martes, 4 de agosto de 2020

RELACIÓN DE LA DINASTÍA DE LOS GALLO CON VARIOS TOREROS CORDOBESES

Por Rafael Sánchez González 
Joselito y Belmonte
Con motivo de cumplirse el primer centenario de la trágica corrida celebrada en la localidad toledana de Talavera de la Reina, en la que resultó mortalmente herido José Gómez Ortega Joselito, también conocido por Gallito, mucho se está hablando y escribiendo sobre el excepcional torero sevillano, analizándolo desde todas las vertientes que confluyen en él, su biografía, su familia -plagada de artistas del toreo y el flamenco-, la competencia con Juan Belmonte, su tauromaquia y otras facetas personales y profesionales, todas ellas interesantes por tratarse, como digo, de un auténtico mito de la Tauromaquia. Apoyado en dicha efeméride quiero recordar en cuatro episodios  la relación que existió entre la familia taurina de  los Gallo y varios toreros de Córdoba.
Rafael Molina Sánchez Lagartijo
La primera vinculación que encontramos se inició en 1865, cuando el 15 de octubre Rafael Molina Sánchez Lagartijo ratificó en Madrid la ubetense alternativa, que el mes anterior le había concedido quien  venía siendo su maestro y jefe de filas, Antonio Carmona Gordito. Sabido es que hasta entonces muy pocos espadas tenían cuadrilla fija; así, la empresa de Madrid ajustaba por toda la temporada a los picadores y banderilleros, que indistintamente habrían de actuar con los matadores contratados por separado, por lo que bien puede afirmarse que eran pocos los que excepcionalmente, por amistad o paisanaje, llegaban acompañados de algún subalterno de pie o a caballo. En el cartel de aquel festejo aparecen como picadores de  tanda Onofre Álvarez  y Manuel Sacanelles, con otros tres de reserva, “sin que en el caso de inutilizarse los cinco pueda exigirse que salgan otros”; y como banderilleros figuran Benito Garrido Villaviciosa, Juan YustJosé Gómez El Gallo, iniciador del que después sería famosísimo apodo taurino, que le adjudicaron porque al banderillear, en su carrera para ganarle la cara al toro, intercalaba unos peculiares saltitos que, en opinión del público, simulaban un gallo de pelea al clavar sus espolones. Curiosidades al margen, hay que decir que José Gómez fue un sobresaliente banderillero, y aunque más limitado en la brega por sus escasas facultades físicas -como cariñosamente decían los sevillanos: “Joseíto era muy poquita cosa”-, con una suavidad inusual en aquel toreo, que todavía exigía más arrojo que arte, sabía poner  las reses en el lugar indicado por el maestro. Aprovecho esta circunstancia para indicar que en 1887 Lagartijo presentó en la desaparecida plaza madrileña, que él inaugurara trece años atrás,  situada a la derecha de la Puerta de Alcalá (la anterior  que  auspiciara Fernando VI estaba en el lado opuesto), una de las mejores cuadrillas de toreros conocidas hasta hoy: Francisco Parente El Artillero y Manuel Calderón, como varilargueros, y a pie nada menos que Juan Molina, Manuel Martínez Manene, Rafael Rodríguez Mojino, Rafael Bejarano Torerito y Rafael Guerra Guerrita. Los dos últimos alcanzaron el grado de matadores de toros, y muy probablemente lo hubiera logrado con todo merecimiento El Mojino de no cruzarse en su camino el toro Regalón de la ganadería de Udaeta.
