jueves, 21 de junio de 2018

ANTES Y DESPUÉS DEL GUERRA

 Por Antonio Luis Aguilera
Rafael Guerra Bejarano. Foto Montilla
Caía la tarde del 11 de junio de 1899, cuando en la fonda de doña Gregoria Echezarreta, cuartel general de Rafael Guerra Bejarano y su cuadrilla en los desplazamientos a la Villa y Corte, al quitarse el traje de luces que lució por última vez en la capital de España, harto de la hostilidad del público, le dijo a su amigo José Bilbao: “Pepe, no toreo más en Madrid ni para beneficio del lucero del alba“. Era el anuncio de la retirada del torero más poderoso de su época, que durante su carrera había participado en doce corridas benéficas, siete de ellas en Madrid. La despedida tuvo lugar el 15 de octubre de ese año en Zaragoza, plaza donde el II Califa del toreo, vestido de gris plomo y oro, puso final a su impresionante paso por los ruedos estoqueando al toro Limón, colorado ojo de perdiz, de la ganadería de don Raimundo y don Jorge Díaz. “No me voy, me echan", dijo con amargura a los suyos. Al conocer la noticia el historiador don Luis Carmena y Millán, envió al domicilio del torero en Córdoba el siguiente telegrama: "Mi enhorabuena y un abrazo; felicite a Dolores. Hoy empieza el reinado de los maletas. L.C”.  


Guerrita y Judío, de Miura. Sevilla, 16/4/1895. Foto Montilla


Lejos quedaba el 8 de septiembre de 1876, cuando contando trece años de edad Guerrita debutó en Andújar (Jaén), integrado en la Cuadrilla Juvenil Cordobesa fundada por Francisco Rodríguez Caniqui, comienzos en los que llegó a anunciarse como El Airoso y Llaverito. Su extraordinaria torería pronto le facilitó la contratación como banderillero en las cuadrillas de Manuel Díaz Lavi, Manuel Molina, Valentín Martín, Manuel Fuentes Bocanegra, Fernando Gómez el Gallo y Rafael Molina Lagartijo, su paisano y maestro, que finalmente le otorgó la alternativa. Estos fueron los inicios profesionales de uno de los espadas más grandiosos de la historia, de un coloso que, por saber, hasta supo irse a tiempo, en pleno esplendor, ejerciendo de rey del toreo, sin que nada le quedara por demostrar ante los toros. Precisamente fue ese inmenso magisterio, del que con legítimo orgullo presumió toda su vida, lo que no le perdonó el público de su tiempo, el “respetable”, al que ayer como hoy parece cansar la regularidad en el triunfo de las auténticas figuras del toreo.       

 Guerrita, entrando a matar

Pocos años antes de su muerte, Guerrita fue entrevistado por don José María Carretero, revistero cordobés nacido en Montilla, para El Libro de los Toreros (Ediciones Caballero Audaz. Madrid, 1947), al que declaró:  
“... Como la gente creía que yo era el amo del toreo, resultaba que de todo lo que pasaba en las plazas me hacían responsable a mí... Yo pensé que el tomarla conmigo obedecía a que al público le cansa tener que aplaudir siempre al mismo artista... A la gente le gusta encumbrar un torero y poderlo hundir cuando quiera, apenas le llame la atención otra novedad. Pero conmigo no les valía... Desde que tomé la alternativa no hicieron más que ponerme toreros enfrente e imaginar competencias... Con Lagartijo, al que yo quería y respetaba como a un maestro; con Mazzantini, con el Espartero, con Reverte, con Fuentes, con el Algabeño, con Emilio Bomba... Pero tuve suerte y amor propio y me mantuve siempre en mi puesto”.                          

Guerrita, en su club de la calle Gondomar. Foto Montilla
Rafael Guerra
Guerrita, último rey del toreo del siglo XIX, actuó como espada de alternativa durante trece años, sumando 892 corridas, 21 de ellas como único espada, estoqueando 2.339 toros y sufriendo 15 percances de consideración. Pero su figura no ha sido comprendida por quienes la analizan superficialmente, recreándose en anécdotas y sentencias, sin entender lo que verdaderamente representó en el toreo de su época y en el de nuestro tiempo. La Tauromaquia redactada bajo su dirección técnica, publicada en 1896 por Leopoldo Vázquez, Luis Gandullo y Leopoldo López de Sáa, revela que si hubo un diestro que intuyó el toreo del siglo XX, con otro toro que habría de tener mayor fijeza y bravura, ese fue el Guerra, al que tampoco comprendieron cuando sentenció: “Después de mí, naide, y después de naide, Fuentes. Bien sabía el cordobés que el trono que dejaba vacante no tenía sucesor. No se equivocó, porque nadie lo ocuparía hasta tres lustros después, cuando Joselito, abrazando los preceptos de su Tauromaquia, la pusiera en valor para toda la torería andante.  
                                 
