Por Paco March
Ni Bergamín ni Caballero Bonald vieron a Juan Ortega. Pero de haberlo hecho pocas dudas tengo que en él encontrarían también las notas de esa música callada y los secretos de la locura del toreo.
Amaneció el domingo aún con los ecos
del absurdo jolgorio en las calles por el fin del toque de queda y la tristeza
por el adiós de Caballero
Bonald, uno de los últimos representantes vivos de
la Generación del 50, también Generación de los Hijos de la Guerra. Y, como
sucedió con la Generación del 27 o “de la República”, como le gustaba más
llamarla a José Bergamín, repleta
de nombres ilustres de la cultura española y que tienen en los toros y el
flamenco tanto fuente de inspiración como gusto personal. En el caso de Caballero Bonald, sin duda el flamenco,
al que dedicó estudios que lo explican y engrandecen, prima más que el toreo
pero, aún reconociéndose poco asiduo a las plazas siempre lo tuvo muy presente
y alzó la voz frente a quienes lo atacan.
La debilidad taurina de Caballero Bonald fue Rafael de Paula, de jerezano a
jerezano. Una debilidad compartida por José
Bergamín. Y si a Rafael de Paula
le dedicó Bergamín su “Música
callada del toreo”, Caballero Bonald finalizaba así un artículo en El
País sobre una corrida de la Feria de San Isidro de 1981, en la que sólo
mencionaba al torero gitano: “El toro con el que mejor se habría entendido
Paula no le correspondió. Era el
último, un ensabanado con bravura al que le hizo un quite prodigioso. Y luego ese
mandato arrogante, la sabiduría majestuosa del cuerpo aproximándose al toro
para irse acostumbrando a él o para que el toro sepa que juega con uno de los,
hombres mejor dotados, sensitiva y racialmente, para el ejercicio de esa
situación límite en que también consiste la secreta locura del toreo”.
Música callada, secreta locura…
Se abrió de capa Juan Ortega en Leganés y ambas, la música callada y la secreta locura
del toreo, se hicieron presentes. Siete verónicas y una media (en realidad
fueron dos) que pedían poetas para cantarlas. Siete verónicas y una media que
estremecían los cimientos de la plaza (milagro, hasta las plazas que parecen
pabellones pueden estremecerse) y que saltaban de la televisión al alma.
Siete verónicas y una media en las que el capote era caricia, el toreo compás y
el torero ¡ay el torero! El torero, Juan
Ortega o sea, ya había dejado en su
primero un trincherazo primoroso, como también lo fueron, en el otro de su
turno, las series en redondo, las trincherillas, los cambios de mano, las
entradas y salidas de las suertes.
Ni Bergamín ni -me temo- Caballero
Bonald vieron a un torero que se
llama Juan Ortega. Pero de haberlo hecho pocas dudas tengo que en él
encontrarían también las notas de esa música callada y los secretos de la locura
del toreo.
Y uno, al ver esas siete verónicas y
una media, pensó en ellos. Y alcé mi copa en un brindis callado y loco por el
toreo, un torero y dos poetas.
Paco March. El Tendido de los Sastres. Publicado en Cultoro el 9/5/2021.
2 comentarios:
Querido maestro y amigo. Tu sensibilidad se demuestra, no sólo, en "el saber hacer" sino y este es el caso, en "el saber escoger y mostrar" noticias o hechos que sin tu hacerlo, hubieran pasado desapercibidas.
Mucho se ha hablado de nuestro poeta Caballero Bonald, tras su muerte, pero pocas referencias a su afición taurina (que por otro lado muchos no desearían ni saber de ella).
Conozco su obra, pero no tenía noticias de esa afición. Ahora si.
Gracias.
Gracias, Andrés, por tu sensibilidad y por tu amistad.
Hay que sentirse orgulloso de ser uno mismo y defender nuestra cultura, el flamenco, los toros, los signos de identidad de un pueblo que se emociona con la sensillez sublime de unos lances inolvidables -como los de Juan Ortega-, con una copa de vino, y con el calor de la amistad sincera.
El toreo ha sido y sigue siendo la gran pasión de mi vida, de la que me siento orgulloso. Ya está bien de ataques miserables y cobardes de quienes hablan de derechos pero quieren robarnos la libertad y la identidad como pueblo.
Un fuerte abrazo
Antonio
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