José Gómez García el Gallo
En el otoño de 1884 José Gómez no toreó por encontrarse enfermo, y al finalizar la temporada  Lagartijo prescindió de sus servicios, dando entrada en la cuadrilla a su sobrino político Rafael Bejarano Carrasco Torerito. Conociéndose el proceder que como persona caracterizó siempre a Rafael Molina, dicha decisión no se comprendía muy bien y fue criticada por toreros y aficionados que no olvidaban los diecinueve años de fidelidad y eficacia del sevillano, porque, si bien es verdad que el Gallo iniciaba ya el declive de su carrera, debido a una  quebrantada salud que en varias ocasiones le obligó a  tener que tomar un descanso, seguía cumpliendo con solvencia su labor gracias a un  pundonor sin límites, y a ese difícil saber estar bien colocado en el ruedo durante toda la lidia. Pocos meses pudo disfrutar de su forzada pero bien ganada jubilación (en  contadas  ocasiones  salió enrolado entre el personal subalterno de su hermano Fernando), en la madrugada del día 25 de abril, cuando Sevilla viste las mejores galas para vivir su período más florido del año, víctima de una afección cardíaca dejaba de latir el fatigado corazón de José Gómez García, primer eslabón de la muy artística dinastía de los Gallo
Rafael Guerra Bejarano
Guerrita. Foto Montilla
La siguiente conexión que quiero recordar nos acerca a Fernando Gómez García Gallo y a Rafael Guerra Bejarano Guerrita. Ya llevaba este último más de un año alternando sus intervenciones como banderillero en las filas de tres diestros que tenían por nombre Manuel, los cordobeses Fuentes Rodríguez Bocanegra y Molina Sánchez (hermano de Lagartijo) y el gaditano Díaz Jiménez Lavi, cuando Fernando, contratado por D. Rafael Menéndez de la Vega para el segundo abono de la temporada madrileña de 1882, le ofreció a Llaverito, que así se apodaba hasta entonces Rafael,  el puesto que en su cuadrilla dejaba vacante  Diego Prieto Cuatro-dedos, próximo a tomar la alternativa (28/9). Aceptó de inmediato el joven torero de Córdoba, y el domingo 24 de septiembre de dicho año  se presentaba ante la exigente afición de la Villa Corte, cartel en el que junto al Gallo eran espadas José Machío y José Sánchez Cara-ancha, quienes se enfrentaron a  seis bueyes de Anastasio Martín, a los que el popular Buñolero fue dando salida por los toriles, de los que Guerrita y Almendro banderillearon a dúo  brillantemente a los llamados Picudo y Carabuco. El 8 de octubre volvió Rafael al coso madrileño, ratificando la buena impresión causada el día de su debut,  al punto de que en la crónica del festejo se decía en la revista Pan y Toros: “Volvemos a decirlo. Este muchacho, Guerrita se llama, dará guerra”. ¡Y solo le habían visto dos tardes! A medida que sumaba actuaciones la fama de Guerrita crecía como la espuma, y en poco espacio de tiempo se convirtió en un valor añadido para la contratación de El Gallo. Bastaría decir que en no pocos carteles su nombre aparecía con letras de un rango igual o  superior al de los matadores de toros, y hubo veces en las que se resaltaba en ellos que en la cuadrilla de Fernando Gómez Gallo figuraba el afamado Guerrita. Tan rápidos y prodigiosos eran los avances del torero cordobés en su incipiente carrera, que en ocasiones tenía que estoquear algún toro de la corrida atendiendo la mayoritaria petición, a veces con exigencia, de un  entusiasmado público.
Fernando Gómez García el Gallo
Todo se desarrollaba felizmente  entre ambos toreros, hasta que en septiembre de 1885 surgió la ruptura. ¿Cuál fue la causa? Aunque circularon diferentes versiones entre los  aficionados, lo que realmente sucedió fue que Rafael solicitó a Fernando que diera cabida en la cuadrilla al picador Rafael Caballero Matacán y al banderillero Rafael Rodríguez Mojino, amigos suyos desde la infancia, de manera especial el segundo, y si bien en un principio hubo aceptación por parte del espada, este cambió de actitud a última hora haciéndole saber a los citados subalternos que no contaba con ellos para la inmediata corrida a celebrar en Caravaca, añadiendo en su  notificación que “él ponía la gente  que mejor le parecía”. Enterado de ello Guerrita telegrafió desde Córdoba al matador diciéndole, más o menos, que como para la mencionada localidad murciana no contaba con Mojino ni Matacán, él tampoco iba.   
Efectivamente, aquí acabó esta sociedad taurina, y a partir de entonces caminaron ambos por diferentes caminos. Eso sí, dos banderilleros, Fernando Lobo Lobito y Juan Romero Saleri, cogió El Gallo para intentar suplir la eficaz y fructífera etapa que le propició Guerrita,  quien de inmediato vio como se cumplía para él  una soñada aspiración en su trayectoria profesional, ingresar en las filas de su paisano Rafael Molina Lagartijo, oportunidad que le llegó por mediación del excelente aficionado cordobés D. Juan Aguilar, a quien le unía una entrañable amistad con los dos Rafaeles toreros.   
