Por Rafael Sánchez
González
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Joselito y Belmonte |
Con
motivo de cumplirse el primer centenario de la trágica corrida celebrada en la
localidad toledana de Talavera de la Reina, en la que resultó mortalmente herido
José Gómez Ortega Joselito, también conocido por Gallito, mucho se está hablando
y escribiendo sobre el excepcional torero sevillano, analizándolo desde todas
las vertientes que confluyen en él, su biografía, su familia -plagada de
artistas del toreo y el flamenco-, la competencia con Juan Belmonte, su tauromaquia y otras facetas personales y
profesionales, todas ellas interesantes por tratarse, como digo, de un
auténtico mito de la Tauromaquia. Apoyado en dicha efeméride quiero recordar en
cuatro episodios la relación que existió entre la familia taurina
de los Gallo y varios
toreros de Córdoba.
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Rafael Molina Sánchez Lagartijo |
La
primera vinculación que encontramos se inició en 1865, cuando el 15 de octubre Rafael
Molina Sánchez Lagartijo ratificó en Madrid la ubetense
alternativa, que el mes anterior le había concedido quien venía siendo su
maestro y jefe de filas, Antonio Carmona
Gordito. Sabido es que hasta entonces muy pocos espadas tenían
cuadrilla fija; así, la empresa de Madrid ajustaba por toda la temporada a los
picadores y banderilleros, que indistintamente habrían de actuar con los
matadores contratados por separado, por lo que bien puede afirmarse que eran
pocos los que excepcionalmente, por amistad o paisanaje, llegaban acompañados
de algún subalterno de pie o a caballo. En el cartel de aquel festejo aparecen
como picadores de tanda Onofre Álvarez
y Manuel Sacanelles, con otros tres
de reserva, “sin que en el caso de inutilizarse los cinco pueda exigirse que
salgan otros”; y como banderilleros figuran Benito Garrido Villaviciosa,
Juan Yust y José Gómez El Gallo, iniciador
del que después sería famosísimo apodo taurino, que le adjudicaron porque al
banderillear, en su carrera para ganarle la cara al toro, intercalaba unos
peculiares saltitos que, en opinión del público, simulaban un gallo de pelea al
clavar sus espolones. Curiosidades al margen, hay que decir que José Gómez fue un sobresaliente banderillero, y aunque más limitado en
la brega por sus escasas facultades físicas -como cariñosamente decían los
sevillanos: “Joseíto era muy poquita cosa”-, con una suavidad
inusual en aquel toreo, que todavía exigía más arrojo que arte, sabía
poner las reses en el lugar indicado por el maestro. Aprovecho esta
circunstancia para indicar que en 1887 Lagartijo
presentó en la desaparecida plaza madrileña, que él inaugurara trece años
atrás, situada a la derecha de la Puerta de Alcalá (la anterior
que auspiciara Fernando VI
estaba en el lado opuesto), una de las mejores cuadrillas de toreros conocidas
hasta hoy: Francisco Parente El
Artillero y Manuel Calderón,
como varilargueros, y a pie nada menos que Juan
Molina, Manuel Martínez Manene,
Rafael Rodríguez Mojino, Rafael
Bejarano Torerito y Rafael
Guerra Guerrita. Los dos últimos alcanzaron el grado de matadores de
toros, y muy probablemente lo hubiera logrado con todo merecimiento El Mojino de no cruzarse en su
camino el toro Regalón de la ganadería de Udaeta.
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José Gómez García el Gallo |
En
el otoño de 1884 José Gómez no toreó
por encontrarse enfermo, y al finalizar la temporada Lagartijo prescindió de sus servicios, dando entrada en la
cuadrilla a su sobrino político Rafael
Bejarano Carrasco Torerito.
Conociéndose el proceder que como persona caracterizó siempre a Rafael Molina, dicha decisión no se
comprendía muy bien y fue criticada por toreros y aficionados que no olvidaban
los diecinueve años de fidelidad y eficacia del sevillano, porque, si bien es
verdad que el Gallo iniciaba
ya el declive de su carrera, debido a una quebrantada salud que en varias
ocasiones le obligó a tener que tomar un descanso, seguía cumpliendo con
solvencia su labor gracias a un pundonor sin límites, y a ese difícil
saber estar bien colocado en el ruedo durante toda la lidia. Pocos meses pudo
disfrutar de su forzada pero bien ganada jubilación (en contadas
ocasiones salió enrolado entre el personal subalterno de su hermano Fernando), en la madrugada del día 25
de abril, cuando Sevilla viste las mejores galas para vivir su período más
florido del año, víctima de una afección cardíaca dejaba de latir el fatigado
corazón de José Gómez García, primer eslabón de la muy
artística dinastía de los Gallo.
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Rafael Guerra Bejarano
Guerrita. Foto Montilla |
La
siguiente conexión que quiero recordar nos acerca a Fernando Gómez García Gallo y a Rafael Guerra
Bejarano Guerrita. Ya llevaba este último más de un año alternando
sus intervenciones como banderillero en las filas de tres diestros que tenían
por nombre Manuel, los cordobeses Fuentes Rodríguez Bocanegra y Molina Sánchez (hermano de Lagartijo) y el gaditano Díaz Jiménez Lavi, cuando Fernando, contratado por D. Rafael Menéndez de la Vega para el
segundo abono de la temporada madrileña de 1882, le ofreció a Llaverito, que así se apodaba
hasta entonces Rafael, el puesto que en su cuadrilla dejaba
vacante Diego Prieto Cuatro-dedos,
próximo a tomar la alternativa (28/9). Aceptó de inmediato el joven torero de
Córdoba, y el domingo 24 de septiembre de dicho año se presentaba ante la
exigente afición de la Villa Corte, cartel en el que junto al Gallo eran espadas José Machío y José Sánchez Cara-ancha, quienes se enfrentaron a seis
bueyes de Anastasio Martín, a
los que el popular Buñolero
fue dando salida por los toriles, de los que Guerrita y Almendro
banderillearon a dúo brillantemente a los llamados Picudo y Carabuco.
El 8 de octubre volvió Rafael al
coso madrileño, ratificando la buena impresión causada el día de su
debut, al punto de que en la crónica del festejo se decía en la revista Pan
y Toros: “Volvemos a decirlo. Este muchacho, Guerrita se llama, dará guerra”. ¡Y solo le habían visto dos
tardes! A medida que sumaba actuaciones la fama de Guerrita crecía como la espuma, y en poco espacio de tiempo
se convirtió en un valor añadido para la contratación de El Gallo. Bastaría decir que en no pocos carteles su nombre
aparecía con letras de un rango igual o superior al de los matadores de
toros, y hubo veces en las que se resaltaba en ellos que en la cuadrilla de Fernando Gómez Gallo figuraba el
afamado Guerrita. Tan rápidos
y prodigiosos eran los avances del torero cordobés en su incipiente carrera,
que en ocasiones tenía que estoquear algún toro de la corrida atendiendo la
mayoritaria petición, a veces con exigencia, de un entusiasmado
público.
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Fernando Gómez García el Gallo |
Todo
se desarrollaba felizmente entre ambos toreros, hasta que en septiembre
de 1885 surgió la ruptura. ¿Cuál fue la causa? Aunque circularon diferentes
versiones entre los aficionados, lo que realmente sucedió fue que Rafael solicitó a Fernando que diera cabida en la cuadrilla al picador Rafael Caballero Matacán y al
banderillero Rafael Rodríguez Mojino,
amigos suyos desde la infancia, de manera especial el segundo, y si bien en un
principio hubo aceptación por parte del espada, este cambió de actitud a
última hora haciéndole saber a los citados subalternos que no contaba con ellos
para la inmediata corrida a celebrar en Caravaca, añadiendo en su
notificación que “él ponía la gente que mejor le parecía”.
Enterado de ello Guerrita
telegrafió desde Córdoba al matador diciéndole, más o menos, que como para la
mencionada localidad murciana no contaba con Mojino ni Matacán,
él tampoco iba.
Efectivamente,
aquí acabó esta sociedad taurina, y a partir de entonces caminaron ambos
por diferentes caminos. Eso sí, dos banderilleros, Fernando Lobo Lobito y Juan
Romero Saleri, cogió El
Gallo para intentar suplir la eficaz y fructífera etapa que le propició
Guerrita, quien de
inmediato vio como se cumplía para él una soñada aspiración en su
trayectoria profesional, ingresar en las filas de su paisano Rafael Molina Lagartijo, oportunidad que le llegó por mediación del
excelente aficionado cordobés D. Juan
Aguilar, a quien le unía una entrañable amistad con los dos Rafaeles
toreros.
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"Los cuatro ases": Rafael el Gallo, Joselito, Machaquito
y Guerrita. (Córdoba, 15/11/1915). Foto Montilla |
Sin
embargo, dicha ruptura no significaría un alejamiento entre la familia Gómez Ortega y Rafael Guerra. En 1895 pisó El Gallo por última vez el ruedo madrileño, para dar la
alternativa (última de las seis que apadrinó) a José García Algabeño. El siguiente año, al agravarse
la enfermedad cardíaca que venía padeciendo, tras torear doce corridas, en el
mes de junio pensó en una retirada definitiva, aún cuando su situación económica
le auguraba un futuro, que ya se presumía corto, no exento de
dificultades. ¡Con las veces que repitió a lo largo de su vida eso de “el
dinero es pa gastarlo”! Para ayudarle trataron de organizar en su beneficio
tres corridas de toros, que tendrían por escenarios las plazas de Sevilla,
Madrid y Barcelona, pero al final solo prosperó la que programó Guerrita para el 25 de octubre
en la primera de las capitales citadas, lidiándose siete astados de otras
tantas ganaderías, uno de ellos marcado con el hierro de Veragua, que, banderilleado magistralmente por Guerrita, fue con el que El Gallo puso punto final a su desigual pero genial a veces
carrera taurómaca, encargándose de los seis bichos restante el propio Guerrita, Minuto y Antonio
Fuentes. El festejo dejó un beneficio de cincuenta mil pesetas para Fernando, que una vez se vio con el
talón de cobro en la mano le dijo al crítico taurino Franquezas: “Ya ve usté, querido Juan, ya soy banquero...”.
Retirado en su casa de Gelves dedicado a enseñar a torear a sus hijos -Rafael
ya estaba en activo-, falleció cuando comenzaba el día 2 de agoto de 1897. Pero
antes de concluir este capítulo resta añadir otro detalle, muy significativo
además, sobre la relación Gallo-Guerrita. Postrado en su lecho
de muerte, poco antes de morir Fernando,
pidió a sus hijas que cogieran papel y pluma y les dictó las siguientes líneas
que él firmó luego con letra borrosa y casi ininteligible: “a mi compadre Guerra, Guerrita. En la hora de mi muerte que no deje sin pan a mis hijos.
Se lo pide moribundo su compadre, Gallito”.
¡Y vaya que no se olvidó de ellos! Además, el segundo califa del
toreo sería años después un gran admirador de Joselito… Y José
lo sabía. Pero esto formaría ya parte de otra historia.
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Francisco González de Dios El Patatero
Portada de la revista Sol y Sombra (1904) |
La
tercera relación entre la dinastía de los Gallo y toreros cordobeses tiene como principales
protagonistas a Rafael Gómez Ortega,
hijo del referido Fernando, y a Francisco
González de Dios Pataterillo. Dos personajes con diferencias muy
marcadas en sus respectivas formas de proceder y entender la vida, pero
capaces de crear entre ellos una amistad que alcanzó límites de familiaridad. El
talante alegre, dicharachero e indolente ante la adversidad del torero
sevillano nacido en Madrid, contrastaba con la seriedad y orientada dirección
de cara al futuro de las que hacía gala el de Córdoba. En Rafael todo era tan admitido como incomprensible dentro y fuera de
los ruedos, desde la amarga historia de amor que compartió junto a la genial Pastora Imperio, hasta
sus famosas espantás enlazadas con faenas de verdadero alboroto en los
tendidos. De manera contraria en Francisco
todo parecía estar debidamente programado, así, su medido y seguro trabajo en
la arena no exento de lucimiento, y la dedicación tomada una vez colgado el
traje de alamares. Pero, insisto en ello, los dos con un marcado sentido de la
amistad desinteresada.
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El torerísimo barrio del Campo de la Merced de Córdoba |
Respecto
a Pataterillo, -entre sus
paisanos siempre fue el Patatero-,
horroroso alias que, según me refirió su sobrino Juan Flores González Camará,
se debió a que siendo todavía un chaval trabajó en una huerta en terrenos de la
Fuensantilla, cuyo dueño le pagaba en productos del campo, generalmente
patatas, que él mismo se encargaba luego de vender
por el barrio. En la limitada extensión que aconseja este tipo
de trabajos, debo decir que nació el 6 de enero de 1873 en el torerísimo
Campo de la Merced, y era fruto del
segundo matrimonio de Manuela de Dios
Citrón, esta vez con Francisco González Rodríguez, por lo
que no es de extrañar que con tan arraigados apellidos taurinos estuviese
ligado al frondoso tronco de la tauromaquia cordobesa. Así, de manera directa
estaba familiarizado con dos matadores de toros, José Flores González Camará
(por casamiento de una hermana suya, Dolores,
con Manuel Flores González, padres del que más tarde y con los mismos
apellidos sería apoderado de Manolete),
y con Antonio de Dios Moreno Conejito
(hijo de Antonio de Dios Citrón). En el terreno profesional comenzó su andadura
formando parte de una Cuadrilla de Niños Sevillanos, y ya era un
destacado subalterno cuando creyó que podría alcanzar el grado de matador de
alternativa, e incluso llegó a debutar como novillero en Madrid el 28 de
octubre de 1900, con escasa fortuna por cierto. En una crónica del festejo
leemos: “Pataterillo del
alma, no dejes las banderillas… Ni te subas a la parra”. Seguía como
excepcional peón de brega, ahora en las filas de Machaquito, cuando en un nuevo intento con muleta y
espada volvió al ruedo madrileño en 1908, pero el negativo resultado de otra
grisácea actuación y un gravísimo percance, le convencieron de que sería
vestido de plata como seguiría cosechando relevantes éxitos. Buena figura,
poderosas facultades, fácil banderillero, de manera especial por el lado
izquierdo, e incansable con el capote, le convirtieron en uno de los más
sobresalientes de su escalafón. El primero que le dio sitio en su cuadrilla fue
José Rodríguez Bebe Chico, que lo presentó ante la entendida afición
madrileña el 30 de agosto de 1896, dejando ver desde esa misma fecha su desenvoltura
y enormes cualidades ante la cara de las reses. Al siguiente año y ocupando el
puesto del infortunado Mojino
ingresó en las filas de Guerrita,
con quien permaneció hasta la retirada de este en Zaragoza (1899), trabajando
después a las órdenes de Algabeño
(padre), Conejito, Bombita (Ricardo) y Machaquito, y una vez que
este dejó la profesión en 1913, continuó su brillante trayectoria unido a Rafael Gómez Gallo hasta
el final de la temporada 1916. El 21 de febrero del siguiente año se cortaba la
coleta, dedicándose a partir de entonces a la dirección en Córdoba del Hotel y
Restaurante “España y Francia”, propiedad de su esposa Tomasa Arenas, con
la que convivió felizmente hasta su fallecimiento el 14 de junio de 1930. Los
restos de ambos reposan unidos en el Cementerio de Nuestra Señora de la Salud.
Tan radical fue el cambio que Francisco
experimentó en sus habituales costumbres, desde que conoció a la que
ya era viuda del marqués de Dávalos, que su gran amigo el picador Bernabé Álvarez Catalino llegó a
decir a sus contertulios en la antigua y acreditada “Taberna Salinas” de
calle Tundidores, que tan acertadamente mantiene abierta el amigo Manolo Jiménez: “El Patatero ya no es el mismo. La Tomasa lo ha
tranfigurao y ahora gasta pijama y batín, que lo he visto yo”.
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Rafael Gómez Ortega el Gallo |
El Gallo había
toreado las tres corridas de la sevillana Feria de San Miguel de 1916, pintando
bastos en las dos primeras y derrochando arte y torería en la tercera
frente a Podenco, de Gamero Cívico,
del que le concedieron las dos orejas por unánime petición, superando a un
extraordinario Joselito y al
voluntarioso Saleri II, que sustituyó en el ciclo a Belmonte. Todo hacía suponer que estas
serían las últimas comparecencias de Pataterillo
en el dorado albero maestrante, pero aún volvió a actuar en esta plaza el 5 de
noviembre, con ocasión de la corrida celebrada a beneficio de la Asociación
Sevillana de Caridad, y en
la que los dos hermanos Gómez Ortega
y Curro Posada se las vieron con ganado de
la ducal divisa de Braganza,
propiedad ya de D. Antonio Flores. Añadir como dato final, que Rafael sumó 38 corridas en 1916 y un
total de 156, en las que estoqueó 313 toros, a lo largo de las tres temporadas
que Francisco González formó parte de su cuadrilla, en la que predominantemente
tuvo como compañeros a los picadores Salustiano
Fernández Chano, Felipe Salsoso y José del Pino, junto a
los banderilleros Fernando Gómez Gallito (hermano de Rafael), Manuel Álvarez Pastoret y Enrique Ortega Cuco (primo
y cuñado del espada), con Joaquín Castro
en funciones de puntillero. Por cierto, la última tarde que sus paisanos
vieron actuar al Patatero en el coso de Los Tejares fue el 27 de septiembre del año que nos ocupa,
con motivo del festejo organizado por Joselito
en favor de la familia del desgraciado diestro Fermín Muñoz Corchaíto. Fue Patatero un peón de brega incansable (que se lo
preguntaran al Gallo), que
lidiaba dando a las reses los capotazos justos, a la vez que excepcional
banderillero, sobre todo en los pares de dentro a fuera cuando la situación lo
requería.
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Antigua plaza de Los Tejares de Córdoba |
Ya
he apuntado la gran amistad que le unió a Francisco
González con Rafael el Gallo, quien rara era la vez que a su paso en ferrocarril por Córdoba no le avisaba
previamente para que se acercara a la estación a saludarle, cuando no era él
quien le invitaba a quedarse hospedado en su citado establecimiento. Pero la
prueba más evidente de tan estrecha amistad queda sobradamente demostrada con
el siguiente suceso, que en más de una ocasión le escuché narrar a Rafael Muñoz El Niño, testigo
del mismo y hombre de excepcional memoria, que contaba las cosas como si las
estuviera viviendo de nuevo. El asunto fue que Rafael y su hermano José
fueron contratados para los tres festejos de la Feria de Mayo cordobesa de
1914, junto con Gaona y Belmonte, que hacía su presentación. El
día 26, segunda corrida, se lidiaron toros de Miura con los que el
Gallo no llegó a entenderse,
de manera especial ante el cuarto, Candelero,
con el que se le veía impotente para poderlo matar a pesar de
asestarle pinchazos a destajo. En medio de una gran escandalera,
acompañada de la lluvia de toda clase de objetos que caían sobre la arena, al Patatero, temiéndose lo peor, no
se le ocurrió otra cosa que pedirle a su amigo California, popular mozo de caballos desde que
dejó la vara de picar, que se hiciera con la llave del corral en el que se
encontraban los cabestros, cuya salida ordenó minutos después el presidente. El
encargado de los toriles era el veterano Juan
Rodríguez Bejarano, antiguo picador conocido por Juan de los Gallos (por su afición a ellos), que tan
pronto vio que faltaban las llaves se fue derecho a quién intuía era el
responsable, gritándole desde el callejón: “Patatero, por tu madre, ¿dónde
has echao las llaves...? ¡Qué me vas a buscá una ruina!”. Entendiendo el presidente
que se trataba de una desobediencia, le comunicó con uno de los alguacilillos
que estaba multado y procedería a detenerle si no salían los bueyes. Ya habían
sido sancionados económicamente dos subalternos, por ahondar la espada o
pincharle al animal en los ijares con un estoque escondido entre el capote, y
cuando por fin salieron los mansos Candelero
ya había muerto acribillado por el
Gallo y su gente, por lo que el objetivo de Francisco González se
había conseguido.
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Manuel de la Haba Zurito |
Así concluía la narración del suceso la revista The Kon
Leche (1/6/1914): “El Patatero es preso por la autoridad, y el hombre,
que por lo visto siente horror por la cárcel de su pueblo, huye como alma que
lleva el diablo, internándose en los corrales seguido por la fuerza pública. El
banderillero cordobés escala unas tapias y huye por los tejados saltando a la
calle. Son las diez de la noche y todavía corre por el Campo de la Merced un
hombre acosado por los guardias. Es el
Patatero”. Sin lugar a dudas, no
cabe mayor testimonio de lealtad del peón para con su jefe de
filas. Además, en su admiración hacía el maestro solía decir: “Rafael es un torero honrao
con él mismo. Que hay que correr, ni disimula ni lo niega. Pero cuando dise a
toreá, ya os podéis olvidá de los toreros con más arte que habéis podío ver”.
Como
miembro también de la cuadrilla del Divino
Calvo habría que citar a uno de
los varilargueros más valorados en la historia del toreo. Me refiero a Manuel de Haba Bejarano Zurito,
de cuyo fallecimiento acaba de cumplirse el 84 aniversario y del que me ocuparé
próximamente, al igual que de Bernabé
Álvarez Jiménez Catalino, asimismo lidiador a caballo en las
filas de Joselito, por
entender que en base a sus respectivas ejecutorias profesionales son
merecedores de capítulos separados, además de por no hacer más extenso este
trabajo.
En
el cuarto y último episodio me refiero a dos banderilleros que el menor de los
hijos de Fernando el Gallo
y la Señá Gabriela, el coloso
Joselito, llevó en sus
huestes toreras. Ellos son Francisco González Molina Chiquilín y Manuel Saco de León Cantimplas.
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Lagartijo Chico convaleciente de un percance. Chiquilín, segundo por la izquierda,
sentado a la derecha del torero herido. Foto Palomares. Revista Sol y Sombra |
El
primero es otro de los numerosos toreros nacidos junto a las tapias del viejo
Matadero cordobés. Era descendiente directo de la rama de los Poleo por matrimonio de María Sánchez Serrano con el modesto
banderillero Rafael Molina de la Vega Niño
de Dios, sus abuelos, padres de María
Manuela Molina Sánchez, casada
con Rafael González Rodríguez El Burranco (vaya contraste de apodos entre suegro y yerno),
natural de Villaviciosa de Córdoba, carnicero de profesión y todo un personaje
entre sus vecinos, pues, aunque no me consta que vistiera el traje de alamares,
según me dijeron sus nietas Carmen y
Francisca González Rodríguez en
una sabrosa entrevista que a través de Alfonso
González Chiquilin mantuve con ellas en noviembre de 1982, “El
Chacho Burranco siempre estuvo
enredando alrededor de los toreros del barrio”. Incluso he llegado a
leer y oír que fue administrador de su cuñado Rafael Molina Sánchez Lagartijo, considerando más bien que en todo caso podría
haber sido su consejero en los comienzos del famoso diestro, por cuanto en
realidad, tal y como me indicaron sus citadas nietas, “aunque sabía
leer y escribir, apenas dominaba eso de sumar y restar”. Que no era poco
-les respondí- en los tiempos que corrían para aquella gente de condición
humilde. Aun sin llegar a alcanzar su categoría profesional, dos hermanos de Chiquilín también fueron
notables banderilleros: José, en los
carteles Josepe o Jusepe, y Manuel, conocido por Recalcao
o Recarcao, que de
ambas formas se le ve anunciado. Por cierto, resulta curioso el origen de los
apodos de Francisco y Manuel. Según contaban viejos
aficionados del lugar y me ratificaron las mencionadas Carmen y Francisca,
siendo muy niños se perdieron por el barrio, y en su búsqueda la madre llegó a
preguntar al municipal de la zona si había visto a dos chavales “uno
chiquilin y otro así como más recalcao”. Y como Chiquilin y Recalcao
pasaron a la historia del toreo.
