroso
sistema, no una pícara estratagema». Foto Mari

En cualquier disciplina, un principio se revela como justo cuando, al aplicarlo, sirve para resolver todos los aspectos de un problema, no unos sí y otros no.

Por donde quiera que se le vea, el toreo de perfil de Manolete era un riguroso sistema, no una pícara estratagema.

Tengo a Manuel Rodríguez Sánchez por uno de los toreros más inteligentes con quienes he hablado en mi vida. No siempre los grandes actores conocen, y menos explican con justa visión, el sentido, los límites, el alcance de su arte.

De la clarividencia de Manolete me había yo dado cuenta al verlo torear y antes de hablar con él.

«Manolete no prejuzgaba, le preguntaba al toro»
México, 2 de febrero de 1947.

Recuerdo que, acostumbrada mi sensibilidad de aficionado a los ayudados por alto de Belmonte, en que «barría los lomos», me dejó frío el primer ayudado alto que le vi a Manolete, un pase «de telón», sin acompañar al toro, elemental y esquemático. Pero pronto caí en la cuenta de que aquello tenía una intención funcional. Belmonte, por darle belleza al pase, sujetaba el toro, lo retenía, lo determinaba; Manolete lo que hacía era dejarlo, para que el toro revelara su condición. De este modo, con el solo muletazo inicial de la faena, tenía ya los datos esenciales sobre el toro. En efecto, como se colocaba perfilado y fuera de distancia, para ir ganando los pasos laterales rumbo al toro, era éste el que le decía cuál era su distancia de arrancada. Después, dejándolo suelto en el pase alto, el propio toro le revelaba también en qué proporción se revolvía.

Manolete no prejuzgaba: le preguntaba al toro.

«Manolete fue un torero sin fantasía, pero con una lógica
irrefutable». Alicante, 29 de junio de 1947. Foto Finezas.

Todo eso, y lo demás, era tan lógico como la colocación perfilada. Manolete fue un torero sin fantasía, pero con una lógica irrefutable. Y al servicio de ella, un valor y una fuerza de carácter que llevaron un sistema, y hasta una línea completa del arte —el toreo «natural»— a una cúspide de eficacia hasta entonces no sospechada: esa línea del toreo cuyo desarrollo hemos visto a través de la historia, del silencio de Pedro Romero al silencio de Manolete. 

Manolete en el cuadro de Daniel Vázquez Díaz
Suplemento literario 

A Manuel Rodríguez «Manolete»


Estás tan fijo, ya, tan alejado,

que la mano del Greco no podría

dar más profundidad, más lejanía

a tu sombra de mártir expoliado.

 

Te veo ante tu Dios, el toro al lado,

en un ruedo sin límites, sin día,

a ti que eras una epifanía

y hoy eres un estoque abandonado.

 

Bajo el hueso amarillo de la frente,

tus ojos ya sin ojos, sin deseo,

radiográfico, mítico, ascendente.

 

Fiel a ti mismo, de perfil te veo,

como ya te verás eternamente,

esqueleto inmutable del toreo. 

                             JOSÉ ALAMEDA 


«José Alameda», seudónimo de Luis Carlos Fernández López-Valdemoro (1912-1990), fue un escritor, periodista taurino y poeta madrileño, que residió y murió en México, donde desarrolló su magistral obra como escritor y crítico taurino.

El texto anterior es el capítulo dedicado a Manolete de su excepcional libro «El Hilo del Toreo», obra agotada de la colección «La Tauromaquia» (Editorial Espasa Calpe, Madrid 1989), que por su importante valor histórico rescatamos, con intención de facilitar su lectura a los aficionados que no han tenido la posibilidad de adquirirlo para acceder al magisterio de sus páginas.    

VER ENTRADA RELACIONADA: «EL QUEHACER DE REGULAR EL ARTE» de Germán Lebatard

1 comentario:

Andrés Osado dijo...

Muchas gracias, amigo Antonio.
Un abrazo