Mezquita de Córdoba |
Para sentirte, Córdoba, musical y
silente,
en ese eterno sábado de tu siesta
romana,
vengo a ti con el férvido corazón
que pulsa
verso a verso las cuerdas de tu
lira coránica.
En el puente, está el César.
Mahoma, en la Mezquita.
Tu Arcángel, por las calles… ¡Y
Dios en los luceros!
Todo brilla con aire de luna
fatigada
de rodar por la atmósfera sin
alcanzar el cielo.
Así eres tú, mi Córdoba, con tu
misterio antiguo
-si es que hay algún misterio
debajo de tus losas-.
Todo el paisaje sufre de una
augusta pereza
que le da a la esperanza calidades
remotas.
Todo dormita en calma sin
inquietud inútil.
Todo gira al compás de un zodiaco
lentísimo…
y a ti misma, das vueltas, ausente
de relojes,
sin prisas de llegada, seguro del
arribo.
Cada piedra, una fecha; cada
fecha, un recuerdo;
cada recuerdo, un nombre; cada
nombre, una rosa;
y en la rosa lejana de tu siglo
olvidado,
el perfume impasible de la canción
de Roma.
Impasible el paisaje con la rueda
del año.
Impasibles las venas dominando los
nervios.
Impasibles las manos ardiendo sin
quemarse.
Impasibles los ojos que no saben
de sueño.
Córdoba. Calleja del pañuelo |
Y en la pequeña plaza donde el
amor suspira
y en la calle moruna donde casi no
cabe,
de tan estrecha, el nudo de los
labios que adoran,
se hace el beso plegaria y la
caricia cante…
Un cante con sordina sobre cuerdas
de esa
guitarra, que tan solo se rasguea
de noche…
«Soleá» para un mundo de «jondas»
soledades,
que cuelga en los olivos el eco de
sus voces.
Y la sombra de Séneca que ronda
desde siglos
dejando en cada esquina el jazmín
de su sombra,
mientras recuerda a todos que si
el alma está viva
no importa que las venas se
mustien gota a gota…
Y los patios -¡tus patios!-,
creadores de umbrías
donde el sol no se asoma sin
permiso del aire,
donde el geranio tiene tratamiento
de Alteza,
reclinando en los tiestos su
corona de sangre.
Y ese mirar callada la ascensión
de tus héroes;
de espaldas a las palmas de sus
triunfales rutas,
para tener los brazos descansados
el día
en que muertos o amargos retornan
a tu cuna.
Monumento a Manolete en Santa Marina |
Así, con tus toreros, con «tu
torero», Córdoba,
con ese MANOLETE de tu leyenda
nueva,
tan cercano y tan lejos a fuerza
de ser grande
como un mito de Tauros de las
romanas épocas.
Con su aquella serena manera de ir
al toro,
buscando, sin saberlo, lo eterno,
lo infinito;
y muriendo sin quejas -¡oh,
Córdoba!- legarte
junto al Manuel ya muerto, el
MANOLETE vivo…
Con su alamar cansado de rebotar
injurias.
Con la rosada seda salpicada de
envidias;
sin que nada ni nadie jamás le
acobardasen.
tranquilo de sí mismo, seguro de
su línea.
Pero todo, en silencio, sin
quebrar el camino,
dando los enemigos al olvido más
suave,
con el mismo desprecio fatal de su
muleta
al girar en la impávida media luna
del pase.
Y así, con él, dormida, la ciudad
toda entera
saborea en silencio la gran verdad
gozosa,
y ve dolor y muerte como algo
irremediables
que hay que abrazar sin miedo, con
alegría estoica.
La almena de la torre de la
Malmuerta tiene
un vigía invisible que vela noche
y día,
por que nadie se acerque a
perturbar el orden
lacónico de siglos al compás
senequista…
Y las palabras justas en las bocas
felices
que saben del requiebro con aire
de sentencia;
y los besos paganos junto a los
besos benditos
bajo las viejas cruces que guardan
las plazuelas…
Córdoba, sin gemidos para los
grandes duelos,
susurrando la angustia sin que
nadie se entere;
capaz de abrir al viento de la
pena, a sabiendas,
de par en par, las rejas de
ensueño de sus calles…
Maestra de armonía que aprendes de
tu río,
para enseñar al mundo cómo andar
por la vida…
«Sin prisa y sin descanso…» camino
de los mares,
como tú, rumbo al cielo, ¡por tus
torres arriba!
Córdoba. Puente Romano JUAN SERRANO: SOLEARES DE CÓRDOBA |
2 comentarios:
precioso. un beso. Luisa.
Buena elección, amigo Antonio.
Como suele decirse:
"Se nota que tienes duende"
Un abrazo
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