sábado, 21 de noviembre de 2020

BERNABÉ ÁLVAREZ “CATALINO”, UN PICADOR “MUY ESPECIAL” (I)

Por Rafael Sánchez González

Juan Belmonte hace un quite a Catalino en Lima (Perú)

Cuando escribí sobre la relación de la dinastía taurina de los Gallo con varios toreros cordobeses, dejé para una nueva ocasión a los varilargueros Zurito y Catalino. Recordado ya el primero, quiero ocuparme ahora del segundo de esta pareja de verdaderos maestros con la vara de detener.

En mi ya dilatada vida de aficionado a la fiesta de los toros he tenido la oportunidad, en realidad ha sido siempre una constante en mí, de dialogar con numerosos profesionales del toreo en sus distintas categorías, y personas relacionadas con él, por lo que he podido recoger infinidad de datos y vivencias que han venido a enriquecer mi archivo taurino. Puedo asegurar que una de las entrevistas más amenas e interesantes fue la mantenida con Bernabé Álvarez Jiménez Catalino, si bien debo apresurarme a decir que mi participación en ella solo fue en calidad de escribano, por cuanto quienes la concertaron fueron mi padre y Pepe Guerra, mis auténticos maestros en materia taurómaca. Todo vino porque en 1953 Don Alonso Moreno estaba interesado en recabar información sobre este picador, para un libro que tenía intención de escribir y que al final creo que no vio la luz. No podía imaginar entonces que transcurridos más de veinte años compartiría tertulia con el ganadero palmeño en el Mesón del Príncipe, situado en la madrileña calle del mismo nombre, reunión de la que también formaban parte mi desaparecido amigo y gran aficionado Manolo León, y los conocidos picadores toledanos Rubio de Quismondo y los dos hermanos Mozo.

Casa Castillo, hoy Taberna Santi, lugar del encuentro

La cita con Catalino fue en Córdoba, en la antigua Casa Castillo, hoy Taberna Santi, en la plaza del Realejo, cercana a la calle Muñices, en la que a la sazón vivía y fallecería el 22 de diciembre de 1958, es decir cinco años después. No olvidaré su llegada al punto de encuentro. Valiéndose de una muleta y un bastón, apenas si podía andar con estabilidad y mover aquel corpachón de anchos hombros y elevada estatura, malformada ya por los numerosos golpes recibidos en los ruedos, más que por el paso de los años. A lo largo de casi tres horas nos fue desgranando su densa ejecutoria, citando a todos los espadas de alternativa con los que trabajó, al tiempo que iba añadiendo datos o detalles curiosos relacionados con cada uno de ellos, datos que fui recogiendo apresuradamente, dándose la circunstancia de que agoté todas las cuartillas que llevaba, por lo que Enrique Fresno, que en calidad de mozo regentaba entonces aquella popular taberna, me tuvo que facilitar varias hojas del bloc que guardaba en uno de los cajones de la vieja estantería, momento que aprovechó Bernabé para decirle, señalando a varios clientes que con atención seguían nuestra conversación: “Enrique, ten cuidao, no nos vayas a dar esas en las que tienes apuntao las trampas de esta gente”. Quiero y debo hacer constar, que se trata de todo un personaje dentro y fuera de las plazas de toros, y aunque la vida particular no deba ser nunca información fundamental para una biografía profesional, aportaré algunos detalles, que, unidos a los que por otras fuentes tengo recogidos en relación con él, servirán para un mejor conocimiento de la personalidad del protagonista al que quiero recordar, en la seguridad de que no será poca la información que por razones de espacio se quedarán sin exponer.


Para empezar habrá que decir que ni Bernabé pertenece al frondoso árbol genealógico de la torería cordobesa, ni entre sus jóvenes ilusiones anidaba la idea de actuar en los ruedos, aunque eso sí, fue bautizado en la muy torera Parroquia de Santa Marina, dado que nació en la calle Valencia de nuestra capital el día 15 de febrero de 1885. Fueron sus padres Adela Jiménez Fernández y Catalino -de ahí su apodo- Álvarez Gómez, manchego de nacimiento y primo del famoso doctor Don Luis Jiménez Guinea. Aquel hombre se ganaba el sustento “haciendo portes” con un pequeño carro  tirado por una mula, teniendo como clientes a muchos profesionales del toreo, a los que transportaba el equipaje a la estación de ferrocarriles para sus continuos viajes. De complexión fuerte, con quince años de edad se colocó Bernabé de faenero en el almacén de aceitunas y cereales de José Delgado, donde sin demostrar exagerado esfuerzo se cargaba sacos de 80  y  100 kilos. Y aquí empieza su relato. “Allí ganaba poco y duré menos todavía”. Seguidamente pasó a trabajar en la calderería del Depósito de Máquinas de Renfe, y después a la de Antonio Caro, situada en un corralón junto a la Torre de la Malmuerta, donde tenía como jefe a un tal Mayuel, “un tío de origen francés al que llamaban El Filipino, porque decía que había estado en la guerra de aquél país, luchando como infante de marina en las tropas españolas al mando del cordobés Don Rafael Cabezas, capitán de fragata, que fue el que se lo trajo después a Córdoba. Lo curioso era que en el mono de trabajo llevaba enganchada la medalla que como mérito decía él que le habían concedido”.

Dada su enorme fortaleza todos los compañeros le decían que tenía que ser picador. Y sucedió que regresando con unos amigos del Bar La Parra, junto al paso a nivel de Las Margaritas, al llegar al Café Chastang se encontraron con el Sr. Mayuel, que estaba acompañado de quien resultó ser el contratista de caballos de la novillada, anunciada para el día siguiente en Los Tejares (luego comprobaría que todo estaba tramado en ese empeño por hacerle picador). Una vez  presentados dijo Mayuel que ese era el muchacho del que le había indicado que quería picar en ella, y al saber este hombre que carecía de experiencia en dicho menester, le preguntó: “¿Tú que te crees, que los caballos son de cartón?”; “Ni de cartón ni de ná, que quiero ser picaor”, contestó Bernabé. El resultado fue que acordaron su actuación, por lo que sin más relación con las cabalgaduras que la mula del carro de su padre, y el manejo alguna que otra vez del coche de caballos que su tío Antonio tenía en la parada, con ropa prestada y sin informar de la aventura a su familia, valiéndose de la ayuda del monosabio que pasó a recogerlo con el caballo para llevarle a la plaza de toros, se vistió en casa de la novia que entonces tenía (de su faceta mujeriega también hablaremos). Se trataba de una novillada con motivo de la festividad de la Virgen de la Fuensanta (8/9) en la que el granadino Serafín Ibáñez Corcelito y los cordobeses Rafael Rodríguez Chaqueta y Rafael Sanz se enfrentaban a ganado de D. Juan Galdón. Recordaba Bernabé que al salir de la plaza era ya casi de noche; que como reserva actuó en los seis novillos, sin que ninguno llegara a derribarle; que el cuarto fue condenado a banderillas de fuego; el quinto se lo brindaron a Guerrita; y el sexto, que era el de menos peso salió bravo, pero todos con empuje y desarrollados pitones. Con cierto gracejo nos comentó que, antes de hacer el paseíllo, Carrana (Antonio Bejarano), que ejercía de torilero, al saber que era novato le dijo: “Muchacho, ¡¡te van a dar poco esta tarde…!!”. En realidad no debió dársele muy mal la cosa por cuanto el mencionado empresario de caballos, el sevillano Antonio Arenas, le ofreció la repetición para dos días después en la plaza de Andújar (Jaén), novillada en la que Rafael Molina Lagartijo Chico y Antonio Fuentes se las vieron con reses de Conradi. “Por ambas actuaciones me pagaron veinticinco pesetas, y en vista de que aquello era más rentable que seguir como calderero, y además no tendría que estar todo el día con el mazo de acero, la cizalla  y las tajaderas, ni cargarme pesadas chapas, le dije al Filipino que hasta luego y me tomé en serio lo de picador”.