"Los cuatro ases": Rafael el Gallo, Joselito, Machaquito
y Guerrita. (Córdoba, 15/11/1915). Foto Montilla
Sin embargo, dicha ruptura  no significaría un alejamiento entre la familia Gómez Ortega y Rafael Guerra.  En 1895 pisó El Gallo por última vez el ruedo madrileño, para dar la alternativa (última de las seis que apadrinó) a José García Algabeño. El siguiente año, al agravarse la enfermedad cardíaca que venía padeciendo, tras torear doce corridas, en el mes de junio pensó en una retirada definitiva, aún cuando su situación económica  le auguraba un futuro, que ya se presumía corto, no exento de dificultades. ¡Con las veces que repitió a lo largo de su vida eso de “el dinero es pa gastarlo”! Para ayudarle trataron de organizar en su beneficio tres corridas de toros, que tendrían por escenarios las plazas de Sevilla, Madrid y Barcelona, pero al final solo prosperó la que programó Guerrita para el 25 de octubre en la primera de las capitales citadas, lidiándose siete astados de otras tantas ganaderías, uno de ellos marcado con el hierro de Veragua, que, banderilleado magistralmente por Guerrita, fue con el que El Gallo puso punto final a su desigual pero genial a veces carrera taurómaca, encargándose de los seis bichos restante el propio Guerrita, Minuto y Antonio Fuentes. El festejo dejó un beneficio de cincuenta mil pesetas para Fernando, que una vez se vio con el talón de cobro en la mano le dijo al crítico taurino Franquezas: “Ya ve usté, querido Juan, ya soy banquero...”. Retirado en su casa de Gelves dedicado a enseñar a torear a sus hijos -Rafael ya estaba en activo-, falleció cuando comenzaba el día 2 de agoto de 1897. Pero antes de concluir este capítulo resta añadir otro detalle, muy significativo además, sobre la relación Gallo-Guerrita. Postrado en su lecho de muerte, poco antes de morir Fernando, pidió a sus hijas que cogieran papel y pluma y les dictó las siguientes líneas que él firmó luego con letra borrosa y casi ininteligible: “a mi compadre Guerra, Guerrita. En la hora de mi muerte que no deje sin pan a mis hijos. Se lo pide moribundo su compadre, Gallito”. ¡Y vaya que no se olvidó  de ellos! Además, el segundo califa del toreo sería años después un gran admirador de Joselito… Y José lo sabía. Pero esto formaría ya parte de otra historia.
Francisco González de Dios El Patatero
Portada de la revista Sol y Sombra (1904)
La  tercera relación entre  la dinastía de los Gallo  y toreros cordobeses tiene como principales protagonistas a Rafael Gómez Ortega, hijo del referido Fernando, y a Francisco González de Dios Pataterillo. Dos personajes con diferencias muy marcadas en sus respectivas formas de proceder y  entender la vida, pero capaces de crear entre ellos una amistad que alcanzó límites de familiaridad. El talante alegre, dicharachero e indolente ante la adversidad del torero sevillano nacido en Madrid, contrastaba con la seriedad y orientada dirección de cara al futuro de las que hacía gala el de Córdoba. En Rafael todo era tan admitido como incomprensible dentro y fuera de los ruedos, desde la amarga historia de amor que compartió junto a la genial Pastora Imperio, hasta sus famosas espantás enlazadas con faenas de verdadero alboroto en los tendidos. De manera contraria en Francisco todo parecía estar debidamente programado, así, su medido y seguro trabajo en la arena no exento de lucimiento, y la dedicación tomada una vez colgado el traje de alamares. Pero, insisto en ello, los dos con un marcado sentido de la amistad desinteresada.
El torerísimo barrio del Campo de la Merced de Córdoba
Respecto a Pataterillo, -entre sus paisanos siempre fue el Patatero-, horroroso alias que, según me refirió su sobrino Juan Flores González Camará, se debió a que siendo todavía un chaval trabajó en una huerta en terrenos de la Fuensantilla, cuyo dueño le pagaba en productos del campo, generalmente patatas, que  él mismo se encargaba luego de vender por  el  barrio. En la limitada extensión que aconseja este tipo de trabajos,  debo decir que nació el 6 de enero de 1873  en el torerísimo  Campo de la Merced, y era fruto del segundo matrimonio de Manuela de Dios Citrón, esta vez  con Francisco González Rodríguez, por lo que no es de extrañar que con tan arraigados apellidos taurinos estuviese  ligado al frondoso tronco de la tauromaquia cordobesa. Así, de manera directa estaba familiarizado con dos matadores de toros, José Flores González  Camará (por casamiento de una hermana suya, Dolores, con Manuel Flores González, padres del que más tarde y con los mismos apellidos sería apoderado de Manolete), y con Antonio de Dios Moreno Conejito (hijo de Antonio de Dios Citrón).  