Por Antonio Luis Aguilera
Finito torea a la verónica. Foto Lances de Futuro. |
Terminada la
feria de mayo cordobesa esbozamos una breve reflexión de lo más destacable que
observamos en la plaza. Empezamos felicitando a la empresa que lidera José María Garzón, por la perfecta
organización de los espectáculos y las medidas de seguridad tomadas, así como por la presentación de las ganaderías jugadas. Cosa distinta es el juego de las
reses, que en eso nada tiene que ver el empresario.
Preocupados
tendrán que estar los ganaderos de las divisas jugadas por el pobre bagaje de sus toros. Núñez del Cuvillo, que vio como su encierro de cuatro ejemplares hubo de
ser remendado con uno de Parladé, presentó algunos toros embastecidos por hondos y badanudos, algo que
nada tiene que ver con el tipo y preciosas hechuras de los que jugaba hace escasos años. También le habrá de doler la cabeza a Juan Pedro Domecq Morenés, que embarcó una corrida pasada de kilos, floja y falta de raza. Aún así, hilando fino, hubo toros que con
distinta propuesta y mayor compromiso de sus lidiadores habrían
ofrecido otro juego. Así lo vimos en un Cuvillo que correspondió a Pablo Aguado
y en el quinto Juampedro de Finito.
Desesperante puesta en escena de Roca Rey, el triunfador de la feria con una oreja, que estableció más tiempos muertos que un partido de baloncesto, escenificando una coreografía exageradamente lenta, que imprimió un ritmo de despaciosidad desproporcionada a la corrida que duró más de tres horas. Roca es el de siempre, ve toro en cualquier parte y le puede, pero en Córdoba quiso acentuar una majestuosidad impostada a sus andares por el ruedo -incluso paseando la oreja en una interminable vuelta-, y no conectó con los tendidos, a los que llevó el sopor, solo aplaudían al rematar las series, mientras callaban como en un velatorio en la ejecución de las series. No hervía la olla.
De lo mejor de la
feria, las verónicas de Juan Serrano al tercero de la corrida de Juan
Pedro, que tras tomar el capote en tan magnífico saludo se desfondó y pedía por compasión la
presencia del puntillero. Pablo Aguado decepcionó, pues, salvo un
hermoso saludo por verónicas y algún detalle suelto, estuvo sin sitio y falto de compromiso
con su lote. Morante no tuvo toros y obsequió con lo poco que le ofrecieron dejando una bella serie de verónicas y algunas pinceladas de vieja torería gallista, en la tarde que los aficionados no olvidaron la efeméride de Talavera de la Reina.
En cuanto a los
novilleros, dos orejas cortaron al manejable encierro de Fuente Ymbro. Una fue para el Rafi,
próximo a la alternativa, que mostró ganas y formas, conquistando el trofeo Calerito al novillero
triunfador de la feria, y otra para Tomás Rufo, que evidenció un buen
manejo del percal pero erró en la elección de terrenos al plantear los trasteos. Javier Moreno Lagartijo no pasó de voluntarioso, como Diego Ventura que iba por delante en la primera corrida y a pesar del doble trofeo conseguido no tuvo una de sus
mejores tardes.
Pobre bagaje artístico de una feria que había levantado una gran expectación y contó con una buena respuesta del público, que agotó el papel autorizado en ambas corridas. Garzón ha vuelto a demostrar con maestría que se podían dar toros en plazas de primera. Y lo ha hecho con una organización perfecta. Ya lo habría querido la afición de Sevilla hace un mes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario