viernes, 8 de junio de 2018

RAFAEL MOLINA "LAGARTIJO"


Por Antonio Luis Aguilera                            


           
Rafael Molina Sánchez "Lagartijo" 
El 27 de noviembre de 1841, en el humilde hogar del barrio del Matadero de Córdoba, donde vivía el matrimonio formado por el modesto banderillero Manuel MolinaNiño Dios” y María Sánchez, hermana del torilero “Poleo”, abría los ojos a la vida un niño al que en la torerísima iglesia de "Santa Marina de las Aguas Santas" bautizarían con el nombre de Rafael, y que con el paso de los años, bajo el apodo de “Lagartijo”, estaba llamado a ser uno de los toreros más importantes de todos los tiempos.  

En ese barrio, situado en el "Campo de la Merced", junto a la albarrana Torre de la "Malmuerta", vivían carniceros, matarifes, tratantes de ganado. También, una chiquillería desarrapada y huérfana de escuela para la clase pobre, demasiada en Córdoba a mediados del siglo XIX, donde el azote del paro y la miseria motivaba a los nenes a jugar al toro en las plazuelas, y a buscar el aprendizaje furtivo ante las reses destinadas para el abasto público, soñando con emular algún día las hazañas de los toreros célebres del barrio, como Francisco González Panchón” o José Dámaso RodríguezPepete”.

            Escasos palmos de altura debía levantar el chiquillo Rafael Molina Sánchez, cuando ingresó en el Matadero Municipal de Córdoba como mozo de nave, empleo que le duró un suspiro, por estar más pendiente de las vacas y becerros que llegaban a las corraletas, que de las obligaciones propias del jornal, y aguardar siempre el descuido del encargado del recinto, para trepar por tapias y muros con la habilidad de una lagartija, hasta saltar y ponerse ante las reses. Sus proezas fueron conocidas por el alcalde de la ciudad, señor García Lovera, que ordenó su inmediata expulsión y detención en caso de reincidir en sus andanzas toreras.

Pero estas otorgaron a Rafael gran fama entre los vecinos, que pronto le llamaron “Lagartijo”, por su destreza para escalar muros y por la impropia habilidad que a su edad mostraba ante las reses, cualidad que pronto difundieron los comentarios de los empleados del Matadero. Tal era su grado de afición e inmenso valor, que con solo diez años de edad echó su primer paseíllo en la plaza de “Los Tejares”, actuando como banderillero en la cuadrilla de jóvenes cordobeses, capitaneada por su vecino Antonio LuqueCamará”, acontecimiento que tuvo lugar el 8 de septiembre de 1852, en la corrida mixta organizada por el Ayuntamiento para conmemorar la festividad de la “Virgen de la Fuensanta”.

Rafael Molina, liado en el capote de seda
Tan grande fue el éxito de Rafael, que veinte días después repitió actuación, pero en esta ocasión su nombre ya figuraba el primero entre los banderilleros del cartel, no el último como en la fecha del debut. Tras sumar varios espectáculos con la cuadrilla juvenil, “Lagartijo” decidió dedicarse al toreo profesional, siendo su primer ajuste con el infortunado “Pepete”. Después formaría parte de las cuadrillas de los hermanos Carmona, conocidos como “Los Panaderos”, integrándose definitivamente en la de Antonio, “El Gordito”, que sería su maestro. 

            A sus órdenes actuó por primera vez en la plaza de Madrid el 13 de septiembre de 1863, donde al tomar las banderillas el público le pidió que las clavara al quiebro, invención y especialidad de su maestro. Rafael accedió y sorprendió a la concurrencia por su inusual destreza. Tan grande fue el alboroto que formó el novel, que las crónicas del festejo recogieron la hazaña. Pérez de Guzmán, escribió: “... Lagartijo echóse hacia los tercios y alegrando al toro lo aguantó hasta el momento de meterle la cabeza, en cuyo acto se cambió con tal aplomo, arte y serenidad, metiendo los brazos y resultando un par tan perfectamente puesto y en tan buen sitio, que el público no pudo por menos de admirarse de quien aquello hacia hubiera estado alejado del circo de Madrid hasta aquel día."   

Rafael en traje corto
Con veintitrés años de edad Rafael decide tomar la alternativa. El joven torero conocía bien los secretos del oficio y gozaba del estímulo del público, que mostraba su entusiasmo ante ese toreo diferente, que por elegante y sosegado no era habitual en su época, donde aún prevalecía la rudeza de formas y la falta de quietud en las suertes. Además, el cordobés había superado con gran éxito sus actuaciones como medio espada, estoqueando varios toros que “El Gordito” hubo de cederle ante la insistencia del respetable.

El 29 de septiembre de 1865, en la plaza de Úbeda (Jaén), su maestro ofició la ceremonia cediéndole el toro “Carabuco”, de la Marquesa viuda de Ontiveros. Pocos días después, el 15 de octubre, confirmó en Madrid con “Barrigón” de doña Gala Ortiz, oficiando como padrino el espada madrileño Cayetano Sanz, y completando cartel “El Gordito”. El público pronto tomó partido por el nuevo espada, y su nombre se hizo indispensable en el orden taurino, mientras pasaban a un segundo plano matadores como Cayetano Sanz, Curro Cúchares, Manuel Domínguez, El Tato, o El Gordito.