En el terreno profesional comenzó su andadura formando parte de una Cuadrilla de Niños Sevillanos, y ya era un destacado subalterno cuando creyó que podría alcanzar el grado de matador de alternativa, e incluso llegó a debutar como novillero en Madrid el 28 de octubre de 1900, con escasa fortuna por cierto. En una crónica del festejo leemos: “Pataterillo del alma, no dejes las banderillas… Ni te subas a la parra”. Seguía como excepcional peón de brega, ahora  en las filas de Machaquito, cuando en un nuevo intento con muleta y espada volvió al ruedo madrileño en 1908, pero el negativo resultado de otra grisácea actuación y un gravísimo percance, le convencieron de que sería vestido de plata como seguiría cosechando relevantes éxitos. Buena figura, poderosas facultades, fácil banderillero, de manera especial por el lado izquierdo, e incansable con el capote, le convirtieron en uno de los más sobresalientes de su escalafón. El primero que le dio sitio en su cuadrilla fue José Rodríguez Bebe Chico, que lo presentó ante la entendida afición madrileña el 30 de agosto de 1896, dejando ver desde esa misma fecha su desenvoltura y enormes cualidades ante la cara de las reses. Al siguiente año y ocupando el puesto del infortunado Mojino ingresó en las filas de Guerrita, con quien permaneció hasta la retirada de este en Zaragoza (1899), trabajando después a las órdenes de Algabeño (padre), Conejito, Bombita (Ricardo) y Machaquito, y una vez que este dejó la profesión en 1913, continuó su brillante trayectoria unido a Rafael Gómez Gallo hasta el final de la temporada 1916. El 21 de febrero del siguiente año se cortaba la coleta, dedicándose a partir de entonces a la dirección en Córdoba del Hotel y Restaurante “España y Francia”, propiedad de su esposa Tomasa Arenas, con la que convivió felizmente hasta su fallecimiento el 14 de junio de 1930. Los restos de ambos reposan unidos en el Cementerio de Nuestra Señora de la Salud. Tan radical fue el cambio que Francisco experimentó en sus habituales costumbres, desde que conoció a la que  ya era viuda del marqués de Dávalos, que su gran amigo el picador Bernabé Álvarez Catalino llegó a decir a sus contertulios en la antigua y acreditada “Taberna  Salinas” de calle Tundidores, que tan acertadamente mantiene abierta el amigo Manolo Jiménez: “El Patatero ya no es el mismo. La Tomasa lo ha tranfigurao y ahora gasta pijama y batín, que lo he visto yo”.
Rafael Gómez Ortega el Gallo
El Gallo había toreado las tres corridas de la sevillana Feria de San Miguel de 1916, pintando bastos en las dos primeras y derrochando arte y torería en la tercera  frente a Podenco, de Gamero Cívico, del que le concedieron las dos orejas por unánime petición, superando a un extraordinario Joselito y al voluntarioso Saleri II, que sustituyó en el ciclo a Belmonte. Todo hacía suponer que estas serían las últimas comparecencias de Pataterillo en el dorado albero maestrante, pero aún volvió a actuar en esta plaza el 5 de noviembre, con ocasión de la corrida celebrada a beneficio de la Asociación Sevillana de Caridad, y en la que los dos hermanos Gómez Ortega y Curro Posada se las vieron con ganado de la ducal divisa de Braganza, propiedad ya de D. Antonio Flores. Añadir como dato final, que Rafael sumó 38 corridas en 1916 y un total de 156, en las que estoqueó 313 toros, a lo largo de las tres temporadas que Francisco González formó parte de su cuadrilla, en la que predominantemente tuvo como compañeros a los picadores Salustiano Fernández Chano, Felipe Salsoso y José del Pino, junto a los banderilleros Fernando Gómez Gallito (hermano de Rafael), Manuel Álvarez Pastoret  y Enrique Ortega Cuco (primo y cuñado del espada), con Joaquín Castro en funciones  de puntillero. Por cierto, la última tarde que sus paisanos vieron actuar al Patatero en el coso de Los Tejares  fue el 27 de septiembre del año que nos ocupa, con motivo del festejo organizado por Joselito en favor de la familia del desgraciado diestro Fermín Muñoz Corchaíto. Fue  Patatero un  peón de brega incansable (que se lo preguntaran al Gallo), que lidiaba dando a las reses los capotazos justos, a la vez que excepcional banderillero, sobre todo en los pares de dentro a fuera cuando la situación lo requería.