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Estampa de La Lidia, con motivo de la alternativa
el 16/9/1900 de Machaquito y Lagartijo Chico. |
Nacido
el 11 de noviembre de 1876 en el lugar conocido entonces por las Cuatro Esquinas (actual cruce de las
calles Molinos con Molina Sánchez Lagartijo), según mis datos, en sus comienzos no evidenció Chiquilin muchas pretensiones
por intentar llegar a la alternativa, y las veces que intervino como matador se
debieron a la cesión de astados por parte de sus jefes, o bien de manera
accidental como sucedió el 12 de junio de 1889 en Logroño, donde estaba
anunciada la pareja de novilleros de moda formada por Machaquito, que
reaparecía de la cornada recibida en Bilbao (30/4) y Lagartijo Chico,
pero al no encontrarse este totalmente recuperado del percance sufrido en
Córdoba (28/5) fue sustituido a última hora por Chiquilin, que figuraba en el cartel como subalterno, dando
muerte a dos ejemplares de Espoz y Mina
saliendo decorosamente airoso del improvisado trance. La primera referencia
profesional corresponde a su intervención como banderillero, en la novillada
celebrada en el desaparecido coso cordobés de Los Tejares el domingo 9 de septiembre de 1894, con ganado
colmenareño de D. Luis Moreno. Un
festejo en el que los quince lidiadores, es decir matadores, picadores
banderilleros y hasta el puntillero residían en el Campo de la Merced, y a los que con toda seguridad habría que
añadir otros participantes secundarios (alguacilillos, monosabios, areneros,
matarifes...) igualmente vecinos suyos. No es de extrañar, por tanto, que
se llegara a decir que durante el tiempo en que transcurrían las corridas, con las mujeres rezando en sus casas, no se veía a nadie por las
calles del barrio, que quedaba en el más absoluto silencio hasta que finalizadas las mismas recuperaba su alegría, si no se había producido algún percance de
gravedad. Puedo asegurar que carteles con la totalidad, o una mayoritaria
presencia de toreros mercedarios,
se repitieron con bastante frecuencia en aquellos años.
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Manuel Rodríguez Sánchez Manolete,
padre del gran torero de igual nombre. |
Empezó
a coger puesto fijo con Bebe
Chico y Conejito, y
cuando Rafael Sánchez Bebe, tras quedar inútil
para el toreo al truncar su prometedora carrera el toro Cimbareto, formó y dirigió la cuadrilla de jóvenes cordobeses,
comandada por Rafael González Machaquito
y Rafael Molina Lagartijo Chico, no dudó en incluir a Chiquilin entre los
banderilleros, y con ellos debutó en las plazas de Madrid (8/9/1898) y Sevilla
(24/6/1899). Una vez que ambos diestros recibieron el doctorado en el importante
ruedo de la Villa y Corte (16/9/1900), y encauzaron por separado sus
respectivos caminos, él continuó ligado a Lagartijo
Chico hasta el 4 de octubre de
1908, fecha en la que el hijo de Juan
Molina se vistió de luces por última vez, curiosamente junto a Machaquito. El 8 de octubre de
1910 la tuberculosis que venía minando su debilitada salud acabó con la
vida del elegante torero, dejando viuda a Angustias
Sánchez, que en segundas nupcias con el diestro Manolete serían padres del IV califa del toreo, Manuel
Rodríguez Sánchez Manolete. A partir de aquella fecha en la
plaza francesa de Nimes, Chiquilin
cubrió la temporada de 1909 con varios espadas, y en las cuatro siguientes se
le ve bajo la disciplina del citado Manolete, hasta su incorporación en la tropa
torera de Joselito, para el
que no habían pasado desapercibidas las extraordinarias aptitudes del
subalterno cordobés, convertido ya en uno de los más sobresalientes del
escalafón, fruto de su brillantez con los rehiletes, elegancia con el capote
cuando las reses lo permitían, y un conocimiento de la lidia fuera de lo común,
cualidad esta última por la que el reputado escritor taurino Don Modesto le aplicó la
siguiente rima: “Ya lo dijo Chiquilin,
los toros de Miura saben la Biblia
en latín”. Virtudes profesionales más que sobradas para ingresar en la
cuadrilla de quien de forma generalizada casi, era el mejor torero
de aquellos años, y en la que ya venía figurando Manuel Saco Cantimplas. En Córdoba no daban
crédito a la noticia y no por falta de merecimientos precisamente. ¡Dos
paisanos en la cuadrilla de Joselito!