Antigua plaza de Los Tejares de Córdoba

Una vez decidido a ello, pensó que convenía adiestrarse lo mejor posible como jinete, por lo que en compañía de su amigo el Gordoncho (Rafael González Gómez), que también sería picador de toros, se fueron a una huerta en los pagos de la Fuensanta, donde un amigo de Rafael tenía un potro a medio domar. Profesionalmente Catalino no llegó a manejar con total destreza  la brida, pero tenía poderosas piernas con las que atenazaba al caballo; es más, escogía los de mayor alzada sin importarle la doma que tuvieran, ya se encargaba él de que le obedecieran. Durante mi estancia en Madrid, muchas mañanas de invierno solía acercarme hasta el patio de caballos de Las Ventas para ver a Luis Vallejo Pimpi, responsable de la cuadra de caballos de dicha plaza. Sentados al solecito en un banco de madera, no me cansaba de escuchar sus interesantes y amenas vivencias. Como componente que fue de la cuadrilla de Manolete, a veces se le saltaron las lágrimas hablándome del inolvidable diestro. Respecto a Catalino me comentó que el día que confirmó la alternativa el califa (12/10/1939), que por cierto le cortó las dos orejas a un toro de Antonio Pérez, cuando su tío Basilio Barajas, que fue rejoneador y a la sazón era el responsable de la cuadra de caballos, vio por la mañana a Bernabé, exclamó: “todavía está vivo el bestiajo este”.

A partir de aquellas dos intervenciones primeras, Catalino continuó actuando como reserva en cuantas ocasiones se le presentaban, haciéndolo también a las órdenes de distintos novilleros en el coso cordobés, y así le veo con Corchaíto II, Manolete y Machaquito. En 1909 decide trasladarse a Madrid y con la ayuda de Manuel del Pino Monerri, picador cordobés casado con la popular lotera madrileña conocida por Doña Manolita, consigue debutar en la desaparecida plaza anterior a la de Las Ventas un domingo de frío polar (1912), enrolado en las filas del valenciano Antonio Mata Copao, que igualmente hacía su presentación, formando parte del cartel que completaban Isidoro Martí Flores, Pacomio Peribáñez y reses de Moreno Santa María. Trabajó después para otros espadas como Alfonso Cela Celita, Moreno de Alcalá y el mexicano Vicente Segura, hasta que por fin Rafael González Machaquito le dio puesto fijo en su cuadrilla en 1912, cubriendo con él las dos últimas temporadas en activo de dicho espada. A partir de aquí su trayectoria profesional cobró importancia y sus servicios fueron solicitados por los más importantes diestros del primer tercio del siglo XX, peticiones que él atendía según su conveniencia, porque, y me refiero a un aspecto muy señalado por quienes le conocieron, Bernabé se preocupó mucho del tema económico, y cambiaba de jefe según los emolumentos que le ofrecían. Un detalle al respecto. Era costumbre que los contratistas de caballos ofreciesen una gratificación a los picadores, con el fin de que, en lo posible, defendieran en el ruedo sus cabalgaduras, y según le contó el citado Fausto Barajas a su también mencionado  sobrino, cierta mañana de festejo, como quiera que aquella oferta económica no llegaba, Catalino repetía en voz alta por el patio de caballos: “con estos jacos no llegamos ni a la mitad de la corría”.

Los contratistas de caballos gratificaban a los 
picadores que defendían a las cabalgaduras

