El 17 de febrero de 1946 tuvo
lugar en la plaza de El Toreo de la
Condesa de México una corrida inolvidable. Se lidiaron seis ejemplares de
la ganadería de Coaxamalucan para Manolete,
Pepe Luis Vázquez y Luis Procuna. Los tres espadas triunfaron
clamorosamente y cortaron un rabo. Cuando el cordobés paseaba una de las vueltas al ruedo que le obligaron a dar tras la faena al toro Platino, un espectador le arrojó un bastón que debió agradar al torero porque decidió quedárselo. Años más tarde, en 1981, fue obsequiado por su familia a Antonio Gala, en gratitud por una brillante intervención sobre Manolete en Televisión Española. Poco después, en la sección semanal titulada “En propia mano” que el gran escritor cordobés tenía en "El País Semanal", agradeció públicamente este regalo con el artículo “Mi último bastón”, donde narró con prosa
magistral la historia del bastón que aceptó guardar como recuerdo del inolvidable torero. Merece la pena rescatar un fragmento de esta preciosa pieza literaria:
Antonio Gala |
La noche que la familia de Manolete
me lo ofreció, lo acepté con responsabilidad y con recogimiento. Lo besé al
aceptarlo. Besaba en el mi infancia y mi adolescencia, que iban a ver los toros
con mi padre y Machaco. Lo besé porque siempre he admirado a esa raza de
hombres que viven, como funambulistas, sobre el filo de la navaja; que arrojan
al aire una sigilosa moneda, cuya cara y cruz son la vida y la muerte. Siempre
he admirado a quienes comprenden que no hay que vivir la vida a cualquier
precio; que hay precios que no deben pagarse; que la vida, en todo caso, es
corta y hay que hacerla, si no más larga, más ancha por lo menos. Siempre he
admirado a quienes hacen del riesgo su pan de cada día; a quienes, enaltecidos
y plenos y envidiados, con grandeza y consciencia saben vivir su muerte, acaso
lo más arduo de la vida. Siempre he admirado a los hombres de tal raza, a la
que Manolete
perteneció, y a la que supongo que, de otro modo, también yo pertenezco.
En un país maniqueo, donde gritar ¡viva Joselito!
equivale a gritar ¡muera Belmonte! Manolete recogió los vivas y los mueras. Su fruición por la
vida pareció a muchos desdén por ella, y su desdén, distancia, y su distancia,
sosería: qué cordobés es eso. Se dice que los amados de los dioses mueren
jóvenes. No es cierto: los amados de los dioses no mueren: se van al mediodía;
se van en flor. Para inmortalizarla hay que cortar la rosa…
En un momento de política estrecha
y de estrechas fronteras; en un momento en que aquí se elevó un especialmente
estúpido ¡Santiago y cierra España!, Manolete
saltó por encima con la agilidad con que saltaba una barrera. Cualquier arte es
superior a cualquier política cuando ésta no es un arte. Hay que saber estar en
la plaza: fijar, templar, mandar. En el toro por cuya lidia le ofrendaron el
bastón, el público le pidió a Manolete que banderillease. Él
señaló, sin inmutarse, a su banderillero. Y luego comentó: "Se están
poniendo las cosas de una forma que el mejor día van a querer que actúe también
de mulillero”. No dio lugar la vida. Sin embargo, hoy, en la fiesta y en muchos otros campos, sería
bueno colocar a cada cual en el sitio que le correspondiese. Muchos maestros harían así de mulilleros. Y aún
de mulas, algunos”.
Faena de Manolete al toro Platino
1 comentario:
TANTO MONTA, MONTA TANTO. LO MISMO DA QUE ESCRIBAS, QUE NOS HAGAS VER CON TANTA EFICACIA HECHOS IMPORTANTES, DE LOS QUE TU NO ERES EL AUTOR. GRACIAS AMIGO
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