Antigua plaza de Los Tejares de Córdoba
Ya he apuntado la gran amistad que le unió a Francisco González  con Rafael el Gallo, quien rara era la vez que a su paso en ferrocarril por Córdoba no le avisaba previamente para que se acercara a la estación a saludarle, cuando no era él quien le invitaba a quedarse hospedado en su citado establecimiento. Pero la prueba más evidente de tan estrecha amistad queda sobradamente demostrada con el siguiente suceso, que en más de una ocasión le escuché narrar a Rafael Muñoz El Niño, testigo del mismo y hombre de excepcional memoria, que contaba las cosas como si las estuviera viviendo de nuevo. El asunto fue que Rafael y su hermano José fueron contratados para los tres festejos de la Feria de Mayo cordobesa de 1914, junto con Gaona y Belmonte, que hacía su presentación. El día 26, segunda corrida, se lidiaron toros de Miura con los que el Gallo no llegó a entenderse, de manera especial ante el cuarto, Candelero, con el que se le veía impotente para poderlo matar a pesar de  asestarle pinchazos a destajo. En medio de una gran escandalera, acompañada de la lluvia de toda clase de objetos que caían sobre la arena, al Patatero, temiéndose lo peor, no se le ocurrió otra cosa que pedirle a su amigo California, popular mozo de caballos desde que dejó la vara de picar, que se hiciera con la llave del corral en el que se encontraban los cabestros, cuya salida ordenó minutos después el presidente. El encargado de los toriles era el veterano Juan Rodríguez Bejarano, antiguo picador conocido por Juan de los Gallos (por su afición a ellos), que tan pronto vio que faltaban las llaves se fue derecho a quién intuía era el  responsable, gritándole desde el callejón: “Patatero, por tu madre, ¿dónde has echao las llaves...? ¡Qué me vas a buscá una ruina!”. Entendiendo el presidente que se trataba de una desobediencia, le comunicó con uno de los alguacilillos que estaba multado y procedería a detenerle si no salían los bueyes. Ya habían sido sancionados económicamente dos subalternos, por ahondar la espada o pincharle al animal en los ijares con un estoque escondido entre el capote, y cuando por fin salieron los mansos Candelero ya había muerto acribillado por el Gallo y su gente, por lo que el objetivo de Francisco González se había conseguido. 
Manuel de la Haba Zurito
Así concluía la narración del suceso la revista The Kon Leche (1/6/1914): “El Patatero es preso por la autoridad, y el hombre, que por lo visto siente horror por la cárcel de su pueblo, huye como alma que lleva el diablo, internándose en los corrales seguido por la fuerza pública. El banderillero cordobés escala unas tapias y huye por los tejados saltando a la calle. Son las diez de la noche y todavía corre por el Campo de la Merced un hombre acosado por los guardias. Es el Patatero”. Sin lugar a dudas, no cabe mayor testimonio de  lealtad del  peón para con su jefe de filas.  Además, en su admiración hacía el maestro solía decir: “Rafael es un torero honrao con él mismo. Que hay que correr, ni disimula ni lo niega. Pero cuando dise a toreá, ya os podéis olvidá de los toreros con más arte que habéis podío ver”.      
Como miembro también de la cuadrilla del Divino Calvo habría que citar a uno de los varilargueros más valorados en la historia del toreo. Me refiero a Manuel de Haba Bejarano Zurito, de cuyo fallecimiento acaba de cumplirse el 84 aniversario y del que me ocuparé próximamente, al igual que de Bernabé Álvarez Jiménez Catalino, asimismo lidiador a caballo en  las filas de Joselito, por entender que en base a sus respectivas ejecutorias profesionales son merecedores de capítulos separados, además de por no hacer más extenso este trabajo.  
En el cuarto y último episodio me refiero a dos banderilleros que el menor de los hijos  de Fernando el Gallo y la Señá Gabriela, el coloso Joselito, llevó en sus huestes toreras. Ellos son Francisco González Molina Chiquilín y Manuel Saco de León Cantimplas.
Lagartijo Chico convaleciente de un percance. Chiquilín, segundo por la izquierda,
sentado a la derecha del torero herido. Foto Palomares. Revista Sol y Sombra
El primero es otro de los numerosos toreros nacidos junto a las tapias del viejo Matadero cordobés. Era descendiente directo de la rama de los Poleo por matrimonio de María Sánchez Serrano con el modesto banderillero Rafael Molina de la Vega Niño de Dios, sus abuelos, padres de María Manuela Molina Sánchez, casada con Rafael González Rodríguez El Burranco (vaya contraste de apodos entre suegro y yerno), natural de Villaviciosa de Córdoba, carnicero de profesión y todo un personaje entre sus vecinos, pues, aunque no me consta que vistiera el traje de alamares, según me dijeron sus nietas Carmen y Francisca González Rodríguez en una sabrosa entrevista que a través de Alfonso González Chiquilin mantuve con ellas  en noviembre de 1982, “El Chacho Burranco siempre estuvo enredando alrededor de  los toreros del barrio”. Incluso he llegado a leer y oír que fue administrador de su cuñado Rafael Molina Sánchez  Lagartijo, considerando más bien que en todo caso podría haber sido su consejero en los comienzos del famoso diestro, por cuanto en realidad, tal y  como me indicaron sus citadas nietas, “aunque sabía leer y escribir, apenas dominaba eso de sumar y restar”. Que no era poco -les respondí- en los tiempos que corrían para aquella gente de condición humilde. Aun sin llegar a alcanzar su categoría profesional, dos hermanos de Chiquilín también fueron notables banderilleros: José, en los carteles Josepe o Jusepe, y Manuel, conocido por Recalcao o Recarcao, que de ambas formas se le ve anunciado. Por cierto, resulta curioso el origen de los apodos de Francisco y Manuel. Según contaban viejos aficionados del lugar y me ratificaron las mencionadas Carmen y Francisca, siendo muy niños se perdieron por el barrio, y en su búsqueda la madre llegó a preguntar al municipal de la zona si había visto a dos chavales “uno chiquilin y otro así como más recalcao”. Y como Chiquilin y Recalcao pasaron a la historia del toreo.