Quiero resaltar que en la entrevista que mantuvimos con él, según citaba los espadas a los que había acompañado, nos añadía su opinión sobre cada uno de ellos, a la vez que recordaba numerosos datos acerca de sus intervenciones, algunas de cuyas citas voy a referir (las fechas las aporto yo), por considerarlas interesantes o curiosas, y desde luego no fue tarea fácil darle forma a los apuntes que en su esencia tomé, mientras conversaba con mi padre y con Pepe Guerra. Así, de Machaquito resaltaba las cualidades de gran estoqueador y su enorme pundonor. “Toreamos cuatro corridas en Pamplona y en la primera, mano a mano con el Gallo, quedó muy mal con la espada, oyendo dos avisos con un bicho pregonao de Vicente Martínez, y por lo que el maestro nos contó, se tiró toda la noche sin poder dormir”. A continuación, tras permanecer unos segundos en silencio nos dijo Bernabé: “de allí me vine para Córdoba, porque se agravó la enfermedad de mi mujer y la pobre se murió el día 19, por lo que no pude ir a Pozoblanco, incorporándome a la cuadrilla en la feria de Valencia, donde también actuamos cuatro tardes”. Aquel año, Machaquito comenzó muy tarde la temporada, pero realizó doce paseíllos en la plaza madrileña cuyo ruedo no pisaba desde el 6 de octubre de 1911, cuando Pandero, un astado de Gamero Cívico, le causó la gravísima lesión vertebral que le mantuvo largo tiempo inactivo. A varias de ellas se refirió Bernabé. La primera, aquella en la que “nos echaron como sobrero un toro enano y se armó una gran escandalera, con la gente en el ruedo y mi jefe llamado al palco presidencial. Menos mal que enseguida cogió los palos Vicente Pastor y la cosa se pudo calmar”. Seguidamente, nos habló del día en que poco antes de hacer el paseíllo en Madrid, se le acercó Cocherito de Bilbao, y refiriéndose a la baja estatura de Fermín Muñoz Corchaíto,me preguntó con mucha guasa: ¿oiga usted, su paisano que es corcho o tapón?; contestándole yo, ¿y usted que es cochero o lacayo…? Ahora en el ruedo vamos a ver lo que es un torero con cojones”. Se trataba de la corrida celebrada bajo una pertinaz lluvia el 25 de mayo, en la que con siete toros de Martínez y uno de Pérez de la Concha actuaba con ellos Vicente Pastor. Se refirió también a la corrida de Beneficencia (29/5) a la que asistió la Infanta Isabel, “fue para ver a su torero, que era Vicentito Pastor”. Y cómo no, se detuvo al recordar cuando Machaquito se despidió del toreo, concediéndole la alternativa a Juan Belmonte, accidentado festejo celebrado el 13 de octubre, en el que saltaron a la arena once toros de los que cinco fueron devueltos, “por poco se acaban las banderillas de fuego con tanto manso como salió.  Rafael tuvo que matar el último, casi de noche ya, porque Belmonte había pasado a la enfermería. Bueno, lo que hizo fue rematarlo, porque a ese toro le di yo lo que se merecía”. Referente a las intervenciones en provincias de aquel año (1913), además de detenerse en las que picó en Córdoba, recordaba muy bien la llamada corrida Monstruo de Santander (26/6), en la que, dividida en tres partes, se lidiaron en total dieciocho toros, “yo no he visto en mi vida tantos caballos de picar juntos… Más de sesenta creo yo. Por la mañana había caballos hasta en el mataero, que estaba al lado de la plaza”.