Salvador Sánchez "Frascuelo" 
La elegancia natural de “Lagartijo”, su quietud, y el fino trazo de su toreo, pronto le convirtieron en el torero predilecto de la afición, que observaba como destacaba entre todos los que antes habían sido sus espadas favoritos. No ocurrió así con Salvador SánchezFrascuelo”, torero granadino con quien durante veintidós años protagonizaría una noble competencia. Ambos dieron contenido a la época que fue conocida como la “edad de oro del toreo”, título que volvería a rotular la competencia que en el siglo XX protagonizarían Joselito” y Belmonte. 

¿Pero cómo fue “Lagartijo” para ser considerado uno de los toreros más importantes de todos los tiempos? Se ha escrito tanto que hasta la época de Joselito” y Belmonte los toreros se quitaban cuando llegaba el toro, que la propia historia ofrece una imagen distorsionada sobre la evolución del toreo, más avanzada en el curso del tiempo de lo que algunos historiadores invitan a figurar. Por esta razón, conviene considerar que aunque en el toreo actual la faena de muleta haya adquirido un protagonismo que nunca tuvo, ello no debe ocultar que ese toreo de quietud, con menor grado de sosiego, no hubiera existido antes.

"Lagartijo" en el ruedo 
Porque esa cualidad debió tener el toreo de Rafael Molina para contar con la bendición del público durante veintiocho años, en los que contabilizó 1.632 corridas, de las que 404 tuvieron lugar en la plaza de Madrid. Para José María de Cossío la carrera taurina de Lagartijo”, a quien compara con el legendario Pedro Romero, no tiene par en la historia. El célebre historiador se hace eco de su elegante magisterio, cimentado en un valor auténtico, y caracterizado por la belleza plástica de un admirable toreo de capa, una prodigiosa capacidad como banderillero, su portentoso dominio de muleta, y la formidable forma de ejecutar la estocada en sus primeros años.

Busto del torero en la calle Osario
Más revelador aún resulta el testimonio que sobre el torero cordobés escribió Antonio Peña y Goñi, que en su libro “Lagartijo y Frascuelo y su tiempo”, donde se declara frascuelista, no tiene inconveniente en detallar magistralmente la verdadera dimensión taurina del "Califa", desarmando el juicio de quienes incluyen a “Lagartijo en la nómina de espadas que ejecutaron un toreo donde prevalecía el nerviosismo de piernas. Gracias al legado histórico de Peña y Goñi, sabemos que ante un toro de mayor edad y sentido, de cornamentas desproporcionadas, y con una conducta donde el genio prevalecía sobre la bravura, la majestuosa serenidad de Rafael Molina Sánchez destacó sobre el bullir de todos los espadas con los que compartió cartel. Basta con prestar atención a los siguientes párrafos:
            - “Lagartijo” torea con el busto; los pies no hacen sino acompañar los cadenciosos movimientos de una cintura flexible que imprime a todo el cuerpo ondulaciones llenas de abandono y gracia...”
            -“... el fondo y la forma, en fin, se dan la mano para hacer de “Lagartijo” la personificación del toreo más perfecto que haya podido existir, desde que hay toreros en el mundo”.
-“... Rafael no bulle jamás en la brega; está en ella como en terreno conquistado, anda más que corre, pisa siempre en firme y cae a plomo”.      

Rafael, foto de estudio
Tras esta inigualable revelación, el autor deja a un lado su pasión por Salvador Sánchez, para reflexionar históricamente sobre la figura de Rafael Molina:
 “... el toreo de “Lagartijo” ha venido precisamente a limpiar con su aplomo y su elegancia toda la parte movida, chabacana y falsa del arte de torear de “Cúchares”, que heredó Antonio Carmona (Gordito), y transmitió éste a Rafael. Lejos de “correr delante de los toros”, “Lagartijo” ha venido a detenerse ante ellos, reemplazando lo artificial y forzado de lo cómico, con el poder y la verdad de lo bello; y su toreo ha sabido volver a su primitivo cauce las reglas de un arte que el temperamento de Rafael Molina y su maestría han llevado a su más acabada perfección”.

Profundizando el análisis sobre aquella figura legendaria del toreo, a quien proclamó "Califa" la ingeniosa hipérbole del maestro de periodistas Mariano de Cavia, conviene cotejar otro importante testimonio, que nos detalla cómo era la verónica de “Lagartijo”. En esta ocasión corresponde a Natalio Rivas, que en su libro “Los toreros del Romanticismo”, escribe sobre el espada cordobés:
La verónica, imponiendo al viaje la línea recta, para hacer pasar al toro de cabeza a rabo, rozando con el cuerpo del capeador, sin trampas ni artificios y conservando fijos los pies, tuvo en Rafael un cultivador formidable”.
           
            Los valiosos testimonios de estos escritores, que contemplaron y analizaron el toreo de Rafael Molina Lagartijo”, demuestran que el célebre espada cordobés fue torero por naturaleza. Su valor seco e inigualable personalidad, el excepcional conocimiento de los toros y elegante dominio de los tercios de la lidia, la templanza en las suertes y el señorial ritmo en su ejecución, invitan a imaginar que su forma de ser y estar en los ruedos, debió de ser tan seductora para el público de su época como lo sigue siendo en la historia del toreo, donde la perspectiva del tiempo otorga a su figura esa privilegiada aureola de torero único, que lo corona como uno de los protagonistas definitivos de la Tauromaquia.         


1 comentario:

Andrés Osado dijo...

Ante tanto detalle pormenorizado, que viene a enaltecer el mundo taurino, yo me pregunto:
¿sólo por cuatro o cinco votos de diferencia, en un Ayuntamiento, se puede prescindir de algo, con tanta valía histórica?