Estampa de La Lidia, con motivo de la alternativa
el 16/9/1900 de Machaquito y Lagartijo Chico.
Nacido el 11 de noviembre de 1876 en el lugar conocido entonces por las Cuatro Esquinas (actual cruce de las calles Molinos con Molina Sánchez Lagartijo), según mis datos, en sus comienzos no evidenció Chiquilin muchas pretensiones por intentar llegar a la alternativa, y las veces que intervino como matador se debieron a la cesión de astados por parte de sus jefes, o bien de manera accidental como sucedió el 12 de junio de 1889 en Logroño, donde estaba  anunciada  la pareja de novilleros de moda formada por Machaquito, que reaparecía de la cornada recibida en Bilbao (30/4) y Lagartijo Chico, pero al no encontrarse este  totalmente recuperado del percance sufrido en Córdoba (28/5) fue sustituido a última hora por Chiquilin, que figuraba en el cartel como subalterno, dando muerte a dos ejemplares de Espoz y Mina saliendo decorosamente airoso del improvisado trance. La primera referencia profesional corresponde a su intervención como banderillero, en la novillada celebrada en el desaparecido coso cordobés de Los Tejares el domingo 9 de septiembre de 1894, con ganado colmenareño de D. Luis Moreno. Un festejo en el que los quince lidiadores, es decir matadores, picadores banderilleros y hasta el puntillero residían en el Campo de la Merced,  y a los que con toda seguridad habría que añadir otros participantes secundarios (alguacilillos, monosabios, areneros, matarifes...) igualmente vecinos  suyos. No es de extrañar, por tanto, que se llegara a decir que durante el tiempo en que transcurrían las corridas, con las mujeres rezando en sus casas, no se veía a nadie por las calles del barrio, que quedaba en el más absoluto silencio hasta que finalizadas las mismas recuperaba su alegría, si no se había producido algún percance de gravedad. Puedo asegurar que carteles con la totalidad, o una mayoritaria presencia de toreros mercedarios, se repitieron con bastante frecuencia en aquellos años.  
Manuel Rodríguez Sánchez Manolete,
padre del gran torero de igual nombre.
Empezó a coger puesto fijo con Bebe Chico y Conejito, y cuando Rafael Sánchez Bebe, tras quedar inútil para el toreo al truncar su prometedora carrera el toro Cimbareto, formó y dirigió la cuadrilla de jóvenes cordobeses, comandada por Rafael González Machaquito y Rafael Molina Lagartijo Chico, no dudó en incluir a Chiquilin entre los banderilleros, y con ellos debutó en las plazas de Madrid (8/9/1898) y Sevilla (24/6/1899). Una vez que ambos diestros recibieron el doctorado en el  importante ruedo de la Villa y Corte (16/9/1900), y encauzaron por separado sus respectivos caminos, él continuó ligado a Lagartijo Chico hasta el 4 de octubre de 1908, fecha en la que el hijo de Juan Molina se vistió de luces por última vez, curiosamente junto a Machaquito. El 8 de octubre de 1910  la tuberculosis que venía minando su debilitada salud acabó con la vida del elegante torero, dejando viuda a Angustias Sánchez, que en segundas nupcias con el diestro Manolete serían padres del IV califa del toreo, Manuel Rodríguez Sánchez Manolete. A partir de aquella fecha en la plaza francesa de Nimes, Chiquilin cubrió la temporada de 1909 con varios espadas, y en las cuatro siguientes se le ve bajo la disciplina del citado Manolete, hasta su incorporación en la tropa torera de Joselito, para el que no habían pasado desapercibidas las extraordinarias aptitudes  del subalterno cordobés, convertido ya en uno de los más sobresalientes del escalafón, fruto de su brillantez con los rehiletes, elegancia con el capote cuando las reses lo permitían, y un conocimiento de la lidia fuera de lo común, cualidad esta última por la que el reputado escritor taurino Don Modesto le aplicó la siguiente rima: “Ya lo dijo Chiquilin, los toros de Miura saben la Biblia en latín”. Virtudes profesionales más que sobradas para ingresar en la cuadrilla de quien de forma  generalizada  casi, era el mejor torero de aquellos años, y en la que ya venía figurando Manuel Saco Cantimplas. En Córdoba no daban crédito a la noticia y no por falta de merecimientos