Estocada de Machaquito en Málaga. Foto web Anís Machaquito

Retirado Machaquito, en 1914 ingresó en la cuadrilla de Paco Madrid, otro extraordinario estoqueador de toros, gran ejecutor del volapié. De su año con él nos habló Catalino de la tarde (1/9) que en La Malagueta se doctoró Matías Lara Larita, primera corrida de feria en la que se corrieron reses de Nandín y ejerció de testigo Juan Belmonte. Esta misma terna se repitió el día siguiente para enfrentarse a ganado de Conradi. Sucedió que “un toro enganchó a Belmonte cuando entró a matar, y aunque no llegó a herirle le propinó una paliza terrible, menos mal que Larita le hizo el quite a cuerpo limpio llevándose al bicho. Estando ya ambos en el callejón, con el traje hecho una piltrafa, le dijo Belmonte: gracias Matías, no se como pagártelo. A lo que contestó, no te preocupes Juan, ya me lo cobraré poco a poco. El tiempo le dio la razón, porque se sabe que fueron varias las ocasiones en que Belmonte ayudó económicamente a Larita”. Pobre y olvidado, Larita fue a morir en un asilo de Guadalajara. Aunque Bernabé, por modestia seguramente, no se extendió en elogios sobre su carrera taurómaca, sí nos dijo a continuación, “una de mis mejores tardes fue en la corrida concurso de ganaderías que se celebró en Madrid, picando a un toro de Andrés Sánchez. Fui muy aplaudido por el público y  felicitado por el ganaero”. Se refería al festejo celebrado el 29 de septiembre, en el que con seis ganaderías salmantinas participaron Tomás Alarcón Mazzantinito, Francisco Martín Vázquez, Agustín García Malla y Paco Madrid. Tras una breve pausa, esbozando una leve sonrisa dijo: “os voy a contar lo que ese año nos pasó a mi compañero Farfán y a mí en Burdeos. La habitación que teníamos estaba separada de otra por un tabique que no llegaba hasta el techo, y el pedazo que quedaba libre estaba tapado por una arpillera pintada de blanco. En esa otra habitación oíamos a una pareja que deberían estar a sus cosas, ya sabéis, por lo que decidimos arrimar el armario y subirnos para poder espetar a través de la  tela de saco, pero no se como se apañaría Farfán para que aquella se desclavara del techo, y a punto estuvo de ir a parar al otro lado. Tuvimos que bajarnos del armario a prisa y corriendo, pero como todo aquel entramado cayó en aquel lado, la pareja se puso a gritar en francés, mientras nosotros nos hacíamos los dormidos. Total, que en poco rato se formó un jaleo tremendo en toda la fonda. El conserje nos miraba a los dos, que nos hacíamos los longuis, encogiéndonos de hombros como si no comprendiéramos nada de lo que allí había pasado. Por cierto, aquel día nos salió un Miura que dio 485 a la canal… Parecía un elefante con cuernos, al que le arreamos siete u ocho buenos puyazos porque no había forma de bajarle los jumos. Como sería, que nos felicitaron los tres espadas y escuchamos una ovación enorme”.