Los cuatro ases. Foto Montilla
No entendieron la historia quienes atribuyen a Juan Belmonte la paternidad del toreo moderno, porque en la instauración y desarrollo de ese toreo resultaron determinantes Guerrita y Joselito, a quienes con escaso rigor analítico algunos otorgan en el reparto un guión de actores secundarios. Mienten quienes afirman que Rafael Guerra y Gallito fueron poco más que dos lidiadores de inmenso poder que esquivaban con magistral destreza las embestidas. Fueron el faro que iluminó la oscuridad, para que un trianero genial pudiera acortar las distancias y manifestar un temple excepcional, que cambiaría el rumbo del toreo hacia una lidia más sosegada, de superior rango artístico, donde el juego de los brazos dominaría las embestidas destronando el protagonismo de las piernas. Porque para que Juan Belmonte pudiera ceñir el toreo, y pararse con los toros para interpretar la verónica tan magistralmente, fue necesario que Guerrita cambiara los preceptos de la antigua verónica, donde el diestro citaba de frente y levantando los brazos despedía la embestida, enseñando que con el cite de costado el torero juega indistintamente ambos miembros y articula el lance. Entonces le llamaron ventajista, pero gracias a esa “ventaja” el lance de la verónica recibió tratamiento de alteza en las manos de Belmonte y otros extraordinarios intérpretes como Chicuelo, Curro Puya, Cagancho, Rafael de Paula, Finito de Córdoba, Morante de la Puebla...   

          
 Joselito deja la muleta en la cara
Mas la Tauromaquia del Guerra no termina en el primer tercio de la lidia, sino que contempla la ligazón de los pases en el toreo de muleta, al preceptuar  el diestro que el pase regular (natural) se instrumentará estirando el brazo hacia atrás, describiendo con los vuelos de la muleta un cuarto de círculo, y no se rematará necesariamente con el de pecho, sino que se repetirá tantas veces como sea posible. Y Gallito aplicó esta técnica en su modelo de faena, toreando al natural sin despedir al toro en línea recta, dejándole colocada la muleta al final del pase para invitarlo a ir hacia atrás y repetir la suerte por los terrenos de adentro. Fueron los primeros capítulos de un toreo nuevo, carente aún del reposo y perfeccionamiento que alcanzaría después, pero de una dimensión histórica definitiva, porque se trataba de la técnica que iba a permitir el toreo actual. 

 Joselito, considerado por Guerrita un prodigio de torero
Guerrita fue un espada colosal que, como Joselito, vivió por y para el toreo. Fue tan portentoso que algunos historiadores, por largo y dominador de todas las suertes, consideran al II Califa de Córdoba como el torero más completo de la historia. Pepe Alameda, en su indispensable obra “Historia verdadera de la evolución del toreo” (Bibliófilos Taurinos. México D.F. 1985), enseñó que para comprender la historia del toreo es necesario hablar de antes y después del Guerra, por tratarse de la figura que establece la frontera entre el toreo de Lagartijo y Frascuelo, que en Guerrita alcanza la más alta cota de perfección, y el preceptuado en su Tauromaquia, que interpretado solidariamente por Joselito y Belmonte, y recreado artísticamente por la maravillosa ligazón de los pases de Manuel Jiménez Chicuelo, implanta definitivamente la regularidad de Manuel Rodríguez Manolete, con su valerosa forma de obligar a los toros, para que llegue hasta nuestros días. He aquí la historia de un nuevo modo de torear, el sistema que liga los pases en redondo, que no puede explicarse sin la profunda huella de Córdoba y Sevilla, ciudades determinantes en el curso del toreo. O sin Sevilla y Córdoba, las dos bañadas por el Guadalquivir, al-wadi al-Kabir, “el río grande”, cuyas riberas tanto saben de toros.





          

2 comentarios:

Andrés Osado dijo...

Simplemente genial, Antonio Luís

jesus dijo...

Esto es disfrutar y aprender a la vez...Ojalá pudiera hacerlo la mitad de bien en mi espacio