Su primera actuación fue en Valencia el 9 de marzo de 1914, temporada en la
que, retirados en la anterior Bombita
y Machaquito, toda la
atención taurina se centraba en Joselito
y Belmonte, que llegaba de
realizar una brillante campaña en México, alcanzando esta rivalidad su momento
más álgido. Cada encuentro era una competencia sin tregua en el ruedo y una
pasión desmesurada en los tendidos. Con José
continuó Chiquilin en 1915.
Conservo un folio rayado en el que de su puño y letra se citan fecha y plaza de
las 112 corridas toreadas, que comenzaron con un mano a mano entre los dos
colosos (Málaga 28/2) y finalizó el 24 de octubre en Madrid. En 1916
causó baja ocupando su lugar Luis Suárez Magritas, y aunque su disposición, valor y oficio seguían
intactos, comprendió que la fortaleza física no daba ya para campañas tan
extensas como hasta ahora estaba realizando, debido al padecimiento de estómago
que desde hacía tiempo venía soportando (buscaba alivio en numerosas tomas
diarias de bicarbonato), y le condujo a la muerte el 19 de octubre de
1918, cuando tan solo contaba cuarenta y dos años de edad. La última tarde que
acompañó a Joselito fue la del 28 de septiembre en Madrid, en
corrida a beneficio del retirado diestro Cayetano
Leal Pepe Hillo.
Trabajando después para Celita
y Manolete puso punto
final Francisco González a su brillante hoja de servicios en los ruedos, pero
pasado el tiempo el nombre artístico de Chiquilín
volvería a verse en los carteles. Rafael
González Rodríguez, Alfonso González
Olmo y Rafael Jiménez González se
encargaron de ello sin desmerecer a su antecesor.
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Manuel Saco de León Cantimplas |
Referente
a Manuel Saco de León Cantimplas, sin que se conozcan
antecedentes taurinos en su familia, los adquirió al contraer matrimonio con María Rafaela Rodríguez Sánchez,
apellidos que hablan por sí mismos si digo que fue bautizada en la parroquia de
Santa Marina de Aguas Santas (y
torerísimas, como solía añadir el escritor José
María Gaona Tio Caniyitas), a la que pertenecía la casi totalidad de
la collación del Campo de la Merced.
Por citar algún parentesco diré que era hermana de los matadores de toros Bebe Chico y Manolete,
con todo lo demás que a nivel taurómaco les rodea.
Del
matrimonio formado por Manuel Saco
Sánchez y Ángela de León Lucena nació Manuel en Córdoba el día 19 de junio de 1878. Ya trabajaba en el
vecino almacén de cereales y aceitunas de Benito
Delgado, cuando acompañaba a otros jóvenes en sus aventuras taurinas
por pueblos de la provincia, y en 1895 actuaba como banderillero en aquellas
novilladas que tenían por escenario la histórica plaza de Los Tejares, en las que, como quedó apuntado anteriormente, todos
los lidiadores procedían del varias veces citado barrio del Matadero. La primera vez que veo su nombre en una
crónica hace referencia a la celebrada el domingo 8 de septiembre, sustituyendo
al anunciado Francisco González Chiquilin. El año siguiente ya lo hacía en calidad de
matador y como tal se presentó en Madrid el 29 de julio de 1900, vestido de
tabaco y oro, para enfrentarse a seis ejemplares de D. Eduardo Ibarra en compañía de los alcalareños Manuel García Revertito y Antonio Olmedo Valentin, estando muy por encima
de las posibilidades que le ofrecieron Alabadito
y Tabernero, que fue condenado a
fuego. A pesar de esta buena impresión en tan importante ruedo, al terminar
aquel año ya figuraba como banderillero entre el personal de la pareja de
novilleros Machaquito y Lagartijo Chico, continuando al lado de este
último una vez que el binomio taurino quedó roto al tomar ambos la alternativa.