Catalino picó en las cuadrillas de Gallito y de Belmonte

Siguiendo con su relato, dijo; “aquel año toreamos 49 corridas. La última fue en Jaén y la anterior  en Madrid (11/10). Por cierto, que estando por la mañana en la prueba de caballos se me acercó D. Juan Rodríguez, apoderado de Belmonte, y me preguntó si yo estaría dispuesto a ir con Juan el año siguiente.  En principio le contesté que le agradecía el ofrecimiento y que ya le llamaría. En noviembre pasé por el domicilio del apoderado para firmar el contrato y de paso aproveché para encargarme ropa en Ripollés, que estaba en la calle del León”. Al término de aquella temporada Belmonte trasladó su residencia a Madrid, y fue cuando al pasar por la peluquería de Almeida, en calle Sevilla, entró y solicitó que le cortasen la coleta, sorprendiendo a todos con esta acción, inusual hasta entonces y menos encontrándose el torero todavía en activo. Días después ingresaba en el servicio militar. “Mi estreno con Belmonte fue en Málaga, primer mano a mano que toreó con Joselito (28/2) y toros de Murube (como novilleros ya habían coincidido el 22 de agosto de 1912 en Cádiz). Qué gran feria cuajó Juan en Sevilla, sobre todo frente a los Miura (21/4 con el Gallo y Joselito), saliendo a hombros por la Puerta del Príncipe y siendo llevado así hasta su casa. Después  otro faenón a un toro de Murube al que le cortó una oreja en la Corrida de Beneficencia madrileña (25/4, con los citados hermanos y Vicente Pastor). Aquella de 1915 fue una gran temporada, en la que de no ser por algunos percances podríamos haber llegado a las 110 actuaciones que tenía contratadas. Y la siguiente (1916) iba por el mismo camino hasta que llegó la cornada de La Línea (16/7), donde un bicho de Salas le hirió de gravedad en un muslo al hacer un quite”. Resulta elocuente el dato de que de las 44 corridas que solo llegó a torear 32 fueron con Joselito.Cuando hablé por teléfono con el maestro para saber como se encontraba, me dijo que ya no torearía más ese año y que podía contar con su apoyo para que yo continuase con otros matadores en lo que restaba de temporada. En realidad apenas si estuve parao, porque en San Sebastián me dijo Cantimplas (Manuel Saco, banderillero en las filas de Rafael el Gallo) que sabía que a Joselito no le importaría llevar un picador más en la cuadrilla, donde ya estaban Carriles y Farnesio. Total, que en la feria de Bilbao ya iba yo con José”. Por cierto, un Joselito que hasta entonces no llevaba un año de muchos triunfos, salvo una tarde en la feria sevillana (27/4), en la que paseó un apéndice de un toro de Santa Coloma, y otra en Madrid (15/5) que cortó sendas oreja a dos astados de Gamero Cívico, aunque, como cabía esperar, acabó brillantemente con 105 festejos en su haber, de los 117 que había contratado. Que fueron 103 en 1917, año en que a Joselito le veían sus más allegados algo deprimido, por culpa de ese amor imposible con la hija de un famoso ganadero, al que tanto parecía preocuparle el tema de las clases sociales. De cuantas referencias hizo Bernabé sobre esta temporada, solo citaré las cinco orejas que obtuvo de los toros de doña Carmen de Federico, que por primera vez lidiaba a su nombre la ganadería de Muruve, corrida de la Prensa sevillana en la que actuó como único espada. “Yo no recuerdo un triunfo tan grande, ni un público tan entregado con un torero como el que vi aquel día; si en un toro estaba bien, en el otro todavía estaba mejor Yo puedo presumir de que he ido con los dos mejores toreros de aquella época”. No obstante, cabe añadir que en 1917, al celebrarse también espectáculos en la recién estrenada plaza Monumental,  Joselito solo toreó en La Maestranza dicho festejo (24/6), y el que con astados de Saltillo, a beneficio de la Cruz Roja, se celebró el 27 de abril, cuando por primera vez en la capital hispalense se devolvió un toro por manso. Al terminar aquella temporada de nuevo solicitó Belmonte los servicios de Catalino, para que, junto con los diestros Diego Mazquiarán Fortuna y Rufino San Vicente Chiquito de Begoña, los banderilleros Luis Suárez Magritas, Manuel García Maera, Emilio Moreno Morenito de Valencia y el mozo de estoques Antonio Conde, le acompañara en su viaje a Lima (Perú), donde tenía proyectado torear varias corridas de toros…, y llevar a cabo cierto asunto de índole particular. A tal fin, el 30 de noviembre embarcaban todos en el puerto de Santander. “Durante la travesía me ocurrió un suceso bastante  lamentable, pues una señorita, que tomaba el sol en la terraza del barco, entendió que yo le había molestado cuando lo que hice fue decirle un piropo bonito, total que si no llega a intermediar Juan me hubiera pasado todo el viaje encerrado en mi camarote, porque dicha señorita resultó ser la mujer del jefe de máquinas del barco. Pero repito que yo no quise ofenderla”. Dos días antes de Navidad, vestido de perla y oro el trianero hacía su debut en el coso limeño de Acho para matar reses de Asin en compañía de los dos espadas citados. En total fueron nueve corridas y una en su beneficio, más otra en Panamá y tres en la plaza de toros Circo Metropolitano de Caracas. “Y estando en Lima nos enteramos de que el maestro se había casado por poderes con una rica señorita de la alta sociedad peruana (Julia Cossio y Pomar) que se encontraba en Panamá, cuando por lo que supimos después ni en España sabían nada del asunto”.     