precisamente. ¡Dos paisanos en la cuadrilla de Joselito! Su primera actuación fue en Valencia el 9 de marzo de 1914, temporada en la que, retirados en la anterior Bombita y Machaquito, toda la atención taurina se centraba en Joselito y Belmonte, que llegaba de realizar una brillante campaña en México, alcanzando esta rivalidad su momento más álgido. Cada encuentro era una competencia sin tregua en el ruedo y una pasión desmesurada en los tendidos. Con José continuó Chiquilin en 1915. Conservo un folio rayado en el que de su puño y letra se citan fecha y plaza de las 112 corridas toreadas, que comenzaron con un mano a mano entre los dos colosos (Málaga 28/2) y finalizó el 24 de octubre en  Madrid. En 1916 causó baja ocupando su lugar Luis Suárez Magritas, y aunque su disposición, valor y oficio seguían intactos, comprendió que la fortaleza física no daba ya para campañas tan extensas como hasta ahora estaba realizando, debido al padecimiento de estómago que desde hacía tiempo venía soportando (buscaba alivio en numerosas tomas diarias de bicarbonato), y le condujo a la muerte el  19 de octubre de 1918, cuando tan solo contaba cuarenta y dos años de edad. La última tarde que acompañó a Joselito fue la del  28 de septiembre en Madrid, en corrida a beneficio del retirado diestro Cayetano Leal Pepe Hillo. Trabajando  después para Celita y Manolete puso punto final Francisco González a su brillante hoja de servicios en los ruedos, pero pasado el tiempo el nombre artístico de Chiquilín volvería a verse en los carteles. Rafael González Rodríguez, Alfonso González Olmo y Rafael Jiménez González se encargaron de ello sin desmerecer a su antecesor. 
Manuel Saco de León Cantimplas
Referente a Manuel Saco de León Cantimplas, sin que se conozcan antecedentes taurinos en su familia, los adquirió al contraer matrimonio con María Rafaela Rodríguez Sánchez, apellidos que hablan por sí mismos si digo que fue bautizada en la parroquia de Santa Marina de Aguas Santas (y torerísimas, como solía añadir el escritor José María Gaona Tio Caniyitas), a la que pertenecía la casi totalidad de la collación del Campo de la Merced. Por citar algún parentesco diré que era hermana de los matadores de toros Bebe Chico y Manolete, con todo lo demás que a nivel taurómaco les rodea.  
Del matrimonio formado por Manuel Saco Sánchez y Ángela de León Lucena nació Manuel en Córdoba el día 19 de junio de 1878. Ya trabajaba en el vecino almacén de cereales y aceitunas de Benito Delgado, cuando acompañaba a otros jóvenes  en sus aventuras taurinas por pueblos de la provincia, y en 1895 actuaba como banderillero en aquellas novilladas que tenían por escenario la histórica plaza de Los Tejares, en las que, como quedó apuntado anteriormente, todos los lidiadores procedían del varias veces citado barrio del Matadero. La primera vez que veo su nombre en una crónica hace referencia a la celebrada el domingo 8 de septiembre, sustituyendo al anunciado Francisco González Chiquilin. El año siguiente ya lo hacía en calidad de matador y como tal se presentó en Madrid el 29 de julio de 1900, vestido de tabaco y oro, para enfrentarse a seis ejemplares de D. Eduardo Ibarra en compañía de los alcalareños Manuel García Revertito y Antonio Olmedo Valentin, estando muy por encima de las posibilidades que le ofrecieron Alabadito y Tabernero, que fue condenado a fuego. A pesar de esta buena impresión en tan importante ruedo, al terminar aquel año ya figuraba como banderillero entre el personal de la pareja de novilleros Machaquito y Lagartijo Chico, continuando al lado de este último una vez que el binomio taurino quedó roto al tomar ambos la alternativa. Cuando el hijo de Juan Molina, que en más de una ocasión le cedió la muerte de algún toro, actuó en Nimes el 4 de octubre de 1908, la tuberculosis ya le tenía  herido de muerte y no volvería a vestirse de luces. Cantimplas trabajó después sin cuadrilla fija, prodigándose más con su cuñado Manolete hasta que Machquito, que conocía bien sus cualidades profesionales, lo llevó con él desde la temporada 1911 hasta su retirada en Madrid (16/10/1913), la tarde que doctoró a Juan Belmonte