Cuando el hijo de Juan Molina, que
en más de una ocasión le cedió la muerte de algún toro, actuó en Nimes el 4 de
octubre de 1908, la tuberculosis ya le tenía herido de muerte y no
volvería a vestirse de luces. Cantimplas
trabajó después sin cuadrilla fija, prodigándose más con su cuñado Manolete hasta que Machquito, que conocía bien sus
cualidades profesionales, lo llevó con él desde la temporada 1911 hasta su
retirada en Madrid (16/10/1913), la tarde que doctoró a Juan Belmonte.
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Machaquito otorga la alternativa a Belmonte |
Fue entonces cuando Joselito comenzó a renovar su cuadrilla, dando entrada en
ella a Enrique Belenguer Blanquet para bregar con
maestría los astados que sacaban aspereza, y Cantimplas para dejarlos en suerte corriéndolos a una mano
con su capote de seda. Según escribe el escritor Gustavo del Barco en el prólogo de su obra Joselito
El Gallo, con estas dos incorporaciones “se simplificó el número de
capotazos, se molestó menos a las reses, se suprimieron casi por completo los
tirones bruscos y rápidos y se llevó a los cornúpetas a los caballos tirando de
ellos por delante”. La nómina de subalternos de a pie la completaría Enrique Ortega El Almendro,
primo de Joselito. Como ha
quedado apuntado, en 1915 se incorporó Francisco
González Chiquilin, llegando
después nuevas incorporaciones hasta reunir la que sin duda era entonces la
mejor formación de toreros, como correspondía a un diestro que rebasaba el
centenar de actuaciones por temporada. Después de la tragedia de Talavera,
Cantimplas finalizó la
campaña de 1920 trabajando para el
Gallo y Sánchez Mejías,
hermano y cuñado de José
respectivamente, y en 1921 acompañó al diestro José Gómez Joseíto de
Málaga,
pero ya acusaba la huella de su dolencia pulmonar, que se agravó y fue la causa
determinante de su fallecimiento, a raíz de una monumental mojada que le
cayó encima y empapó todas las ropas y enseres, cuando estaba dedicado a
la caza del pájaro, su afición favorita. En una de las últimas visitas que le
hizo el médico que le atendía, D. Vicente
Orti, le dijo: Ya ve usté, don Vicente, con más de dos mil toros a mis
espaldas, y va a ser una dichosa pulmonía la que me lleve palante”.
Además, se daba la penosa circunstancia de que su posición económica era
lamentable, a pesar de lo mucho que había toreado. El sustento de una familia
numerosa y su generosidad para con los demás eran motivos suficientes para
justificar dicha situación. Decían que al finalizar cada temporada regalaba
ropa de torear, capotes y demás útiles profesionales a los jóvenes novilleros
que se lo solicitaban, por lo que cada comienzo de la siguiente tenía que jatearse
de nuevo.
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Manolete y su primo hermano Rafael Saco El Pelu |
El
domingo 12 de febrero de 1922 se celebró en Córdoba un festejo en favor de las
víctimas del accidente ferroviario de Los
Pradillos, al término del cual los espadas actuantes pasaron por el
domicilio de Cantimplas para
interesarse por su salud, y ante el panorama que de cara a su futuro observaron
se comprometieron a torear un festival en su beneficio, que se llevó
a efecto siete días después, en el que con reses cedidas por tres
ganaderos de la tierra fueron cabeceras del cartel Camará, Varelito,
Granero, Maera, Nacional
II y Rafael Saco El Pelu, hijo del
interesado, que contaba diecisiete años de edad y apuntaba buenas maneras para
el toreo. Otros tres vástagos también siguieron la senda taurina del padre con los
apodos de Niño Dios (José), Fernandi (Fernando)
y Toto (Antonio), en tanto que su hija Carmen contrajo matrimonio con el
novillero Rafael Sánchez Camará II,
padres de seis hijos apellidados Sánchez
Saco, igualmente toreros y primos a
su vez de los Saco Bejarano y Saco Córdoba. ¿Será por descendencia taurina? Manuel Saco de León Cantimplas,
al que la afición barcelonesa llegó a denominar el torero de acero, dejó
de existir en su ciudad natal el 18 de marzo de 1922. Maldades del destino, dos
de los citados diestros que intervinieron en el mencionado festival benéfico,
cayeron mortalmente heridos transcurridos tan solo treinta y sesenta días de su
muerte. Me refiero a Manuel Varé Varelito (Sevilla, 21 de abril) y Manuel Granero (Madrid, 22 de mayo).
En
resumen, cinco toreros cordobeses que escribieron sus nombres con letras de oro
en la historia de la Tauromaquia y guardaron una vinculación directa con la
famosa dinastía de los Gallo,
por lo que considero eran merecedores de ser recordados al cumplirse el
centenario de la desaparición de José
Gómez Ortega Joselito, conocido también por Gallito.
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