Puyazo en todo lo alto de Bernabé Álvarez Catalino. Foto El Ruedo

En el transcurso de la reunión que tuvimos con él, aunque se valiese de  varios recortes de prensa y apuntes suyos, que portaba en una carpeta de color azul ya descolorida por su uso y el paso del tiempo, nos sorprendió en sus declaraciones la facilidad con que recordaba los acontecimientos que nos fue desgranando y era encomiable oír los elogios que tenía para todos los diestros que acompañó a lo largo de su extensa carrera taurina. Tampoco se olvidó del toro de aquellos años, y nos hizo bastante hincapié en la diferencia del ganado al que se enfrentó antes y después de ir con Machaquito, “a partir de Joselito y Belmonte salía ya un toro con menos kilos y menos cornamenta, aunque pasaran de cuatro años y tuviesen el empuje necesario para aguantar  cinco o más puyazos, como aquel de Aleas, Palillero recuerdo que se llamaba, que en la plaza de Madrid, después de llevar en volandas a mi compañero Camero, tirándolo al callejón con caballo y todo, me derribó a mí y me echó el jaco encima, menos mal que me pilló cuando estaba ya en cuclillas para levantarme, y solo me dejó un fuerte magullamiento en el costado izquierdo”. En ese momento nos mostró una foto en la que se le veía en el patio de Las Ventas junto con una cabalgadura, “con este caballo, Marconi, piqué varias tardes en Madrid… a mí me gustaban los caballos  grandes para poderme echar sobre los toros largando palo y así poder apretar con facilidad”.

La temporada de 1918 estuvo marcada por una terrible epidemia que dieron en llamar “gripe española”, que llegó a Europa a primeros de año, con los soldados americanos que lucharon en la Primera Guerra Mundial, causando más de 200.000 muertes en nuestro país, gobernado entonces por el liberal Manuel García Prieto. Epidemia que en el ámbito taurino obligó a la suspensión de numerosos festejos. Dicha temporada Belmonte no toreó en España, por lo que Catalino aceptó la oferta que le hiciera José Flores Camará, a quién, tras su apoteósico debut en Madrid como novillero el año anterior (2/9), se le presentaba una campaña importante, como así fue, pues totalizó 56 corridas de toros, entre las que cabría destacar las tres de la feria de Córdoba, más una (24/10) como único espada; cuatro en la de Bilbao y  seis en Madrid, la primera de ellas la tarde que Joselito le otorgó la alternativa (21/3) con el toro Amargoso (así se llamaba también el primer miura que Manolete mató aquella fatídica tarde de Linares), y la de Beneficencia (17/5). Un prometedor futuro que se diluyó pronto, ya que a partir de 1920 el descenso de sus intervenciones fue vertiginoso hasta quedar totalmente eclipsado del escalafón. El destino le tenía reservado otro puesto relacionado con la Fiesta, con el que sí dejaría muy marcadas sus señas de identidad. Sobre Camará nos dijo Bernabé: “Yo creo que se equivocó al tomar la alternativa sin tener todavía la suficiente preparación… Fue una víctima más del poderío de Joselito. ¡Qué gran afición y qué inmenso poderío tenía este torero!”. 

LEER LA SEGUNDA PARTE


1 comentario:

Luis Miguel López R. dijo...

Estimado Rafael, ¡qué maravilla de entrada!
¡Cuántas vivencias y cuánta sabiduría se esconden en este relato! Dejarlo por escrito en este blog es la forma de inmortalizarlo. Impagable su labor, tanto a la hora de coger esa multitud de cuartillas como escribano en su día, como ahora al compartirlo con los lectores de este blog. Mi más sincero agradecimiento.
Es una pena la cantidad de personajes que se han perdido por no dejarlo por escrito a través de libros, de entrevistas…sobre todo de picadores, subalternos, apoderados, ganaderos, mayorales, vaqueros, hombres de campo…que si bien no ocupaban los focos de la época y por su origen humilde, parecía que no merecían la escritura de un libro, eran depositarios de toda la sabiduría taurina. Por sus propios conocimientos y por su convivencia con los más grandes. La historia de la tauromaquia se debería haber escrito a través de ellos.
Respecto a la suerte de varas, si se conocieran más historias como ésta, que hoy nos cuenta Rafael Sánchez, del picador “Catalino”. O de los grandes varilagueros de esa época y anteriores como Francisco Sevilla, Badila, “Agujetas”, Camero, Farnesio… y tantos otros, ningún aficionado tendría duda del porqué los picadores se visten de oro. Oro, era su valor y su arrojo.
Muchas gracias Rafael y Antonio por vuestra labor, y cuento los minutos para la publicación de la segunda parte.
Un fuerte abrazo para ambos.