Machaquito otorga la alternativa a Belmonte
Fue entonces cuando Joselito comenzó a renovar su cuadrilla, dando entrada en ella a Enrique Belenguer Blanquet para bregar con maestría los astados que sacaban aspereza, y Cantimplas para dejarlos en suerte corriéndolos a una mano con su capote de seda. Según escribe el escritor Gustavo del Barco en el prólogo de su obra Joselito El Gallo, con estas dos incorporaciones “se simplificó el número de capotazos, se molestó menos a las reses, se suprimieron casi por completo los tirones bruscos y rápidos y se llevó a los cornúpetas a los caballos tirando de ellos por delante”. La nómina de subalternos de a pie la completaría Enrique Ortega El Almendro, primo de Joselito. Como ha quedado apuntado, en 1915 se incorporó Francisco González Chiquilin, llegando después nuevas incorporaciones hasta reunir la que sin duda era entonces la mejor formación de toreros, como correspondía a un diestro que rebasaba el centenar de actuaciones por temporada. Después de la tragedia de Talavera,  Cantimplas finalizó la campaña de 1920 trabajando para el Gallo y Sánchez Mejías, hermano y cuñado de José respectivamente, y en 1921 acompañó al diestro José Gómez Joseíto de Málaga, pero ya acusaba la huella de su dolencia pulmonar, que se agravó y fue la causa determinante de  su fallecimiento, a raíz de una monumental mojada que le cayó encima y empapó todas las ropas y enseres, cuando estaba  dedicado a la caza del pájaro, su afición favorita. En una de las últimas visitas que le hizo el médico que le atendía, D. Vicente Orti, le dijo: Ya ve usté, don Vicente, con más de dos mil toros a mis espaldas, y va a ser una dichosa pulmonía la que me lleve palante”. Además, se daba la penosa circunstancia de que su posición económica era lamentable, a pesar de lo mucho que había toreado. El sustento de una familia numerosa y su generosidad para con los demás eran motivos suficientes para justificar dicha situación. Decían que al finalizar cada temporada regalaba ropa de torear, capotes y demás útiles profesionales a los jóvenes novilleros que se lo solicitaban, por lo que cada comienzo de la siguiente tenía que jatearse de nuevo. 
Manolete y su primo hermano Rafael Saco El Pelu
El domingo 12 de febrero de 1922 se celebró en Córdoba un festejo en favor de las víctimas del accidente ferroviario de Los Pradillos, al término del cual los espadas actuantes pasaron por el domicilio de Cantimplas para interesarse por su salud, y ante el panorama que de cara a su futuro observaron se comprometieron a torear un festival en su beneficio, que se llevó a efecto siete días después, en el que con reses cedidas por tres ganaderos de la tierra fueron cabeceras del cartel Camará, Varelito, Granero, Maera, Nacional II y Rafael Saco El Pelu, hijo del  interesado, que contaba diecisiete años de edad y apuntaba buenas maneras para el toreo. Otros tres vástagos también siguieron la senda taurina del padre con los apodos de Niño Dios (José), Fernandi (Fernando) y Toto (Antonio), en tanto que su hija Carmen contrajo matrimonio con el novillero Rafael Sánchez Camará II, padres de seis hijos apellidados Sánchez Saco, igualmente toreros y primos a su vez de los Saco Bejarano y Saco Córdoba. ¿Será por descendencia taurina? Manuel Saco de León Cantimplas, al que la afición barcelonesa llegó a denominar el torero de acero, dejó de existir en su ciudad natal el 18 de marzo de 1922. Maldades del destino, dos de los citados diestros que intervinieron en el mencionado festival benéfico, cayeron mortalmente heridos transcurridos tan solo treinta y sesenta días de su muerte. Me refiero a  Manuel Varé Varelito (Sevilla, 21 de abril) y Manuel Granero (Madrid, 22 de mayo). 
En resumen, cinco toreros cordobeses que escribieron sus nombres con letras de oro en la historia de la Tauromaquia y guardaron una vinculación directa con la famosa dinastía de los Gallo, por lo que considero eran merecedores de ser recordados al cumplirse el centenario de la desaparición de José Gómez Ortega Joselito, conocido también por Gallito.  

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